La memoria del corazón - Tomás Harris - E-Book

La memoria del corazón E-Book

Томас Харрис

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Beschreibung

La obra de Tomás Harris se ha hecho parte de una tradición poética que busca sus fuentes en la oscuridad, la abyección y el mal. Hombres lobo, vampiros, zombis, poetas malditos o héroes del cine B alimentan el imaginario de su poesía desde sus primeras publicaciones en los años ochenta. En La memoria del corazón lo espeluznante parece habitar el cotidiano, lo salvaje en lo doméstico, como los cóndores que anidan en las terrazas de los departamentos en algunos de estos poemas. En este nuevo e imprevisible estado de lo real, su poesía busca nuevas vetas: en la memoria personal, la reflexión sobre la muerte, la vejez y, principalmente, en la experiencia amorosa, en el erotismo como refugio ante un mundo que pierde su estabilidad. Así, de manera entrañable y directa, desde el amor y los recuerdos de infancia y juventud, este libro ilumina caminos que parecen brumosos.

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Harris, Tomás / La memoria del corazón

Santiago de Chile: Ediciones Universidad Diego Portales, 2021, 1ª edición, p. 212, 18,5 x 26,5 cm.

Dewey: Ch861.4

Cutter: H2401

Colección Poesía

Prólogo de Pedro Gandolfo

Materias:

Poesía Chilena. Siglo XX.

Harris, Tomás, 1956. Crítica e interpretación.

Poetas chilenos.

Escritores chilenos.

LA MEMORIA DEL CORAZÓN

TOMÁS HARRIS

© Tomás Harris, 2021

© Ediciones Universidad Diego Portales, 2021

Primera edición: abril de 2021

Inscripción n.° 2021-A-2543 en el Departamento de Derechos Intelectuales

ISBN: 978-956-314-487-1

ISBN Digital: 978-956-314-559-5

Universidad Diego Portales

Dirección de Publicaciones

Avenida Manuel Rodríguez sur 451

Teléfono (56) 226 762 136

Santiago – Chile

www.ediciones.udp.cl

Diseño y diagramación: Carlos Altamirano

Edición: Sebastián Astorga / Felipe Gana

Fotografía de portada: ©Aune Ainson

Diagramación digital: ebooks [email protected]

ÍNDICE

La belleza es un abrazo entre los contrariospor Pedro Gandolfo

Vergüenza (introito)

I. EL ARTE Y LA VIDA

Ars poetica

Para escribir un poema

Pequeña misiva a mi mamá, porque anoche, en el sueño, me preguntó, como cuando me llamaba por teléfono de madrugada, ¿cómo estás Tomás?

Mi último encuentro con el poeta del 32

Cóndores

Nos fuimos quedando sin olfato

Caminos de ida y muerte

Ladridos y gemidos

Escuché el monólogo del poeta del 32 sin saber qué decirle ni qué opinar, unos días antes de su muerte

Los perros ladran en el condominio

Paseo por los jardines del condominio como si fuera hoy, pero la ausencia del poeta del 32 me lleva hacia un tiempo que murió como su cuerpo estragado por la peste

El domino de la memoria

Elige un recuerdo ahora

Colón 666, La Serena

¿Qué quieres borrar de tu memoria?(Edita tu vida)

Ícaro

Una borrachera como un orgasmo que no llega

Miedo

Alguna vez fuimos jóvenes

Higos

A tu sensibilidad

Y llegó la muerte

Una canción para ti, Sofía

Monedas al aire

Elegía para un poeta que quería ser la sombra en la fotografía pero que está en un primer plano de la luz del sol

Tiemblas, a veces

Cosas mínimas que me dio y arrebató la poesía

Un poema perdido

Un poema extraviado

Moras

Cuervos

Sueños

A propósito de un poema de Sylvia Plath citado por Matías Rivas en Facebook

Objetos

Tarde de perros

Yo y tú

Soplo al corazón

Badlands

Blade Runner, Cine Romano, Concepción, 1982

El ejemplo de Béla Tarr

Sobre la música y la muerte

Hoy no ha sucedido nada nuevo

Rutinas

II. ALGUNOS POEMAS DE AMOR

Se aprende del amor con el amor y que lo nombra

Sueños

Teresa

En tanto que un soneto fueras esta noche

Reseña

Happy end

Inventemos, amor

¿A quién se le escribe un poema de amor?

