La cultura bizantina - Ernesto Ballesteros Arranz - E-Book

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Ernesto Ballesteros Arranz

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Beschreibung

eBook Interactivo. El desplazamiento de Diocleciano y posteriormente la transformación cristiana de Constantino, a comienzos del siglo IV, abre un nuevo mundo cultural y artístico que nos ha dejado buenas muestras de su creatividad y belleza, como queremos mostrar en esta colección dedicada al arte bizantino que no sólo hereda el antiguo estilo helénico del que está muy próximo, sino que está marcado por el lujo y la riqueza que caracterizan el arte final del Imperio romano.

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ÍNDICE

PRINCIPALES ACONTECIMIENTOS HISTÓRICOS

ORGANIZACIÓN POLÍTICA, ECONÓMICA Y SOCIAL

CULTURA

DIFUSIÓN DE LA CULTURA BIZANTINA EN EL MUNDO ESLAVO

OTRAS PUBLICACIONES

El Imperio Bizantino es la prolongación del Bajo Imperio Romano, que hemos llamado Imperio Cristiano. Presenta unas características bien distintas a los reinos bárbaros occidentales de la Primera Edad Media. ¿Por qué dos continuaciones tan distintas? Fundamentalmente por el distinto concepto que tienen unos y otros (occidentales y orientales) de lo que es el mundo y lo que es el espíritu. En Occidente la Iglesia influye en la política y el Derecho (recordemos los Concilios de Toledo de los visigodos), pero no se identifica con el Estado. Hay una permanente hostilidad entre obispos y gobernantes, que les impide someterse a un poder diferente que el que ellos representan. El hombre occidental siente su personalidad dividida en dos esferas incanjeables: la esfera política y la esfera religiosa. La primera es el mundo social, la segunda protege su intimidad. No confunde nunca el trato social y el trato con Dios, porque para él Sociedad y Dios son dos fenómenos de perfil completamente distinto que se alojan en dos compartimentos estancos de su alma. De ahí que el hombre occidental nunca acepte someterse por entero a una sola de estas dos ideas. En Occidente, pues, ni la Iglesia ha estado jamás sujeta por completo al Estado, ni viceversa.

Muy al contrario, el hombre oriental no siente esta segmentación de su personalidad que significaría para él una escisión neurótica del espíritu. No distingue los atributos de ciudadano y fiel. Desde el primer momento conjuga y mezcla los asuntos políticos y los religiosos. Tiene una conciencia unitaria de su personalidad, opuesta al espíritu occidental, siempre analítico y diferenciador. No piensa el oriental que hay dos autoridades, una temporal y otra religiosa, porque no concibe que el trato social sea una cosa distinta que el trato con Dios. En rigor, sólo cree en una clase de autoridad legítima, la divina, y por eso, en Oriente, siempre han prosperado los regímenes absolutos investidos con autoridad teocrática. De un modo u otro, en unas u otras circunstancias, el monarca oriental es el representante de Dios en la Tierra. El poder civil es sólo un reflejo o manifestación sensible del poder religioso, único considerado como legítimo. Tanto el faraón egipcio, como el monarca asirio, como el emperador bizantino o el califa musulmán, no ejercen su enorme e ilimitado poder por razones temporales, sino como representantes de Dios, a quien se reconoce omnipotente y único. No es el hombre oriental un espíritu servil, sino un espíritu empequeñecido ante Dios, un náufrago de Dios. Esta condición psicológica y colectiva del oriental le da una mayor estabilidad anímica, aunque le resta facultades de acción en el campo material. Estamos hablando del hombre del Próximo Oriente, no del Extremo Oriente, cuyas características anímicas son muy distintas.

He aquí el esquema, extremadamente sucinto, de la distinta interpretación del Cristianismo por el hombre occidental y el oriental. Aquéllos lo instalan en el interior de su conciencia, como norma última de su comportamiento, y lo separan de sus actividades periféricas. Por eso jamás sujetan el Estado (política) a la Iglesia (religión). Viven estas dos organizaciones de un modo independiente y autónomo. Los orientales, en cambio (Bizancio), instalan el Cristianismo en el centrovital de su comportamiento y todo lo demás lo realizan en función de esto. La política sólo es una consecuencia de esa creencia primaria y absoluta. Por eso el monarca es el representante de Dios en la Tierra.

