La redención del millonario - Carol Marinelli - E-Book
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La redención del millonario E-Book

Carol Marinelli

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Beschreibung

Ella era tan pura como la nieve de invierno… ¿conseguiría redimirlo con su inocencia? Abe Devereux, un carismático magnate de Manhattan, era conocido por tener el corazón helado. Así que cuando conoció a Naomi, una niñera compasiva que estaba dispuesta a reconocer la bondad en él, le pareció una novedad… ¡Igual que la intensidad de la innegable conexión que había entre ambos! Abe era un hombre despiadado y quería que aquella tímida cenicienta se metiera entre sus sábanas, pero ¿seducir a la amable Naomi sería su mayor riesgo o su mejor oportunidad de redención?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 Carol Marinelli

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La redención del millonario, n.º 2768 - marzo 2020

Título original: The Billionaire’s Christmas Cinderella

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-051-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

SÉ QUE este es un momento muy difícil para la familia Devereux. Sin embargo……

–Puede que sea así, pero no tiene relevancia en esta discusión.

Abe Devereux interrumpió al jeque, algo que pocas personas habrían hecho. Estaban manteniendo una reunión a distancia entre Abe, que estaba en su deslumbrante oficina de la ciudad de Nueva York, y el jeque príncipe Khalid in Al-Kazan. No obstante, si hubieran estado reunidos en persona, Abe habría respondido de la misma manera.

La familia Devereux estaba extendiendo su imperio en Oriente Medio. Su primer hotel estaba en construcción en Dubái, y recientemente habían encontrado terreno para construir el segundo, en Al-Kazan.

Excepto que los propietarios del terreno habían añadido varios millones al precio de venta inicial, según acababa de informarle Khalid a Abe. Negarse pondría en peligro no solo el proyecto de Al-Kazan, sino que, además, los efectos colaterales serían enormes. Si los Devereux no aceptaban el precio nuevo, podía cesar la construcción del hotel de Dubái.

Abe se negaba a que abusaran de él.

Era posible que Khalid confiara en el hecho de que era amigo personal de Ethan, el hermano pequeño de Abe.

O quizá esperaba que hubiera un momento de debilidad o distracción, teniendo en cuenta que Jobe Devereux, el jefe del imperio de Devereux, estaba gravemente enfermo.

No obstante, Abe no tendría ningún momento de distracción o debilidad.

Khalid comprendería pronto que estaba tratando con el hombre más despiadado de la familia Devereux.

Abe nunca se dejaría influenciar por lo emocional.

Nada se interpondría en un tema de negocios.

–¿De qué lado estás, Khalid? –Abe se aventuró a hacer una pregunta que no muchos se atreverían–. Se supone que estamos juntos en esta operación.

–Estoy del lado del progreso –contestó Khalid–. Y por una cantidad de dinero relativamente pequeña nos arriesgamos a estropear los avances que se han hecho.

–Si Al-Kazan no está preparado para el progreso tendremos que buscar otro lugar.

–¿Has hablado de esto con Ethan? –preguntó Khalid.

Se suponía que Ethan debía estar allí, pero no había asistido. Y casi mejor, teniendo en cuenta que era amigo del jeque.

–Ethan y yo estamos completamente de acuerdo –mintió Abe, ya que no había tenido tiempo de hablar con su hermano–. O se mantiene el precio original o buscamos en otro sitio.

–Si pudiéramos hablarlo estando Ethan presente… –presionó Khalid–. Ha estado aquí hace poco y comprenderá que es delicado.

–No hay nada más que hablar.

–Si no llegamos a una solución satisfactoria, aunque sea temporal, es posible que cese la obra de Dubái.

–En ese caso… –Abe se encogió de hombros–, nadie cobrará. Ahora, si me perdonas, tengo que irme.

–Por supuesto –asintió Khalid, aunque era evidente que no estaba conforme–. ¿Saludarás a tu padre de mi parte?

Nada más desconectar la llamada, Abe blasfemó en voz alta, lo que indicaba la gravedad de la situación. Si se paralizaba la obra de Dubái, aunque fuera por unos días, los efectos colaterales serían nefastos.

Abe estaba seguro de que Khalid contaba con ello.

Con un par de millones, Abe podría resolver aquello. Era calderilla y estaba seguro de que Ethan estaría dispuesto a pagar más antes de poner en riesgo el proyecto en una etapa tan temprana.

No obstante, Abe se negaba a que lo intimidaran.

