En busca de la felicidad - Recuperando la felicidad - Un futuro feliz - Margaret Way - E-Book

En busca de la felicidad - Recuperando la felicidad - Un futuro feliz E-Book

Margaret Way

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Beschreibung

En busca de la felicidad Si no hacían algo, los secretos acabarían separándolos para siempre... La pequeña ciudad de Koomera Crossing era el refugio perfecto para Laura Graham. Después de huir de su marido y de todo su pasado, Laura no tardó en sentirse como en casa, gracias sobre todo a su guapísimo vecino, Evan Thompson... Evan también tenía motivos para esconderse, pero le estaba resultando muy difícil mantenerse alejado de Laura. Su aparente inocencia y su evidente belleza amenazaban con ablandarle el corazón... Recuperando la felicidad En lo más profundo de Australia... había un hombre que nunca había dejado de amarla. Christine iba de camino a casa, una ciudad llena de agridulces recuerdos pero que también era el hogar del único hombre al que había amado en su vida: Mitch Claydon. Mitch recordaba a Christine con rabia; él la había amado con todo su corazón, incluso le había pedido que se casara con él, pero ella había preferido vivir lejos de Koomera Crossing... Después de tanto tiempo y, a pesar de sus intenciones, Mitch tenía que admitir que Christine seguía tan bella como siempre...   Un futuro feliz La pasión que surgió entre ellos hizo que mereciera la pena haber regresado. Brock Tyson se había marchado de Koomera Crossing sin volver la vista atrás, sin saber que Shelley Logan estaba enamorada de él y que jamás había olvidado aquel beso robado que habían compartido. Pero Brock había regresado para reclamar una herencia que le pertenecía por derecho y, desde luego, un romance no entraba en sus planes... hasta que vio a Shelley, que se había convertido en una mujer impresionante. Pero las circunstancias estaban en su contra y Brock iba a tener que luchar mucho si quería que Shelley se convirtiera en su esposa...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 66 - agosto 2024

 

© 2003 Margaret Way

En busca de la felicidad

Título original: Runaway Wife

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

© 2003 Margaret Way

Recuperando la felicidad

Título original: Outback Bridegroom

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

© 2003 Margaret Way

Un futuro feliz

Título original: Outback Surrender

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2004

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Dreamstime.com.

 

I.S.B.N.: 978-84-1074-054-9

Índice

 

Créditos

Índice

En busca de la felicidad

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Recuperando la felicidad

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Epílogo

Un futuro feliz

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

Ya nunca se sentía segura. Aunque se esforzaba por llevar una vida normal, siempre tenía miedo.

La noche anterior, después de una de los imprevisibles e inmotivadas agresiones de Colin, se dio cuenta de que tenía que irse a algún lugar donde él no pudiera encontrarla. Tenía que tomar una decisión y mantenerse firme, recuperar su maltrecha autoestima. Para ella, que había crecido en un hogar lleno de amor, el comportamiento de Colin resultaba incomprensible.

Se habían casado hacía casi un año. La boda había sido un gran acontecimiento social, pero la vida real no podía estar más lejos de la glamurosa imagen pública que proyectaban. La ilusión de estar casada había desaparecido muy pronto. Su matrimonio era una pesadilla. Su sueño de tener un compañero afectuoso, seguridad e hijos, se había venido abajo.

Su flamante y joven esposo, un eminente cirujano cardiovascular, había resultado ser un desequilibrado, aunque nadie que lo conociera como figura pública lo hubiera imaginado. Salvo, quizá, su madre. Laura siempre había sospechado que Sonia Morcombe sabía que su hijo tenía un lado oscuro, pero prefería ignorarlo, lo cual no era difícil: Colin era brillante en todo lo demás, y muy respetado en su profesión.

Pero Colin le había enseñado a temer en lugar de a amar. Por culpa de sus cambios de humor, sus exigencias sexuales y sus constantes humillaciones había dejado de amarlo. También por culpa de él, había perdido a la mayoría de sus amigos, lo que la había ido aislando poco a poco y alejándola de personas en las que confiar que podrían haberla ayudado.

La música se había acabado para ella. Él le había prohibido continuar con sus estudios. Su función como marido era «cuidar» de ella y tomar todas sus decisiones. Inteligente, manipulador, se creía investido de autoridad para gobernar su vida. Ella tenía que depender de él para todo. Vivía para controlarla.

Después de cada ataque de furia, al verla llorar amargamente, insistía en que la quería. Según él, era todo culpa de ella. Su infancia llena de mimos la había convertido en un ser patético. Lo enfermaba oír hablar de lo unida que se sentía a su padre. Eso no podía ser más que una obsesión poco natural.

«La nenita de papá».

A Laura le dolía tanto desprecio, pero no borraba los maravillosos recuerdos que tenía de su padre. Un hombre, que al contrario de Colin, inspiraba amor.

Colin siempre le recordaba que él era importante porque salvaba vidas, mientras que ella lo único que sabía hacer era tocar el piano. ¿Para qué servía eso?

Comparada con él, su educación era muy limitada. Sin sofisticación, incapaz de tener una conversación de cierto nivel… No era más que un bello objeto decorativo adquirido por él.

–Nunca me dejarás, Laura. No sabrías funcionar por ti misma. Me necesitas para sobrevivir.

Ella sabía que eso era una amenaza. Deseaba ser más fuerte, pero tenía muy poca experiencia de la vida.

Había muchas formas de expresar amor, pero empujarla contra la pared o hacerle el amor con tanta violencia que la hacía llorar de dolor no eran manifestaciones de amor.

Hasta aquella noche, Colin siempre había tenido buen cuidado de no dañarle la cara, la cara que «adoraba», como él decía.

Colin era delgado pero fuerte. Medía algo menos de metro ochenta. Ella era menuda, de alrededor de metro sesenta, y había adelgazado mucho por las constantes pérdidas de apetito. Había aprendido de su madre, una mujer hermosa y elegante, a ser una buena cocinera y una buena anfitriona, en definitiva, una buena ama de casa, pero Colin nunca la había valorado por ello. No había forma de darle gusto. Ni siquiera en la cama, lo que no dejaba de ser irónico, pues la buscaba incesantemente. También el sexo era una forma de controlarla.

–Menos mal que eres guapa, Laura, porque eres totalmente inútil en la cama. No tienes ni idea de cómo darle placer a un hombre. Debería leer algún libro al respecto. Pareces una monja frígida.

Y era verdad. Era frígida. Con él. Se sentía totalmente ajena mental y físicamente al acto sexual. No sabía si aquello era parte del matrimonio o una violación. Se sentía humillada, ultrajada y su mente no dejaba de maquinar formas de escapar; aunque vivía con el temor de que él la pudiera encontrar en cualquier parte.

Se habían conocido por casualidad y desde entonces, su vida tranquila y dedicada al estudio había dado un vuelco. Él la había colmado de atenciones: restaurantes selectos, rosas rojas, bombones, champán, libros que quería que ella leyera, y que él mismo no había leído. Había sido tan encantador y atento, era tan guapo y tan culto que su relación avanzó a toda velocidad.

Cuando se dio cuenta de que sólo estaba buscando una persona que llenara el hueco que había dejado en su vida la prematura muerte de su padre, cuando ella tenía diecisiete años, era ya demasiado tarde. Ya había cedido demasiado poder.

Se casó virgen porque quería estar segura de entregarse a alguien que la amara de verdad… Ahora se daba cuenta de que había sido muy inocente.

Ella estudiaba entonces piano. Era una instrumentista motivada y disciplinada. Sus padres siempre se habían sentido orgullosos de ella y de sus logros, y ella se había esforzado para agradecérselo. La muerte de su padre supuso un tremendo golpe para su madre y para ella, que era hija única.

La tragedia la hizo madurar de repente.

