Fin de semana de placer - Jamie Sobrato - E-Book
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Fin de semana de placer E-Book

Jamie Sobrato

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Beschreibung

Cuando la investigación de una historia acabó poniendo en peligro su vida, la periodista Jenna Calvert se dio cuenta de que necesitaba largarse de allí. Y llegó la oportunidad perfecta personificada en el guapísimo Travis Roth. A cambio de dos semanas en Carmel, Jenna sólo tenía que fingir que era otra persona… algo fácil para alguien tan poco convencional como ella. Jenna pasaría un fin de semana ensayando su papel con Travis si él la ayudaba a relajarse un poco… Al fin y al cabo, parecía que al sexy aunque tenso ejecutivo también le iría bien un poco de desahogo sexual…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2006 Jamie Sobrato

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Fin de semana de placer, n.º 243 - octubre 2018

Título original: Two Wild

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-217-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

1

2

3

4

5

6

7

8

9

10

11

12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

1

 

 

 

 

 

Lo que necesitaba Jenna Calvert era un hombretón tatuado con un gesto violento en los ojos. Tal vez alguien que hubiera estado en prisión y que conociera bien el uso de las armas de fuego. Un tipo que se llamara Spike, o Duff.

Pero incluso Guardaespaldas Por Menos quedaba fuera de su presupuesto. Jenna escuchó por segunda vez la grabación telefónica que describía los servicios del negocio. De ninguna manera podría pagar los ochenta dólares la hora que la fuerte voz confirmaba como precio base sin los servicios adicionales; ¿aunque, qué servicios adicionales podría proporcionar un guardaespaldas?

Colgó el teléfono y suspiró cansinamente.

Sin un guardaespaldas, la única protección que tenía era la del Perro-Guardián-Enlatado. Por veintinueve dólares y noventa y nueve céntimos, había comprado toda la tranquilidad que se podía permitir. Por treinta dólares se había comprado un dispositivo que detectaba el movimiento y simulaba el sonido de unos perros asesinos ladrando a confiados intrusos.

Desgraciadamente, también le ladraba a los vecinos que se cruzaba en la entrada o en el pasillo, al repartidor de pizza y a los numerosos y ancianos amantes de la señora Lupinski que entraban y salían del edificio a todas horas del día y de la noche.

Jenna no había dormido bien durante la última semana, y todo el mundo en el edificio estaba también empezando a cansarse de sus perros falsos. Incluso la señora Lupinski, que normalmente estaba ocupada con sus cosas, le había gritado groserías por la puerta la noche anterior cuando la había oído en la escalera.

El Perro-Guardián-Enlatado le había parecido tan prometedor allí en la estantería de la tienda; pero toda vez que llevaba ya una semana viviendo con su falsa protección, se daba cuenta de lo desesperada que había llegado a estar para llegar a comprarlo.

Jamás debería haber empezado a investigar el mundo de los concursos de belleza. Desde que se había puesto a investigar hacía un mes, alguien que no quería que ella escribiera la historia le había vuelto la vida del revés. Jenna se había estrujado el cerebro tratando de averiguar cuál de las personas a las que había entrevistado o con quien había hablado podría querer causarle algún daño, pero ninguna de ellas destacaba como el posible culpable. Ni siquiera había descubierto ninguna información que pudiera relacionar con las amenazas de muerte. Pero las llamadas de teléfono en la que la voz se oía alterada y las notas en el correo habían incluido comentarios tales como «abandona la historia» o «te estás jugando la vida si la escribes».

Jenna paseó la mirada por su apartamento, deseando tener un compañero o compañera de piso, o al menos un periquito. Alguien que la consolara y le dijera que recibir tres amenazas de muerte en el último mes no era para tanto. Alguien que también pudiera recordarle que era normal que casi la atropellara un coche en San Francisco. Dos días seguidos.

