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¿Conseguiría el trono y el amor? Para el príncipe Haidar Aal Shalaan tomar las riendas de aquel reino sumido en el caos era una cuestión de honor. Pero sus rivales al trono no eran fáciles de derrocar. Y luego estaba Roxanne Gleeson, la única mujer cuyo recuerdo no podía borrar de su mente, la amante que una vez le había rechazado y que fingía un frío desdén hacia su salvaje pasión pasada… y todavía presente. Pero Haidar no renunciaría ni al trono de su tierra natal ni a llevarse otra vez a Roxanne a la cama. Lo primero era su derecho de cuna, y lo segundo el deseo de su corazón. Y juntos suponían su redención.
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Seitenzahl: 172
Veröffentlichungsjahr: 2013
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2012 Olivia Gates. Todos los derechos reservados.
LA CONQUISTA DEL JEQUE, N.º 1908 - abril 2013
Título original: The Sheikh’s Redemption
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Publicado en español en 2013.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-3022-6
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Veinticuatro años atrás
Haidar recibió la bofetada en la cara, y le quemó como el fuego. Antes de que pudiera tomar aliento recibió la siguiente en la otra mejilla, esta vez con el dorso de la mano y más fuerte. Un anillo con piedras preciosas incrustadas le trazó una línea de dolor en la piel. Desorientado, escuchó el bramar de un trueno mientras las lágrimas le nublaban la visión. La reprimenda continuó mientras recibía más bofetadas. Una de ellas terminó finalmente con su equilibrio y cayó de rodillas. Las lágrimas le escocían en el corte como un antiséptico y se le mezclaban con la sangre.
Escuchó una voz tranquila decir:
–Si derramas más lágrimas te arrojaré a la mazmorra durante una semana, Haidar.
Él tragó saliva y miró a la persona que más quería en el mundo. Estaba paralizado y no entendía qué sucedía. ¿Por qué le estaba haciendo esto?
Su madre nunca le había puesto la mano encima. Ni siquiera le había agarrado de la oreja como hacía con Jalal, su hermano gemelo, cuando descubría alguna de sus travesuras. Era su favorito. Ella misma se lo había dicho y se lo había demostrado de muchas formas.
Y sin embargo, últimamente se había mostrado descontenta con él aunque no hiciera nada malo. Incluso cuando hacía algo digno de alabanza. A Haidar le desconcertaba, pero no estaba preparado para aquel arrebato repentino de furia cuando esperaba su aprobación.
Su madre le miró con frialdad desde su majestuosa altura digna de una diosa.
–No agraves tu estupidez con lamentos. Levántate y recibe tu castigo como tu hermano lo recibe siempre, con dignidad y coraje.
Haidar estuvo a punto de exclamar que eran Jalal y su primo Rashid quienes merecían el castigo. Él se había negado a participar y les había advertido en contra de aquel «experimento» que había provocado el incendio que quemó toda una habitación del palacio y que había arruinado la celebración de su décimo cumpleaños. Jalal y Rashid, que normalmente eran más salvajes e inconscientes, ya habían quemado todas sus segundas oportunidades con los mayores. Habrían recibido un castigo más severo. Al ser el que tenía un historial más limpio, se presentó como el culpable por accidente.
La confesión provocó lo que esperaba de su padre y del tutor de Rashid: sorpresa y aceptación de sus explicaciones. Pero entonces su madre fue a verle. Sus ojos le decían que sabía lo que en realidad había pasado y por qué se había presentado como culpable. Haidar esperaba admiración por su parte. Pero lo que recibió fueron las bofetadas que no cesaron ni cuando su marido, el rey de Zohayd, le ordenó que se detuviera.
Haidar se levantó y se llevó una mano temblorosa a la herida de la mejilla izquierda. Ella se la apartó de un manotazo.
–Y ahora vete a pedirles perdón a tu hermano y a tu primo por haber tardado tanto en reconocer tu culpabilidad y haber estado a punto de provocar que les castigaran a ellos.
Haidar sintió una punzada de dolor y de asombro en el pecho. Una cosa era recibir el castigo en su nombre, y otra disculparse ante ellos delante de todos los presentes: parientes, criados... y chicas.
