En la Posada de Sofía - Cristina Molina - E-Book

En la Posada de Sofía E-Book

Cristina Molina

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Beschreibung

Bajo el cálido resplandor de una posada medieval, las extraordinarias hazañas de los viajeros cobran vida. Sofía es una muchacha solitaria y de corazón amable, que siempre escucha y entrega buenos consejos a quienes descansan. Varios cazarrecompensas, tan distintos como el sol y la luna, convergen bajo el mismo techo. Sus ambiciones quedan expuestas en sus relatos: el mundo ha cambiado y ellos son parte de un nuevo punto cardinal. Un cuervo aletea cada vez que se habla de magia. Descubre una serie de voces llenas de fantasía y luz propia. Cada uno tiene su historia, pero todo comienza con un viaje.

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© En la posada de Sofía

Sello: Tricéfalo

Primera edición digital: Agosto 2024

© Cristina Molina

Director editorial: Aldo Berríos

Ilustración de portada: Claudia Riquelme

Corrección de textos: Felipe Reyes

Diagramación digital: Marcela Bruna

Diseño de portada: Marcela Bruna

_________________________________

© Áurea Ediciones

Errázuriz 1178 of #75, Valparaíso, Chile

www.aureaediciones.cl

[email protected]

ISBN impreso: 978-956-6183-58-7

ISBN digital: 978-956-6386-37-7

__________________________________

Este libro no podrá ser reproducido, ni total

ni parcialmente, sin permiso escrito del editor.

Todos los derechos reservados.

A mi familia.

Prólogo: El día en que Sofía recibió a un cuervo

Tras atravesar un cordón de montañas, en un valle tan verde como puedas ver, se encuentra la posada de Sofía. En ese lugar en medio de la tierra de nadie, se reúnen viajeros conocidos y extraviados que van a parar a esos parajes. Alguna vez fue descrito como un oasis desolado. Eso es lo que la misma Sofía había hecho su hogar, y una estancia crucial para los centenares de viajeros que por ahí pasaban durante el año. De toda esta gente, nadie disfrutaba más de su estancia, ni hacía disfrutar más a la posadera con sus historias que cuatro aventureros que siempre llegaban hasta allí. Cuatro alegres sombras, cada una más extravagante que la anterior, de quienes solo tenía la certeza que tarde o temprano volvería a ver.

Podían pasar meses sin su presencia, pero parte del atractivo de su posada siempre serían las interesantes aventuras que le relataban. Además de la diversión y el atractivo que proporcionaban a ella y sus huéspedes, los relatos mantenían unido al grupo, entregándoles una instancia para discutir los hechos, los errores y las alegrías que vivían en cada uno de los viajes que realizaban. Así, todos ganaban cada vez que el grupo llegaba.

En este momento de nuestra historia podemos apreciar a Sofía observando melancólica el amanecer desde su habitación en el piso más alto de su posada. Han pasado varios meses desde la partida de sus amigos, todo un invierno para ser exactos. Junto al día inician sus deberes, con el retroceso de la temporada fría comienza la llegada de clientes y debe tener todo en orden para recibirlos de la mejor manera. Por el momento no tiene apuros: solo soltar a sus gallinas y alimentar a su vaca lechera.

Tras un suspiro se dispuso a comenzar. Dio media vuelta en dirección a la puerta pasando del espejo, en el que no valía la pena mirar su reflejo ya que sabía que nadie llegaría en un buen tiempo. Tomó la manilla de la puerta, mas un golpe la detuvo. Una voz desde la ventana le dijo:

—¡Carta! —una simple palabra que produjo una tremenda alegría en el corazón de la joven mujer. Cualquier otro se habría espantado de semejante voz, profunda, ronca y proveniente de la ventana de un tercer piso. Pero Sofía no era cualquiera. Había escuchado y visto tanto de sus amigos, sin salir del páramo donde se encontraba su posada, que no podemos describir como una posadera normal.

—¡Matty! ¡Qué viaje más largo te has dado, pequeño! —exclamó al reconocer la figura de un cuervo en el alféizar. Se apresuró en abrir la ventana a la inconfundible mascota y compañero de su mejor amiga. Mientras le permitía entrar añadió:

—Debes tener hambre, precioso.

—Matthew, ¿tienes hambre? —respondió el ave imitando la voz de su dueña mientras subía al hombro de la posadera. Era un ave maravillosa, de poco menos de dos pies de largo y un plumaje oscuro en las sombras, pero con brillos púrpura en la luz. Extendió su pata dejando ver un saquito de lino amarrado a ella. La posadera lo liberó de la carga notando que pesaba como si llevara una piedra pequeña.

