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El fútbol no se trata de la vida o la muerte, ¡es mucho más importante! Juan y sus amigos han formado su propio equipo, el FC Mezzi. En esta edición especial os regalamos el primer libro de los 5 de 'FC Mezzi' donde seguimos los partidos de los chicos, los torneos y todas las viejas y nuevas amistades. Ilustrado por Jan Solheim.
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Seitenzahl: 229
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Daniel Zimakoff
SAGA
FC Mezzi - La colección
Original title: FC Mezzi 1-5 Translated by: Nicolas Gallardo
Copyright © 2014, 2021 Daniel Zimakoff and SAGA Egmont, Copenhagen All rights reserved ISBN: 9788726732825
1. E-book edition, 2021 Format: EPUB 2.0
All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
Juan: Le encanta jugar a la pelota. Viene antes que todo lo demás. Sabe leer bien el juego, es rápido y muy hábil. No le gusta ser tacleado. Sueña con jugar profesionalmente en el FC Barcelona, como Messi.
Nicolás: Practica a menudo con el balón en su jardín. Tiene una patada izquierda salvaje. Siempre es optimista y risueño. Es muy fuerte, tiene mucha energía, y además es el hermano pequeño del mejor jugador, Kingo.
Emilio: Súper buen portero. Salva la mayoría de las pelotas. Conoce todo sobre el fútbol, todos los equipos y sus tácticas. Su único problema es que odia correr y rápidamente se queda sin aliento.
Llevábamos un gol menos y éramos siete jugadores contra ocho. Tuvimos que reagruparnos y reordenar el equipo. Tenía que hacerme sombra sobre los ojos con una mano. El sol le daba a Emilio, nuestro portero, justo en la cara. La cancha estaba blanda y desnivelada, asique teníamos que jugar con mucha técnica.
Simón erró al intentar dominar la pelota, y lo intercepté en la mitad de la cancha. Le pasé el balón a mi buen amigo Nicolás y de pronto se encontró solo frente al portero del equipo principal. Me la devolvió y el portero se me acercó. Le hice una finta, pasándolo por la derecha y pateé el balón al arco vacío.
"¡Bien, Juan!" gritó Nicolás. Emilio, Nicolás y yo éramos mejores amigos, y jugábamos los tres en el equipo secundario.
"¡Buena técnica!" gritó Carlos. Era el entrenador tanto del primer como del segundo equipo.
Ahora teníamos un empate, pero aún estábamos presionados. Carlos había armado los equipos y eran totalmente injustos. Todos los mejores jugadores estaban en el equipo con ocho personas y el resto en el segundo. Eran ocho buenos jugadores contra siete decentes.
"Qué mal equipo," murmuró Nicolás.
"Pronto habrá un partido de verdad," dijo Carlos. "El equipo principal tiene que conocerse y aprender a jugar juntos."
"Es divertido… pero para ellos,” dijo Emilio, nuestro portero.
"¿Por qué ellos pueden ser ocho?,” pregunté.
"Necesitan armar confianza," sonrió Carlos.
Todos nos unimos e hicimos un muro frente a Emilio, y el equipo de ocho jugadores no pudo hacernos un gol. Emilio atrapaba los disparos que pasaron y encontré otra oportunidad de llevarme el balón. Aunque un empate también sería una victoria para nosotros, ya que nos superaban en número, yo quería ganar.
Félix dirigía su equipo - el primer equipo. Era el hijo del entrenador, y se creía una estrella. Justo ahora estaba enfadado por no poder controlarnos a los del segundo equipo.
Esta vez, Lucas tuvo problemas con la cancha desnivelada. Me pasó la pelota y corrí hacia el arco con Nicolás a mi izquierda. Le pasé la pelota y fui corriendo al arco del oponente. Nicolás pateó hacia la izquierda, apuntando directamente hacia mi frente, cerca del arco.
