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Ally Douglas había hecho un trato con Ethan Ash: solo sexo, nada de ataduras ni compromisos para toda la vida. Solo sabía que era una estrella de rock famoso en todo el mundo y absolutamente impresionante. La sintonía sexual había sido instantánea y cautivadora y era un trato que satisfacía sus necesidades. Sin embargo, ahora que Ethan había empezado a infringir las reglas, ¿podría Ally evitar abrasarse?
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Seitenzahl: 255
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2018 Clare Connelly
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Hazme arder, n.º 6 - diciembre 2018
Título original: Burn Me Once
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com
I.S.B.N.: 978-84-9188-948-9
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Si te ha gustado este libro…
¿En qué distantes abismos, en qué cielos
Ardió el fuego de tus ojos?
¿En qué alas osó elevarse?
¿Y en qué manos osó tomar ese fuego?
William Blake
Tenía que estar vacilándome.
Miré la pantalla otra vez y comprobé que el tuit existía, que estaba allí, que ciento catorce caracteres me llegaban a través del tiempo y el espacio y eran como un mazazo en la cabeza.
Voy a casarme @The RealTomBanks lo pidió y evidentemente he aceptado! Imposible más feliz! #muyenamorada #sueñoshechosrealidad #felizparasiempre
Rodeé el teléfono con los dedos y con la tentación de tirar el maldito cacharro a la calle. Si no fui tan irreflexivo, fue porque tenía mucha información personal almacenada ahí. La prensa se frotaría las manos si encontraban mi teléfono tirado en una alcantarilla.
¿Cómo era posible que siguiera jodiéndome tres meses después de que nos «tomáramos un descanso»?
Aunque también era verdad que era muy típico de Sienna. Sienna, quien me arrebató seis años de mi vida. Sienna, a quien creía que amaba. Sienna, quien estaba prometida a otro hombre.
Recuerdos fragmentados de los últimos meses me alcanzaron por todos lados; recuerdos como astillas de espejos acristalados, como esquirlas en la cabeza que me atormentaban de todas las maneras posibles, que se me clavaban en un éxtasis placentero.
Era una pesadilla, pero, aun así, era mi vida.
La pesadilla había terminado y no sabía si me acordaba de cómo se vivía.
Necesitaba una copa y necesitaba sacar a Sienna de mi cabeza de una vez para siempre, y se me ocurría una buena manera de matar dos pájaros de un tiro.
El bar no era de mi estilo. Era anticuado, pero auténtico, lo cual, quería decir que no habían cambiado la decoración desde principios de los noventa. Apoyé los codos en un rincón de la barra, con el hule desprendido, y bajé la cabeza para no llamar la atención de nadie.
#felizparasiempre, que te den.
Pedí una cerveza y casi no le di importancia a que el tipo pusiera un gesto de haberme reconocido. Estaba acostumbrado a que me reconocieran, como lo estaba Sienna, y eso hacía que me costara más creerme que hubiese podido mantener esa relación en secreto. No solo de mí, sino de todo el mundo.
Fruncí el ceño y apreté los dientes. No, no era verdad que la hubiese mantenido en secreto. Me había contado una docena de veces que eran amigos, nada más que amigos, y yo me lo había tragado.
¿Estaba follándoselo mientras también follaba conmigo? ¿Por eso rompió? Me dijo que necesitaba espacio para aclararse y también me lo tragué. ¿Espacio?
¿Después de seis años ni siquiera tenía la puta vergüenza de decirme que estaba con otro?
Me daban náuseas.
No me iba especialmente la vida del rockero, pero esa noche quería echarme a perder, quería mamarme, quería acabar como una cuba.
Necesitaba olvidarme de Sienna como fuese.
—¡Venga! Es la ocasión perfecta para que te olvides de Jeremy.
Miré a Eliza con impaciencia, pero no pude evitar el arrebato de vergüenza que me entraba cada vez que oía su nombre.
—Lo he olvidado.
