Eres para mí - El amor del jeque - Olivia Gates - E-Book
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Eres para mí - El amor del jeque E-Book

Olivia Gates

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Beschreibung

Eres para mí. Matthew Birminhgham nunca había jugado limpio, especialmente en lo que se refería a Carmen, su ex mujer. Pero cuando ella se mudó al otro lado del país, la siguió, decidido a recuperar su amor… por todos los medios posibles. El amor del jeque. El jeque Adham veía el matrimonio como un acuerdo comercial y a su mujer como una mera conveniencia… hasta que tuvieron que hacer el papel de pareja enamorada en público. ¿Haría que se replantease la relación ver que otros hombres cortejaban a su bella esposa?

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Seitenzahl: 164

Veröffentlichungsjahr: 2011

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2010 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados. ERES PARA MÍ, N.º 1775 - marzo 2011 Título original: Husband Material Publicada originalmente por Silhouette® Books. Publicada en español en 2011

© 2010 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados. EL AMOR DEL JEQUE, N.º 1775 - marzo 2011 Título original: The Sheikh’s Bargained Bride Publicada originalmente por Silhouette® Books. Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-671-9832-4 Editor responsable: Luis Pugni

ePub X Publidisa

Eres para mí

BRENDA JACKSON

El amor del jeque

OLIVIA GATES

ERES PARA MÍ

Capítulo Uno

Carmen Akins entró en la carpa instalada para los VIPS, sonriendo a las personas que reconocía y sabiendo que la mayoría ya conocían el fracaso de su matrimonio. Además, seguramente la columna de cotilleos que había aparecido en una revista la semana anterior habría avivado la curiosidad sobre el hombre del que se rumoreaba era su amante.

Se llevarían una desilusión al saber que su relación con Bruno Casey no era más que un truco publicitario inventado por su representante. Su divorcio del famoso productor de Hollywood Matthew Birmingham había salido en las portadas de todas las revistas, provocando un escándalo porque todo el mundo los creía una de las parejas más felices de Hollywood. Muchos habían seguido su noviazgo de cuento y su boda, convencidos de que era el romance perfecto, y había sido una sorpresa cuando todo terminó tres años después.

Carmen había esperado que fuera una separación amistosa y discreta, pero gracias a la prensa eso no había sido posible. Los rumores volaban, con titulares como: Actriz ganadora de un Oscar deja a su marido por otro hombre, seguido de otro en el que decían que el famoso productor de Hollywood había dejado a su esposa por otra mujer.

Pero ninguno de ellos era cierto. Sí, había sido ella quien pidió el divorcio, pero no había otro hombre. Y la única amante que había tenido Matthew durante esos tres años era su trabajo.

El primer año de matrimonio había sido todo lo que Carmen había soñado. Estaban locamente enamorados y no podían separarse ni un momento, pero el segundo año todo empezó a cambiar. La carrera de Matthew se volvió más importante que su relación y, por mucho que le dijera que se sentía sola, no sirvió de nada. Incluso había rechazado un par de películas para estar más tiempo con él, pero Matthew trabajaba sin descanso.

La gota que colmó el vaso llegó al terminar el rodaje de la película Honor. Aunque Matthew había ido a Francia un par de veces durante la producción de la película, Carmen quería estar a solas con él, sin gente que los interrumpiese a todas horas, y eso era imposible en un rodaje. De modo que cuando terminó su trabajo alquiló una casa en Barcelona para pasar unos días. Era allí donde pensaba darle la noticia de que iba a ser padre y esperaba impaciente su llegada.

Pero Matthew no llegó.

En lugar de eso, la llamó por teléfono para decir que había surgido algo importante y sugirió que lo dejasen para otro momento. Esa misma noche, Carmen empezó a sangrar y perdió el niño. Un niño del que Matthew no sabía nada. Y tampoco sabía que había pasado esos días en Barcelona al cuidado de un médico y una enfermera. Había sido una bendición que los medios no se enterasen y lo único que Matthew sabía era que había recibido los papeles del divorcio.