A veces le tengo nervios a cabecear la pelota, pero esta vez cerré los ojos e hice mi mejor esfuerzo por meter la pelota bajo el palo travesaño. Ya veía al balón entrar por el arco y escuchaba la celebración de mi equipo, pero justo en ese momento fui apretujado por dos jugadores del otro equipo. Fui tacleado por Félix y Alex a la vez en un violento sándwich que me dejó tumbado en el suelo.
Mierda, cómo dolió. Mis ojos se llenaron de lágrimas. Tendría que dejar que Nicolás pateara el penalti pero… en lugar de llamar a penales, Carlos les dejó seguir jugando.
"¡Era penalti para Juan!" gritó Nicolás.
"Tenemos que acostumbrarnos al juego duro," dijo Carlos.
Félix regañó a Lucas por dejar que me llevara el balón. Me puse de pie y volví cojeando a la cancha. No me había roto nada, pero estaba adolorido en el pecho y en uno de los hombros. Antes de que haya vuelto a mi puesto, el primer equipo anotó otro punto, y ahora tenían dos jugadores más que nosotros.
Carlos detuvo el partido. Alex y Félix chocaron las manos, felices. Habían ganado 2-1.
Carlos se me acercó.
"¿Estás bien, Juan?"
Solo asentí.
"Bueno. Jugaste bien. Nicolás y tú son bastante buenos. Nos vemos el miércoles,” y me dio una palmadita en mi hombro adolorido.
Apreté el freno trasero y mi bicicleta se deslizó la última parte del camino para que pudiera agarrar la puerta del jardín sin tener que bajarme. Nicolás, que llevaba su camiseta del Barcelona pateó hacia el arco del jardín. El balón estaba a exactamente siete metros de la meta, yo mismo lo medí. El portero, Lind, era una figura que Nicolás y yo habíamos hecho de cartón. Lind tenía su nombre del portero de Manchester United, Anders Lindegård.
Unos pasos para tomar vuelo y, ¡paf! El balón le dio a la red a la izquierda de Lind, que ni lo pudo ver. La patada zurda de Nicolás es realmente fuerte. Aplaudí.
"Hola, Juan. Ya voy,” Nicolás agarró su bicicleta. Ya tenía el bolso de Manchester United ajustado a su espalda y recorrimos 6.5 kilómetros en bicicleta a Durango para ir a entrenar. Hacían 14 grados y estaba soleado. La primavera había llegado para quedarse.
"¿Crees que pronto llegaremos al primer equipo?" preguntó Nicolás.
"Tal vez la próxima temporada."
"Eso espero."
"Sí, sería genial," le conté a Nicolás sobre como Carlos pensaba que éramos buenos jugadores. Podía ver mi futura carrera claramente. Primero como jugador del equipo principal, luego la selección nacional y finalmente, el FC Barcelona como el jugador más joven jamás.
Atravesamos Berriz, pasamos el molino y la casa redonda que llevaba cinco años a la venta y nos detuvimos en la última casa del pueblo. Aquí vivía Emilio. Íbamos los tres en la misma clase en la escuela de Durango en el Cuarto grado.
Emilio era el que más sabía de fútbol. Conocía a todos los equipos y a todos los jugadores en Inglaterra, Alemania, Holanda e incluso España. También era bueno jugando, pero era un poco gordito y no le gustaba entrenar como nosotros.
Esperamos cuatro minutos por Emilio, y luego tuvimos que hacer carrera para no llegar tarde.
"Justo a tiempo, muchachos," dijo Carlos. "Comencemos con un trote por la cancha.”
Emilio suspiró.
Éramos 17 en el entrenamiento, justo como para hacer dos equipos de siete. Había que tener nueve o diez para un partido, pero seguramente llegarían más chicos a entrenar cuando los días se pusieran más cálidos.
