Eugenio Oneguin - Pushkin - Aleksandr Pushkin - E-Book

Eugenio Oneguin - Pushkin E-Book

Aleksandr Pushkin

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Beschreibung

Eugenio Oneguin  es una obra fundamental que combina elegancia poética con una profunda exploración de las normas sociales, las aspiraciones no realizadas y las complejidades de la emoción humana. Alexander Pushkin presenta una aguda crítica al mundo aristocrático de la Rusia del siglo XIX, ilustrando la tensión entre los deseos personales y las convenciones sociales. A través de la historia de Eugene Onegin, un noble desencantado y distante, y Tatyana Larina, una joven sincera e introspectiva, la novela en verso examina temas como el amor, el arrepentimiento y las consecuencias de las oportunidades perdidas. Desde su publicación, Eugenio Oneguin ha sido celebrado por su belleza lírica, su profundidad psicológica y su magistral uso del lenguaje. Su exploración del destino, el libre albedrío y las restricciones impuestas por la sociedad ha consolidado su lugar como una obra fundamental de la literatura rusa. Los personajes, ricamente desarrollados, y sus complejas relaciones continúan cautivando a los lectores, ofreciendo una conmovedora reflexión sobre la naturaleza humana y el paso del tiempo. La relevancia perdurable de la novela radica en su capacidad para transmitir las luchas universales del amor, la identidad y la autoconciencia. Al entrelazar emociones personales con temas sociales más amplios, Eugenio Oneguin invita a los lectores a reflexionar sobre el delicado equilibrio entre la pasión y la moderación, la elección y el destino, y la inevitable marcha de los momentos que definen la vida.  

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Seitenzahl: 138

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Alexander S. Pushkin

EUGENIO ONEGUIN

Título original:

“Евгений Онегин”

Sumario

PRESENTACIÓN

EUGENIO ONEGUIN

CAPÍTULO PRIMERO

CAPÍTULO SEGUNDO

CAPÍTULO TERCERO

CAPÍTULO CUARTO

CAPÍTULO QUINTO

CAPÍTULO SEXTO

CAPÍTULO SÉPTIMO

CAPÍTULO OCTAVO

PRESENTACIÓN

Alexander S. Pushkin

1799 – 1837

Alexander S. Pushkin (1799-1837) fue un escritor y poeta ruso, ampliamente considerado el fundador de la literatura rusa moderna. Sus obras, que combinan el Romanticismo con temas históricos y sociales, tuvieron una profunda influencia en la literatura y la cultura rusas. Su maestría en el lenguaje y su innovación narrativa lo convirtieron en una figura central de la tradición literaria rusa, inspirando a generaciones de escritores, incluidos Fiódor Dostoievski y León Tolstói.

Primeros años y educación

Nacido en una familia noble en Moscú, Pushkin mostró talento literario desde temprana edad. Se educó en el Liceo Imperial de Tsárskoye Seló, donde escribió sus primeros poemas. Su entorno aristocrático y su educación lo expusieron a las ideas de la Ilustración, que influyeron en su visión crítica de la sociedad rusa.

Carrera y contribuciones

La carrera literaria de Pushkin floreció a principios de la década de 1820 con obras como Ruslán y Liudmila (1820), un poema narrativo que consolidó su reputación. Su novela en verso Eugenio Oneguin (1833) sigue siendo una de sus obras más célebres, ofreciendo un retrato vívido de la aristocracia rusa y explorando temas como el destino, el amor y las restricciones sociales. También escribió dramas históricos como Boris Godunov (1831) y relatos como La dama de picas (1834), demostrando su versatilidad narrativa.

A pesar de su éxito literario, Pushkin enfrentó la represión política debido a sus ideas liberales y sus obras satíricas. Fue vigilado de cerca por el régimen zarista y sufrió varios periodos de exilio. Su desafío a la autoridad, combinado con su profundo patriotismo, marcó gran parte de su obra, convirtiéndolo en un crítico y, al mismo tiempo, un defensor de la identidad rusa.

Impacto y legado

Pushkin revolucionó la literatura rusa al introducir el lenguaje vernáculo en la poesía y la prosa. Su influencia se extendió más allá de la literatura, llegando a la música y la ópera, con numerosas adaptaciones de sus obras por compositores como Chaikovski y Músorgski. Su capacidad para fusionar movimientos literarios europeos con temas rusos sentó las bases para los grandes escritores que le sucedieron.

