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Él la quería dentro de su respetable vida... y ella sólo dentro de su cama. Nick Jamieson no era el hombre adecuado para Tess Newhart. Él era caviar y champán, y ella comida china y precocinada. Él llevaba trajes cortados a medida y ella vaqueros desgastados. Él quería progresar en su carrera y ella… lo quería a él. Porque cuando Nick sonreía, Tess veía a otro Nick: un hombre generoso que haría cualquier cosa por un amigo. Un hombre sexy que tenía el mejor cuerpo que ella había visto en toda su vida… Pero unas relaciones sexuales fantásticas no eran suficiente para construir algo serio, ¿o sí?
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Seitenzahl: 309
Veröffentlichungsjahr: 2011
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1994 Jennifer Crusie. Todos los derechos reservados.
EXTRAÑOS AMANTES, Nº 19 - diciembre 2011
Título original: Strange Bedpersons
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Publicado en español en 1995
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-9010-108-7
Editor responsable: Luis Pugni
ePub: Publidisa
Este libro es para Eric Walborn (1960-1993).
Porque no había nadie en el mundo como Eric, nadie tan brillante, adorable, encantador y lleno de vida como él. Nadie tan capacitado para gastar bromas como para entenderlas, y con un rostro tan hermoso… Por eso lo quisimos tanto.
Cuando Tess Newhart abrió la puerta de su apartamento, se encontró a Nick Jamieson allí de pie: alto, moreno, triunfador y sospechosamente feliz de verla; su cara, tan atractiva como expresiva, era un contraste humano y agradable frente a su traje de corte impecable. Tess lo miró con debilidad, luchando contra el ridículo sentimiento de alivio, felicidad y lujuria que la asaltó sólo porque él estuviera de vuelta.
Entonces él abrió los brazos para abrazarla.
—¡Tess! —exclamó con la cara radiante—. ¡Estás estupenda!
Tess bajó la vista hacia su sudadera desteñida y salpicada de lejía y los pantalones enrollados en las pantorrillas. Había sido demasiado esperar lo de alivio, felicidad y lujuria. Entrecerró los ojos al mirarlo y todas sus sospechas se confirmaron.
—Exacto.
Cerró de un portazo en sus mismas narices y corrió los dos pasadores de la puerta.
—¡Eh, vamos, Tess! —levantó la voz Nick desde el otro lado—. Ha pasado un mes. Bueno, la verdad es que ha sido un mes, una semana y dos días, pero ¿quién los ha contado? De acuerdo, yo los he contado. Te echo de menos. Te he seguido llamando y no me has querido devolver las llamadas. ¿Es justo? Creo que deberíamos hablar de ello.
—Yo no —dijo Tess con firmeza hacia la puerta.
Pero tenía un gesto de incertidumbre cuando se pasó los dedos por los cortos rizos pelirrojos. Si Nick no tuviera aquella terrible tendencia de rata calculadora, habría sido exactamente lo que necesitaba en ese momento, en vez de lo último que podía soportar. Pero estaba aquella tendencia calculadora, y si Nick estaba a su puerta mostrándose tan encantador era porque quería algo de ella. Y ese algo probablemente no fuera ella misma. Tendría algo que ver con promoción, dinero, estatus o todo junto. Sacudió la cabeza, mas resuelta aún y se dio la vuelta para cruzar la moqueta gris de vuelta a su sillón y a su conversación.
—¿Quién es ese tipo tan inteligente, tu casero?
Gina DeCosta se extendió en el desvencijado sofá de Tess como una sinfonía en negro: el pelo liso y negro le caía por los ojos, su delgado cuerpo estaba perdido en una enorme camisola negra y tenía las piernas enfundadas en unos leotardos tan apretados como tiritas. Estiró aquellas piernas de forma tentadora y parpadeó.
—Peor —Tess se desplomó en el decrépito sillón, que crujió bajo su peso, y estiró sus largas piernas sobre el reposabrazos—. ¿Sabes?, siempre que creo que mi vida ha tocado fondo.
Nick volvió a aporrear la puerta.
—Vamos, Tess. Ábreme.
—¿Quién es ese chico? —dijo Gina.
—Nick, pero no quiero hablar de ello —dijo Tess antes de que Gina siguiera con el tema—. Entre él y mi casero, puede que no vuelva a abrir nunca esa puerta—. Tess se palmeó el regazo y un enorme gato negro saltó a sus brazos reclamando el territorio que había perdido cuando su dueña se había levantado a abrir—. Perdona, Ángela —murmuró Tess al gato.
—¿Tess? —llamó Nick de nuevo—. Vamos. Seamos adultos al respecto. O tú puedes ser adulta y yo lo fingiré. ¿Tess?
Gina frunció el ceño hacia la puerta.
—¿Por qué estás esquivando a Nick?
—Bueno —dijo Tess después de pensarlo—. Es así —se levantó y el gato saltó de nuevo de su regazo—. Abrí la puerta y él me dijo: «¡Tess estás estupenda!».
Gina miro el chándal de Tess.
—¡Ajá!
