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Son solo negocios... ¡el placer es un extra! Si el multimillonario Zane deMarco puede pasar de playboy sin ataduras a hombre de una sola mujer en un verano, también podrá adquirir y disolver la empresa que destruyó su infancia. Pero necesita una pieza fundamental para lograr el éxito de su plan: su empleada Skylar Bennet. Skylar ayudará a Zane a ganar su apuesta fingiendo un romance para las cámaras, solo si él perdona a la empresa que la salvó de la indigencia. Pero el necesario acercamiento de ambos acaba en una noche de pasión. Sin embargo, cuando sus sentimientos se vuelven reales, rendirse al deseo de nuevo le parece el juego más peligroso de todos...
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Seitenzahl: 208
Veröffentlichungsjahr: 2025
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2024 Natalie Anderson
© 2025 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
La apuesta del amor, n.º 219 - enero 2025
Título original: Billion-Dollar Dating Game
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
Sin limitar los derechos exclusivos del autor y del editor, queda expresamente prohibido cualquier uso no autorizado de esta edición para entrenar a tecnologías
de inteligencia artificial (IA) generativa.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788410744127
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Si te ha gustado este libro…
Zane Demarco inhaló profundamente, se estiró y dejó que el calor seco de la sauna agudizara todos sus sentidos. El marcador del squash seguía empatado a tres después de nueve rondas y, aunque continuaran jugando todo el día, el resultado no cambiaría mucho.
–¿Vas a decirnos por qué nos has citado aquí al amanecer en un día festivo? –preguntó al hombre taciturno sentado junto a él–. Porque si el plan era romper el empate y tomar la delantera, has fracasado estrepitosamente.
Adam Courtney le lanzó una mirada fulminante. Zane solo sonrió. Su antiguo rival de remo de su breve paso por la universidad en el Reino Unido seguía tan centrado y competitivo como siempre. El hecho de que el lobo solitario de Cade Landry también hubiera aparecido tan temprano subrayaba la importancia de su reunión. Aunque a veces acudía a sus eternamente igualadas sesiones de squash, no solía quedarse después para charlar. Pero Zane sabía por qué lo había hecho ese día. Todos conocían la razón.
Adam pulsó un botón en la sauna y elevó la temperatura antes de responder:
–Helberg Holdings.
Bingo.
Helberg Holdings era un viejo grupo empresarial que invertía su capital en toda clase de negocios: medios de comunicación, joyería, propiedades comerciales, hoteles... Todo lo imaginable. Y precisamente por eso, por abarcar tanto, tenían muy mala suerte en sus inversiones. Reed Helberg, el último de la dinastía Helberg, había muerto hacía siete meses y, sin su formidable cerebro controlándolo todo, la entidad era ahora vulnerable. Si no se hacían cambios pronto, toda la operación podría implosionar y dejar poco que salvar. La mejor opción era desmembrarlo y vender las partes que aún funcionaban. Los liquidadores de empresas tenían mala fama, pero Zane había supervisado muchas reconstrucciones exitosas a partir de las partes de empresas anteriores que había comprado y desmantelado. Y sí, había ganado mucho dinero haciéndolo. Pero esta vez era diferente. Se trataba de algo personal.
–¿Qué pasa con eso? –preguntó Zane mientras se estiraba perezosamente.
–Cade y tú habéis estado comprando acciones –dijo Adam entre dientes.
–¿Tú también? –preguntó Zane.
–Sí –respondió Cade, sin inmutarse.
Bueno, el juego había comenzado. Por culpa de Reed Helberg, Zane había pasado años literalmente roto. Así que ahora se sentía con derecho a romper lo más preciado de Reed. Era justo, ¿no?
Pero en ese momento tan solo se encogió de hombros mientras Cade se acomodaba en el asiento de la esquina de la sauna y decía:
–Es un grupo empresarial que está muy apalancado, es vulnerable y tiene muchos activos... ¿Qué parte no os gusta?
Adam entrecerró los ojos.
–Que tiene un precio de venta inflado.
–¿Tienes miedo de que se te vaya de las manos? –replicó Zane con sequedad.
En realidad, ese era un problema potencial. Demasiados compradores interesados significaban problemas.
