La interpretación de los sueños - Sigmund Freud - E-Book

La interpretación de los sueños E-Book

Sigmund Freud

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Beschreibung

En 1899 Freud publicaba por primera vez la obra que sería considerada como la más importante, representativa e influyente de su toda su producción: La interpretación de los sueños. Con ella daba inicio a una nueva disciplina, el psicoanálisis, que proponía el modo a través del cual acceder al inconsciente tomando elementos de las experiencias vividas. Por primera vez se introdujo el concepto del Yo y los sueños fueron objeto de un estudio científico. Gracias al método propuesto por Freud, pudieron interpretarse los contenidos de aquellos, generalmente como la representación de deseos latentes. La interpretación de los sueños es un libro fundamental para quienes quieran conocer o profundizar en las teorías del padre de psicoanálisis.

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Akal / Básica de Bolsillo / 267

Sigmund Freud

La interpretación de los sueños

Flectere si nequeo superos, Acheronta movebo

Traducción: Alfredo Brotons Muñoz

Diseño de portada

Sergio Ramírez

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

© Ediciones Akal, S. A., 2013

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-3818-4

Nota preliminar

[A la primera edición, 1900]

Al intentar exponer aquí la interpretación de los sueños, no creo haber rebasado el círculo de los intereses neuropatológicos. Pues el examen psicológico demuestra que los sueños son el primer eslabón de una serie de formaciones psíquicas anormales, entre cuyos eslabones subsiguientes, las fobias histéricas, la representación obsesiva y la delirante deben ocupar al médico por motivos prácticos. Los sueños –como se mostrará– no pueden aspirar a semejante significado práctico; pero tanto mayor es su valor teórico como paradigma, y quien no sepa explicarse la génesis de las imágenes oníricas se esforzará también en vano por comprender las fobias, las ideas obsesivas y delirantes, eventualmente por ejercer una influencia terapéutica sobre ellas.

Pero a la misma correlación a la que nuestro tema debe toda su importancia cabe también hacerla responsable de los defectos del presente trabajo. Las tan abundantes zonas de fractura que se encontrarán en esta exposición corresponden a otros tantos puntos de contacto en los que el problema de la formación de sueños interfiere en problemas más amplios de la psicopatología que aquí no han podido tratarse y a los que, si el tiempo y la fuerza alcanzan y se presenta nuevo material, deberán dedicarse trabajos ulteriores.

Las peculiaridades del material empleado para la elucidación de la interpretación de los sueños me han dificultado también esta publicación. Del trabajo mismo se deduce por qué todos los sueños contados en la bibliografía o recogidos por desconocidos habían de resultar inútiles para mis fines; la única elección que tenía estaba entre los propios sueños y los de mis pacientes sometidos a tratamiento psicoanalítico. La utilización de este último material me la vedaba la circunstancia de que aquí los procesos oníricos están sujetos a una indeseada complicación debida a la intromisión de caracteres neuróticos. Pero la comunicación de mis propios sueños llevaba indisociablemente aparejada que yo abriera las intimidades de mi vida psíquica a miradas extrañas más de lo que podía serme grato y de lo que normalmente constituye la tarea de un autor que no es poeta sino investigador de la naturaleza. Esto era penoso pero inevitable; me avine a ello para no tener que renunciar en general a la demostración de mis resultados psicológicos. Naturalmente, no he podido resistirme a la tentación de, mediante omisiones y sustituciones, truncar no pocas indiscreciones; siempre que esto ha sucedido ha redundado en perjuicio decisivo del valor de los ejemplos por mí utilizados. Sólo puedo expresar la esperanza de que los lectores de este trabajo se pongan en mi difícil situación para ejercer la indulgencia conmigo, y además de que todas las personas que se sientan de alguna manera afectadas por los sueños comunicados no quieran negar la libertad de pensamiento al menos a la vida onírica.

Prólogo a la segunda edición

Que aun antes de completarse el primer decenio haya sido necesaria una segunda edición de este libro de difícil lectura no se lo debo al interés de los círculos profesionales a los que me había dirigido en las frases precedentes. Mis colegas de la psiquiatría no parecen haber hecho esfuerzo alguno por superar la extrañeza inicial que pudo despertar mi novedosa concepción de los sueños, y es evidente que los filósofos de profesión, ahora acostumbrados a tratar –mayoritariamente las mismas– los problemas de la vida onírica como apéndice de los estados conscientes, con algunas frases, no se han percatado de que precisamente en este extremo se pueden sacar a la luz toda clase de cosas que por fuerza han de llevar a una radical reconfiguración de nuestras doctrinas psicológicas. La actitud de la crítica de libros científicos sólo podía justificar la expectativa de que el destino de esta obra mía había de ser un silenciamiento mortal; ni siquiera la pequeña tropa de valientes adeptos que siguen mi guía en la aplicación médica del psicoanálisis e interpretan los sueños según mi ejemplo a fin de aprovechar estas interpretaciones en el tratamiento de los neuróticos, habría agotado la primera edición del libro. Me siento, pues, en deuda con ese más amplio círculo de personas cultas y ávidas de saber cuya simpatía me ha inducido a emprender de nuevo, al cabo de nueve años, este trabajo difícil y en tantos aspectos fundamental.

Me complace poder decir que he encontrado poco que cambiar. Aquí y allá he insertado nuevo material, agregado tal o cual conocimiento extraído de mi acrecentada experiencia, intentado revisiones en algunos pocos puntos; pero todo lo esencial sobre los sueños y su interpretación, así como sobre los principios psicológicos de ahí derivados, no ha cambiado; al menos subjetivamente, ha resistido la prueba del tiempo. Quien conoce mis otros trabajos (sobre la etiología y el mecanismo de las psiconeurosis) sabe que jamás he hecho pasar por acabado algo inacabado y siempre me he esforzado por modificar mis formulaciones conforme al progreso de mis intelecciones; en el terreno de la vida onírica he podido atenerme a mis primeras comunicaciones. En los largos años de mi trabajo con los problemas de las neurosis, muchas veces he vacilado, y en no pocas me he sentido confundido; entonces siempre ha sido La interpretación de los sueños la que me ha devuelto mi seguridad. Mis numerosos adversarios científicos dan por consiguiente muestras de seguro instinto al no querer seguirme justamente en el terreno de la investigación de los sueños.

También el material de este libro, estos sueños propios que, en gran parte devaluados o superados por los acontecimientos, me sirvieron para elucidar las reglas de la interpretación de los sueños, ha demostrado al revisarlo una capacidad de persistencia refractaria a cualquier modificación de fondo. Para mí este libro tiene, en efecto, otro significado subjetivo que sólo pude comprender tras su conclusión. Se me reveló como una parte de mi autoanálisis, como mi reacción a la muerte de mi padre[1], es decir, al acontecimiento más significativo, a la pérdida más decisiva en la vida de un hombre. Tras haberlo reconocido, me sentí incapaz de borrar las huellas de esta influencia. Pero para el lector puede ser indiferente con qué material aprenda a considerar e interpretar los sueños.

Cuando no he podido incluir en el antiguo contexto una observación ineludible, he indicado mediante corchetes su procedencia de la segunda elaboración[2].

Berchtesgaden, verano de 1908

[1] En 1896. [N. del T.]

[2] Estos se suprimieron en las siguientes ediciones. [N. del T.]

Prólogo a la tercera edición

Mientras que entre la primera y la segunda edición de este libro transcurrió un lapso de nueve años, la necesidad de una tercera ya se hizo notar al cabo de poco más de un año. Bien puedo alegrarme de este cambio; pero si antes no acepté el desdén de mi obra por parte de los lectores como prueba de su escaso valor, tampoco puedo aprovecharme del interés ahora manifestado como prueba de su excelencia.

