La noche de las estrellas - Luis Le-Bert - E-Book

La noche de las estrellas E-Book

Luis Le-Bert

0,0

Beschreibung

La noche de las estrellas es la historia de un país que abandona a esta gente bella. La república no quiere andaluces mágicos, quiere proletarios, la república no quiere tambores negros en la cueca, quiere orden y no desenfreno. La noche de las estrellas es el nombre de una de las más famosas chinganas de Santiago en 1873; ahí danzaba Esmeralda y su leyenda de belleza, ahí cantaba el más grande de todos los cantores, Juan Pino y su verso de verdad, ahí tocaban tambor africano, tres negros maravillosos; Nelson Cecilio Amador, su hijo José Saturnino y su nieto Saturnino Quilodrán.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 83

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



© Luis Le-Bert

La Noche de las Estrellas

© Editorial Universidad de Santiago de Chile

Primera edición, octubre de 2012

© Editorial Cuarto Propio

Segunda edición, octubre de 2022

Inscripción Nº: 221.246

I.S.B.N.: 978-956-396-203-1

I.S.B.N. Digital: 978-956-396-211-6

Diagramación y diseño: Alejandro Álvarez

Ilustraciones: Luis Le-Bert

Impresión:

IMPRESO EN CHILE / PRINTED IN CHILE

1era edición, 1000 ejemplares, noviembre 2022.

Queda prohibida la reproducción de este libro en Chile y en el exterior sin autorización previa de la Editorial.

A mi compañera de toda la vida y su danza de Esmeralda revoloteando entre mis ojos.

A nuestros hijos preciosos y nuestros nietos de luz.

A mi mamá y la música de su arrojo para vivir…

A mi papá y su verdad de San Clemente galopando a todo lo ancho de este cuento de hombres libres.

I

De nuevo Esmeralda

Juan Pino creía que yo era de él Gringo… me miraba desde todo ángulo para ver con sus ojos claros si el universo estaba donde lo dejó mientras él cantaba… y su universo era yo.

Y era verdad que lo quería Gringo… mi corazón entero era suyo; pero yo no estaba entera y mi afán descontrolado por tocar la vida y aprender lo volvían loco. Escúchame Gringo, Juan supo lo que era su universo desde muy niño; era su guitarra, su canto maravilloso y su amor infinito por el mundo que lo rodeaba. Pero yo era una parte viva en ese universo, viva e independiente de su amor que me asfixiaba.

Siempre fui bailarina Gringo querido… ese era mi destino desde que abrí los ojos; ahora después de tantos años, entiendo la profundidad de la pena del hombre que más he amado en esta vida, pero no me siento culpable; todos hemos pagado el precio en pena por aprender.

En fin; tengo algo para ti…

Nada había cambiado, ni su porte celestial, ni su andar de hada por esta vida; giró hacia su camarín privado y desapareció por unos instantes, los suficientes para depositar sin prisa su belleza en mis recuerdos… no pude contener mi emoción cuando volvió a aparecer sonriendo y llena de luz; traía en sus manos el tambor de José Saturnino Núñez, entonces me brotaron un par de lágrimas como rocío tibio y calmado acariciando mis mejillas…

No me había acercado al recuerdo de mi maestro de tambor en mucho tiempo y tenía su djembé en mis manos.

Hace unos veinte años, lo trajo a la academia un músico peruano amigo que conocía nuestra historia y lo guardé en mi corazón esperando este momento, llévalo a Chile Gringo, allí pertenece, no sé cuál puede ser el destino del tambor de nuestro amigo, nunca sentí que era mío, sentí que lo estaba cuidando, ahora es tu turno Gringo querido, es tu turno de saber qué hacer… llévalo a Chile. No hay respuestas para este pobre instrumento tan lejos de todo lo que amó su dueño.

II

El tambor canta de nuevo

Tengo grabados todos los sucesos que marcaron mi corazón durante ese primer viaje. Los tengo grabados como si estuviesen ocurriendo; puedo sentir los olores que impregnaban la memoria de cada acontecimiento, puedo escuchar las voces de mis amigos cuando el viento susurra en los atardeceres. Lo que más me estremece es que a veces los oigo cantar… y cantan cueca chilena.

Aquí estoy cuarenta años después tratando de encontrar sosiego para mis amigos en esta historia de héroes desaparecidos. Dejé una vida en ese país y, al parecer, de lo que amé solo queda este tambor sin dueño… y algo me quería decir este tambor sin dueño, pensaban mis dedos, mientras recorría el pasado en sus dibujos.

Este segundo viaje me producía un desasosiego inmenso; me ahogaba en la cubierta del barco enfilando a Valparaíso. Avergonzado, recordaba mi época de discípulo del gran José Saturnino Núñez; avergonzado porque hoy ni siquiera tenía mi propio djembé.

Un vacío de vida incompleta me recorría y suspiré recordando ese primer viaje fantástico… el peso del djembé refrescaba mi memoria y uno por uno iban apareciendo mis amigos; sus rostros, sus gestos y sus palabras; todo tenía que ver con la música que practicaban, la plenitud con que vivían y la trágica historia de seres mágicos sin lugar que compartían.

Vine por primera vez hace cuarenta años enviado por mi padre. Habíamos fabricado una gran máquina imprenta para don José Santos Tornero y su famoso diario El Mercurio de Valparaíso. Nuestra fábrica que tenía años de instalada en Londres, no ocultaba su orgullo por el encargo. Era la primavera de 1873.

