4,49 €
eBook Interactivo. Al mismo tiempo que los europeos luchaban entre sí denodadamente y realizaban las mejores obras artísticas de su historia, se lanzaban al mar dispuestos a desarrollar su economía de forma industrial y marítima, descubriendo los confines del Atlántico, del Índico y del Pacífico para establecer allí su poder económico y militar. El resultado, como no podía ser otro, fue el gran desarrollo comercial de sus países al mismo tiempo que un continuo enfrentamiento bélico por predominar en aquellas zonas unos contra otros. Estos resultados negativos se vieron compensados históricamente por la posibilidad de extender su arte y su cultura a los cinco continentes.
Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:
ÍNDICE
CIRCUNSTANCIAS QUE RODEAN LOS DESCUBRIMIENTOS
CUESTIONES ECONÓMICAS
EL ARTE DE NAVEGAR
LOS DESCUBRIMIENTOS AFRICANOS
LOS DESCUBRIMIENTOS ATLÁNTICOS
LA CONQUISTA COLONIAL
CONSECUENCIAS DE LOS DESCUBRIMIENTOS
OTRAS PUBLICACIONES
Si las Cruzadas tienen un efecto trascendente, tanto en el campo cultural como en el social y económico, los descubrimientos geográficos del siglo XVI representan un cambio mucho más decisorio para Europa Occidental. Vamos a contemplar en qué consistió ese cambio, cuáles fueron sus precedentes y cuáles sus consecuencias más importantes.
Es difícil explicarse todos los motivos de los descubrimientos del siglo XVI. Entre ellos debemos destacar el celo religioso y el afán de lucro. Hasta el siglo XII, tanto en España como en Portugal, había sido posible aumentar los medios de fortuna venciendo moros y apoderándose de sus tierras. Pero a partir del siglo XIII, la mayor parte de las tierras estaban ocupadas y no había medio de seguir conquistando terreno. La conquista y colonización de las Madeiras y de las Canarias son una consecuencia de esta circunstancia. En estas islas los españoles y los portugueses encontraron las tierras que ya no encontraban en la Península.
El comercio de especias, sedas, marfil, etc. era una ocupación rentable que había dado origen a muchas fortunas. La única vía de comercio de estos artículos era el Mediterráneo, y éste se encontraba en manos de los italianos, que impedían cualquier tráfico a los demás europeos. El único producto explotable que podía conseguirse en el Atlántico era el pescado, ocupación que, si no rentaba grandes beneficios, producía hábiles y arriesgados marinos. Los portugueses y los vascos se internaban profundamente en el Atlántico buscando pesca abundante y variada. El atractivo del Atlántico era tanto mayor cuanto que las leyendas medievales ocupaban la imaginación de los marineros portugueses y españoles con tesoros escondidos, riquezas ignotas y depósitos de perlas y piedras preciosas. Pero ese atractivo se veía refrenado por las leyendas sobre los monstruos terroríficos que poblaban el Océano (FIG. 1).
A la condición bélica y proselitista de los pueblos peninsulares, que llevaban varios siglos de lucha contra el infiel, y a la necesidad de comerciar con Oriente (bloqueado prácticamente por los italianos) se suma en el siglo XV un nuevo acicate. Los mismos italianos ven obstaculizado su comercio con Oriente cuando los turcos se apoderan de Constantinopla. Los artículos llegan en muy escasa cantidad y no bastan para satisfacer el pequeño mercado del lujo europeo. Los príncipes y nobles, que eran los que compraban esos artículos, sienten cada vez más necesidad de las sedas, especias, alfombras, perlas, piedras preciosas, etc…, y aumentan su cotización a precios astronómicos. Esta subida del precio de los artículos hace más apetecible la aventura del mar. Los italianos luchan diplomáticamente y por las armas para tener caminos abiertos hacia Asia, pero estos caminos no resultan practicables más que en períodos cortos e intermitentes. El comercio oriental se puso difícil incluso para los italianos. La invasión turca no sólo había yugulado las relaciones comerciales con Oriente, sino también las culturales. Europa había sido fecundada por el Islam, en su papel de difusor de la cultura helenística y alejandrina. Europa sentía, por ello, añoranza por mantener un paso abierto hacia Oriente. No podía prescindir de los contactos culturales que había mantenido durante varios siglos con los árabes.