Sí, tener un compañero de piso sería estupendo en ese momento. Un compañero de piso, un guardaespaldas y una pistola. Pero lo único que tenía Jenna era un Perro-Guardián-Enlatado. Se aguantó las ganas de tirar aquel trasto contra la pared, y se volvió a mirar los dos cerrojos de la puerta de su apartamento. Si alguien quisiera entrar, no le costaría demasiado. La madera del marco de la puerta se estaba pudriendo por algunas partes, y parecía como si los cerrojos hubieran sido instalados antes de nacer ella.

Se suponía que la puerta de entrada al edificio debía permanecer cerrada todo el tiempo; pero a la señora Lupinski le gustaba dejarla abierta para que entraran sus amantes y los que le llevaban los premios que ganara en la lotería. Conseguir que alguien abriera la puerta en las ocasiones en las que la del portal estuviera cerrada era bien fácil con tal de que cualquier dijera que era por ejemplo el repartidor de pizza.

Jenna se apoyó sobre la puerta decrépita y cerró los ojos. Dejó que su pensamiento flotara hacia días más felices, cuando la seguridad de su hogar era la menor de sus preocupaciones. Tan sólo dos meses atrás había sido una periodista relativamente despreocupada que se había labrado una carrera profesional bastante buena escribiendo para revistas para mujeres, y se había embarcado en la historia que tenía entre manos, segura de que finalmente empezaría a estar mejor pagada. Se había acabado el depender de un sueldo irrisorio que apenas pagaba el costoso alquiler en el centro de la ciudad. El artículo sobre los concursos de belleza se suponía que sería su billete al éxito.

Cuando sonó el telefonillo de la puerta, pegó un brinco de tal calibre que el Perro-Guardián-Enlatado se le cayó al suelo y empezó a ladrar. Y el sonido no resultaba en absoluto amenazador.

Con mano temblorosa presionó el intercomunicador.

—¿Quién es?

—¿Señorita Calvert? Mi nombre es Travis Roth. Necesito hablarle de su hermana, Kathryn. ¿Puedo subir?

¿Kathryn? Jenna se quedó mirando el intercomunicador con pasmo. Hacía años que ni hablaba con su hermana gemela ni sabía nada de ella. ¿Podría aquello ser una treta de aquel tipo para colarse en el edificio?

—¿Qué pasa con ella? Dígamelo.

—De verdad que necesito hablar con usted cara a cara. Es un asunto delicado.

¿Un asunto delicado? ¿Hablarían así los criminales sedientos de sangre?

—¿No ha oído hablar nunca del teléfono?

—Hace días que la llamo, pero sin éxito.

Ah. Muy bien. Ella había desconectado el contestador automático después de las extrañas llamadas que había recibido, tras las cuales había dejado de contestar al teléfono.

—Mire, si está aquí por lo de la historia del concurso de belleza, no tengo ni idea de qué problema tiene.

Apagó el intercomunicador y corrió el sofá para colocarlo delante de la puerta; después se subió al sofá y se sentó con las rodillas pegadas al pecho. Empezaba a pensar que había elegido la carrera profesional errónea con el periodismo. Lo que necesitaba era un trabajo agradable y seguro. Tal vez algo relacionado con la agricultura, o en una biblioteca.

No. Eso sólo lo pensaba por miedo. A ella le encantaba su trabajo. Siempre había soñado ser una escritora independiente y eso ya lo había conseguido. ¿De verdad era tan cobarde que iba a permitir que alguien la acosara para que no escribiera la verdad? Porque por mucho miedo que tuviera, el instinto le decía que no iba a dejar de trabajar en aquel artículo.

Quince minutos después seguía sentada en la misma posición, mirándose las uñas de los pies, cuando oyó a la señora Lupinski preguntando a gritos dónde se había metido el repartidor que iba a subirle una pizza gratis, una señal más que segura de que el tipo que quería discutir ese asunto delicado con ella se había colado en el edificio.

En ese momento alguien llamó a la puerta y, muy a pesar suyo, Jenna pegó un brinco.

—Señorita Calvert, es urgente. Se trata de la boda de su hermana.