Sorprendentemente, su madre aceptó la pérdida mucho antes que Laura. No podía soportar vivir sola, había sido muy feliz en su matrimonio y quería ser feliz de nuevo. Terminó encontrando un hombre bueno y cariñoso y se volvió a casar. No fue una traición a su primer marido, que siempre ocuparía un lugar en su corazón. Simplemente, necesitaba las alegrías que proporciona un matrimonio feliz

La madre se había ido a vivir a un bellísimo rincón de Nueva Zelanda. El matrimonio quería que Laura fuera con ellos, pero ella no quiso interferir. Siempre podría visitarlos.

Laura había terminado sus estudios en el conservatorio y había comenzado su doctorado en música en la universidad. Daba clases particulares para adquirir experiencia y ganarse un dinero extra, aunque su padre le había dejado la vida solucionada.

Conoció a Colin en un concierto de piano de una magnífica pianista extranjera. Colin comentó que ninguna mujer podría aspirar a ser tan buena como un hombre. Eso debería haberle servido de aviso. Debería haber dicho a ese machista que se limitara a hablar de cirugía.

Cosas del destino, los dos fueron solos a ese concierto. Colin se sentó junto a ella sonriente en el intermedio para preguntarle su opinión y la invitó gentilmente a tomar una copa de champán en el vestíbulo.

Era la primera vez que alguien ligaba así con ella, pero todo parecía de lo más respetable, pues se trataba de un prestigioso médico.

Después del concierto fueron a tomar café a un lugar de moda. Ella se abrió con él como nunca lo había hecho con nadie. A sus veintidós años estaba muy sola. Al haber sido una hija única muy mimada por sus padres, su vida entera había sido solitaria.

Se dio cuenta tarde de eso. En aquellos momentos, era muy vulnerable. Echaba de menos a sus padres, y Colin parecía entenderla. Por su relación con su padre, le atraían los hombres mayores. Y además a Colin le encantaba la música.

Pronto se enteró de que Colin había fingido su amor a la música. Sólo fue al concierto porque un amigo le dio la entrada. Era un hombre culto, debió de pensar, e ir a conciertos daba buena imagen.

Su encuentro había sido, según él, cosa del destino. Ella pensó que se refería a que estaban hechos el uno para el otro. Antes de casarse le decía lo hermosa que era constantemente… Aunque lo que tenía en mente era lo fácil que sería controlarla y el placer que supondría atormentarla.

Si no se hubiera casado tan joven… si su padre no hubiera muerto… si su madre no estuviera tan lejos… si… si… si…

Ella no estaba preparada para un compromiso. Era muy inocente. Pero Colin la había conquistado incondicionalmente. Colin tenía pasados los treinta y había decidido que era una buena edad para casarse. Ella era diez años más joven.

Colin consiguió convencerla de que se casaran en sólo tres meses. Los padres de él la aceptaron en apariencia como una hija política adecuada. Alguien a quien él pudiera dominar y moldear a su antojo.

La madre de ella y su marido viajaron desde Nueva Zelanda quince días antes de la boda para conocer al novio. La madre quedó encantada con su futuro yerno. Colin sabía ser encantador. Craig no fue tan expresivo. Se limitó a comentar que era evidente que Colin estaba muy enamorado de su adorable prometida y de su talento.

Tuvieron una boda suntuosa, organizada hasta el último detalle por Sonia Morcombe.

Los abusos empezaron ya en el viaje de novios. Ella se quedó entonces estupefacta. Le parecía que la iba a matar, aunque lo único que él quería era llevarla a la cama.

Que no coqueteara con todos los hombres que se encontrara. Que no fuera provocativa en las conversaciones. Que no sonriera ladeando la cabeza. Las acusaciones eran constantes y su genio estaba siempre a punto de estallar. El pánico e, increíblemente, el remordimiento la abrumaban. ¿Provocaba a los hombres sin darse cuenta?

Ella sabía que resultaba atractiva a los hombres. Era muy guapa, e incluso su amiga Ellie bromeaba con ella sobre su sonrisa.

–Muy sexy, Laura.

Ella no entendía a qué se refería.

Una hora después de consumado el abuso, Colin volvía a ser cordial e incluso cariñoso. Cómo si nada hubiera ocurrido. Parecía mentira que fuera el mismo hombre. Según él, era normal que el marido castigara a su mujer. Para que aprendiera.

Laura se esforzaba por complacerlo, al mismo tiempo que se despreciaba a sí misma por no hacerse valer. ¿Cómo podía decir que la amaba cuando actuaba como si la odiara? No sabía a quién pedir ayuda. Se sentía como una verdadera huérfana, derrotada, deprimida.

De momento no había bebés a la vista.

–Somos felices los dos como estamos.

Lo decía sonriendo radiante. Parecía creerse sus palabras.

Tenía que huir. No podrá permitir que los abusos continuaran. No sería fácil, pero estaba decidida.

Ya una vez lo había intentado, buscando refugio en una amiga, pero Colin consiguió convencerla de que Laura estaba atravesando «una mala racha». Esta vez estaba preparada.

No podía abandonar la casa y alquilar un apartamento, porque él la encontraría y le «enseñaría una lección». Una parte de ella creía que él sería capaz de matarla si le comunicaba su deseo de alejarse de él. Tenía que ir lo bastante lejos, donde él no pudiera encontrarla. Y no había lugar más remoto que el agreste interior de Australia. Conocía el nombre de una mujer que podría quizá ayudarla a superar el miedo paralizante con el que vivía. Una mujer no mucho mayor que ella, muy inteligente y generosa. Era doctora y estaba a cargo del Hospital de Koomera Crossing, en Queensland.

Se llamaba Sarah Dempsey. La había conocido en uno de los muchos actos sociales a los que ella y Colin habían acudido en su papel de pareja perfecta. A Laura le pareció una mujer extraordinariamente fuerte y sensible. El tipo de mujer que podría ayudarla a recuperar su vida. O al menos proporcionarle la protección que tanto necesitaba hasta que se sintiera lo suficientemente fuerte para valerse por sí misma.

Capítulo 1

 

Sarah le proporcionó una lista de casas en alquiler en el pueblo. Sería su propia decisión. La doctora había ido con ella a elegir el coche de segunda mano que conducía. Podría haber comprado uno nuevo, porque llevaba mucho dinero consigo, sacado de su cuenta privada, pero no quería llamar la atención.

Sarah la había ayudado mucho a ser aceptada en el pueblo presentándola como una vieja amiga. En muy pocos días, se había convertido en su amiga y confidente. Laura supo desde el momento en que la vio en el hospital que su decisión de ir a Koomera Crossing había sido acertada. Sólo de hablar con alguien tan cualificado para escuchar se sentía mejor consigo misma.

Estaba más tranquila, pero nunca se libraba de la sensación de estar en peligro. Varias veces al día, imaginaba el rostro de Colin furioso. Sabía que ya la estaría buscando, probablemente mediante una agencia de detectives, pero su huida había sido sorprendentemente hábil. ¿Cómo era posible que hubiera llegado a pensar que era inútil cuando, antes de conocerlo a él, todo el mundo la consideraba brillante? Tal era el doloroso poder destructor del macho dominante.

Con la ayuda de Sarah, estaba dejando de culparse por el fracaso de su matrimonio. Estaba empezando a darse cuenta de cómo Colin había conseguido socavar su autoestima casi por completo. Sarah pensaba que Colin era un sociópata, que se consideraba por encima de las normas sociales, y que era él quien necesitaba ayuda psicológica.

Laura era joven e inexperta. Aún lloraba a su padre, echaba de menos a su madre y no estaba preparada para enfrentarse a un hombre como Colin Morcombe.

Sarah la animaba a que, en cuanto se sintiera más fuerte y segura, hiciera algo para liberarse de sus lazos con Colin, a que se divorciara y rehiciera su vida.

Parecía sencillo, pero para Laura, como para todas las víctimas de abusos, no lo era.

Había dado un primer paso alejándose. Pero ¿por cuánto tiempo? Colin la seguiría. ¿No la había tratado de convencer, casi con éxito, de que no había escapatoria?

