La muñequita - Juan Valera - E-Book

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Juan Valera

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Beschreibung

Hace ya siglos que en una gran ciudad, capital de un reino, cuyo nombre no importa saber, vivía una pobre y honrada viuda que tenía una hija de quince abriles, hermosa como un sol y cándida como una paloma.

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Veröffentlichungsjahr: 2017

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LA MUÑEQUITA

JUAN VALERA

1

Hace ya siglos que en una gran ciudad, capital de un reino, cuyo nombre no importa saber, vivía una pobre y honrada viuda que tenía una hija de quince abriles, hermosa co-mo un sol y cándida como una paloma.

La excelente madre se miraba en ella como en un espejo, y en su inocencia y bel-dad juzgaba poseer una joya riquísima que no hubiera trocado por todos los tesoros del mundo.

Muchos caballeros, jóvenes y libertinos, viendo a estas dos mujeres tan menestero-sas, que apenas ganaban hilando para ali-mentarse, tuvieron la audacia de hacer inte-resadas e indignas proposiciones a la madre sobre su hermosa niña; pero ésta las rechazó siempre con aquella reposada entereza que convence y retrae mil veces más que una exagerada y vehemente indignación. Lo que es a la muchacha nadie se atrevía a decir los que suelen llamarse con razón atrevidos pen-samientos. Su candor y su inocencia angelical tenían a raya a los más insolentes y desalma-dos. La buena viuda además estaba siempre hecha un Argos, velando sobre ella.

Aconteció, pues, que la fama de las ra-rísimas y altas calidades de la muchacha llegó a oídos del rey, el cual, como mozo y apasio-nado, quiso verla, y, habiéndola visto, se enamoró locamente. Su majestad se valió, según costumbre, de su primer chambelán o gentilhombre, persona muy discreta, sigilosa e insinuante, para que interviniese en este negocio y allanase obstáculos; pero toda la habilidad de aquel experimentado paraninfo y todo el mar de dinero en que prometía hacer nadar a la viuda y a su hija fueron a estrellar-se contra la inaudita virtud de ambas, más firme que una roca. El ultimátum con que se terminaron tan importantes negociaciones estaba concebido y expresado en estos térmi-nos por la buena de la viuda: «Si S. M. quiere venir a mi casa con el cura, que venga cuando guste; mi hija tendrá a mucha honra ser la reina, su esposa; pero si S. M. piensa que ha de lograr algo de otra suerte, se equivoca muy mucho.»

En una época de severas virtudes, ya que no de virtudes severas, de sentimientos democráticos, aquella contestación hubiera sido aplaudida; mas entonces había tal co-rrupción en las costumbres y era tal el espíri-tu aristocrático y de subordinación a las altas jerarquías sociales, que el rey, los cortesanos, las damas y pueblo todo, para no indignarse de los humos de la viuda y de su hija, deter-minaron reírse y declararlas tonti-locas, llamándolas las cogotudas hambrientas, las reinas andrajosas, las pereciendo por su gusto y otros dictados y títulos de escarnio. No podían las tristes tocar siquiera el ándito de la casa en que vivían sin verse poco menos que silba-das y abochornadas. Cuando iban a misa los domingos, decían las comadres al verlas pa-sar:

-Ahí va la reina; miren qué majestad y qué entono. ¿Cómo puede ir tan tiesa con el estómago vacío?