—Exacto —Tess se volvió a apoltronar en el sillón—. Cada vez que veo a Nick mi cabeza dice: «Sí, es divertido, pero también es una rata sedienta de poder, así que aléjate de él». Y mi cuerpo dice: «Hola, preciosidad, ven con mamá» —sacudió la cabeza—. Creo que tengo que mantener una larga charla con mi cuerpo.
Gina volvió a mirar de nuevo al chándal.
—No creo que vaya a escucharte. Si me vistieran a mí así, tampoco te escucharía.
—Olvídate de la ropa —replicó Tess—. Estás empezando a parecerte a Nick.
—De acuerdo, cambio de tema. ¿Por qué estás esperando a tu casero?
—Lo he denunciado a la comisión de viviendas.
Tess sonrió, visiblemente animada ante la idea.
—¿Qué te hizo?
—Es lo que no hizo. Han asaltado tres apartamentos de este edificio en los últimos dos meses y Ray ni siquiera ha arreglado la cerradura de la puerta principal. Aquí puede entrar cualquiera y alguien tenía que hacer algo —sonrió a Gina—, así que pensé que quién mejor que yo.
—¿Tess? —llamó de nuevo Nick—. Aquí afuera no hay seguridad. Si me atracan porque estés jugando a hacerte la difícil, nunca te lo perdonarás.
Las dos mujeres se volvieron hacia la puerta y después Gina miró a Tess, que se encogió de hombros.
—De acuerdo… —dijo Gina, olvidando el tema de Nick—, así que hiciste algo. Eso me sorprende mucho. Sólo me sorprende que hicieras algo tan calmado como denunciarlo.
—Bueno, pensé en organizar una manifestación-vigilia de protesta con velas —Tess empezó a sonreír de nuevo—. Pensé que todos los inquilinos podríamos manifestarnos frente al apartamento de Ray, pero este lugar no es muy seguro en lo que a incendios se refiere. Entonces decidí usar encendedores Bic, pero me acordé de Stanley, el de la puerta de enfrente.
—¿Stanley?
—¿No has visto nunca a Stanley? —la sonrisa de Tess se animó—. Stanley siempre lleva la misma camiseta y ni siquiera le tapa la barriga. Y la barriga de Stanley no es muy atractiva. De hecho… —la cara de Tess adoptó una expresión distante—. De hecho, el estómago de Stanley es el único que he visto sin nada de vello —frunció el ceño en dirección a Gina—. ¿Crees que se afeitará?
Gina puso una mueca.
—Eso es una obscenidad.
—Eso creo yo también, que es por lo que no me pude imaginar a Stanley con un Bic encendido. Con una antorcha sí, pero no con un mechero —Tess sonrió de nuevo—. Entonces pensé que por qué no darle un tridente a Stanley y ponerlo al frente de la manifestación —se detuvo como para visualizar la imagen—. ¿Sabes? Stanley se parece mucho a Quasimodo.
—Vamos. Tess, dame un respiro —llamó Nick desde el otro lado—. He venido a disculparme. ¿Es que eso no cuenta para nada?
Gina arqueó una ceja de forma interrogante, pero Tess sacudió la cabeza, así que volvió al tema de Stanley y su tridente.
—No recuerdo que Quasimodo llevara un tridente. Al menos en la película no.
—De todas formas, finalmente me tuve que poner seria antes de que alguien de aquí saliera dañado —dijo Tess—, así que actué como cualquier adulto y cumplimenté la denuncia.
—Buena decisión —dijo Gina—. Que te hubieran arrestado por armar a Stanley con un tridente te habría perjudicado en tu carrera.
—Bueno, la verdad es que mi carrera está ahora mismo bastante muerta —Tess se arrellanó en el sillón—. No iba a contártelo porque es tu primera noche de vuelta de la gira y esperaba que la pasáramos sin ninguna mala noticia, pero… he perdido mi trabajo.
—¡Oh, no! —Gina se incorporó con la cara pálida y una expresión compasiva—. ¿Qué ha pasado?
—Que no cunda el pánico —dijo Tess desde las profundidades del sillón—. Ya tengo un plan.
—Eso no me extrañaría nada. ¿Qué es lo que ha pasado?
—Recorte de presupuestos. El delegado de educación que hemos elegido decidió que apoyar a las fundaciones privadas de enseñanza no era educativo. Así que ahora la fundación va a tener que trabajar sólo con voluntarios. Puede incluso que no pueda salir adelante.
—Tess, lo siento de verdad —dijo Gina—. Mucho. Ya sé lo que eso niños significan para ti.
—¡Eh! —Tess se incorporó y miro a Gina con una expresión de seriedad burlona—. Todavía no he terminado. Los niños no van a abandonar ni yo tampoco. Sólo tengo que encontrar un trabajo para pagarme las facturas y que me deje las tardes libres, y así podré seguir trabajando de voluntaria —sonrió—. La otra noche vi Pretty Woman en televisión y Julia Roberts lo estaba pasando tan bien cuando Richard Gere la trataba como a un objeto sexual que pensé seriamente en echarme a la calle, pero después pensé que una mujer de treinta y seis es un poco mayor para ciertos trabajitos.
Nick golpeó la puerta de nuevo.
—¿Tess? ¿Quieres que me arrastre? Pues me arrastraré. Soy un profesional en eso. Nunca has visto cómo me arrastro, te fuiste antes de que pudiera enseñártelo. Vamos, Tess, déjame entrar.
