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Agatha es una niña Halcón. Su función es patrullar el dique que sirve de fortaleza al enclave donde vive su clan, y lo hace con orgullo, sin importar lo que otros digan sobre su derecho a estar allí. Pero ocurre un terrible desastre y su gente es llevada brutalmente en los barcos de una horda invasora. Con el fin de hallar la forma de rescatar a la única familia que ha conocido, deberá abandonar la isla y unirse a los otros supervivientes: Jaime, un flacucho y miedoso Pescador adolescente, y Lileas, la joven con la que éste ha sido obligado a casarse. Agatha siempre ha sabido que es diferente, y Jaime siempre ha sabido que era presa del sentimiento prohibido del miedo. Pero ahora ambos descubrirán lo importantes y fuertes que pueden llegar a ser. A medida que su búsqueda los lleve a través de las tierras salvajes de la parte continental y al corazón de un reino destruido hace años por el miedo y la superstición, se enfrentarán a una lucha que requerirá todo el poder que puedan reunir. "La novela debut de Elliott, inicio de una nueva serie, celebra las diferencias y nos enseña, mediante una improbable pareja de campeones, cómo superar nuestros miedos, explorar nuevas creencias, descubrir el valor que habita dentro de nosotros y la fuerza necesaria para convertirnos en héroes." Booklist
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Seitenzahl: 405
Veröffentlichungsjahr: 2020
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A Richard
El viento me da en la nariz y me arden los ojos. Hoy traje dos capas porque soy lista. Las mantengo cerradas con ambas manos. Tengo las puntas de los dedos heladas, pero no me preocupa porque es mi trabajo y es importante.
Miro el mar. Las olas suben y bajan. A veces sigo una con la mirada, desde lejos hasta el sitio donde me encuentro. La miro y no le quito los ojos de encima hasta que se acerca, y revienta en la playa. Es una cosa difícil y sé hacerla muy bien.
Cuando era chica, me moría de ganas de salir a navegar. Les pedí muchas veces a los Pescadores y a las Focas que me llevaran en sus barcos y botes, pero se rehusaban. Me hacían a un lado y me llamaban “estorbo-bueno-para-nada”, y eso no es de buena educación. Planeé hacerlo sola. Trepé la muralla cuando nadie me veía, y logré bajar por el otro lado. Era difícil, pero no para mí porque soy buena para trepar. Las olas me batían las piernas y me mojaban la cara y yo me reía porque me gustaba, y el agua sabía un poco a sopa. Pero entonces llegó una ola más grande y no pude sostenerme por más tiempo, y caí. Hubiera podido ahogarme, pero uno de los Halcones me vio, y se dio cuenta de cómo agitaba los brazos para flotar.
—¡Qué chica más tonta! —dijo al sacarme del agua—. ¡La más tonta de todas!
Ahora soy más lista y no lo volvería a hacer.
Luego de lo que sucedió, ya no quiero montar en barco. Me quedé en nuestro enclave y no volví a mirar al mar hasta que me dieron mi dreuchd. Ese día me puse muy feliz porque me nombraron Halcón, y ése es mi deber, que es muy importante. Algún día yo también rescataré a alguien que se esté ahogando, tal como hizo ese Halcón cuando me salvó.
—Parece que tienes frío —es Lenox quien lo dice, otro Halcón—. Ve un rato a la torre para que entres en calor. Encendí el fuego allí —agrega. Al hablar, junta y arruga las cejas, que son grandes y negras.
—No… no quiero —digo, y niego con la cabeza. No me gusta porque, si voy a la torre, estaré allá dentro y no custodiando el mar, que es lo que se supone que debo hacer.
—Anda, pequeña, te lo aconsejo por tu propio bien —dice, y me empuja por la espalda. Detesto que me diga “pequeña” porque ya no lo soy. Tengo quince años, así que no debería llamarme así. Me enfurruño, para que se dé cuenta.
Cuando entro a la torre, pateo el fuego porque no quiero estar allí, y las chispas salen volando hacia las paredes. Es una habitación pequeña, circular. No tendría que haber pateado las llamas. Ahora tal vez se apaguen, y eso sería malo. Amontono las brasas con mi pie y echo otros palos pequeños para que otra vez sea una buena fogata. Aunque no quería entrar, se siente bien estar calientita, y muevo los dedos, cosa que también es agradable. Me quito la primera capa que traigo puesta y luego la que está debajo, para poder alcanzar el bolsillo en el pecho en el que guardé a Milkwort. Se siente tibio, y eso es bueno porque me preocupaba que estuviera pasando frío. Lo acerco al fuego, pues le gusta. En los pantalones tengo algo de pan que guardé. Me agradece y come mirando las llamas.
—No te acerques demasiado —le advierto.
Milkwort es mi amigo. Es un ratón y también es un secreto. Nadie sabe que lo tengo. Nadie fuera de Maistreas Eilionoir. No sé cómo lo supo ella. Es vieja y lo sabe todo. Cuando se enteró, me arrastró a su bothan y me dijo que me deshiciera de él.
“Puedes ganarte un buen castigo por esto”, me dijo. Me sujetaba por el brazo, con fuerza, y me lastimaba a pesar de que es vieja y sus manos no son grandes.
“Ya lo sé”, dije, y traté de zafarme. Las personas creen que soy tonta, pero no lo soy.
“Deshazte de él, antes de que alguien que no sea tan benévolo como yo llegue a enterarse”, me soltó y sobé mi brazo para luego retirarme.
—Muy bien, Agatha, ahora me toca a mí.
La voz me toma por sorpresa. Debí pasar más tiempo del que creía mirando el fuego. Es Flora, y es su turno de entrar. Me aterra pensar que haya visto a Milkwort. Miro al lugar donde estaba, pero ya no lo veo.
—Tengo que p-ponerme las dos capas. Espera un m-momento, ¿sí?
—Por supuesto.
Por suerte, Flora se da la vuelta, así que puedo buscar a Milkwort sin que me vea. Quisiera llamarlo, pero ella me oiría, así que en mi mente hago como si lo llamara. Hablar con los animales no es dùth, y eso quiere decir que no debe hacerse. No lo veo cerca de la fogata y no hay ningún lugar donde pueda ocultarse. Debe andar por ahí, porque nunca se iría sin mí. Y entonces lo veo en una hendidura entre dos piedras, en la pared. Fue muy inteligente de su parte meterse allí. Le tiendo la mano y salta para treparse por mi brazo hasta mi nuca, luego se desliza de regreso a mi bolsillo. Por poco nos descubren. Me abrocho ambas capas lo más rápido que puedo.