Por otra parte, los habitantes peninsulares, que durante varios siglos habían sostenido una tensión bélica y religiosa contra los musulmanes, no podían renunciar sin mayor motivo a una vida peligrosa y aventurera. Solían dedicarse a la ganadería trashumante y seminómada, porque era la dedicación que mejor cuadraba con sus condiciones de vida. Estos ganaderos, habituados a la guerra, eran unos hombres perfectamente adaptados a cualquier tipo de conquista, gentes que preferían la vida difícil y siempre incierta de la lucha, a la vida sedentaria y sin ambiciones del labriego. Estos pastores formaron el mayor contingente de conquistadores en América, como veremos. En este sentido, la Reconquista fue una especie de entrenamiento para la enorme empresa de la conquista del Nuevo Mundo.
Otro motivo fue la falta de numerario en un momento crucial de la política castellana. Después de la conquista de Granada, los Reyes Católicos obligaron a los musulmanes y judíos a convertirse o abandonar el territorio peninsular. Muchos judíos fueron expulsados de Castilla y Aragón por este motivo. Aunque de momento se llenaron las arcas del Tesoro, pronto se sintió la falta de cotización en los impuestos y una paralización general de la vida económica peninsular. Los prometedores resultados de los primeros viajes forzaron a los monarcas a proseguir la política de conquista en el Nuevo Mundo.
El Renacimiento coincide, o se anticipa muy poco, a los grandes descubrimientos. La ideología renacentista, con su revalorización del individuo y del valor personal, es un nuevo estímulo de los descubrimientos. La influencia de la cultura clásica sobre los españoles fue notable. Algunas figuras, como la de Hernán Cortes, están directamente marcadas por la literatura clásica. Para Cortés, no sólo contaban los dos estímulos que hemos comentado antes (afán de lucro y celo religioso), sino más su anhelo de fama personal e imperecedera, que es una virtud claramente individualista y, por tanto, clásica y renacentista. En sus escritos habla una y otra vez de cuáles son sus motivos y sus deseos más importantes y los sitúa en las tres ideas que hemos expuesto anteriormente. La política de Cortés recuerda ciertamente la de Cesar, y, sin duda, el extremeño conocía la «Guerra de las Galias» del insigne romano. Este deseo de fama y honra no era exclusivo de los que, como Cortés, habían tenido acceso a los estudios superiores, sino que estaba extendido por igual entre la tropa. La posibilidad de conseguir un título o un situación de hidalguía era para los pastores castellanos y extremeños un estimulo más eficaz, si cabe, que el de la tierra y el dinero o el proselitismo religioso. Otro motivo, aunque más minoritario, que se registra entre los conquistadores, es la curiosidad, el afán por conocer cosas nuevas. Sobre todo, los fenómenos relacionados con la Historia Natural. Esta curiosidad simple y desinteresada se acusa netamente entre los conquistadores. Tierno Galván, en su obra «Acotaciones de la Historia Occidental en la Edad Moderna», dice que el primer hecho notorio en el que se acusa el Renacimiento es la subida deportiva o curiosa de Petrarca al Mont Ventoux. Pues bien, esta misma hazaña la realiza un lugarteniente de Cortés, Alvarado, subiendo al Popocatepelt. Por otro lado son innumerables las obras escritas sobre Historia Natural de las Indias. Las más conocidas son la «Historia General de Indias», de Gonzalo Fernández de Oviedo, y las «Décadas de Orbe Novo», de Pedro Mártir de Anglería.
No podemos olvidar el papel que juegan los adelantos técnicos que alumbró el siglo en materia naval. La imprenta también colaboró a la difusión de obras cartográficas y náuticas o simplemente a libros de viajes y exploración. Entre otros, debemos recordar los «Grandes voyages», de De Bry (FIG. 2); los «Paesi novamente retrovati», de Montalboddo; la «Cosmografia universalis», de Sebastián Munster, etc. Son cientos de títulos los que corren por Europa sobre esta materia. Uno de los personajes claves para entender este capítulo heroico de los descubrimientos europeos es el príncipe portugués D. Enrique el Navegante (FIG. 3). Sabemos que su anhelo principal no era económico ni religioso, sino simplemente la curiosidad por saber qué había más allá de «Canarias y Cabo Bojador». Bien es cierto que no era curiosidad científica y totalmente desinteresada de los beneficios materiales, tal como entendemos hoy la ciencia, sino que estaba firmemente ligada a algunos fines económicos, pero predominan más los estímulos aventureros que los económicos. Si no, no se explica que mantuviera costosas expediciones a países prácticamente improductivos. La leyenda del Preste Juan, imaginario emperador de Abisinia, fue un estímulo decisivo para los portugueses que llegaron a enviar legados a África en busca del legendario personaje.