—Si eso fuese verdad, ¡no te habrías pasado ocho meses dándole vueltas!
—No le doy vueltas —repliqué yo mirando a Cassie con un gesto suplicante.
—Entiendo que creas que voy a respaldarte, pero Ally, en serio, tienes que volver a ser la de siempre.
El estómago me dio un vuelco y desvié la mirada hacia el hombre de la barra. Era Ethan Ash, la estrella de rock, y en persona estaba más bueno de lo que podía haberme imaginado.
—Ni hablar —sacudí la cabeza—. No pienso hablar con él.
—¿Por qué?
Cassie miró por encima del hombro y estaba sonrojada cuando volvió a mirarnos.
—Porque no —las miré con esa mirada que ellas saben que significa que es mejor no discutir conmigo—. Ahora, ¿no podríamos hablar de otra cosa?
Di un sorbo, crucé las piernas en dirección contraria y dejé de mirar hacia la barra.
—¿Alguna novedad?
Escuché sus respuestas y respiré aliviada cuando abandonaron, por el momento, el asunto de ese dios del rock que estaba para chuparse los dedos.
—Las copas están vacías. Te toca a ti, Ally.
Parpadeé, fruncí el ceño y miré a Eliza, quien estaba acercándome su copa.
—¿No hay servicio de mesas?
—No, no los viernes.
—¿Podríais recordarme por qué hemos elegido este sitio otra vez? —les pregunté con una mueca fastidio.
Cassie señaló el letrero que teníamos encima y supe lo que decía si leerlo siquiera: ¡Happy Hour_9.9!
Como era la única de las tres que podía pagarse las copas al precio que fuera en un bar aceptable y con camareros, reprimí las ganas de quejarme. Además, a Ethan Ash no le parecía mal ese sitio, lo cual hizo que me preguntara qué hacía allí. Estaba solo y lo estaba desde que yo llegué allí, desde hacía una hora. ¿Estaba esperando a alguien? ¿Le habían dado plantón? Eso no tenía sentido, ¿quién iba a darle plantón?
Me dirigí hacia la barra con esa seguridad en mí misma que me daba haberme metido dos cócteles. Sin embargo, era inmune a los hombres altos, guapos y morenos, Jeremy me había quitado ese hábito para siempre. Pasé de largo, muy de largo, como a kilómetros de distancia, y apoyé los codos en la barra tan lejos de él que casi entré en la cocina.
Tuve que esperar varios minutos a pesar de que había unas siete personas sirviendo detrás de la barra. Seguramente, tomárselo con calma estaba bien y no dije nada. Saqué el móvil, ojeé Instagram y comprobé los correos electrónicos tarareando sin darme cuenta la canción que estaba oyendo. Entonces, cuando empecé a oír la canción con una calidad envolvente y perfecta, levanté la cabeza y comprobé que lo tenía al lado.
A él.
El del pelo castaño tupido y unos ojos verdes como el mar, el de la piel bronceada y mogollón de abdominales, el de los vaqueros rasgados y la camisa gris y ancha… el del más exclusivo de los desaliños. Además, olía de maravilla. Las entrañas se me encogieron por todo lo anterior y las rodillas me flaquearon como si conspiraran para acercarme más a él. Mi cara, sin embargo, seguía cumpliendo órdenes y, afortunadamente, no se inmutó.
Él esbozó una sonrisa mientras seguía cantando melodiosamente, sí, melodiosamente, una canción pop… y yo quería que siguiera fuera como fuese.
—¿Qué tal…?
Me reí levemente porque no era, ni mucho menos, lo que me había esperado que me dijera el de la barba incipiente.
—¿Qué tal qué?
Su sonrisa te desarmaba y él, evidentemente, lo sabía. ¿Cómo no iba a saberlo? Su acento era más ronco en la vida real, británico, más de las Midlands que de Eton, y sexy hasta decir basta.
—La vida, el universo y el sitio que ocupas en el universo…
—Ah. Me parece una conversación más apropiada para una tertulia con Neil de Grasse Tyson.