¿Kathryn iba a casarse? Si ese hombre decía la verdad, no era una noticia que le sorprendiera. Su hermana llevaba soñando con un rico príncipe azul desde que habían sido lo suficientemente mayores para salir con chicos.

—Necesita su ayuda.

—Bien, ahora ya sé que está mintiendo. ¿Y por qué no está ella aquí para pedirme esa ayuda si tanto lo necesita?

Kathryn nunca le pediría ayuda.

—Se lo explicaré, si me da la oportunidad.

—Lárguese antes de que llame a la policía.

Ella se asomó por la mirilla para ver la reacción del tipo… ¡Caramba! ¡Qué bombón! Ojos verde grisáceos, cabello rubio rojizo muy corto y unos labios firmes y masculinos que parecían estar pidiendo a gritos un beso. No era exactamente la cara de un canalla, ¿Pero ella qué sabía? Tal vez los criminales modernos trataran de adoptar un aspecto como el de los modelos de las revistas.

—Entiendo que Kathryn y usted llevan un tiempo sin hablarse, y que su último encuentro no terminó demasiado bien..

Parecía que de algún modo él había encontrado alguna información personal para que aquella tapadera pareciera auténtica. Jenna se recostó en el sofá y se mordió el labio inferior.

—Jenna, es un asunto muy urgente. Abra la puerta.

Miró hacia la salida de incendios. Ese día no era un buen día para morir. Para empezar, se le veía la raíz del pelo y le había salido un grano en la barbilla. Estaría horrible metida en un ataúd. Tal vez aquel tipo fuera inofensivo, pero no podía permitirse el averiguarlo. Desde el final de la escalera de incendios al suelo sólo tenía que dar un salto con cuidado.

Saltó del sofá, agarró su bolso negro, se calzó las primeras sandalias que vio por allí y corrió hacia la ventana para acceder a la salida de incendios.

El guapo y posible asesino empezó a aporrear en la puerta, y Jenna abrió la ventana y salió por ella. Bajó las escaleras con la respiración agitada mientras se imaginaba a sí misma en una película de acción. Al llegar abajo, se descolgó para saltar. Se soltó y cayó con un golpe suave sobre la maraña de malas hierbas que crecían detrás de su edificio.

Jenna levantó la vista hacia las altas vallas cerradas con gruesas cadenas que rodeaban el patio trasero del edificio y trató de imaginarse escalándolas. Ni hablar. No pensaba arriesgarse si tenía otra opción.

Si se daba prisa, tal vez pudiera salir de la calleja a la calle antes de que él se diera cuenta de que ella ya no estaba en su apartamento. Jenna cruzó apresuradamente la valla oxidada y después corrió por el callejón hasta la calle.

Acababa de pasar por delante de la casa de su vecina cuando oyó una voz de hombre que la llamaba.

—¡Jenna, espere!

Él otra vez. ¿Qué tenía, rayos-X en los ojos?

Jenna echó a correr, pero el ruido de unos pasos se aceleró también. Él la alcanzó cuando ella estaba dando la vuelta de la esquina siguiente.

—Kathryn dijo que se resistiría a ayudarla, pero no me dijo que estuviera loca —le dijo por encima del hombro.

Al percibir la perplejidad en su tono de voz Jenna se volvió para mirarlo.

El hombre era todavía más apuesto en persona que con las facciones distorsionadas por el cristal de la mirilla. De cerca, era por lo menos quince centímetros más alto que ella, y caminaba con una seguridad que sugería que estaba acostumbrado a estar al cargo. El miedo de Jenna fue inmediatamente sustituido por un latigazo de deseo. Vaya, tal vez necesitara prestarle más atención a su vida amorosa, si un asesino en potencia tenía la capacidad de excitarla.

Su ropa, una chaqueta de lana azul marino, una camisa polo blanca y unos pantalones de verano color beis, parecía elegante y de corte impecable. Al verlo tan bien arreglado, Jenna sintió la necesidad de descolocarle un poco la ropa.

