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Hasta hacía muy poco tiempo, Felicity Farnsworth había estado planeando la boda de Reid Kelly con otra mujer… y ahora estaba pasando la luna de miel con él. Felicity se había quedado de piedra cuando el ex prometido de una de sus mejores amigas la había invitado a pasar una semana con él en las bellas playas de Cozumel, sin ningún tipo de compromiso. A pesar de todos los motivos por los que debería haber rechazado la invitación, Felicity se había subido a aquel avión porque hacía ya mucho tiempo que deseaba en secreto que sucediera algo parecido… y parecía que Reid también lo deseaba…
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Seitenzahl: 167
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2006 Patricia A. Kay
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Esposa por unos días, n.º 1543 - septiembre 2024
Título original: The One-Week Wife
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788410741751
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Si te ha gustado este libro…
Felicity Farnsworth detuvo su todoterreno frente a la entrada de Rosedale Farms y tomó una bocanada de aire para calmar sus alterados nervios. Temía el encuentro con Reed Kelly, pero llevaba demasiado tiempo retrasando aquella reunión. Ahora, aunque quisiera, no podría hacerlo más, puesto que Madeline Newhouse había insistido en que las fotos de boda de su hija Portia tenían que tomarse en Rosedale.
Felicity era la propietaria de Bodas por Felicidad, la empresa de organización de eventos más exitosa del Condado de Fairfield, Connecticut. Sus bodas siempre eran espectaculares, y la boda que los Newhouse darían para su adorada hija Portia sería la más espectacular de todas. Alex Newhouse, el famoso actor, había declarado que no escatimaría en gastos.
Por eso, si Madeline quería que las sesión fotográfica de Portia se realizara en Rosedale, Felicity no tenía opción. De otro modo, arriesgaría su prestigio, que había ganado a base de trabajo duro, y tal vez Madeline no la recomendara entre su adinerado círculo de amistades
Felicity tomó aliento de nuevo y expulsó el aire lentamente mientras cruzaba el arco de entrada a Rosedale. Por más que intentara mantener la calma, su corazón aceleró el ritmo a medida que se acercaba al edificio principal, donde estaba la oficina de Reed.
Reed.
Felicity no lo había visto desde que su mejor amiga, Emma Dearborn rompió su compromiso con él, abandonándolo por Garrett Keating. ¿Cómo se habría tomado Reed la ruptura? ¿Estaría destrozado? Tal vez no deseara ver a Felicity ni a nadie relacionado con Emma, a ninguno de sus amigos, y Felicity no podría culparlo por ello.
Pero a pesar de su inquietud ante la perspectiva de ver a Reed, Felicity no podía negar que se sentía algo nerviosa. Era irónico que el único hombre que la había interesado desde que el miserable de su ex marido la traicionó y le robó, era Reed. Todo había empezado mientras Felicity trabajaba en su boda con Emma, y por más que ella intentó convencerse de que Reed estaba fuera de su alcance, el sentimiento no desapareció.
Pero Reed ya no era el prometido de su mejor amiga. De hecho, estaba libre.
«No, no voy a empezar con ésas… No, no, no…»
Después de su divorcio, Felicity se hizo una promesa a sí misma; se entregó en cuerpo y alma a construirse una vida y una fortuna. Punto. Estaba claro que no sabía juzgar a los hombres; pensó que su ex marido la amaba, cuando lo único que él sentía era interés oportunista y nada más. La había utilizado, y Felicity no estaba dispuesta a dejarse utilizar por nadie más.
«Por eso da igual lo mucho que te atraiga, lo sexy que sea y lo disponible que esté: mantén a Reed Kelly fuera de tu mente y sigue pensando en tus objetivos, dentro de los cuales no está ni el matrimonio ni ningún otro compromiso permanente con un hombre».
Al llegar frente al edificio principal, Felicity detuvo el coche y aparcó. Puso su cara más profesional y subió los tres escalones de la entrada.
–Hola, señorita Farnsworth.
Felicity sonrió a la bonita joven que estaba sentada frente a un ordenador en la oficina de Reed. Sabía que era una de sus sobrinas, pero no cuál de ellas.