—¿Quieres que lo llame a ver si tiene un rato libre?
—Claro —puse los ojos en blanco—. ¿Lo tienes en marcación rápida?
Él sacó el móvil del bolsillo. Creo que era un iPhone, pero como de oro puro. Pareció abochornarse cuando me vio que lo miraba y se justificó.
—Es que me los regalan.
En ese momento, gracias a Dios, un camarero apareció al otro lado de la barra.
—¿Qué va a querer?
—Un gimlet con vodka, un gintonic y un prosecco.
El camarero hizo un gesto con la cabeza, se retiró y siguió cantando donde lo había dejado el de la voz aterciopelada mientras mezclaba los combinados.
—Mira.
Ethan reclamó mi atención otra vez y me enseñó su teléfono para que viera al astrofísico más famoso del mundo mirándome desde la pantalla.
—¿De verdad lo conoces?
—Claro. El año pasado hicimos un acto benéfico juntos. Es simpático.
Arqueé una ceja. ¿De verdad estaba en un bar del SoHo charlando con una superestrella del rock sobre un científico famoso en todo el mundo?
—Estoy impresionada.
—Yo también. Creo que eres la primera chica que conozco en un bar y se declara una friki científica.
—¿Estás diciendo que conocer a uno de los astrofísicos más famosos de nuestro tiempo me convierte en una friki? Yo diría que es cultura general.
—No según mi experiencia —replicó él encogiéndose de hombros.
—Ah… También es posible que tu experiencia sea… limitada.
El camarero volvió con nuestras bebidas, pero Ethan Sexy A Más No Poder Ash dejó su tarjeta de crédito encima de la barra antes de que yo pudiera dejar la mía.
—Es posible…
Me miró a los ojos y el estómago me dio un vuelco como si hubiese pasado a toda velocidad por lo alto de una cuesta y estuviese en caída libre.
—¡No utilice esa tarjeta! —le grité al camarero con la voz destemplada—. Es mi ronda.
—Puedes pagar la próxima ronda.
La voz de Ethan no admitía discusión y el camarero pasó su tarjeta por la máquina.
—¿La próxima ronda? —yo arqueé una ceja—. ¿Qué quieres decir?
Él se inclinó hacia mí. Su olor era increíble, como sal, arena y sol mezclados y enrollados.
—Quiero decir que estas copas las pago yo.
Se apartó lo suficiente como para sonreírme mientras me miraba a los ojos, verde contra azul, y yo perdí la batalla que estábamos librando, fuera la que fuese. Entonces, levantó los dedos y los apoyó suavemente en el dorso de mi mano. Fue un segundo, pero fue suficiente. El calor me subió por el brazo, me puso la carne de gallina y me endureció los pezones. Él lo captó y me puse roja como un semáforo.
—Me ha encantado conocerte…
No terminó la frase, pero yo estaba pasmada por esa reacción tan rara e inesperada de mi cuerpo.
—A mí también…
No le di mi nombre, los problemas empezaban con los nombres.
Había olvidado a Jeremy… pero si volvía a verlo alguna vez, era muy probable que yo acabara entre rejas para toda la vida.
Sin embargo, no me libraría nunca del espectro de lo que fuimos, de lo que hizo de mí. No recordaba haberme mirado al espejo sin verla, sin haber visto a esa mujer, a la mujer que hizo de mí, a la mujer que llegué a aborrecer. Dominé un estremecimiento. Ya no era ella, pero había tardado ocho largos meses en volver a ser la que era y tenía que olvidarme de los nombres para olvidarme de eso.
Nada de nombres.
Tomé las tres copas y le sonreí por última vez sin mirarlo a los ojos antes de volver a mi mesa.
Eliza y Cassie me miraban fijamente, la primera con una sonrisa elocuente y la segunda con la boca abierta.
—¿Has hablado con él? —chilló Cassie sin disimular la incredulidad.
