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Cinco ensayos esenciales en la obra de Miguel de Unamuno, publicados en la revista madrileña «La España Moderna», y que indagan tanto en sus raíces históricas como literarias desde un punto de vista amargo que precedería al desastre del 98.-
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Seitenzahl: 186
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Miguel de Unamuno
Saga
En torno al casticismo
Copyright © 1902, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726598476
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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Tomo aquí los términos castizo y casticismo en la mayor amplitud de su sentido corriente.
Castizo deriva de casta, así como casta del adjetivo casto, puro. Se aplica de ordinario el vocablo casta a las razas o variedades puras de especies animales, sobre todo domésticas, y así es como se dice de un perro que es «de buena casta», lo cual originariamente equivalía a decir que era de raza pura, íntegra, sin mezcla ni mesticismo alguno. De este modo, castizo viene a ser puro y sin mezcla de elemento extraño. Y si tenemos en cuenta que lo castizo se estima como cualidad excelente y ventajosa, veremos cómo en el vocablo mismo viene enquistado el prejuicio antiguo, fuente de miles de errores y daños, de creer que las razas llamadas puras y tenidas por tales son superiores a las mixtas, cuando es cosa probada, por ensayos en castas de animales domésticos y por la historia además, que si bien es dañoso y hasta infecundo, a la larga, todo cruzamiento de razas muy diferentes, es, sin embargo, fuente de nuestro vigor y de progreso todo cruce de castas donde las diferencias no preponderen demasiado sobre el fondo de común analogía.
Se usa lo más a menudo el calificativo de castizo para designar a la lengua y al estilo. Decir en España que un escritor es castizo, es dar a entender que se le cree más español que a otros.
Escribe claro el que concibe o imagina claro, con vigor quien con vigor piensa, por ser la lengua un vestido transparente del pensamiento; y hasta cuando uno, preocupado con el deseo de hacerse estilo, se lo forma artificioso y pegadizo, delata un espíritu de artificio y pega, pudiendo decirse de él lo que de las autobiografías, que aun mintiendo revelan el alma de su autor. El casticismo del lenguaje y del estilo son, pues, otra cosa que revelación de un pensamiento castizo. Recuerde a este propósito el lector cuáles son, entre los escritores españoles de este siglo, los que pasan por más castizos, y cuáles, por menos, y vea si entre aquéllos no predominan los más apegados a doctrinas tradicionales de vieja capa castellana, y entre los otros los que, dejándose penetrar de cultura extraña, apenas piensan en castellano.
Pienso ir aquí agrupando las reflexiones y sugestiones que me han ocurrido pensando en torno a este punto del casticismo, centro sobre que gira torbellino de problemas que suscita el estado mental de nuestra patria. Si las reflexiones que voy a apuntar logran sugerir otras nuevas a alguno de mis lectores, a uno solo, y aunque sólo sea despertándole una humilde idea dormida en su mente, una sola, mi trabajo tendrá más recompensa que la de haber intensificado mi vida mental, porque a una idea no hay que mirarla por de fuera, envuelta en el nombre para abrigarse y guardar la decencia; hay que mirarla por de dentro, viva, caliente, con calma y personalidad. Sé que en el peor caso, aunque estas hojas se sequen y pudran en la memoria del lector, formarán en ella capa de mantillo que abone sus concepciones propias.
Lo más de lo que aquí lea le será familiarísimo. No importa. Hace mucha falta que se repita a diario lo que a diario de puro sabido se olvida y piense el lector en este terrible y fatal fenómeno. Me conviene advertir, ante todo, al lector de espíritu notariesco y silogístico, que aquí no se prueba nada con certificados históricos ni de otra clase, tal como él entenderá la prueba; que esto no es obra de la que él llamaría ciencia; que aquí sólo hallará retórica el que ignore que el silogismo es una mera figura de dicción. Me conviene también prevenir a todo lector respecto a las afirmaciones cortantes y secas que aquí leerá y a las contradicciones que le parecerá hallar. Suele buscarse la verdad completa en el justo medio por el método de remoción, via remotionis, por exclusión de los extremos, que con su juego y acción mutua engendran el ritmo de la vida, y así sólo se llega a una sombra de verdad, fría y nebulosa. Es preferible, creo, seguir otro método, el de afirmación alternativa de los contradictorios; es preferible hacer resaltar la fuerza de los extremos en el alma del lector para que el medio tome en ella vida, que es resultante de lucha.