Aún con el cuervo en el hombro se dirigió a la cocina del fogón, ubicada en la parte trasera de la posada, en un cuarto aparte para evitar incendios. El lugar siempre olía a humo ya que además ahí se conservaba la carne. La mujer tomó una pierna de cerdo guardada desde el recién pasado otoño. Cortó una gruesa tira para alimentar al ave mientras pensó que prontamente deberá faenar a otro animal para recibir a sus clientes con carne fresca. Quizá podía pedir a su amiga que le comprara un lechón antes de volver y engordarlo con ese propósito. La idea comenzó a disiparse cuando entregó en un platillo de arcilla la porción de carne al cuervo (viejo reflejo de toda una vida atendiendo clientes). Si Ely había enviado a Matthew, entonces demoraría en volver, quizá para cuando lo hiciera sus propios cerdos ya habrían tenido sus crías. Negó con la cabeza tomando una decisión, era mejor conservar el dinero por el momento.

Mientras el cuervo se preparaba para comer, ella comenzó a avivar el fuego con las brasas del día anterior. Tras colocar algo de leña, puso el agua para calentarla y acercó una silla para la espera. Recién entonces abrió la bolsita de lino. En su interior había unos papeles doblados de manera que no ocuparan mucho espacio. Los retiró con cuidado y notó que en el fondo efectivamente venía una pequeña roca color anaranjado. No sabemos si fue producto de la combustión de la fogata reanimada o un asunto mágico, pero en el momento en que la sacó de su envoltorio pudo verse un destello brillante a través de su transparencia. Su color asemejaba el del sol al crepúsculo, su tamaño no era más grande que el dedo pulgar de la posadera. Lo que no se podía negar era que tenía la apariencia de ser valiosa.

Sofía se preguntó por qué razón le habían enviado un regalo, y tras volver a guardar la roca en su envoltorio, rompió el sello del rollo de papel. Entonces notó que era una extensa carta de su amiga que decía así.

Mi muy querida Sophie:

Espero que este invierno no haya sido muy duro para ti. Me pregunto si habrá llegado algún alma a tu posada, aunque lo dudo bastante. Debió ser difícil estar tanto tiempo sin compañía, por ello, si lo deseas, quédate a Matty por unos días. También debió ser duro para él realizar este viaje y merece descansar antes de volver conmigo.

Nos encontramos los cuatro en el reino de Nápoles, pero no por mucho tiempo. Acabamos de terminar un encargo de cierto noble que no puedo nombrar así que nos iremos en breve a Génova. Recién entonces podremos volver. Tendrás que hacerte la idea de que no estaremos por allá hasta el verano.

Mas no todo es malo, el tiempo mejora y pronto llegarán clientes a tu posada. Además, Matthew podrá volar sin los percances del invierno, por lo que podremos mantenernos en contacto.

De momento tengo una historia que puedes leer en tus tiempos libres. Nos conocemos hace algunos años y como buena confidente jamás preguntaste por el pasado de alguno de nosotros. Estoy segura de que los demás, al igual que yo, tienen una razón para mantenerlo en secreto de nosotros mismos. Pero tú eres un caso especial. Nuestra última misión me hizo recordar cosas que creí borradas y he decidido compartirlas contigo.

Bien has oído de mi ocupación antes de conocer a los hombres con los que hoy trabajo. No me enorgullece decir que fui ladrona, pero tampoco me avergüenzo del todo. Cuando una persona pasa hambre, robar es una necesidad más que un vicio, especialmente cuando las víctimas son aquellos que te cerraron las puertas de la honestidad.

Lo que te contaré ahora no debe ser público. No me importa que se enteren, pero no soportaría que me traten diferente por mi origen. Por ello, te pido el favor, sé que sabrás guardar el secreto aún mejor que yo. Además, si Enrique se enterara, haría aún más tensa nuestra relación. Me dejaré de rodeos y comenzaré.

Cuando una persona nace en el Reino de Castilla y es criada por castellanos, aunque sus padres sean de Francia, hablará esta lengua. El origen de los padres no marca lo que es la persona, y ese es precisamente mi caso. No, no soy de Francia, temo que mi origen es mucho peor. Mi querida Sophie, soy hija de brujos. Así es, la magia corre por mis venas. Bueno, en realidad lo haría si me hubieran criado ellos.