Y las amenazas, aunque fueran sutiles, no le harían cambiar de opinión

Abe se levantó del escritorio y contempló la ciudad de Manhattan bajo un manto nevado. La vista era espectacular y, durante unos instantes, él se quedó contemplando East River. Apenas volvió la cabeza cuando la asistente personal de su hermano llamó a la puerta para explicarle por qué él no había asistido a la reunión.

–Ethan ha estado en el hospital con Merida desde anoche. Al parecer, se ha puesto de parto.

–Gracias.

Abe no preguntó los detalles.

Ya sabía más que suficiente.

Ethan se había casado con Merida hacía unos meses, aunque solo porque se había quedado embarazada. Abe había firmado un contrato, junto a su padre, para garantizar que la nueva señora Devereux y su criatura tendrían todo lo necesario cuando ellos se divorciaran.

Y aunque un contrato pareciera algo frío, también tenía sus cosas buenas. Abe rezaba para que a aquel bebé lo trataran mejor de lo que los habían tratado a Ethan y a él.

En aquellos momentos no podía pensar en eso.

Abe cerró los ojos ante la maravillosa vista de aquel día de diciembre.

No eran ni las nueve de la mañana y el día prometía ser largo.

El jeque Khalid lo había llevado al límite y el contrato de Oriente Medio estaba a punto del colapso.

Además, en el hospital que había a pocas calles de allí, la esposa de su hermano estaba dando a luz en una planta…

Y su padre muriendo en la otra.

No.

Su padre luchaba por la vida en la otra planta.

Su madre, Elizabeth Devereux, había fallecido cuando él tenía nueve años. Ella no había sido nada maternal y Jobe tampoco había sido un padre entregado, de hecho, los niños se habían criado con un equipo de niñeras. No obstante, Abe admiraba a su padre y no estaba preparado para dejarlo marchar.

Aunque, por supuesto, no lo demostraba.

Durante un instante, Abe se planteó hablar con él sobre el asunto de Oriente Medio. Jobe Devereux era el fundador y el hombre más inteligente que Abe conocía. No obstante, Abe decidió rápidamente que no podía estresar a su padre mientras él estaba luchando por sobrevivir.

Aunque ese no era el verdadero motivo por el que Abe no se dirigía al hospital en ese mismo instante, ya que Jobe nunca había dudado a la hora de dar su opinión.

Era más que nada que Abe no había pedido ayuda en su vida.

Y no estaba dispuesto a empezar.

Antes de que pudiera continuar con su trabajo, sonó su teléfono privado y Abe vio que era su hermano.

–Es una niña –dijo Ethan, con una mezcla de cansancio y entusiasmo.

–Enhorabuena.

–¡Merida lo ha hecho fenomenal!

Abe no comentó nada al respecto.

–¿Se lo has dicho a papá?

–Voy hacia allá para decírselo –dijo Ethan.

Abe pensó en la pequeña que acababa de nacer y en cómo su padre pronto se enteraría de que había sido abuelo.

–¿Vas a venir a conocer a tu sobrina? –le preguntó Ethan.

–Por supuesto –Abe miró el reloj–. Aunque iré por la tarde.

–Naomi, una amiga de Merida, llegará a mediodía. Se supone que tenemos que ir a recogerla.

–¿Quieres que pida un chófer para ir a buscarla?

Se hizo un silencio antes de que Ethan respondiera. A ninguno de los hermanos le gustaba pedir ayuda.

–Abe, ¿hay posibilidad de que vayas tú? Es la mejor amiga de Merida.

–¿No era la niñera? –preguntó Abe. Lo sabía porque en el contrato ponía que tendrían una niñera interna.

–Naomi es las dos cosas.

–Dame sus datos –suspiró Abe, y agarró un bolígrafo.

–Naomi Hamilton –dijo Ethan, y le dio los detalles del vuelo–. Si puede venir al hospital antes de ir a casa sería estupendo.

–Muy bien –dijo Abe, y miró la hora otra vez–. Tengo que irme. Enhorabuena.

–Gracias.

Por suerte Ethan estaba demasiado abrumado como para preguntarle qué tal había ido la reunión con Khalid y, por supuesto, Abe no le ofreció ninguna información.

Se necesitaba tener la cabeza fría para tratar con aquella situación y el único Devereux que la tenía en aquellos momentos era Abe.

Llamó a su asistente personal.