Tenga, pues, paciencia cuando el ritmo de nuestras reflexiones tuerza a un lado, y espere a que en su ondulación tuerza al otro y deje se produzca así en su ánimo la resultante, si es que lo logro.
Bien comprendo que este proceso de vaivén de hipérboles arranca de defecto mío, mejor dicho, de defecto humano; pero ello da ocasión a que el lector colabore conmigo, corrigiendo con su serenidad el mal que pueda encerrar tal procedimiento rítmico de contradicciones.
Elévanse a diario en España amargas quejas porque la cultura extraña nos invade y arrastra o ahoga lo castizo, y va zapando poco a poco, según dicen los quejosos, nuestra personalidad nacional. El río, jamás extinto, de la invasión europea en nuestra patria aumenta de día en día su caudal y su curso, y al presente está de crecida, fuera de madre, con dolor de los molineros a quienes ha sobrepasado las presas y tal vez mojado la harina. Desde hace algún tiempo se ha precipitado la europeización de España; las traducciones pululan que es un gusto; se lee entre cierta gente lo extranjero más que lo nacional, y los críticos de más autoridad y público nos vienen presentando literatos o pensadores extranjeros. Algunos hay que han hecho en este sentido por la cultura nacional más que en otro cualquiera, abriéndonos el apetito de manjares de fuera, sirviéndonoslos más o menos aderezados a la española. Y hasta Menéndez y Pelayo, "«español incorregible que nunca ha acertado a pensar más que en castellano»" (así lo cree por lo menos cuando lo dice), que a los veintiún años, "«sin conocer del mundo y de los hombres más que lo que dicen los libros»", regocijó a los molineros y surgió a la vida literaria, defendiendo con brío en La Ciencia Española la causa del casticismo, dedica lo mejor de su Historia de las ideas estéticas en España, su parte más sentida, a presentarnos la cultura europea contemporánea, razonándola con una exposición aperitiva. Cada vez se cultivan más las lenguas vivas, hay muchos ya que casi piensan en ellas, y aun cuando prescindamos de los efectos que han dado ocasión a que corra por ahí y se utilice un Diccionario de galicismos, nos hallamos a menudo con escritores que escriben francés traducido a un castellano de regular corrección gramatical.
"«¡Mi yo, que me arrancan mi yo!»", gritaba Michelet, y una cosa análoga gritan los que, con el agua al cuello, se lamentan de la crecida del río. De cuando en cuando, agarrándose a una mata de la orilla, lanza algún reacio conminaciones en esa lengua de largos y ampulosos ritmos oratorios que parece se hizo de encargo para celebrar las venerandas tradiciones de nuestros mayores, la alianza del altar y el trono y las glorias de Numancia, de Las Navas, de Granada, de Lepanto, de Otumba y de Bailén.
Más bajo, mucho más bajo y no en tono oratorio, no deja de oírse a las veces el murmullo de los despreciadores sistemáticos de lo castizo y propio. No faltan entre nosotros quienes, en el seno de la confianza, revelan hiperbólicamente sus deseos manifestando un voto análogo al que dicen expresó Renán cuando iban los alemanes sobre París, exclamando: "«¡Que nos conquisten!»". Estaría, sin duda, pensando entonces el historiador del pueblo de Israel en aquella doctrina con tanto amor puesto por él de realce, en aquella doctrina de anarquismo y de sumisión de que fue profeta Jeremías en los días del rey Josías, al pedir que los israelitas se sometieran al yugo de los caldeos para que, purificados en la esclavitud y el destierro de sus disensiones y vicios internos, pudieran llegar a ser el pueblo de la justicia del Señor.
Mas no hace falta conquista, ni la conquista purifica, porque a su pesar, y no por ella, se civilizan los pueblos. No hizo falta que los alemanes conquistaran a Francia; sirvió la paliza del 70 de ducha que hiciera brotar y secarse las corrupciones del segundo Imperio. Para nosotros tuvo un efecto análogo la francesada. El Dos de Mayo es en todos sentidos la fecha simbólica de nuestra regeneración, y son hechos que merecen meditación detenida, hechos palpitantes de contenido, el de que Martínez Medina, el teorizante de las Cortes de Cádiz, creyera resucitar nuestra antigua teoría de las Cortes mientras insuflaba en ella los principios de la Revolución francesa, proyectando en el pasado el ideal del porvenir de entonces, el que un Quintana cantara en clasicismo francés la guerra de la Independencia y a nombre de la libertad patria, libertad del 89, y otros hechos de la misma casta que éstos. La invasión fue dolorosa; pero para que germinen en un suelo las simientes no basta echarlas en él, porque las más pudren o se las comen los gorriones; es preciso que antes la reja del arado desgarre las entrañas de la tierra, y al desgarrarla suele tronchar flores silvestres que al morir regalan su fragancia. Si el arador es un Burns se enternece y dedica un tierno recuerdo poético, una lágrima cristalizada, a la pobre margarita segada por la reja, pero sigue arando, y así sus prójimos sacan de su trabajo pan para el cuerpo y reposo para el alma, mientras la margarita, podrida en el surco, sirve de abono.