Si una luciérnaga se apaga

Nada

Solo el perro en la noche

En la lluvia y el deseo y el humus

De sangre

El amor y la guerra

Más allá del tiempo, en el sueño

A últimas horas de la noche

Como en un cuento de Chéjov

Canción de amor

Epigrama de la inexactitud lingüística (Agamben)

Maquis

XXX

Gruta

La educación sentimental

Bolero

Tanto, demasiado, te amé

III. EL TIEMPO Y LAS HORAS

Mejor el olvido

El tiempo y las horas

Si acaso

La vertiente del cerro

Floración

La última fiesta del Liceo 5

Margot, Lota, 1984

El miedo

Navidad, 1974

Bulnes

IV. LA CASA DE LOS TULIPANES

La casa de los tulipanes

En el jardín de Thomas, al oscurecer, hay muchas luciérnagas.

En la casa de Thomas Jefferson

De camas y de tumbas

Tiempo recobrado

Amatista

Pétalos

Había una vez

Salvación

La borrachera del mundo(Lowry)

Un poema pornográfico

Tiresias

El espantapájaros

Hormigas

La higuera

Los cigarrillos son fotogénicos

La belleza

Diálogo

Gritos y susurros

Mariposas en la noche

Contra Bataille

Cuando empezó el viento

Epílogo

LA BELLEZA ES UN ABRAZO ENTRE LOS CONTRARIOS

Hay en este poemario de Tomás Harris una suerte de revisión respecto a una cierta forma de su poetizar; esa mirada retrospectiva de su poesía está permeada de una poderosa incomodidad que resulta de un contraste entre lo dicho por el poeta y lo vivido por el autor, una disconformidad, una sensación de error, de mudez autoimpuesta, de la que emerge la percepción de una mutilación o, al menos, de una distorsión por la cual una parte de lo vivido, una esencial, habría sido omitida o encubierta por su propio decir. Este “sentimiento poético” –que Harris llama “vergüenza”– es un eje tonal, un sentimiento cuya verdad el lector no se encuentra en condiciones de juzgar –porque una parte de este se arraiga en la intimidad inescrutable de su autor–, pero, sí, de considerar, ya que anida hondamente en estos textos bajo la figura tutelar del proemio, fachada o frontón: el “introito”.

No sin reproches, el que habla en estos poemas asume que hay un ethos que reclama, en el verso, el aparecer de acontecimientos que atañen a su vida –ineludibles– y, que ese aparecer, relumbre en ellos con claridad. Harris tiene plena conciencia de que en una poesía visceral y supuestamente confesional, caída en la expresión desmadrada del “maldito yo”, es fácil el extravío, pero, a la vez, de la concurrencia de ese “yo” en el poema es inesquivable, porque nunca puede el poeta permanecer afuera del poema y, si ha de estar adentro, debe estarlo de manera íntegra. Es, pues, en ese borde estrecho y filudo donde Harris yergue La memoria del corazón.