Carmen miró alrededor, sin dejar de caminar y sin pararse para hablar con nadie. Había mucha gente pero, afortunadamente, los de seguridad se encargaban de que los reporteros no molestasen a los famosos que habían acudido para ver el partido. Y ella lo agradecía. Era un alivio porque llevaba días siendo perseguida por los paparazzi. Especialmente después de que publicasen ese rumor sobre Bruno.

Había decidido pasar el verano en los Hampton, asistiendo al campeonato de polo que organizaba el propietario de la hacienda Siete Robles, de Bridgehampton, todos los años. Necesitaba relajarse, pero debía tener cuidado porque había chismosos en todas partes y aquel sitio no era una excepción, especialmente desde que Ardella Rowe había comprado una casa en la zona.

Ardella era la reina del cotilleo y los periodistas se enteraban de los secretos de muchos famosos que tenían casas de verano en los Hampton gracias a ella.

–¡Carmen, cariño!

Ella hizo una mueca al ver a Ardella. Era como si la hubiese conjurado. Estuvo a punto de seguir adelante, pero sería una grosería no responder. Y aunque Ardella era alguien a quien no querría como amiga, tampoco la querría como enemiga.

De modo que, respirando profundamente, se dio la vuelta.

–Hola, ¿cómo estás?

–Cariño, olvídate de mí, ¿cómo estás tú? –le preguntó Ardella, fingiéndose preocupada mientras le daba un beso al aire–. Me he enterado de lo mal que se está portando contigo tu marido.

Carmen levantó una ceja. Podía imaginar las mentiras extendiéndose por todas partes. La verdad era que su marido no le había hecho nada en absoluto. De hecho, era como si nunca hubiera existido para Matthew. No había sabido nada de él desde que se divorciaron un año antes, pero lo había visto en el mes de marzo, durante la entrega de los premios de la Academia. Como ella, Matthew había ido solo, pero eso sólo sirvió para azuzar a la prensa.

Cuando aceptó su Oscar como mejor actriz secundaria por Honor, le había parecido lo más natural darle las gracias por el apoyo que le había ofrecido durante el rodaje. Pero los medios lo habían pasado en grande con su discurso, lanzando rumores sobre una posible reconciliación. Matthew se había negado a comentar nada y ella había hecho lo mismo. No tenía sentido decir nada cuando los dos sabían que no había reconciliación posible. Su matrimonio se había roto y estaban intentando rehacer sus vidas, cada uno por su lado.

Pero rehacer su vida le estaba costando más que a Matthew, quien no había perdido el tiempo. Ver esas fotos de su ex marido con una mujer le había dolido en el alma, pero no intentó devolverle el golpe. En lugar de eso, se había centrado en su carrera.

–Ardella, cariño, estás equivocada –le dijo, con su mejor sonrisa–. Matthew no me ha hecho nada. Al contrario, hemos decidido seguir siendo amigos.

No era verdad. Matthew la odiaba. Según unos amigos comunes, jamás la perdonaría por haberlo dejado. Bueno, pues tampoco ella lo perdonaría por no haber estado a su lado cuando más lo necesitaba.

–¿De verdad? –exclamó Ardella.

–No puedes creer todo lo que oyes por ahí.

–¿Y qué es eso que dicen sobre Bruno y tú?

–Bruno y yo somos amigos, nada más.

–Pero tengo entendido que Matthew está saliendo con una modelo, Candy Sumlar.

Carmen sintió que le ardía la cara al escuchar el nombre de la chica, pero intentó disimular.

–Como te he dicho antes, no puedes creer todo lo que vayan contando por ahí.

Ardella hizo una mueca.

–¿Y lo que he visto con mis propios ojos? Estuve en Los Ángeles hace unas semanas y vi a Matthew con Candy en una fiesta. ¿Cómo explicas eso?

Carmen rió, aunque no le salió una risa alegre.

–No tengo que explicar nada. Matthew y yo llevamos un año divorciados, él tiene su vida y yo tengo la mía.