–Jessica, ¿podrías buscarme un regalo para llevar esta tarde al hospital?

–¿Para su padre?

–No. Ya ha nacido el bebé.

Se oyó un grito de alegría y luego la siguiente pregunta:

–¿Qué ha tenido Merida?

–Una niña.

–¿Ya tiene nombre? ¿Sabe cuánto pesa?

–No sé nada más que eso –respondió Abe. No se le había ocurrido preguntarlo–. También necesito que busques a un conductor que haga un trayecto desde el aeropuerto JFK al hospital –le dijo los detalles del vuelo–. Llega al mediodía y se llama Naomi Hamilton.

A pesar de que su hermano se lo había pedido, Abe no pensaba hacer de chófer.

Tenía que asistir a la primera reunión mensual de la junta directiva. Antes, se reuniría con Maurice el encargado de relaciones públicas, para hablar sobre el Devereux Christmas Eve Charity Ball, un baile benéfico que se celebraba cada año.

Era uno de los platos fuertes del calendario de eventos, pero por primera vez, Jobe Devereux no asistiría.

En la agenda de la mañana figuraba organizar los planes de contingencia en caso de que Jobe falleciera cerca de esa fecha.

Algo no muy agradable, pero necesario, teniendo en cuenta que la gente viajaba desde muy lejos y pagaba grandes cantidades de dinero para asistir.

Había que dejar las emociones a un lado ante la posibilidad de aquel desagradable escenario y a Abe eso se le daba muy bien.

Abe solía ser considerado un hombre frío.

Y no solo en el salón de juntas. Su reputación con las mujeres era devastadora, aunque durante los últimos años se había tranquilizado. Su frialdad también se extendía a la familia.

Había dejado de confiar en otros hacia los cuatro años, cuidando de su hermano y haciendo todo lo posible para que él no sufriera.

Abe mantenía a raya sus emociones.

Sin embargo, curiosamente, aquella mañana le estaba costando conseguirlo.

Su horario siempre era desalentador, pero a él le gustaba la presión y la manejaba con facilidad. No obstante, era como si aquella mañana no le funcionara el piloto automático.

La noticia del bebé había hecho un agujero en la muralla que solía erigir entre los demás y él.

Se presionó con fuerza el puente de la nariz y respiró hondo. Olvidándose de todo lo demás, continuaría defendiendo el fuerte de los Devereux.

Alguien tenía que hacerlo.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

UNA NAVIDAD en Nueva York.

Naomi sonrió mientras la pasajera de al lado le hablaba sobre lo mágica que era la ciudad en esas fechas.

–No hay nada mejor.

–Estoy segura de que no –convino Naomi.

Era lo más sencillo.

En realidad, ella no les daba mucha importancia a esas fechas. Por supuesto, trataba de que todo fuera bien para la familia con la que estuviera, pero solo era un día más para Naomi.

O no. Era un día muy solitario para Naomi. Siempre lo había sido y no le cabía duda de que siempre lo sería.

No obstante, no estaba dispuesta a aburrir a la mujer del asiento de al lado con eso.

Se habían llevado bien. Ninguna se había dormido durante el vuelo y habían terminado charlando como si fueran viejas amigas. Aun así, hay cosas que ni siquiera las viejas amigas necesitaban saber.

Naomi había nacido el día de Nochebuena y, por lo que sabía, las primeras semanas las había pasado en la planta de maternidad antes de ir al primer centro de acogida.

Se había convertido en niñera especializada en recién nacidos y su trabajo era cuidar de la madre y del bebé durante ese precioso periodo antes de que otra niñera se ocupara de la criatura.

Ella no formaba parte de la familia, así que, el día de Navidad su papel era conseguir que ese día fuera lo más relajado posible para la madre. Y Naomi solía cenar sola en su habitación.

No obstante, ese año sería diferente, ya que estaría cuidando del bebé de su mejor amiga.

Merida, una actriz, había ido a la ciudad de Nueva York con la idea de trabajar en Broadway, donde había conseguido un papel en una producción llamada Night Forest.

Ni siquiera había llegado al estreno. Se había quedado embarazada de Ethan Devereux y, se había despedido de su carrera como actriz, tras establecer con él un matrimonio de conveniencia.

Desafortunadamente, Merida estaba enamorada de su marido.

Naomi había dudado antes de aceptar el trabajo.