Lo que el lector enfrentará aquí nace, entonces, de un “coraje” que gana al ánimo del poeta con el propósito de derrotar esa “vergüenza”. Es muy notable señalar que este impulso –que podría llamarse “reclamo de profunda veracidad”– surge en un momento vital, al cual se alude insistentemente a lo largo del libro, en que su autor se percibe en el umbral de la vejez. Es en ese pasaje –tránsito el cual se halla, además, delicadamente meditado en los versos del libro– donde la mirada retrospectiva acusa, reclama y propulsa. El inicio de la vejez y la consiguiente inminencia de la muerte es concomitante con una suerte de salto poético, un arrojarse sobre territorios algunas veces soslayados o que su propia visión eludió o no pergeñó las formas que los hicieran brillar plenamente. Este “salto” en el que se arroja hacia adelante plantea grandes riesgos de los cuales Harris –un poeta ilustrado– esta consciente: son los riesgos de la trivialidad, del sentimentalismo, del lugar común, de la autocomplacencia. Estos peligros no lo arredran, al revés –lo que se advierte a medida que se avanza en la lectura–, se enfrenta a ellos. Es que ese salto no es que se dé de una vez, sino que es preciso renovar de modo incesante “porque todo, a fin de cuentas, en el lenguaje son eufemismos como la misma palabra eufemismo”. 

Es en el plano de las emociones compartidas –aquellas comunes a la condición humana, tan comunes que su presencia reiterada y cotidiana, puede tornarlas invisibles, dotarlas de un aire de insignificancia, incluso de esa “inexistencia” que es el olvido–, el ámbito donde el trabajo poético de Harris se concentra y navega. Es inevitable, entonces, darles cabida, pero, a la vez, dárselas de una manera que concurran con la extrema singularidad que las define y, en un decir, que sea como un puente hacia la experiencia del otro. La “objetividad” de la poesía no puede consistir, en ningún caso, en dejarlas de lado o velarlas con una serie de deslizamientos y figuras retoricas hasta el punto de ofuscarlas, de tornarlas irreconocibles, como si el buen poeta tuviera que buscar refugio en el centro de un témpano apenas transparente o de una compleja red de referencias que mediatizan aquellos sentires. Harris, a través de alusiones metapoéticas y en el ejercicio mismo que aquí realiza, arriesga la convicción de que una obra auténtica reclama poner en verso, de modo nítido y vigoroso, el nudo de emociones que constituyen su estar en el mundo. Sin embargo, esa presencia del “yo” en el poema puede darse de distintos modos. De hecho, la tradición poética puede ser interpretada como una historia del trato que mantiene el poeta con su subjetividad.

Así, en cuanto Harris pone en acción su oficio resulta que la vida propia, incluso en lo que tiene de más íntimo y próximo, no puede ser dicha como si fuese el rollo de una imprenta que va, hecho a hecho, emoción a emoción, calcando sus huellas en los versos, sino que entre el rollo (la vida) y el papel (que es el poema) está el poeta, su memoria y el lenguaje. Es en este punto en que surge ante mis ojos el aporte extraordinario de La memoria del corazón.

Los poemas no aparecen, en efecto, solo como registros de un pasado o de un ahora, sino que ponen en escena el acto de vivir, es decir, el poeta que Harris incorpora es un ser con cuerpo y psiquis, situado en un lugar, en un momento y una edad. De modo que el lector puede ser testigo del tapiz complejo que se traba entre su vida, su memoria y su poesía. Todavía más, la figura que se construye del poeta Harris es una figura holística, de cuerpo entero, frágil, precario y finito; un existente sometido a todas las limitaciones de cualquier ser humano. En la relación con el propio “yo” en el poema se vislumbra, entonces, un acto de despojamiento, casi de empequeñecimiento o de extrema humanización, ya que a quien vemos hablando y desfilando por los versos de este libro no es en modo alguno el aedo o vate romántico, el “vidente”, el “guardián del idioma de la tribu” o quien habita “en la casa del ser”, sino el hombre que le ha tocado en suerte este oficio.

Esa integridad o inclusión del todo de sí mismo, más allá de cualquier miedo o pudor, lo logra no tanto por un distanciamiento de un modelo poético de lo sublime –que lo hay como efecto–, sino a través de un acercamiento amoroso hacia el lado más modesto de la existencia: las facetas de ser hijo, marido, amante, padre, niño, adolescente, amigo, trabajador, ciudadano o habitante de una urbe moderna. Descendiendo al detalle material y sensorial, al poeta encarnado, con su vulnerabilidad psicológica y moral a flor de piel y rodeado de la máxima cotidianeidad, sin soportes o seguridades basados en creencias o relatos extramundanos.

