La isla del tío Robinson - Julio Verne - E-Book

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Julio Verne

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Julio Verne - La inagotable imaginación de Julio Verne lo lleva, una vez mas, a trazar la extraordinaria aventura de siete desvalidos naufragos en una isla salvaje, aparentemente deshabitada y llena de acosos y peligros.

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La Isla del Tío Robinson

 

Julio Verne

 

CAPITULO 1

La porción más desértica del océano Pacífico es esa vasta extensión de agua, limitada por Asia y América al oeste, al este por las islas Aleutianas y las Sandwich al norte y al sur. Los barcos mercantes casi no se aventuran en este mar. No hay al parecer ningún punto en el que pudiera hacerse una escala de emergencia y las corrientes son allí caprichosas. Los buques de navegación de altura, que transportan productos desde Nueva Holanda[1] hasta América Occidental, navegan en latitudes más bajas; sólo el tráfico entre Japón y California podría animar esta parte septentrional del Pacífico pero todavía no es muy importante. La línea transatlántica que hace el servicio entre Yokohama y San Francisco sigue un poco más abajo la ruta de los grandes círculos del globo. Se puede decir en consecuencia que allí, entre los cuarenta y los cincuenta grados de latitud norte, existe lo que se puede llamar "el desierto". Quizás algún ballenero se arriesga alguna vez en este mar casi desconocido pero cuando lo hace pronto se apresura a sortear la cintura de las islas Aleutianas a fin de penetrar en el estrecho de Bering, más allá del cual se refugian los grandes cetáceos, encarnizadamente perseguidos por el arpón de los pescadores.

En este mar tan extenso como Europa ¿hay todavía islas desconocidas? ¿La Micronesia[2] se extiende hasta esta latitud? No podríamos negarlo ni afirmarlo. Una isla en el medio de esta vasta superficie líquida es poca cosa. Ese punto casi imperceptible bien pudo escapárseles a los exploradores que recorrieron esas aguas. ¿Podría ser, incluso, que alguna tierra se hubiera sustraído hasta ahora al registro de los investigadores? Se sabe, en efecto, que en esta parte del globo dos fenómenos naturales provocan la aparición de nuevas islas: por una parte, la acción plutónica que puede elevar súbitamente una tierra por encima de las aguas. Por la otra, el trabajo permanente de los infusorios[3] que crea poco a poco bancos coralígenos, los cuales, en unos cientos de miles de años pueden llegar a formar un sexto continente en esta parte del Pacífico.

El 25 de marzo de 1861, sin embargo, esta porción del Pacífico que acaba de ser descrita, no estaba absolutamente desierta. Una embarcación flotaba en su superficie. No era ni el vapor de una línea transoceánica, ni un buque de guerra que fuera a supervisar las pesquerías del norte, ni un barco de comercio, que traficara productos de las Molucas o de las Filipinas y al que un golpe de viento hubiera arrojado fuera de su ruta, ni tampoco un barco de pesca, ni siquiera tampoco una chalupa. Era un frágil bote de vela, con una simple mesana que trataba de ganarle al viento para llegar una tierra distante a nueve o diez millas. Barloventeaba, tratando de elevarse lo más que podía contra la brisa contraria y, por desgracia, la marea creciente, siempre débil en el Pacífico, no ayudaba lo suficiente a ejecutar la maniobra.

El tiempo, por otro lado, era bueno, pero un poco frío. Ligeras nubes se dispersaban en el cielo. El sol alumbraba aquí y allá la pequeña cresta espumosa de las olas. Un oleaje alto balanceaba el bote, aunque sin sacudidas demasiado fuertes. La vela tendida horizontal a fin de ganar mejor el viento, inclinaba por momentos la ligera embarcación, al punto de que el agua le llegaba al ras del borde. Pero enseguida se erguía y se lanzaba con el viento, acercándose a la costa.

Si se mira bien, un marino habría reconocido que este bote era de construcción amer

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