Su madre le sujetó la cara con violencia y le clavó las largas uñas en la herida.
–Hazlo –le soltó con un empujón y le obligó a mirar a Jalal y a Rashid.
Los niños tenían la cabeza gacha y estaban sonrojados.
–Jalal, Rashid, mirad a Haidar –su madre habló entonces como la reina de Zohayd, con voz clara y exigente–. No le liberéis de la desgracia de suplicar vuestro perdón delante de todo el mundo.
Jalal y Rashid la miraron antes de mirarle a él. El arrepentimiento brillaba en sus ojos.
–Diles que lo sientes y que no volverás a hacer nunca algo así –le ordenó su madre.
Ardiendo de rabia, Haidar miró a su hermano gemelo a los ojos y luego a los de su primo y mejor amigo y repitió sus palabras.
–¡Yo no lo hice! –exclamó Haidar mientras su madre terminaba de curarle la herida.
Ahora que estaban en la intimidad de los aposentos de la reina tenía que exonerarse, aunque fuera solo ante sus ojos.
Ella tenía una sonrisa llena de amor y de orgullo mientras le besaba la herida que ella misma le había hecho.
–Ya lo sé. Lo sé todo.
Así que no se había equivocado. La confusión de Haidar fue en aumento.
–Entonces, ¿por qué?
Su madre la acarició la mejilla con ternura.
–Ha sido una lección, Haidar. Quería demostrarte que ni tu hermano gemelo ni tu mejor amigo dirían una palabra para salvarte. Ahora sabes que nadie merece que te sacrifiques por él. Ahora sabes que no puedes confiar en nadie. Y lo más importante: ahora sabes lo que es la humillación, y a partir de ahora harás cualquier cosa para no volver a sufrirla.
A Haidar le dio vueltas la cabeza.
Su madre se agachó para abrazarle.
–Tú eres parte de mí y haré cualquier cosa para que nunca sufras, para que te conviertas en el hombre que consigue todo lo que se merece. Tener el mundo a tus pies. ¿Entiendes por qué he tenido que hacerte daño?
Aturdido por la nueva perspectiva que le había mostrado, Haidar asintió. En parte porque quería marcharse de allí para pensar.
Ella le acarició la cabeza y susurró:
–Ese es mi chico.
Ocho años atrás
–Eres igual que mamá.
Haidar dio un respingo como si le hubieran dado una bofetada. Jalal tenía clavado en el pecho un cuchillo desde que fue consciente de cómo era su madre. De cómo la llamaban: La Reina Demonio. Para dolor de Haidar, tuvo que reconocer que el título estaba bien puesto. Su madre tenía una belleza que no era de este mundo y una inteligencia brillante, pero blandía sus atributos como armas letales. Se jactaba de no dejarse llevar por la debilidad de la benevolencia. En lugar de utilizar sus dones para conseguir amigos se rodeaba de criados y cohortes acobardados. Y le gustaba crearse enemigos, el primero de ellos su propio marido.
Si no fuera por el profundo amor que sentía hacia sus hijos, sobre todo hacia Haidar, dudaría de que fuera humana.
Pero lo que atormentaba a Haidar a medida que se iba haciendo mayor era darse cuenta de que se parecía a ella. Sentía la mancha de su furia, sus defectos. Vivía con miedo a que un día fueran más fuertes que su parte decente y compasiva. Resultaba irónico que Jalal le echara ahora a la cara aquel parecido, cuando empezaba a sentir cómo se retiraba la sombra de su madre, cómo su legado aflojaba el nudo de la horca.
Desde que conoció a Roxanne.
–Lo retiro –Jalal, el gemelo que no se parecía en nada a él, sacudió la cabeza con disgusto–. Eres peor que ella. Y eso que crei que no era posible.
–Hablas como si mamá fuera un monstruo.
Nunca hablaban abiertamente de su madre. De hecho cada vez hablaban menos en general.
Jalal se encogió de hombros.
–Y la quiero a pesar de todo. Con la clase de amor incondicional que una madre despierta en su hijo. Pero tú no tienes la misma licencia. En este asunto no. En este caso no puedo perdonar tu crueldad.