Gina ladeó la cabeza hacia la puerta.
—Si estabas pensando en vender tu cuerpo por dinero, vete a abrir esa puerta. Todavía está forrado, ¿no?
Tess asintió.
—No lo he revisado últimamente, pero conociendo a Nick y su afinidad por el dinero, todavía está forrado.
—Cásate con él —dijo Gina.
—No.
—¿Por qué no?
—Bueno, para empezar, no me lo ha pedido —respondió Tess—, y es abogado y republicano, así que mi madre me repudiaría. Y además —frunció el ceño—, siempre creí que sería buena idea casarme con alguien que no intentara ligarse a la dama de honor el día de la boda. Llámame loca, pero…
—Como la dama sería yo, no tienes por qué preocuparte. Cásate con él.
—No conoces a Nick —dijo Tess—. Podría seducir hasta a la madre Teresa de Calcuta —volvió la cabeza hacia la puerta y escuchó un momento—. Y ya no creo que sea una opción. Creo que se ha cansado y se ha ido.
Intentó no disgustarse. Después de todo, no había tenido intención de abrirle en ningún momento.
Sin embargo, no era propio de Nick abandonar con tal facilidad, fuera o no peligroso el pasillo. No debía de haberla echado tamo de menos, después de todo.
Maldita fuera.
Nick se apoyó contra la pared exterior del apartamento de Tess y analizó la situación. Seguir dando golpes no iba a llevarlo a ningún lado, y su encanto no había funcionado, lo que era una experiencia también nueva para el. ¿Que diablos iba mal? Quizá ella siguiera enfadada todavía, pero no podía estarlo tanto. Tess no. Tess explotaba por todo enseguida y después se olvidaba. No había sido vengativa en toda su vida, así que debía de haber algo que impedía que cayera a sus pies. Nick sonrió ante la idea. De acuerdo, nunca había caído a sus pies, pero tampoco le había dado nunca con la puerta en las narices.
Debía de estar disgustada por algo.
Aquello no era bueno. A él le gustaba Tess y la idea de que fuera infeliz le preocupaba. Dedicó un fugaz momento a preocuparse por ella y después volvió a su propio problema.
No estaba enfadada con él. No le había cerrado la puerta en el acto, así que debía de ser algo diferente. Probablemente algún problema de alguno de aquellos incapacitados suyos. Y cuando él había probado aquel desafortunado comentario de que estaba estupenda, cuando la verdad era que tenía un aspecto horrible, se había puesto furiosa y había cerrado la puerta. De acuerdo, se lo había merecido. Ahora, lo único que tenía que hacer era conseguir que la volviera a abrir de nuevo, demostrarle un poco de comprensión y ya estaría dentro.
Si esperaba media hora y después volvía a llamar, quizá podría abrirle al ver que no había desistido.
Y si llevara flores o bombones o algo así… No, para Tess no. A Tess no le impresionaban los regalos típicos de reconciliación. Pensó en el problema un minuto más y se fue, inspeccionando el oscuro corredor con preocupación al salir.
—Creo que deberías haberlo dejado pasar —dijo Gina—. Los abogados ricos no caen del cielo —flexionó la pierna derecha con cuidado—. ¡Eh! No tendrás alguna crema muscular, ¿verdad? Las pantorrillas me están matando.
—Ahora mismo no tengo tiempo para jugar con Nick, tengo que concentrarme en mi propio plan —Tess se levantó y cruzó los pocos pasos de su diminuto salón para llegar al baño, sorteando algunas pilas de libros amontonados por el suelo, un montón de calcetines desparejados y un puñado de exámenes a medio corregir. Sin dejar de hablar, entró y salió con un tubo en la mano—. He visto una oferta para un trabajo en la enseñanza, pero no sé si podré conseguirlo. La verdad es que no estoy cualificada para el puesto y tendría que trabajar con un puñado de niños ricos que probablemente creerán que soy una extraterrestre, pero el sueldo es bueno y el horario mejor.
Le pasó el tubo a Gina y volvió a su sillón.
Gina se extendió la crema en los dedos.
—Ve a por él. Al menos no te morirás de hambre.
Hizo una mueca al frotarse la pantorrilla con la crema. Tess se incorporó olvidándose de sus propios problemas.
—¿Estás bien? Pensé que era el típico tirón muscular.
—No, no estoy bien —dijo Gina—. Tengo treinta y cinco y ya no caigo con la misma limpieza que antes — se frotó de nuevo y frunció el ceño por el dolor—. Estoy empezando a odiar el dolor. Nunca me ha gustado, pero ahora estoy empezando a odiarlo.
Tess no supo que decir.
—¿Cómo puedo ayudarte?
Gina soltó una carcajada.
—No puedes. Es la edad.
—No seas ridícula —empezó Tess, pero Gina le hizo un gesto con la mano para que callara.
—Cariño, soy la abuela del coro.
—No seas ridícula —repitió Tess—. Tienes trabajo todo el tiempo. Nunca te has quedado sin trabajo. ¿Cuántos bailarines pueden decir eso?