El progreso del conocimiento científico tampoco ha dejado de afectar a La interpretación de los sueños. Cuando la redacté en 1899, la Teoría sexual aún no existía, el análisis de las formas más complejas de las psiconeurosis todavía estaba en sus inicios. La interpretación de los sueños había de ser un recurso auxiliar para posibilitar el análisis psicológico de las neurosis; desde entonces, la comprensión profundizada de las neurosis ha repercutido a su vez sobre la concepción de los sueños. La doctrina misma de la interpretación de los sueños ha seguido desarrollándose en un sentido sobre el que no se había puesto suficientemente el acento en la primera edición de este libro. Por propia experiencia, lo mismo que gracias a los trabajos de W. Stekel y de otros, he aprendido desde entonces a apreciar más correctamente el alcance y el significado del simbolismo en los sueños (o, más bien, en el pensamiento inconsciente). Así es como en el curso de estos años se han acumulado muchas cosas que exigían ser tomadas en consideración. He procurado tener en cuenta estas novedades mediante numerosos añadidos al texto y la inclusión de notas al pie. Ahora bien, si algunas veces estas adiciones amenazan con romper el marco de la exposición, o si no en todos los pasajes se ha conseguido elevar el texto primitivo al nivel de nuestras actuales intelecciones, ruego indulgencia para estas faltas del libro, pues sólo son consecuencias e indicios del acelerado desarrollo actual de nuestro saber. También me atrevo a predecir en qué otros sentidos se apartarán de la presente futuras ediciones de La interpretación de los sueños –en el caso de que resultaran necesarias–. Por un lado, habrán de perseguir una vinculación más estrecha con el rico material de la poesía, del mito, el uso del lenguaje y el folclore; por otro, tratar las relaciones de los sueños con la neurosis y el trastorno mental aún más a fondo de lo que aquí ha sido posible.

El señor Otto Rank me ha prestado valiosos servicios en la selección de los añadidos y ha tomado a su exclusivo cargo la revisión de las galeradas. Estoy en deuda de gratitud con él y con muchos otros por sus contribuciones y retoques.

Viena, primavera de 1911

Prólogo a la cuarta edición

El año pasado (1913), el Dr. A. A. Brill, de Nueva York, concluyó la traducción inglesa de este libro (The interpretation of dreams, G. Allen & Co., Londres).

En esta ocasión, el Dr. Otto Rank no sólo se encargó de las correcciones, sino que también aportó al texto dos contribuciones independientes (apéndice al capítulo VI).

Viena, junio de 1914

Prólogo a la quinta edición

El interés por La interpretación de los sueños tampoco ha decrecido durante la Guerra Mundial, e incluso antes del final de esta ha hecho necesaria una nueva edición. Pero en ella no se ha podido tomar en cuenta toda la nueva bibliografía posterior a 1914; la extranjera ni siquiera ha llegado a mi conocimiento o al del doctor Rank.

Está a punto de aparecer una traducción húngara de La interpretación de los sueños firmada por los doctores Hollós y Ferenczi. En mis Lecciones de introducción al psicoanálisis, publicadas en 1916-1917 (H. Heller, Viena), la parte central, que comprende once conferencias, está dedicada a exponer los sueños de manera más elemental y en conexión más íntima con la doctrina de las neurosis. En su conjunto constituye un extracto de La interpretación de los sueños, aunque en ciertos puntos resulta más minuciosa.

No he podido decidirme a realizar una reelaboración radical de este libro, pues lo elevaría al nivel de nuestras actuales concepciones psicoanalíticas pero destruiría su especificidad histórica. Mas opino que, en su existencia de casi dos décadas, ha cumplido su misión.

Budapest-Steinbruch, julio de 1918

Prólogo a la sexta edición

Las dificultades por las que actualmente atraviesa la industria editorial han tenido como consecuencia que esta nueva edición se haya retrasado mucho más de lo que habría correspondido a la demanda y que –por vez primera– aparezca como reimpresión inalterada de la anterior. Sólo el índice bibliográfico al final del libro ha sido completado y ampliado por el Dr. O. Rank.

No se ha confirmado, pues, mi presunción de que este libro habría cumplido su misión en casi dos décadas de existencia. Podría decir más bien que tiene una nueva misión que cumplir. Si antes se trataba de ofrecer algunas ilustraciones sobre la esencia de los sueños, ahora no es menos importante contrarrestar los tenaces errores de interpretación a los que están expuestas estas ilustraciones.

Viena, abril de 1921

Prólogo a la octava edición

En el lapso de tiempo entre la última –séptima– edición de este libro (1922) y la presente actualización, el Internationaler Psychoanalytischer Verlag de Viena ha editado mis Escritos completos. En estos, el segundo volumen lo constituye el texto restablecido de la primera edición, mientras que todas las adiciones posteriores se reúnen en el tercer volumen. Las traducciones aparecidas en el mismo ínterin se ajustan a la forma independiente de publicación del libro, así la francesa de I. Meyerson en 1926 con el título La science des rêves (en la «Bibliothèque de Philosphie contemporaine»), la sueca de John Landquist en 1927 (Drömtydning) y la española de Luis López Ballesteros y de Torres que ocupa los volúmenes VI y VII de las Obras completas. La traducción húngara, que ya en 1918 consideraba inminente, aún no ha aparecido[1].

En lo esencial, en la presente revisión de La interpretación de los sueños también he tratado la obra esencialmente como documento histórico y sólo he efectuado en ella aquellas modificaciones que me han parecido imprescindibles para la clarificación y profundización de mis propias opiniones. Conforme a esta posición, he renunciado definitivamente a la inclusión en este libro de la bibliografía sobre el problema de los sueños posterior a la primera aparición de La interpretación de los sueños y he suprimido las secciones correspondientes de las ediciones anteriores. Igualmente han desaparecido aquí los dos ensayos, Sueño y poesía y Sueño y mito, aportados por el Dr. Otto Rank a las ediciones precedentes.

Viena, diciembre de 1929

[1] Esta traducción apareció en 1934. [N. del T.]

Prefacio a la tercera edición inglesa de La interpretación de los sueños

En 1909, G. Stanley Hall me invitó a la Universidad de Clark, en Worcester, para que pronunciara allí las primeras conferencias sobre psicoanálisis. El mismo año, el doctor Brill publicó la primera de sus traducciones de escritos míos, a la que no tardaron en seguir otras. Si el psicoanálisis desempeña hoy un papel en la vida intelectual de los Estados Unidos o si lo hace en el futuro, gran parte de este resultado habrá de atribuirse a esta y otras actividades del doctor Brill.

Su primera traducción de La interpretación de los sueños apareció en 1913. Mucho es lo ocurrido en el mundo desde entonces y mucho lo que ha cambiado en nuestras opiniones sobre las neurosis. Este libro, con la nueva contribución a la psicología que tanto sorprendió al mundo cuando fue publicado (1900), no ha sufrido modificaciones esenciales. Contiene, incluso según mi parecer actual, el más valioso de todos los descubrimientos que he tenido la suerte de realizar. Una intuición como esta no la tiene uno más que una vez en la vida.