—Listo —le digo a Flora.
—Gracias —dice. Sonríe, entrando, y yo vuelvo a salir a la muralla.
Me cae bien Flora porque es amable. Es mi amiga. Es otra chica, como yo. Su cabello es color café claro y es más alta que yo. Cuando la hicieron Halcón, la ayudé contándole todo lo que uno tiene que saber para ser un buen Halcón, como aprender a distinguir la aleta de un delfín de la del terrible escualo navaja, y la mejor manera de atravesar a un cangrejo araña con una lanza, y lo que significan las cinco campanas y cómo tocarlas debidamente. Soy muy buena para ayudar.
El mar está gris hoy, con apenas unas líneas blancas. Parece como un montón de piedras rotas. Mientras observo tengo que caminar también. De otra forma, mi sangre se congelará. Eso es lo que dice Lenox.
Tengo que dar ciento diecisiete pasos para recorrer esta parte de la muralla, y lo sé porque los he contado. Sé caminar sin mirar mis pies, y eso es bueno porque puedo tener los ojos puestos en el mar todo el tiempo, sin perderme nada de lo que pase allí. Cuando llego al otro extremo doy media vuelta y camino de regreso, y luego otra vez de ida, y de regreso de nuevo, y así todo el día.
A mis espaldas está el enclave. Ahí es donde vivimos todos, y se llama Clann-a-Tuath, que es el nombre de mi clan. Existen otros clanes pero están lejos, en otras partes de la isla. No puedo verlos desde la muralla porque Skye es una isla muy grande. Nosotros estamos en la parte norte. En nuestro enclave hay muchos bothans construidos con piedra, y es ahí donde dormimos. Y hay una muralla que rodea todo. Hay gente que quisiera venir a nuestro enclave, pero no está permitido, y por eso tengo que estar vigilando desde la muralla para impedirles la entrada si lo intentan.
Se está haciendo de noche. Hay que mirar con más cuidado cuando oscurece porque no se ve bien. Hay algo allí, en el mar. Lo vi porque estaba observando con atención. Está lejos y no es grande, creo que es un barco. No le despego los ojos hasta que está más cerca y entonces lo sé, es un barco. No sé quién vendrá dentro. A lo mejor es un barco de las Focas que regresa. Eso sería algo bueno.
Camino hacia la torre y no quito la vista del barco. Todas las torres tienen una serie de campanas para poder hacer anuncios de alerta y enviar mensajes con los sonidos. Tomo el martillo y voy a hacer sonar la Primera una sola vez, esto indica que veo un barco y que en él vienen personas pero que no alcanzo a ver todavía quiénes son, pero el sonido se oye antes de que golpee la campana. Me sobresalta porque no lo espero, y me confunde un poco que haya sonado sin que yo la golpeara. Y entonces me doy cuenta de que no fue mi campana la que sonó sino otra, de otra torre, y que la hizo sonar otra persona. Me siento confundida porque esperaba un sonido y, al oír otro, me cuesta recordar cuál fue. Podría haber sido la Segunda campana, pero no, creo que más bien era la Cuarta. No son buenas noticias. La Cuarta quiere decir peligro, y dos golpes en ella quieren decir que es un barco y que viene al ataque. Mi corazón late acelerado. Cuando uno oye esa campana, lo más importante es actuar con rapidez. Si uno no lo hace, podría haber muertos porque es una amenaza grave. Miro hacia la otra torre, pero no veo a nadie ni tampoco en la muralla que la rodea. Entonces, ¿quién hizo sonar la campana? Miro de nuevo al mar. El barco se acerca veloz y yo soy la única persona que puede detenerlo. Debo detenerlo. Es mi deber y es muy importante y debo proteger a mi clan.
Corro hacia la ballesta y la alisto para disparar. La flecha ya está dispuesta. Es grande, metálica. El pedernal lo llevo guardado en el cinturón, porque siempre debemos tenerlo con nosotros. Lo saco y trato de encender el musgo que lleva la flecha, pero no logro hacerlo. Está mojado porque estuvo lloviendo. Meneo la cabeza y arranco el musgo para echarlo al mar. Necesito otra cosa. Miro hacia el frente y grito porque me doy cuenta de lo cerca que está el barco ahora. Piensa, piensa, tengo que pensar en algo. Y entonces se me ocurre qué hacer.
Me saco la bota para quitarme el calcetín, muy muy rápido. Amarro el calcetín al extremo de la flecha, primero con un nudo y luego con otros dos, para que no vaya a caer. Es un buen plan. No resulta fácil prender el calcetín porque hay que golpear el pedernal muy rápido. Me tiemblan las manos. Lo intento muchísimas veces y al fin lo consigo. El fuego crece por la grasa de animal que hay en la flecha. Por el rabillo del ojo veo a alguien: es Lenox, que está en la muralla, a lo lejos. Me hace señas para que me apresure. Él sabe que debo hacerlo rápido porque el barco ya está muy cerca. Acomodo la ballesta para apuntar al centro del barco, alineo la punta de la flecha hacia el punto que quiero, como me enseñaron.
—¡Agatha, no! —el grito de Lenox es un eco, pero ya mi dedo ha apretado el gatillo. ¿Por qué me dijo que no disparara?
La flecha sube muy alto hacia el cielo. El barco está más cerca y puedo ver a los que van dentro. ¡Qué raro! Entrecierro los ojos porque lo que veo no está bien. Alcanzo a ver sus rostros y no está bien porque los conozco.
Eso quiere decir que es uno de nuestros barcos. He cometido un error terrible.
El barco se mece y me revuelve el estómago. Abro la boca para vomitar, pero sólo brota un lloriqueo hueco. Me aferro con fuerza al costado del barco. Pequeños y filosos trozos de pintura se desprenden bajo mis dedos. Estoy seguro de que los otros Pescadores me miran con lástima cuando volteo. Me estoy esforzando, en verdad que sí. Espero que se den cuenta.
Estiro un brazo para bajarme la capucha y cubrir parte de mi cara. El viento azota y la empuja hacia atrás. La lluvia helada se me clava en las mejillas y escurre por mi cuello.