Incapaz de lidiar con la desaprobación de su hermano gemelo, como le ocurría siempre, se dejó llevar por la furia y el recelo que le habían llevado a aquella confrontación.
–¿Así que esta es tu estrategia? ¿Lanzar acusaciones para vencer a tu enemigo?
–Eres tú el que lanza la piedra y luego esconde la mano.
El desprecio de Jalal le puso los nervios todavía más de punta.
–Nunca pensé que tendrías tan mal perder cuando Roxanne me escogiera a mí.
Jalal expulsó el aire por la nariz. Los ojos le echaban chispas de hielo negro.
–Porque la manipulaste. La engañaste.
Haidar contuvo otro arrebato de indignación.
–¿No tienes otra excusa mejor por haber intentado robármela? Los dos sabemos que puedo conseguir a la mujer que quiera sin tener que esforzarme, y mucho menos manipularla.
–No podías haber tenido a Roxanne sin engaño. Ella se dio cuenta la primera noche de lo frío que eres. El personaje que creaste para que se enamorara de ti era digno de un Oscar.
Haidar nunca había recurrido a la violencia, ni siquiera cuando era un niño rodeado de parientes varones que resolvían sus asuntos con contundencia. Siempre había contenido su genio y había utilizado la frialdad para superarles. Ahora lo que quería era darle un puñetazo a Jalal en la cara.
–La situación sigue siendo la misma: ella es mía –afirmó apretando los dientes.
–Y la has tratado como si fuera de tu propiedad. Peor todavía, como un secreto sucio, obligándola a ocultarse incluso ante su madre, obligándola a ver cómo coqueteabas con otras mujeres en público. Le dijiste que lo hacías para que ella no levantara sospechas, ¿verdad? Debe de ser terrible para ella aunque se crea tus mentiras. No puedo ni imaginar lo que pasaría si supiera que has estado jugando con ella desde el principio, que no es más que otra fuente para alimentar tu monstruoso ego.
Haidar se estremeció de ira.
–Y tú sabes todo lo que está pasando porque eres su generoso confidente, ¿verdad? Y quieres llevar esa amistad a la cama. Pues lo siento, pero en esa cama estoy yo con ella.
Jalal soltó un resoplido de desprecio.
–Muy caballeroso por tu parte contar eso.
–No tiene sentido negarlo, tú sabes que somos amantes. Y sin embargo quieres apartarla de mí.
–Tú ni siquiera la deseas –susurró Jalal entre dientes–. La sedujiste para competir conmigo. No es más que un peón en otro de tus juegos de poder.
–Fuiste tú quien empezó el juego, por si lo has olvidado.
–Me olvidé de esa estúpida apuesta a los cinco minutos. Pero tú te la tomaste como te tomas todo, con una competitividad enfermiza. Le tendiste una trampa.
–¿Y tú quieres rescatarla del monstruo que soy? ¿Admites que la quieres para ti?
Jalal apretó las mandíbulas.
–No dejaré que la sigas utilizando.
La furia le nubló la visión a Haidar. Y entonces optó por la estrategia que siempre había utilizado con aquel rival de toda la vida: la provocación.
–¿Y cómo vas a impedirlo?
Jalal le lanzó una mirada letal.
–Se lo contaré todo.
Haidar sintió que le estallaba la cabeza. Pero se limitó a espetarle:
–Buena suerte.
–De esto no puede salir nada bueno. No solo eres como mamá, has heredado lo peor de las dos partes de la familia. Eres manipulador y celoso, frío y controlador, y siempre tienes que ganar a toda costa. Ya es hora de que le muestre a Roxanne tu verdadera cara.
A Haidar le ardió la sangre.
–Tu plan tiene un pequeño agujero. Si lo haces no querrá volver a ver mi cara, pero la tuya tampoco.
–No me importa perder a Roxanne siempre y cuando la pierdas tú también.
–Si se lo dices no quiero volver a verte jamás, Jalal.
Los ojos de su hermano se oscurecieron.
–Eso tampoco me importa.
Se cerró una puerta, lo que evitó la sarta de improperios que iba a soltarle a su hermano gemelo.
Roxanne.