Pushkin murió a los 37 años tras ser herido de muerte en un duelo, un trágico final que contribuyó a su estatus legendario. Sus contribuciones a la literatura rusa siguen siendo incomparables, y es venerado como el poeta nacional de Rusia. Hoy en día, sus obras continúan siendo estudiadas y admiradas en todo el mundo, consolidando su lugar como una de las figuras literarias más importantes de todos los tiempos.

Sobre la obra

Eugenio Oneguin es una obra fundamental que combina elegancia poética con una profunda exploración de las normas sociales, las aspiraciones no realizadas y las complejidades de la emoción humana. Alexander Pushkin presenta una aguda crítica al mundo aristocrático de la Rusia del siglo XIX, ilustrando la tensión entre los deseos personales y las convenciones sociales. A través de la historia de Eugene Onegin, un noble desencantado y distante, y Tatyana Larina, una joven sincera e introspectiva, la novela en verso examina temas como el amor, el arrepentimiento y las consecuencias de las oportunidades perdidas.

Desde su publicación, Eugenio Oneguin ha sido celebrado por su belleza lírica, su profundidad psicológica y su magistral uso del lenguaje. Su exploración del destino, el libre albedrío y las restricciones impuestas por la sociedad ha consolidado su lugar como una obra fundamental de la literatura rusa. Los personajes, ricamente desarrollados, y sus complejas relaciones continúan cautivando a los lectores, ofreciendo una conmovedora reflexión sobre la naturaleza humana y el paso del tiempo.

La relevancia perdurable de la novela radica en su capacidad para transmitir las luchas universales del amor, la identidad y la autoconciencia. Al entrelazar emociones personales con temas sociales más amplios, Eugenio Oneguin invita a los lectores a reflexionar sobre el delicado equilibrio entre la pasión y la moderación, la elección y el destino, y la inevitable marcha de los momentos que definen la vida.

EUGENIO ONEGUIN

Pétri de vanité il avait encore plus de

cette espèce d’orgueil qui fait avouer avec

la même indifférence les bonnes comme les

mauvaises actions, suite d’un sentiment

de supériorité, peut-être imaginaire.

Tiré d’une lettre particulière.

No me propongo entretener

a la alta sociedad ufana;

movido por la amistad,

quisiera presentarte algo

que fuera digno de un alma

que alberga un sagrado ensueño

y elevados pensamientos,

amante de la poesía

sincera, nítida y viva.

Que sea así: recibe, amigo,

la colección abigarrada

de las estrofas semialegres

y semitristes, ideales

y populares, que son fruto

de mis insomnios y caprichos,

de los arranques de mi estro,

de mis albores ya marchitos,

de la razón del juicio frío,

de los recuerdos que me llenan

el corazón de amargura.

CAPÍTULO PRIMERO

¡Esa sed de vivir mucho en poco tiempo!

 VIÁZEMSKY

 I

Mi viejo tío es ingenioso:

enfermó gravemente, hizo

que le trataran con respeto.

¡Qué prevenido y juicioso!

Merece que otros lo imiten,

mas ¡qué aburrido es, Dios mío,

velar al lado del doliente

sin apartarse, noche y día!

Qué pérfida hipocresía

es distraer a un semivivo,

ponerle en orden almohadas,

administrar las medicinas

y suspirar, pensando: "¿Cuándo

te llevará al fin el diablo?"

II

Así, corriendo en el coche

por un camino polvoriento,

reflexionaba un señorito,

hecho por Zeus heredero

de todos los parientes suyos.

Permite, amigo de Ludmila

y de Ruslán, que te presente

al héroe de mi novela:

Oneguin, un amigo mío,

nacido en la ciudad del Neva

en la que tú, lector, quizá

también naciste. En otros tiempos

yo paseaba allí, mas daña

el frío Norte mi salud.

III

Su padre, siempre endeudado,

tres bailes daba cada año

y arruinóse al fin y al cabo.

La suerte amparaba a Eugenio:

primeramente lo educaba

una madame que fue más tarde

por un monsieur reemplazada.

El niño, aunque revoltoso,

era gentil. Monsieur l’Abbé,

un francesito deslucido,

le enseñaba procurando

no fatigar al muchachito,

lo hastiaba poco con sermones

y lo llevaba de paseo

por los Jardines de Verano.

IV

En cuanto alcanzó Eugenio

la adolescencia, esos tiempos

de esperanzas y ensueños,

monsieur l’Abbé fue despedido.