—Parece como si un alcatraz te hubiera levantado —dice Aileen, acercándose a mí.
—Así me siento —respondo entre arcadas. Si un alcatraz tratara de levantarme en este momento, tal vez no haría nada para evitarlo.
—¿Te traigo un poco de agua? —a pesar de la lluvia que cae sin parar y de que el barco se zarandea para uno y otro lado, Aileen se las arregla para verse bien.
—Estoy bien —contesto, alejándome un poco. Prefiero que no me vea así.
—Lo bueno es que parece que sirves para atraer más peces. Hemos capturado una gran cantidad de peces desde que empezaste a vaciar tus entrañas en el agua —está tratando de hacerme sonreír. En realidad, no quiero hacerlo—. Aunque no sé por qué —continúa—. Apesta.
Las comisuras de los labios me traicionan, y empiezan a curvarse hacia arriba.
—¡Y ahí tenemos una sonrisa! ¡Definitivamente! —exclama—. ¡Sabía que podía lograrlo!
—No lo es —contesto, obligando a mi boca a torcerse.
—Con el tiempo irás mejorando —dice—, te lo prometo.
A pesar de que ella tiene más o menos la misma edad que yo, le dieron su dreuchd hace cosa de seis meses, así que tiene todo ese tiempo de práctica. Pero estoy seguro de que siempre lo ha hecho bien, incluso desde la primera semana. Revuelve mi cabello con la mano, y luego me deja a solas con mi desgracia. La veo regresar a su puesto, y lanzar su sedal al mar. Le dice algo al Pescador que está más allá, y lo hace reír. ¿Cómo lo consigue? ¿Cómo logra que una persona ría sin mayor dificultad? Es una de las razones por las cuales le cae bien a todo el mundo, yo incluido. Lo único bueno de que me hayan nombrado Pescador es que ahora puedo pasar más tiempo con ella. Es mi mejor amiga. Siempre lo ha sido.
Las olas golpean el costado del barco con un sonido repetitivo, bum-plaf, bum-plaf. Miro hacia abajo y me arrepiento de inmediato. Toda esa agua profunda y oscura. Mi mente empieza a considerar todas las posibles criaturas que podrían estar ahí, al acecho bajo la superficie: calamares gigantes, rayas asesinas, letales escualos navaja… Cierro los ojos con fuerza. Estoy a salvo en el barco. Estoy a salvo en el barco. Tengo que repetírmelo una y otra vez. Mientras no piense en todo lo que puede haber en el agua estoy bien.
El clima tarda mucho en mejorar, y las nubes pasan de un gris amenazante a un blanco sucio. A medida que las olas se hacen más suaves, mi malestar disminuye también, y me apresuro para cumplir con todas mis tareas atrasadas. Como soy el miembro más reciente de la tripulación, me asignaron una serie de labores que nadie más quiere, como desenredar los cabos y poner las carnadas. Trabajo en silencio, sentado a solas, cabizbajo.
Para empeorar las cosas, hoy salimos hacia el oriente, con lo cual la isla de Raasay queda directamente frente a nosotros: una franja montañosa entre Skye y la tierra firme de Scotia. Evito mirarla. Allí es donde vive la chica, la que va a echar todo a perder. No quiero pensar en ella en este momento.
Justo antes del anochecer, emprendemos el regreso. Ha sido un día largo, pero toda mi desesperación se esfuma a la vista del enclave. Sus murallas se elevan a lo lejos como un faro de bienvenida. Fragmentos de las olas que rompen hacen que las antiguas piedras brillen.
Allí está mi hogar.
Todo mi cuerpo añora estar allá, rodeado por los rostros familiares de mi clan, sintiendo el suelo esponjoso bajo mis pies. Anhelo sentirme seguro. En alguna parte de la muralla, la Segunda campana resuena dos veces, anunciando nuestra llegada.
—¿Por qué la pusieron a ella en un puesto central? —dice el capitán. Sigo su mirada y distingo a Agatha, una de las niñas Halcón, junto a una torre, mirándonos—. ¿Y qué diablos está haciendo?
A duras penas alcanzo a ver los brazos de Agatha, afanándose alrededor de la ballesta. Da un par de brincos, luego amarra algo a la flecha y le prende fuego.
—Va a dispararnos. Esa pobre idiota va a dispararnos —dice el capitán.
Un chasquido poderoso se escucha cuando la flecha traza un arco por encima de nosotros. Como no parece que vaya atinada, el capitán no se molesta en alterar la dirección del barco. En lugar de eso, levanta la vista y le lanza una sarta de improperios a Agatha. Yo no despego la vista de la flecha. Surca el cielo como una estrella errante, con ruta incierta. Un golpe de viento la empuja, altera su curso en el último momento y la vira directamente hacia nosotros.
Abro la boca para gritar una advertencia…
Pero es demasiado tarde.
Cae en las velas antes de que alguien alcance a reaccionar, y las incendia. Las llamas avanzan lamiendo el puente y se encrespan alrededor del mástil. Suelto un chillido y, en mis prisas por ponerme en pie, tropiezo a causa de mis largas piernas. El calor es intenso y me tuesta la piel a la vez que me hace arder los ojos. Uno de los Pescadores vuelca una cubeta de agua, en un intento por sofocar las llamas, sin darse cuenta o sin que le importe que en esa agua también haya carnada, camarones. Las criaturas llegan en una oleada donde estoy y flotan patéticas, hasta que el fuego las devora con una serie de pequeñas explosiones. El olor de marisco chamuscado me quema la nariz.
—¡Abandonen el barco! —grita el capitán.
¿Qué? No. El mar es demasiado profundo.
El resto salta por encima de la borda en todas las direcciones.
Me quedo en la borda, mirando el agua, con las piernas paralizadas. No puedo hacerlo. No puedo.
Alguien me empuja por detrás. Trato de resistirme, pero mis rodillas ceden y caigo al mar.
El frío del agua me golpea como una avalancha de piedras. Me hundo en las profundidades. Giro en círculos, pero no consigo encontrar la superficie. Agito brazos y piernas en todas direcciones. A mi derecha, un vago resplandor anaranjado perfora la oscuridad. Es la llamarada del barco. Pataleo hacia allá. Algo me roza una pierna. El pánico me atenaza los pulmones y me clava sus uñas. Me vuelvo. No hay nada allí. Me vuelvo de nuevo, pero ya no puedo ver el barco, ya no sé dónde es arriba o abajo. Me retuerzo a un lado y otro, con la esperanza de salir de la oscuridad en cualquier momento. Estoy atrapado en el agua y no puedo respirar. No puedo respirar. No puedo respirar.