Ethan y Merida habían insistido en pagarle y, aunque probablemente solo intentaban ser amables, para Naomi habría sido más fácil que le hubieran pedido que se quedara como amiga.

No obstante, puesto que ella estaba preocupada por Merida, había decidido aceptar el puesto.

Cuando se disponían a aterrizar, Naomi miró por la ventana mojada. Al ver el cielo de la ciudad entre las nubes se estremeció. Estaba allí. Y para alguien que nunca había salido de Reino Unido era un momento emocionante.

Naomi sacó su neceser para comprobar su aspecto en el espejo. Tenía muchas ganas de ver a Merida, pero tenía cara de cansada. Su melena oscura y rizada estaba lacia y tenía ojeras bajo sus ojos azules. Su tez pálida se había vuelto completamente blanca.

«Durmiendo se me pasaría», se dijo.

Naomi estaba dispuesta a pasar todo el día despierta para combatir el jet lag.

Una vez fuera del avión se dirigió a recoger las maletas con una sonrisa. Al pasar por la aduana, se puso un poco nerviosa cuando le preguntaron si había ido allí para trabajar.

–¿De niñera? –le preguntó el agente, antes de abrir la carpeta donde Naomi llevaba todos los papeles necesarios–. ¿Para la familia Devereux?

–Sí, ahí hay una carta del señor Ethan Devereux y si hubiera algún problema……

–No hay ningún problema.

Le sellaron el pasaporte y permitieron que continuara por su camino.

El personal de tierra se mostraba animado y se soplaba las manos para calentárselas mientras le comentaban que hacía mucho frío.

–Señorita, necesitará un abrigo –le dijo un chico mientras esperaba las maletas.

–¡Voy a comprarme uno! –contestó Naomi–. Iré directa a las tiendas.

Unos días antes se había dejado el abrigo en un tren y había decidido esperar a comprarse otro en la mejor ciudad del mundo para comprar. Nomi había decidido que su primera parada sería en los grandes almacenes más famosos de Nueva York.

Por el momento tendría que apañarse con la chaqueta ligera que llevaba y una bufanda gruesa con la que se cubriría el cabello antes de salir.

Naomi tenía mucho equipaje. Dos maletas y su bolsa de mano y era como si llevara todo su mundo en ellas.

Vivía allí donde el trabajo la llevaba. Y entre trabajo y trabajo, intentaba tomarse unas pequeñas vacaciones, pero Naomi no tenía una casa como tal. Durante dos años había compartido un apartamento con Merida, y después había vivido con las familias a las que cuidaba. Por lo general, llegaba dos semanas antes de la fecha prevista de parto y se quedaba entre seis y ocho semanas después de que naciera el bebé.

Y ya estaba cansada de ello. No del trabajo, sino de vivir llevando maletas.

Al llegar a la sala de llegadas Naomi miró entre la multitud buscando a Merida. Normalmente era muy fácil reconocerla por su inconfundible cabello pelirrojo, aunque como hacía tanto frío igual llevaba un gorro. También era posible que no hubiera ido al aeropuerto, ya que la fecha de parto prevista era el catorce de diciembre. Mientras manejaba el carro de las maletas, Nomi vio que un hombre sujetaba un cartel con su nombre.

–Yo soy Naomi Hamilton –le dijo.

–¿Quién la espera? –preguntó el hombre.

Naomi se dio cuenta de que estaba comprobando su identidad por seguridad.

–Merida Devereux.

–Entonces, acompáñeme –sonrió el hombre–. Deje que la ayude –agarró el carro–. ¿Dónde está su abrigo?

Naomi le contó que pensaba irse a comprar uno mientras caminaban hasta el coche. Hacía un frío terrible.

–Suba –le dijo él nada más llegar al vehículo.

Naomi obedeció y esperó a que el hombre guardara el equipaje en el maletero.

–¿Vamos hacia la casa? –preguntó Naomi cuando arrancaron.

–No. Voy a llevarla al hospital. No sé mucho más.

¡Qué emocionante!

Naomi era consciente de que las siguientes semanas no iban a ser fáciles. Merida estaba enamorada de Ethan. Él solo se había casado con ella para darle su apellido a la criatura, y pensaba divorciarse un año después. Naomi estaba preocupada por Merida. Además, el patriarca de la familia, Jobe Devereux, estaba gravemente enfermo.

Los Devereux eran una familia muy poderosa y en la prensa de Inglaterra habían hablado del delicado estado de salud de Jobe.