Él la estaba estudiando, seguramente notando las diferencias entre su gemela idéntica y rica y ella.

—Es usted Jenna Calvert, ¿verdad?

—Sí —dijo, secretamente encantada de que hubiera conseguido distinguirse tan bien de su gemela.

—Me llamo Travis Roth. Me alegro de poder conocerla por fin.

Él sacó una tarjeta de visita del bolsillo y se la ofreció a Jenna. Ésta leyó las letras negras impresas en relieve en una elegante tarjeta: Travis Roth. Presidente Ejecutivo. Inversiones Roth.

¡Viva! Cualquier idiota podría hacerse tarjetas de visita y llamarse «presidente ejecutivo».

Jenna se la metió en el bolsillo.

—¿De qué color van a ser los vestidos de las damas de honor de Kathryn?

—¿Cómo dice?

—Los colores de la boda: los vestidos, las flores, todo. Si sabe eso, hablaré con usted.

Él pareció pensárselo un momento.

—Me temo que no lo sé.

Jenna deseó haberse acordado de llevarse un cuchillo de cocina del apartamento.

—Si conoce a Kathryn, sabrá qué colores habrá en su boda.

Una expresión de comprensión iluminó sus facciones.

—¿Alguna clase de morado? ¿Lavanda, verdad?

El lavanda era el color de Kathryn. Desde que habían sido niñas, se había vestido de ese color, mientras que a Jenna había llevado vestidos idénticos pero en rosa. Pero eso sólo era una de sus muchas diferencias. A Kathryn le había gustado que su madre la vistiera para llamar la atención, mientras que Jenna lo había detestado profundamente. Aún en el presente no era capaz de mirar el rosa sin que le dieran náuseas.

Kathryn jamás había podido entender la necesidad de Jenna de diferenciarse de su hermana gemela con colores chillones que ella incluso había extendido a su pelo; mientras que Jenna tampoco había podido comprender la obsesión de su gemela por que fueran totalmente idénticas.

—¿De acuerdo, qué es lo que le relaciona con mi hermana y su boda?

—Soy el hermano de su prometido, y le explicaré todo si quiere concederme media hora de su tiempo.

Eso suscitó su curiosidad, toda vez que ya estaba algo más segura de que aquel tal Travis no era un duro criminal. ¿Pero qué clase de asunto urgente habría podido llevar a Kathryn a pedirle ayuda a su hermana?

Miró a Travis de arriba abajo. De acuerdo, teniendo en cuenta su atractivo sexual, era un mensajero de lo más apropiado. Podría soportar pasar media hora hablando con él, aunque se le ocurrían muchas cosas bastante más interesantes que hacer con él en lugar de hablar de Kathryn y sus problemas prenupciales.

—Le escucharé si me invita a almorzar —le dijo mientras le sonaban las tripas—. A la vuelta de la esquina hay una cafetería.

 

 

Travis hizo lo posible por centrarse en el asunto que tenía entre manos, pero Jenna Calvert le había dejado totalmente anonadado. No era en absoluto lo que había esperado. Kathryn la había descrito como una persona rebelde, como alguien a quien le gustaba sorprender a los demás y oponerse a todo por buscar conflicto; pero no le había mencionado lo sexy que podría ser Jenna.

Una camarera con tres aros en la nariz e hilos de color morado trenzados en el pelo había llegado para tomarles nota, y Travis trató de dejar de pensar en Jenna el rato suficiente para poder pedir la comida.

—Tomaré pastel de carne y… —sin duda el vino no era la bebida apropiada en ese momento—. Y un té con hielo.

—¿Quiere té verde o normal?

—Verde, gracias.

Se sorprendió a sí mismo con la vista fija en los sensuales y carnosos labios rosados de Jenna mientras pedía su hamburguesa con queso, sus patatas fritas y su batido de chocolate; y cuando la camarera se marchó, él se obligó a apartar la mirada de sus labios para fijarla en sus ojos.