—Nunca estoy sin trabajo porque siempre aparezco, nunca me pongo enferma y nunca abandono una función en medio de New Jersey para casarme —Gina estiró las piernas y el dolor se reflejó en su cara—. Pero eso no me va a durar para siempre —se encogió de hombros—. Aunque, por supuesto, mis piernas tampoco —se las miró como si fueran algo que hubiera comprado en unas rebajas y se hubiera arrepentido—. No creo que quiera hacer otro plié más en toda mi vida.
—Estás de broma —Tess se quedó en silencio medio segundo y después prosiguió—. ¿Y qué quieres hacer?
—Quiero casarme —dijo Gina.
Tess se arrellanó más en su sillón.
—¿Casarte? Eso es nuevo.
—La verdad es que no. Siempre he querido casarme. Sólo que quería antes tener una carrera —sonrió un poco—. Una gran carrera que ya he conseguido. Ahora quiero un poco de paz y tranquilidad. Cierta seguridad —miró a Tess con una repentina expresión vulnerable—. ¿Sabes? Un poco de amor. Nunca me he encontrado a nadie por las carreteras, lo que no me sorprende demasiado, ahora que lo pienso. Pero ahora estoy preparada. Quiero una casa con niños y todo lo demás.
—¿No será porque nunca has estado fuera de la compañía? —dijo Tess—. Piensa en toda la gente que nunca ha conseguido entrar.
—Yo nunca he querido estar fuera —Gina flexionó de nuevo las piernas y pestañeó—. Lo que nunca he querido es ser una estrella. Nunca quise toda esa atención. Sólo quería formar parte del espectáculo. Y eso es lo que quiero ahora. No necesito a ningún tipo importante, sólo quiero un chico agradable y corriente para formar parte de su espectáculo.
—Como feminista, debería quizá objetar algo a eso —dijo Tess—, pero no lo haré porque es tu vida.
—Gracias. Te lo agradezco de verdad.
—Yo conozco a algunos chicos agradables de la fundación —dijo Tess—. Por supuesto que ahora están sin trabajo, pero son…
Gina sacudió la cabeza.
—Lo puedo hacer por mí misma, Tess. Olvídate de arreglarme la vida —echó otro vistazo al apartamento—. Primero tienes que arreglar muchas cosas en la tuya.
—¿Yo? Yo no estoy preparada para casarme. Ni siquiera lo pienso nunca —Tess también echó un vistazo a su alrededor—. Bueno, casi nunca.
Gina enarcó las cejas.
—¿Casi nunca?
—Bueno, muy de vez en cuando tengo esas fantasías de ponerme un delantal y decir «hola, cariño, ¿qué tal te ha ido el día?» a alguien muy atractivo que me hace el amor al instante en la mesa de la cocina.
Gina pareció confusa.
—Suena un poco lujurioso.
—Ya lo sé. No creo tener madera de esposa. Quiero decir que, a veces, cuando me siento un poco sola, empiezo a pensar en lo maravilloso que sería ser de ese tipo de personas caseras que hornean tartas para alguien. Pero enseguida una cosa lleva a la otra y empiezo a tener fantasías de ese alguien arrancándome el delantal y chupándome el jugo de moras por todo el cuerpo, y entonces pierdo el argumento —volvió a concentrar la mirada en Gina—. Además, no sé hornear tartas, así que no pienso demasiado en el matrimonio.
Gina frunció el ceño.
—¿Y cómo puedes sentirte sola? Si tú eres de las que creen que es trabajo tuyo salvar a todo el mundo. Debes de estar rodeada de gente agradecida que…
—Bueno, a veces sería agradable no salvar a nadie —interrumpió Tess—. Creo que a veces debe de ser realmente agradable que te cuiden a ti, vivir en una casa en vez de un apartamento, hacer el amor de forma grandiosa cada noche —se detuvo—. Tengo que librarme de esta obsesión sexual. Me está nublando la mente. La carrera, Tess, concéntrate en la carrera —sacudió la cabeza—. Me estoy empezando a parecer a Nick.
—Hablando de Nick, ¿por qué le cerraste la puerta? Ése es material de primera clase para lo de crear un hogar.
Tess soltó una carcajada.
—Está claro que no conoces a Nick. Por lo único que él crearía un hogar sería por desgravar impuestos. De hecho, ése fue el motivo por el que se construyó una casa —apoyó la cabeza en el respaldo mientras recordaba—. El armazón del edificio estaba ya levantado cuando yo lo dejé. Fuimos una vez allí y mientras yo estaba imaginando el aspecto que tendría, él estaba intentando calcular cuánto aumentaría su valor al año siguiente —Tess sonrió—. No fue uno de esos momentos de foto precisamente.
—¿Has tenido momentos de foto?
—Sí —dijo Tess mientras la sonrisa desaparecía de su cara—. Los tuvimos. La verdad es que bastantes.
Se detuvo de repente y se fue al cuarto de baño.
—¿Tess? —la llamó Gina.
—Aquí esta —dijo Tess cuando volvió.
Se sentó en el borde del sofá al lado de Gina y le enseñó una instantánea. Aparecía Nick con una mota de barro en la barbilla y el pelo sobre los ojos, con una vieja sudadera con las mangas cortadas. Estaba sentado en el suelo con los brazos alrededor de Tess por detrás y la barbilla apoyada en su hombro. Tess estaba todavía más desarreglada: el pelo pelirrojo estaba de punta y tenía la cara manchada, sin una gota de maquillaje. La sonrisa le iluminaba toda la cara y parecía que tenía diez años.