Lo mismo los que piden que cerremos o poco menos las fronteras y pongamos puertas al campo, que los que piden más o menos explícitamente que nos conquisten, se salen de la verdadera realidad de las cosas, de la eterna y honda realidad, arrastrados por el espíritu de anarquismo que llevamos todos en el meollo del alma, que es el pecado original de la sociedad humana, pecado no borrado por el largo bautismo de sangre de tantas guerras. Piden un nuevo Napoleón, un gran anarquista, los que tiemblan de las bombas del anarquismo y mantienen la paz armada, fuente de él.
Es una idea arraigadísima y satánica, sí, satánica, la de creer que la subordinación ahoga la individualidad, que hay que resistirse a aquélla o perder ésta. Tenemos tan deformado el cerebro, que no concebimos más que ser o amo o esclavo, o vencedor o vencido, empeñándonos en creer que la emancipación de éste es la ruina de aquél. Ha llegado la ceguera al punto de que se suele llamar individualismo a un conjunto de doctrinas conducentes a la ruina de la individualidad, a manchesterismo tomado en bruto. Por fortuna, la esencia de éste cuando nació potente fue el soplo de la libertad y la desaparición de las trabas artificiales, de las cadenas tradicionales; aquel «dejad hacer y dejad pasar», que predicaron los economistas ortodoxos, traerá la ley natural que ellos buscaban, la verdadera y honda ley natural social, la que ha producido la sociedad misma, su ley de vida, la ley de solidaridad y subordinación. Más que ley natural es ésta sobrenatural, porque eleva la Naturaleza al ideal, naturalizándola más y más. Pero así como los que hoy se creen legítimos herederos del manchesterismo porque guardan su cadáver, se alían a los herederos de los que le combatieron, y se alían a éstos para ahogar el alma de la libertad que el manchesterismo desencadenó, así conspiran a un fin los que piden muralla y los que piden conquista. Querer enquistar a la patria y que se haga una cultura lo más exclusiva posible, calafateándose y embreándose a los aires colados de fuera, parte del error de creer más perfecto al indio que en su selva caza su comida, la prepara, fabrica sus armas, construye su cabaña, que al relojero parisiense, que, puesto en la selva, moriría acaso de hambre y de frío. Hay muchos que llaman preferir la felicidad a la civilización el buscar el sueño; hay muchos en cuyo corazón resuena grata la voz de la tentación satánica que dice: «O todo o nada».
Es cierto que los que van de cara al sol están expuestos a que los ciegue éste; pero los que caminan de espaldas por no perder de vista su sombra de miedo de perderse en el camino, ¡creen que la sombra guía al cuerpo!, están expuestos a tropezar y caer de bruces. Después de todo, aun así, caminan hacia adelante, porque el sol del porvenir les dibuja la sombra del pasado.
Piden algunos ciencia y arte españoles, y éste es el día en que, después de oírles despacio, no sabemos bien qué es ello... ¡Se llama ciencia a tantas cosas, y a tantas se llama arte! Dicen los periódicos que la ciencia dice esto o lo otro cuando habla un hombre, ¡como si la ciencia fuera un espíritu santo!, y aunque nadie, si se para a pensar, cree en tan grosera blasfemia, las gentes no se paran de ordinario a pensar y arraigan en la impunidad los disparates. Los más atroces, aquellos de que se apartan de todos si los ven desnudos, sirven de base a razonamientos de todos, dan vida a argumentos seudorrazones que engendran a su vez violencias y actos de salvajismo.
A todos nos enseñan lo que es ciencia, y lo olvidamos al tiempo mismo que lo estamos aprendiendo, en un solo acto. Olvidamos que la ciencia es algo vivo, en vías de formación siempre, con su fondo formado y eterno y su proceso de cambio.