La preciosa pelirroja había conseguido en menos de diez minutos confundirle y alertar todos sus sentidos. Le costó un esfuerzo sobrehumano no permitir que su mirada siguiera vagando más abajo, hasta el escote de su ceñida camiseta negra, o empezar a preguntarse por qué le parecía que no llevaba sujetador.

Maldijo para sus adentros a la inventora del sujetador si todas las mujeres podían tener ese aspecto sin ellos.

Y todo ello teniendo en cuenta que Jenna Calvert no era su tipo ni por asomo. Su aspecto no era el clásico Coco Chanel, como siempre había preferido, sino más bien el de una joven rebelde. Con su cabello caoba teñido, sus uñas cortas y sin pintar y sus vaqueros descoloridos y ceñidos, era lo más opuesto a su hermana gemela que cabría imaginar.

Cuando él se miró en sus ojos azul hielo, vio destellos de fuego que no había visto en los de su hermana. Tal vez Jenna tuviera mucho carácter, algo que él sospechaba que le faltaba a Kathryn. Travis estaba innegablemente intrigado con aquella gemela más alocada, y además sentía curiosidad por conocerla, a pesar de su sospecha de que probablemente tendría algún tatuaje escondido en alguna parte de su cuerpo.

Dónde y lo que pudiera ser el tatuaje, no tenía idea. Las posibilidades eran infinitas. Tal vez una diminuta rosa roja en la cara interna de sus muslos, un corazoncito debajo de las braguitas…

¿Pero qué demonios estaba pasando allí? No le gustaban los tatuajes, y él ni siquiera sabía si Jenna tenía uno o no.

No tenía sentido fantasear con la hermana gemela y rebelde de Kathryn, porque si ella accedía a su oferta, y él sabía que accedería, entonces en los próximos días ella sería trasformada en una réplica de su hermana. Su trabajo era conseguir que eso ocurriera.

Jenna se sentó frente a él con los codos sobre la mesa. Tenía los brazos delgados, y llevaba dos brazaletes con varias piedras semi preciosas, exhibiendo una falta de gracia tan total, que a Travis le resultó extrañamente encantador. Mientras le explicaba cuál era su relación con Kathryn Calvert y que ésta estaba prometida con su hermano pequeño, Blake, ella lo escuchaba detenidamente, sin apartar la vista de sus ojos.

Pero después venía la parte complicada, la razón por la que él había ido allí en coche desde Carmel con la esperanza de poder volver con Jenna.

—Los planes de boda iban de maravilla hasta la semana pasada, cuando Kathryn voló a Los Ángeles para lo que ella dice ser un tratamiento de fin de semana en un balneario. Decidió hacerse algo de cirugía estética, detalles menores, mientras estaba en el centro y…

—¿Qué clase de cirugía plástica? —Jenna abrió los ojos como platos.

La camarera interrumpió su conversación llevando las bebidas y la comida. Cuando se marchó, Travis continuó.

—Algún tipo de procedimiento con el que el cirujano extrae grasa de alguna parte del cuerpo y la inyecta en las mejillas y en los labios. Kathryn está escandalizada con el resultado, y se niega a salir hasta que no se le corrija el problema.

Jenna se echó a reír.

—¿Qué pasa, ahora tiene la cara demasiado gorda?

Travis sonrió.

—Algo así. Dice que parece como si tuviera bultos.

No podía entender por qué la gente decidía hacerse aquellas cosas, pero de todas las personas que conocía sólo podía imaginar a Kathryn inyectándose grasa en la cara.

—No me diga más.

—El problema es que no podemos posponer la boda ni ninguno de los eventos prenupciales. Para empezar, Kathryn no quiere que mi familia sepa que se ha ido a un centro a arreglarse la cara. Mi madre no la ha acogido precisamente en la familia.

—Imagino lo importante que debe de ser para Kathryn impresionar a su futura suegra.