—¿Qué estabais haciendo? —preguntó Gina fascinada.
—Ése fue el día que nos conocimos —Tess sonrió a la foto—. Era una merienda y estábamos jugando al fútbol. Él llevaba esos vaqueros tan viejos y esa sudadera aún más vieja que la mía y yo pensé que era pobre y encantador, como el príncipe de mi cuento de hadas —se rió—. Chica, me equivoqué.
Gina tomó la foto y miró a Nick más de cerca.
—Hasta desarreglado está estupendo, Tess.
—Ya lo sé, pero el aspecto no lo es todo. Fueron esas malditas arruguitas alrededor de los ojos las que me conquistaron, pero definitivamente era el príncipe equivocado —sacudió la cabeza y suspiró—. No tardé mucho en darme cuenta. Quiero decir, no éramos la pareja perfecta. Fuimos a la ópera la noche que rompimos y la prensa nos sacó esta otra foto —le sonrió a Gina—. Bueno, la verdad es que la prensa le sacó la foto a Nick y a mí me sacó simplemente porque estaba de pie a su lado. Apareció en las páginas de sociedad hace dos días —su sonrisa se ensanchó al recordar la fotografía—. Él parecía un primo de los Kennedy y yo un nabo con pelo. En todo Riverbend, la gente habrá mirado esta foto y habrá comentado: «¿Qué es lo que verá en ella?» — Tess sacudió la cabeza de nuevo—. Definitivamente no hacemos buena pareja.
Gina le devolvió la foto.
—Sigo sin entender lo del príncipe.
Tess volvió a su sillón y miró la foto, esa vez con tristeza.
—¿Te acuerdas de que te conté que vivía en una comuna de pequeña? Bueno, pues mi madre no me dejaba leer Cenicienta ni los demás cuentos de hadas. Decía que eran patriarcales y sexistas y yo estaba muy disgustada, así que un amigo de mi madre, que se llamaba Lanny y vivía también en la comuna, se inventó un cuento para mí que se llamaba CeniTess.
Se rió ante el sonido del título.
—¡Qué encanto!, pero sigo sin entender lo del príncipe.
—Bueno, CeniTess fue al baile por sus propios medios sin ninguna hada madrina, gracias a que rescataba a animales y a gente que después pudieron ayudarla — explicó Tess—, pero ella se sentía responsable por ellos y por sus problemas, así que cuando llegó al baile y resultó ser la mejor bailarina de todas…
—¿No la más guapa? —preguntó Gina con una sonrisa.
—Las apariencias son una superficialidad. Las mujeres auténticas lo son a base de mucho trabajo y habilidad —declaró Tess con una sonrisa—. ¿Por dónde iba?
—En que ella era la mejor bailarina…
—Así que cuando ella recibió todas las atenciones porque era la mejor, hizo un pequeño discurso acerca de los problemas. Hizo uno sobre el medio ambiente y otro sobre los pobres, creo recordar. La verdad es que yo nunca le prestaba mucha atención a esa parte y sólo escuchaba la buena, la del príncipe —sonrió de nuevo al recordar—. Me daba igual la parte de concienciación social, sólo quería una historia de hadas con un príncipe.
Gina soltó una carcajada.
—¿Y quien no? Entonces, ¿dónde aparece el príncipe?
—Había dos de ellos a los que les molestaron los discursos, pero el tercero le dijo que tenía razón y que la ayudaría, y ésa era la parte que más me gustaba: tenía esas arruguitas alrededor de los ojos —Tess arrugó la cara hasta que se le formaron las arrugas y las señaló con el dedo—. Aquí mismo, y le prometió que la ayudaría a arreglar las cosas y que la haría reír todos los días si se casaba con él, así que CeniTess supo que era el auténtico —volvió la vista hacia la fotografía—. Estoy segura de que Lanny lo hizo con buena intención, pero esas arrugas han hecho estragos en mi vida desde que conocí a Nick.
Entonces volvieron a llamar a la puerta.
—Debe de ser el casero —susurró Gina—. Intenta no hacerle mucho daño.
Tess arrojó la foto al borde de la mesa y se levantó tirando de nuevo al gato, exasperado ya, de su regazo. Pero cuando volvió a abrir la puerta, era Nick.
—Ya sé que estás bastante disgustada, así que no te molestaré mucho tiempo.
Sonrió y sus ojos oscuros brillaron con aquella confianza y encanto que ella encontraba irresistibles e insultantes a la vez, dependiendo de para qué lo usara con ella. Tenía arrugas en el rabillo del ojo y le caía un mechón de pelo sobre la frente, haciéndolo aniñado y conmovedor. Tess estaba segura de que él sabía que tenía ese mismo aspecto.
Sin embargo, también había notado que ella estaba preocupada, y eso le conmovía.
Él acentuó más la sonrisa y Tess vaciló.
—Te he traído algo para ayudar a animarte —dijo mientras le pasaba un paquete de comida china.
—¿Qué es? —preguntó Tess, al recogerlo sabiendo que no debería, pero cediendo a la tentación.