Cade permaneció en silencio, pero Zane notó que la mirada del solitario se posaba brevemente en las cicatrices que zigzagueaban en su muslo. Permaneció recostado y se negó a cubrir sus antiestéticas marcas en la piel. La gente veía el daño y asumía debilidad. Estaban equivocados. Donde había cicatrices, había fuerza.
–Necesito que ambos os retiréis –pidió Adam.
Un aire gélido cortó la atmósfera sofocante.
Zane no hacía tratos con tipos como Adam o Cade. Eran demasiado parecidos, demasiado solitarios. Y también obstinados. Así que pescaban en sus propios estanques y mantenían sus batallas en la cancha de squash. Era lo más seguro para todos.
–¿Helberg? –Un músculo en la mandíbula de Cade se crispó–. Ni hablar...
Zane negó lentamente con la cabeza y le lanzó a Adam una expresión de falsa tristeza.
–No puedo hacerlo.
Quería disfrutar él solo de la destrucción de Helberg y haría lo que fuera necesario para eliminar la competencia. Pero esos dos hombres que tenía a su lado eran astutos y tendría que pensar en un buen plan.
–Es una oportunidad única en la vida –afirmó Cade.
Ni hablar. Si se tratara de cualquier otra empresa, Zane incluso se plantearía apartarse, pero Reed Helberg era la razón por la que él tenía esas cicatrices y placas de metal sujetando sus huesos bajo la piel. Iba a disfrutar destrozando aquello de lo que Reed había presumido tanto. Aquello para lo que nunca había considerado a Zane lo suficientemente bueno. Eliminarlo era la única manera de poder avanzar.
Adam inspiró profundo.
–Entonces tenemos un problema.
–En realidad, tenemos varios problemas. En plural –corrigió Cade desde su rincón.
–¿De qué demonios estás hablando? –preguntó Adam con el ceño fruncido.
–Está claro que no lees Blush –dijo Cade, poniéndose tenso.
–¿La revista de moda femenina? –preguntó Adam con incredulidad–. ¿Tú lees eso?
–No, yo no la leo, pero mi asistente, sí. Acaba de enviarme un mensaje –informó Cade–. ¿Sabíais que somos los protagonistas de su último artículo estúpido: Los solteros millonarios con menos probabilidades de casarse? Al parecer, a nosotros tres nos han etiquetado como «hombres de una cita». Los hombres con las probabilidades más bajas de contraer matrimonio, y ya han empezado un recuento de cuántas citas habremos acumulado para el Día del Trabajo.
–¿Qué? –Zane ladeó la cabeza, incrédulo y desconcertado por el giro inesperado–. Estás de broma.
La privacidad no estaba garantizada una vez que tu saldo bancario alcanzaba cierto umbral, así que, sí, a veces aparecían en esas malditas listas de «Los millonarios más jóvenes».
–Con quién salgo no es asunto de nadie más que mío. –Zane sacudió la cabeza, quitándole importancia–. No tengo planes de sentar la cabeza. Jamás.
–Yo tampoco –espetó Adam.
Están convirtiendo nuestras vidas sexuales en una broma –añadió Cade–. Y ese no es el tipo de atención mediática que quiero para mi negocio.
A Zane le importaba un bledo si la gente estaba tan aburrida que quería criticar su vida privada para su propio entretenimiento, pero era evidente que molestaba tanto a Cade como a Adam.
–Exactamente, ¿de cuánta atención estamos hablando? –preguntó Zane.
–El hashtag #hombresdeunacita es el tema más comentado hoy en Estados. Ese es el nivel de atención –respondió Cade–. Mi equipo de relaciones públicas está enloqueciendo.
–Tenemos que encontrar una manera de acabar con esto –murmuró Adam con tono de preocupación.
Zane se frotó la mandíbula con la mano y se quedó pensando en las reacciones de sus rivales. A Cade se le veía afectado a un nivel visceral, y Adam parecía aún más malhumorado de lo habitual. La gente cometía errores cuando se dejaba llevar por las emociones, y esos dos hombres se dirigían hacia la ira y la indignación.