Nicolás y yo éramos los más veloces para correr y los con mejor estado físico. Seguramente porque siempre veníamos a entrenar en bicicleta y jugábamos fútbol en casa y en la escuela. Emilio fue el último en llegar de la vuelta por la cancha. Tenía la cara roja y jadeaba.
"Me encanta el fútbol, pero odio correr," dijo.
Después del calentamiento, practicamos haciendo pases internos en tres estaciones. No me tocó practicar con Emilio o Nicolás, sino que estaba con dos chicos del equipo principal: Félix y Alex.
¿Sería una señal? Ellos pateaban fuerte, mucho más fuerte de lo necesario.
"¡No tan duro, Félix!" gritó Carlos. Era el padre de Félix. "Se trata de usar el interior del pie." Se puso una mano en la frente.
"Ok, ¿deberíamos practicar los pases de cabeza entonces?" preguntó Félix.
Hubo varios que se rieron. También me reí un poco. No quería ponerme del lado malo de Félix. Era él quien estaba al mando del primer equipo. Alex y Félix siempre hacían bromas, y cada vez, todos teníamos que hacer 20 flexiones de brazos como castigo.
Alex iba a nuestra escuela, Félix y el resto del primer equipo iban a la escuela grande en Berriz. Allí también iríamos cuando llegáramos al séptimo grado.
###
Después del entrenamiento, Carlos nos dijo quién jugaría el fin de semana y en qué equipos. Primero anunció los que jugarían en el primer equipo. Escuché con atención, pero realmente no importaba. Por supuesto que no quedaría en el primer equipo.
Pero entonces... Nicolás fue mencionado como el número 7. Me miró, sorprendido y feliz. Extendí un pulgar hacia arriba. Bien por el...
"Y Alex es el número 8," dijo Carlos. "Y el número 9 es Juan".
¡Genial! Nicolás me guiñó un ojo. Estábamos en el primer equipo. En todo caso, habíamos asistido a todos los entrenamientos durante el invierno, aunque lloviera o hubiera escarcha en la cancha.
"Lucas y Simón jugarán en el segundo equipo esta vez, pero pueden volver a jugar en el primero si se esfuerzan.”
Lucas solo asintió. Simón metió sus botas en su bolso con fuerza. Emilio seguiría jugando para el segundo equipo. Se le veía un poco decepcionado.
Nos separamos de Emilio en Callas, y ahí realmente celebramos. Chocamos las manos. ¡Sí! ¡Estábamos en el primer equipo!
"Qué genial,” dijo Nicolás. "No puedo esperar para decirle a Kingo.”
"Te entiendo completamente.”
Kingo era el hermano mayor de Nicolás, y era muy bueno para el fútbol. Kingo era realmente su segundo nombre, pero todos lo llamaban así. Tenía 19 años y estaba en el último año de la escuela. Además había jugado en el primer equipo en Durango hasta que se lesionó la rodilla el año pasado. Nicolás lo había mencionado muchas veces. Había recibido un tacle demasiado fuerte. Él había visto el partido, y Kingo ya no volvería a jugar fútbol. Podría haber llegado al equipo nacional, pero un tacle y el sueño ya se había desvanecido.
"Espero que Félix no sea tan fastidioso,” le dije. "Ya sabes, si uno de nosotros pierde el balón y nos cuesta un gol.”
"No te preocupes por él. Se cree la estrella del equipo solo porque su papá es el entrenador.”
"Sí. No puedo creer que Carlos no le haya dado un penalti las vez pasada.”
"Olvídalo. Solo tenemos que creer en nosotros mismos, como dice Kingo siempre.” Nicolás tocó la campanilla de su bicicleta.
Para la última parte del camino a casa, fui tan rápido como mis pies pudiesen pedalear. Nicolás siempre era un optimista y era bien chistoso. Desearía poder ser más como él. Fantaseé sobre mi gran carrera de fútbol profesional mientras entré al jardín pensando en el hat-trick que haría para ganar la copa mundial.
Fui bienvenido por un rico olor a pollo cuando abrí la puerta principal.