–Hola. ¿Está Reed por aquí?
La chica, que parecía tener quince o dieciséis años, asintió.
–Está en las cuadras. ¿Quiere que vaya a buscarlo?
–No, no te molestes. Iré a ver si lo encuentro –Felicity prefería ver a Reed a solas. Y más si su reacción al verla se acercaba a lo que ella imaginaba.
De camino a las cuadras, Felicity se alegró de que el camino estuviera enlosado, pues lo último que quería era estropear sus zapatos de Jimmy Choo, en los que se había gastado buena parte de sus ganancias del mes anterior. Los zapatos eran la debilidad de Felicity, que llegaba casi al punto de la obsesión. En aquel momento tenía ocho pares, y seguía comprando más.
A veces se sentía culpable por la cantidad de dinero que gastaba en zapatos, pero no dejaba que esos sentimientos la embargaran mucho tiempo. Después de todo, trabajaba mucho y el dinero que gastaba era suyo y de nadie más. En su caso, con Sam había vivido la situación contraria, cuando él se gastaba todo lo que ella ganaba. Cómo había sido tan estúpida de dejarle meter las manos en la herencia de sus padres…
–¡Felicity!
Felicity parpadeó. Estaba tan perdida en sus pensamientos que no se dio cuenta de la presencia de Max Weldon, entrenador y asistente de Reed. Max era bajito y delgado, y había sido jockey, pero su voz era grave y masculina.
–Hola, Max –Max y su padre habían sido muy buenos amigos, aunque la edad de Max estaba más cercana a la de Felicity.
Max la miró con cariño.
–Hacía mucho que no ten veía. ¿Qué haces por aquí? ¿Quieres comprar un caballo?
Felicity sacudió la cabeza.
–Ya no tengo tiempo para montar. No, he venido a ver a Reed para hablar un asunto de trabajo –por la expresión curiosa de su rostro, Felicity vio que Max sentía curiosidad por saber qué podía tener ella que hablar con Reed, pero era demasiado educado como para preguntar.
–Bueno, está en las cuadras –dijo Max.
–Gracias. Saluda a Paulette de mi parte –Paulette era la esposa de Max.
–Lo haré.
Se despidieron y cada uno siguió su camino.
Cerca de las cuadras, Felicity oyó un suave relincho a la voz grave e inconfundible de un hombre.
Reed.
El pulso se le aceleró al entrar en la sombra de la cuadra. Un sinfín de olores asaltaron los sentidos de Felicity al entrar: la avena, el heno seco, serrín y el jabón que los mozos usaban para lavar a los caballos. Aunque había sido una buena amazona, hacía muchos años que Felicity no montaba. Su ex consideraba cualquier práctica deportiva como un gasto de tiempo y dinero, y durante mucho tiempo, lo que Sam quería era lo que se hacía. Pero aquel día, entre aquellos olores y sonidos tan familiares, recordó con nostalgia su amor por los caballos y por la equitación.
Reed estaba a unos pasos de ella, hablando con dulzura a un precioso potro negro. Felicity contuvo el aliento al reconocer sus facciones… no sabía quién era más bello, si el caballo o Reed.
Observando los dos metros de Reed, su cuerpo atlético y musculoso, y su piel bronceada, no pudo evitar pensar en que Emma estaba loca. Él llevaba un polo blanco y unos pantalones de montar color café; Emma le había dicho que después de ver a Garrett por segunda vez se dio cuenta de que no quería a Reed como debería… ¿Pero cómo no podía cualquier mujer amar, o al menos desear, a Reed Kelly?
Para ella Reed era el hombre perfecto, si tal cosa podía existir. No sólo era guapísimo y muy sexy, sino que era agradable y divertido. Amable, generoso, buena persona… el tipo de hombre que a todos gustaba. Además de eso, le gustaban los caballos.
«Si hubiera sido mío…»
Pero no era suyo y nunca lo sería, porque ella ya no estaba en el mercado…
Felicity no había acabado de pensar la frase cuando Reed se giró. La cuadra estaba en penumbra, y sus ojos no se habían acostumbrado a la oscuridad del interior tras la luminosidad del mes de julio, así que no pudo ver bien su expresión.