Hoy todo es distinto; viajo con otra máquina imprenta y para el mismo diario, pero hoy todo es distinto.

A mi llegada, Valparaíso estaba azul y lleno de Valparaíso. Sigue siendo de colores este puerto de maravilla, pensé contento; sin embargo, el desasosiego que me acompañó durante el viaje, crecía inmenso a cada paso que me acercaba a mi antigua historia de chileno. Los trámites para desembarcar la máquina ya no me importaban por alguna razón que desconocía; tampoco quise registrarme en el hotel.

Caminé con el djembé de José Saturnino y mi equipaje al hombro, como peregrino penitente hacia el antiguo y abandonado edificio del diario que tanto quiso don José Santos Tornero… entré sigilosamente y me sorprendí escudriñando en sus oficinas vacías.

Oficinas vacías, vacía mi alma y vacío mi djembé pensé mientras pateaba sin ganas un montón de papeles repartidos en el piso. De pronto entre esos papeles sucios y sin sentido, como chispazo de tiempo y luz se deslizó uno que dejó ver algo que conocía bien; era el sello de nuestra fábrica en Londres estampado en un manual de montaje y uso para nuestra primera imprenta en Chile; estaba intacto, hoja por ambos lados y en su encabezado nuestro nombre y la fecha de fabricación; 1873. Exactamente hace cuarenta años.

Tenía una serie de observaciones a lápiz y los dibujos para algunas adaptaciones que encontré geniales; eran anotaciones del mismísimo José Santos Tornero, testimonio admirable de la genialidad del gran constructor del famoso diario… lo tomé como si fuera un objeto sagrado mientras pensaba cómo proteger mi tesoro. No lograba contener mi pena y rabia por haberlo encontrado botado, abandonado, igual que este edificio tan bello… todo lo que tenía significado para mí en Chile, tenía que ver con lo que este país abandonaba.

José Santos Tornero había puesto el esfuerzo de una vida para construir el diario…

Trabajó incansablemente treinta años para darle forma a su sueño de editor, pero como en las historias tristes, una miserable deuda financiera lo despojó de la imprenta… y del diario.

Entonces el banquero acreedor se sentó en la silla del editor y como era evidente el desparpajo se cambió de oficina; se construyó una nueva.

Me alejé en dirección a esas nuevas oficinas, no lograba rescatar mi espíritu del edificio encantado y me sentía agobiado por el peso del djembé de José Saturnino. El manual con dibujos de José Santos Tornero y los ojos de Esmeralda cuarenta años después preguntando por Juan Pino, revoloteaban en mi cabeza sin dirección confundiendo mis pensamientos; entonces comenzaron a desfilar los amigos, convocados por mi corazón que latía cada vez más inquieto.

Llegué a un edificio nuevo, imponente y poderoso. Difícilmente José Santos Tornero habría usado esas palabras para definir su diario. Estuve un rato viendo pasar mi vida de chileno, sin decidirme a entrar para iniciar el coloquio comercial con el banquero…

Tenía mucha pena y el tambor de José Saturnino me soplaba algo que no podía entender.

¡¡¡Tom tom racutackcuctáck kcta ta tá ta ta tá!... mmhh.ractakituctá…kta tá!!!

¡¡¡Aquí estamos gringo!!!

¡Métale tambor pa’que suene oiga!

Lo escucho en mi mente afiebrada de recuerdos. No debí haber venido con el djembé pensé asustado… mi corazón latía fuerte, mi sangre en su torrente cantaba y yo podía oírlo, de pronto escucho un silbido y el sonido relampagueante de un pandero atravesando de luz mi ya confundida cabeza.

¡Éjale!

¡Pa’que se sepa oiga!

Y es el pandero de Michel sonando claro como nunca para cantar su pena de gitano desterrado, huyendo de todas las ciudades que ya no quiere entender.

¡¡¡Caramba, Caramba, Caramba!!!

Suena nítida la voz de Juan Pino entonando la existencia de todos y ya están en mi cabeza los caballos mágicos de los chilenos, galopando llenos de pena en mi alma porque no tienen lugar en la ciudad que los inventó.

Palominos y Saturninos ya no hay más en las calles de tu país Juan Pino; tenías razón, el país estaba en disputa y ganaron ellos… y ellos me contrataron.

Me decido a entrar, casi empujado por la música de mis amigos latiendo en mis recuerdos.

En el rimbombante recibidor no había referencia alguna a mi querido amigo editor. Unas personas que no conocía ocupaban todos los espacios de reconocimiento… busqué con rabia; no estaba su busto en el acceso principal, no estaba la placa que imaginé recordando su colosal aporte al periodismo mundial, nada de eso; solo la familia del banquero tratando de borrar con gestos groseros lo que yo sabía imborrable... entré a la oficina del usurpador con el tambor de José Saturnino al hombro…

No alcanzó a recuperar su cara de asombro cuando me puse a hablar.

Ahí está tu imprenta Agustín, le dije. Deberías montarla con tus propias manos, como lo habría hecho el gran José Santos Tornero; pero tú no haces eso, tú crees que el dinero tiene voluntad.

Salí rápidamente del lugar, dejando estupefacto al banquero editor, consciente de mi ofensa, no me detuve sino hasta llegar hasta la estación de trenes.

Abrazado al tambor de José Saturnino abordé el tren a Santiago… iba a buscar a Juan Pino para abrazarlo también a él.

III

De nuevo Juan Pino