Verás, mi raza ha sido perseguida por siglos y mi clan no fue la excepción. No conocí a mis padres por culpa de la horca de la iglesia. Me crio una anciana que rezaba a la Luna, pero cuyos poderes se limitaban al conocimiento de las plantas. No estuvo mucho tiempo conmigo, pero me acompañó lo suficiente para enseñarme a entrenar animales y curar enfermedades simples. Ella fue quien me obsequió a Matthew cuando solo era un pichón, mas poco tiempo después se reunió con la tierra.

A los doce años una chica que se sabe desgraciada puede valerse sola, y ya que la anciana me enseñó a ser honesta, me dirigí al poblado a poner un puesto de consejos medicinales. De verdad quería ayudar a la gente. Aunque ya sospecharás como me fue en el asunto. Algunos, que conocieron a mis padres, vieron en mí su reflejo y no dudaron en acusarme de bruja. Recuerdo que en esa ocasión escapé con lo puesto, dejando atrás el improvisado lugar en que instalé mis hierbas. Corrí esperando que el pequeño Matty no cayera de mi capucha con el vaivén de la carrera. De milagro tampoco nos llegó ninguna piedra.

Cometí el error de escapar a la casa, la cual, apenas volví a salir, fue destruida por los pobladores. No me lo tomé personal, sabía muy bien lo que era, pero eso no me desanimó. Planeaba encajar en el mundo de una u otra manera. Viajé entonces a un poblado más lejano, donde nadie me pudiera reconocer. Por el camino recolecté más hierbas y junto a Matty aprendí a cazar pequeños animales para alimentarnos. Comencé a vivir entre los caminos y los poblados, mas en todos lados se repetía la historia: yo vendía hierbas un tiempo, aconsejaba a quienes lo necesitaban y luego llegaba algún fanático religioso que me acusaba, ya fuera por mis conocimientos, por mi cuervo o por mi ropa. Algunas veces alguien reconocía mi origen y el asunto se ponía más feo. En el mejor de los casos solo me lanzaban fruta.

Un día, algo se rompió en mí. Fue un suceso específico, en realidad, el que me hizo perder la fe. Me había aburrido de escapar siempre de la gente. Noté que, si no mantenía el perfil bajo, terminaría igual que mi clan en otros tiempos, por lo que no podía seguir viviendo de gritar mis hierbas en el mercado.

Todo esto pensaba junto a una hoguera oculta en el bosque sin percatarme de que alguien me acechaba. Aseguro esto porque, de no ser por Matthew, que atacó al hombre, no estaría contando hoy esta historia. En ese entonces pensé que quería mi pobre bolsa de monedas, y prefiero seguir pensando que solo eso quería para no arrepentirme de no matarlo ahí mismo.

Matty atacó al hombre quitándole un cuchillo que estaba alzando en mi contra. Arrojó el arma lejos de él con sus patas y sobre el mismo vuelo volvió a arañarle la cara e intentar picar sus ojos. El hombre estaba tan ocupado quitándoselo de encima, que no vio venir que yo hubiera tomado un grueso palo que tenía para el fuego. Con él le golpeé la cabeza, dejándolo inconsciente. Mi cuervo escapó gracias a sus reflejos o el pobre no hubiera sobrevivido a tal impacto.

No lo pensé dos veces, tomé su bolsa y registré sus bolsillos, le quité otro cuchillo que traía oculto y sus malolientes botas. Con esa carga corrí tan lejos de él como me lo permitió la fatiga y me oculté hasta el amanecer. Cando me recuperé de la impresión, atiné a contar el dinero de la bolsa del ladrón. Tenía más del que había ganado en los dos años que llevaba de poblado en poblado. Podría pagar una posada, ropa nueva (ya que la que traía ya me quedaba pequeña), un morral y comer bien por al menos un mes. ¡Lo más tentador de todo era lo sencillo que fue ganarlo!

De más está decirte que me cegó el dinero. Fui al poblado más cercano y vendí las botas, el cuchillo y la bolsa del ladrón. Compré todo lo que quería, comí como nunca y después de dos años dormí en una cama. Me sentía tan bien que repetí la rutina sin preocuparme del costo. En menos de un mes ya no tenía dinero.

Compré provisiones con lo que me quedaba y partí de regreso al bosque. Una parte de mí quería ser honesta aún, por lo que volví a la rutina de recolección de plantas. Pero no pasó mucho tiempo antes de que volviera a robar. Primero a salteadores de caminos, a quienes interrumpía en sus propios asaltos (me sentía un héroe salvando gente y de paso llenando mi bolsa). Luego aprendí a ser sigilosa y robar a mercaderes errantes por la noche sin que lo notaran. Me parecía justo ya que a ellos le sobraba el dinero y a mí me faltaba.