–Hola, Felicity –dijo él en voz baja.
No parecía enfadado, lo cual era prometedor
–Ho-hola Reed –maldición… odiaba que le temblara la voz, cuando ella siempre se preciaba de mantener la serenidad. Algunas personas la llamaban princesa de hielo, apelativo que ella cultivaba porque la ayudaba a manejar a los ricos con los que tenía que trabajar. «No les dejes pensar que estás nerviosa; tienes que dar la impresión de tener la situación controlada». Ése era su mantra.
–¿Qué te trae aquí? ¿Has venido a ver cómo sufro?
Ups, tal vez sí estuviera enfadado.
–¿Cómo sufres? ¿Por qué?
En lugar de contestar, Reed acarició al potro una vez más y fue hacia ella. Felicity tuvo que contenerse para no dar un paso atrás.
–Todo el mundo habla de mí, ¿verdad? Todos sienten lástima –dijo con dureza.
Felicity nunca había visto sus ojos azules brillar con tanta frialdad. El corazón cada vez le latía con más rapidez.
–No, claro que no –pero lo cierto era que sí.
La ruptura de Emma y Reed había sido el chisme más jugoso de Eastwick de los últimos meses, y especialmente la bruja de Delia Forrester, no dejaba de hablar de ello a todo el que quería escucharla.
Reed apretó la mandíbula.
–No me mientas, Felicity. Sé que soy la comidilla de todo el condado. Casi puedo oírlos desde aquí. «Reed Kelly tiene que tener algo malo si Emma Dearborn lo ha dejado».
–Oh, Reed –a Felicity se le derritió el corazón al darse cuenta de que Reed no estaba enfadado, sino dolido.
Sin poder evitarlo, le puso una mano sobre el brazo. Él parpadeó, pero no la apartó. Deseosa de reconfortarlo, lo abrazó.
–Lo siento –le dijo con ternura–. Siento todo lo que ha pasado.
Por un momento él se quedó rígido y Felicity temió haber cruzado una línea prohibida, pero entonces él la rodeó con los brazos y apoyó la barbilla sobre su cabeza. Felicity cerró los ojos; era un abrazo de amigos, pero aun así era muy agradable. Hacía mucho tiempo que Felicity no abrazaba a un hombre al que respetara, y menos a un hombre tan atractivo como Reed.
Ella suspiró y empezó a retirarse. Levantó la vista pensando en qué podía hacer para que él se sintiera mejor.
–Reed… –empezó.
Él bajó la mirada.
Cuando sus miradas se encontraron, algo eléctrico e imposible de negar chispeó entre ellos. Entonces, en un momento que Felicity nunca podría olvidar, él bajó la cabeza y capturó sus labios en un beso.
La sorpresa detuvo el cerebro de Felicity mientras él la besaba. Ella gimió cuando él bajó las manos hacia su trasero, para acercarla aún más y que pudiera sentir su erección. Sus entrañas se habían derretido y su cuerpo estaba incendiado de necesidad.
Reed… Reed…
La cabeza le daba mil vueltas al pensar que una de sus fantasías se estaba haciendo realidad en ese preciso momento. Mientas su amiga estuvo prometida con él, Felicity no pudo evitar pensar en muchas ocasiones cómo sería ser Emma… sentir los besos, sus caricias… hacer el amor con él.
Entonces, penetrando a través del aura de deseo que la envolvía, Felicity oyó unos pasos en el exterior. Reed también debió oírlos, porque la soltó y ella dio un paso atrás.
Por un momento, se miraron el uno al otro y entonces, consciente de que tenía la cara como la grana, Felicity balbuceó.
–Tengo… tengo que marcharme. Ten. Esto es lo que he venido a traerte –sacó de su bolso el cheque que tenía preparado y casi se lo tiró. Era la señal que él le había entregado meses atrás cuando Emma y él le pidieron que se encargara de los preparativos de su boda.
Demasiado avergonzada como para esperar su respuesta, se dio la vuelta y salió todo lo aprisa que pudo de allí.
