La de los tristes destinos - Benito Pérez Galdós - E-Book

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Benito Pérez Galdòs

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Beschreibung

El gran friso narrativo de los Episodios Nacionales sirvió de vehículo a Benito Perez Galdós (1843-1920) para recrear en el, novelescamente engarzada, la totalidad de la compleja vida de los españoles guerras, política, vida cotidiana, reacciones populares a lo largo del agitado siglo XIX. La de los tristes destinos, como se designo alusivamente a Isabel II, llega en este Episodio al fin de sus días como reina de España.

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BENITO PÉREZ GALDÓS

EPISODIOS NACIONALES 40

La de los tristes destinos

[5]

- I -

Madrid, 1866.- Mañana de Julio seca y luminosa.

Amanecer displicente, malhumorado, como el de los que madrugan sin haber dormido…

Entonces, como ahora, el sol hacía su presentación por el campo desolado de Abroñigal, y sus primeros rayos pasaban con movimiento de guadaña, rapando los árboles del Retiro, después los tejados de la Villa Coronada… de abrojos. Cinco de aquellos rayos primeros, enfilando oblicuamente los cinco huecos de la Puerta de Alcalá como espadas llameantes, iluminaron a trechos la vulgar fachada del cuartel de Ingenieros y las cabezas de un pelotón desgarrado de plebe que se movía en la calle alta de Alcalá, llamada también del Pósito. Tan pronto el vago gentío se abalanzaba con impulso de curiosidad hacia el cuartel; tan pronto reculaba hasta dar con la verja del Retiro, empujado por la policía y algunos civiles de a [6] caballo… El buen pueblo de Madrid quería ver, poniendo en ello todo su gusto y su compasión, a los sargentos de San Gil (22 de Junio) sentenciados a muerte por el Consejo de Guerra. La primera tanda de aquellos tristes mártires sin gloria se componía de diez y seis nombres, que fueron brevemente despachados de Consejo, Sentencia y Capilla en el cuartel de Ingenieros, y en la mañana de referencia salían ya para el lugar donde habían de morir a tiros; heroica medicina contra las enfermedades del Principio de Autoridad, que por aquellos días y en otros muchos días de la historia patria padecía crónicos achaques y terribles accesos agudos… Pues los pobres salieron de dos en dos, y conforme traspasaban la puerta eran metidos en simones. Tranquilamente desfilaban estos uno tras otro, como si llevaran convidados a una fiesta. Y

verdaderamente convidados eran a morir… y en lugar próximo a la Plaza de Toros, centro de todo bullicio y alegría.

Que en aquella plebe descollaban por el número y el vocerío las hembras, no hay para qué decirlo.

Compasión y curiosidad son sentimientos femeninos, y por esto en los actos patibularios le cuadra tan bien a la Tragedia el nombre de mujer. Las más visibles en el coro de señoras eran dos bellezas públicas y repasadas, Rafaela y Generosa Hermosilla, más conocidas por el mote de las Zorreras, del oficio y granjería de su padre, que figuró en la Revolución del [7] 54, después de haber dado notable impulso a la industria de zorros. Las dos hermanas, llorosas y sobrecogidas, se abrían paso a fuerza de codos para llegar a las filas delanteras, de donde pudieran ver de cerca los fúnebres simones, cada uno con su pareja de víctimas. Pasaron los primeros… Casi todos los reos iban serenos y resignados; algunos esquivando las miradas de la multitud, otros requiriéndola con melancólica expresión de un adiós postrero a Madrid y a la existencia. Era en verdad un espectáculo de los más lúgubres y congojosos que se podrían imaginar… Al paso del quinto coche, una de las Zorreras, la mayor y menos lozana de las dos, aunque en rigor la más bella, echó de su boca un ¡ay! terrorífico seguido de estas cortadas voces:

«Simón, Simón mío… adiós… Allá me esperes…».

Al decirlo se desplomó, y habría caído al suelo si no la sostuvieran, más que los brazos de su hermana, los cuerpos del apretado gentío. Este se arremolinó y abrió un hueco para que la desvanecida hembra pudiera ser sacada a sitio más claro, y pudieran darle aire y algún consuelo de palabras, que también en tales casos son aire que dan las lenguas haciendo de abanicos. En su retirada fue a parar la Zorrera a la verja del Retiro bajo, y en el retallo curvo del zócalo de piedra quedó medio sentada, asistida de su hermana y amigos. Dábale aire Generosa con un pañuelo, y una matrona lacia [8] y descaradota, reliquia de una belleza popular a quien allá por el 50

dieron el mote de Pepa Jumos, la consolaba con estas graves razones, de un sentido esencialmente hispánico: «No te desmayes, mujer; ten corazón fuerte, corazón de 2 de Mayo, como quien dice.

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