—Tiene una larga lista de personas a las que impresionar, me temo. Kathryn inició un proyecto con Blake para crear un hogar para mujeres y niños a través de la fundación benéfica Roth, y se supone que tiene que reunirse con un par de personas interesadas en donar unos terrenos esta misma semana.

—Pues cambiad las citas.

—Ya tienen dudas importantes en cuanto a colaborar con el proyecto debido a la fama de rarezas de Blake. Kathryn no quier darles ninguna razón para que se retiren porque un terreno tan bueno y tan cercano a la zona de la bahía es casi imposible de conseguir.

Jenna frunció el ceño.

—Parece que se ha metido en un buen lío.

—No sólo ella, sino también a mi negocio. La empresa de inversiones de nuestra familia ha sufrido recientemente por la inoperancia de Blake para dirigirla con responsabilidad, y esta boda es nuestra oportunidad para lavar la imagen de Blake ante nuestros clientes, para que sientan confianza en Roth Inversiones. Necesitamos que todo salga sobre ruedas.

Travis tomó su primer bocado del pastel de carne y decidió que se había estado perdiendo todos esos años una comida magnífica. Hizo una nota mental para pedirle al chef de la familia que preparara el plato con frecuencia.

—Si lo posponemos quedará mal por parte de toda la familia, por muy buena que sea la excusa, y ésa es una imagen que debemos evitar a toda costa. Varios de nuestros mayores clientes han amenazado con dejarnos porque Blake no es de fiar. Este matrimonio les demostrará que va a sentar la cabeza y convertirse en un hombre de familia.

—¿Y por qué nadie echa a su hermano de una vez?

Si fuera tan sencillo.

—Mi padre lo ha prohibido. Blake es su hijo favorito.

—Todo esto parece una locura, y no entiendo cómo cree que puedo ayudar.

—Los médicos le han asegurado a Kathryn que su cara volverá a tener un aspecto normal antes de la boda, pero ella se niega a volver a casa hasta que hayan corregido el error.

—De modo que sólo les queda esperar que vuelva a tiempo.

—Y eso es exactamente lo que estoy haciendo, sólo que eso nos deja sin novia para los eventos prenupciales que han preparado mis padres, además de la reunión para la donación de terrenos.

—¿Conoce su hermano del pequeño problema de Kathryn?

—No, y no puede averiguarlo. Es horrible cuando se trata de guardar un secreto. Está esperando a Kathryn que vuelva de su viaje el lunes; pero la realidad es que ella no va a volver aún.

—¿Y él no se va a dar cuenta cuando su novia no se presente para los ensayos?

Travis aspiró hondo.

—Ahí es donde entras tú, Jenna. Te necesitamos para que te hagas pasar por Kathryn hasta que vuelva ella.

Jenna dejó caer la hamburguesa con queso en el plato y lo miró como si acabaran de salirle antenas.

—Está loco perdido —afirmó con el carrillo lleno de hamburguesa.

—Ni siquiera ha oído mi oferta —le dijo él.

—Siento decepcionarlo, pero no voy a ayudar ni a Kathryn ni a ese necio que accedió a casarse con ella.

Kathryn no le había explicado por qué su hermana Jenna y ella se habían distanciado. Aparentemente las diferencias debían de ser profundas, a juzgar por la reacción de Jenna, aunque Kathryn sí que le había mencionado cómo su hermana y ella habían intercambiado sus planes muy a menudo de pequeñas; cómo ello había sido uno de sus juegos favoritos.

—Será bien compensada.

Percibió en sus ojos un destello de interés que ella rápidamente ahogó.

—Ya estoy ganándome bien la vida. No necesito la caridad de nadie.

Por el aspecto del barrio de Jenna, Travis estaba seguro de que apenas se las apañaría con el sueldo de una periodista independiente, y que sin duda no le iría mal el dinero que él iba a ofrecerle.

—No es caridad. Será el pago por un trabajo bien hecho.

—Sí, como sea. Aun así seguiré sin hacerlo.

—Ni siquiera sabes cuáles serán las compensaciones.