Cuando entró en el salón le ardió la sangre y se le aceleró la respiración. El efecto que ejercía sobre él iba en aumento a medida que pasaba el tiempo. Y eso que Haidar pensaba que lo suyo sería una aventura sexual que terminaría cuando desapareciera la fascinación. Hasta que ella llegó no se había creído capaz de alcanzar tales cimas de pasión y de sentimiento. Roxanne era fuego puro, de una belleza incandescente y un espíritu tempestuoso. Y era suya.
Tenía que demostrarlo, saberlo de una vez por todas.
El temor a que sintiera algo por Jalal había estado a punto de volverle loco. El comentario de su madre, mencionado lo mucho que compartían Roxanne y Jalal, había coloreado su visión de la profundidad de su relación. Pero el miedo había echado raíces cuando supo que Roxanne le había revelado su esencia a Jalal y no a él. Aquello había acabado con su restricción, le había obligado a tener aquella confrontación con su hermano.
Jalal había dejado muy clara su postura.
Pero eso no importaría si Roxanne le escogía a él, como debía ser. Trató de obtener la confirmación con el brillo de sus ojos, que siempre se iluminaban cuando le veían. Pero cuando le miró sus ojos no reflejaron nada. Y enseguida dirigió la vista hacia Jalal.
Haidar se acercó a ella y le clavó los dedos en el brazo con urgencia. El corazón le latía muy deprisa.
–Dile a Jalal que no puede interponerse entre nosotros. Dile que eres mía.
El rostro de Roxanne adquirió una expresión estupefacta. Luego se volvió duro y le apartó la mano.
–¿Para esto me has pedido que lo dejara todo? Eres repulsivo.
–He notado que Jalal tiene ideas equivocadas respecto a ti. Tenía que cortarlas de raíz.
Roxanne entornó los ojos y le miró con furia.
–No me importa lo que hayas notado. No puedes mandarme llamar como si fuera uno de tus lacayos ni puedes meterme en una confrontación y exigirme que repita lo que tú dices. Eres tú el que está equivocado al pensar que tienes algún derecho sobre mí.
A Haidar le dio un vuelco el corazón.
–Sí tengo derecho. El que tú me otorgaste cuando viniste a mi cama y me dijiste que me amabas.
–Pero recuerdas cuando lo dije, ¿verdad? –cuando estaba excitada hasta la locura y convulsionando en medio de un orgasmo–. Pero gracias por ponerle fin a la historia. Regreso a Estados Unidos y estaba pensando en cómo decirte adiós. Los hombres siempre os tomáis la despedida de una mujer como un golpe al ego sexual, y eso complica las cosas. Me preocupaba que se complicaran todavía más porque eres el príncipe de dos reinos y tienes un ego del tamaño de ambos.
Haidar sacudió la cabeza como si estuviera recibiendo demasiados golpes.
–Basta ya.
Ella se encogió despreocupadamente de hombros.
–De acuerdo, vamos a dejarlo. Eres el mejor candidato para la aventura exótica que quería tener mientras viviera aquí. Pero como he decidido volver a Estados Unidos sabía que tenía que terminar contigo. Tengo necesidades, como tú bien sabes, y por muy bueno que seas en la cama no estoy dispuesta a esperar hasta que puedas venir a satisfacerlas. Tengo que encontrar un nuevo semental que esté disponible con regularidad. O tres. Pero te quiero dar un consejo: no les sueltes esa porquería territorial a tus próximas mujeres. Es muy desmoralizador. Y me impide decirte adiós deseándote lo mejor. Ahora que sé qué clase de poder pensabas que tenías sobre mí, me he quedado tan fría que no quiero volver a verte nunca más ni saber nada de ti.
La vio darse la vuelta y salir con paso tranquilo.
En cuestión de segundos se cerró la puerta con un portazo. Era el sonido del rechazo y de la humillación.
Desde el fondo del túnel escuchó la macabra distorsión de la voz de Jalal.
–¿Quién lo iba a decir? Tiene más ojo del que yo pensaba. Te tomó tan en serio como tú a ella. Al parecer no tendría que haberme preocupado por ella.
–De quien deberías preocuparte es de ti mismo si vuelvo a verte alguna vez.
El gemelo al que apenas reconocía ahora le miró con la misma frialdad.
