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eBook Interactivo. Tras la escultura renacentista y su última etapa de profundo manierismo, el siglo XVII trae consigo una nueva concepción de la escultura. El clásico equilibrio entre la masa y el movimiento que se producía en las obras renacientes se rompe ahora en favor de este último, haciendo que las figuras se muevan en el espacio con gestos teatrales y ampulosos. Esta va a ser la constante en la escultura europea de la centuria, que seguirá fielmente los dictados de la escultura italiana; pero, en cambio, en España durante este siglo, el Siglo de Oro de la escultura hispana, se realizarán obras de características propias bien diferenciadas de las europeas.
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ÍNDICE
1. Francisco de Rincón. San Pedro. Las Angustias. Valladolid
2. Francisco de Rincón. Retablo mayor de las Angustias (detalle). Valladolid
3. Gregorio Fernández. Bautismo de Cristo. Museo de Valladolid
4. Gregorio Fernández. Santa Teresa. Museo de Valladolid
5. Gregorio Fernández. Inmaculada. La Encarnación. Madrid
6. Gregorio Fernández. Cristo a la columna. Iglesia de la Cruz. Valladolid
7. Gregorio Fernández. Cristo de la Luz. Colegio de Santa Cruz. Valladolid
8. Gregorio Fernández. Cristo yacente. Museo de Valladolid
9. Gregorio Fernández. Virgen de Las Angustias. Museo de Valladolid
10. Gregorio Fernández. El Arcángel Gabriel. Museo Diocesano de Valladolid
11. Gregorio Fernández. Paso de Semana Santa. Museo de Valladolid
12. Juan de Bolonia. Felipe Ill. Plaza Mayor. Madrid
13. Pietro Tacca. Felipe IV. Plaza de Oriente. Madrid
14. Manuel Pereira. San Bruno. Academia San Fernando. Madrid
15. Manuel Pereira. San Bruno. Cartuja de Miraflores. Burgos
16. Manuel Pereira. Cristo de Lozoya (detalle). Catedral de Segovia
17. Juan Sánchez Barba. Cristo de la Agonía. Oratorio del Caballero de Gracia. Madrid
18. Juan Rodríguez. Relieves de la Catedral de Salamanca
19. Pedro Alonso de los Ríos. Relieve del trasaltar mayor de la Catedral de Burgos
20. Juan Antonio Ron. Hornacinas del puente de Toledo. Madrid
21. Alonso Villabrille y Ron. Cabeza de San Pablo. Museo de Valladolid
22. Michel Perroni. Cristo yacente. La Encarnación. Madrid
23. Narciso Tomé. Transparente de la Catedral de Toledo
24 - 25. Fuentes de los Jardines de la Granja. Segovia
26. Rey de España. Decoración del Palacio Real. Madrid
27. Alejandro Carnicero. El Consejo de las Órdenes militares. Academia de San Fernando. Madrid
28. Ignacio Vergara. Palacio del Marqués de Dos Aguas. Valencia
29. Francisco Salzillo. Oración en el Huerto. Museo de Murcia
30. Francisco Salzillo. El Prendimiento. Museo de Murcia
31. Francisco Salzillo. San Jerónimo. Museo de la Catedral de Murcia
32. Francisco Salzillo. Figuritas de un Belén. Museo de Murcia
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Tras la escultura renacentista y su última etapa de profundo manierismo, el siglo XVII trae consigo una nueva concepción de la escultura. El clásico equilibrio entre la masa y el movimiento que se producía en las obras renacientes se rompe ahora en favor de este último, haciendo que las figuras se muevan en el espacio con gestos teatrales y ampulosos. Esta va a ser la constante en la escultura europea de la centuria, que seguirá fielmente los dictados de la escultura italiana; pero, en cambio, en España durante este siglo, el Siglo de Oro de la escultura hispana, se realizarán obras de características propias bien diferenciadas de las europeas. Es la gran época de la imaginería española que prosigue la tradición del siglo anterior. Al igual que entonces, la policromía sigue siendo la característica fundamental. La madera continúa empleándose en gran abundancia, siendo ella la que motiva la pervivencia de la rica policromía a base de la encarnación y el estofado.
Uno de los aspectos que distinguen fundamentalmente nuestra escultura barroca de la italiana y europea coetáneas es su marcado carácter religioso. En ningún otro país se producen tan abundantes y excelentes esculturas y retablos para decorar conventos e iglesias. Por el contrario, la escultura profana y mitológica es casi inexistente. Solamente en el siglo XVIII, y por la influencia extranjera sobre la Corte de los Borbones, se encontrarán en España obras escultóricas de carácter profano. El realismo de la escultura hispana durante la primera mitad de la centuria de 1600 es único. Los gestos y actitudes se apartan bastante de las expresiones idealizadas de los escultores italianos. Todo el naturalismo de la expresión se concentra, sobre todo, en los rostros, que incluso a veces reciben ojos de cristal o lágrimas del mismo material para subrayar ese verismo, al que también contribuye en no poco grado el que muchas de las imágenes aparezcan envueltas en ricas vestiduras, hecho éste que se da con preferencia en las imágenes de carácter procesional.
En el desarrollo de la escultura barroca española pueden distinguirse tres etapas fundamentales: una primera de matiz naturalista o realista, en la que el equilibrio y el orden son todavía clásicos; otra de exaltado barroquismo durante la segunda mitad del siglo; para ya, por último, predominar las influencias extranjeras durante la primera mitad del siglo XVIII, predominio que habrá de perdurar en unión de la tradicional escultura hispana hasta enlazar con el arte academicista de la segunda mitad del siglo. Dos grupos fundamentales cabe distinguir en la escultura barroca española: Castilla y Andalucía, a los que luego se sumará, ya en el siglo XVIII, la escuela de Murcia.