"¡Hola, Juan!" gritó mi padre desde la cocina. “La comida estará lista cuando hayas salido de la ducha. Recuerda tirar la ropa sucia en la cesta."
Quería contarles sobre el primer equipo mientras comiéramos.
Nicolás y yo fuimos al partido juntos. Teníamos que presentarnos una hora antes de que el partido comenzara. Habíamos llegado temprano y éramos los primeros en llegar. Estaba lloviendo un poco y el camino a la cancha estaba resbaloso.
Nicolás condujo sin manos y casi se cae. Estaba tan emocionado como yo. Tenía miedo a caerme o equivocarme durante el partido… y quizás llegar a costarnos la victoria en nuestro primer partido.
Emilio y el segundo equipo habían jugado el día anterior y ganaron. Dijo que quizás vendría a vernos jugar.
"Ojalá no llueva cuando nos toque jugar,” dije.
"Dijeron que habría sol,” dijo Nicolás. "Es bueno que el pasto reciba algo de agua.”
Yo asentí. En el Camp Nou de Barcelona siempre regaban el pasto antes de un partido. El balón andaría más rápido y sería mejor para los jugadores con buena técnica. Esperaba poder jugar bien.
Seguramente vendría mi familia entera: mi papá, mi mamá y mi hermana mayor. Quizás, había dicho ella. Si el sol salía, podría usar sus gafas de sol nuevas.
El resto del equipo fue llegando uno por uno. Estaban hablando de un partido que habían visto en la televisión el sábado por la noche. Barcelona había vencido a un equipo de segunda y Messi había metido tres goles. Maldición. No había visto ese juego porque no teníamos el canal. Mi papá no se interesaba tanto por los deportes. A veces iba a la casa de Emilio a ver los partidos. Ellos tenían todos los canales.
Carlos llegó exactamente una hora antes del partido y abrió los camarines.
"¿Están listos, chicos? ¿Han dormido bien?”
"No lo suficiente," dijo Alex.
"Bueno, tal vez eres una persona nocturna, Alex. Cuando seas mayor será más fácil. Siempre jugamos por la noche como los partidos de La Liga."
"Igual de largo, pero mucho menos hábil,” dijo Nicolás. Los demás se rieron.
Carlos sacó los uniformes: Suéteres azules, pantalones y medias amarillas. Como Suecia o Brøndby. Las camisetas tenían rayas blancas y números en la espalda. Tomé un suéter de la cubierta.
"¡Hey! Número 10, esa es mi camisa,” dijo Félix, arrancándola de mi mano.
Sabía que era el número de Messi, mi jugador favorito y el mejor jugador de fútbol del mundo. Así que, por supuesto, Félix se había sentado en él.
"Está bien,” dije y tomé el siguiente jersey de la cubierta, pero era el número de Alex. Número 9. ¿Todos tenían su propio número?
"Déjame ver, quedan las camisas 2 o 6," dijo Carlos.
"Está bien", le dije, tomando el suéter número 6.
"Número 6, buena elección," dijo Carlos. "Es la camiseta que yo uso cuando juego."
"Genial," dijo Nicolás. "Número 2, Daniel Alves. Es como yo: rápido, bueno para dominar y una fuerte patada. Si eres el número dos, ¡serás el doble de bueno!”
Carlos pidió silencio. Quería mostrarnos la formación inicial y algunas tácticas antes de que saliéramos. Uno podría tener tres jugadores de reemplazo, es decir, ser diez, pero Carlos prefería que fuéramos nueve. Se rio y dijo que de lo contrario sería demasiado entrar y salir.
Nicolás y yo comenzaríamos en la banca, como esperábamos. Así solía ser, pero estaba bien. Era nuestro primer partido en el primer equipo, alguien tenía que comenzar en la banca.
"Vamos a jugar contra Mañaria," dijo Carlos. "Pero como probablemente recuerdan del año pasado, no son malos.”