En cambio, él no se emocionaba intensamente por nada. En las raras ocasiones en que eso ocurría, lo cortaba de raíz, porque después de que su padre se hubiera marchado había tenido que ser fuerte. Había aprendido a «no ser una molestia» para que su madre, sobrecargada de trabajo, pudiera descansar.
No mostraba dolor, no lloraba, no se quejaba. Cuando Reed Helberg lo había humillado más de una vez, ni siquiera había pestañeado. Demonios, cuando la primera chica que le había gustado lo había dejado en ridículo delante de su padre excesivamente controlador, había ocultado lo mucho que eso le había dolido. Y había jurado no dejar que nadie volviera a hacerle daño. Y además de todo eso, había pasado años ignorando el dolor físico, lo cual era una tarea mucho más difícil que tragarse la vergüenza de ese pequeño revuelo en Internet.
Pero quizás podría dirigir el evidente malestar de Adam y Cade en su propio beneficio. De hecho, la respuesta a la difamación de la revista era obvia para él. Si no se les veía saliendo con una serie de mujeres, no habría ningún recuento estúpido de sus citas y los columnistas de prensa amarilla no tendrían nada de qué informar. La cuestión era si Cade y Adam podrían lidiar con esa restricción. ¿Sería una buena idea hacer una apuesta?
Zane Demarco se venía arriba en las competiciones. Cuanto más duras, mejor. Hacía que ganar fuera aún más dulce.
–¿Y si nos retiramos del mercado? –reflexionó Zane en voz alta.
–¡Ni hablar! –respondió Cade, horrorizado–. De ninguna manera voy a casarme para acabar con esto.
–Absolutamente no. –Adam estaba aún más consternado–. Está fuera de discusión.
Zane reprimió una risita. Sí, ambos eran demasiado volátiles y eso era bueno.
–¿Acaso dije algo sobre casarse? –replicó con suavidad–. Esto es una cuenta atrás, ¿no? Así que, ¿por qué no paramos el reloj antes de que empiece? Lo único que tenemos que hacer es que cada uno salga con una mujer, y solo una, desde ahora hasta el Día del Trabajo. Así de simple.
–Estás de broma. –A Cade se le desencajó la mandíbula–. ¿De verdad quieres complacer a esa gente?
–No particularmente, pero apuesto a que vosotros dos caeréis en la tentación mucho antes que yo.
Los ojos azules de Cade brillaron.
–Acepto la apuesta. Por lo que he visto en Internet, eres un ligón en serie mucho más grande que nosotros dos juntos.
Aunque lo que decía era cierto y consideraba el sexo una parte saludable de su vida, más de la mitad de sus citas más recientes habían terminado pronto y de forma casta. Estaba cansado de que sus expectativas con una mujer más allá de lo sexual no se cumplieran nunca. Y se veía capaz de soportar cualquier cosa para hacerse con aquel grupo empresarial que estaba en juego. Había sufrido dolores mucho peores que tener que dormir con la misma mujer por un tiempo. Además, solo se trataba de salir con ella, ¿verdad? No necesariamente tenía que haber algo más.
–Pero si ni siquiera sabes cuáles son las condiciones de la apuesta –dijo Adam, lanzándole a Cade una mirada atónita.
–Apuesto mis acciones de Helberg –anunció Zane tras unos segundos de silencio. Sus dos contrincantes se tensaron a la vez.
Ajá. Había captado su atención.
–Espera un momento. –Cade se inclinó hacia adelante, frunciendo el ceño–. ¿Apostarías por Helberg? ¿Hablas en serio?
–Claro. ¿Por qué no? –respondió Zane, fingiendo despreocupación. Si pensaban que no le daba mucha importancia, no lo tomarían como una amenaza seria. Se adormecerían y luego él atacaría con todas sus armas–. Hoy es el Día de la Independencia. ¿Qué tal si nos reunimos aquí de nuevo el Día del Trabajo? El ganador se llevará todas las acciones acumuladas y tendrá vía libre para Helberg.
Eso les daba un par de meses. No había manera de que ni Adam ni Cade salieran solo con una mujer durante todo ese tiempo. Eran alérgicos a las relaciones, ambos exudaban intensidad y determinación y a ninguno le gustaba que nadie les dijera lo que podían y no podían hacer. Pon a la gente bajo presión y cometerán errores. Mientras tanto, a Zane le daría tiempo a preparar sus planes con Helberg y se detendría el aumento del precio de las acciones al tener a sus dos mayores competidores entretenidos.