—Él ha hablado conmigo —contesté yo mientras dejaba las copas y miraba con remordimiento hacia la barra.
Él ya estaba hablando con otra persona, con un hombre. ¿Era la persona que había estado esperando? Se me cayó el alma a los pies. ¿Significaba eso que se marcharía enseguida?
—Está muy bueno —afirmó Eliza—. ¿Puede saberse qué haces sentada con nosotras?
Cambié de conversación para volver a hablar de la situación laboral de Cassie y sin hacer caso de las miradas de Eliza y de las pataditas que me daba por debajo de la mesa. Sin embargo, bebí deprisa. ¿Fue porque quería volver a la barra o porque necesitaba refrescar mi sangre en ebullición?
Aun así, no daba resultado. Mi cuerpo vibraba con un anhelo sensual que no había sentido desde hacía mucho tiempo. Empezaba a sentir cierta calidez entre las piernas y estaba muy tentada de hacer una estupidez muy grande, algo que no había hecho desde hacía mucho tiempo.
Mis ojos lo miraron por iniciativa propia y, desde luego, sin mi permiso. Estaba apoyado en la barra con una despreocupación sublime y seguía charlando con el mismo hombre, pero tenía los ojos clavados en los míos… y no lo disimuló cuando lo miré.
Un cosquilleo me recorrió la espina dorsal.
Me faltaba muy poco para ceder a la tentación y eso estaría muy mal. Bueno, estaría muy bien en algunos sentidos, pero… No. Estaría mal, rotundamente mal.
—Muy bien, señoras —murmuré apartando mi copa y levantándome de golpe—. Me voy a casa.
—¿Qué? —preguntó Eliza haciendo una mueca—. ¿Sola? ¿Ya? ¡Es muy pronto!
—Lo sé —contesté encogiéndome de hombros—, pero si no me voy, creo que acabaré lamentándolo.
Les guiñé un ojo para que entendieran lo que quería decir y les mandé un beso con la mano. Las piernas me temblaron un poco mientras me alejaba, y el bar estaba llenándose a pesar de que ya había pasado la hora de las copas gratis. Parecía como si mi cuerpo se rebelase en silencio contra la decisión que había tomado e intentara conseguir que cambiara de opinión, algo que no hice.
Cuando salí del bar con aire acondicionado, la humedad de la noche me envolvió como una oleada de calidez, aunque no era nada en comparación con la temperatura de mi sangre. Levanté una mano para llamar a un taxi, pero pasó de largo.
—¡Maldito ca…!
Empecé a caminar por la acera mirando en todas direcciones.
—¡Eh!
Aunque no nos habíamos dirigido más de diez frases, tenía su voz grabada en la cabeza y la había reconocido antes de darme la vuelta.
—¿Qué…? —pregunté con el corazón saliéndoseme del pecho.
—¿Ya te marchas?
Se me formaba una arruga entre de las cejas cuando las fruncía y la noté en ese momento.
—Bueno, ya me he marchado…
—Es verdad. ¿Adónde vas?
—A casa —contesté con firmeza, aunque el cuerpo me vibró por todo lo que podía insinuar eso—. Sola.
Él se rio por esa forma de pararle los pies.
—¿No te apetece la última copa?
La última copa con Ethan Tus Sueños Se Hacen Realidad Ash y después ¿qué? Ya estaba casi dispuesta a rogarle que me acompañase a casa… y me daba la sensación de que sería increíble en la cama. Una cosa era un buen amante, pero no se podía disimular la buena sintonía y, en ese momento, estaba a punto de tener un orgasmo in situ por la buena sintonía que había entre ellos.
¿Acaso no era lo que quería? ¿No era lo que me merecía?
No había habido nadie desde Jeremy y anhelaba lo que creía que Ethan Ash podía hacer conmigo. Sin embargo, después ¿qué? ¿Estaba preparada? ¿Cómo se sabía cuándo lo estaba?