Junto a Matthew éramos un gran equipo. Si no me ayudaba en batalla, lo hacía rastreando a nuestras potenciales víctimas. En invierno aprendimos a robar casas y así jamás tuvimos que ahorrar siquiera una moneda de bronce. Nuestra vida era el día a día. Hasta el fatídico momento en que se me ocurrió asaltar a Erik y a Zar. Pero esa es historia para otro momento. Solo añadiré que me alegro mucho de ser amiga de ellos hoy, y nunca más volver a enfrentarlos.

Por ahora debo despedirme. Esperaré tu carta en Génova. Cuida bien a Matty por mí, pero no le des mucha comida o se volverá gordo.

—Ely.

P.D.: Al volver te contaremos la historia de la roca anaranjada. Cuídala harto, pues es muy valiosa. Por estos lugares dicen que protege los hogares del fuego, aunque Enrique manda a decir que no te confíes de ello.

De más está decir que Sofía tardaría tres días en leer la carta. Como mujer de trabajo, no era muy buena lectora. Es más, agradecía que le enseñaran a leer solo para mantener contacto con sus amigos y poder comprender los contratos que le presentan los mercaderes antes de cerrar un trato. El quehacer de la posada tampoco dejaba tiempo para el ocio y de ser así, el cansancio era tal que prefería dormir. Por su parte, Elisabeth sabía de esto, por lo que en realidad ninguna de las dos sentía presión para escribir a la otra, mucho menos le urgía una respuesta.

El mayor beneficiado con ese trato implícito de correspondencia era el cuervo, quien para cuando la posadera terminara la carta, ya estaría bastante bien alimentado. Sabemos que Sophie no leería ese mismo día que no debía dar mucha comida al ave. Sin embargo, la situación se compensa si pensamos que Matthew deberá emprender el viaje de regreso a Génova con una respuesta para su dueña.

Pasaron los días y la posada se llenó de clientes. La aún joven posadera no sintió el pasar de la primavera entre tantas ocupaciones administrando sola su local. Sus cerdas parirán lechones haciendo crecer su patrimonio y consentir a sus clientes tal como sus padres le enseñaron. Entonces llegarán sus cuatro huéspedes favoritos haciendo que todo el tiempo de espera haya valido la pena.

Capítulo 1: El día en que Elisabeth y Enrique hicieron juntos una misión

Todo comenzó un oscuro día de invierno. Zar y Erik fueron contratados como guardaespaldas de un burgués en un viaje de una semana. Habíamos sido rechazados por nuestro tamaño, por lo que decidimos esperarlos para regresar juntos a esta posada. Los días eran bastante fríos pese a encontrarnos en una ciudad cercana al mar. No salíamos mucho de nuestro albergue. Tenía una de esas chimeneas modernas y daba gusto beber refugiados ahí. En ocasiones, cuando el día estaba más agradable, salíamos a caminar hasta el muro de la ciudad. Enrique registraba en su libro de viajes la arquitectura y esas tonteras que tanto le gustan, y yo tomaba aire fresco. Pero eso no se repitió muchas veces. Nunca sabré qué tanto le ve mi compañero a conseguirse esos enormes libros locales y encerrarse a leerlos, pero mientras él estaba en eso, yo apostaba con los hombres en la taberna para no morir de hastío.

Un día, de seguro bebí de más, porque al despertar al siguiente día con una horrible resaca, un sujeto se nos acercó durante el desayuno a hablarnos:

—Me dijeron que ustedes hacen todo tipo de trabajos por dinero —saludó el sujeto con una molesta voz. No era chillón precisamente, pero había algo en su tono que retumbaba en mis oídos aún alcoholizados.

—Mercenarios es más corto —respondí medio molesta, medio implorándole que se calle mientras me sujetaba la cabeza con la mano y me medio echaba con el codo sobre la mesa.

—¿Qué necesita? —resumió Enrique, como siempre conciliando ambas partes.

—Me han enviado para solicitar vuestros servicios.

—¿Trabajo? —gritó Matty desde una viga del techo haciendo que el sujeto tuviese que disimular su horror.

—El ave le hizo una pregunta —apuró mi compañero ante el silencio del sujeto. No sé si él lo sabía, pero se vio muy genial a pesar del absurdo de su oración. De hacerlo, seguramente fingió no notarlo para mantener la fachada.