–¿Has perdido la cabeza? –preguntó Adam, negando con la cabeza.
Zane se encogió de hombros. Disfrutaba haciendo justo lo contrario de lo que esperaban de él. Hacía que un desafío fuera aún más dulce cuando lo lograba.
–Lo de los cotilleos es una molestia, pero me interesa más resolver cuál de nosotros se queda con Helberg. Esta es una buena manera de enfrentarme a vosotros y venceros de una vez por todas. Matar dos pájaros de un tiro.
–Es una locura... –Cade lo miró fijamente–. Pero también tiene sentido.
–Es ridículo –los cortó Adam con brusquedad–. No solo no funcionará, sino que también es inmoral. Pensad en las mujeres inocentes que arrastraríamos. ¿Dónde está vuestra integridad?
Zane contuvo una carcajada. Al parecer, el perfecto caballero inglés Adam era demasiado estirado para pensar con creatividad. En lo que a Zane concernía, no había razón por la que la mujer que eligiera para salir durante ese tiempo debiera ser inocente y ser engañada. Todo el mundo tenía un precio. Lo único que tenía que hacer era encontrar una mujer lo suficientemente astuta como para aceptar el trato que iba a ofrecerle. Pero no iba a contarles sus planes.
Había llegado a la cima por sí mismo. No había tenido dinero familiar, ni ayudas de nadie más, y mucho menos del viejo Helberg. Lo había hecho todo por su cuenta y seguiría haciéndolo así. Desmantelar esa empresa pieza por pieza, él solo, sería particularmente satisfactorio.
–¿Es que tienes miedo de perder, Courtney? –preguntó Cade entre risas.
–En absoluto. Más bien todo lo contrario. –Adam Courtney era el que menos salía con mujeres de los tres, así que seguramente pensaría que podría ganar con facilidad.
Parecía que Adam ya había resuelto su propio dilema de integridad y Cade simplemente parecía estar tan decidido como un lobo. Por fortuna, Zane se iría a casa esa tarde y allí no encontraría tentaciones. Después de una visita de cortesía a la fiesta del Día de la Independencia de su vecino, se tomaría el resto del fin de semana para pensar en cómo seguiría con sus planes.
–Entonces, para que quede claro –añadió Adam con rigidez–: la idea es que cada uno de nosotros saldrá con una sola mujer hasta el Día del Trabajo. Cualquiera que sea sorprendido saliendo con más de una en ese tiempo renuncia a su derecho sobre Helberg.
–De acuerdo –aceptó Zane, asintiendo con la cabeza.
–Yo también –convino Cade.
Adam suspiró mientras ponía los ojos en blanco.
–Que gane el mejor.
Zane sonrió. El mejor de todos ganaría.
Tres solteros multimillonarios de ojos azules entraron en un gimnasio...
Sonaba como el comienzo de un mal chiste, ¿verdad? O una oportunidad de ensueño para alguien inspirado por el último artículo de la revista Blush que cuestionaba si existía alguna mujer capaz de conseguir más de una cita con cualquiera de ellos. Los hombres de una cita: Adam Courtney, Cade Landry y Zane Demarco.
Para Skylar Bennet no era ni gracioso ni un sueño. Era una auténtica pesadilla. Se quedó paralizada en la cafetería al otro lado de la calle al verlos entrar.
Apuró su café y pidió otro. No tenía prisa, así que esperaría para verlos salir de nuevo. No era la primera vez que observaba por una ventana con la esperanza de ver a Zane Demarco, pero ya no era una adolescente sufriendo por su primer amor.
Era sábado, el Cuatro de Julio de hecho, así que también era un fin de semana largo, pero esos hombres no se tomaban vacaciones como la gente normal. No iban al gimnasio por diversión y para ponerse en forma. Cerrar tratos era su deporte favorito porque nada les importaba más que ganar dinero. Pero, por mucho que esos tres tuvieran en común, no era normal verlos juntos. Eran rivales, no amigos.
