Escuela madrileña del siglo XVII - Ernesto Ballesteros Arranz - E-Book

Escuela madrileña del siglo XVII E-Book

Ernesto Ballesteros Arranz

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Beschreibung

eBook Interactivo. Toda la producción artística de la corte española durante el siglo XVII está marcada por dos hechos fundamentales que condicionan la marcha de la pintura, tanto en el modo como en la intencionalidad de su representación: la monarquía absoluta y la Contrarreforma, desembocando en un arte que, por excelencia, es religioso y cortesano.

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ÍNDICE

1. Luis Tristán. Adoración de los Reyes. Museo de Budapest

2. Pedro Orrente. Multiplicación de los panes y los peces. Museo del Ermitage

3. Pedro Orrente. La Cena de Emaús. Museo Budapest

4. Fray J. Sánchez Cotán. Bodegón. Museo de San Diego. California

5. Felipe Ramírez. Bodegón. Museo del Prado

6. Juan Bautista Mayno. Reconquista de Bahía. Museo del Prado

7. Juan Bautista Mayno. Adoración de los pastores. Museo del Ermitage

8. Vicente Carducho. Visión de San Francisco de Asís. Museo de Budapest

9. Bartolomé González. San Juan. Museo de Budapest

10. Bartolomé González. Felipe III. Museo del Prado

11. Juan Bautista del Mazo. Baltasar Carlos. Museo Budapest

12. José Leonardo. La rendición de Juliers. Museo del Prado

13. Antonio de Puga. El afilador. Museo del Ermitage

14. Francisco Rizzi. Auto de fe. Museo del Prado

15. Fray Juan Rizzi. La cena de San Benito. Museo del Prado

16. Antonio de Pereda. El Socorro de Génova. Museo del Prado

17. Antonio de Pereda. El sueño del caballero. Academia de San Fernando. Madrid

18. Antonio de Pereda. San Jerónimo (dibujo). British Museum. Londres

19. Juan Carreño de Miranda. Carlos II. Monasterio del Escorial

20. Juan Carreño de Miranda. Doña Mariana de Austria. Monasterio del Escorial

21. Juan Carreño de Miranda. El Duque de Pastrana. Museo del Prado

22. Juan Carreño de Miranda. Santiago a caballo. Museo de Budapest

23. Juan Carreño de Miranda. Dos apóstoles (dibujo). Biblioteca Nacional. Madrid

24. Mateo Cerezo. Cristo. Museo de Budapest

25. Juan Martín Cabezalero. Asunción de la Virgen. Museo del Prado

26. José Antolinez. Inmaculada Concepción. Museo del Prado

27. Juan Antonio Escalante. Inmaculada Concepción. Museo de Budapest

28. Francisco Herrera, el Mozo. Apoteosis de San Hermegildo. Museo del Prado

29. Claudio Coello. Sagrada Familia. Museo del Prado

30. Claudio Coello. Carlos II. Museo del Prado

31. Claudio Coello. Martirio de San Juan. Museo del Prado

32. Claudio Coello. Adoración de la Sagrada Forma. Monasterio del Escorial

OTRAS PUBLICACIONES

Si tenemos en cuenta, siempre que nos encontramos ante cualquiera de las formas de expresión, que el arte es un producto humano; que hay en él un germen, una justificación y un fin humanos; que habla de sentimientos y coyunturas ideológicas, al lado de lo meramente técnico o canónico de la representación; que las formas se actualizan en cada encrucijada de acuerdo con el contenido cultural y espiritual de una etapa histórica que se define en sí misma al cambiar la postura mental del hombre ante Dios, la Naturaleza o ante el hombre mismo, no podemos olvidar que bajo el estilo del siglo XVII, en cualquiera de las escuelas nacionales, hay un acontecimiento religioso a escala mundial y de especial repercusión en España que condiciona la etapa barroca: la Contrarreforma.

Toda la producción artística de la corte española durante el siglo XVII está marcada por dos hechos fundamentales que condicionan la marcha de la pintura, tanto en el modo como en la intencionalidad de su representación: la monarquía absoluta y la Contrarreforma, desembocando en un arte que, por excelencia, es religioso y cortesano.

Toda Europa, a finales del siglo XVI, está buscando unas formas de expresión que se adapten a la espontaneidad y naturalismo, contra las prefijadas normas del manierismo italiano de finales del Renacimiento.

En España, y sobre todo en Castilla, no caló profundamente ni el espíritu ni el arte del Renacimiento, que como fenómeno cultural invade Europa, al menos en lo que se refiere a la ruptura con la tradición occidental y a la crítica de los estilos medievales. Las artes góticas y la religiosidad que las condicionan siguen en vigencia durante el siglo XVI, y es ahora cuando la reacción total contra el Renacimiento informa y da vida al barroco español.

Hay un cauce de expresión en el proceso de fervor y ortodoxia que agita a todos los países adeptos al movimiento de la Contrarreforma. El profundo sentimiento y vivencia del drama del hombre en el mundo, tan vivamente sentido en España en todas sus manifestaciones artísticas, alcanza ahora el clímax del quehacer artístico.

La visión santa, austera y abnegada y el canon ético ha sustituido a la apoteosis del cuerpo humano, y, a diferencia de Europa, esta sustitución se hace con severidad y devoción. Lo sensual, típico también en todo el Barroco, es tratado en la escuela madrileña con carácter espiritual exento de sensualidad, desde el tema iconográfico de la Inmaculada Concepción hasta el de la Magdalena. Y es que la ética de la salvación va a presidir un canon de forma que no tendrá el máximo valor en sí misma, sino como expresión, acomodándose a la sensibilidad eminentemente religiosa del contemplador. Lo vivo y humano van a sustituir a las representaciones intelectual izadas, abstractas, simbólicas. El culto al cuerpo humano dejará paso al culto al alma.

Tanto los temas religiosos como los cortesanos, aliarán la tradición espiritual de la Edad Media con una moderna concepción de la naturaleza. Un afán de vivir de espaldas a lo cómodo, sereno y confortable dará ánimo al realismo madrileño, haciendo que desde el hombre a la naturaleza sean representados tal y como son. Un realismo que hace a Velázquez o a Ribera elegir los temas de enanos, bufones o seres defectuosos, como observaremos en la niña monstruo de Juan Carreño de Miranda.