Esta estremecedora encarnación, la del poeta en el poema, tiene como correlato formal, en un primer plano, una sintaxis y una cadencia llanos en el verso y la selección de un léxico familiar, aquellas palabras que empleamos en el ámbito de la intimidad, ese idioma del hogar, de la amistad, de la rutina laboral, del diálogo interior. Es muy patente, así, la coherencia, en este libro, entre la naturaleza de la figura y de los mundos acogidos por la poesía y el lenguaje poético para mentarlo. El personaje, que aparece de modo recurrente bajo el nombre del “poeta del 32”, es una especie de doble que le permite a Harris proyectar esta encarnación más allá de su propia existencia, incluso hacia otro poeta que abarca dimensiones del arraigo mundano que no comparecen en la suya (o no comparecen todavía), pero son posibilidades existenciales con las cuales su propia alma espejea y dialoga. De modo análogo, aparece el otro Tomás, con su retiro y locura de amor, otro doble, y los dos haciendo señales contrarias desde polos antitéticos.

El amor, el deseo, la vejez, la muerte, el tiempo y la propia vulnerabilidad son los temas, nada triviales, que Harris aborda en este libro. Poemas que están siempre dotados de una “densidad vital”, de una consistencia y concreción que provienen de la atribución del lector al poeta que sabemos donde vive, que tiene un problema en una pierna, que viaja en metro a su trabajo, que cumple sus rutinas diarias en la oficina y en el hogar, sufre de insomnio, ama a Teresa, siente miedo por esto y aquello, recuerda, duda y “es un alcohólico sin remisión”. El autor ha hincado su versificación –incluso aquella en que lo vemos meditando acerca de enigmas esenciales de la condición humana– en lo material que se corrompe, en conducta trivial y desgastada por la repetición cotidiana, en una circunstancia –la nuestra– asumida en su radical vacío de sentidos, irguiéndose allí como un lúcido portavoz del lenguaje de la memoria y de la vida. Es a consecuencia de ese humano arraigo en “la pobreza” del ser –la firme nervadura que ata este poemario– que por los pliegues carnales del texto –lo vivido, lo recordado y lo poetizado– corre una inmensa incertidumbre palpitante acerca de la realidad. En la escritura de Harris, por lo mismo, el caminar es siempre en espiral y las convicciones son acosadas por la duda, la zozobra y el recomenzar:

Entonces, desearía desandar

el tiempo para saldar, pagar, transar,

a última hora todo lo debido,

que tal vez no deba y solo sea la luna,

el río, el entrechocar de los élitros de los grillos,

la luz de las luciérnagas que cada vez más se oscurecen

por mi culpa, por mi causa, por mis ruegos, por mi mente,

día a día a día más cansina, más agostada,

más cansada.

Esta duda alcanza a remecer el centro del libro, su corazón en tanto obra, ya en ese camino emerge a ratos la pregunta punzante:

¿Qué habita, finalmente, 

un poema, 

para hacerlo poema 

y no impostura?.

Harris esboza la figura del poeta que escribe atravesado por la fragilidad. La memoria del corazón no parece estar construida sobre roca y, sin embargo, lo está, porque el lector tiene que convivir con esa fragilidad y simultáneamente con la explosión poética de una firmeza, con la revelación de un punto inconmovible en el mundo, punto que sostiene al poeta en su precariedad vital y también en su poetizar. Ese elemento sólido, de estabilidad, de firmeza, presente en el poemario de punta a cabo, es el amor. El amor es un absoluto en un universo de contingencias.