—Rollitos de primavera —dijo Nick—. Doble ración.
—¡Oh! —Tess parpadeó—. ¡Te has acordado!
—Yo me acuerdo de todo —dijo Nick.
Tess puso una expresión de incertidumbre.
—Eso me suena a algo. ¿Has venido de verdad a disculparte o esto es algo que tú y ese inútil con el que trabajas tenéis diseñado cuando estáis a punto de cerrar un trato?
—¿Park? Es curioso que menciones a Park —dijo Nick.
Tess le volvió a cerrar la puerta en las narices y volvió a su sillón mientras dejaba al pasar los rollitos de primavera en la mesa.
—Es imposible —empezó a decir, y dio un respingo cuando Nick abrió y cerró la puerta a sus espaldas, echando los cerrojos tras de sí.
—Vigila tu puerta, atontada —dijo—. Este vecindario es terrible. Cualquiera podría entrar aquí.
—Lo acaba de hacer —Tess se apoyó las manos en las caderas, indignada—. Vete.
Nick se dirigió a la cocina y sólo se detuvo para darle una palmada a Gina en el hombro.
—Hola, nena. Me alegro de verte de nuevo. Estás estupenda.
Gina le dedicó una luminosa sonrisa e iba a decir algo, pero él ya había entrado a la cocina. Cuando se dio cuenta de su actitud, la sonrisa se desvaneció de sus labios y empezó a revolver en su bolsillo buscando un chicle.
—Perdona —dijo Tess a espaldas de Nick—. No te he invitado a pasar.
Nick retrocedió despacio y le dio un beso. Tess se suavizó sólo un instante, abandonándose un segundo a su calor antes de lanzarse contra él para darle lo que tanto se merecía.
—¡Dios, este sitio es un desastre! —dijo Nick—. ¿Todavía te queda alguna de mis cervezas en el frigorífico? —pasó por encima de uno de los gatos—. Hola, Ángela. Intenta no frotarte contra mí.
Tess miró a Gina.
—Definitivamente es momento de hablar con el cuerpo —dijo Gina—. Si tuvieras un delantal puesto, te lo arrancarías ya.
Tess se estiró el dobladillo de la sudadera y bajó la barbilla intentando ponerse autoritaria.
—Te han rechazado, asúmelo —le dijo a Nick—. Vete.
—No puedes rechazar una propuesta que todavía no has escuchado —contestó Nick desde la cocina.
—¿Estás proponiendo algo tú? —preguntó Tess con incredulidad—. Eso no me lo creo.
Gina enarcó las cejas.
—¿Matrimonio? —susurró a Tess—. Píllalo.
—Por supuesto que no es matrimonio —le dijo Tess a Gina—. ¿Qué vas a proponerme? —se dirigió a Nick—. Sea lo que sea, la respuesta es «no», pero me gustaría saber qué es lo que estoy rechazando.
—Bueno, no es matrimonio.
Nick apareció con su cerveza, se apoyó contra el marco de la puerta… y sonrió, de forma tan atractiva, juvenil, confiada e infinitamente deseable… «Detente», se dijo Tess mientras entrecerraba los ojos al mirarlo.
—Necesito una cita para este fin de semana —dijo él ensanchando la sonrisa—. He pensado en ti primero.
—¿Por qué? —dijo Tess intentando frenar el pequeño cosquilleo que la inundaba cada vez que él sonreía.
—Porque te necesito —dijo Nick—. Mi vida ha estado vacía desde que tú saliste de ella.
Giró la lata en la mano y empezó a beber.
—Tu vida nunca ha estado vacía, aunque yo haya salido de ella —Tess dirigió la mirada a Gina—. Fui a recogerlo una vez en el aeropuerto y vi cómo la azafata le daba un beso de despedida. Parecía como si se despidiera porque se iba al frente. Hizo de todo menos ofrecerle tener un hijo suyo.
Nick se rió desde detrás de la lata.
—Era sólo una amiga. Yo soy un chico amistoso.
—Eso ya lo he notado —dijo Tess mientras se cruzaba de brazos—. Sal de aquí.
—Tess, cariño —Nick se inclinó hacia delante y sonrió—. Cielo… nena.
—Chico, debes de estar metido de verdad en un problema.
—Hasta el cuello —afirmó Nick—. Te necesito. Sólo un fin de semana. Sin compromisos.
—Sin sexo —dijo Tess sin hacer caso de su cuerpo—. Esta oferta no la repetiré.
—Lo que tú digas. Si es así como lo quieres, sin sexo.
Tess se volvió hacia Gina.
—Creo que tiene problemas de verdad.
—Así que, por supuesto, tú vas a salvarlo —Gina sonrió a Nick con timidez—. Yo apostaría en tu favor. Por una vez su instintiva tendencia a ayudar le va a servir de algo.
—¿Sabes que siempre me has caído muy bien? —le dijo Nick.
Gina se sonrojó de placer.
—La verdad es que no me importa si lo salvo o no, pero si voy con él este fin de semana, tendré que estar atenta —dijo Tess—. Si es un problema serio, puede que me compense por aquella escena de despedida de la azafata.
—Eres todo corazón —dijo Nick.