Viena, 15 de marzo de 1931

I

La bibliografía científica sobre los problemas de los sueños[1]

En las páginas que siguen demostraré que existe una técnica psicológica que permite interpretar los sueños y que, con la aplicación de este procedimiento, cada sueño se revela como una formación psíquica plena de sentido a la que cabe asignar un lugar preciso en la actividad anímica en estado de vigilia. Intentaré además aclarar los procesos de los que deriva el carácter extraño e incognoscible de los sueños y deducir de estos una conclusión sobre la naturaleza de las fuerzas psíquicas cuya acción en los mismos u opuestos sentidos produce los sueños. Logrado esto, interrumpiré mi exposición, pues habrá llegado al punto en el que el problema de los sueños desemboque en problemas más vastos cuya solución debe abordarse mediante el examen de un material distinto.

Antepongo una visión panorámica tanto de los logros de autores anteriores como del estado actual de los problemas de los sueños en la ciencia, dado que en el curso de este tratado no habrá muchas ocasiones de volver sobre ello. Y es que, pese a los esfuerzos realizados a lo largo de varios milenios, la comprensión científica de los sueños ha avanzado muy poco. Esto es tan universalmente reconocido por los autores que parece superfluo citar opiniones aisladas. En los escritos cuyo catálogo añado al final de mi trabajo se encuentran muchas observaciones sugerentes y un rico e interesante material sobre nuestro tema, pero nada o poco que se refiera a la esencia de los sueños o resuelva de manera definitiva uno solo de sus enigmas. Naturalmente, aún menos ha pasado al conocimiento de los legos cultos.

Qué concepción de los sueños tuvieron en los primeros tiempos de la humanidad los pueblos primitivos y qué influencia ejercieron aquellos en la formación de sus visiones del mundo y del alma constituyen un tema de tan elevado interés que sólo de mala gana he excluido su estudio en este contexto. Remito a las conocidas obras de sir J. Lubbock, H. Spencer, E. B. Tylor y otros, y sólo añadiré que el alcance de estos problemas y especulaciones sólo podremos comprenderlo tras haber llevado a cabo la tarea que nos hemos propuesto, la «interpretación de los sueños».

Un eco de la concepción primitiva de los sueños subyace evidentemente a la valoración de los sueños entre los pueblos de la Antigüedad clásica[2]. Suponían estos que los sueños guardaban relación con el mundo de seres sobrehumanos en el que ellos creían, y que contenían revelaciones hechas por dioses y demonios. Eran, además, de la opinión de que los sueños tenían para el que soñaba una importante intención, por lo regular la de anunciarle el porvenir. La extraordinaria diversidad en cuanto al contenido y la impresión de los sueños hacía, de todas maneras, difícil llegar a una concepción unitaria de estos y obligó a múltiples diferenciaciones y agrupamientos de los sueños según su valor y fiabilidad. Naturalmente, la valoración de los sueños entre los filósofos de la Antigüedad no era independiente del lugar que cada uno estaba, en general, dispuesto a otorgar a la mántica.

En los dos estudios de Aristóteles que se ocupan de los sueños, estos ya se han convertido en objeto de la psicología. Nos enteramos de que los sueños no son enviados por los dioses, no son de naturaleza divina, sino indudablemente demoniaca, pues la naturaleza es demoniaca, no divina; es decir, los sueños no proceden de una revelación sobrenatural, sino que obedecen a las leyes del espíritu humano, desde luego emparentado con la divinidad. Los sueños se definen como la actividad anímica del durmiente.

Aristóteles[3] conoce algunos de los caracteres de la vida onírica, p. e., que los sueños reinterpretan, magnificándolos, pequeños estímulos que se producen mientras se duerme («uno cree atravesar un fuego y quemarse con sólo que se dé un calentamiento totalmente insignificante de este o aquel miembro»[4]), y de esta circunstancia concluye que los sueños muy bien podrían constituir para el médico los primeros indicios, no percibidos durante el día, de una incipiente alteración en el cuerpo[5].

Como se sabe, antes de Aristóteles los antiguos no consideraban los sueños como un producto del alma que soñaba, sino como una inspiración divina, y ya señalaban en ellos las dos corrientes contrarias con que siempre nos encontraremos en la valoración de la vida onírica. Los sueños verdaderos y valiosos enviados al durmiente para advertirle o anunciarle el porvenir se distinguían de los vanos, engañosos y fútiles, cuyo propósito era llevarlo al error o causar su perdición.

Gruppe (1906, vol. 2, p. 390)[6] reproduce tal división de los sueños según Macrobio y Artemidoro:

Los sueños se dividían en dos clases. Sobre la primera solamente influía el presente (o el pasado), pero carecía de significación con respecto al futuro; comprendía los ἐνὺπνια, insomnia, que reproducen inmediatamente la representación dada o la opuesta, p. e., el hambre o su aplacamiento, y los φαντὰσματα, que amplían fantásticamente la representación dada, como p. e. la pesadilla, ephialtes. La otra clase era por el contrario considerada como determinante del futuro; a ella pertenecen: 1) el presagio directo, recibido en sueños (χρηματισμός, oraculum), 2) la predicción de un acontecimiento inminente (ὃραμα, visio), 3) el sueño simbólico, que necesita exégesis (ὄνειρος, somnium). Esta teoría se ha mantenido durante muchos siglos.

La tarea de una «interpretación de los sueños»[7] guardaba relación con esta alternante valoración de los mismos. Que por lo general de los sueños se esperaran importantes revelaciones pero no todos los sueños se entendieran inmediatamente ni pudiera saberse si un determinado sueño incomprensible anunciaba o no algo importante, dio lugar a los esfuerzos por sustituir el contenido incomprensible del sueño por uno comprensible y pleno de sentido. En la Antigüedad tardía se consideró como la máxima autoridad en la interpretación de los sueños a Artemidoro de Dalis, cuya extensa obra [Oneirocritica] ha de compensarnos por los escritos con el mismo contenido que se han perdido[8].

La precientífica concepción de los sueños entre los antiguos se hallaba seguramente en la más completa consonancia con toda su cosmovisión, la cual solía proyectar como realidad en el mundo exterior lo que sólo tenía realidad en el interior de la vida anímica. Respondía además a la impresión dominante que en estado de vigilia provocan los sueños a través del recuerdo que perdura por la mañana, pues en este recuerdo los sueños se oponen como algo extraño, por así decir procedente de otro mundo, al contenido psíquico restante. Sería por lo demás erróneo suponer que la doctrina del origen sobrenatural de los sueños carece de partidarios en nuestros días; aparte de todos los escritores pietistas y místicos –que obran con toda consecuencia al seguir aferrándose a los restos del otrora vasto dominio de lo sobrenatural mientras la explicación de las ciencias naturales no los conquiste–, a pesar de todo, también se encuentran hombres sagaces y reacios a todo aventurerismo cuya fe religiosa en la existencia y en la intervención de fuerzas espirituales sobrehumanas tratan de apoyarla precisamente en lo inexplicable de los fenómenos oníricos (Haffner). El alto valor otorgado a la vida onírica por no pocas escuelas filosóficas, p. e. los schellingianos, es un claro eco de la divinidad, indiscutida en la Antigüedad, de los sueños, y tampoco ha concluido el debate sobre el poder adivinatorio y revelador del porvenir atribuido a los mismos, pues los intentos de explicación psicológica no bastan para dominar el material acumulado, por más inequívocamente que las simpatías de todo adepto del modo científico de pensar propendan al rechazo de una afirmación como esa.