En estas cosas pensaba Laura mientras conducía su coche en busca de un lugar para vivir. Koomera Crossing era un pueblo de postal: muy limpio y organizado con pintorescos edificios coloniales, aunque la mayoría de las casas eran humildes para lo que ella estaba acostumbrada.

La casa familiar en la que había crecido era una mansión elegante rodeada de un enorme jardín, un lujoso oasis tropical que era el orgullo de su madre.

Con Colin vivía en un sobrio edificio moderno con vistas del río y de la ciudad. Nunca lo había sentido como su hogar. Lo había diseñado un amigo arquitecto de Colin. Hablaron mucho de espacios limpios y abiertos, del flujo de energía y del proceso creativo, cosas de las que ella no sabía nada. Cuando ella había intentado dar su opinión, los dos hombres la habían ignorado. El cliente era Colin, no su mujer. Las necesidades de ella, calidez, colorido, comodidad, eran superfluas. Lo tradicional fue descartado. Para regocijo de Colin, se diseñó una gigantesca mole blanca. Geométrica y ostentosa.

–Que sea todo blanco –sugirió Colin, como si ella tuviera voz en ese asunto–. Hay que ser más moderno, cariño. Olvídate de ese estilo rancio a Lo que el viento se llevó al que estás acostumbrada. A muchas mujeres les gustaría vivir en un lugar así. Si quieres algo de color, para eso está el acero y el cristal. El cristal tiene un tono verde azulado.

Las casas que veía desde su coche, casas de campo con diminutos porches, hubieran cabido perfectamente en su salón de enormes sofás y pinturas abstractas en carboncillo sobre blanco.

–Desafiante –había dicho Colin, que se creía un experto en arte.

–¿Para qué queremos un salón tan grande? –se atrevió a decir ella.

–Para poder invitar a gente, estúpida. Si es que alguna vez te atreves a hacer de anfitriona.

En realidad nunca recibían visitas.

–Pobrecita mía, vivir así –había dicho su amiga Ellie, echando un rápido vistazo al interior. –Viniendo de donde vienes… debe de ser muy diferente, ¿no?

–Desafiante –dijo riendo, imitando el tono lleno de confianza en sí mismo de Colin.

Sabía que no podía engañar a su amiga. Ellie era muy independiente y segura de sí misma y sabía contestarle a Colin. Fue de las primeras en ser tachada de la lista.

A Laura no le importaba cómo fuera su nueva casa siempre que fuera limpia y segura.

Veinte minutos más tarde, ya había encontrado lo que quería. Una vivienda modesta en una calle diminuta. Era una casa de madera y hierro con un pórtico para protegerla del sol y de la lluvia. Aunque en realidad casi nunca llovía en aquella zona desértica.

La casa estaba pintada de blanco, con persianas amarillas. Estaba rodeada de una verja de madera, cubierta de buganvillas cuajadas de flores, lo que daba al lugar un aspecto acogedor. Los anteriores inquilinos habían plantado en el diminuto jardín margaritas, unas brillantes flores rosas, elegantes lilas y capullos anaranjados y blancos, que se movían al viento.

No tenía garaje. En realidad, la casa entera era más pequeña que el garaje de seis coches de Colin. Ella tenía un Volvo, «un coche seguro para una conductora espantosa».

¿En qué había consistido su matrimonio? ¿Era sexo? Para encontrarla frígida, había pasado mucho tiempo en la cama con ella…

Laura salió del coche con las llaves de la casa en la mano. No se atrevía a desviar la mirada por miedo a que la vigilaran. La casa contigua era una mansión colonial rodeada de palmeras perfectamente cuidadas.

Abrió la verja sin hacer ruido. Miró con sereno placer el jardín, que era ya suyo. Subió las escaleras que conducían al pórtico.

Abrió con la llave la puerta sin dificultad y entró llena de curiosidad, sintiéndose como Alicia en el País de las Maravillas.Un pasillo de suelo encerado unía la puerta principal con la trasera. Avanzó por el pasillo mirando dentro de las habitaciones. Salón a la izquierda, comedor a la derecha. Al otro lado del salón había un dormitorio bastante grande con un cuarto de baño. Al otro lado del comedor, había una pequeña cocina reformada. El cuarto de la lavadora estaba fuera, unido a la casa por un sendero. La luz era tan cegadora que se tuvo que poner las gafas de sol. En la parte trasera de la casa había otro jardín con aún más vegetación. Había espliego por todas partes. Arrancó una ramita y se lo llevó a la nariz.

«Este lugar es solamente mío. Es maravilloso».

Regreso por el sendero y se sentó en una piedra a disfrutar de la libertad y el sosiego que no había conocido en su matrimonio. Los aromas del jardín y aquel sol eran como un bálsamo para su corazón herido. Levantó los brazos hacia el sol.

«Dios mío, ayúdame. No pudo esconderme eternamente»

No había muebles. No necesitaba muchos. Empezó a planear llena de ilusión cómo acondicionar la casa.

También tenía que trabajar en ella misma. Intelectualmente sabía que iba a estar bien. Emocionalmente, temía por su vida. Las estadísticas apoyaban sus temores. Un maltratador es impredecible y peligroso.

«Estoy en medio de ninguna parte», pensó aliviada, «¿quién podría encontrarme aquí, en este vasto paraje, asombrosamente primitivo, que parece no haber cambiado en los últimos miles de años?».

Se había enamorado de aquel pueblo del interior, un pequeño asentamiento en aquel desierto. Más allá de los lindes de la aldea, el agreste campo australiano. Lo que había visto la había hechizado. El feroz tono rojo de la tierra y de las piedras, el indescriptible azul cobalto del cielo raso, los mil tonos de verde de los campos y de las charcas que salpicaban el paisaje.

La sensación de amplitud y libertad empezaban a hacer mella en ella. Estaba menos disgustada, menos timorata. Había dado un gran paso. Un viaje de miles de kilómetros empezaba por un primer paso. Podía ser lo que ella quisiera, empezar de nuevo. Llegaría el día en que se divorciara de Colin, pero primero tenía que cambiar ella. Tenía que aprender a verse como una mujer capaz de sortear dificultades. Tenía que aprender a vivir sin miedos.

Algún día, quizá antes de lo que ella pensaba, sería libre.

Se echó el pelo para atrás y volvió a la casa. Su entusiasmo por cómo decoraría la casa fue creciendo. Estaba exultante. Hacía mucho que no se sentía así.

Sacó una libreta de su bolso y se puso a escribir en ella.

Capítulo 2

 

El ruido de la puerta de un coche al cerrarse lo devolvió a la realidad. Escribir su biografía no estaba resultando tan positivo. Los recuerdos lo hacían sufrir, aunque escribir lo ayudaba a mantener la cordura.

Era Evan Thompson, muy conocido en el pueblo como un hombre misterioso y solitario. Él se reía de esa fama. Thompson no era su verdadero apellido. Llevaba una vida secreta como carpintero, oficio que había aprendido de su padre, que había querido así canalizar las múltiples habilidades del niño.

Su padre, Christian, había muerto en un atentado terrorista en los Balcanes.

En una vida anterior su nombre había sido Evan Kellerman, corresponsal de guerra famoso por arriesgar la vida para conseguir un reportaje fiel a la realidad. Había cubierto la guerra de Bosnia y había permanecido en la zona hasta su desmilitarización.

Sabía contar las historias con algo más que el habitual enfoque político y militar, con las vivencias cotidianas del hombre en un clima de violencia.

El terrorismo se llevó a su padre y a una mujer atractiva pero traicionera que había sido amante de Evan: Monika Reiner. Sin que Evan ni sus socios lo supieran, Monika espiaba para el enemigo. Usando su belleza y sus contactos para infiltrarse en las filas de los que luchaban por la libertad, dejó a su paso un rastro de muerte. Todo por su ambición de dinero y poder. Ella dio el aviso del recorrido que iba a hacer su padre el día en que murió. El sentimiento de culpa estuvo a punto de destruirlo.