—Aunque no me vengaré por la noche que me hiciste levantarme en la fiesta de recaudación de fondos —Tess puso una mueca—. Y mucho menos por la otra noche, cuando me dejaste plantada en el aparcamiento del Music Hall. Conozco mujeres que te pincharían las ruedas y te envenenarían la cerveza sólo por eso.
Nick bajó la vista hacia la lata de cerveza que tenía en la mano.
Tess lo estudió ruborizada y con un vuelco en el corazón. Era la cosa más atractiva de aquel apartamento, sin ninguna duda. De hecho, era sin dudas la cosa más atractiva que había visto en su vida. Por supuesto que el aspecto era una cosa superficial. Sobre todo en Nick, que tenía más caras que la sibila.
Dirigió una mirada de incertidumbre a Gina, todavía estirada en el sofá.
Gina hizo un globo con el chicle.
—Hazlo.
—Quizá lo haga —Tess se volvió a Nick—. Dame los detalles, y hazlo bien.
—Es terrible —dijo Nick.
Gina posó las piernas en el suelo, parpadeó y se levantó del sofá.
—Creo que es hora de que me vaya, ¿verdad?
—No, no lo es —dijo Tess a la vez que Nick decía:
—Gracias. Tienes una intuición maravillosa.
—¡Eh! —protestó Tess.
Pero Gina ya había recogido su bolso.
—Tengo que irme de todas formas —le dijo a Tess—. Te quiero, pero no me gusta merodear por tu barrio en cuanto ha oscurecido. La verdad es que necesito más masajes en la pierna. Llámame más tarde y me lo cuentas todo.
—¿Sabes? Es una mujer inteligente —dijo Nick en cuanto hubo desaparecido.
—Ésa es la misma mujer de la que comentaste que estaba desperdiciando su vida embutida en unas mallas —le recordó Tess.
Nick parpadeó.
—Yo no dije exactamente eso. Dije que la danza no es una carrera muy lucrativa y se iba a encontrar en problemas algún día si no planeaba su futuro.
—Bueno, hay gente que vive el presente —atacó Tess.
Después se arrellanó en el sillón e intentó olvidar que Gina ya tenía problemas por no haber planeado su futuro. Una de las cosas más enojosas de Nick era que a menudo tenía razón.
—Me equivoqué. Lo siento.
Nick iba a seguir, pero Tess sacudió la cabeza para detenerlo.
—Olvídalo. Estoy de malhumor y lo estoy descargando contigo. Ahora, explícame tu lío —giró el cuello para mirarlo—. Pero no me lo expliques acosándome — hizo un gesto, indicando el suelo—. Siéntate —le vio deslizar la espalda por la pared para sentarse a sus pies. Le sonrió—. Eso está bien. Parece que entiendes las normas básicas.
—Ven aquí abajo conmigo y rodaré sobre ti —dijo Nick.
Tess sintió que el pulso se le aceleraba.
—Vete —dijo.
—Olvida lo que he dicho. Fue mi gemelo diabólico.
—El único demonio diabólico que tienes es ese bicho con el que trabajas.
—Curioso que menciones a Park… —empezó Nick de nuevo.
Nick no había presagiado desastre cuando había entrado todo confiado a su oficina en Patterson y Patterson un par de horas atrás. Había algo en el ambiente de paneles de caoba tan caros, en las lujosas alfombras orientales importadas, y las eficientes secretarias, que le hacía sentir como un barón de las finanzas. Y esa tarde, la vida le había ido especialmente bien: una victoria en los tribunales tan rápida como inesperada, un cliente agradecido y el resto de la tarde para pasarla como le apeteciera. Si el letrero de la puerta hubiera puesto «Patterson, Patterson y Jamieson», la vida hubiera sido perfecta.
Pero las cosas empezaron a ir en declive.
—Ya estoy de vuelta, Christine —le dijo a la secretaria, una imperturbable morena, preciosa en la treintena, a la que no había impresionando lo más mínimo desde que la había contratado.
Christine alzó la vista hacia él, apenas interesada.
—No, no te levantes —dijo Nick mientras seguía hacia la oficina—. Conozco el camino.
Christine se puso en pie y lo siguió, dando la impresión de que de todas formas iba en aquella dirección.
—Ha estado hoy aquí el señor Patterson —le dijo—. Y Park quiere verte.
Nick se quitó la americana y la dejó en el sillón. Se sentó tras su escritorio y miró la foto enmarcada con una leve sonrisa mientras se aflojaba la corbata.
—El padre de Park lo ha puesto nervioso, pero tienes demasiado tacto para comentarlo. No me extraña que te paguemos una fortuna.
—Necesito un aumento —dijo Christine sin cambiar el tono de voz—. Y yo no lo llamaría «nervioso». Diría algo así como «pánico catatónico»
Nick se quitó la corbata y dejó escapar un suspiro de alivio.
—Odio las corbatas. Las debió de inventar alguna mujer como instrumento de venganza. No tendrás tú nada que ver, ¿verdad?
—Sí —dijo Christine—. También tienes varios mensajes de distintas mujeres. Ninguno de Tess.
Nick deslizó la mirada de la foto a Christine.
—¿Y por qué querría yo recibir una llamada de Tess?