Sacudí lentamente la cabeza y sin mirarlo a los ojos.
—Creo que sería una mala idea.
Las palabras me salieron espesas, como recubiertas de miel.
—Vamos, arriésgate.
Su guiño fue el colmo de las tentaciones.
—¿Eres un riesgo? —le pregunté.
—Creo que podría serlo contigo.
Había coches y personas que se movían deprisa alrededor de nosotros, pero, aun así, estábamos aislados y el aire que nos rodeaba vibraba por la excitación y el deseo.
Me estremecí, pero no fue por el peligro sino por lo que se avecinaba.
—¿No es eso un buen motivo para que me mantenga alejada de ti?
Mi cerebro hizo un esfuerzo digno de elogio para intentar mantener firme mi decisión.
—Depende.
Él se acercó un milímetro, inhalé su olor viril y la sangre me lo repartió por todo el cuerpo.
—¿De qué?
Él volvió a hacerlo. Me rozó fugazmente el dorso de la mano, pero tuve tiempo de percibir el contacto y de complacerme con la sensación de deseo que se adueñó de mí.
—De que te guste arriesgarte.
—En general, no —contesté apresuradamente y con una sonrisa tensa en los labios.
—Me sorprende.
—¿Por qué? No sabes nada de mí.
Él apartó la mano y me dejó una sensación de vacío.
—¿De verdad?
—¿Cómo ibas a saberlo? Acabamos de conocernos.
—Mmm…
Ese sonido gutural hizo que la lava corriera por mis venas.
—Tienes el pelo más bonito que he visto en mi vida.
Menuda novedad. ¿Por qué los hombres se sentían obligados a alabarme el pelo? Era mucho más que bonito y hacía mucho tiempo que no me sentía cohibida por esa melena tupida de color herrumbre que fue una maldición en el colegio, cuando todos los días se reían de mi piel blanca, de mi nariz pecosa y de mi pelo rojo como un coche de bomberos.
Efectivamente, no era ninguna novedad, pero jamás se me habían encogido las tripas de esa manera, jamás me lo había creído.
Gracias al empeño de Christina Hendricks, cuando estaba empezando la universidad, me reconcilié un poco con mi piel de color melocotón con nata, con mi figura voluptuosa y con mi pelo oxidado, pero seguía sin tragarme esas frases para ligar, que los tíos me dijeran que les encantaban mis curvas y mis hoyuelos.
¡Era muy fácil no hacer caso a los halagos! Sin embargo, sus ojos, su cara y su voz tenían algo que hacían imposible que los desdeñara en ese momento.
—Sé que tus ojos me dicen todo lo que estás sintiendo y que tu piel es como una perla de agua salada.
Mi risa fue un sonido ronco en medio de ese ambiente de anhelo vertiginoso.
—Qué cursilada…
No, no lo era. Él podía decirlo y quizá fuese porque había escrito y cantado algunas de las canciones de amor más famosas de todos los tiempos. Él, y solo él, podía conseguir que pareciera como si fuese la primera vez que se decía eso.
Él también se rio y sonreí, aunque quería dejarme llevar por su coqueteo y hacer lo que me pedía, arriesgarme.
—¿Aunque sea verdad?
Contuve la respiración y miré hacia otro lado, hacia una mujer que nos miraba con curiosidad y un móvil en la mano. Era raro que me hubiese olvidado tan deprisa de que Ethan Ash era famoso. Me sonrojé, él miro hacía donde estaba mirando yo y lo entendió enseguida. Me puso la mano en la parte baja de la espalda y me llevó calle abajo.
—¿Y bien?
—Y bien, ¿qué?
Miré por encima del hombro. La mujer seguía con el móvil en la mano. ¡Fisgona! Supongo que era algo que estaba a la orden del día para él, pero yo no podía imaginarme que me miraran y me observaran todo el rato, que la gente creyera que tenía derecho a fisgar en mi vida, a husmear en ella cuando les apetecía.
