Elisa la malagueña - Juan Valera - E-Book

Elisa la malagueña E-Book

Juan Valera

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Beschreibung

Ambientada en la España del sigo III de nuestra era, Juan Valera describe así a su personaje: "Elisa la Malagueña no solo era gentil, o digamos idólatra, sino hembra algo liviana y alegre, como a su oficio convenía, pues era del género y condición de las muchachas de Cádiz, que ya celebra Anacreonte, y de la Teletusa de Bética, que Marcial encomia. Elisa cantaba, bailaba y repiqueteaba las castañuelas".

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Seitenzahl: 64

Veröffentlichungsjahr: 2010

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Juan Valera

Elisa la malagueña

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: Elisa la malagueña.

© 2024, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño de cubierta: Michel Mallard.

ISBN rústica: 978-84-9816-327-8.

ISBN ebook: 978-84-9897-951-0.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 7

La vida 7

Preámbulo 9

I. Confidencias de Elisa 13

II 21

III 29

IV 32

V 33

VI 34

VII 35

VIII 37

IX 39

X 40

XI 41

XII 42

XIII 44

XIV 48

XV 49

Libros a la carta 51

Brevísima presentación

La vida

Juan Valera (18 de octubre de 1824, Cabra). España.

Era hijo de José Valera y Viaña, oficial de la Marina, y de Dolores Alcalá-Galiano y Pareja, marquesa de la Paniega. Tuvo dos hermanas, Sofía y Ramona y un hermanastro: José Freuller y Alcalá-Galiano.

Su padre vivió de joven en Calcuta y adoptó posiciones liberales. Por ello fue removido de su puesto. Tras la muerte de Fernando VII en 1834, el nuevo gobierno liberal fue rehabilitado y se le nombró comandante de armas de Cabra y después gobernador de Córdoba.

La madre se opuso a que Juan Valera siguiera la carrera militar. Este estudió Lengua y Filosofía en el seminario de Málaga entre 1837 y 1840 y en el colegio Sacromonte de Granada, en 1841. Luego estudió Filosofía y Derecho en la Universidad de Granada, donde se graduó en 1846.

En 1844 publicó primer libro de poemas. Leyó mucha poesía, y en particular a José de Espronceda, y a los clásicos latinos: Catulo, Propercio y Horacio. Hacia 1847 empezó a ejercer la carrera diplomática en Nápoles junto al embajador Ángel de Saavedra, duque de Rivas. Vuelto a Madrid, frecuentó las tertulias y los círculos diplomáticos a fin de conseguir un puesto como funcionario del Estado.

Así viajó por Europa y América. En Lisboa empezó su amor por la cultura portuguesa y el iberismo político. De regreso a España, empezó a escribir y publicar ensayos en 1853 en la Revista Española de Ambos Mundos; en 1854 fracasó en un intento de ser diputado, y por entonces estuvo en los consulados de España en Frankfurt y Dresde con el cargo de secretario de embajada.

Hacia 1857 se fue seis meses con el duque de Osuna a San Petersburgo; polemizó con Emilio Castelar en La Discusión, y escribió su ensayo De la doctrina del progreso con relación a la doctrina cristiana. Asimismo, tras ser elegido diputado por Archidona en 1858, escribió en numerosas revistas como redactor, colaborador o director.

El 5 de diciembre de 1867 se casó en París con Dolores Delavat, veinte años más joven y natural de Río de Janeiro, y tuvo tres hijos: Carlos Valera, Luis Valera y Carmen Valera, nacidos en 1869, 1870 y 1872.

Durante la Revolución española de 1868 fue un cronista de los hechos y escribió los artículos «De la revolución y la libertad religiosa» y «Sobre el concepto que hoy se forma de España».

Juan Valera fue elegido senador por Córdoba en 1872 y en ese mismo año fue director general de Instrucción pública; en 1874 publicó su obra más célebre, Pepita Jiménez y, en esa época, conoció a Marcelino Menéndez Pelayo, con quien hizo gran amistad.

En 1895 perdió casi por completo la vista, se jubiló y volvió a Madrid; allí publicó Juanita la Larga (1895), y Morsamor (1899); frecuentó diversas tertulias y tuvo una en su propia casa.