–¿Pero seguís siendo amigos?

Ardella sería la última persona en saber si eran amigos o no. Aún recordaba la columna que publicó el año anterior, diciendo que Matthew la había contratado para su primera película porque se acostaban juntos.

Pero, pensando que una mentira merecía otra, Carmen respondió:

–Sí, Matthew y yo somos amigos. Hace falta algo más que un divorcio para convertirnos en enemigos.

Esperaba que no le preguntase a Matthew sobre el asunto…

–¡Pero bueno, mira quién está aquí!

Carmen sintió que se le erizaba el vello de la nuca. Y eso sólo podía significar una cosa…

–Parece que tu ex acaba de llegar –le confirmó Ardella–. Pero si dices que sois amigos…

Carmen se dio cuenta de que estaba siendo sarcástica. Y, por el silencio que se había hecho en la carpa, estaba claro que los invitados encontraban aquel drama más entretenido que el partido de polo.

–Viene hacia aquí. Bueno, creo que es hora de irme –se despidió Ardella con una sonrisa.

Carmen habría querido salir corriendo, pero se quedó donde estaba. Tenía que creer que el hombre del que había estado enamorada una vez y que la había amado a ella no iba a hacer nada que la avergonzase. Se mostrarían amables el uno con el otro y luego averiguaría qué estaba haciendo allí. La casa de los Hampton era de Matthew, pero en el acuerdo de divorcio se establecía que ella podía ocuparla mientras Matthew estuviera en Los Ángeles.

¿Qué estaría haciendo allí?, se preguntó.

–Hola, Carmen.

Daba igual cuándo o dónde lo viese, siempre le parecería más guapo que ningún otro hombre. Vestido de manera informal con un pantalón de color café y un polo de diseño azul marino, era el epítome de la masculinidad. Y con la cabeza rapada, la piel del color del cacao, la mandíbula cuadrada, ojos oscuros y labios gruesos, Matthew Birmingham sería capaz de enloquecer a cualquier mujer.

Antes de convertirse en productor y director, había sido actor. Y cuando era actor, Matthew era considerado un rompecorazones. Para muchos, seguía siéndolo.

Sabiendo que eran el centro de atención, Carmen se puso de puntillas para darle un beso en la mejilla.

–Hola, Matthew. Me alegro de volver a verte.

–Lo mismo digo, cariño.

Carmen tuvo que disimular su enfado al verlo allí, en su territorio. Matthew sabía que le gustaba pasar el verano en los Hampton, un sitio al que él no solía ir porque tenía mucho trabajo en California.

–Seguro que podemos hacer algo mejor –susurró él entonces, tomándola entre sus brazos para besarla.

Carmen oyó el clic de una cámara e imaginó que Ardella estaba haciendo fotografías con su móvil. Y, aunque sentía el deseo de apartarse, no tenía voluntad para hacerlo.

Fue Matthew quien se apartó, dejándola mareada. ¡Y con todo el mundo mirando!

–Tenemos que hablar –le dijo, con el estómago encogido. En cuanto salieron de la carpa se volvió hacia él, borrando la falsa sonrisa de sus labios–. ¿Se puede saber por qué me has besado?

Matthew sonrió y, al ver el hoyito en su mejilla, Carmen tuvo que apartar la mirada.

–Porque quería hacerlo. Además, tú me has besado primero –contestó, con tono arrogante.

–Sólo era un saludo amable.

–Y yo te lo he devuelto.

Carmen dejó escapar un bufido de irritación. Se estaba poniendo difícil, algo que hacía muy bien.

–¿Qué estás haciendo aquí? Ya oíste al juez: yo puedo venir a los Hampton…

–Mientras yo esté en California –terminó Matthew la frase por ella–. Pero acabo de firmar un contrato en Nueva York y voy a estar por aquí durante un tiempo, de modo que vamos a tener que compartir casa.

Matthew sintió la tentación de volver a besarla para borrar de su rostro el gesto de sorpresa. Saber que la había dejado sin palabras era satisfacción suficiente, pero si las miradas matasen sería hombre muerto.