Varios lo recordaban.
"Son fuertes," continuó Carlos. "Ellos usan mucho cuerpo, ustedes tendrán que jugar igual…"
"Exacto," dijo Alex. “Que nos sientan. No es juego de niñas.” Me miró y se echó a reír.
"Tampoco hay que jugar sucio, Alex," dijo Carlos.
Alex tenía la reputación de ser un bruto en la cancha. Yo solía evitarlo cuando se ponía así. ¿Era por eso que Alex me había mirado y reído?
"Les ganamos la vez pasada," dijo Félix.
"Exacto, y les venceremos de nuevo si recuerdan jugar como un equipo y ocupar la cancha completa."
Carlos habló más sobre técnica, pero no estaba poniendo mucha atención. Comenzaría en la banca de todos modos.
“Ahora vamos a calentar, chicos. El partido comienza en 28 minutos."
El sol brillaba desde un cielo casi completamente despejado cuando el partido estaba por comenzar. Era tiempo de gafas de sol.
La cancha estaba húmeda pero no demasiado mojada, y estaba bastante verde.
Toda mi familia estaba sentada. Julia con sus gafas de sol y mi papá sujetando un termo, seguramente lleno de café. El hermano de Nicolás, Kingo, también estaba allí. Mi papá y mi mamá me hicieron señas pero hico como que no los vi y fui al otro lado de la cancha con Nicolas y Carlos. Nicolás y yo llevábamos puestos abrigos mientras recogía los balones en una red.
El aroma del cuero y el pasto con un poco de tierra. ... ¡ah, que rico!
Hicimos un círculo y dijimos nuestro mantra.
“¿Qué queremos? ¿Qué haremos…? ¡Ganar, Ganar, Ganar!"
Gritamos ganar muy fuerte, para que Mañaria pudiera escucharnos y les diera miedo.
Fue un partido parejo y muy difícil con solo un par de oportunidades para anotar. Félix pudo escabullirse entre tres jugadores, tuvo una oportunidad pero pateó muy fuerte.
El equipo de Mañaria jugaba muy brutamente y el árbitro tuvo que hablar con ellos. Alex era bruto también, pero no tanto como ellos.
Nicolás y yo estuvimos fuera toda la primera mitad. Pero entonces Nicolás logró entrar por la mayoría de la segunda mitad.
Durante el descanso nos reunimos alrededor de Carlos, mientras pasábamos botellas de agua. Todos íbamos con las caras sonrojadas.
"Buen juego, chicos. Buena defensa. No han tenido tantas oportunidades, pero no permitan que se les adelanten. ¡Usen los hombros!”
"Son demasiado duros esos tipos,” dijo Félix. La mayoría del equipo estaba de acuerdo.
"Sí, pero eso lo sabíamos," dijo Carlos. "Tal vez expulsen a un jugador en la segunda mitad. Ahora solo tenemos que ser pacientes. Habrán más oportunidades. Quizás con un buen pase a Félix podríamos anotar, y ahí tendríamos 1-0 el resto del partido. Jacobo le pasaría la pelota a Nicolás hacia el costado centro-izquierda…” Carlos me miró brevemente, “Tú podrás jugar pronto, Juan.”
Luego el árbitro silbó para señalar el comienzo de la segunda mitad. Nicolás me dio un empujoncito en el hombro antes de entrar corriendo a la cancha.
"Créelo," dije y miré al público. Probablemente se preguntaban por qué no estaba jugando.
Nicolás jugó bien. Corrió con la pelota solo lo justo y necesario y luego de quince minutos, logró que dejaran a Félix despejado. Félix pateó el balón fuerte y lo mantuvo nivelado pero o hizo hacia el centro del arco y el portero logró atraparlo.
"¡Bien jugado, Nicolás!" gritó Carlos. "Casi, Félix."
Comencé a calentar. Tendría que jugar pronto. Solo quedaban quince minutos de juego. Cada mitad dura solo treinta minutos.
