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A la presentadora de televisión Eve Best la vida le sonreía: tenía un fantástico programa de testimonios, unos compañeros de trabajo increíbles, y pronto nadaría en el dinero que habían ganado en la lotería. Pero cuando Mitch Hayes, un cazatalentos de la televisión nacional, entró en su despacho, Eve lo olvidó todo, movida por un ardiente deseo de seducirlo. Sin embargo, sentía que aquello no era algo muy profesional...Mitch necesitaba que Eve firmara con su cadena. Su jefe le dijo algo sobre "engatusarla y conquistarla" y, después de ver a la sexy mujer, pensó que tenía el mejor trabajo del mundo.Pero, ¿se puede coquetear e intimar con alguien... sin que la verdad desnuda se interponga en tu camino?
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2007 Shelley Bates
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
La verdad al desnudo, n.º 403 - enero 2024
Título original: The naked truth
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com
I.S.B.N.: 9788411806824
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
—Bueno, ¿qué va a ser? ¿Secretos excitantes? ¿Las mejores mentiras que cuentan los enamorados? ¿O sería mejor encontrar alguien que tuviera algo que confesar?
Eve Best miró al equipo de producción de Entre nosotras, el programa de televisión que se emitía por las tardes en la CATL-V y del que era presentadora; el programa del que había salido una reseña en el Vanity Fair; el programa que estaba disparando los índices de audiencia y haciendo realidad los sueños de todas las personas presentes en esa sala.
Cada viernes se reunían para fijar los contenidos de la semana, excepto el de ese mismo día, cuando hacían una especie de debate en el que participaba el público. Para los cuatro bloques de veintidós minutos, que se emitían de lunes a jueves a las tres en punto, tenían que encontrar los mejores invitados y los temas más sugerentes y actuales. Lo gracioso era que, por muchos programas que hicieran, nunca se quedaban sin material y es que, al fin y al cabo, hablaban sobre el comportamiento humano, en todas sus maravillosas formas y transformaciones.
Lainie Kaye, la más joven de los productores, agitó un fajo de recortes de prensa.
—Si queremos un invitado para el programa, tengo a Dawn Penny. Es la actriz, ¿os acordáis? La que participó en esa horrible peli de miedo sobre un complejo de vacaciones en una playa. Ahora escribe una columna para el Register, se llama «Citas perfectas»; algo parecido a Sexo en Nueva York, pero al estilo de Atlanta.
Eve hizo unas anotaciones en su agenda.
—Consíguela. A ver si puede venir el jueves.
Cole Crawford, el productor supervisor, levantó la vista de la carpeta que llevaba a todas partes. Eve le había preguntado si dormía con ella bajo su almohada, aunque al instante se había arrepentido de hacerlo. Desde que su mujer lo había dejado, el tema de dormir con algo o con alguien era delicado. Cole había hecho de su carrera y de sus hijos toda su vida, para bien del programa y en detrimento de cualquier esperanza de amor para el pobre hombre.
—El miércoles sería mejor —dijo él—. Es el día más duro de la semana, ya sabéis. Así animaría a la gente, ¿de acuerdo?
Eve sacudió la cabeza. Técnicamente, él tenía la última palabra, pero era su programa y pensaba que cuanto más pudiera participar en la elaboración del mismo, mejor respondería la audiencia.
No estaba mal situada, teniendo en cuenta que, como Cole y unos pocos más recordaban, había empezado a trabajar en la cadena como chica del tiempo en prácticas.
—El jueves —repitió ella firmemente—. Cuando llega el jueves, la gente empieza a hacer planes para el fin de semana. Es el momento idóneo para oír hablar de la cita perfecta — satisfecha, se echó hacia atrás sobre su asiento cuando Cole asintió y cedió.
Lainie salió de la sala, como si Dawn Penney no fuera a concederles su tiempo si no la llamaba inmediatamente.
—De acuerdo, uno listo. Nos quedan tres. ¿Qué podríamos tener para el miércoles?
Nicole Reavis, la productora, tenía también su fajo de recortes de periódico.
—La otra noche se me ocurrió una idea sobre la comunicación entre hombre y mujer —dijo—. ¿Y si traemos a alguien como la doctora Deborah Tannen, la experta en lingüística? Podría hablar sobre las distintas formas de comunicación y sobre cómo lo que decimos no es siempre lo que la otra persona entiende.
—Me gusta —dijo Eve. Cole se echó hacia delante. Buena señal—. Adelante.
—Podríamos centrarnos en el trasfondo —dijo Nicole—. Ya sabéis, que a veces no somos claros y eso causa problemas en las relaciones.