Unas manos rudas me encuentran y tiran de mí hacia arriba. Y entonces una nueva sensación de frío me envuelve cuando mi cabeza sale a la superficie. Aspiro bocanadas de aire salado. Por encima de mí, fragmentos de ceniza llueven desde el cadáver del barco.
—¿Dónde está Jaime? ¡Cuídenlo bien! —se gritan unos a otros.
—Aquí lo tengo —dice una voz en mi oído. Quienquiera que sea empieza a arrastrarme hacia la muralla.
—Estoy bien —afirmo, tosiendo agua de mar. Ahora que puedo ver el enclave, preferiría llegar allí por mis propios medios. No seré el mejor nadador del mundo, pero por lo menos soy capaz de nadar unos cuantos cientos de metros. Tampoco quiero que los demás Pescadores vean que me tienen que ayudar; antes de eso, ya estaban convencidos de que yo era un inútil. Trato de zafarme de mi salvador, pero él no me suelta.
Doy un vistazo a mi alrededor en busca de Aileen. No la veo por ninguna parte. Restos ardientes del naufragio se desploman, y chisporrotean al tocar el agua. Cuando llegamos a la muralla, el capitán insiste en que me saquen primero y que me lleven directamente al bothan que se usa para los enfermos.
—¿Dónde está Aileen? —pregunto, pero nadie responde.
—Es crucial que no se enferme —dice alguien mientras me llevan apresuradamente a través del enclave—. La ceremonia tendrá lugar en menos de dos semanas —como si necesitara que me lo recordaran. Varias personas me meten en el bothan y me sepultan bajo mil cobijas. Una vez dentro, los Herbistas se afanan a mi alrededor, secándome el cabello y dándome sopa.
—¿Aileen consiguió regresar sin problemas? —preguntó de nuevo, alzando la voz un poco esta vez.
—Ella está bien, todos están bien —contesta uno de los Herbistas, posando una mano sudorosa en mi frente—. Nuestra prioridad en este momento eres tú, jovencito.
Los dejo hacer. Jamás me ha gustado ser el centro de atención, pero sé que tienen buenas intenciones. Uno de ellos incluso me trae a escondidas una tajada de pan horneado cubierta con una gruesa capa de mantequilla, con lo cual mis ánimos mejoran un poco.
—Sí que fue toda una aventura —exclama Aileen entrando al bothan. Se cambió la ropa mojada por otra seca, pero su cabello del color del óxido aún se ve empapado.
—¡Aileen!
Los Herbistas se hacen a un lado para dejarla llegar hasta mí. Aileen aprieta mis puños entre sus manos.
—Pensé que más valía asegurarme de que seguías con vida —dice.
—Estoy vivo, sí.
—¿Y te sientes bien?
—Estoy bien. Quizás un poco avergonzado. ¿Qué dicen los demás? ¿Seguirán burlándose de mí?
—No, ¿por qué se burlarían?
—Porque se supone que debo ser un Pescador y estuve a punto de ahogarme…
—Nadie lo sabe, ni le importa. De eso estoy segura.
—¿En serio?
—En verdad. Así que deja de preocuparte. Es una orden —me apunta con su dedo, dirigiéndome su mirada más severa.
—Muy bien, gracias —y en verdad lo pienso así. Ella siempre sabe decir lo más adecuado en todo momento.
Siento un cosquilleo en la garganta. Empiezo a toser. Debo tener todavía algo de agua en los pulmones. Una vez que empiezo, parece que nunca terminaré.
—¿Estás incomodando a nuestro paciente? —dice uno de los Herbistas, acercándose para ver cómo estoy.
—Yo no he hecho nada —dice Aileen, levantando ambas manos.
—Pues me parece que será mejor que dejes descansar a este pequeño ratón —dice el Herbista, dándome palmadas en la espalda a la vez que me frota el pecho.
—Nos vemos en la mañana —dice Aileen, y no puede resistirse a darme un ligero golpe con los nudillos en la cabeza antes de salir.
—Buenas noches —le digo, alejando su mano de un golpe. Me deja con una enorme sonrisa pintada en el rostro.
Poco después, los Herbistas salen también, insistiendo en la importancia de que duerma de inmediato. Antes de que tenga oportunidad de hacer caso de sus instrucciones, se oye un golpe en la puerta del bothan y entra Maighstir Ross.
—Jaime-Iasgair, ¿cómo te encuentras? —pregunta.
Caramba, la ceremonia debe ser algo en verdad importante si me visita el propio jefe del clan.
—Estoy bien —digo, por milésima vez—. Gracias.
—Muy bien —se queda en silencio por un momento, como si fuera a decir algo más, pero luego baja la cabeza y vuelve hacia la puerta. Ésa fue una visita muy breve.
—¿Maighstir Ross?
—¿Sí? —pregunta sin quitar la mano de la perilla de la puerta.
—He estado pensando… me dijeron que mañana tendría que ir a la bahía de Kilmalaug con los demás Pescadores de mi barco, para pescar desde la orilla, pero… me preguntaba si en lugar de eso tal vez podría quedarme con las Avispas…
Se dibujan varias arrugas en su frente.
—¿Que quieres qué?
—Quedarme con las Avispas, como parte de mi capacitación. Pensé que si los observaba armar un nuevo barco, tal vez podría aprender cómo arreglar uno, en caso de que algo se estropee mientras estamos mar adentro —no sé de dónde me sale el valor para hacer semejante propuesta—. Además, la bahía está bastante alejada. Tal vez sería mejor para mi salud permanecer en el enclave —y suelto una tosesita lastimosa para subrayar mi propuesta.
Maighstir Ross no es ningún tonto. Debe saber que no me está yendo demasiado bien como Pescador, pero trabajar en un oficio distinto al que te fue asignado se considera dùth. Así que mi petición es casi ilegal. Su expresión se suaviza y veo una leve insinuación de sonrisa.
—Muy bien —dice—, pero debes aprender únicamente de lo que ves. Eres un Pescador, y valdría la pena que te hicieras a la idea.