Helo aquí, Oneguin libre

que se presenta en el gran mundo:

cortado el pelo a la moda,

vestido como un dandy inglés.

Se expresaba y escribía

perfectamente en francés,

bailaba ágil la mazurca

y era fino de modales.

¿Qué más pedir, pues? Y la gente

le vio gentil e inteligente.

V

En tiempos todos aprendimos

de todo un poco mal que bien,

y es muy fácil que presuma

cualquiera de su educación.

Oneguin fue considerado

por muchos (jueces rigurosos)

muy erudito, aun pedante.

Él disfrutaba el talento

de disertar ligeramente

acerca de cualquier problema,

callar con aire entendido

en los coloquios eruditos

y suscitar con epigramas

gentil sonrisa de las damas.

VI

Aunque el latín pasó de moda,

Oneguin lo sabía tanto

que era capaz de entender

epígrafes, poner un vale

al terminar cualquiera carta,

hablar en tomo a Juvenal

y recitar (no sin tropiezos)

de la Eneida un par de versos.

Siendo muy poco aficionado

a escudriñar en los anales

de la historia empolvada,

guardaba en cambio en su memoria

anécdotas desde los tiempos

de Rómulo hasta ahora.

VII

Indiferente a lo sublime,

o sea, a la poesía,

Oneguin nunca distinguía

siquiera el yambo del coreo

y criticaba a Homero

y a Teócrito; en cambio,

leyó las obras de Adan Smith

y era un gran economista,

o sea, entendía cómo

se enriquece y cómo existe

cualquier Estado, y por qué,

si tiene el producto neto,

no necesita tener oro.

Su padre, a esta ciencia ajeno,

hipotecaba sus terrenos.

VIII

No tengo tiempo para hablaros

de todo aquello que él sabía.

Mas lo que Eugenio conocía

mejor que todo, lo que era

desde sus tiernas juventudes

su oficio, su placer, su pena,

lo que ocupaba todo el día

su tedio y su melancolía,

era la ciencia amorosa

que el gran Ovidio cantaba,

pagándolo con el destierro

a las estepas de Moldavia.

Allí el vate revoltoso

murió, muy lejos de su Italia.

IX

–––––––––––––

–––––––––––––

 X

¡Qué pronto aprendió a fingir,

disimular los sentimientos,

hacer creer y disuadir,

pasar por triste o celoso,

mostrarse dócil o altivo,

afectuoso o despectivo!

¡Qué lánguido cuando callaba!

¡Qué elocuente cuando hablaba!

¡Qué negligencia reflejaban

sus cartas! ¡Cuánto se empeñaba

en alcanzar su objetivo!

¡Qué bien pintaba su mirada

ya el pudor, ya la insolencia,

ya la pasión, ya la obediencia…!

XI

¡Qué bien sabía presentarse

siempre distinto, fascinar

a la inocencia con sus bromas,

fingir la desesperación,

decir cumplidos obsequiosos,

intuir instantes de emoción,

vencer a fuerza de pasión

la resistencia impulsiva,

buscar caricias, suplicando

y exigiendo confesiones,

captar qué dicen los latidos

de otro corazón, logrando

al fin la cita deseada…!

Y luego, en la quietud nocturna,

aleccionar a su amada.

 XII

¡Ah! ¡Qué temprano aprendió

a hacer latir los corazones

de las coquetas patentadas!

Cuando quería echar por tierra

a un rival, ¡con qué sarcasmo

lo humillaba y hería!

¡Qué arteras trampas le tendía!

Mas vos, ingenuos maridos,

seguíais siendo sus amigos:

tú, fiel discípulo de Faublas,

tú, cauto viejo desconfiado

y tú, comudo petulante,

siempre contento de ti mismo,

de tu mujer y de tu almuerzo.

XIII. XIV

––––––––––––––––––

––––––––––––––––––

 XV

Aún en cama, ya le traen

tarjetas. ¿Las invitaciones?

Tres para esta noche: un baile,

une fêete d’énfants… Pero ¿adónde

irá mi pillo? ¡Qué importa!

Le alcanza tiempo para ir

a todas partes. Mientras tanto,

luciendo el traje matutino

y un bolívar de ala ancha,

Oneguin viaja al bulevar

y allí pasea al aire libre

hasta la hora de la cena

que le anuncia su Breguet.

 XVI

Es tarde; él sube al trineo.

Resuena el grito: "¡Paso, paso!".