Intentando controlar las tumultuosas emociones que experimentaba siempre que estaba con ella, le dijo:

–Claro que puedes marcharte cuando quieras. Te aseguro que lo entendería.

Esa sugerencia la enfadaría aún más porque él sabía cuánto le gustaba pasar los veranos en los Hampton. Ésa era la razón por la que había comprado la casa. Pero si pensaba que iba a permitir que durmiera con un amante en su casa, estaba muy equivocada.

–¿Cómo te atreves?

Matthew no pudo evitar una sonrisa. Una vez le habían encantado los retos que lanzaba su mujer, especialmente en el dormitorio.

–Cuidado, hay gente mirando –le advirtió–. Tal vez sería mejor seguir fingiendo, como antes con Ardella.

Carmen lo miró con lo que podría parecer una sonrisa amistosa, pero en realidad le estaba enseñando los dientes. Seguía siendo la mujer más guapa que había visto nunca. Él conocía a muchas mujeres guapas, pero cinco años antes, cuando Carmen se presentó a un casting para una película suya, supo que aquella chica podría robarle el corazón a cualquier hombre. En cámara o fuera de cámara, Carmen Akins daba sentido a la expresión «radiante».

–Tenemos que hablar, Matthew.

Matthew se encogió de hombros, fingiendo desinterés. Carmen lo había tenido comiendo en la palma de su mano una vez, pero no volvería a ocurrir. Él sería el primero en admitir que aún le costaba aceptar que hubiera pedido el divorcio, pero era humano y si seguía mirando esos preciosos ojos castaños recordaría cosas que no quería recordar. Por ejemplo, cómo se oscurecían cuando llegaba al orgasmo.

–No, no tenemos nada que hablar. Cuando me dejaste lo dijiste todo. Y ahora, si no te importa, el partido está a punto de empezar.

Y después de eso se dio la vuelta, dejándola boquiabierta.

Capítulo Dos

Carmen apretó los dientes, furiosa, mientras salía de la finca Siete Robles. Después del beso, sin duda los rumores sobre una posible reconciliación empezarían a circular de nuevo y eso ya era demasiado. De modo que, fingiendo una súbita jaqueca, subió a su descapotable y tomó la carretera que llevaba a la casa.

Era una preciosa tarde de julio, pero dudaba que Matthew supiera que le había estropeado el día. Seguramente lo había hecho a propósito y eso demostraba lo egoísta que era.

Matthew no había querido entenderla. No había entendido lo que le contó sobre el matrimonio de sus padres: una madre cuya ambición era ser la mejor agente inmobiliaria de Memphis y un padre que necesitaba triunfar a toda costa como asesor financiero. Esa dedicación a su trabajo los había aislado el uno del otro hasta que, por fin, se divorciaron. Carmen había querido un matrimonio diferente, pero al final había conseguido lo mismo.

Suspirando, admiró el precioso paisaje, lamentando tener que irse cuando había llegado el día anterior. Sus añoradas vacaciones de verano se habían ido por la ventana…

Se preguntó entonces qué clase de proyecto tendría en Nueva York. Pero no era asunto suyo, se dijo. Lo que hiciera Matthew con su vida no le importaba nada.

Unos minutos después, tomaba el camino que llevaba a la casa. Recordaba la primera vez que Matthew la llevó a los Hampton, meses después de casarse, prometiéndole que pasarían allí las vacaciones todos los años. Ella había ido todos los veranos, pero Matthew siempre estaba demasiado ocupado y su trabajo era lo primero.

Mientras bajaba del descapotable se preguntó si pensaría llevar allí a Candy Sumlar. ¿Pasaría más tiempo con su novia del que había pasado con su mujer?

Furiosa, cerró de un portazo. Cuando llegó el día anterior estaba relajada, contenta, pero en aquel momento podría estrangular a alguien.

Subió al piso de arriba a toda velocidad, decidida a hacer las maletas y estar a kilómetros de allí cuando terminase el partido porque sabía que Matthew no se iría a un hotel. Le daba igual que ella hubiera llegado antes.