Escribir una historia de nuestro conocimiento científico de los problemas de los sueños es tan difícil porque en este conocimiento, por valioso que haya llegado a ser en algunos puntos aislados, no cabe señalar un progreso en direcciones precisas. No se ha llegado a establecer una base de resultados seguros sobre la que un investigador posterior habría seguido construyendo, sino que cada nuevo autor vuelve a abordar de nuevo y como desde el origen los mismos problemas. Si quisiera atenerme al orden cronológico de los autores e informar sinópticamente de sus opiniones sobre los problemas de los sueños, habría de renunciar a bosquejar un claro cuadro global del estado actual del conocimiento de los sueños; por eso he preferido ligar mi exposición a los temas en lugar de a los autores y para cada problema de los sueños citar el material para su solución consignado en la bibliografía.

Pero, dado que no he conseguido dominar toda la bibliografía sobre el tema, tan dispersa y que se extiende a otros distintos, he de rogar a mis lectores que se conformen con que en mi exposición no se haya olvidado ningún hecho fundamental ni ningún punto de vista importante.

Hasta hace poco, la mayoría de los autores se han visto obligados a tratar la dormición y los sueños en el mismo contexto y, por regla general, a agregar además la consideración de estados análogos que entran en la psicopatología y de episodios similares a los sueños (alucinaciones, visiones, etc.). En cambio, en los trabajos más recientes se tiende a restringir el tema y, así, a no tomar como objeto más que una sola cuestión de la vida onírica. Me gustaría ver en esta transformación una expresión del convencimiento de que en asuntos tan oscuros únicamente puede llegarse a un esclarecimiento y a un acuerdo mediante una serie de investigaciones de detalle. No otra cosa que una investigación de detalle como esa, y sin duda que de naturaleza específicamente psicológica, es lo que aquí puedo ofrecer. Yo no había tenido muchas ocasiones de ocuparme del problema de la dormición, pues esta es una cuestión esencialmente fisiológica por más que en la caracterización del estado de dormición haya de incluirse la modificación de las condiciones de funcionamiento del aparato anímico. Aquí, por tanto, no se va a tener en cuenta la bibliografía sobre la dormición.

El interés científico por los problemas de los sueños en sí conduce al planteamiento de las siguientes cuestiones, en parte confluentes:

A. Relación de los sueños con la vida en estado de vigilia

El juicio ingenuo de quien está despierto admite que los sueños –aunque ya no provienen de otro mundo– sí se habían llevado al durmiente a otro mundo distinto. El viejo fisiólogo Burdach, al que debemos una concienzuda y sutil descripción de los problemas de los sueños, expresó esta convicción en una frase muy relevante (1838, p. 499):

[…] jamás se repite la vida diurna con sus fatigas y placeres, sus alegrías y dolores; por el contrario, los sueños tienden a liberarnos de ella. Incluso cuando toda nuestra alma está llena de un objeto, aun cuando un profundo dolor desgarra nuestro interior o una tarea acapara todas nuestras fuerzas espirituales, los sueños, o bien nos dan algo totalmente extraño, o bien no toman de la realidad más que elementos aislados para sus combinaciones, o bien adquieren el tono de nuestro humor y simbolizan la realidad efectiva.

I. H. Fichte (1864, vol. 1, p. 541), en el mismo sentido, habla directamente de sueños complementarios, a los que considera uno de los beneficios secretos de la naturaleza autocurativa del espíritu[9]. En análogo sentido se pronuncia asimismo L. Strümpell en el estudio con razón unánimemente ensalzado sobre la naturaleza y la génesis de los sueños (1887, p. 16): «Quien sueña, ha vuelto la espalda al mundo de la consciencia despierta…»; (ibid., p. 17): «En el sueño se pierde por entero la memoria con respecto al ordenado contenido de la consciencia despierta y a su comportamiento normal…»; (ibid., p. 19): «La separación casi desprovista de recuerdos que en los sueños se da entre el alma y el contenido y el curso regulares de la vida despierta…».

Pero la inmensa mayoría de los autores ha defendido la concepción opuesta sobre la relación de los sueños con la vida en estado de vigilia. Así, Haffner (1887, p. 245): «De entrada los sueños prosiguen la vida en estado de vigilia. Nuestros sueños se agregan constantemente a las representaciones que poco antes han residido en la consciencia. Una observación exacta encontrará casi siempre un hilo que enlaza los sueños con las vivencias del día anterior». Weygandt (1893, p. 6) contradice directamente la afirmación de Burdach citada más arriba, pues «con frecuencia puede aparentemente observarse en la inmensa mayoría de los sueños que estos nos conducen de nuevo a la vida ordinaria en vez de liberarnos de ella». Maury (1878, p. 51) dice en una concisa fórmula: «Nous rêvons de ce que nous avons vu, dit, désiré ou fait»[10], y Jessen, en su Psicología aparecida en 1855 (p. 530), se extiende algo más: «En mayor o menor medida, el contenido de los sueños está constantemente determinado por la personalidad individual, por la edad, el sexo, la posición, el grado de cultura y el modo de vida habitual, y por los acontecimientos y experiencias de toda la vida anterior».

Con respecto a esta cuestión[11], quien adopta una actitud más inequívoca es el filósofo J. G. E. Maaß (1805):

La experiencia corrobora nuestra afirmación según la cual lo que con más frecuencia soñamos son las cosas que provocan nuestras más ardientes pasiones, de donde se deduce que nuestras pasiones han de tener influencia sobre la generación de nuestros sueños. El ambicioso sueña con los laureles alcanzados (tal vez sólo en su imaginación) o por alcanzar, mientras que en sus sueños el enamorado se ocupa del objeto de sus dulces esperanzas… Todos los deseos y execraciones eróticos que dormitan en el corazón, cuando por cualquier razón son estimulados, pueden hacer que las representaciones con ellos asociadas originen un sueño o que estas representaciones se inmiscuyan en un sueño ya dado… (Comunicado por Winterstein, 1912.)

No de otro modo pensaban los antiguos sobre la dependencia del contenido del sueño con respecto a la vida. Cito a Radestock (1879, p. 134): «Cuando Jerjes, antes de su expedición contra Grecia, era disuadido de su decisión por buenos consejos pero una y otra vez enardecido por sueños, ya el racional intérprete de sueños persa Artabanos le dijo acertadamente que las imágenes oníricas contenían la mayor parte de las veces lo que el hombre ya pensaba despierto».

En el poema didáctico de Lucrecio titulado De rerum natura se encuentra el pasaje (IV, v. 962):

Et quo quisque fere studio devinctus adhaeret,

aut quibus in rebus multum summus ante morati

atque in ea ratione fuit contenta magis mens,

in somnis eadem plerumque videmur obire;

causidici causae agere et componere leges,

induperatores pugnare ac proelia obire, etc., etc.[12].

Cicerón (De divinatione, II, lxvii, p. 140) dice de manera muy parecida a como mucho después dirá Maury: «Maximeque reliquiae earum rerum moventur in animis et agitantur, de quibus vigilantes aut cogitavimus aut egimus»[13].

La contradicción entre estas dos opiniones sobre la relación de la vida onírica y la vida en estado de vigilia parece realmente insoluble. Es por ello oportuno recordar las teorías de F. W. Hildebrandt (1875, pp. 8 ss.), según el cual no cabría describir las peculiaridades de los sueños sino mediante una «serie de antítesis que llegan aparentemente hasta la contradicción».