¿En qué estaba pensando?
«No estabas pensando, al menos no con el cerebro».
Sin aliento, Reed juró para sí. Cielos… aquello era lo más estúpido que había hecho en toda su vida. Casi se había abalanzado sobre Felicity. ¿Por qué?
¿Tan necesitado estaba? ¿O es que pretendía vengarse de Emma por haberlo convertido en el hazmerreír de la zona?
Apretó los dientes. Eso era lo que le fastidiaba. Eso era lo que realmente le fastidiaba.
De algún modo, siempre supo que faltaba algo en su relación con Emma. Ella era dulce y adorable; el tipo de mujer de la que cualquier hombre puede sentirse orgulloso de tener por esposa, pero para ser sincero consigo mismo, tenía que admitir que nunca habían saltado chispas entre ellos, lo cual no era algo bueno para su futuro.
De hecho, y no admitiría esto ante nadie, nunca habían llegado a tener una relación íntima. Emma se había negado, diciendo siempre que quería esperar al matrimonio, y Reed respetó sus sentimientos.
Por eso, cuando ella rompió su compromiso por otro hombre, él se quedó más avergonzado que dolido, y fue entonces cuando empezó a preguntarse si su negativa al sexo tendría más que ver con la falta de deseo que con la voluntad de llegar virgen al matrimonio, como él cría.
Ahora ponía en cuestión todo lo relacionado con su relación, sobre todo su propia capacidad de juicio. Su ego estaba seriamente lastimado, y todo el mundo que lo rodeaba sabía que el motivo de la ruptura había empeorado mucho las cosas.
Aunque Reed procedía de una gran familia, era una persona muy callada con sus sentimientos, y por eso le hubiera gustado poder llevar su sufrimiento en silencio, pero no había podido ser de ese modo, y se sentía desnudo ante las miradas y consideraciones de la gente.
«Y estúpido, no te olvides de lo estúpido que te sientes».
–Hola, jefe. ¿Todo bien?
Reed sonrió con toda la normalidad que pudo.
–Sin novedad, Max. ¿Por qué?
Su ayudante arrugó el ceño.
–Acabo de ver salir a Felicity a toda velocidad de aquí. He pensado que tal vez hayáis discutido o algo así…
–No, hum… tenía una cita, creo.
Max asintió, pero su mirada guardó un aire curioso y Reed pensó si sospecharía lo que acababa de pasar allí.
–Y yo también tengo que hacer algunas cosas… –dijo Reed.
Reed salió de la cuadra, se puso las gafas de sol y vio alejarse el todoterreno plateado. Felicity se alejaba de allí todo lo aprisa que podía.
Pero… lo cierto era que ella no lo había apartado cuando él la besó. De hecho, había respondido con bastante entusiasmo. Sólo con recordar su respuesta, lo agradable que había sido sujetarla contra su cuerpo, volvía a excitarse.
Tal vez Felicity fuera lo que él necesitara en aquel momento. Si estuvieran juntos, los chismosos tendrían un tema nuevo del que hablar y dejarían de sentir lástima por él. La idea tenía cierto atractivo, pero al cabo de un rato la apartó de su mente. No podía utilizar a Felicity; no sería justo. Y más sabiendo, por lo que Emma le había dicho, lo mucho que Felicity había sufrido por la traición de su esposo.
Echó un vistazo al cheque que ella le había dado. Era la devolución del adelanto de veinte mil dólares que él le había dado cuando empezó a planear su boda con Emma. Un gesto generoso por su parte, pues no le devolverían nada del dineral que ya había pagado por la luna de miel que no hacían, ni del anillo que le había comprado y Emma le había devuelto a él.
Esperaba que Felicity no hubiera tenido problemas económicos por aquella cancelación… Y que hubiera restado del cheque los gastos en los que había podido incurrir durante los preparativos. Tenía que acordarse de preguntarle por ello.
Al entrar en la oficina, le sonrió a la hija de su hermano Daniel, Colleen.
–Han llamado Julianne Foster, el doctor Finnerty y la abuela –dijo la chica–. La abuela quiere saber si irás a cenar esta noche a casa.