–No te preocupes. Creo que ya va siendo hora de que desintoxique mi vida de tu presencia.
Haidar se quedó mirando al infinito mucho después de que Jalal hubiera desaparecido.
Jalal tendría que haberle dicho que él nunca profanaría su relación con aquella mujer. Roxanne tendría que haberle dicho que sus temores eran infundados.
Aquellos a los que creía más cerca de él, su hermano gemelo y su amante, le habían dado la espalda.
«No confíes en nadie».
Las palabras de su madre resonaron en su cabeza. Tenía razón. Había ignorado su sabio consejo y había tenido que pagar un altísimo precio por ello.
Nunca más.
El presente
No todos los días le ofrecían a un hombre un trono. Eso era exactamente lo que le había ofrecido el pueblo de Azmahar a Haidar, o al menos los clanes que representaban a la mayor parte de la población.
Habían enviado a sus representantes para exigirle, engatusarle y suplicarle que fuera su candidato en la lucha por el trono vacante de Azmahar. Pensó que estaban de broma. Mantuvo el rostro serio para seguirles la corriente, fingiendo que aceptaba la dirección política de aquel reino que se estaba descosiendo por las costuras.
Cuando se dio cuenta de que iban en serio... se enfadó.
Debían haberse vuelto locos para ofrecerle el trono de un reino que su pariente materno más cercano había estado a punto de destruir y al que sus parientes paternos le habían asestado el golpe de gracia. ¿Quién en Azmahar querría que volviera a poner el pie allí, y mucho menos que gobernara el país?
Ellos insistieron en que representaban a aquellos que le veían como el salvador que Azmahar necesitaba.
Haidar nunca se había visto a sí mismo como un salvador. Era genéticamente imposible. ¿Cómo iba a ser un salvador si procedía de la semilla del diablo?
Según su hermano gemelo, reunía lo peor de su colorida carga genética. Sus seguidores contaban con que lo más nobles de ambas ramas corriera por sus venas y que por tanto sería el rey perfecto para Azmahar.
–Rey Haidar ben Atef Aal Shalaan –dijo en voz alta.
Sonaba ridículo. Y no solo la palabra «rey». El nombre y los apellidos también le parecían mentiras. Ya no parecían definirle a él. ¿Acaso lo habían hecho alguna vez? Después de todo no era un Aal Shalaan. Su aspecto, su sangre y su espíritu eran los de la familia Aal Munsoori. La de su madre. La Reina Demonio. La exreina Demonio. Lástima que él no pudiera ser nunca la exsemilla del diablo.
Su madre se había asegurado de que no tuviera nada de los Aal Shalaan. Empezando por el nombre. Desde que puso los ojos en sus hijos recién nacidos, vio que Haidar era una réplica exacta de ella y no se molestó en pensar un nombre para su hermano gemelo. Su padre le había puesto Jalal y profetizó que sería la grandeza de los Aal Shalaan. Jalal estaba haciendo un gran trabajo cumpliendo los ambiciosos planes de su padre.
Su madre escogió su nombre: Haidar, el león, un rey. Ya desde que nació quería que lo fuera, cuando sabía que era imposible sin montar una revolución.
Como princesa de Azmahar, se había casado por razones de estado con el rey de Zohayd sabiendo que sus hijos no estaban en la línea de sucesión al trono. Según las leyes de sucesión, solo los príncipes que fueran de Zohayd al cien por cien podían aspirar al trono. Así que, al parecer, había conspirado desde el principio para dividir Zohayd y luego volver a unirlo con ella al frente. Entonces podría dictar nuevas leyes que convertirían a sus hijos en los únicos herederos legítimos al trono. Haidar sería el primero en la línea sucesoria.
Dos años después de que se descubriera su conspiración y fuera abortada, Haidar todavía tenía momentos en los que lo negaba. Su padre podría haber provocado una guerra.
Había robado las joyas de Zohayd que conferían el derecho a reinar en el país. Tenía pensado dárselas al príncipe Yusuf Aal Waaked, el príncipe gobernante de Ossaylan, para que él destronara a su marido y reclamara el trono. Como solo tenía una hija, se vería obligado a nombrar sucesores a sus hijos.