La primera de estas antítesis la forman por un lado la disociación y exclusión absolutas entre los sueños y la vida real y verdadera, y por otro lado la constante intrusión de aquellos en esta, la constante dependencia de aquellos con respecto a esta. Los sueños son algo totalmente ajeno a la realidad vivida en estado de vigilia, podríamos decir una existencia herméticamente encerrada en sí misma, separada de la vida real por un infranqueable abismo. Nos apartan de la realidad, extinguen en nosotros el normal recuerdo de esta, y nos sitúan en un mundo distinto y una historia vital por completo diferente que en el fondo no tiene nada que ver con la real…

Luego Hildebrandt expone cómo al dormirnos desaparece todo nuestro ser con sus formas de existencia «como detrás de una compuerta invisible». Entonces, p. e., hacemos en sueños un viaje por mar hasta Santa Elena para ofrecerle a Napoleón, allí cautivo, una muestra de los mejores vinos del Mosela. El antiguo emperador nos recibe con toda amabilidad y casi lamentamos que el despertar interrumpa esta interesante ilusión. Pero ahora comparamos la situación onírica con la realidad. No hemos sido nunca comerciantes de vinos, ni siquiera hemos querido serlo. Tampoco hemos realizado jamás una travesía, y Santa Elena sería el último destino que escogeríamos. Hacia Napoleón no abrigamos ninguna simpatía en absoluto, sino una furiosa aversión patriótica. Y, para colmo, el soñador no se contaba todavía entre los vivos cuando Bonaparte murió en la isla; no había posibilidad alguna de establecer una relación personal con él. La vivencia onírica parece por consiguiente algo ajeno intercalado entre dos fragmentos vitales que se suceden y prolongan perfectamente.

«Y, sin embargo», prosigue Hildebrandt,

lo aparentemente contrario es igualmente verdadero y acertado. A mi juicio, con esta disociación y exclusión van de la mano la relación y vinculación más íntimas. Podemos decir con franqueza: sea lo que sea lo que los sueños nos ofrezcan, el material lo toman de la realidad y de la vida espiritual desarrollada en torno a esta realidad… Por asombrosa que sea la manera en que lo manejan, propiamente hablando nunca pueden prescindir del mundo real, y sus creaciones, tanto las más sublimes como las más grotescas, tienen siempre que tomar prestada su materia prima de lo que en el mundo sensorial ha aparecido ante nuestros ojos o ya ha encontrado un lugar en el curso de nuestro pensamiento en estado de vigilia; en otras palabras, de lo que ya hemos vivido exterior o interiormente.

B. El material onírico. La memoria en los sueños

Que de un modo u otro todo el material del que se compone el contenido de los sueños procede de lo vivido y es por tanto reproducido, recordado, en sueños, constituye para nosotros un conocimiento incontestable. Sería sin embargo un error suponer que tal correlación de los sueños con la vida en estado de vigilia debe derivarse fácilmente como resultado evidente de la comparación planteada. Más bien debe ser buscada atentamente, y en toda una serie de casos sabe ocultarse durante mucho tiempo. La razón de esto reside en un cierto número de peculiaridades que la capacidad de recordar muestra en los sueños y que, aunque generalmente observadas, se han sustraído hasta ahora a toda explicación. Merecerá la pena valorar minuciosamente estos caracteres.

Sucede en primer lugar que en el contenido onírico aparece un material que luego, en la vida en estado de vigilia, no se reconoce como perteneciente a nuestros conocimientos o a nuestras vivencias. Recordamos, desde luego, que hemos soñado algo, pero no recordamos haberlo vivido ni cuándo. No sabemos, pues, de qué fuente lo han extraído los sueños, y nos sentimos sin duda tentados a creer en una capacidad productiva autónoma de los sueños hasta que, con frecuencia mucho tiempo después, una nueva vivencia restituye el recuerdo dado por perdido de una vivencia anterior y descubre con ello la fuente de los sueños. Debemos entonces confesar que en sueños se había sabido y recordado algo durante la vida en estado de vigilia sustraído a nuestra facultad de recordar[14].

Delboeuf relata un ejemplo particularmente impresionante de este género [1885, pp. 107 ss.], extraído de su propia experiencia onírica. En sueños vio el patio de su casa cubierto de nieve y, medio congeladas y enterradas bajo la nieve, encontró dos lagartijas que, como amante de los animales, recogió, calentó y devolvió al pequeño hueco en la tapia que les estaba destinado. Además, les suministró algunas hojas de un pequeño helecho que crecía sobre el muro y que, como él sabía, les encantaban. En sueños conocía el nombre de la planta: Asplenium ruta muralis. El sueño volvía luego, después de un intermedio, a las lagartijas, y mostraba a un asombrado Delboeuf dos nuevos animalitos que se habían lanzado sobre los restos del helecho. Entonces, al dirigir la mirada al descampado, vio una quinta, una sexta lagartijas que se encaminaban hacia la abertura de la pared, y finalmente la calle entera quedó cubierta por una procesión de lagartijas que avanzaban todas en la misma dirección, etcétera.

El saber de Delboeuf en estado de vigilia no abarcaba sino unos pocos nombres latinos de plantas, y el conocimiento no incluía ningún Asplenium. Para su gran asombro, hubo de convencerse de que existe realmente un helecho con este nombre. Su denominación correcta era Asplenium ruta muraria, que el sueño había deformado un poco. No cabía ciertamente pensar en una coincidencia casual, pero para Delboeuf resultaba enigmático de dónde había extraído en sueños el conocimiento del nombre Asplenium.

El sueño tuvo lugar en 1862; dieciséis años más tarde, el filósofo descubre en casa de un amigo suyo al que visita un pequeño álbum con flores secas como en no pocas regiones de Suiza se venden a los extranjeros como recuerdos para regalo. Le sobreviene un recuerdo, abre el herbario, encuentra en éste el Asplenium de su sueño y reconoce su propia letra manuscrita en el nombre latino adjunto. Ahora podía establecerse la conexión. En 1860 –dos años antes del sueño de las lagartijas–, una hermana de este amigo había visitado a Delboeuf en el curso de su viaje de bodas. Entonces llevaba consigo este álbum destinado a su hermano, y Delboeuf se tomó la molestia de, al dictado de un botánico, inscribir el nombre latino junto a cada una de las plantitas secas.

El favor del azar que tan digno de ser comunicado hace a este ejemplo permitió a Delboeuf referir a su fuente olvidada un nuevo fragmento del contenido de este sueño. Un día de 1877 cayó en sus manos un viejo volumen de una revista ilustrada en la que vio reproducida toda la procesión de lagartijas que había soñado en el año 1862. El volumen llevaba fecha de 1861, y Delboeuf acertó a recordar que desde la aparición de la revista se había contado entre sus abonados.

Que los sueños disponen de recuerdos inaccesibles a la vigilia constituye un hecho tan singular y de tan gran importancia teórica que querría atraer aún más sobre él la atención mediante la comunicación de otros sueños «hipermnésicos». Cuenta Maury que durante un tiempo se le venía a las mientes varias veces al día la palabra Mussidan, que él sabía que era el nombre de una ciudad francesa, pero nada más. Una noche soñó una conversación con cierta persona que le dijo que venía de Mussidan, y que al preguntarle dónde se hallaba tal ciudad, dio como respuesta: Mussidan era una cabeza de partido en el Département de la Dordogne. Al despertar, Maury no dio crédito alguno a la información obtenida en sueños, pero por el diccionario geográfico se enteró de que era perfectamente correcta. En este caso se corroboró el mayor conocimiento del sueño, pero la olvidada fuente de este conocimiento no se halló.