—Sí, Maighstir.
—Ahora, reposa. Necesitamos que estés sano y en buenas condiciones para la Ceremonia.
Cualquier rastro de amabilidad que había en su mirada desaparece en el momento en que menciona la Ceremonia. Fue un cambio muy sutil, pero alcancé a notarlo. Sopla el farol con fuerza, y sume el bothan en la oscuridad. La puerta hace ruido cuando sale.
Intento dormir, pero mil ideas hormiguean en mi cerebro. Casi todas tienen que ver con la Ceremonia, por supuesto. La declaración se hizo hace una semana. Cuando me convocaron por primera vez al círculo de reuniones, todo mi cuerpo vibraba de emoción. Sabía que recibiría mi dreuchd, o sea, la vocación de mi vida. Había estado aguardando ese momento desde que cumplí los catorce. Ser parte de la comunidad que practica un oficio y trabajar por el bien del clan es el honor más grande que uno pueda tener.
Mi entusiasmo se desvaneció cuando me nombraron Pescador. Tuve que esforzarme por ocultar mi desilusión. Al fin y al cabo, todas las labores son importantes. Me enorgullezco de ser un Pescador. En verdad. Y los ancianos debieron tener una buena razón para tomar esa decisión. Es cosa de que yo trabaje duro para ser mejor.
En cuanto se hizo el anuncio, los demás Pescadores entraron al círculo y me untaron todo el cuerpo con las vísceras de un pescado que acababan de abrir. No fue la experiencia más disfrutable, a decir verdad, pero así es como ha sido siempre. En consecuencia, yo estaba empapado y apestando a pescado cuando, poco después, me convocaron al círculo una vez más. Di un paso al frente, mientras la sangre goteaba de mis escuálidos brazos.
Con la vista del clan entero sobre mí, me forcé a evitar los temblores por el frío. Jamás había sabido de nadie a quien convocaran dos veces en la misma noche, así que me puse en guardia de inmediato, pensando en lo peor. Fue Maighstir Ross quien hizo la declaración, mirándome fijamente a los ojos. Dijo que sería un “gesto crucial para garantizar las relaciones diplomáticas por muchas generaciones venideras”. Un silencio enfermizo siguió, y no fue sino hasta que Maighstir Ross gritó: “Que Clann-a-Tuath siempre conserve su fuerza”, que todos levantaron sus puños y lanzaron vítores. Sin embargo, los rostros no conseguían ocultar su confusión.
Pero es algo que sucederá. Ya se han hecho todos los arreglos.
Me voy a casar.
Con una chica de la isla de Raasay.
Nadie quiere que ese casamiento se celebre, y yo menos que ninguno. El matrimonio no es lo correcto, todo el mundo lo sabe. Sin importar lo que me digan los ancianos, es evidente que la única razón por la cual fui “escogido” es porque tengo la edad adecuada y porque es muy poco probable que me oponga.
Todos me dicen que es un gran honor, pero sólo lo dicen para hacerme sentir mejor. Hay seis clanes en Skye, y ninguno ha permitido casamientos en más de un siglo, así que seré el único casado en toda la isla. Ni siquiera Maighstir Ross pudo ocultar su desprecio por lo que está a punto de suceder. Nadie querrá tener nada que ver conmigo después de la ceremonia, lo sé. No seré más que un recordatorio ambulante de la debilidad de nuestro clan.
Clann-a-Tuath siempre ha sido un clan orgulloso, firme frente a enemigos y aliados, tanto en la isla de Skye como allende el mar. ¿Por qué, entonces, poner en entredicho nuestras creencias en este momento?
Definitivamente, hay algo más detrás de esta unión de lo que los ancianos nos han contado. Hay algo que los ha llevado al borde de la desesperación. Algo que escapa a su control. Sea lo que sea, sólo puede ser algo malo.
-Desde el principio, les dije que era una mala idea.
—Esas palabras no nos llevan a ninguna parte, Clyde.
—Lo que quiero decir es que esto iba a suceder tarde o temprano. Y si seguimos con ella ahí arriba, será sólo cuestión de tiempo que pase otra vez.
—Estoy de acuerdo. Ha demostrado que no es persona de fiar en puestos de responsabilidad.
—Más que eso, debemos discutir también un castigo. Esa chica merece ser castigada.
Hay muchas voces hablando así que no es fácil saber quién dice qué. Se supone que no debo estar en el bothan de los ancianos, porque no es un lugar público, lo cual significa que no puedo entrar sin permiso. Por eso estoy escondida. Y estaré en problemas muy serios si llegan a encontrarme.
—¿No creen que retirarla de su labor será suficiente castigo?
—Vamos, fue un error accidental. No pretendía hacerle mal a nadie —quien acaba de hablar es Maighstir Ross, creo. Es el jefe del clan durante esta luna, lo cual quiere decir que es la persona más importante. Hay siete ancianos y cada luna cambian de jefe, para ser más justos.
—Ya sé que no pretendía hacerle mal ni daño a nadie, pero eso no impidió que lo hiciera. Fue una suerte que nadie resultara ahogado. Y eso sin contar con que perdimos un barco. A las Avispas les tomará semanas reemplazarlo.
—Clyde tiene razón. Son tiempos de peligro estos que vivimos. No podemos arriesgarnos a que nada ni nadie ponga en riesgo a nuestro clan. Sobre todo, después de lo que le sucedió a Clann-na-Bruthaich.
—No estamos seguros de qué le sucedió a ese clan. No tenemos certeza.
—Tenemos certeza: los deamhain los invadieron. Eso quiere decir que aquí estamos expuestos. Y que somos vulnerables, además. En especial con ella como primera línea de defensa —es Maighstir Clyde quien dice eso. No me agrada mucho porque a veces puede ser odioso.
—Siempre supimos que era un riesgo convertir a Agatha en Halcón, pero permítanme recordarles que ella siempre ha sido uno de los miembros más esforzados y leales de este clan —dice Maighstir Ross.
—Y además es una retarch, y por poco mata a doce personas.
—Ya basta, Clyde.