De puro sabido se olvida que la representación del mundo no es idéntica en los hombres, porque no son idénticos ni sus ambientes ni las formas de su espíritu, hijas de un proceso de ambientes. Pero si todas las representaciones son diferentes, todas son traducciones de un solo original, todas se reducen a unidad, que si no los hombres no se entenderían, y esa unidad fundamental de las distintas representaciones humanas es lo que hace posible el lenguaje y con éste la ciencia.
Como cada hombre, cada pueblo tiene su representación propia, y en la ciencia se distingue por su preferencia a tal rama o tal método, pero no puede en rigor decirse que haya ciencia nacional alguna. Todo lo que se repita y vuelva a repetir el trivialísimo lugar común de que la ciencia no tiene nacionalidad, todo será poco, porque siempre se le olvidará de puro sabido y siempre se hará ciencia para cohonestar actos de salvajismo e injusticia. ¡Cuánto no ha influido la suerte de la Alsacia y la Lorena en el cultivo de la sociología en Francia y Alemania! La obra de Malthus, ¿no tuvo como razón de ser el propinar un bálsamo a la conciencia turbada de los ricos? El proceso económico o el político explican el proceso de sus ciencias respectivas. ¡Cuán lejos estamos de la verdadera religiosidad, de la pietas que anhelaba Lucrecio, de poder contemplarlo todo con alma serena, paccata posse omnia mente tueri!
Si hablamos de geometría alemana o, de química inglesa, decimos algo, ¡y no es poco decir algo!, pero decimos más si hablamos de filosofía germánica o escocesa. Y decimos algo, porque la ciencia no se da nunca pura, porque la geometría y más que ella la química y muchísimo más la filosofía, llevan algo en sí de pre-científico y de sub-científico, de sobrecientífico, como se quiera, de intra-científico en realidad, y este algo va teñido de materia nacional. Esto en filosofía es enorme, es el alma de esa conjunción de la ciencia con el arte, y por ello tiene tanta vida, por estar preñada de intra-filosofía. Y es que, como el sonido sobre el silencio, la ciencia se asienta y vive sobre la ignorancia viva. Sobre la ignorancia viva, porque el principio de la sabiduría es saber ignorar; sobre la vida y no sobre la muerte, como quieren asentarla los que piden ciencia de proteccionismo. Y aquí tolere el lector que, dejando por el pronto suspendido este oscuro cabo suelto, prosiga el hilo de mis reflexiones.
La representación brota del ambiente; pero el ambiente mismo es quien le impide purificarse y elevarse. Aquí se cumple el misterio de siempre, el verdadero misterio del pecado original, la condenación de la idea al tiempo y al espacio, al cuerpo. Así vemos que el nombre, cuerpo del concepto, al que le da vida y carne, acaba por ahogarle muchas veces si no sabe redimirse. Del mismo modo la ciencia, que, arrancando del conocimiento vulgar, ligado al ambiente exclusivo y nacional, empieza sirviéndose de la lengua vulgar, moriría si poco a poco no fuera redimiéndose, creando su tecnicismo, según crece, haciéndose su lengua universal conforme se eleva de la concepción vulgar. A no ser por el latín, no hubiera habido filosofía escolástica en la Edad Media; el latín universal y muerto debió su cuerpo y su pecado original también.
Un conocimiento va entrando a ser científico conforme se hace más preciso y organizado, conforme va pasando de la precisión cualitativa a la cuantitativa. En un tiempo la verdadera ciencia científica era la matemática: la física ha entrado en el período realmente científico cuando, subordinándose a la mecánica racional, se ha hecho matemática y se ha pasado de la alquimia a la química al reducir la previsión cualitativa de cambios químicos a previsión cuantitativa, según peso, número y medida. Este proceso lo han descrito a las mil maravillas Whewell y Spencer. Refresque el lector sus enseñanzas, medite un rato acerca de ellas y sigamos.