Pero cuando entró en el dormitorio se detuvo de golpe. Matthew había dejado la maleta sobre la cama. ¿Se habría sorprendido al ver que sus cosas estaban allí? Desde luego, no había perdido el tiempo buscándola para avisarla de su presencia. Y la había besado, además. Carmen se llevó un dedo a los labios, notando la impresión de los de su ex marido.

Cuando abrió el armario y vio la ropa de Matthew colgando al lado de la suya tuvo que tragar saliva. Ver eso le recordaba lo felices que habían sido una vez…

Enfadada, apartó la ropa de su ex marido y tomó unos cuantos vestidos que tiró sobre la cama. Iba a buscar su maleta cuando, de repente, se dio cuenta de que estaba dejando que Matthew le estropease las vacaciones. ¿Por qué tenía que ser ella la que se marchase?

Estaba cansada de correr. Durante un año después del divorcio había hecho todo lo posible para no encontrarse con él. No acudía a fiestas ni iba a los sitios a los que solían ir juntos, de modo que se quedaba en casa cuando no estaba trabajando. Prácticamente se había convertido en una reclusa y ahora quería pasarlo bien. ¿Por qué iba a dejar que le estropease las vacaciones cuando era él quien debería marcharse?

De repente, supo lo que debía hacer: era hora de que Matthew Birmingham probase su propia medicina.

Haría lo imposible para que no pudiera resistirse y cuando creyera que la tenía donde quería, en la cama, lo dejaría colgado.

Carmen sonrió. La venganza nunca sería más dulce.

Matthew entró en la casa, cerró la puerta y miró alrededor. Le había sorprendido ver el coche de Carmen aparcado en la puerta porque esperaba que se hubiera marchado.

Ardella Rowe lo había buscado durante el partido para decirle que su ex mujer se había marchado porque tenía un fuerte dolor de cabeza. Y, por supuesto, él había tenido que marcharse inmediatamente, fingiendo estar preocupado, aunque sabía que Carmen había usado el dolor de cabeza como una excusa para desaparecer.

La oyó moverse en el piso de arriba y pensó que estaría haciendo la maleta. Seguramente no querría esperar ni un minuto para volver donde fuera que había estado escondida durante los últimos meses.

Matthew decidió despedirse de ella antes de volver a Siete Robles, con la esperanza de ver el final del partido, pero cuando empezó a subir la escalera le llegó el aroma de su perfume; un perfume que él conocía bien y que Carmen usaba siempre.

Suspirando, metió las manos en los bolsillos del pantalón. Aquélla sería la primera vez que estuviera en la casa sin ella y pensar eso lo entristeció. Pero era mayorcito y podría soportarlo. Además, Carmen ya le había hecho suficiente daño y dudaba que pudiese perdonarla por hacerle creer que existía el amor verdadero para demostrarle después que no era así.

Había dejado de intentar imaginar en qué momento empezaron a separarse. Él sería el primero en admitir que trabajaba demasiadas horas, pero lo hacía con la intención de conseguir un respaldo económico suficiente como para no tener que trabajar toda la vida.

Aunque Carmen ganaba mucho dinero con su trabajo como actriz, él era su marido y se creía en la obligación de darle todo lo que pudiera necesitar. La carrera de un actor tenía muchos altibajos y, aunque en aquel momento le iba bien, su intención era que nunca tuviera que preocuparse.

Habían hablado de formar una familia, pero Carmen no había entendido que asegurar el futuro de sus hijos era importante para él. Tal vez porque su ex mujer no había crecido rodeada de pobreza.

¿Qué había de malo en intentar asegurarse el futuro? Seguía sin entenderlo y cuanto más lo pensaba más furioso se ponía.

Había construido su mundo alrededor de Carmen. Ella era lo único que importaba y todo lo que hacía lo hacía por ella, pero su ex mujer no lo había entendido. Y ahora era un hombre con la vida destrozada, aunque haría lo que fuese para que ella no lo supiera.