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La batalla de los Arapiles es la décima y última novela de la primera serie de los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós. Culmina la narración de las aventuras del huérfano gaditano Gabriel Araceli durante la Guerra de Independencia entre España y Francia. En esta ocasión, Gabriel participa en la decisiva batalla de los Arapiles, que marcó el fin de la dominación francesa. Asimismo, el resto de tramas secundarias de la primera serie se resuelven en el final feliz.
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BENITO PÉREZ GALDÓS
EPISODIOS NACIONALES 10
[5]
Portada de la edición de 1883
Las siguientes cartas, supliendo ventajosamente mi narración, me permitirán descansar un poco.
Madrid, 14 de marzo.
Querido Gabriel: Si no has sido más afortunado que yo, lucidos estamos. De mis averiguaciones no resulta hasta ahora otra cosa que la triste certidum-bre de que el comisario de policía no está ya en esta corte, ni presta servicio a los franceses, ni a nadie como no sea al demonio. Después de su excursión a Guadalajara, pidió licencia, abandonó luego su destino, y al presente nadie sabe de él. Quién le supone en Salamanca, su tierra natal, quién en Burgos o en Vitoria, y algunos aseguran que ha pasado a Francia, antiguo teatro de sus criminales aventuras. ¡Ay, hijo mío, para qué habrá hecho Dios el mundo tan grande, [6] tan sumamente grande, que en él no es posible encontrar el bien que se pierde! Esta inmensidad de la creación sólo favorece a los pillos, que siempre encuentran donde ocultar el fruto de sus rapiñas.
Mi situación aquí ha mejorado un poco. He capitu-lado, amigo mío; he escrito a mi tía contándole lo ocurrido en Cifuentes, y el jefe de mi ilustre familia me demuestra en su última carta que tiene lástima de mí. El administrador ha recibido orden de no dejarme morir de hambre. Gracias a esto y al buen surtido de mi antiguo guarda-ropas, la pobre condesa no pedirá limosna por ahora. He tratado de vender las alhajas, los encajes, los tapices y otras prendas no vinculadas; pero nadie las quiere comprar.
En Madrid no hay una peseta, y cuando el pan está a catorce y diez y seis reales, figúrate quién tendrá humor para comprar joyas. Si esto sigue, llegará día en que tenga que cambiar todos mis diamantes por una gallina.
Para que comprendas cuán glorioso porvenir aguarda a mi histórica casa, uno de los astros más brillantes del cielo de esta gran monarquía, me bastará decirte que el pleito entre nuestra familia y la de Rumblar se ha entablado ya, y la cancillería de Granada ha dado a luz con este motivo una montaña de papel sellado, que, si Dios no lo remedia, crecerá hasta lo sumo y nuestros nietos veranla con cimas más altas que las de la misma Sierra Nevada. La de Rumblar se engolfa con delicia en este mar de juris-prudencia. Me parece que la [7] veo. Convertiría el linaje humano en jueces, escribas, alguaciles y roe-pandectas para que todo cuanto respira pudiese entender en su cuita.
El licenciado Lobo, que frecuentemente me visita con el doble objeto de ilustrarme en mi asunto y de pedirme una limosna (hoy en Madrid la piden los altos servidores del Estado), me ha dicho que en el tal pleito hay materia para un ratito, es decir, que no pasará un par de siglos mal contados sin que la sala de su sentencia o un auto para mejor proveer, que es el colmo de las delicias. Me asegura también el susodicho Lobo, que si nos obstinamos en transmitir a Inés los derechos mayorazguiles, es fácil que per-damos el litigio dentro de algunos meses, pues para perder no es preciso esperar siglos. Las informali-dades que hubo en el reconocimiento y la indiscreción de mi pobre tío, que ya bajó al sepulcro, ponen a nuestra heredera en muy mala situación para reclamar su mayorazgo. Nuestro papel se reduce hoy, según Lobo, a reclamar la no transmisión del mayorazgo a la casa de Rumblar, fundándonos en varias razones de posesión civilísima, agnación rigurosa,masculinidad nuda, emineidad, saltuario, con otras lindas palabras que voy aprendiendo para recreo de mi triste soledad y entretenimiento de mis últimos días.
Mi tía dice que yo tengo la culpa de este desastre y cataclismo en que va a hundirse la más gloriosa casa que ha desafiado siglos y afrontado el desgaste del tiempo, sin criar [8] hasta ahora ni una sola carco-ma, y funda su anatema en mi oposición al proyec-tado himeneo de nuestro derecho con el derecho de los Rumblar. Verdaderamente no carece de razón mi tía, y sin duda se me preparan en el purgatorio acer-bos tormentos por haber ocasionado con mi tenacidad este conflicto.
Esta carta te la envío a Sepúlveda. Creo que serán infructuosas tus pesquisas en todo el camino de Francia hasta Aranda. Procura ir a Zamora. Yo sigo aquí mis averiguaciones con ardor infatigable; y demostrando gran celo por la causa francesa, he adquirido conocimiento con empleados de alta y baja estofa, principalmente de policía pública y secreta.
Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!
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