—Porque la has estado llamando sin parar y no te ha devuelto una sola llamada —dijo Christine con evidente acopio de paciencia—. Los mensajes están en el escritorio y Park en su despacho, sin dejar de pasearse.
Nick ignoró los mensajes.
—¿Hay algo que debería saber antes de verlo?
—¿Y cómo voy a saberlo yo? —dijo Christine mientras salía por la puerta—. Yo sólo soy una secretaria.
—Exacto —dijo Nick—. Y no te olvides de ello.
Christine no le hizo caso.
—¡Nick! —Park salió desde detrás de su enorme escritorio de caoba para palmearle la espalda, con la imagen de un surfista californiano entrando en los cuarenta—. ¡Colega! ¡Compañero! ¡Compadre!
—¿Compadre?
—¿Que te parece socio? —preguntó Park.
Nick cruzó los tobillos sobre la alfombra oriental intentando aparentar despreocupación aunque el pulso se le aceleró.
—Socio estaría bien —dijo—. ¿Quiere decir eso que hemos conseguido la cuenta de Welch?
—No hemos conseguido exactamente la cuenta —Park se sentó al borde del escritorio y palmeó a Nick de nuevo en el hombro—. Pero sin problema, ¿de acuerdo? Todavía puedes conseguirlo. Sólo tendrás que hacer un par de cosillas y después…
—¿Qué? —preguntó Nick con sospecha ante el tono de Park.
—Bueno, ayudaría bastante el que estuvieras casado.
—Ya te dije que no deberías haberte metido tantas drogas en los setenta —dijo Nick—. Creo que te están afectando ahora.
—Es curioso… —Park se detuvo— Welch ha llamado a mi padre. Quiere conocer a nuestras familias. Sobre todo a la tuya. Parece que le caes bien.
—Nosotros no tenemos familia —dijo Nick—. O al menos yo no. Tú puedes presentarle a tus padres. ¿De que va todo esto?
—Dímelo tú —dijo Park—. Nos ha invitado a su casa de Kentucky, el viernes por la noche y el sábado, para una conferencia sobre su próximo libro. Y mi padre ha dicho que Welch le indicó con mucha claridad que debíamos llevar a nuestras esposas. Sobre todo tú. ¿Que le contaste a Welch?
Nick se encogió de hombros.
—No lo sé. Pero tan seguro como que estoy vivo que no le dije que estaba casado. Él se acercó a mi despacho siguiendo sus impulsos, según dijo, y por algún motivo se empezó a comportar como un auténtico bastardo, punzante como un diablo, y yo estaba intentando ser encantador para venderle el trato cuando de repente… — Nick se detuvo intentando recordar exactamente lo sucedido—, se puso meloso como un pastel. Sonrió, asintió y se convirtió en todo afabilidad —frunció el ceño al recordar la conversación—. Lo he repasado con la mente cientos de veces, pero aunque me fuera en ello la vida, no recuerdo exactamente lo que dije. Sólo le estaba explicando los planes que teníamos para negociar el contrato de su nuevo libro cuando de repente se convirtió en un tipo agradable. ¿Y ahora quiere conocer a mi familia? Eso es ridículo.
—No, eso es Norbert Nolan Welch, el gran autor americano —especificó Park—. Y ésa es la cuenta que ha querido siempre mi padre y la que le volvería loco conseguir. La desea tanto que si tenemos que casarnos para conseguirla, lo haremos.
Nick entrecerró los ojos.
—¿Y por qué tendríamos que hacerlo?
—Porque si conseguimos esta cuenta, mi padre se retirará.
Park se detuvo un momento con una expresión de éxtasis en la cara.
—¿Por qué?—preguntó Nick.
—Porque lleva intentando conseguir a Welch durante muchos años —se encogió de hombros ante lo inexplicable—. Si lo lograra, pensaría que se retira con estilo después de conseguir el contrato con uno de los mejores novelistas americanos. Piensa en los discursos que haría en su cena de jubilación y en las alabanza que se llevaría —Park miró a Nick con culpabilidad—. Piensa en ti siendo por fin socio.
Nick se estiró en su asiento intentando no dar un respingo ante la idea. Una cosa era la ambición, que era buena, y otra la ambición patética, arraigada y profunda, que era mala y a la que él tendía con facilidad. Él sabía que era mala porque lo hacía parecer ansioso y vulnerable y porque Tess le había dicho que moralmente era reprobable y había veces en que pensaba que quizá ella tenía algo de razón, aunque fuera un poco. Sin embargo, a la larga no importaba; la ambición de éxito era lo que lo hacía correr y mientras no se dedicara a poner zancadillas a la gente para llegar a la cumbre, podría vivir sin culpabilidad. El truco estaba en no revelar demasiado de su estrategia, así que mantuvo la mayor frialdad posible en el tono de voz.
—¿O sea que si conseguimos a Welch, seré socio?
—No me cabe ninguna duda. Dejaríamos de tener que escabullirnos todo el tiempo para intentar dirigir este bufete a espaldas de mi padre. Dejaríamos de tener que intentar arreglar sus errores y podríamos hacerte socio de forma definitiva. Con mi padre retirado, no importará que no seas de la familia. Ya no será más una firma familiar, de todas formas.