—No sería suficiente —centró su atención en el batido.

Él notó por la tensión que percibió en sus hombros estrechos que tenía que dar un toque final.

—Veinticinco mil dólares.

El batido de chocolate fue proyectado en todas las direcciones, incluida la solapa de su chaqueta favorita. Ella se quedó mirándolo con los ojos como platos.

Él mojó la punta de la servilleta en el vaso de agua y se limpió la mancha hasta que desapareció.

—¿Adónde vas? —dijo él.

—Lejos de usted y de cualquier plan retorcido que haya podido idear.

Ella se puso de pie y agarró su pequeño bolso de cuero.

Travis se quedó mirándola mientras ella iba hacia la puerta. No había anticipado que ella se largaría en cuanto empezara a hablar de dinero. Ni mucho menos que se quedaría tan hipnotizado con el bamboleo de sus caderas embutidas en esos Levi’s, de modo que se quedó helado en el sitio, sin palabras e incapaz de formar un pensamiento coherente. No, las cosas no iban tal y como él las había planeado.

2

 

 

 

 

 

Jenna subió a su apartamento pensando en la proposición de Travis. ¿Habría tomado una decisión precipitada? Veinticinco mil era mucho dinero para rechazarlo así, sin embargo la idea no sólo de ayudar a Kathryn, sino también de hacerse pasar por ella era demasiado para asimilar de una vez.

Jenna se había pasado cada momento desde que había salido de su casa diez años atrás tratando de olvidar que no era única en el mundo, que tenía una gemela y que ella ni siquiera era la más popular de las dos. Kathryn siempre había sido la favorita de sus padres, la favorita de sus profesores y la que había tenido más amigas y más novios. Kathryn conocía el arte de llevarse bien con todo el mundo, mientras que Jenna había nacido con una vena rebelde que enfadaba a las autoridades y asustaba a los débiles de corazón.

Una imagen de Travis Roth apareció en su mente. Una parte perversa de ella se preguntaba si él sería débil de corazón, o si sería del tipo de hombre que permanecería a su lado cuando la vida con Jenna se volviera imprevisible. Una idea de lo más loca, teniendo en cuenta que un tipo como Travis y una chica como ella jamás se juntarían, ni aunque pasaran mil años; a no ser, por supuesto, que hubiera algún servicio remunerado.

Como por ejemplo que la contratara para hacerse pasar por su hermana.

Sólo de pensarlo Jenna se estremeció. Hacerse pasar por su hermana sería como retroceder un gran paso en el tiempo. Sería reconocer que toda su rebelión de los últimos diez años no había servido para nada; que con un bote de tinte, unas tijeras, ropa distinta y maquillaje distinto, sería simplemente un duplicado de su remilgada hermana.

Los peinados alocados, la ropa sexy, los hombres alocados, las noches locas…

Todo para nada.

Las cosas que había elegido para demostrarse a sí misma que era distinta quedarían borradas de un plumazo.

Jenna llegó a la planta donde vivía y lo primero que vio fue su puerta entreabierta. Se quedó helada y el estómago se le encogió.

¿La habría abierto Travis antes de salir a la calle y encontrarse con ella? Seguramente… ¿Pero cómo era posible que hubiera entrado con el sofá que ella había colocado antes de escaparse por la salida de incendios? Eso, junto con haber forzado la cerradura, habría llevado más tiempo del que había dispuesto para salir fuera y sorprenderla largándose.

Avanzó un paso y vio que los cerrojos no habían sido forzados, mientras una imagen de la ventana que daba a la salida de incendios aparecía repentinamente en su mente. En esa vecindad nadie dejaba la ventana de la salida de incendios abierta a no ser que quisieran encontrar sus cosas de valor y tal vez las que no tenían tanto valor en venta en algún mercadillo el fin de semana siguiente.

Se asomó por la puerta entornada y pudo ver el sofá volcado, los cojines destripados, el suelo lleno de papeles y de libros… Su ordenador no estaba encima de la mesa.