Naomi deseaba que aquellas primeras semanas fueran lo más tranquilas posibles para la madre y el bebé, y haría todo lo posible para conseguirlo.

La temperatura del coche era cálida y Naomi apoyó la cabeza contra la ventana y cerró los ojos. Puesto que había tenido que ir muy temprano al aeropuerto de Heathrow, no había dormido la noche anterior y tampoco en el avión, así que se quedó dormida.

–Señorita……

Naomi abrió los ojos sobresaltada y tardó unos segundos en darse cuenta de dónde estaba.

–Hemos llegado al hospital –le dijo el conductor.

La zona privada era muy acogedora y enseguida encontró la habitación de Merida.

–¡Naomi! –Merida estaba sentada en la cama, con aspecto cansado pero feliz.

–¡Merida! ¿Cómo te encuentras?

–Estoy muy contenta. Hemos tenido una niña.

Ethan estaba sujetando a la criatura.

–Siento no haber podido ir a recogerte –le dijo, y le dio un beso en la mejilla.

–Bueno, estabas muy ocupado… –sonrió Naomi.

– ¿Abe está contigo? –preguntó él.

– ¿Abe?

Naomi frunció el ceño un segundo y recordó que Abe era el hermano mayor de la familia Devereux.

–No. Me ha traído un chófer. Creo que se llama Bernard –se fijó en el bebé–. ¡Es preciosa!

Naomi veía muchos bebés recién nacidos en su trabajo y todos era preciosos, pero aquella niña era la más preciosa de todas. Puesto que no tenía familia, Merida y su hija eran lo más cercano a una familia que había conocido.

Cuando Ethan le entregó a la pequeña, los ojos se le llenaron de lágrimas.

–¿Ya tiene nombre?

–Ava –dijo Merida–. Acabamos de decidirlo.

–Le queda bien. Es maravillosa.

La pequeña Ava tenía el pelo negro como su padre y unos grandes ojos de color azul oscuro.

–¿Qué tal el parto?

–Estupendo.

Ethan salió a hacer un par de llamadas y Merida le contó los detalles.

–Ethan ha estado a mi lado todo el tiempo. Naomi, ahora estamos bien –dijo Merida, con un brillo en la mirada–. Ethan me ha dicho que me quiere y que vamos a hacer que lo nuestro funcione.

Naomi pensaba que todo era debido a la emoción del parto, pero por supuesto, no dijo nada.

–¿Cuánto tiempo crees que vas a estar ingresada? –preguntó Naomi.

–Un par de días. Me da mucha pena que tengas que arreglártelas sola.

–Estoy segura de que puedo hacerlo. Me marcharé pronto a dormir un rato y mañana iré a hacer algo de turismo y a comprarme un abrigo decente.

–No puedo creer que estés aquí –sonrió Merida–. Naomi, tengo muchas cosas que contarte.

No obstante, tendría que esperar.

Ethan regresó en ese momento y, poco después, apareció Jobe, el abuelo de la pequeña Ava. Iba en silla de ruedas y acompañado por una enfermera. Luego llegó el fotógrafo profesional para sacar fotos a la familia.

Era evidente que Jobe estaba muy enfermo, pero se había negado a que le llevaran al bebé a la habitación para que la conociera.

Mientras el fotógrafo sacaba las fotos, Naomi colocó a la pequeña Ava entre los brazos de su abuelo y se aseguró de retirársela al notarlo cansado.

–Gracias –dijo Jobe–. ¿Eres amiga de Merida?

–Sí –confirmó Naomi–. Y también seré la niñera de la pequeña Ava durante las próximas semanas.

–Bueno, las amigas de Merida son amigas de la familia. Me alegro de tenerte aquí, Naomi.

Ella pensaba que se iba a sentir intimidada por aquel hombre poderoso, sin embargo, él la hizo sentir bienvenida e integrada. Estaba acostumbrada a ser la niñera y a quedarse en segundo plano, pero ese día, ¡le sacaron una foto con la recién nacida!

–¿Ha venido Abe? –preguntó Jobe, mientras Naomi sostenía a Ava en brazos.

–Todavía no –dijo Ethan, y Naomi percibió cierto tono en su voz–. Le pedí que fuera en persona a recoger a Naomi, pero ha enviado a un chófer.

–Bueno, estará ocupado –sugirió Jobe.

Ava se había quedado dormida y Merida parecía cansada, así que Naomi decidió que había llegado el momento de irse.