La escarcha cubre, chispeando,

su abrigo de castor. Oneguin

va al Talón, allí Kaverin

ya lo aguarda. Apenas entra,

el corcho salta; a borbotones

se vierte el vino del cometa.

Ve una mesa puesta: trufas,

manjar de la cocina gala

(delicias de mis juventudes),

roast-beef con sangre humeante,

paté traído de Estrasburgo,

y, junto al oro de la piña,

el blando queso de Limburgo.

XVII

Provoca sed el beef caliente,

pidiendo más champaña, pero

ya le anuncia el Breguet:

llegó la hora del ballet.

Eugenio, amable visitante

de camerinos, inconstante

cortejador de actrices guapas,

rector de modas teatrales,

va a toda prisa hacia el teatro;

allí cualquiera, respirando

la atmósfera de libertad,

da rienda suelta a sus antojos,

abucheando un entrechat,

silbando a Fedra, a Cleopatra

y reclamando a Moína

(tan sólo para ser oído).

XVIII

¡Maravilloso mundo! Antaño

resplandeció allí Fonvizin,

el gran satírico y amigo

del pensamiento liberal;

sus obras estrenó Kniazhnín,

adicto al eclecticismo;

Ozérov compartió la fama

con la Semiónova lozana;

reanimó allí Katenin

el genio augusto de Corneille;

allí el cáustico Shajovsky

se presentó con el enjambre

de sus comedias mordaces;

allí se coronó de gloria

el gran Didelot; allí pasaron

mis mocedades al amparo

de bastidores teatrales.

 XIX

¡Mis diosas! ¿Dónde estáis ahora?

Mi voz nostálgica os llama:

¿qué es de vosotras? ¿sois las mismas

u otras ya os remplazaron?

¿Escucharé vuestros cantares?

¿Admiraré el ágil vuelo

de la Terpsícore divina?

¿Acaso no verán mis ojos

aquellos rostros familiares

en el proscenio aburrido?

¿Bostezaré decepcionado,

espectador del mundo extraño,

indiferente a la alegría

y preso de melancolía?

 XX

El teatro bulle; resplandecen

los palcos y el patio de butacas;

se impacienta el paraíso,

las palmas bate; ondulando,

levántase el telón y emerge

Istómina, esplendorosa

y etérea, con su cortejo

de ninfas; al compás marcado

por los violines, la divina,

rozando con un pie las tablas,

describe vueltas con el otro

y, como pluma empujada

por Eolo, levanta el vuelo,

trenzando lazos ágilmente.

 XXI

Aplausos. Oneguin entra

y avanza entre las butacas,

clavando sus impertinentes

sobre las damas de los palcos.

Al ojear las galerías,

le deja todo descontento:

vestidos, rostros, personajes…

Cruza saludos negligentes

y, tras echar una mirada

con aire absorto a la escena,

sentencia, dando un bostezo:

"Conviene jubilar a todos;

ya el ballet me tiene harto,

y hasta Didelot me aburre".

 XXII

Aún cupidos, duendes, sierpes

en el proscenio alborotan;

aún dormitan, fatigados,

lacayos sobre las pellizas

junto al vestíbulo del teatro;

aún el público sisea,

se suena las narices, clama;

en las ventanas y en la calle

aún hay luces encendidas;

aún, frotándose las manos

y maldiciendo a sus señores,

arrímanse a las fogatas

muertos de frío los cocheros.

Pero Oneguin ya ha salido:

ha ido a mudar de traje.

 XXIII

Intentaré pintar el cuadro

del aposento en que se viste

nuestro esclavo de la moda.

Veréis que toda chuchería

que el Londres mercantil nos vende

a cambio de madera y carne

y por el Báltico nos manda,

que todo aquello que inventan

los parisienses ingeniosos

para el ocio placentero

y el pasatiempo delicioso,

veréis que adorna todo esto

el confortable aposento

de mi filósofo ocioso.

XXIV

Las pipas con incrustaciones

de ámbar de Constantinopla,

antiguos bronces, porcelanas,

tallados frascos de perfumes,

distintos peines, limpiauñas,

tijeras de variadas formas,

cepillos grandes y pequeños

de treinta clases diferentes

para las uñas y los dientes…

Rousseau, de paso sea dicho,

juzgaba a Grimm que se pulía

las uñas como si tal cosa

con aire grave en presencia

del estrambótico verboso.

No doy razón en este caso

al humanista ilustrado.

XXV

Un hombre puede ser discreto

sin descuidar al mismo tiempo

ni la belleza de sus uñas.