Se levantó sobresaltado. Desde la ventana del dormitorio vislumbró a la joven que había salido del coche y que se dirigía a la casa de al lado.

Abrió un poco la cortina para ver el jardín vecino. La mujer caminaba despacio, como flotando en el aire. Su corazón se paralizó y contuvo la respiración.

Se parecía a Monika, elegante y felina. Era muy hermosa. Sus largos cabellos negros flotaban en el viento. Era menuda y delgada, como Monika. Su piel era de un blanco radiante. Evan apretó los puños, se sentía atrapado en el pasado.

Fue a la cocina a prepararse un café bien cargado. En cuanto acabara su libro, intentaría volver a llevar una vida normal. Todo lo normal que fuera posible después del infierno que había vivido.

Sabía que podía retomar su profesión en cuanto quisiera. Las agencias lo llamaban constantemente, pero él no sabía si sería capaz de volver a esa vida, con el ruido de las armas dentro de su cabeza. El inmenso e inmutable campo australiano le había ofrecido la serenidad necesaria para escribir y recuperarse de sus heridas.

Taza en mano, Evan fue al balcón trasero de la casa para seguir observando a la muchacha.

Allí estaba, arrancando una ramita de espliego para olerla. Quiso marcharse de allí, pero no pudo. Parecía tan inocente caminando entre las flores y admirándolas…

Él sabía que la casa vecina se alquilaba, pero no parecía un lugar adecuado para aquella chica sofisticada con ropa de diseño, que parecía tener la palabra «dinero» escrita en la frente. ¿Qué haría allí?

Aún más extraño era el placer que parecía experimentar en aquel jardín trasero. Evan estaba desconcertado. Caminaba despreocupada pero resultaba tan cautivadora como una modelo que estuviera haciendo un posado.

«¿Por qué hago esto?», pensó. Esa belleza era como cebo en el anzuelo. Sin embargo no se movió de donde estaba.

No hubiera sabido explicarlo, pero sentía que había algo perturbador en aquella muchacha. Se lo decía su instinto. Su instinto le había salvado la vida más de una vez, aunque también le había hecho sentir culpable por sobrevivir cuando seres cercanos no lo habían conseguido.

Las mariposas revoloteaban entre los arbustos. Era algo mágico. Ella las miraba como en trance. Sin poder evitarlo, Evan sintió cierta hostilidad hacia la joven. Quizá por su parecido con Monika. Pero aquella mujer era distinta. Seguro que no había sido testigo de nada malo.

Siguió observándola mientras se sentaba en el banco de piedra y levantaba los brazos hacia el sol. Era grácil como una bailarina. Se le ocurrió que era posible que se hubiera dado cuenta de que tenía público, pero era imposible. No podía creer lo que estaba haciendo. Espiando a una desconocida no era propio de él, solía mantenerse aislado de los demás.

Excepto por Harriet Crompton, la maestra del pueblo y todo un personaje. Harriet se había ganado su simpatía, hasta el punto de convencerlo de formar un cuarteto musical bastante bueno en el pueblo. Él tocaba el violonchelo y Harriet la viola.

Su madre, que era concertista, le había enseñado a tocar el piano, pero él se decantó desde pequeño por el chelo. Aunque nunca se había dedicado de lleno a la música, había conseguido un cierto dominio del instrumento. Como decía su madre, era cosa de familia.

La joven había entrado en la casa hacía diez minutos y no salía. Sabía que la casa no tenía muebles. Volvió a su escritorio, pero algo inexplicable lo empujó a ir a la casa de al lado a hacer un par de preguntas a esa chica. Algo le decía que esa chica traería problemas. O los tenía.

Siguió su instinto y fue hasta la casa. La puerta estaba abierta, pero tocó para que ella acudiera. Apoyó la mano temblorosa en la jamba de la puerta. Él esperaba que una pareja tranquila alquilara la casa, no aquella joven inquietante. No era el lugar ni el momento oportuno. ¿Sería el destino?

Oyó sus pasos acercándose. Apareció en la puerta con una media sonrisa, como si esperara a alguien. Sus relucientes ojos verdes irradiaban algo que él enseguida identificó como pánico. ¿Por qué estaría tan nerviosa? Él no era tan imponente. Aunque le habían dicho muchas veces que sí lo era.

Estuvo a punto de dar su verdadero nombre, pero no se movió, quería que primero ella se tranquilizara. No se le había ocurrido pensar que la iba a asustar, pero así había sido.

–Evan Thompson. Vivo al lado, en la casa colonial.

–Laura… Graham –respondió ella dubitativa.

Evan se dio cuenta inmediatamente de que ella también le había dado un nombre falso.

Laura se dio cuenta inmediatamente de que éste era el solitario de quien Harriet le había hablado.

–Disculpe que la haya asustado.

Sonó demasiado formal, pero es que no podía apartar de ella la mirada. Sólo se parecía a Monika en los cabellos oscuros y la piel blanquísima. Pero Monika nunca parecía asustada, ni siquiera cuando estaba rodeada de los camaradas de la gente a la que había traicionado.

–Es que no esperaba a nadie –dijo Laura por fin, consciente del escrutinio al que estaba siendo sometida.

–Si quiere, me voy.

–¡Oh no! Perdone que parezca tan nerviosa.

–Me preguntó por qué. Yo no le doy miedo, ¿verdad?

Harriet lo había descrito muy bien. Cerca de los cuarenta, voz profunda, tremendamente atractivo aunque melancólico. Espeso cabello oscuro, ojos también oscuros, alto, de complexión fuerte. Le pareció que mostraba cierta hostilidad hacia ella.

–En absoluto –contestó ruborizándose y tratando de ocultar su nerviosismo–. Pensé que era otra persona.

–¿Le gusta la casa?

–Mucho –dijo ya más tranquila.

–¿Piensa alquilarla?

–¿No quiere que la alquile? –dijo leyéndole el pensamiento.

–Al contrario. No me importa quién se mude aquí, siempre que haya tranquilidad. ¿Me permite preguntarle si vivirá sola?

Laura lo miró atentamente, intentando buscar una respuesta. Su presencia era imponente pero no amenazante. Duro, con experiencia, pero no era de los que levantaba la mano a una mujer. Seguro que le parecía algo repulsivo.

–No es ningún crimen, ¿verdad?

–Sí, si pone música pop muy alta –dijo con una sonrisa que iluminó el recibidor.

–No sé mucho de música pop –confesó sonriente–. Soy pianista, pero no tengo piano. Seguro que lo agradecerá.

–No lo crea. Yo crecí en un ambiente musical. Mi madre es violonchelista.

–¿Es conocida?

–Supongo que sí.

–Yo quise ser pianista.

–¿Y qué pasó?

–No salió bien. Por cierto –dijo para cambiar de tema–, soy amiga de Sarah Dempsey.

–Una mujer muy bella, y una gran doctora. Este pueblo tiene suerte de tenerla. La conocí en su fiesta de compromiso. Conozco más a su prometido, Kyall McQueen. Una pareja extraordinaria. ¿Se conocen de la escuela? No sé por qué he dicho eso. Usted es bastante más joven…

–La edad no es cuestión de años cumplidos. Se siente en el interior.

–¿Sí? ¿Y qué siente usted en su interior?

–Que me están interrogando tranquilamente.

–«Interrogar» y «tranquilamente» son conceptos que se excluyen mutuamente.

–¡Vaya! ¿Ha estado usted en el ejercito? ¿O en el Servicio Secreto?

Lo decía en broma, pero su presencia era la de un soldado en alerta.

–¿Por qué se le ha ocurrido eso? –preguntó desconcertado.

–¿Tengo razón?

–No podría estar más equivocada. Soy un humilde carpintero.

–Usted no se considera humilde.

–Dígame entonces quién soy.

–Una víctima de alguna batalla.

¡Dios mío! ¿Había dicho eso realmente?

–Señora Graham, me ha descubierto.

De repente, se estaba estableciendo cierta intimidad entre ellos.