Por primera vez desde que comenzó la reunión, todos guardan silencio. Es cierto, casi mato a todas esas personas. No era mi intención. Fue un accidente. Ahora los ancianos están decidiendo qué hacer conmigo. Estoy aquí porque quiero saber. Vine después de la comida matutina, cuando nadie me veía. Nadie vive en este bothan. Sólo se usa para reuniones. Por eso lo construyeron alejado de los demás, sobre la colina. Es circular y dentro sólo hay siete sillas y el enorme baúl en el que estoy metida. El baúl tenía muchas cosas adentro, así que tuve que sacarlas primero y ocultarlas. Fue un buen plan. Entonces, me metí en el baúl y esperé. Los ancianos no aparecieron durante un buen rato, así que pasé todo ese tiempo esperando. No hay mucho lugar aquí adentro, así que no es nada cómodo. Me alegra haber dejado a Milkwort en el pequeño agujero de mi cama. Le gusta estar ahí y, además, se encuentra a salvo. Si lo hubiera traído, estaría aquí, apretujado junto a mí.
—Aquí tenemos tres cuestiones diferentes —dice Maighstir Ross—. Si permitimos que la chica permanezca en su oficio, qué haríamos con ella si le quitáramos su nombramiento y, aparte de las otras dos, si es necesario o adecuado un castigo. Empecemos por lo relacionado con su oficio.
—No se conservan registros de un miembro del clan al que se haya despojado de su nombramiento, salvo en casos de exilio.
—¿Y no podría permanecer nominalmente como Halcón, y que la mantengan en una zona menos importante de la muralla, bajo supervisión cuidadosa? —tal vez sea Maistreas Sorcha la que habla.
—Se supone que estaba bajo supervisión de Lenox ayer, y miren hasta dónde nos llevaron las cosas.
—¿Y nos podemos dar el lujo de desperdiciar los ojos de otro Halcón para vigilarla a ella? Son escasos. Si la amenaza de los deamhain es real, necesitamos todos los ojos puestos en el mar.
¿De qué habla? ¿Deamhain?
—Entonces, ¿cuáles son las alternativas? —dice alguien, no sé quién.
—Podría capacitarse nuevamente para convertirse en una Perca —propone Maistreas Eilionoir, creo.
—Las Percas no querrán tener nada que ver con ella. Es torpe e incompetente. ¿Acaso no fue ésa la razón por la que decidimos ponerla en la muralla en un principio? ¿Con la esperanza de que cayera desde allá arriba y nos hiciera a todos un favor?
¿Qué dijo? Eso no está bien. No es fácil oír claro desde dentro del baúl.
—Esa forma de ver las cosas no nos ayuda para nada, Clyde.
—No voy a disculparme por poner en palabras lo que todos estamos pensando. No la nombramos Halcón pensando que llegaría a ser buena. Queríamos sacarla de en medio. Es la desgracia del clan. Y ahora, nos ha dado razones de peso que justifican esa reputación.
Siento que mis ojos se van enojando. Lo que dice no puede ser verdad. Soy una buena niña Halcón, soy una buena niña Halcón.
—¡Soy una buena niña Halcón!
Lo dije en voz alta porque no podía callarlo. Nadie dice nada. Oigo pisadas y luego la tapa del baúl se levanta. La luz de afuera es brillante. Parpadeo y veo a Maistreas Sorcha allí.
—Parece que tenemos compañía —dice. Maistreas Sorcha es la más joven de los ancianos. Es bonita y amable. Me ayuda a salir del baúl, cosa difícil porque estoy toda hecha nudo.
Salgo del baúl. Todos los ancianos me miran. No me gusta, así que volteo la mirada al techo. Está lleno de sombras que se mueven como si fueran seres. Pero no lo son pues si lo fueran, ya estaríamos todos muertos. Nos despedazarían. Eso es lo que hacen las cosas de sombra y uno no puede impedirlo. Además, esas cosas viven en tierra firme y no en Skye, por eso sé que no están aquí.
Maighstir Ross habla:
—Agatha, esto es algo que ninguno de nosotros esperaba. Supongo que sabes que está estrictamente prohibido entrar al bothan de los ancianos si no eres uno de ellos, ¿cierto? —me dice.
—Soy una b-buena niña Halcón —repito una vez más.
—Has demostrado varias cualidades que lo prueban, sí —afirma Maistreas Sorcha—, pero también has puesto en peligro varias vidas, y eso no se puede pasar por alto —se vuelve hacia los ancianos, y pregunta—: ¿Qué debemos hacer con ella?
—Ya que se encuentra aquí, bien puede quedarse para enterarse de su destino —dice Maighstir Ross. Me mira, señalándome con el dedo—: pero deberás permanecer en silencio todo el tiempo.
Abro la boca para decir que no es justo, pero Maighstir Ross me mira enojado y me callo. Maighstir Clyde resopla.
—Si la vas a dejar aquí para que yo tenga que refrenar la lengua, Ross, más vale que lo pienses dos veces.
—La hora de hablar ya ha terminado —dice Maighstir Ross—. El fuego está en su punto. Agatha, sé buena y alcánzame las bhòt que están dentro del baúl.
Las bhòt son unas piedras que se usan para tomar decisiones.
—Tengo que ir… b-buscarlas —digo, y salgo. Afuera ya está oscuro y me cuesta encontrar las cosas en el lugar donde las oculté, pero lo consigo.
—Las escondí entre los brezos —digo cuando vuelvo a entrar. Pienso que tal vez me dirán que fue un buen plan, pero nadie pronuncia palabra. Maighstir Ross toma la bolsa con las piedras y me siento en el baúl porque no hay ningún otro lugar donde hacerlo.
Maighstir Ross se levanta y voltea la bolsa sobre el fuego. Unas piedras son negras y las otras grises. Se sienta y me dice:
—Las llamas se han apagado, pero las cenizas aún están calientes, así que escoger una piedra implica una experiencia dolorosa. Eso se hace para garantizar que sólo voten quienes ya tienen clara su decisión. Los ancianos de Clann-a-Tuath han votado así a lo largo de muchas generaciones —y luego le dice a uno de los ancianos—. Primer asunto: en relación con la consideración de si Agatha-Cabhar, aquí presente, debe ser castigada por la destrucción de un barco de los Pescadores, además del contenido de éste, así como de poner en peligro la vida de doce Pescadores que iban a bordo de dicho barco. Todos los que deseen votar, pueden hacerlo ahora.