Tal vez ese artículo tuviera algo que ver. No sabía mucho sobre Adam y Cade aparte de lo que se había publicado. Que Adam, el británico, manejaba el dinero de su familia aristocrática y que Cade había convertido su empresa constructora en un negocio multimillonario. Sin embargo, sabía más que suficiente sobre Zane Demarco. Era un hombre avaricioso y aniquilador, y le importaba un bledo lo que alguien pensara de él. Por eso Skylar estaba bastante segura de que no se habían reunido solo por ese artículo, sino que sería por algo mucho peor.
Sabía que iban a por Helberg Holdings. Y esa empresa era más que su lugar de trabajo; le había cambiado la vida. Ella había sido beneficiaria de la Fundación Helberg. Le habían concedido varias becas de estudios y luego había hecho prácticas con ellos durante sus vacaciones de verano. Comenzó a trabajar a tiempo completo en la sede de la empresa en Manhattan tan pronto como se graduó.
Era el plan que su padre había soñado que siguiera: ser la primera de su clase, la primera de su familia en obtener un título universitario, trabajar en la ciudad en una firma prestigiosa, destacar y mostrar lealtad. Las becas Helberg le habían permitido hacer exactamente eso.
Había estado en deuda. Todavía lo estaba. Después de algunos años, había logrado entrar en el equipo de Recursos Humanos, pero desde la muerte prematura de Reed Helberg, el director general, hacía siete meses, los rumores sobre el futuro de la empresa no habían parado. Los más optimistas en la oficina querían que la comprara alguien que devolviera al grupo empresarial a su antigua gloria, pero Skylar temía que fuera despedazada por algún implacable tiburón de los negocios.
Alguien como Zane Demarco.
Él se dedicaba a adquirir empresas vulnerables, despojándolas de sus activos para venderlos y deshacerse del resto. No tenía ningún tipo de compromiso. Exactamente igual que su forma de tratar a las mujeres: un auténtico «rompecorazones de una noche», había acumulado tantas muescas en el cabecero de su cama como dólares en el banco. Pero, aunque por fuera era todo diversión y encanto, Skylar conocía la verdad. No solo tenía la arrogancia del triunfador, sino que era un ser sin alma que vivía únicamente para amasar dinero. No le importaba nada, salvo avanzar por un camino interminable de adquisiciones y excesos. En resumen, Skylar lo odiaba. Lo había odiado durante años.
No ayudaba el hecho de que besara como nadie. Que una vez, muy brevemente, casi una década atrás, ella hubiera sido su objetivo. Había caído rendida ante su atractivo y su encanto. Por suerte, su padre había intervenido antes de que ella le hubiera entregado todo lo que él quería.
Y por supuesto, la había olvidado y pasado a su siguiente objetivo, de la misma manera que lo había hecho con todas las empresas que había destrozado y los empleados que había dejado en la calle. No podían ser más diferentes.
La ironía era que provenían de entornos similares. Habían vivido en el mismo edificio destartalado, en uno de los pocos complejos de viviendas asequibles de Belhaven Bay, un pintoresco pueblo de los Hamptons, cuando eran niños. Sonaba elegante, ¿verdad? Pues no.
Crecer en una de las zonas más famosas y ricas del mundo debería ser maravilloso, pero ser residente permanente era una experiencia muy distinta a ser hijo de ricos y famosos que solo aparecían allí los fines de semana que hacía buen tiempo. Zane y ella tenían otras cosas en común: ambos se habían criado con un solo progenitor. Skylar con su padre, un conserje, y Zane con su madre, una limpiadora. Incluso habían ido al mismo colegio hasta que ella ganó la beca para aquel internado en el norte del estado durante sus últimos años. Y por desgracia, aún recordaba a aquel chico callado que él había sido hacía mucho tiempo. La había encontrado poco después de que su madre se fugara con otro hombre. Unos días después, había intentado buscarla. Era una niña ingenua con el corazón roto vagando por la carretera sin rumbo ni plan. Zane se la había encontrado a un par de manzanas de su edificio. Estaba llorando, tan patética como esperanzada. Él no había dicho nada. Simplemente había sacado un caramelo de frambuesa de un paquete que llevaba en el bolsillo y se lo había dado. Había esperado mientras ella se lo comía. Mientras se calmaba. Luego la había acompañado de vuelta a su edificio y la había dejado en la puerta de su casa. Eran niños, pero él había sido su amigo. Solo por ese momento. Porque él había vagado libremente desde muy pequeño mientras su madre trabajaba largas horas. Pero a partir de entonces, Skylar se había quedado en casa, obedeciendo las nuevas normas de su padre.