A medida que la ciencia, pasando de la previsión meramente cualitativa a la cuantitativa, va purificándose de la concepción vulgar, se despoja poco a poco del lenguaje vulgar, que sólo expresa cualidades, para revestirse del racional, científico, que tiende a expresar lo cuantitativo. Los castizos nombres agua fuerte, sosa, piedra infernal, salitre, aceite de vitriolo, evocan, en quien conoce esos cuerpos, la imagen de un conjunto de cualidades cuyo conocimiento es utilísimo en la vida; pero los nombres de ácido nítrico, carbonato sódico, nitrato de plata, nitrato potásico, ácido sulfúrico, despiertan una idea más precisa de esos cuerpos, marcan su composición, y no ya estos nombres, las fórmulas que apenas se agarran al lenguaje vulgar por un hilillo, NO3H, CO3Na2, NO3Ag, NO3K, suscitan un concepto cuantitativo de esos cuerpos. El que conoce el vinagre como SO4H2 y el espíritu de vino como C2H4O2, sabe de éstos científicamente más que el que sólo los conoce por el nombre vulgar y castizo. ¡Cuán preferible es la fórmula C2H5OH a este terminacho híbrido de lengua vulgar y científica, metahidroxibencina! Ya en la distinción lingüística entre ácido sulfuroso y ácido sulfúrico iba un principio de distinción científica; pero ¡cuánto mayor es ésta en la diferencia de fórmulas SO3H2 y SO4H2!
Como el cardo corredor, así los conceptos científicos, cuando rompen el lazo que los ataba a las raíces enterradas en el suelo en que nacieron, es cuando pueden, libres, ir a esparcir su simiente por el mundo. ¡Si todas las ciencias pudieran hacerse un álgebra universal, si pudiéramos prescindir en la economía política de esas condenadas palabras de valor, riqueza, renta, capital, etc., tan preñadas de vida, pero tan corrompidas por pecado original! Un álgebra les serviría de bautismo a la vez que extraeríamos ciencia de su fondo histórico, metafórico.
Aquí tenemos la ventaja del empleo de la lengua griega en el tecnicismo científico, que están en griego los vocablos y que perdiendo el peso de la tradición permitan el vuelo de la idea.
¿Que esto es abogar por la fórmula y contra la idea? ¡Como si las fórmulas no tuvieran vida! ¡Como si una nube que descansa en un risco no tuviera más vida que el risco mismo! ¡Nebulosidades!... De ellas baja la lluvia fecundante, ellas llevan a que se sedimente en el valle el detritus de la roca. Cuando no se cree más que en la vida de la carne, se camina a la muerte.
¡Qué hermoso fue aquel gigantesco esfuerzo de Hegel, el último titán, para escalar el cielo! ¡Qué hermoso fue aquel trabajo hercúleo por encerrar el mundo todo en fórmulas vivas, por escribir el álgebra del universo! ¡Qué hermoso y qué fecundo! De las ruinas de aquella torre, aspiración a la ciencia absoluta, se han sacado cimientos para la ciencia positiva y sólida; de las migajas de la mesa hegeliana viven los que más la denigran. Comprendió que el mundo de la ciencia son formas enchufadas unas en otras, formas de formas y formas de estas formas en proceso inacabable, y quiso levantarnos al cenit del cielo de nuestra razón, y desde la forma suprema hacernos descender a la realidad, que iría purificándose y abriéndose a nuestros ojos, racionalizándose. Este sueño del Quijote de la filosofía ha dado alma a muchas almas, aunque le pasó lo que al barón de Münchhausen, que quería sacarse del pozo tirándose de las orejas. Tenía que hablar una lengua, lengua nacional, y el lenguaje humano es pobre para tal empresa, que era la empresa nada menos que de hacernos dioses. Fue —dicen algunos— la revelación del satanismo, y luego ha venido el convertirse Nabucodonosor, que quiso ser dios, en bestia y andar hozando el suelo para extraer raíces de que alimentarse. Esta es una atroz blasfemia, en ella nos detendremos más adelante.
¡Formas enchufadas unas en otras, formas de formas y formas de estas formas en proceso inacabable es el mundo de la ciencia, en que se busca lo cuantitativo, de que brotan las cualidades! Pero si dentro de las formas se halla la cantidad, dentro de ésta hay una cualidad, lo intracuantitativo, el quid divinum. Todo tiene entrañas, todo tiene un adentro, incluso la ciencia. Las formas que vemos fuera tienen un dentro, como le tenemos nosotros, y así, como no sólo nos conocemos, sino que nos somos, ellas son. ¿De qué nos servirá definir el amor si no lo sintiéramos? ¡Cómo se olvida que las cosas son, que tienen entrañas! Cuando oigo la queja de mi prójimo, que para el ojo es una forma enchufadora de otras, siento dolor en mis entrañas, y a través del amor, la revelación del ser. A través del amor, llegamos a las cosas con nuestro ser propio, no con la mente tan sólo las hacemos prójimos, y de aquí brota el arte, arte que vive en todo, hasta en la ciencia, porque en el conocimiento mismo brota del ser, de que es forma la mente; porque no hay luz, por fría que parezca, que no lleve chispa de calor.