Maighstir Clyde se levanta primero. Mira el fuego y mete la mano hasta el fondo, para sacar una piedra. No da señales de que le duela. Ha escogido una negra. Arroja la piedra a un lado y vuelve a su silla. Algunos de los otros ancianos hacen lo mismo. Las piedras que escogen son grises. Pasa un rato, y Maighstir Ross dice:
—Na clachan bhòtaidh deiseil?
—Tha bhòtadh deiseil. Dearbh dhuinn an fhìrinn —dicen los ancianos en la lengua antigua.
Maighstir Ross mira la pila de piedras y dice:
—El escrutinio me indica uno a favor, cuatro en contra, y dos que se abstienen, con lo cual se acuerda que no se le impondrá ningún castigo. Leig leis.
—Leig leis —dicen todos.
Maighstir Ross me mira y me parece que está contento. Yo también estoy contenta de que no me vayan a castigar. Recoge las piedras y vuelve a ponerlas en el fuego.
—Segundo asunto —empieza—: decidir si Agatha-Cabhar, aquí presente, debe ser despojada de su nombramiento como niña Halcón. Todos los que quieran votar pueden hacerlo ahora.
Ya no estoy contenta. Quiero hablar, o tal vez gritar, pero prometí quedarme callada. Soy un Halcón. No pueden hacer que ya no lo sea. No pueden, por favor, que no puedan.
Maighstir Clyde otra vez es el primero en tomar una piedra del fuego. Los demás ancianos escogen las suyas también. La única persona que no lo hace es Maistreas Eilionoir. Permanece en su silla, mirándolos a todos y a mí.
—Na clachan bhòtaidh deiseil? —pregunta Maighstir Ross al terminar, y todos responden como antes. Entonces, mira la nueva pila de piedras. Esta vez, todas son negras.
—Con seis votos a favor y uno que se abstiene, se acuerda que a partir de este momento Agatha-antes-Cabhar ya no será reconocida como niña Halcón de Clann-a-Tuath. Leig leis.
¿Qué? No. Me levanto. No pueden hacer eso.
—No pueden hacer eso —grito—. No pueden hacer eso —me duelen los dientes.
—Agatha —la voz de Maighstir Ross se escucha calmada—, te permití permanecer aquí con la esperanza de que, al ver el proceso, podrías comprender mejor cómo se toman las decisiones, y el carácter definitivo de los acuerdos a los que llegamos.
—Pero no pueden —repito—. Soy una buena niña Halcón. Soy una b-buena niña Halcón.
Necesito arrojar algo. Tomo una taza y una cobija y todo lo que tengo a mano y se los arrojo. No me importa si golpeo a alguien o si caen al fuego. Hay manos que tratan de detenerme, pero no lo voy a permitir. Levanto el enorme baúl y lo vuelco, y choca con las sillas y las derriba. Se oyen gritos. No me importa. Trato de zafarme, grito, embisto. Maighstir Clyde está frente a mí. Es muy rápido. No sé bien qué está haciendo hasta que termina de hacerlo. Me da un puñetazo en la cara y caigo al suelo.
Me duele la cabeza y sale sangre por mi nariz.
El bothan gira a mi alrededor.
Después, nada.
A la mañana siguiente, los Herbistas opinan que ya estoy en condiciones de irme. Me pongo las botas y corro apresurado hasta el sitio de creación de las Avispas. Siempre me ha atraído ese lugar. Allí es donde se fabrican y reparan todas las cosas que el clan necesita, desde armas y ropa hasta camas y utensilios de cocina. Por supuesto, en este momento están atareados trabajando en el nuevo barco. Me quedo merodeando por los alrededores, hasta que alguien de las Avispas me llama:
—¿Qué pasa, muchacho? —es un hombre fornido con mejillas coloradas y dedos chatos. No puedo recordar su nombre.
—Maighstir Ross me dijo que podía venir —le explico.
—Habla más fuerte, que a duras penas puedo oírte —todo lo que dice va acompañado de una risita.
—Vine a mirar —repito, alzando la voz—. Maighstir Ross dijo que podía hacerlo.
—Pues no vas a poder ver mucho desde allá lejos —me hace señas y me acerco trotando a él, con una sonrisa que se va dibujando en mi rostro—. Me llamo Donal —se presenta. Su boca diminuta se pierde en las profundidades de su barba rojiza.
—Jaime —respondo.
—Entonces, ¿quieres hacerte Avispa?
—No, soy un Pescador —me trago la palabra con dificultad—. Pensé que si venía a verlos armando el barco, eso me volvería mejor Pescador.
—Muy bien —dice Donal, de una manera en que me doy cuenta de que no me cree del todo—. Entonces, quédate junto a mí, jovencito. Te mostraré todo lo que necesitas saber.
Me paso todo el día con Donal y el resto de las Avispas, mirando fascinado cómo forjan clavos, cosen velas nuevas, y le dan forma a la madera para el casco. Me asombra su habilidad, y Donal compensa mi entusiasmo explicándome todo lo que hace. Me muero por unirme a ellos y ayudar. Estar entre Avispas es una experiencia diferente que convivir con los Pescadores. Por un lado, me encuentro en tierra, cosa que por sí sola mejora todo, pero también es mucho más fácil de entender por su forma de trabajar. Piensan muy bien cada cosa que van a hacer, con detalle, y se toman su tiempo para sopesar la manera más adecuada de solucionar un problema o hacer mejoras. Sé que yo podría ser mejor Avispa que Pescador. Si fuera cosa mía, cambiaría de ocupación en un abrir y cerrar de ojos, pero por supuesto que no hay posibilidad de eso.
Al final de la tarde, todos dejan lo que hacían al oír una especie de conmoción en la Puerta Sur. Una de las campanas tañe, pero no sé cuál. Nunca he aprendido a diferenciarlas bien.
—¿Qué crees que esté sucediendo? —le pregunto a Donal. Está en pie, con el martillo que empuñaba colgando inerte a su lado. Se le encoge la nariz cuando se esfuerza en ver mejor.
—Son los Rapaces —dice—. Parece que han regresado.
¡Los Rapaces! Habían sido enviados para averiguar qué había sucedido con Clann-na-Bruthaich, otro de los clanes de Skye. Circula el rumor de que el clan completo desapareció sin dejar rastro. Se supone que no sabemos nada, pero todo el mundo está enterado.
—Ve a ver si logras oír algo de lo que digan —pide Donal.