—¿Quieres vivir algunas emociones fuertes?
—Yo…
Me tambaleé un poco al mirarlo a los ojos y estuve a punto de perder el equilibrio.
—Yo no estoy segura —terminé la frase mientras miraba hacia otro lado.
—¿Qué te parece que empecemos con tu nombre y que te lo pienses mientras tomas una copa tranquilamente?
—Yo…
Me había quedado sin palabras y era algo que no me había pasado en toda mi vida. Tuve que sonreír al caer en la cuenta.
—Creo que estaría bien —conseguí decir.
Su sonrisa iluminó y calentó hasta el rincón más remoto de mi cuerpo.
—Entonces, vamos.
Acabamos en un bar increíblemente exclusivo, con tanto boato que hasta la reina de Inglaterra podría sentirse envidiosa. En aquel bar normal y corriente, con luces de neón y canciones machaconas, la fama de Ethan Ash podía llegar a pasar más o menos inadvertida. No quería decir que no fuese distinto y especial, pero esas eran virtudes al margen de su fama.
Allí, el respeto quedaba claro, su fama era evidente y se resaltaba, lo trataban como a un dios y parte de ese tratamiento recaía sobre mí, su indiscutible acompañante.
Efectivamente, era indiscutible porque no me quitaba la mano de la parte baja de la espalda y no se separaba de mí mientras nos abríamos paso por todo el local. Me gustaba tenerlo cerca, tan cerca que podía olerlo y sentir su calidez, tan cerca que podía permitirme la fantasía de imaginarme lo que sentiría, ¿lo que sentiré?, al acariciar su cuerpo de arriba abajo, al besarlo, al paladearlo…
Contuve un gruñido e incliné la cabeza para disimular el deseo líquido que se adueñaba de mi cuerpo, un deseo inesperado, pero bien recibido. Había creído que no volvería a sentirlo después de Jeremy.
—¿Ahí…?
Él señaló con la cabeza un asiento con respaldo alto en un rincón y todas las células de mi cuerpo se enardecieron… por él, por mí, por lo íntimo que era ese asiento.
Asentí con la cabeza y fui a sentarme por delante de él.
—¿Vienes mucho por aquí?
—No —él sacudió la cabeza—, no es mi estilo.
—Qué interesante. Sí es mi estilo —le guiñe un ojo—. Al menos, lo es más que el sitio donde estábamos antes.
—Ya, se te notaba como a un pulpo en un garaje.
—¿De verdad? —arrugué la nariz—. ¿Por qué dices eso?
Él se encogió de hombros.
—¿Un gintonic?
Tardé un par de segundos en darme cuenta de que estaba haciéndome una pregunta, ¿qué quería beber? Tardé un poco más en darme cuenta de que sabía cuál era mi bebida habitual.
—¿Cómo has…?
—Lo pediste delante de mí.
—También pedí un prosecco y un gimlet con vodka.
—Pero esos se los diste a tus amigas.
La certeza de que había estado observándome me llenó de satisfacción y me dio la sensación de que se había dado cuenta porque esbozó una sonrisa que indicaba que sentía la misma satisfacción por dentro. El ardor prendía enseguida entre los dos.
—Es verdad —me incliné hacia él con un aire de confidencialidad—. No serás uno de esos admiradores que se obsesionan con otra persona, ¿verdad?
Él dejó escapar una risa que fue como música celestial.
—No hasta la última hora, más o menos.
Más satisfacción. Sus halagos estaban cumpliendo su objetivo y aunque prefería creer que no me impresionaba fácilmente, gracias a Jeremy, sentía que me ablandaba con él.
La curiosidad era tan intensa como el deseo.
—Entonces —me acerqué más todavía a él—, ¿cómo te llamas?
Se quedó perplejo un instante y la sorpresa se reflejó en su rostro antes de que soltara una carcajada.
—¿Qué pasa? —pregunté yo para seguir con la farsa y con los ojos como platos—. ¿Qué te parece tan gracioso?