–Si cree que sabe algo sobre mí, permítame preguntarle si ha venido a este desierto a empezar una nueva vida –dijo con un tono falsamente neutro.

–Lo he enojado.

–No, sólo le devuelvo el desafío.

Aquella mujer había sabido atravesar barreras con facilidad asombrosa. Poca gente sabía hacerlo.

–No lo molestaré, señor Thompson, si eso es lo que lo preocupa.

–No parece del tipo de mujer que moleste a los hombres. Perdóneme. Estoy seguro de que seremos buenos vecinos. Siempre que nos limitemos a darnos los buenos días por encima de la verja. Además, este no parece el tipo del lugar al que usted está acostumbrada.

–No menos que usted y su casa colonial. Estaba haciendo una lista con los muebles que necesitaré cuando usted llamó.

–Hay una tienda de muebles de segunda mano en la calle principal. La casa tiene una estructura sólida, pero necesitará encender la chimenea de vez en cuando. Las noches en el desierto pueden ser muy frías. ¿Nadie la echará de menos?

–Mi vida puede esperar –dijo decidida–. ¿Y usted? ¿No tiene una historia que contar?

–¿Es usted vidente? –dijo con aspereza–. Tiene ojos de bruja. Aunque a lo mejor es sólo una niña mimada que se ha fugado de casa.

–Si lo fuera –dijo ella palideciendo–, ¿me protegería?

Evan se quedó callado, consciente de la confianza que se iba estableciendo entre ambos.

–Lo veremos cuando llegue el momento. No debe tener miedo de mí, señorita Graham. No sé quién es usted, pero sé que corre algún riesgo.

–¿Es usted brujo también?

–Puede que seamos iguales en eso. Ocultamos algo. No le diremos nada a nadie.

–No tengo ni idea de cómo hemos empezado esta conversación –dijo ella sinceramente sorprendida.

–Yo sí –dijo él amablemente–. A veces, la gente encuentra atajos para conocerse.

–A mí me parece muy raro, de todas formas.

–No tenga miedo. La verdad es que cuando la vi antes en el jardín, usted no parecía saber lo que era el miedo. Parecía tan inocente…

–¿Qué lo ha hecho cambiar de opinión?

–Hay demasiada intensidad en usted. Lo veo en sus ojos.

–Así que en realidad es usted psiquiatra –dijo ocultando con humor su turbación–. ¿Un escritor serio? ¿Un premiado periodista? Usted también transmite intensidad.

–Ésa es una de las cosas que debo ocultar.

–Nos hemos revelado muchas cosas esta noche.

–Es cierto. No estoy acostumbrado a conocer jovencitas tan perceptivas. Resulta enigmática. Es usted demasiado joven para tener tanta experiencia. ¿Qué años puede tener? ¿Veintiuno? ¿Veintidós?

La mirada de Evan descendió por aquel cuerpo esbelto. Laura llevaba una falda blanca de algodón y una ligera camisa mezcla de algodón y encaje. Refinada. Virginal.

–Más bien veintitrés.

–Una niña.

–No creo –dijo apretando los puños. Era lo bastante adulta para haber vivido experiencias terribles.

–¿Sabe lo que es el dolor? –preguntó él, dándose cuenta de su reacción.

–Mucha gente experimenta dolor. A lo mejor el mío es diferente del suyo. ¿Cuál es su caso?

–Señorita Graham, tendré que conocerla mucho mejor antes de hablar de ello –contestó él sarcásticamente–. Además, estoy seguro de que usted tampoco está dispuesta a contarme su historia.

–¿Reportero de investigación? Algo me dice que debería conocerlo.

Su presencia era demasiado imponente para ser una persona normal.

–No, no me conoce –repuso rápidamente–. De todas formas, no somos enemigos, ¿verdad?

–Espero que no, señor Thompson. Me sentiré mucho más segura teniéndolo cerca.

–Me sorprende usted.

–Es usted quien me sorprende –respondió ella con ironía–. Sólo esperaba una breve presentación. ¿Siempre es así con los desconocidos?

–Usted no es una desconocida –repuso él encogiéndose de hombros desdeñoso–. Yo tampoco contaba con que usted me gustara.

–Así que no me equivoqué. Venía usted con cierta hostilidad.

–Es posible. Por un momento, me recordó a una persona.

–¿Alguien que ha salido de su vida? –su sonrisa se desvaneció al ver su expresión.

–Efectivamente. Pero, aparte de unas pocas coincidencias, no se parecen en nada.

–Me alegro de oírlo. Me tenía preocupada, hasta que ha sonreído.

–¿Una sonrisa le basta?

–Sí –dijo ella casi aliviada.

A Laura le parecía que aquel hombre tan corpulento llenaba el espacio a su alrededor. A Colin, con su imperiosa necesidad de ser el macho dominante, le faltaba la presencia que tenía aquel hombre, a pesar de su arrogancia y atractivo masculino.

–Tengo un par de horas libres –dijo él casi sin darse cuenta–. ¿Quiere que la ayude a elegir muebles?

–¿Quiere eso decir que me acepta como vecina? –preguntó ella radiante.

–Acepto el hecho de que es usted una persona muy vulnerable.

–¿Está acostumbrado a personas vulnerables?

–Ni soy médico, ni psiquiatra ni científico aeroespacial, pero sé lo que es el dolor. ¿Le apetece almorzar? Podemos ir a ver muebles después.

¡Vaya con el solitario de Evan Thompson!

–Sólo intenta ser amable, ¿verdad?

A él le importaba la gente. Igual que a ella.

–La amabilidad no tiene nada que ver. Simplemente tengo hambre.

–De acuerdo, me encantaría. ¿Por qué no me llama Laura? –añadió, con una sonrisa que hubiera enfurecido a Colin.

–Muy bien, pero entonces tú me llamarás Evan –contestó él embelesado extendiendo la mano. Laura le dio la suya después de titubear unos instantes.

Era firme, pero cálida. La mano de Laura se perdió en la enormidad de la de Evan.

–No ha estado tan mal, ¿no? –preguntó él inquisitivo–. ¿No pensarías que te iba a aplastar los dedos? Tienes unas manos delicadas pero fuertes –añadió después de examinarlas un rato–. ¿Eras buena pianista?

–Eso decían.

–¿Estudios de conservatorio?

–Sí, los completé –respondió con los nervios a flor de piel–. Incluso empecé mi doctorado.

–¿Y qué pasó?

–La vida.

–¿Una historia de amor desgraciada?

–Terriblemente desgraciada –contestó abrumada–. Pero no pienso contarte más.

–Hay cosas peores que una historia de amor desgraciada.

Capítulo 3

 

Era día de mercado en el pueblo. Los puestos callejeros vendían su mercancía: frutas y verduras de todo tipo, encurtidos, pasteles y tartas caseras, y también artesanía. Las dos cafeterías del pueblo, una con cortinas jaspeadas en rojo, la otra con una llena de volantes rosas y blancos, estaban a rebosar de gente.

–¿Te apetece que compremos unos emparedados y hagamos un picnic en el parque? –sugirió Evan mirándola.

Ni siquiera le llegaba a los hombros. Más bien al corazón. Era tan menuda que le daba la impresión de que podría agarrarla y metérsela en un bolsillo.

–¿Por qué no? –sonrió ella–. Koomera Crossing es tan bonito… No esperaba que fuera un lugar tan pintoresco y lleno de paz. El aire es tan puro que desentumece el corazón.

–¿Tenías el corazón entumecido? –preguntó él mirándola con profundidad.

–Digamos que me siento muy cómoda y relajada –dijo ella desviando la mirada hacia el parque lleno de niños pequeños jugando con los balones que les había tocado en las rifas–. Esos árboles nos protegerán del sol mientras comemos.

–Vamos a dar que hablar a la gente –dijo él divertido.

Había notado que la gente murmuraba a su paso.

–Conoces esta ciudad mejor que yo –dijo, feliz de que la gente los saludara–. No quiero causarte algo que no te guste.

–¿Qué importancia tiene?