Jessen cuenta (1855, p. 55) un suceso onírico muy parecido de tiempos más antiguos: «Entre ellos se cuenta el sueño de Escalígero el Viejo (Hennings, 1784, p. 300), que escribió un poema en alabanza de los hombres ilustres de Verona y al que un hombre que dijo llamarse Brugnolo se le apareció en sueños y se lamentó de haber sido olvidado. Aunque Escalígero no recordaba haber oído jamás hablar de él, compuso unos versos a propósito suyo, y tiempo después su hijo se enteró en Verona de que otrora un tal Brugnolo había gozado allí de renombre como crítico».

Un sueño hipermnésico[15] que se distingue por la particular peculiaridad de que en un sueño posterior se produce la identificación del recuerdo primeramente no reconocido, lo cuenta el marqués D’Hervey de St. Denis (según Vaschide, 1911, pp. 232 s.):

Soñé una vez con una joven de cabellos dorados a la que veía conversando con mi hermana mientras le enseñaba un trabajo de bordado. En el sueño me parecía muy conocida, quiero decir que incluso la había visto repetidas veces. Tras el sueño sigo teniendo ante mí este rostro lleno de vida, pero me es absolutamente imposible reconocerlo. Luego me vuelvo a dormir y el sueño se repite. En este nuevo sueño dirijo la palabra a la rubia señora y le pregunto si no he tenido ya el placer de verla en alguna parte. «Desde luego», responde la dama, «acuérdese de la playa de Pornic». A continuación me vuelvo a despertar y entonces consigo recordar con toda certeza los detalles con los que guardaba relación este agradable rostro del sueño.

El mismo autor (a través de Vaschide, ibid., pp. 233-234) cuenta que un músico conocido suyo oyó una vez en sueños una melodía que le pareció completamente nueva. Sólo años después la encontró en una vieja colección de piezas musicales que nunca pudo recordar haber tenido entre sus manos antes.

En una revista a la que por desgracia no tengo acceso (Proceedings of the Society for psychical research), Myers ha publicado al parecer toda una colección de tales sueños hipermnésicos. A mi juicio, todo aquel que se ocupe de los sueños habrá de reconocer como un fenómeno muy habitual que estos testimonian poseer conocimientos y recuerdos de los que el sujeto no tiene la menor sospecha en su vida despierta. En los trabajos psicoanalíticos con personas nerviosas, de los que más adelante daré cuenta, se me presenta varias veces por semana ocasión de demostrar a los pacientes, apoyándome en sus sueños, que desde luego conocen muy bien citas, palabras obscenas, etc., y que en los sueños se sirven de ellas aunque en la vida en estado de vigilia las hayan olvidado. Quiero a continuación citar un inocente caso de hipermnesia onírica, pues en él se pudo hallar con gran facilidad la fuente de la que procedía el conocimiento sólo accesible a los sueños.

Un paciente soñó, en un contexto más amplio, que en una cafetería pedía un una kontuszówka, pero tras su relato me preguntó qué podía ser aquello cuyo nombre nunca había oído. Yo pude responder que kontuszówka era un aguardiente polaco que era imposible que él hubiera inventado en sueños, pues yo el nombre lo conocía desde hacía mucho tiempo por anuncios. De entrada, el paciente no quiso concederme ningún crédito. Unos días más tarde, después de haber hecho realidad su sueño en una cafetería, advirtió el nombre en un anuncio fijado en una esquina callejera por la que hacía unos meses había tenido que pasar por lo menos dos veces al día.

En mis propios sueños[16], yo mismo he podido comprobar lo mucho que el descubrimiento de la procedencia de elementos oníricos aislados depende del azar. Así, antes de escribir este libro, me persiguió durante años la imagen de una torre de iglesia de forma muy sencilla que no podía recordar haber visto. Luego la reconocí de improviso y con toda certeza en una pequeña estación entre Salzburgo y Reichenhall. Esto sucedió en la segunda mitad de los años noventa, y yo había hecho por primera vez el recorrido en 1886. Años más tarde, cuando ya me dedicaba intensamente al estudio de los sueños, la frecuente reaparición de la imagen onírica de cierto estrambótico local llegó a hacérseme francamente molesta. En una determinada relación espacial con mi persona, a mi izquierda, veía una habitación oscura en la que resaltaban varias figuras grotescas de gres. Un vago recuerdo al que no quería dar crédito me decía que era la entrada a una cervecería, pero no me era posible esclarecer ni lo que aquella imagen onírica significaba ni tampoco de dónde procedía. En 1907 hice por casualidad un viaje a Padua, adonde, para mi pesar, no había podido volver desde 1895. Mi primera visita a la hermosa ciudad universitaria había resultado insatisfactoria: no había podido ver los frescos de Giotto en la Madonna dell’Arena, pues cuando me encontraba a la mitad de la calle que a ella lleva di media vuelta al informárseme de que aquel día la pequeña iglesia se hallaba cerrada. En mi segunda visita, doce años después, pensé en desquitarme y emprendí el camino que conduce a la Madonna dell’Arena. Ya en la calle que a ella conduce, a la izquierda y probablemente en el mismo punto en que en 1895 había dado media vuelta, descubrí el local que tantas veces había visto en sueños, con sus figuras de gres. Era realmente la entrada a un jardín-restaurante.

Una de las fuentes de las que los sueños extraen el material que reproducen, en parte aquel que en la actividad del pensamiento en estado de vigilia no es recordado ni utilizado, es la vida infantil. Citaré sólo algunos de los autores que han observado y hecho hincapié en esto:

Hildebrandt (1875, p. 23):

Ya ha sido expresamente admitido que los sueños vuelven a presentar fielmente ante el alma, en ocasiones con asombroso poder de reproducción, sucesos lejanos e incluso olvidados de las más remotas épocas.

Strümpell (1877, p. 40):

El asunto cobra aún mayor dimensión cuando observamos cómo a veces los sueños, por así decir de las capas más espesas y profundas que épocas posteriores han depositado sobre las vivencias juveniles más tempranas, extraen intactas y con toda su frescura original las imágenes de lugares, cosas y personas individuales. Esto no se limita meramente a aquellas impresiones que adquirieron en su nacimiento una viva consciencia o bien que se han enlazado con fuertes valores psíquicos y retornan luego en los sueños como auténticos recuerdos en los que la consciencia despierta se complace. La profundidad de la memoria onírica encierra en sí más bien incluso aquellas imágenes de personas, objetos, lugares y vivencias de las épocas más tempranas que, o bien no poseyeron sino una escasa consciencia o ningún valor psíquico, o bien perdieron hace ya mucho tiempo la una y el otro y se muestran, igualmente, tanto en los sueños como al despertar, totalmente ajenas y desconocidas hasta que se descubre su primitivo origen.

Volkelt (1875, p. 119):

Particularmente relevante resulta de qué buena gana acogen los sueños los recuerdos de infancia y juventud. Aquello en lo que ya no pensamos hace mucho tiempo, lo que hace tiempo que ha perdido para nosotros toda su importancia: eso es lo que, incansables, nos hacen presente los sueños.

El dominio del sueño sobre el material infantil, que, como es sabido, cae en su mayor parte en las lagunas de la capacidad consciente de recordar, da lugar al nacimiento de interesantes sueños hipermnésicos de los que de nuevo quiero citar algunos ejemplos.

Cuenta Maury (1878, p. 92) que de niño fue muchas veces desde su ciudad natal de Meaux a la próxima de Trilport, donde su padre dirigía la construcción de un puente. Una noche tiene un sueño que lo transporta a Trilport y le hace volver a jugar en las calles de la ciudad. Un hombre vestido con una especie de uniforme se le acerca. Maury le pregunta cómo se llama; él se presenta: se llama C. y es el guarda del puente. Cuando despierta, Maury, todavía dudando de la realidad de su recuerdo, pregunta a una vieja sirvienta que está con él desde la infancia si es capaz de recordar un hombre con este nombre. «Claro que sí», es la respuesta, «era el guarda del puente que su padre de usted construyó entonces».