—Oh —exclamo—, pero no es dùth dejar de trabajar antes de la comida vespertina.
Donal ríe.
—No nos falta mucho para terminar, y no se lo diré a nadie. Además, tú mismo lo has dicho: no estás trabajando, sino observando —me mira con expresión de complicidad.
En realidad no quiero ir a averiguar nada, pero quiero caerle bien a Donal. Él toma la decisión por mí, al poner su manota entre mis omoplatos y darme una palmadita.
—Si te enteras de algo, vuelve a contarnos.
Hago un gesto afirmativo, y atravieso el costillar del nuevo barco. La Puerta Sur no está lejos. Para cuando llego, los Rapaces ya han entrado. Me mantengo a cierta distancia. Miran en mi dirección, así que me acuclillo detrás de un viejo pozo. El suelo está mojado y enlodado, y el frío húmedo se cuela a través de mis pantalones y me deja las rodillas empapadas.
Maistreas Sorcha ha venido al encuentro de los Rapaces. Le estrecha el puño cerrado a cada uno, pero no dice una palabra. Todos callan. Cruzan una mirada. Maistreas Sorcha les hace señas para que vayan todos a un bothan comunal, justo al lado de donde me oculto.
¡Van a pasar justo a mi lado! Si ven que me estoy ocultando, pensarán que los espío. Y supongo que eso es lo que estoy haciendo. ¿En qué estaba pensando? Fue una pésima idea. Debería irme ya, antes de que se acerquen demasiado, pero mi cuerpo se niega a moverse. Están más cerca. Me deslizo por el fango, siguiendo de cerca la boca curva del pozo. Apesta a algas mojadas. Si pudiera escabullirme dentro cuando pasen, tal vez podría evitar que me vieran. Están a pocos pasos de mí. Es ahora o nunca. Clavo las uñas en las ranuras de las piedras del brocal, y me muevo hacia la derecha mientras Maistreas Sorcha y los Rapaces se acercan por la izquierda. Me arrastro pegado a la curva del pozo, poco a poco, tratando de no hacer ruido. Las palmas de las manos me sudan a mares.
El grupo pasa por el lado opuesto del pozo, hablando en susurros. Me esfuerzo por pescar alguna palabra. Oigo la frase:
—Los de Raasay decían la verdad…
—… peor de lo que esperábamos… —agrega alguien más.
La conversación se desplaza al bothan. Aguardo hasta oír la puerta que se cierra antes de soltar el aire que contuve. Miro hacia la muralla, con la esperanza de que ningún Halcón me haya visto. Todos están mirando hacia el exterior de las murallas. Me salí con la mía. Nunca lo volveré a hacer. Me pongo en pie y voy a toda prisa a mi bothan para cambiar mi ropa enlodada. Durante todo ese rato no pude dejar de pensar en lo que dijeron los Rapaces.
¿Qué pudieron encontrar que fuera peor de lo que esperaban? ¿Por qué se veían todos tan atemorizados?
A la hora de la comida vespertina, busco a Aileen en las mesas, pero no la encuentro. Debe estar todavía caminando de regreso a la bahía de Kilmaluag. Recojo mi comida y voy hacia las largas bancas de madera en las que nos sentamos a comer. Al pasar junto a la mesa de las Avispas, un numeroso grupo estalla en carcajadas. Avanzo más despacio y les sonrío a Donal y a otros cuantos. Me saludan con un movimiento de cabeza y sonríen a su vez. Estoy a punto de detenerme del todo para contarle a Donal lo que alcancé a oír, pero él ya ha comenzado una conversación.
Sigo hacia la mesa de los Pescadores. En la parte media hay un grupo de uno de los otros barcos, pero no conozco a ninguno, así que me siento en un extremo y empiezo a comer. Alguien me toma por los hombros desde atrás.
—¿Dónde te habías metido? —la voz está justo en mi oído, tomándome por sorpresa con total deliberación. Me atraganto con un bocado de estofado, y al toser arrojo pequeños trozos de comida en la mesa—. En verdad, tienes que aprender buenos modales.
Trago lo que tengo en la boca y estiro los brazos hacia atrás para sujetar a Aileen.
—¡No me hagas esas cosas! —le digo.
Ella esquiva mi brazo sin mayor esfuerzo y se desliza a mi lado.
—¿Y por qué no viniste con nosotros a la bahía de Kilmaluag? Querías quedarte un día más en cama, ¿cierto?
—No, pasé el día con las Avispas —no puedo ocultar mi timidez.
—¿Qué?
—Maighstir Ross dijo que podía ir y verlos armar el nuevo barco.
—Eres un pilluelo… ¡Ojalá se me hubiera ocurrido eso! El camino hasta Kilmalaugh fue eterno. Aunque me gustó estar fuera del enclave, pero en tierra, quiero decir —se sujeta los rizos color rojo óxido tras las orejas. Siempre lo hace cuando está entusiasmada—. En serio, fuiste tú el que se perdió de algo. Aunque supongo que tendrás que dejar el enclave para la Ceremonia —se tapa la boca en cuanto lo dice—. Perdón. Se me olvidó que no vamos a hablar más de eso —dice, con la mano sobre la boca.
—Los Rapaces regresaron —digo, cambiando de tema.
—¿En serio? ¿Y qué encontraron?
—Pues no nos han comunicado nada aún pero… —bajo la voz— yo estaba detrás del viejo pozo cuando pasaron por ahí y…
—¿Estabas espiando? —me interrumpe.
—No. Bueno, tal vez un poco.
—Espera un momento: ¿quién eres tú y qué hiciste con el Jaime de siempre?
—Muy graciosa. En todo caso, no pude oír mucho, pero se veían muy preocupados. Dijeron algo de que Raasay sí había dicho la verdad y que lo que habían encontrado era peor de lo que esperaban.
—¿Qué crees que signifique todo eso?
—No lo sé, pero no pinta nada bien —muerdo el interior de mi boca—. ¿Crees que estemos a salvo aquí?
—Por supuesto que sí —se forma un nudo en mi garganta que no logro tragar.
—¿Y si nos sucediera lo mismo que a Clann-na-Bruthaich?
—Espera un momento. ¿Te estás preocupando por algo que ni siquiera sabes qué es? ¡Eso es malo, incluso para ti!
Tiene razón, sé que no debería dejarme arrastrar por el pánico. Pero no puedo evitarlo.