La posada se encontraba llena de gente. Elisabeth narraba una aventura que vivió junto a Enrique, mientras este y el resto de sus colegas, escuchaban en silencio desde diferentes rincones del lugar. El coprotagonista de la historia se encontraba en la barra, fingiendo distancia para tapar su timidez. Ella lo miraba con una sonrisa entusiasta, alzó su jarra de cerveza y bebió para humedecer la garganta después de tanto hablar. Sintió el frío del líquido bajando hasta su estómago, contrastando con el calor que se agolpaba en sus mejillas. Se sabía observada por su compañero.

Cuando no quedaba nada en el recipiente levantó su mirada del fondo hacia el joven hombre de lisa cabellera negra, quien bebió con mucha más calma que ella. Volvió a su público y se dispuso a continuar con la historia. Sabía que para cuando le volviera a dar sed, la buena de Sofía ya habría rellenado su jarrón, por lo que no se molestaba en acercarse a la barra. Comenzaba a sentir el calor del alcohol en su cuerpo, pero esto no la llevaba a dudar.

La casa del cliente era enorme, tan grande que, de no ser por los jardines, la habría confundido con una galería comercial de tamaño particular. Tras subir dos tramos de escaleras, el estirado que interrumpió el desayuno nos dirigió por un enorme pasillo de piedras. Aunque el día estaba cubierto por unas espesas nubes que en horas se volverían negras, el lugar se alumbraba por unas intermitentes ventanas en forma de arco. El lugar estaba hecho para la expectación del jardín y sus pavos reales, pero con la suficiente seguridad para no caer por un descuido con olor a traición.

Nos hicieron entrar al despacho de quien nos llamaba. La habitación también era enorme, más grande de lo que esta posada es ancha. Pude ver de reojo que Enrique se detenía unos segundos para observar disimuladamente los títulos de los libros que adornaban los muros. Entonces oímos la voz de nuestro cliente potencial. No tenía nada de particular, aunque solo con ella pude notar que era un sujeto normal, de seguro muy devoto a la iglesia reinante. Todos ustedes saben que, al menos nosotros cuatro, distamos mucho de esa categoría, por lo mismo, somos precavidos con aquellos que la llevan al extremo de la perfección.

—Gracias por responder a mi llamado —saludó ocultando un leve tono de tristeza. Al menos tenía sentimientos.

—Me mantuve en silencio, absteniéndome de algún comentario sarcástico sobre la interrupción de nuestro desayuno. No quería perder un posible buen trabajo. En primer lugar, los hombres ricos detestan negociar con mujeres. En segundo lugar, mis modales no son los mejores —la narradora se detuvo unos segundos para remojar su garganta con la dorada bebida de su jarro y luego continuó—. Y, en tercer lugar, Enrique es el listo del grupo, así que es él quien siempre hace los tratos.

Tras una serie de aburridas formalidades masculinas, nos enteramos de que trabajaríamos con un hombre de corazón roto. Y lo digo ahora: un cliente con penas de amor puede resultar en algo muy bueno o muy peligroso. Especialmente si es un gran señor como este lo es. Mejor me dejo de opiniones y voy al punto.

Nos habíamos sentado en uno de los enormes sillones que adornaban el lugar. Recién entonces el hombre fue al grano.

—La misión es sencilla, pero, al comprometer mi imagen, no puedo realizarla yo mismo —cuando un sujeto comienza con una excusa es porque se viene algo feo—. Comprenderán por esta propiedad mi procedencia noble. Como tal, me veo en la obligación de prescindir de cualquier ocupación que no sea la guerra, de lo contrario, corro el riesgo de perder mi título. Por lo mismo, en ocasiones, cuando el hastío es mayúsculo, tomo mi caballo y mi arco y me lanzo a las afueras de los muros a cazar en solitario —algo me decía que este sujeto sin su título hubiese sido buen amigo de Enrique—. Menciono todo esto porque fue en una de esas escapadas que conocí la causa de mi felicidad y mi tragedia. Mi amada mujer ángel, Annabel. No os aburriré con los detalles de nuestra relación y me limitaré a narraros solo lo importante.

Un hermoso día, hace dos primaveras, seguía con mi arco a una enorme liebre cuando “ella” se cruzó en mi visión. El animal había escapado a su madriguera, cerca de un acantilado junto al mar. Me encontraba a unos cuatrocientos pies de espesa pradera y sin un perro que me ayudara. Comenzaba a aceptar la pérdida mas, antes de lo que destensaba la cuerda del arco, “ella” se asomó curiosa a la guarida del animal.

