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"La Española Inglesa" es una cautivadora obra de Cervantes que nos sumerge en un mundo de aventuras y dilemas morales. La historia comienza con el secuestro de Catalina de Oviedo, una niña española de familia noble, a manos de piratas berberiscos. Separada de su hogar y su cultura, Catalina es llevada a Inglaterra, donde es acogida por una familia noble inglesa que la adopta como propia.A medida que Catalina crece bajo la tutela de su nueva familia, se enfrenta a una serie de desafíos que ponen a prueba su identidad y sus lealtades. Por un lado, se ve atraída por la vida y las costumbres inglesas, así como por el amor que siente hacia un apuesto caballero inglés, Rutilio. Sin embargo, por otro lado, nunca olvida sus raíces españolas y el deseo de regresar a su tierra natal.El conflicto interior de Catalina se intensifica cuando descubre la verdad sobre su origen y el destino de su familia biológica. Este descubrimiento la obliga a tomar decisiones difíciles y a enfrentarse a las consecuencias de sus acciones. A lo largo de la novela, se explora el tema de la identidad, la lealtad y la búsqueda de la verdad, mientras Catalina lucha por reconciliar su pasado con su presente y su futuro."La Española Inglesa" no solo nos sumerge en una emocionante historia de aventuras y romance, sino que también nos invita a reflexionar sobre la naturaleza humana y los valores que dan forma a nuestras vidas. Es una obra que perdura en el tiempo como un testimonio de la maestría literaria de Cervantes y su capacidad para explorar los dilemas universales del ser humano.
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Seitenzahl: 83
MIGUEL DE CERVANTES
LA ESPAÑOLA INGLESA(De Novelas Ejemplares)
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN
LA ESPAÑOLA INGLESA
FIN
Título: La Española Inglesa (De Novelas Ejemplares)
Autor: Miguel de Cervantes Saavedra
Editorial: AMA Audiolibros
© De esta edición: 2024 AMA Audiolibros
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"La Española Inglesa" es una novela bizantina de Miguel de Cervantes Saavedra, publicada en 1613 como parte de la colección de doce novelas cortas conocida como "Novelas Ejemplares". La obra narra el rapto de Isabela, uno de los despojos que los ingleses se llevaron de la toma de Cádiz, y la captura de Ricaredo por los turcos. La novela es la historia de sus repatriaciones geográficas y religiosas, de la devolución de Isabela a sus padres verdaderos y de la reunión de los jóvenes amantes al final de la novela.
La historia comienza con el secuestro de Isabela, una niña española de apenas siete años, por parte de Clotaldo, un caballero inglés, impresionado por su belleza. Clotaldo lleva a Isabela a Inglaterra y la cría como a una hija, sin revelar su verdadera identidad a la Reina de Inglaterra. A medida que Isabela crece bajo la protección de Clotaldo y su familia, su belleza y gracia la convierten en el centro de atención en la corte inglesa.
Isabela, a pesar de vivir en Inglaterra, conserva sus modales españoles y su fe católica. Es en este contexto que Isabela y Ricaredo, el hijo de Clotaldo, se enamoran profundamente. Sin embargo, su amor enfrenta numerosos obstáculos, incluidos los planes de casamiento de Ricaredo con una joven escocesa.
La Reina de Inglaterra, al enterarse de la existencia de Isabela, decide poner a prueba a Ricaredo antes de permitirles casarse. Mientras tanto, Arnesto, un hombre de la corte, también se enamora de Isabela y, cuando ella lo rechaza, su madre intenta envenenar a Isabela, desfigurándola pero sin lograr acabar con su vida. A pesar de su cara desfigurada, Ricaredo sigue amando a Isabela, valorando su belleza interior y su lealtad. Finalmente, después de enfrentar numerosas pruebas y peligros, Ricaredo regresa a España justo a tiempo para impedir que Isabela tome los votos como monja y para casarse con ella, demostrando así su amor inquebrantable.
El tema de la belleza es fundamental en la novela, ya que Isabela es apreciada y despreciada por su belleza física. Sin embargo, Cervantes también muestra que su verdadera valía reside en su inteligencia y lealtad. A través de Isabela, Cervantes explora el papel de la mujer en la sociedad y la importancia de la belleza interior.
La religión también desempeña un papel importante en la novela, especialmente en la vida de la familia de Clotaldo, católicos secretos en Inglaterra. Los personajes enfrentan conflictos religiosos y morales, como cuando Ricaredo perdona la vida a sus enemigos católicos durante una expedición.
En cuanto a Inglaterra, Cervantes presenta una visión sorprendentemente favorable, retratando a la reina Isabel I, como una soberana tolerante y a la sociedad inglesa con cierta simpatía. Esto contrasta con la enemistad entre España e Inglaterra en la época en que se escribió la novela.
Entre los despojos que los ingleses llevaron de la ciudad de Cádiz, Clotaldo, un caballero inglés, capitán de una escuadra de navíos, llevó a Londres una niña de edad de siete años, poco más o menos; y esto contra la voluntad y sabiduría del conde de Leste, que con gran diligencia hizo buscar la niña para volvérsela a sus padres, que ante él se quejaron de la falta de su hija, pidiéndole que, pues se contentaba con las haciendas y dejaba libres las personas, no fuesen ellos tan desdichados que, ya que quedaban pobres, quedasen sin su hija, que era la lumbre de sus ojos y la más hermosa criatura que había en toda la ciudad.
Mandó el conde echar bando por toda su armada que, so pena de la vida, volviese la niña cualquiera que la tuviese, mas ningunas penas ni temores fueron bastantes a que Clotaldo la obedeciese, que la tenía escondida en su nave, aficionado, aunque cristianamente, a la incomparable hermosura de Isabel, que así se llamaba la niña. Finalmente, sus padres se quedaron sin ella, tristes y desconsolados, y Clotaldo, alegre sobremodo, llegó a Londres y entregó por riquísimo despojo a su mujer a la hermosa niña.