–A veces es difícil dar gusto a la gente –se limitó a decir ella.

–¿Como a tu novio?

Acostumbrado a la guerra y a sortear las balas, ella le parecía tan joven e inocente…

–Habíamos quedado en no hablar de eso.

–Tienes razón. Quédate aquí disfrutando del sol mientras voy por los emparedados y el café. ¿Solo o con leche?

–Capuccino, si tienen.

–Mira, aquí hay capuccinos, vieneses, expressos, dobles, cortados…

–Perdona, ya veo que hay de todo en el pueblo –interrumpió ella sonriendo.

Era un auténtico placer sentirse tan a gusto con un hombre.

–No tardo –dijo Evan alejándose.

Vislumbró a la chismosa Ruby Hall observándolos con la nariz pegada a la ventana de la tienda. Evan la saludó con la mano e, inmediatamente, ella despegó la cara del cristal.

La tienda había sido de la doctora Dempsey y de su madre viuda. Sarah ayudó a regentarla hasta que se fue a ejercer la medicina. Ruby empezó entonces a trabajar allí, y tenía por costumbre importunar a la gente con preguntas chismosas. Y lo que no averiguaba se lo inventaba.

Evan había asistido al entierro de la señora Dempsey, como casi todo el pueblo. Poco después Sarah ocupó el puesto del director del hospital, Joe Randall, miembro de una de las más antiguas familias de terratenientes de la zona.

 

 

Se sentaron en sillas de madera a la sombra de los árboles cuajados de orquídeas y de los alcornoques.

–Tus ojos son del mismo color que este arroyo –dijo él con naturalidad–, de un verde radiante.

¡Qué voz tan profunda! Cálida y masculina. Le pareció notar un cierto acento extranjero.

–Es precioso. Y los emparedados están deliciosos. Pan reciente, mucho jamón, lechuga y mostaza casera. Es perfecto.

Se sentía segura con aquel desconocido.

–No te olvides de tu capuccino. Ni de los pasteles.

–¿Uno para cada uno?

–Los dos para ti. Estás muy delgada.

Laura se sentía cautivada por el sol, el agua, el canto de las urracas, los gritos de los niños y aquel hombre fascinante que parecía entender sus pensamientos más ocultos.

–¿Qué tienes pensado hacer contigo misma mientras estés aquí?

–¿Hacer conmigo? –repitió sorprendida–. No lo había pensado. Estar aquí es ya suficiente. Sarah ha sido fantástica. He estado viviendo en su casa hasta que encontré un sitio para mí.

–¿En la casa encantada? ¡Qué afortunada! –dijo Evan riendo.

–Sí, ya me enteré, a los diez segundos de llegar aquí. Pero los fantasmas no me asustan tanto como la gente de verdad.

Él la miró fijamente. A su bello y bronceado rostro sólo le faltaba un pendiente para parecer el de un pirata.

–A ver si lo entiendo. ¿Tu novio te asustaba?

Era evidente que ni se le ocurría imaginar que estuviera casada. Debía de parecerle demasiado joven e inexperta.

–¡Diantre! Yo no he dicho eso.

–¿Diantre? Hacía siglos que no oía esa expresión.

–Mi padre la usaba –su mirada se nubló–. Murió en un accidente de coche. Yo lo adoraba.

Evan asintió con la cabeza. Se sentía identificado en su dolor.

–Yo también echo mucho de menos a mi padre –explicó él fijando su mirada en los pájaros que jugaban en las ramas de los árboles–. Estábamos muy unidos.

–¿También murió? –preguntó ella dulcemente.

–En accidente de coche –mintió él.

–¿Eres hijo único?

Laura trató de imaginarlo de niño, pero no pudo. Era demasiado adulto y grande. A su lado se sentía como una muñeca.

–¿Igual que tú? Continúa con la investigación. Estoy acostumbrada a que me examinen.

–¿Quién? ¿Las mujeres del pueblo? –preguntó ella ruborizándose.

–Las mujeres siempre buscan pareja –contestó él esbozando una sonrisa.

–Y tú no necesitas una.

¡Parecía tan independiente!

–Claro que sí. Pero antes tengo que poner orden en mi vida.

–¿Has tenido malas experiencias?

–No quiero hablar de eso, Laura.

–No estoy conociendo demasiadas cosas de ti.

–Yo tampoco. Pero eres tan lista que me extraña que no me leas la mente.

–Hago lo que puedo. ¿Te gusta la música? ¿O sólo lo finges? No, tú no harías eso.

–Nunca mentiría en algo así.

–¿Y en otras cosas?

–Todos tenemos secretos, Laura. Algunos son verdaderas pesadillas.

Laura cerró los ojos y se llevó la mano al pecho.

–¿Por qué has hecho eso? –preguntó él sorprendido.

–No lo sé. Un acto reflejo. No soy una persona valiente. A veces siento pánico.

–Eres como yo. Estamos en un punto en nuestras vidas en el que necesitamos este campo abierto para respirar. Hablando de música, Harriet Crompton, la maestra…

–La conozco. Sarah nos presentó. Es todo un personaje.

–Sí –asintió divertido–. Harriet me ha convencido de formar parte de la orquesta del pueblo. También toco el violonchelo en el cuarteto de cuerda.

–¿De verdad? Ya me parecía a mí que te parecías a Beethoven… No, en serio. Me parece genial. Lo que pasa es que pareces más un hombre de acción…

–No dejas de hacer conjeturas. Ya te he dicho que soy carpintero. Si quieres te hago algo. Una silla. Una mesa. O un joyero. ¿Has traído las perlas y los diamantes? Seguro que tienes algunos.

–¿Por qué dices eso? –preguntó Laura con voz temblorosa.

–No sé de dónde vienes, Laura. Pero pobre no eres.

–Resulta extraño que hablemos con tanta franqueza, ¿no? –dijo ella ocultando el rostro detrás de su cabello–. Apenas hace una hora que nos conocemos.

–No te extrañe. La verdad es que la gente siempre viene a mí con sus problemas.

–Yo no te he contado los míos.

–Un poco sí. Está claro que no sabes elegir a tus novios. ¿Por qué huyes? ¿Es de los que no acepta un «no» por respuesta?

–Cambiemos de tema, por favor –suplicó ella.

–Está bien. No estás a dieta, ¿verdad?

–¡Dios mío! Pero si me comí los emparedados.

–Pues ahora cómete los pasteles. He pagado por ellos y no pienso tirarlos.

–Está bien –dijo tomando uno de los pasteles–. Parece que ya has encontrado tu papel –añadió maliciosamente.

–¿El de hermano mayor? Me siento como un viejo a tu lado.

–¿A los treinta y siete, treinta y ocho años?

–Hace mucho que dejé de ser joven. Creo que deberíamos ir al mercadillo de muebles. También tienen cosas nuevas. ¿Cómo vas a pagar? Tengo ganas de ver si el nombre de tu tarjeta coincide con el que me diste –añadió divertido.

–Pienso pagar en efectivo.

–¿Llevas todo tu dinero en efectivo? –preguntó perplejo–. Sabes que los bancos no pueden proporcionarle a nadie información privada, ¿verdad?

–La gente puede averiguar cualquier cosa si se lo propone. No debes preocuparte por mí, hermano mayor.

–Sí que debo. Al fin y al cabo eres mi vecina.

–Y eso me hace sentir mejor.

No se sentía tan segura desde que perdiera a otro hombre fuerte, lleno de fuerza y bondad: su padre.

 

 

Elegir los muebles resultó muy divertido. Recorrieron el enorme almacén buscando lo que iba en cada sitio.

–¿Busca casa, señorita? –preguntó el dependiente, que constantemente se interponía entre Laura y el mueble que querían ver.

–La señorita ha alquilado la casa de los Lawson –intervino Evan–. No hace falta que nos enseñes nada, Zack. Te llamaremos cuando veamos algo.