–Gracias, cielo –Reed echó un vistazo a su reloj. Era la una pasada–. ¿No deberías haberte ido ya a casa? –Colleen lo ayudaba media jornada en el trabajo los meses de verano.
–Quería acabar la circular –dijo Colleen mientras Reed se dirigía a su despacho–. Después me marcharé.
Reed mandaba mensualmente una circular a todos sus clientes hablando de las novedades del Rosedale Farms. Sus caballos de pura raza gozaban de bastante prestigio y se vendían a precios muy altos, y en Rosedale se daba un servicio completo de cría, mantenimiento y doma. La finca constaba de seiscientos acres de suaves colinas y pastos en un lugar excepcional que era la envidia de otros criadores de caballos. Reed estaba orgulloso con motivos de la ganadería que llevaba el nombre de su abuela paterna, Rose Moran Kelly, que con su marido Aloysius había creado una ganadería de cría de caballos en su Irlanda natal, y él esperaba dejársela en herencia a sus hijos.
Hijos. Al paso que iba, nunca los tendría. Ojalá las cosas siguieran siendo como en el pasado, cuando buscar esposa era casi como una propuesta de negocio, pero claro, él no se conformaría con cualquiera. Tendría que ser una mujer lista, atractiva y agradable. Sin querer, pensó «alguien como Felicity».
Su rostro se torció en una mueca de desagrado. Como si Felicity pudiera estar interesada… había dejado claro a todo el que quisiera escucharla sus sentimientos hacia el matrimonio. Ya se había quemado una vez y no pensaba arriesgarse a que la situación se repitiera. Emma y él hablaban a menudo de la actitud de Felicity, porque a Emma le preocupaba de verdad su mejor amiga y deseaba su felicidad
–Me ha dicho –le había dicho Emma una vez–, que se va a dedicar a su carrera y sólo a eso. Cuando le he dicho que podría tener una carrera y un buen matrimonio, que sólo necesitaba al hombre adecuado, me dijo que se alegraba por mí porque pensara eso, pero que el matrimonio no era para ella.
Al recordar esa conversación, Reed decidió apartar a Felicity de sus pensamientos. Ella no podría ser candidata a ser la señora de Reed Kelly.
Decidido a apartar de su mente todo lo que no fuera trabajo, se sentó a la mesa y descolgó el teléfono para devolver las llamadas que Colleen le había pasado.
Felicity no podía dejar de pensar en lo que había pasado entre ella y Reed. Cielos, ¿en qué estaba pensando? ¿Cómo había podido permitir ese beso? ¿Y por qué, además de permitirlo, había respondido como una gata en celo?
«Ya lo sabes. Llevas mucho tiempo deseando a Reed».
Y ahora, él lo sabía, o al menos, y de eso estaba segura, lo sospechaba.
Demonios.
Se puso roja sólo de pensar en su comportamiento descontrolado, y no podía ni imaginarse lo que Reed estaría pensando. ¿Cómo iba a volver a mirarlo a la cara?
Y Max… Casi le pasa por encima cuando había salido corriendo de la cuadra. Podía imaginarse lo que debía estar pensando… Había murmurado una disculpa y había dicho algo de llegar con retraso a algún sitio sin mirarlo a la cara. «Oh, cielos…»
Seguía flagelándose mentalmente cuando llegó a su oficina, pero al entrar, decidió pensar que lo que había ocurrido no tenía importancia ninguna. Reed la había besado… ¿Y qué?
Rita Dixon, su diminuta ayudante, levantó la vista de su ordenador al verla y sus ojos brillaron con esa chispa de energía que hacía de ella tan valiosa trabajadora.
–¿Qué tal fue? ¿Ha accedido?
Felicity se quedó helada. Había olvidado por completo que su principal motivo para ir a Rosedale aquella mañana era, además de devolver su dinero a Reed, convencerlo de que permitiera que la sesión fotográfica de boda de Portia Newhouse se realizara en su finca. ¡Se le había olvidado preguntarle! Pensó con rapidez y dijo:
–No me ha dado una respuesta.