Maury relata un ejemplo igualmente confirmado de la exactitud de los recuerdos infantiles que aparecen en los sueños, el de un señor F., cuya infancia había transcurrido en Montbrison. Este hombre decidió, veinticinco años después de su marcha, volver a su tierra natal a visitar a antiguos amigos de su familia a los que desde entonces no había vuelto a ver. La noche anterior a su partida sueña que ha llegado a destino, y en las inmediaciones de Montbrison se encuentra a un caballero cuya cara no le resulta desconocida, el cual le dice ser el señor T., amigo de su padre. El protagonista del sueño sabía que de niño había conocido a un caballero con este nombre, pero una vez despierto ya no recordaba su aspecto. Ahora bien, llegado realmente a Montbrison unos días después, encuentra de nuevo el lugar del sueño que tenía por desconocido y se topa con un caballero al que de inmediato reconoce como el señor T. del sueño. La persona real únicamente estaba más envejecida de lo que la imagen onírica la había mostrado.

Yo puedo contar aquí un sueño propio en el que la impresión de recordar es sustituida por una relación. En un sueño vi a una persona de la que en sueños me enteré de que era el médico de mi lugar natal. Su rostro no era nítido, sino que se mezclaba con la imagen de uno de mis profesores de bachillerato con el que hoy en día aún me encuentro de vez en cuando. Al despertar no pude averiguar la relación que vinculara a ambas personas. Pero cuando pregunté a mi madre por el médico de mis primeros años infantiles, me enteré de que era tuerto, y tuerto es también el profesor de instituto cuya persona se había superpuesto a la del médico en el sueño. Hacía treinta y ocho años que no había vuelto a ver al médico y, que yo sepa, jamás he pensado en él en estado de vigilia, aunque una cicatriz en el mentón habría podido recordarme su actuación facultativa[17].

Parece quererse crear un contrapeso al papel demasiado grande que en la vida onírica desempeñan las impresiones infantiles cuando algunos autores afirman que en la mayoría de los sueños pueden detectarse elementos procedentes de los días inmediatamente anteriores. Robert (1886, p. 46) declara incluso que, en general, los sueños normales no se ocupan sino de las impresiones de los días inmediatos. Nosotros comprobamos desde luego que la teoría de los sueños construida por Robert exige imperativamente una tal relegación de las impresiones más antiguas y un paso al primer plano de las más recientes. Pero el hecho consignado por Robert, como yo mismo puedo asegurar por mis investigaciones, es cierto. Un autor americano, Nelson, opina que en los sueños hallamos con suma frecuencia utilizadas impresiones del día anterior al día del sueño o de tres días antes, como si las impresiones del día inmediatamente anterior al sueño no estuvieran todavía lo bastante debilitadas –archivadas.

A no pocos investigadores que no querían poner en duda la íntima conexión del contenido onírico con la vida en estado de vigilia les ha sorprendido que impresiones que ocupan intensamente el pensamiento en estado de vigilia sólo pasan a los sueños cuando han sido en cierta medida echadas a un lado por la actividad mental diurna. Así, en la época inmediata al fallecimiento de una persona querida, mientras la tristeza embarga el ánimo de los supervivientes, por regla general estos no sueñan con ella (Delage, 1891). Sin embargo, una de las más recientes observadoras, miss Hallam, ha reunido también ejemplos de comportamiento contrario y defiende en este punto los derechos de la individualidad psicológica (Hallam y Weed, 1896).

La tercera, más singular y menos comprensible peculiaridad de la memoria en sueños se muestra en la elección del material reproducido, pues se considera digno de recuerdo no sólo lo más importante, como sucede en estado de vigilia, sino, por el contrario, también lo más indiferente y nimio. Dejo sobre esto la palabra a aquellos autores que con mayor vigor han expresado su asombro.

Hildebrandt (1875, p. 11):

Pues lo más singular es que por regla general los sueños no toman sus elementos de los acontecimientos grandes e importantes, ni de los intereses más poderosos y estimulantes del día anterior, sino de los detalles secundarios, por así decir de las migajas sin valor del pasado acabado de vivir o remoto. Un trágico fallecimiento en nuestra familia como consecuencia de cuya triste impresión tardamos en dormirnos se extingue en nuestra memoria durante tal estado hasta que el primer instante de vigilia lo devuelve a ella con acongojante violencia. Por contra, la verruga en la frente de un desconocido con quien nos hemos cruzado y en el que no hemos pensado ni un solo instante tras haberlo dejado atrás desempeña en nuestros sueños un papel…

Strümpell (1877, p. 39):

[…] los casos en que el desmenuzamiento de un sueño halla componentes del mismo ciertamente procedentes de las vivencias del último o el penúltimo día pero que sin embargo fueron tan insignificantes y carentes de valor para la consciencia despierta que poco después de vivirlas cayeron en el olvido. Semejantes vivencias son acaso expresiones oídas por casualidad o actos de otro superficialmente advertidos, percepciones rápidamente convertidas en pasado de cosas o personas, pequeños fragmentos aislados de una lectura, etcétera.

Havelock Ellis (1889, p. 727):

The profound emotions of waking life, the questions and problems on which we spread our chief voluntary mental energy, are not those which usually present themselves at once to dream consciousness. It is, so far as the immediate past is concerned, mostly the trifling, the incidental, the «forgotten» impressions of daily life wich reappear in our dreams. The psychic activities that are awake most intensely are those that sleep most profoundly[18].

Binz (1878, pp. 44-45) toma precisamente las peculiaridades de la memoria en los sueños de las que estamos hablando como pretexto para mostrar su insatisfacción con las explicaciones de los sueños por él mismo sostenidas:

Y problemas análogos nos plantean los sueños naturales. ¿Por qué no siempre soñamos con las impresiones mnémicas de los últimos días, sino que, sin ningún motivo reconocible, nos sumimos en un pasado que hemos dejado muy atrás, casi extinguido? ¿Por qué en sueños la consciencia recibe tan a menudo la impresión de imágenes mnémicas indiferentes, mientras que las células del cerebro, allí donde llevan en sí las marcas más estimulantes de lo vivido, permanecen la mayor parte de las veces mudas e inmóviles a no ser que poco antes las haya excitado en estado de vigilia un agudo refrescamiento?

Fácilmente se ve cómo la singular predilección de la memoria onírica por lo indiferente y por tanto inadvertido en las vivencias diurnas había de llevar casi siempre a la negación de la dependencia de los sueños con respecto a la vida diurna en general y luego a por lo menos dificultar su demostración en cada caso aislado. Así es como ha sido posible que, en el tratamiento estadístico de sus sueños (y en los de su compañero), miss Whiton Calkins (1893) fijara pese a todo en un 11 por 100 el número de aquellos en los que no resultaba evidente una relación con la vida diurna. Hildebrandt tiene seguramente razón cuando afirma (1875) que todas las imágenes nos las explicaríamos genéticamente si cada vez dedicásemos tiempo y concentración suficientes al rastreo de su origen. Esto, por supuesto, lo considera

una tarea sumamente penosa e ingrata. Pues en la mayoría de las ocasiones llevaría a rebuscar en los más recónditos rincones de la habitación de la memoria toda clase de cosas desprovistas del más mínimo valor psíquico; a arrojar nuevamente luz sobre toda clase de momentos completamente indiferentes de un tiempo ha mucho pretérito sacándolos de la sepultura en que quizá ya fueron enterrados cuando sólo contaban una hora de vida.