–Tengo gente que quiere tus sillones. Todo un éxito. Tienes talento, Evan. Creo que podría vender cualquiera de las cosas que haces. A la gente de aquí le encantan tus diseños. Si subieras el precio, la gente seguiría pagando.

–Muchas gracias, Zack, lo pensaré.

–Somos socios, ¿no? Tú lo haces, y yo lo vendo. A la gente le encantan tus baúles. Tessy Mathews me compró uno para su boda.

–¡Qué bien! Si hubiera sabido que era para su boda, se lo hubiera regalado.

–La gente no valora lo que se le da gratis.

–Eres muy listo, Zack –rió Evan guiando a Laura hacia la sección de segunda mano.

–Te llevas bien con la gente, ¿no?

–¿Por qué no? Siempre he sabido tratar con todo tipo de personas.

A su mente acudieron imágenes de hombres armados a los que había entrevistado. Patriotas algunos. Otros, simples chiflados.

–Pero tienes fama de solitario. Y debe de ser difícil mantener esa fama, con todas las mujeres del pueblo tratando de sacarte de tu soledad.

–¿Quién te ha dicho eso?

–Lo he visto yo. En la mirada de la gente en el mercado. Y Harriet también lo mencionó.

–Harriet es como esa tía seria que todo el mundo tiene. ¿Así que ella te dijo que las mujeres se morían por mi compañía?

–Me gusta estar contigo. Eres tan bondadoso…

–Maldita sea, ni que fuera tu padrino. ¿La bondad es lo único que valoras en un hombre?

–Toda mujer quiere a un hombre que sea bondadoso con ella y con sus hijos.

–Y tu novio no respondía a esas expectativas.

–Así es –asintió ella apesadumbrada.

–Pero lo echas de menos.

–Contéstame una cosa –contraatacó Laura–. No se lo diré a nadie. ¿Estás casado?

–No, nunca lo he estado –contestó Evan mirándola fijamente.

–¿Y eso?

–Durante muchos años viví sin saber dónde iba a estar al día siguiente. Siempre viajando.

–¿De carpintero? –observó ella escéptica.

–Cuando tenía tiempo.

–¿Lo echas de menos?

–¿El qué? –preguntó mirando distraídamente un escritorio.

–Lo que hacías. No soy tan inocente, sé que te viste en situaciones de peligro.

–Vaya, estropeaste mi tapadera.

–No piensas vivir aquí siempre, ¿verdad? –dijo ella consciente de lo atraída que se sentía hacia él.

–Lo mismo que tú. La verdad es que me sorprende que hayas llegado a un lugar tan remoto.

–Me encanta –dijo ella ensoñadora–. Los espacios abiertos, la libertad… he decidido caminar por todo el Desierto Simpson. Con unos camellos, como aquella escritora.

–Robyn Davidson en Tracks.

–Eres muy culto, ¿no? ¿Eres escritor?

–Dejemos las cosas claras. Soy carpintero.

Laura pensó por su mirada que iba desencaminada. Temió haberse sobrepasado.

–Perdona, no quería ser entrometida –dijo ella palideciendo–. Era broma…

–¡Oye! –dijo él dándose cuenta de su reacción–. Perdona si he sido demasiado brusco. ¿Quién te ha hecho daño, Laura?

–¿Por qué lo quieres saber? De verdad, todo va bien.

–Claro, por eso te has puesto a temblar. Quedaría entre nosotros. Así podría ser tu guardián para que ese novio tuyo no te localizara. Totalmente gratis. Bueno, en todo caso podrías invitarme a cenar. ¿Sabes cocinar?

–Antes creía que sí. Ahora no lo sé.

–También tu autoestima ha sufrido.

–¿Por qué lo dices?

–Está tan claro como si hubiera aparecido en la primera plana de los periódicos.

–Lo estás haciendo otra vez –dijo mirándolo con curiosidad–. Eres reportero. Un corresponsal en el extranjero. Y hay algo más.

–Dime el qué.

–A lo mejor no es el mejor momento, ahora que estás ayudándome a elegir muebles.

–Dispara. No te lo tendré en cuenta.

–Está bien –un escalofrío le recorrió la espalda–. Tengo la impresión de haberte visto antes. ¿Llevabas barba?

–Cualquier hombre se ha dejado alguna vez barba, aunque sea de dos días.

–No, yo digo barba poblada con bigote.

–Cielo, eso lleva años.

–Es que no dejo de imaginarte con barba. ¿En la portada de un libro?

–Frío, frío.

En realidad, había publicado un libro sobre su viaje a la Antártida. Con una foto suya con barba… en la contraportada.

–Era simple curiosidad –dijo sentándose en un sillón granate que había sacado él para ella.

–Y yo que pensaba que no eras nada más que una cara bonita.

«Si llevara las cicatrices de mis heridas en la cara, sería horrible».

Él la miró así sentada y sonrió.

–Eres muy inteligente. Cuando tengas más años y más seguridad, serás un peligro. Ya lo hemos visto todo –añadió señalando el último pasillo–. ¿Qué te parece?

–Me gusta este sillón. Es muy cómodo. Y también aquella mesa. ¿Es cedro?

–Sí. Quedará muy bien.

–¿Piensas hacerle algo?

–Si tengo tiempo. ¿Qué más?

–El dormitorio, aunque es un poco caro. Las sillas no me gustan. Son demasiado funcionales.

–¿Tu novio y tú hablabais ya de muebles?

–¿Cómo sabes que no estoy casada? –preguntó encantada de tener su atención.

–No sé. Pareces tan inocente…

–No lo soy. Quizá esté representando un papel.

Él se quedó en silencio unos instantes, reflexionando sobre sus palabras.

–No creo. Creo que eres una jovencita a la que han adorado toda su vida y que ahora se ve en una situación difícil a la que no sabe enfrentarse, pero de la que quiere salir con todas sus fuerzas. ¿Tu novio quería dominarte?

–Completamente –contestó Laura temblando.

–Así no se puede ser feliz. Por eso estás a gusto conmigo.

–Sí –dijo ella ruborizándose.

–Te atraen los hombres mayores porque adorabas a tu padre.

–Otra vez sí. Además de ser amable y encantador, tienes sentido del humor. Espero que podamos ser amigos.

–¿Sólo esperas? Está decidido. Yo seré el hermano mayor y tú, Laura, la vecina. Ése es el primer paso para ser grandes amigos. Los dos vivimos a la defensiva. Y sillas, tengo dos en casa que te irían muy bien.

–¿Las has hecho tú?

–Sí.

–Es todo un honor. Me han dicho que no resultas muy caro.

–Laura, son un regalo de bienvenida a tu nueva casa.

–¡Oh! No puedo aceptarlo –dijo conmovida por su generosidad.

–Claro que puedes. ¿Cuándo piensas mudarte?

–Mañana mismo, si es posible.

–Claro que es posible. Yo te ayudaré.

–¿Por qué eres tan bueno conmigo? –su corazón le latía a toda velocidad.

–Me gusta echar una mano. Además, lo he pasado muy bien. Estaba empezando a aburrirme aquí –dijo con una sonrisa irresistible.

–Muchas gracias.

Sin poderlo evitar, Evan le acarició la mejilla con el dorso de la mano. Se miraron a los ojos. Parecía que el aire entre ellos iba a estallar.

–Necesitarás cazuelas y platos, aunque no parece que comas mucho.

–No pienses que tengo algún trastorno alimenticio.

–¿Entonces porque estás tan flaca?

–No lo sé –dijo ella de nuevo en tensión–.Trataré de arreglarlo.

–Buena chica.

Se dirigieron juntos a la caja. Laura estaba segura de que antes de llegar a Koomera Crossing, ese hombre que tanto la atraía había vivido en un ambiente muy diferente, de mucha acción y descargas de adrenalina. Posiblemente poniendo en peligro su vida.

¿Quién era Evan? Alguien que la entendería amablemente si supiera la verdad. Aunque a lo mejor la despreciaba por haberse dejado pisotear por el enemigo.

 

 

Al día siguiente, Laura cenó con Sarah. Laura preparó pollo con jengibre y anacardos con guarnición de fideos chinos y brécol.