Como es coherente con el ethos general del libro, el amor no es, por lo menos a una primera mirada, un principio metafísico abstracto, sino que es el amor del propio Harris, detalladamente encarnado en una mujer concreta y particular: su mujer, Teresa. Esa pasión, expuesta en toda su complejidad, es la culminación del poeta, humano y frágil, y es la puerta que se abre a una posible salvación, como lo indica en un poema muy poderoso:

Por ahora, me salva, me sigue salvando el amor,

abrazarme a tu cuerpo, Tere,

y como un cabro chico, dormirme

en tus brazos.

En este sintético poema, con esa advertencia temporal (“por ahora”), el vocativo tan próximo (“Tere”, no Teresa) y esa expresión tan propia del idioma de Chile (“cabro chico”) escenifica la dualidad en que el poemario se mueve, la de la salvación en medio de la fragilidad, la del amor y de la muerte.

La memoria del corazón entera reside en la estructura antitética de eros-thanatos, del abrazo de los contrarios. La deuda que parece empujar el decir de este poemario, si que existe, es, sin duda, la con el amor. Esta energía extraordinaria, sostén, razón de ser, luz, verdad y no impostura, sin embargo, no se deja capturar completamente por el lenguaje ni por la poesía “porque, a fin de cuentas, solo se aprende del amor/con el amor y no con la palabra que lo nombra/ni la estética que lo permite y menos que la que lo prohíbe”.

Pedro GandolfoMaule, diciembre del 2020

La memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y gracias a ese artilugio logramos sobrellevar el pasado.

Gabriel García Márquez, El amor en los tiempos del cólera.

Nací en el desierto

he estado triste durante años

Jesús acércate

creo que mi hora se acerca

y he atravesado

tierras yermas e inundaciones

el infierno y la marea alta

para traerte mi amor

he escalado montañas

viajado por mar

he mirado hacia abajo desde los cielos

he caído de rodillas.

PJ Harvey, “To Bring You My Love”.

VERGÜENZA(INTROITO)

Me avergüenza el miedo,

no la muerte,

esa ya la vencí desde el nacimiento,

me avergüenza escribir ahora con metonimias y metáforas,

no haber aprendido en los peores años

a decir las cosas por su nombre,

y no saber o temer hacerlo ahora,

me avergüenza, me

conturba,

tanta inopia, leyes vanas, el foro

en silencio y

el silencio del foro,

y ser parte del foro y su silencio:

la ausencia de voces que digan lo que hay que decir

–que no, no lo diré ahora–

al coro,

me avergüenza ser este personaje de Sófocles,

que duda si el coro es su parlamento,

o si su parlamento era el del héroe trágico,

que tenía que jugárselas y silenció su línea,

la de esta tragedia,

por el destino,

la jubilación, el bono, la última cama.

I. EL ARTE Y LA VIDA

ARS POETICA

La vida no imita al arte: lo plagia.

Y el arte no imita a la vida: la plagia.

PARA ESCRIBIR UN POEMA

Hay que esperar el amor entre dos

que fueron desconocidos y se encontraron

y tuvieron el gesto de engendrarte y

la voluntad de parirte.

Después hay que nacer,

abandonar el paraíso del útero sin saber que

era el único paraíso que experimentarías

y lanzar un vagido que nunca sabremos de qué ni por qué,

y ese primer vagido es tu primer verso sin saberlo.

Y después, nada, comenzar a vivir:

adquirir la conciencia de la muerte,

ver cómo en un pizarrón verde tu profesora

de preparatorias va dibujando las vocales

sin saber tampoco que son el segundo verso

entreverado en el poema,

como las desinencias verbales en el árabe

que se diseminan en la oración.

Y después enamorarte por primera vez de la niñita

que jamás olvidarás y perder ese primer amor

y llorarlo sin saber por qué lloras y que es inútil

pero necesario ese llanto como el primer vagido.

Lo demás se debería dar por descontado,

solo que no es tan simple, claro que no.