—Te refieres a intentar comprender a la otra parte —dijo Cole—. A cómo descubrir si quieren decir lo que están diciendo. Incluso hasta se podría hablar de tácticas de negociación y cómo funcionan en una relación.
—Vamos a hacerlo, Nicole. Habla con uno de los coordinadores para que contacten con la invitada y tú y yo trabajaremos con el guión. ¿Y qué os parece si alargamos el tema hasta el programa del viernes? Seguro que todo el mundo del público tiene alguna historia que contar sobre los problemas de comunicación. Podremos poner cuatro ejemplos desde un punto de vista femenino y desde el masculino.
—Considéralo hecho —Nicole hizo unas anotaciones rápidas en su libreta.
Y justo entonces, Zach Haas, el miembro más joven del equipo, aunque el cámara más experimentado, asomó la cabeza por la puerta.
—Perdonad que os interrumpa, chicos. Cole, las pruebas de cámara están listas para cuando las necesites.
—Gracias, Zach —respondió Cole y el veinteañero desapareció.
—Entonces, ¿hemos terminado? —Eve miró a todos los que estaban sentados a la mesa—. ¿Sí? Buen trabajo, chicos.
Cuando el sonido se elevó con el movimiento de las sillas y el de la gente recogiendo sus cosas, el asistente de Eve empujó la puerta.
—Eve…
—Hola, Dylan.
Dylan Moore medía más de metro ochenta y era delgado como una tira de regaliz. Con la tinta todavía fresca en su título de Comunicaciones y arena de la granja de su familia aún en sus zapatos, estaba dispuesto a trabajar en la televisión y no le importaban sus humildes orígenes. Eve estaba segura de que algún día se iría con Cole y lo asumía con resignación, pero hasta que eso sucediera, el chico seguiría ayudándola minuto a minuto.
—Está aquí —dijo Dylan en voz baja, agarrándola del codo y apartándola de la puerta.
—¿Quién?
Pero ya lo sabía; llevaba temiéndose esa llegada desde el momento en que Cole le había hablado de él la semana anterior.
—Él. El ejecutivo de la CWB —los miedos de Eve se confirmaron—. Mitchell Hayes. El tipo que quiere comerte y ponernos a los demás en un plato para el postre.
Bajo el traje hecho a medida, Mitchell Hayes intentó quitarse la tensión de los hombros. Sentía como si tuviera todos los músculos agarrotados y eso le hacía muy difícil ofrecer el aspecto de un hombre relajado y seguro de sí mismo.
En su trabajo, en Nueva York, las apariencias lo eran todo…, pero seguro que esa regla se había inventado allí, en Atlanta. Esa tarde era vital aparentar estar seguro de sí mismo, pero sin resultar arrogante. Y por si eso fuera poco, también tenía que mostrarse simpático y sincero, aunque sin dar la impresión de ser un adulador.
—Si podemos conseguir Entre nosotras, nos haremos con la audiencia femenina —le había dicho su jefe, Nelson Berg, dos días antes—. Logra que esa tal Eve Best firme con la cadena y te harás de oro.
—¿Y si no funciona?
Nelson lo había mirado durante un largo instante y se había puesto los dedos sobre la tripa… mala señal.
—Te encargamos que Jah-Redd Jones firmara con nosotros y se lo quedó la NBC. Necesitábamos, no era simplemente que lo quisiéramos, necesitábamos a Alastair McCall y ¿qué pasó?
—La OLN tenía un topo en la cadena —había protestado Mitch—. McCall había firmado antes si quiera de que yo me hubiera subido en el avión.
—Bueno, pues no tienen ningún topo en la CATL —le había respondido Nelson bruscamente—, aunque es sólo cuestión de tiempo. Es el momento de contratar a Eve Best porque el que su equipo y ella hayan ganado la lotería resulta muy atrayente para la audiencia. Así que vas a ir allí, los engatusas a ella y a su equipo y haces que firmen.
—¿O? —había preguntado Mitch antes de que su cerebro y su boca pudieran ponerse de acuerdo.
—O voy a tener que sustituirte —la expresión de Nelson había sido amable, pero sus palabras resultaron brutales—. No tiene mucho sentido tener a alguien que no sabe ganarse su sueldo.
Y no, no lo tenía.
En ocasiones como ésa, Mitch solía preguntarse por qué lo hacía, por qué aguantaba a Nelson. Nadie de su equipo tenía vida; estaban tan ocupados que no tenían un hogar al que ir. Apartamentos, sí; lugares donde guardar sus pertenencias, eso sí. ¿Pero hogares? No.