Se ha dicho frecuentemente que la distinta evolución histórica de Oriente y Occidente, en la Edad Media, se debe a su diferente economía (agrícola autárquica en Occidente y mercantil e industrial en Oriente). Pero nosotros no creemos que el único motor que impulsa la Historia sea la economía, sino también las creencias vitales y la imaginación.

El dilema se encuentra, al parecer, planteado en estos términos: o bien la economía es una consecuencia de la vida, o bien la vida es una consecuencia de la economía. Se trata, pues, de determinar cuál es la función primaria e inmediata del hombre: su vida o su actividad económica. Según tomemos un criterio u otro, resultarán dos puntos de vista históricos diferentes, como «historia vital» o «historia económica».

PRINCIPALES ACONTECIMIENTOS HISTÓRICOS

El año 330 Constantino funda Constantinopla sobre el solar de la antigua Bizancio e inaugura toda una época (que realmente tiene su arranque en el año 313: Edicto de Milán y liberación del Cristianismo). Era un lugar ideal, por su emplazamiento geográfico, para servir de centro a un Imperio que unía el Próximo Oriente y Europa Sudoriental. En Constantinopla confluyen varias corrientes de civilización: Mesopotámica y Persa, Helénica y Cristiana.

Del año 395 (muerte de Teodosio y separación oficial del Imperio) al 518, domina la dinastía Teodosiana, cuyos representantes más notables son Teodosio II, Zenón y Anastasio. La dinastía teodosiana fue acercando el Imperio cada vez más a los modelos orientales.

El año 518 sube al poder Justiniano (518-565), que marca una época de gran esplendor del Imperio de Bizancio. Este labrador deMacedonia (paisano, por tanto, de Aristóteles y Alejandro), tenía dos grandes obsesiones: la Idea de Imperio Absoluto y la Idea Cristiana. Vivió para realizar estas dos ideas en una sola: El Imperio Cristiano. Reconquistó a los bárbaros occidentales África, Sicilia, Italia, Córcega, Cerdeña, las Baleares y una zona de Hispania. Los merovingios le reconocieron como Señor y Emperador. Desarrolló además una ingente labor en el campo del Derecho (Corpus luris Civilis) y en el artístico, levantando los monumentos más importantes de la historia de Bizancio. Fue el portavoz de una ambición grandiosa y embriagadora que le hacía verse dueño del mundo como vicario de Dios en la Tierra. Pero este sueño tenía un capítulo irrealizable, la anexión de Occidente. Justiniano soñaba con someter a Roma y, por tanto, al Papa. Nunca pudo realizar este sueño. En cambio, su esposa, Teodora, tenía una Imagen más acertada de lo que era posible. Quería olvidarse de Roma y del Papa, romper todos los lazos que unían a Constantinopla con Occidente y levantar un Imperio reducido al ámbito oriental, sobre la herejía monofisita. En esta herejía se muestra de un modo patente la estructura del hombre occidental y del oriental, tal como la hemos presentado al principio de este capítulo. El occidental cree que en Cristo hay dos naturalezas, una divina y otra humana. No le cuesta trabajo pensar así, porque en su intimidad encuentra esta misma división entre sus creencias religiosas y su actividad temporal. El oriental sólo admite una naturaleza enCristo (monofisitas), que es la naturaleza divina, y cree que la apariencia humana era sólo un accidente sin importancia, porque no puede comprender dentro de su alma semejante escisión de la personalidad. Es decir, que tanto el occidental como el oriental, se imaginan a Dios con las características anímicas propias.

Teodora era monofisita y orientalizante, pero Justiniano prefería seguir las indicaciones de Roma, y en este sentido paraliza la evolución natural del Imperio bizantino. Hay que pensar que si se hubiese seguido la idea imperial de Teodora, Bizancio se hubiera defendido mejor contra árabes y persas. Constantinopla, lanzada hacia Oriente por Constantino, se ve detenida en su curso por Justiniano que -como Teodosio- quiere volver a unir la suerte de Oriente y Occidente. «El Oriente olvidado -dice Diehl- iba a vengarse del modo más terrible».