"Dos minutos, Juan," dijo Carlos sin dejar de mirar la pelota.
Justo ahí, Alex hizo un tacle al delantero más rápido de Málaga. El árbitro dio un silbido y apuntó. Fue suspendido por cinco minutos. Carlos maldijo silenciosamente. No me metería al juego mientras estuviéramos con un jugador menos, dijo.
"Pero el partido está por terminar,” murmuré, pero no me escuchó. Gritó a la defensa para que hicieran un muro. Mañaria tuvo un tiro libre justo fuera del área.
"Tres en la pared," gritó, "¡y uno en cada poste!"
El jugador más grande de Mañaria pateó, y fuerte, se la pasó a un compañero que estaba descubierto. Pateó la pelota hacia el arco y pasó justo entre las piernas de nuestro portero.
"¡Mierda!" gritó Carlos, y un poco más tarde, "Vamos, muchachos."
Ahora teníamos que avanzar y atacar, aunque tuviéramos un jugador menos. Mañaria comenzó a jugar a la defensiva y una vez que Alex pudo volver al juego, seguían ganando.
Finalmente entré a la cancha. Podía escuchar a alguien aplaudir, probablemente a mis padres. Faltaban menos de diez minutos. Jugué bien. Tuve una oportunidad de tiro gracias a Nicolás pero el balón pasó por arriba del arco.
Perdimos por un gol.
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Cuando les dimos la mano al árbitro y al otro equipo, Carlos nos reunió en el pasto. Tenía una sensación extraña en el estómago, como de tener mucha rabia. ¿Por qué solo pude jugar nueve minutos? ¿Acaso Carlos no pensaba que era lo bueno suficiente como para jugar? Carlos hablaba a cien por hora sobre lo que hicimos bien y especialmente sobre lo que podríamos haber hecho mejor. En verdad, no estaba poniendo mucha atención. Cuando había terminado, y el resto comenzó a irse a los camarines, Emilio se me acercó.
"Buen tiro al final, estuviste cerca."
"Debí haber anotado.”
"Lo lograrás para la próxima… la camisa número 6, es la camisa de Xavi. El jugador más importante del Barcelona… bueno, después de Messi."
Mi papá vino hacia nosotros.
"Bien jugado, Juan. Eso sí, no te dieron mucho tiempo en la cancha,” lo dijo lo suficientemente fuerte como para que Carlos escuchara.
Emilio y yo nos miramos. Había esperado que mi papá no me hiciera pasar vergüenza, pero lo conocía. Estaba fastidiado por pasar toda la mañana del domingo esperando para verme jugar nueve minutos.
Carlos vino hacia nosotros.
"Sí, solo fue un partido, y Juan es nuevo en el equipo, así que... no me atreví... "
"¿Pero el próximo partido comenzará jugando, cierto?” preguntó mi padre.
"No puedo prometer eso. Es contra Bilbao, los favoritos para ganar el campeonato.”
El entrenador de los oponentes se acercó a Carlos para agradecerle el partido. Me despedí de Emilio y aparté a mi papá.
"No interfieras," susurré. "Volveré a casa solo.”
Y luego corrí tras los demás para bañarme y cambiarme, aunque no estaba del todo sudado.
Nicolás y yo comenzamos en la banca para el partido contra Bilbao. Estaba tan enfadado después del partido anterior, que le había contado a Emilio y Nicolás en el camino a casa. Emilio nos esperó mientras nos vestimos y volvimos todos juntos en bicicleta. Él también pensaba que fue injusto que haya jugado solamente nueve minutos. Nicolás estaba de acuerdo, uno debería al menos jugar una mitad del juego.
Había dicho que si las cosas no mejoraban para este juego, renunciaría. No lo decía en serio, solo lo dije porque estaba enfadado. Ellos lo sabían, así que no dijeron nada.