¡No queda más que aceptar

lo que exige nuestro siglo!

La moda es el mayor tirano.

Eugenio, otro Chaadáev,

sensible al enjuiciar mundano,

vestía cual un lechuguino.

Pasaba frente al espejo

tres horas diarias por lo menos

y, al dejar su aposento,

bien parecía una Venus

que iba, de hombre disfrazada,

a una fiesta de disfraces.

XXVI

En tanto que examináis

su toilette curiosamente,

describiré sus indumentos

al mundo ilustre; desde luego,

es una empresa harto osada.

¿Qué hacer? Así es mi oficio.

¿Será posible? Frac, chaleco

y pantalón  — estos vocablos

no existen en la lengua rusa.

La culpa es mía; reconozco

que abunda en extranjerismos

mi léxico, aunque otrora

de vez en cuando consultaba

el Diccionario de mi lengua.

 XXVII

Mas me desvío de mi tema;

mejor vayamos pronto al baile,

adonde Oneguin corre ahora

en un carruaje alquilado.

Frente a las casas ya oscuras

se ven hileras de carrozas;

sobre la nieve sus faroles

derraman luz alborozante;

un palacete, alumbrado

con mil candiles, resplandece;

en las ventanas se perfilan

cabezas, sombras de mujeres

y de elegantes petimetres.

XXVIII

Eugenio llega, se apea,

delante del portero cruza

y, alisando los cabellos,

sube volando los peldaños

de mármol y entra en la sala

más que repleta. Todo el mundo

está bailando la mazurca.

¡Qué algazara! Tintinean

espuelas de los militares;

hermosas damas se deslizan

con ligereza; no las dejan

de admirar los caballeros

con fuego ardiente en la mirada.

Y, ahogadas por las violas,

se oyen las murmuraciones

de envidiosas lechuguinas.

XXIX

En otros tiempos de deseos

y pasionales arrebatos

yo andaba loco por los bailes.

No hay lugar más apropiado

para entregar una misiva

o declarar amor. Maridos,

no despreciéis mi advertencia

y mi consejo: ¡mucho ojo!

¡Estad alerta! ¡Buenas madres,

cuidad mejor a vuestras hijas!

¡Tened a punto impertinentes!

De lo contrario… ¡Dios os guarde!

Lo escribo porque me he alejado

ya hace tiempo del pecado.

 XXX

¡Ah, cuánta vida he derrochado

en infinitas diversiones!

Si la moral no degradara,

aún iría a los bailes.

Me encanta el joven alborozo;

adoro el brillo, la alegría,

los atavíos de las damas

y, en especial, sus bellas piernas.

Mas encontrar es muy difícil

por toda Rusia aun tres pares

de esbeltas piernas. Tanto tiempo

ha transcurrido, pero aquellas…

¡No dejo aún de extrañarlas!

Y aunque frío y apagado,

mi corazón palpita siempre

al evocar aquellas piernas.

XXXI

¿En qué lugar, en qué desierto

seré capaz de olvidarlas?

¿Por dónde andáis, hermosas piernas?

¿Qué sendas vais pisando ahora?

Del ocio oriental amigas,

jamás habéis dejado huellas

sobre la nieve, habituadas

al suave roce de la alfombra.

¿Quién sino yo ha olvidado,

no hace mucho, por vosotras,

la sed de gloria y de fama,

los patrios lares y el destierro?

La dicha de mis juventudes

ya se borró cual vuestras huellas

que habéis dejado en lueñes prados.

XXXII

Divinos son de Diana el seno,

de Flora las mejillas… Siento,

queridos míos, sin embargo,

una atracción inexplicable

hacia las piernas deliciosas

de la Terpsícore graciosa.

¡Qué paraíso de placeres

prometen ellas, despertando

deseos frívolos! Elvina,

me atraen siempre, ya escondidas

bajo el mantel de una mesa,

ya sobre el tierno terciopelo

de un verde prado en primavera,

ya junto a la chimenea,

ya sobre el suelo espejado

de un salón, ya a orillas

del mar, pisando los escollos.

XXXIII

Recuerdo el mar en la borrasca:

¡cuánto envidiaba aquellas olas

que se postraban, obedientes,

lamiendo diminutas piernas!

¡Oh, cuánto anhelé rozarlas,

como las olas, con mis labios!

Durante mis apasionadas

y turbulentas juventudes

no había nunca deseado

besar con tanto ardor la boca