Pero yo debo lamentar que el perspicaz autor se dejara disuadir de proseguir un camino de inicio tan poco prometedor; pues inmediatamente le habría conducido al centro de la explicación de los sueños.

La conducta de la memoria onírica es seguramente de suma importancia para toda teoría de la memoria en general. Nos enseña que «nada que hayamos poseído alguna vez espiritualmente puede ya perderse por completo» (Scholz, 1887, p. 34). O bien, en palabras de Delboeuf, «que toute impression même la plus insignifiante, laisse une trace inaltérable, indéfiniment susceptible de reparaître au jour»[19], una conclusión a la que tantos otros muchos fenómenos patológicos de la vida anímica nos empujan. Ahora bien, hay que tener presente esta extraordinaria capacidad de rendimiento de la memoria en los sueños para sentir vivamente la contradicción en que incurren ciertas teorías de los sueños, de las que luego nos ocuparemos cuando quieren explicar el absurdo y la incoherencia de los sueños por el olvido parcial de lo que durante el día nos es conocido.

Podría tal vez ocurrírsenos reducir el fenómeno de soñar en general al de recordar, ver en los sueños la manifestación de una actividad de reproducción no interrumpida ni siquiera de noche y que tuviese su fin en sí misma. Concuerdan con esto comunicaciones como las de Pilcz (1899), según las cuales pueden demostrarse sólidas relaciones entre el momento en que se sueña y el contenido de los sueños, de modo que los sueños reproducen las impresiones más antiguas cuando se duerme profundamente, y en cambio hacia la mañana las más recientes. Pero esta hipótesis resulta inverosímil desde un principio, dada la forma en que los sueños proceden con el material que se trata de recordar. Strümpell llama con razón la atención sobre el hecho de que en los sueños no se producen repeticiones de vivencias. Ciertamente, los sueños toman estas como punto de partida, pero falta el eslabón siguiente; aparece modificado o es sustituido por otro totalmente ajeno. Los sueños no traen consigo más que fragmentos de reproducciones. Hasta tal punto es esta la regla, sin lugar a dudas, que permite un aprovechamiento teórico. Sin embargo, hay excepciones en las que un sueño repite una vivencia tan cabalmente como pudiera hacerlo nuestra memoria en estado de vigilia. Cuenta Delboeuf que en sueños uno de sus colegas universitarios había vuelto a realizar con todos sus detalles un peligroso viaje en automóvil en el curso del cual sólo como por milagro salió ileso de un accidente. Miss Calkins menciona (1893) dos sueños que tenían por contenido la reproducción exacta de una vivencia del día anterior, y yo mismo tendré más adelante ocasión de comunicar un ejemplo por mí conocido de retorno sin modificaciones de una vivencia infantil en sueños[20].

C. Estímulos de los sueños y fuentes de los sueños

Lo que debe entenderse por estímulos de los sueños y fuentes de los sueños puede aclararse mediante una apelación al dicho popular según el cual «los sueños vienen del estómago». Tras la fachada de estos conceptos se esconde una teoría que concibe los sueños como consecuencia de una perturbación del sueño. No se habría soñado si el sueño no hubiese sido perturbado por una causa cualquiera, y los sueños constituyen la reacción a esta perturbación.

En las exposiciones de los autores, el mayor espacio lo ocupan las discusiones sobre las causas que provocan los sueños. Que el problema no pudo abordarse sino una vez convertidos los sueños en objeto de la investigación biológica, resulta evidente. Los antiguos, que consideraban los sueños mensajes divinos, no necesitaban buscar para ellos ninguna fuente de estímulos; los sueños emanaban de la voluntad del poder divino o demoniaco, su contenido del saber o la intención de este. La ciencia se planteó enseguida la cuestión de si la instigación a soñar era siempre la misma o podía variar, y con ella la reflexión sobre si la explicación causal de los sueños corresponde a la psicología o más bien a la fisiología. La mayoría de los autores parecen aceptar que las causas de perturbación del sueño, es decir, las fuentes de los sueños, pueden ser de muy distinta índole, y que tanto los estímulos físicos como las excitaciones anímicas asumen el papel de provocadores de sueños. En la preferencia por unas u otras entre las fuentes de los sueños, en el establecimiento de una jerarquía entre ellas según su importancia para la generación de los sueños, las opiniones difieren más.

Donde la enumeración de las fuentes de los sueños está completa, resultan finalmente cuatro clases de ellas que también han servido para la clasificación de los sueños: 1) Excitación sensorial externa (objetiva). 2) Excitación sensorial interna (subjetiva). 3) Estímulo corporal interno (orgánico). 4) Fuentes de estímulo puramente psíquicas.

Ad 1) Excitación sensorial externa (objetiva)

Como es sabido, Strümpell el joven, hijo del filósofo cuya obra sobre los sueños ya nos ha servido varias veces de guía en los problemas de los sueños, ha comunicado la observación sobre un enfermo que padecía una anestesia general de los tegumentos corporales y la parálisis de varios de los órganos sensoriales superiores. Este hombre se quedaba dormido en cuanto se le cerraban las pocas puertas sensoriales del mundo exterior todavía abiertas. Cuando queremos conciliar el sueño, todos solemos aspirar a una situación semejante a la del experimento de Strümpell. Cerramos las puertas sensoriales más importantes, los ojos, y tratamos de resguardar los demás sentidos de todo nuevo estímulo o de toda alteración de los estímulos que actúan sobre ellos. Entonces nos dormimos, aunque nunca conseguimos nuestro propósito totalmente. No podemos ni mantener los estímulos completamente alejados de los órganos sensoriales ni suprimir totalmente la excitabilidad de estos. El hecho de que siempre se nos pueda despertar con estímulos más fuertes tal vez nos demuestra «que también durante el sueño» ha permanecido «el alma en continua conexión con el mundo exterior». Los estímulos sensoriales que nos llegan mientras dormimos pueden muy bien convertirse en fuentes de sueños.

Ahora bien, de tales estímulos existe toda una amplia serie, desde los inevitables que el mismo estado de sueño comporta o a los que sólo ocasionalmente tiene que permitir el acceso, hasta el fortuito estímulo despertador suficiente como para poner fin al sueño o destinado a ello. Una luz más fuerte puede penetrar en los ojos, hacerse audible un ruido o una sustancia odorante excitar la mucosa nasal. Asimismo, mientras dormimos podemos, mediante movimientos involuntarios, dejar al descubierto alguna parte del cuerpo y, con ello, exponerla a una sensación de enfriamiento, o bien, mediante un cambio de postura, producirnos sensaciones de presión o de contacto. Puede picarnos un insecto, o un pequeño incidente nocturno excitar varios sentidos a la vez. La atención de los investigadores ha compilado toda una serie de sueños en los que el estímulo constatado al despertar y un fragmento del contenido onírico coincidían hasta el punto de que el estímulo podía reconocerse como fuente del sueño.

Reproduzco aquí, tomándola de Jessen (1855, pp. 527 s.), una colección de tales sueños imputables a una –más o menos accidental– estimulación sensorial objetiva:

Todo ruido vagamente percibido suscita imágenes oníricas correspondientes: el fragor del trueno nos sitúa en medio de una batalla, el canto de un gallo puede convertirse en el grito de angustia de un ser humano, el chirrido de una puerta, hacernos soñar con ladrones irrumpiendo en nuestra casa.