Por su actitud curiosa pensé que era una niña, pero al erguirse, desilusionada por no encontrar al dueño de la madriguera, noté su silueta de mujer joven. Llevaba su largo cabello color cobrizo recogido en un medio moño, lo que me dio la pista de que no era una simple campesina. Al acercarme, el exquisito raso con que estaba hecho su vestido confirmó ese pensamiento. Resultó ser la hija menor de un burgués viudo, un nuevo rico que pasaba más tiempo en sus negocios que con sus hijos. (¡Jamás entenderé la manía de los nobles con destacar cuando quienes tienen el oro no son puros de sangre!).

El noble estuvo mucho tiempo describiéndonos su conflicto pese a la promesa de no abrumarnos con detalles. Poseía un gran conflicto interno sobre cómo una mujer tan educada, tan refinada y hermosa no era noble. Igualmente, el padre de ella no quería tener lazos con la realeza por el decreto real que les prohibía los negocios si no era para abastecimiento. Y bueno, en mi opinión, había bastante de la mala fama de algunos nobles que cobraban el derecho ius primar noctis en su criterio también.

—Era consciente de nuestra posición —continuó el hombre, perdiendo poco a poco la compostura—. Y por ello nunca pretendí más que su amistad. Estoy seguro de que mis sentimientos eran correspondidos, pero ambos sabíamos que era imposible. Tal vez en otra vida —no pareció importarle lo sacrílego de ese pensamiento. Ese era su nivel de desespero—. Pese a todo, continuábamos viéndonos en la pradera, siempre en el mismo acantilado junto al mar. Ahí pasábamos largas horas conversando, comiendo bocadillos o jugando. Un día, hace solo unas semanas, acordamos juntarnos nuevamente para enseñarle a usar el arco de caza. Por mi parte, no negaría ese capricho producido por su curiosidad de niña que tanto me gustaba…

El relato se interrumpió. El hombre no pudo ahogar un sollozo que se cruzó por su garganta.

—No tenemos posición como para juzgarlo —lo calmó Enrique—. Por favor, no se limite por nuestra presencia.

—Gracias —respondió el hombre asintiendo con la cabeza y limpiando algunas lágrimas agolpadas en sus enrojecidos ojos—. No les quitaré más tiempo e iré al punto —tomó aire y continuó—. Esa madrugada, hace solo dos días, Anna no llegó. La esperé junto al barranco, bajo una espesa capa de nubes de tormenta. Las horas pasaban y yo no sabía qué pensar. Entonces, a lo lejos vi un caballo galopando a toda carrera hacia mí. Noté que lo montaba una mujer: era la criada que siempre la acompañaba y en la que, sinceramente, no había reparado hasta ese momento. Tomó un breve tiempo para recuperarse de la carrera y aun jadeando de cansancio se me acercó, perdiendo cualquier protocolo. Sus ojos hinchados y rojos derramaban lágrimas. Todavía no decía nada cuando sentí que el mundo se venía abajo. Ella abrió la boca para darme la fatídica noticia, pero no la escuché, solo oía el mar y el bramar del viento a lo lejos. La criada se despidió, había cumplido valientemente su desinteresado propósito de informarme, mas no podía continuar desaparecida de su señor en un momento tan crítico. Me quedé solo, lamentando no tener oportunidad de despedirme de mi amada o siquiera de ver su rostro otra vez. Solo veía ese camino donde desde la noche anterior ella no podría caminar de nuevo y esa planicie sobre el acantilado donde no se volvería a sentar conmigo nunca más.

—¡Nunca más! —gritó Matthew en mi capucha, arriesgando el trato por segunda vez en el mismo día.

—¡Nunca más! —gritó el ave desde las vigas de la posada sobre las mesas. Todos los espectadores levantaron la mirada para ver al enorme cuervo mirándolos de vuelta con sus ojos inteligentes.

—Comprenderán que no pude estar mucho tiempo más en la habitación, así es que mientras descanso mi garganta dejaré a Enrique hablando del trato —dice Ely reclamando la atención que Matthew le quitó para entregarla a su compañero aventurero.

Sin hacerse de rogar, Enrique, el mestizo del nuevo mundo, se levantó de su taburete, el cual fue usado inmediatamente por Elisabeth. Mientras ella volvía a empinarse la jarra de cerveza, él comenzaba la narración. Sabía