Valera fue elegido miembro de la Academia de Ciencias Morales y Políticas en 1904. Murió en Madrid el 18 de abril de 1905 y fue enterrado en la sacramental de San Justo.

Sus restos fueron exhumados en 1975 y llevados al cementerio de Cabra.

Preámbulo

Es tal la multitud de manuscritos hallados en Egipto, llevados a Viena y adquiridos por el archiduque Raniero, que será menester la constante actividad de muchos sabios, quizá durante un siglo, para trasladar a los idiomas de la moderna Europa lo que en dichos manuscritos se contiene, y, si lo merece, darlo a la estampa.

Nada abunda más en la colección que lo redactado en lengua griega, desde los tiempos de Alejandro el Magno, hasta la conquista por los muslimes del antiguo reino de los Faraones.

De algo de esto se ha dado ya noticia o se han hecho traducciones o extractos, pero aún queda muchísimo por descifrar.

Un doctor amigo mío, hábil paleógrafo y eruditísimo helenista, cuyo nombre se guarda para mayores cosas, ha leído, entre estos manuscritos, parte de la biografía de cierta moza, llamada Elisa la Malagueña, y me la ha referido punto por punto.

Confieso que al principio extrañé bastante y tuve por disparatada facecia que una paisana mía, de quien no sabemos que hablen las historias profanas, ni menos las sagradas, hubiera escrito como Plutarco, o más bien de sí misma, como Sila, César o Marco Aurelio, yendo a parar y conservándose su escritura cerca de Alejandría; pero mi sabio amigo me demostró pronto que no hay nada de que debamos maravillarnos.

Durante largo tiempo hubo colonias griegas en el litoral de nuestra península, y en varias comarcas de ellas dominaron luego los bizantinos. Natural es, pues, que no se tenga por exótica, sino por muy visitada entonces entre nosotros el habla de Homero.

En la antigüedad grecorromana la afición a escribir Memorias había cundido tanto como cunde en Francia desde hace dos o tres siglos. Apenas había persona que hubiese o creyese haber hecho algo notable, o que hubiese conocido a quien lo hiciera, que no se considerase obligada a escribir, exhibiéndose para que la posteridad se instruyese o se deleitase.

Por fortuna, como entonces no había imprenta, casi todas estas Memorias se han perdido, librándonos de no pocos quebraderos de cabeza y de gastar tiempo en su lectura y estudio.

A mí, sin embargo, me parecen tan curiosas y entretenidas las Memorias de mi paisana, al principio escritas por ella y completadas luego por otros autores, que no las trocaría, por ejemplo, con las de Aspasia, la amada de Pericles, o con las de Taïs, la que incendió a Persépolis, si se descubriesen o se conservasen; y como no quiero que sigan en la oscuridad, exponiéndolas a que por cualquier accidente se extravíen, se quemen o se apolillen, sin que nos quede reliquia de ellas, voy a ponerlas todas aquí, aunque no sea con fidelidad muy escrupulosa. Las traslado a este papel, no del original griego, consignado en los papiros, sino de la traducción oída; pero procuro hacerlo con el tino, brevedad y gracia que en el original resplandecen y que acreditan a Elisa la Malagueña y a los que después continuaron y completaron su obra, de excelentes prosistas clásicos, si bien en época ya de gran decadencia: a mediados del tercer siglo de nuestra Era vulgar.

Creo de mi deber advertir, por más que para alguien sea superflua la advertencia, que no respondo de todo lo que diga la autora, a cuyas faltas, o religiosas o morales, pondrá el cristiano lector el saludable y necesario correctivo.

Elisa la Malagueña no solo era gentil, o digamos idólatra, sino hembra algo liviana y alegre, como a su oficio convenía, pues era del género y condición de las muchachas de Cádiz, que ya celebra Anacreonte, y de la Teletusa de Bética, que Marcial encomia. Elisa cantaba, bailaba y repiqueteaba las castañuelas tan bien como ellas antes, y mejor que en nuestra edad Lola Montes, Pepita Oliva, Petra Cámara, y la flamante señorita Otero, por quienes tal vez no en balde se dijo que de atrás le viene el pico al garbanzo.