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«La incógnita» y «Realidad» son dos ejemplos particularmente descollantes, por el propósito que movió a Galdós a escribir una novela epistolar («La incógnita») que se metamorfosea en una novela dialogada («Realidad») que acaba a su vez en una versión teatral. Las dos novelas representan para algunos críticos la ruptura con el naturalismo y el comienzo del psicologismo y el espiritualismo.
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La incógnita
Benito Pérez Galdós
A D. Equis X, en Orbajosa
Querido Equis: Allá va mi primera carta. La empiezo recordándote la condición sine qua non de mi compromiso epistolar, a saber: que esto no ha de leerlo nadie más que tú. Sólo con la seguridad de que humanos ojos, fuera de los tuyos de ratón, no han de ver el contenido de estas cartas, puedo ser, como me propongo, absolutamente sincero al escribirlas. A cambio de la solemne promesa de tu discreción, nada te ocultaré, ni aun aquello que recelamos confiar verbalmente al amigo más íntimo.
Ya que por tus pecados, de los cuales más vale no hablar, te ves recluido en la estrechez carcelaria de ese lugarón, donde todas las murrias del alma humana tienen su asiento, quiero enviarte la sal de estas cartas para que sazones con ella el pan desabrido de tu destierro [6] forzado o voluntario, que esto es harina de otro costal. En ellas verás personas, sucesos, chismes y trapisondas de esta pícara Corte, cuya confusión y bullicio tanto te agradan, como buen gato madrileño; y la sociedad que has dejado con pena, la vida esta, entretenidísima, variada y estimulante, revivirán en tu espíritu, descritas sin galanura, pero con veracidad, por tu mejor amigo.
Hemos cambiado nuestros papeles, como trocamos nuestra residencia. Yo perdí de vista a la gran Orbajosa, muy a gusto mío, para venirme acá, y tú abandonas tu patria intelectual para confinarte en lo que fue mi destierro durante cinco años de faenas tan necesarias como fastidiosas, arreglando dos testamentarías, midiendo y partijando fincas, pleiteando con medio pueblo, deshaciendo enredos de curiales y líos de lugareños astutos, deslindando pertenencias mineras, con otras muchas fatigas y trabajos que me permiten hombrearme con Hércules, y tener por niños de teta a los héroes más templados de la antigüedad. Yo resucito y tú mueres; yo salgo a la luz, y tú caes en ese pozo de ignorancia, malicia y salvaje ruindad. Y así como en mi largo cautiverio me distraje contándote las marrullerías y gansadas de esos lugareños, capaces de marear a Cristo, si Nuestro Señor tuviera el mal gusto de meterse con ellos; ahora que estoy en Madrid, libre, gozoso, [7] rico, sin otra pena que no tenerte a mi lado ahora que me agasajan y miman más de lo que merezco, y que la vida, con mi posición independiente y el cargo de diputado (obtenido de momio y por mi linda cara), es para mí como una racha favorable, que ojalá no se quede corta; ahora, querido Equis, estoy obligado a cuidar de que no te aburras o desesperes, y te escribiré con verdadero ensañamiento, a fin de alegrar algunos instantes de tu existencia solitaria. Lo peor es que no sabrá contar la historia de mi vida en Madrid de un modo que te interese y cautive. Ni poseo el arte de vestir con galas pintorescas la desnudez de la realidad, ni mi conciencia y mi estéril ingenio, ambos en perfecto acuerdo, me han de permitir inventar nada para entretenerte con graciosos embustes. Conoces a casi todas las personas de quienes he de hablarte. Mal podría yo, aunque quisiera, desfigurarlas; y en cuanto a los sucesos, que de fijo serán comunes y nada sorprendentes, el único interés que han de tener para ti es el que resulte de mi manera personal de verlos y juzgarlos. La última vez que hablamos me anticipastes (1) la opinión que yo había de formar de ciertas personas. Ya puedo anunciarte que has acertado con respecto a algunas. Otras hay que conoces poco, o al menos no las has visto tan de cerca como ahora las veo yo. Por estas quiero empezar, y creo darte agradable sorpresa estrenándome con [8] mi buen tío y padrino D. Carlos María de Cisneros, cuya fama de estrafalario justamente incita tu curiosidad. Sé que has deseado tratarle y que le admiras, por lo que de él se cuenta, como uno de los tipos más extraños de nuestra sociedad y de nuestra raza. Yo te le presentaré. Verás su casa y sus costumbres, le oirás exponer sus ideas, que a las de ningún mortal se parecen, y será tu amigo como lo es mío.