Cuando mi mamá me dio las buenas noches el domingo por la noche, me preguntó con cautela. Me preguntó si estaba feliz por estar en el equipo principal. Cuando no le respondí, me dijo que la practica hace al maestro.
Mi papá no dijo nada, pero le había pedido que no se metiera.
Ahora era la hora del partido contra Bilbao. De nuevo, un oponente muy difícil y parejo con nosotros. Estaba muy ventoso, pero ganamos el lanzamiento de la moneda, así que comenzamos con el viento a nuestras espaldas.
Íbamos empatados 1-1 para el descanso de medio tiempo. Esta vez les había pedido a mis padres que no vinieran. Mi papá se veía aliviado. Emilio vino a vernos. Kingo también vino, con su bufanda de Barcelona alrededor de su cuello. Siempre llevaba esa bufanda puesta.
“Mantengan el balón en el suelo. Tenemos mucho viento de frente, ¡asique hagan su mejor esfuerzo, chicos!” Carlos no nos metió al juego durante el descanso, aunque Alex estuviera lesionado y muchos de los otros jugadores se veían muy cansados.
Nicolás y yo esperamos y esperamos.
“¿Crees que se haya olvidado de nosotros?” murmuré.
“No me sorprendería,” susurró Nicolás.
Hasta que al fin, le pidió a Nicolás que se sacara su abrigo. Quedaban 15 minutos de partido. Todavía estábamos 1-1. Alex salió de la cancha y Nicolás asintió hacia mí mientras entró corriendo.
Le di mis espaldas al juego y pateé una flor en el pasto. Me temblaba el cuerpo.
¿Me pondría a jugar, siquiera? ¿Estaba siendo castigado por que mi papá habló muy fuerte el partido anterior?
Miré mi reloj. Justo ahí, Carlos me llamó. Quedaban más o menos 10 minutos de juego.
“¿Estás listo, Juan? Ocuparás el puesto de Matías de lateral izquierdo.”
“¿Ahora? El partido está por terminar,” me temblaba hasta la voz.
“Así son las cosas. Todos queremos ganar, ¿no?”
“¿Y no podemos hacer eso conmigo en el equipo?”
“Si pero… ¡patéala, Félix! ¡Maldición, eso era un tiro libre!” Carlos estaba tan preocupado que olvidó mandarme a jugar.
Pasaron varios minutos antes de que llamara al árbitro para reemplazar a Matías. Fue en ese momento que algo extraño comenzó a controlarme. Algo dentro de mí había crecido grande y con rabia.
No me quité mi abrigo.
“No importa,” dije. “No quiero que tú pierdas por culpa mía.” Puse énfasis en el tú.
“Por dios, Juan. Vamos, quítate el abrigo.”
Matías vino corriendo y se lanzó al pasto. El árbitro se puso a esperar para comenzar el juego de nuevo. No me quité mi abrigo.
“Puedo jugar de nuevo,” dijo Alex.
Carlos me tomó del brazo.
“Hablaremos de esto después. Quítate el abrigo, Juan, y anda a jugar. Alex está lesionado. El equipo te necesita.”
Pero me libré de su mano, me di media vuelta y me fui caminando al camarín mientras las lágrimas corrían por mis mejillas.
###
Tiré mi camiseta al suelo, me puse mi ropa y me fui en bicicleta a casa. Tuve que rodear toda la cancha. Pedaleé tan rápido como pude mientras maldecía y lloraba al mismo tiempo.
Mi mamá estaba en el jardín cuando llegué a casa, así que no pude escabullirme sin ser visto. Pasé con mi bicicleta pero al verme arrugó la frente.
“¿Por qué llegaste tan temprano, Juan?”
“Porque sí.”
Quería aparcar mi bici, pero no bajé el pie de manera correcta y la bicicleta cayó al suelo. Dije un garabato y la dejé ahí.
“¿Sucede algo?”