Porque necesitaba sentirse a salvo y su padre necesitaba saber dónde estaba ella en todo momento. Tenía que ser buena, callada y estudiar mucho. Y así lo hizo. Porque no quería que su padre también desapareciera.
Luego Zane y su madre habían sufrido un accidente. Él había tenido que faltar mucho tiempo al colegio y ya no vagaba por el barrio, así que apenas lo había vuelto a ver.
No fue hasta el verano después de su primer año en aquel internado cuando todo cambió. Tenía dieciséis años. Aún procesaba la ausencia de su madre y todavía complacía las órdenes de su padre. Observaba el mundo desde el balcón mientras estudiaba. Una noche, divisó a Zane en la oscuridad al otro lado del patio. Estaba en el balcón del apartamento de dos habitaciones que era un reflejo del suyo. Para entonces, él se había convertido en una especie de leyenda local debido a su asombroso rendimiento académico y los rumores de sus éxitos financieros en Internet. Pero esa noche parecía malhumorado y serio, y tan solitario como ella se había sentido durante años. Se quedó embobada al verlo tan solo con unos pantalones cortos y el cabello negro alborotado. Su corazón no solo latió dolorosamente, sino que dio un vuelco. Retrocedió hacia la oscuridad de su propia habitación, pero siguió observándolo mucho tiempo. Hasta que Zane miró hacia arriba, directamente a su ventana, haciendo que ella se sonrojara, a pesar de estar segura de que era imposible que él la hubiera visto.
Desde esa noche, anheló verlo más veces. Solía ir a correr temprano por las mañanas. Era la única forma de salir que su padre le permitía. Había argumentado que necesitaba estar en forma para estudiar bien. Para su sorpresa, se había cruzado con Zane un par de veces en sus salidas. Él le había sonreído. Tenía una sonrisa cautivadora.
Luego, en uno de sus últimos días en casa, cuando regresaba de correr, casi chocó con él al entrar en la escalera de su lado del edificio. Zane la estabilizó y, cuando le sonrió con sus brillantes ojos azules, ella sintió la poderosa energía que emanaba de él. Más tarde, se enteró de que fue alrededor de esa época cuando hizo su primer millón. Prácticamente de la noche a la mañana, según se decía. Ahora se daba cuenta de que él había querido celebrarlo con una conquista femenina. Una muesca para su nuevo cinturón. Pero en aquel momento pensó que sus penetrantes ojos habían mirado directamente a su alma. Lo que sí sabía seguro es que al menos había notado el movimiento de su boca.
–¿Qué estás comiendo? –le había dicho él.
Era un caramelo de frambuesa, por supuesto. Su favorito y siempre su recompensa después de correr.
–¿Tienes alguno para compartir? –había preguntado él tras su respuesta.
Negó con la cabeza mientras tragaba.
–Era el último, lo siento –había contestado ella, negando con la cabeza.
–Vaya –había murmurado él con voz ronca–. Tal vez pueda probar un poco igualmente...
Y, tras decir eso, se acercó aún más ella. El beso fue tentativo al principio. Suave. Gentil. Luego, simplemente cambió. Ella cambió. Fue como si un incendio hubiera estallado en su interior. Se volvió tan caliente, tan maleable en sus brazos. Le habría dejado hacer cualquier cosa. Él la había levantado, sorprendiéndola con su fuerza mientras la presionaba contra la pared. Pero fue ella quien enroscó su pierna alrededor de sus delgadas caderas, dándole la bienvenida. Fue ella quien lo abrazó con intensidad, corriendo con él hacia el precipicio de algo que no entendía pero que instintivamente sabía que sería profundo. Perdió toda noción del tiempo. De todo. Lo único que sabía era que quería ese contacto más que nada.