—Nada —él se aclaró la garganta y se puso serio—. Me llamo… Christopher Smith.
—Encantada de conocerte, Christopher Smith —repliqué yo con una sonrisa.
Me pregunté si a Ethan Ash le atraían las chicas que se sentían atraídas por su categoría de dios del rock más que por cualquier otra cosa. Me pregunté si eso hacía que fuera escéptico con las mujeres o si hacía que se creyera como un regalo de los dioses. Yo, desde luego, no iba a hacer nada para quitarle esa idea de la cabeza. En realidad, estaba convencida de que si los dioses regalasen a las mujeres un hombre solo para gozar, sería él.
Sin embargo, tenía que dominarme. Estaba muy bueno y tenía la voz de un ángel solista, eso era evidente, pero podía ser un desastre en la cama, ¿no? Fruncí el ceño. ¿No había forma de saberlo solo con verlo? ¿Acaso los tíos que estaban tan buenos no tenían que hacer nada para estarlo y tampoco hacían nada para aprender a ser buenos en la cama? ¿Iba a comprobar esa teoría con Ethan Se Me Mojan Las Bragas Solo Con Verlo Ash?
Me cambié de postura, nuestras rodillas se rozaron por debajo de la mesa y tomé aire. Él se dio cuenta y sonrió con sensualidad.
—¿Estás nerviosa?
No sabía si estaba nerviosa o sorprendida. Esa fuerza inexorable de la naturaleza estaba arrastrándome y me notaba rara, como si hubiese perdido la capacidad de decisión.
—Es posible.
Él levantó una mano sin dejar de mirarme a la cara con detenimiento.
—¿Por mí?
Negué con la cabeza y me mordí el labio inferior. Sus ojos me recorrieron el rostro como si fuese un terreno que tenía que conquistar. Lo veía todo.
Esa confianza y tranquilidad eran tan abrumadoras como desconcertantes. Estaba en un rincón bastante íntimo con una estrella de rock y debería sentirme rara, pero me parecía que todo era normal y que estaba muy bien.
—¿Cómo te llamas tú?
—Ally.
—Ally.
Lo dijo como si paladeara la palabra. Su acento fue más excitante todavía cuando dijo mi nombre. Hizo que la A pareciera un suspiro…
—¿Es el diminutivo de algún nombre?
Asentí con la cabeza.
—¿Voy a tener que adivinarlo?
Sonreí y levanté la mirada cuando se acercó una camarera que tenía una coleta rubia alrededor de la cabeza como si fuese una corona.
—Buenas noches. Les dejo unas cartas —la camarera dejó dos carpetas oscuras encima de la mesa—. ¿Van a desear algo para beber mientras lo piensan?
Ethan se giró para dirigirse a la camarera. Le pidió una cerveza y un gintonic y añadió unos aros de cebolla. De perfil era fascinante. No me había dado cuenta hasta entonces del pequeño abultamiento de la nariz que seguramente indicaba que se la había roto en algún momento de su vida. ¿Habría sido en un accidente o en una pelea?
Sentí un escalofrío por la espalda al imaginarme esa escena tan sexy de Ethan Ash peleándose a puñetazos con alguien. Sería un buen luchador. Estaba segura de que no era violento, pero también estaba segura de que sabría defenderse. Vaya, ni siquiera sabía que eso me parecía atractivo.
—¿Alexandra…? —preguntó él mientras volvía a darse la vuelta hacia mí.
No lo entendí inmediatamente, hasta que caí en la cuenta de que estaba intentando adivinar mi nombre completo.
—No —contesté yo.
—Mmm… —gruñó él en voz baja.
Yo pedí auxilio a todos los santos porque estaba a punto de pecar. Puso sus dedos en mi rodilla por debajo de la mesa y empezó a moverlos como si tocara la guitarra. Se me entrecortó la respiración.
—¿Vas a sancionarme?
—Naturalmente.
—¿Cómo?