Intenté no hacerlo, pero no pude evitar que las lágrimas volvieran a correr. Fui caminando a mi cuarto y cerré la puerta de un golpe.
###
Un poco más tarde, mi mamá y mi papá vinieron a mi cuarto y no pude evitar contarles lo que sucedió.
“Asique te fuiste durante el partido,” dijo mi mamá.
“Solo quedaban cinco minutos,” dije.
“Si, pero…”
“Lo sé. No está bien pero…” me quedé callado. ¿Era acaso un mal compañero?
“Te entiendo,” dijo mi papá. “No es justo meterte al juego tan tarde. No estás en la liga profesional. Quizás debí haberle hablado un poco más a Carlos la vez pasada.”
“Quizás aún puedas hacerlo,” dijo mi mamá. “Quizás si vas con Juan…”
“Ya no importa,” interrumpí. “No quiero jugar más para ese club.”
“Pero te encanta el fútbol,” dijo mi mamá. “¿Ahora qué?”
“No lo sé.”
“Es una lástima que no tengamos un club de fútbol aquí en el pueblo,” dijo mi papá. “Supongo que no hay suficientes jugadores acá.”
Sonó el timbre y mi papá fue a ver quién era. Regresó con Nicolás y Emilio. Nunca tocaban el timbre, normalmente entraban sin preguntar.
“Hola Juan,” me dijeron al mismo tiempo. Sus voces tenían un tono extraño.
Asentí en su dirección. Mis padres nos dejaron solos. Miré a Nicolás y a Emilio… ¿creerían ellos que soy un estúpido?
“Carlos es un estúpido,” dijo Emilio. “Entiendo que te hayas ido.”
Suspiré, aliviado, y miré a Nicolás. ¿Estará de acuerdo? Asintió con la cabeza.
“Cinco minutos,” se rio. “Parece broma. En el segundo equipo, todos juegan al menos una mitad del juego.”
“¿Cómo acabó?” pregunté.
“Perdimos por dos goles. Es culpa de Carlos. Si hubiésemos jugado los dos en la segunda mitad, habríamos ganado.”
“Seguramente,” dijo Emilio. “Alex estaba lesionado y no podía correr. Los otros jugadores estaban muy cansados.”
Se notaba que lo habían comentado en el camino a mi casa.
“No quiero regresar al club,” dije.
“¿Estás seguro?” Nicolás me miró. “Porque si tú no regresas, entonces yo tampoco.”
Me quedé mirándolo. ¿Hablaba en serio? Parecía hablar en serio. ¿Hubiese hecho lo mismo por él?
“Si ustedes dos se van, entonces yo también,” dijo Emilio. “Más que nada, juego por ustedes. Pero podrían decir que quieren regresar al segundo equipo también.”
Nicolás me miró. Sería una opción. Lo pasábamos bien en el segundo equipo. Pero seguiría siendo el mismo club, y el segundo equipo entrenaba con el primer equipo, y Carlos.
“Me encantaría poder hacer nuestro propio equipo,” suspiré.
“¡Qué buena idea!” Emilio se levantó de un salto. “¡Eso es lo que haremos! Haremos nuestro propio equipo y venceremos a los otros.”
“Suena genial,” dijo Nicolás.
“¿Pero cómo?” pregunté. “¿Podremos encontrar a 10 jugadores? ¿Dónde entrenaríamos? ¿Quién nos entrenaría?”
“Podríamos entrenar en la cancha de la escuela,” dijo Emilio bailando y lanzando puños al aire. “Es una buena cancha, y nadie la ocupa después de clases. También tiene camarines y duchas.”
“¿Y qué hay del entrenador?” Tapé un puño que Emilio me había lanzado. “¿Y un equipo casero como el nuestro podría competir en los torneos?”
“Quizás podríamos convencer a Kingo a que nos entrene,” dijo Nicolás.
Me quedé mirándolo.
“Eso sería súper genial. ¿Crees que quiera hacerlo?”