Quiso la buena suerte que todos los de la casa de Clotaldo eran católicos secretos, aunque en lo público mostraban seguir la opinión de su reina. Tenía Clotaldo un hijo llamado Ricaredo, de edad de doce años, enseñado de sus padres a amar y temer a Dios y a estar muy entero en las verdades de la fe católica. Catalina, la mujer de Clotaldo, noble, cristiana y prudente señora, tomó tanto amor a Isabel que, como si fuera su hija, la criaba, regalaba e industriaba; y la niña era de tan buen natural que con facilidad aprendía todo cuanto le enseñaban. Con el tiempo y con los regalos, fue olvidando los que sus padres verdaderos le habían hecho, pero no tanto que dejase de acordarse y de suspirar por ellos muchas veces y, aunque iba aprendiendo la lengua inglesa, no perdía la española, porque Clotaldo tenía cuidado de traerle a casa secretamente españoles que hablasen con ella. Desta manera, sin olvidar la suya, como está dicho, hablaba la lengua inglesa como si hubiera nacido en Londres.
Después de haberle enseñado todas las cosas de labor que puede y debe saber una doncella bien nacida, la enseñaron a leer y escribir más que medianamente, pero en lo que tuvo extremo fue en tañer todos los instrumentos que a una mujer son lícitos y esto con toda perfección de música, acompañándola con una voz que le dio el cielo, tan extremada que encantaba cuando cantaba.
Todas estas gracias, adqueridas y puestas sobre la natural suya, poco a poco fueron encendiendo el pecho de Ricaredo, a quien ella, como a hijo de su señor, quería y servía. Al principio le salteó amor con un modo de agradarse y complacerse de ver la sin igual belleza de Isabel y de considerar sus infinitas virtudes y gracias, amándola como si fuera su hermana, sin que sus deseos saliesen a los términos honrados y virtuosos. Pero, como fue creciendo Isabel, que ya cuando Ricaredo ardía tenía doce años, aquella benevolencia primera y aquella complacencia y agrado de mirarla se volvió en ardentísimos deseos de gozarla y de poseerla: no porque aspirase a esto por otros medios que por los de ser su esposo, pues de la incomparable honestidad de Isabela, que así la llamaban ellos, no se podía esperar otra cosa, ni aun él quisiera esperarla, aunque pudiera, porque la noble condición suya y la estimación en que a Isabela tenía, no consentían que ningún mal pensamiento echase raíces en su alma. Mil veces determinó manifestar su voluntad a sus padres y otras tantas no aprobó su determinación, porque él sabía que le tenían dedicado para ser esposo de una muy rica y principal doncella escocesa, asimismo secreta cristiana como ellos. Y estaba claro, según él decía, que no habían de querer dar a una esclava, si este nombre se podía dar a Isabela, lo que ya tenían concertado de dar a una señora. Y así, perplejo y pensativo, sin saber qué camino tomar para venir al fin de su buen deseo, pasaba una vida tal, que le puso a punto de perderla. Pero, pareciéndole ser gran cobardía dejarse morir sin intentar algún género de remedio a su dolencia, se animó y esforzó a declarar su intento a Isabela.
Andaban todos los de casa tristes y alborotados por la enfermedad de Ricaredo, que de todos era querido, y de sus padres con el extremo posible, así por no tener otro, como porque lo merecía su mucha virtud y su gran valor y entendimiento. No le acertaban los médicos la enfermedad, ni él osaba ni quería descubrírsela. En fin, puesto a romper por las dificultades que él se imaginaba, un día que entró Isabela a servirle, viéndola sola, con desmayada voz y lengua turbada le dijo:
—Hermosa Isabela, tu valor, tu mucha virtud y grande hermosura me tienen como me ves; si no quieres que deje la vida en manos de las mayores penas que pueden imaginarse, responda el tuyo a mi buen deseo, que no es otro que el de recebirte por mi esposa a hurto de mis padres, de los cuales temo que, por no conocer lo que yo conozco que mereces, me han de negar el bien que tanto me importa. Si me das la palabra de ser mía, yo te la doy, desde luego, como verdadero y católico cristiano, de ser tuyo, que, puesto que no llegue a gozarte, como no llegaré, hasta que con bendición de la Iglesia y de mis padres sea, aquel imaginar que con seguridad eres mía será bastante a darme salud y a mantenerme alegre y contento hasta que llegue el felice punto que deseo.
En tanto que esto dijo Ricaredo, estuvo escuchándole Isabela, los ojos bajos, mostrando en aquel punto que su honestidad se igualaba a su hermosura y a su mucha discreción su recato. Y así, viendo que Ricaredo callaba, honesta, hermosa y discreta, le respondió desta suerte:
—Después que quiso el rigor o la clemencia del cielo, que no sé a cuál destos extremos lo atribuya, quitarme a mis padres, señor Ricaredo, y darme a los vuestros, agradecida a las infinitas mercedes que me han hecho, determiné que jamás mi voluntad saliese de la suya y así, sin ella tendría no por buena, sino por mala fortuna la inestimable merced que queréis hacerme. Si con su sabiduría fuese yo tan venturosa que os merezca, desde aquí os ofrezco la voluntad que ellos me dieren y, en tanto que esto se dilatare o no fuere, entretengan vuestros deseos saber que los míos serán eternos y limpios en desearos el bien que el cielo puede daros.
Aquí puso silencio Isabela a sus honestas y discretas razones y allí comenzó la salud de Ricaredo y comenzaron a revivir las esperanzas de sus padres, que en su enfermedad muertas estaban.