Ladeé la cabeza con un brillo burlón en los ojos, aunque el deseo hacía que me pesaran los párpados.
—Cada vez que te equivoques, te preguntaré lo que quiera —contesté después de un rato de silencio.
—Claro —él arqueó las cejas—. Me parece justo. ¿Qué quieres saber?
Buena pregunta. ¿Qué quería saber?
—¿Qué te parece «todo»?
—«Todo» podría ser un poco largo —él se rio—. Se remonta a hace veintiocho años.
—Empecemos por lo que te ha traído a la Gran Manzana.
—Un concierto, una grabación.
—¿Un álbum?
Él sacudió la cabeza y se acercó hasta que sus palabras me acariciaron con delicadeza la mejilla.
—Esa es otra pregunta.
—¡No vale!
Levanté la mano para empujarle el pecho en broma, pero no pude empujarlo cuando mis dedos tocaron esa calidez pétrea. Dejé la mano ahí, lo miré a los ojos y me sentí arrastrada a toda velocidad, sin posibilidad de salvarme.
—¿Alita…?
Negué con la cabeza e hice un esfuerzo para esbozar una sonrisa que tuvo que abrirse paso entre todo el deseo que me atenazaba las entrañas.
—¿Estás grabando un disco?
—Algo así.
—¿Qué quiere decir eso?
Él se movió un poco y se acercó más a mí.
—Estoy retocando, esbozando…
—¿Esbozando?
—Ya sabes… Repasando material nuevo, retocando trozos…
—¿Haces eso en un estudio de grabación?
—Algunas veces —contestó él encogiéndose de hombros.
Mi mano notó la tensión de sus músculos y, como era de esperar, las entrañas se me encogieron.
—Además, has metido una pregunta extra, que me he dado cuenta.
—Bueno… Soy muy tramposa.
—Un poco tramposa.
Él acercó más la cabeza y el aire me abrasó los pulmones.
—¿Alena…?
Esa vez, cuando negué con la cabeza, la acerqué más todavía. Teníamos los labios casi pegados y yo seguía con la mano en su pecho. Las yemas de los dedos jugaban con la tela de su camisa y su olor era embriagador.
—¿Cuál es tu pregunta?
Tenía la cabeza espesa. Quería besarlo. Quería besarlo hasta tal punto que ya podía notar, como un espejismo, sus labios sobre los míos.
¿Sería espantoso dando besos?
Le miré lo labios para valorar esa posibilidad.
No, no lo sería, estaba segura.
—¿No tienes ninguna? —siguió él provocadoramente.
Un ruido hizo que nos apartáramos. Parpadeé como si estuviera despertándome de un sueño. La camarera había dejado en la mesa las copas y la cesta con aros de cebollas. Me había sorprendido agradablemente que hubiese pedido algo tan normal y corriente. ¿Acaso había esperado que pidiera langosta rellena de caviar?
—¿Qué se siente al ser famoso?
Él puso una expresión de sorpresa. No se lo había esperado.
—Eres la primera persona que me lo pregunta.
Bebió la espuma de su cerveza de una forma tan masculina que las rodillas se me juntaron al sentir un calor muy femenino.
—¿De verdad? —conseguí preguntarlo en un tono normal—. No naciste famoso. Tiene que ser un poco raro.
—Sí, raro —él se encogió de hombros—. Ya no lo noto mucho, pero al principio…
—¿Cuántos años tenías cuando salió tu primer disco?
—No saqué discos al principio. Era conocido en YouTube antes de que me llamara una casa de discos.
—Entonces, llevas mucho tiempo metido en esto…
Él tomó un aro de cebolla y se lo comió.
—Tenía dieciséis años cuando llegué a lo alto de las listas en Reino Unido.
Naturalmente, me quedé impresionada, y más todavía porque lo dijo sin la más mínima arrogancia. Solo era un dato más en el entramado de su historia y lo decía sin darse cuenta de lo extraordinario que era.
—¿Te gusta?
—¿La música?