–Mmm, está delicioso. Te voy a echar de menos, Laura. Deberías hablar con Harriet. Está pensando en abrir un restaurante aquí en el pueblo. No hay ninguno en Koomera, y a ella le encanta cocinar. Tiene recetas de todo el mundo

–¡Qué emocionante! Empezar una nueva profesión…

–¿Qué piensas hacer tú aquí durante tu estancia?

–Evan me preguntó lo mismo.

–¿Y qué le dijiste?

–Que no lo he pensado. No le he dicho que estoy casada. No pude. ¿He hecho mal?

–Tienes una mirada tan…

–¿Inocente? –terminó Laura suspirando.

–Nadie podría imaginar por lo que has pasado. No me extraña que Evan no se imaginara que estabas casada. Sacaste su lado protector.

–Debes de tener razón. Yo me imaginaba a alguien más distante.

–Y lo es a veces. Ha decepcionado a muchas mujeres por aquí. Y no sonríe casi nunca, lo que es una pena porque…

–Porque cuando lo hace parece que el sol acaba de salir.

–Me alegro de que os llevéis tan bien. Me gusta que Evan Thompson sea tu vecino. Te sentirás más protegida…

–No creo que sea su verdadero nombre. ¿Y tú?

–Se han especulado muchas cosas acerca de Evan. Evidentemente, no es un simple carpintero, como él dice, aunque hace cosas muy bonitas…

–Me ha prometido dos sillas.

–¡Vaya, vaya! Ha debido de tratarte muy bien. Pareces muy relajada.

–Es verdad –dijo Laura con suavidad.

–Eso está bien. Cuando te sientas más fuerte, podrás hacer frente al problema de Colin. No será fácil.

–No. Un año de crueldad me ha dejado llena de dudas y temores.

–Tienes amigos –dijo Sarah tomándola de la mano–. Hay formas de protegerte. Y tienes a Evan. Colin tendría que ser muy valiente para meterse con él.

–¿Y si se entera de que tengo un marido violento?

Sarah la miró comprensiva. Conocía las terribles secuelas psicológicas que sufrían las víctimas de maltratos.

–Colin ya me debe de andar buscando –continuó Laura. Pensará que me he ido a Nueva Zelanda, ya habrá contactado con mi madre para preguntarle dónde estoy.

–¿Sabe tu madre dónde estás? –preguntó Sarah

–No. Es mejor para ella no saberlo. Le escribí una carta antes de desaparecer tratando de explicarle lo infeliz que era, pero no le conté lo cruel que es Colin. Me daba vergüenza.

–Es una reacción normal.

–Tendría que haberme ido mucho antes. Aguanté un año entero de miedo y humillaciones. Tú nunca lo hubieras consentido, Sarah.

El semblante de Sarah mudó de color.

–No soy la mujer fuerte que tú crees, Laura. Soy tan vulnerable como cualquiera. Es cierto que soy buena en mi profesión, pero en mi vida personal he cometido muchos errores. Hay muchos problemas sin resolver en mi vida.

Sarah era una bella mujer rubia de ojos oscuros. No presentaba signos de debilidad. Parecía fuerte y en control de su vida. Laura la envidiaba.

–Tú no habrías permitido que un hombre abusara física y sexualmente de ti. Tienes una seguridad en ti misma de la que yo carezco.

–¡Eres tan joven, Laura! Los maltratadores como Colin saben elegir sus víctimas. Tú eras especialmente vulnerable. En un momento en el que necesitabas apoyo emocional tras la muerte de tu padre y el matrimonio de tu madre, él te aisló de todos tus amigos. ¡Qué hombre tan cruel! –suspiró–. Nunca sospeché, en las veces en las que coincidí con vosotros en recepciones, que fuera violento contigo. Daba la impresión de que te adoraba.

–Engañó hasta a mi madre. Ahora ella no sabrá qué pensar, con las mentiras que le habrá contado Colin. Es todo un manipulador. Puede ser muy convincente, ya lo sabes.

–Lo sé Laura. Viniendo de un hogar estable y feliz, no estabas preparada para reaccionar a un comportamiento aberrante como el de Colin. Pero yo también sé lo que es la humillación y la impotencia. Algún día te lo contaré. Por ahora, bastante tienes con lo tuyo.

Capítulo 4

 

El camión con los muebles llegó a media mañana.

–Cuidado, Snowy –advirtió Zack a su ayudante, que intentaba hacer pasar el sofá por el hueco de la puerta.

–No cabe, Zack. La estúpida puerta es demasiado estrecha.

–Cuida tu modales, hijo –dijo Zack mirando el inocente rostro de Laura.

–Perdone, señorita.

–Déjalo en el suelo un momento –ordenó Zack irritado. Snowy, que era el sobrino de su mujer, tenía cierta tendencia a romper cosas.

–¿Algún problema? –intervino Evan, apareciendo en el balcón de su casa.

–Algo por el estilo –dijo Zack con sarcasmo.

–Esperad un momento, ahora bajo.

–Gracias, amigo –dijo Zack aliviado.

Evan terminó en el teléfono una conversación con su agente, que estaba ansioso por sacar su libro al mercado y acudió a la casa vecina.

Laura estaba de pie en el porche con un veraniego vestido amarillo. Llevaba su sedoso cabello recogido en una coleta, dejando al descubierto unas orejas exquisitas, y un elegante cuello.

–Buenos días.

En sólo día y medio se había enamorado de aquella joven belleza. Era su gran defecto. Era tremendamente sensible a la belleza.

–Buenos días, Evan –respondió ella con una alegría tal que conmovió su endurecido corazón.

–Perdón por la espera, tenía una llamada. ¿Cuál es el problema?

–Snowy es incapaz de pasar el mueble por la puerta –dijo Zack frustrado.

–De verdad que no cabe –dijo Snowy dejándose caer en una silla

–¿Me ayudas a agarrarlo de ese extremo, Evan? –pidió Zack malhumorado.

–Yo no quería trabajar en esto –se disculpó Snowy–. Se lo dije a mi madre, pero dijo que era un zángano.

–¿Y no lo eres? –rió Evan.

–Anda, haz algo útil –dijo Zack–. Ve trayendo las cosas pequeñas.

–Yo te ayudo –dijo Laura sintiendo compasión por el muchacho.

–No se preocupe, señorita. No quiero que haga nada. Usted ha pagado este servicio.

 

 

–Has conquistado a Snowy –dijo Evan media hora más tarde, cuando el camión se alejaba–. Creo que se ha enamorado de ti.

–Creo que tienes razón. No parece muy adecuado para este trabajo.

–Ha causado ya unos cuantos desperfectos –rió Evan–. Pero es muy bueno con los caballos y él dice que le encantaría un trabajo al aire libre. Tendré que hablarle de él a Mitch Claydon. Es el dueño de la ganadería de Marjimba. Vacas. Los McQueen, sin embargo, se han dedicado siempre a las ovejas, aunque, en la actualidad, Wunnamurra es sólo una pequeña parte de sus negocios. Sarah te habrá hablado de ellos, ¿no?

–No mucho –contestó Laura colocando los cojines en el sofá a modo de prueba–. A Kyall lo he visto un par de veces. ¡Qué buena pareja hacen! Pero por algunos comentarios, me ha parecido que hay algún secreto familiar.

–No es ningún secreto que Sarah no se lleva bien con Ruth McQueen, la abuela de Kyall –dijo Evan empujando una estantería contra la pared.

–Me lo imaginaba. Debe de ser una mujer tremenda.

–Tremenda es poco.

Ruth McQueen, la matriarca de la poderosa familia, era una mujer de más de setenta años, todavía atractiva, por la que había sentido rechazo nada más conocerla. Evan había conocido gente como ella, sin escrúpulos, en su vida anterior.

–¿Te ha contado Sarah que ella y Kyall han estado juntos desde niños? Una verdadera historia de amor. ¿No te ha hablado de ella?