Algo se movió tras la pared de cristal insonorizada situada junto a la mesa de la recepcionista, y la puerta se abrió. Un afroamericano, que bien podría haber jugado en la liga de baloncesto de la universidad, salió por ella.
—Señor Hayes, soy Dylan Moore, el asistente personal de Eve Best —Mitch le estrechó la mano—. Por aquí.
Lo siguió hasta el laberinto de pasillos y oficinas que solían ser las cadenas de televisión de todo el país. Ésa en concreto tenía tres estudios, uno para las noticias, uno para conexiones y uno enorme para uso exclusivo de Entre nosotras.
Al pasar por detrás del decorado que intentaba transmitir un ambiente hogareño y a la vez sofisticado, no pudo evitar sonreír. Porque, por supuesto, el estudio también era todo apariencias. Tras el plató, las paredes eran paneles y tablas desnudos con anotaciones y horarios pegados por todas partes, y todo estaba lleno de cables.
Se parecía tanto a los estudios de la CWB que se sentía como en casa. O por lo menos, tanto como podía sentirse un tipo que parecía estar viviendo en una olla a presión.
Al final de un tramo de escaleras, pasó por delante de una sala donde parecía haber terminado una reunión de producción. Moore se detuvo en la puerta del despacho de al lado y Mitch resistió la tentación de volver a estirar los músculos del cuello y de colocarse la corbata.
Asintió hacia el joven y así entró en el despacho de Eve Best, con una sonrisa y una mano extendida.
De una de sus filiales en Atlanta, le habían enviado una caja llena de vídeos de los programas de los últimos tres meses, pero ni el haber visto a Eve durante horas por televisión lo había preparado para la realidad.
Cuando ella retiró la silla y se levantó de detrás de su mesa para recibirlo, el cuerpo de Mitch se puso en alerta. Fue como si sus feromonas se hubieran topado con las de ella en ese espacio que los separaba y se hubiera producido una reacción química. La pequeña pantalla no les hacía justicia ni a sus curvas ni a la luminosidad de su piel. Su top dejaba ver un tentador escote, pero no el suficiente como para caer en el mal gusto. Había esperado encontrarse con esa encantadora sonrisa que dejaba atontados a los espectadores, pero no había sido así. Aunque sí había experimentado el poder de esos grandes ojos verdes bordeados por unas largas pestañas.
Y no estaban especialmente contentos de verlo.
—Eve, es Mitchell Hayes, de la CWB —dijo Moore desde la puerta—. Señor Hayes, Eve Best.
—Gracias, Dylan —su voz despertó un cierto placer en el pecho de Mitch que se extendió a todas las partes de su cuerpo… ¿y cuándo había sido la última vez que había sentido algo así?
¿Qué había dicho Nelson? Estaba allí para engatusar a esa mujer y conseguir que aceptara.
Que aceptara el contrato.
Tenía que centrarse en su objetivo y pronto, o se vería en el mayor problema de toda su carrera.
—Por favor, siéntese señor Hayes.
Aunque un poco tarde, él se dio cuenta de que tenía que decir algo para hacerse con el control de la entrevista en lugar de comérsela con los ojos como un adolescente haría con la capitana de las animadoras.
—Gracias por recibirme, señorita Best —dijo—. Sé que tiene una agenda muy apretada.
—En eso tiene razón. Le agradezco que haya venido desde tan lejos para tener esta conversación, pero esta noche voy a una gala benéfica y me temo que tendré que marcharme en una media hora.
Qué voz tan increíble. Qué carisma. No era de extrañar que los espectadores vieran Entre nosotras. Él mismo podría pasarse el día entero contemplando a esa mujer…, pero su cuerpo estaba más interesado en el cuerpo de Eve que en conseguir el contrato con su cadena.
Y entonces ella sonrió. No fue una sonrisa del tipo «me alegro de verte» o «ven aquí», sino una con la que parecía decirle «voy a decirte esto de la forma más agradable posible», pero fue suficiente para hacerle perder la concentración del todo.
—No se tarda mucho en decir «no», ¿no cree? —preguntó ella con tono dulce.
«Vamos, Mitch, tu trabajo depende de la siguiente media hora».
—Espero poder convencerla de lo contrario, señorita Best. La CWB está preparada para hacerle una oferta muy generosa si firma con nosotros, una cadena nacional que mostrará su talento a una audiencia mucho mayor.
—Por favor, llámeme Eve. Todo el mundo me llama así.
Él sonrió. Durante una fracción de segundo, Eve se fijó en su boca y algo dentro de él celebró ese gesto.
—Y yo soy Mitch.
—¿Cuánto hace que trabajas para la CWB, Mitch?
La parte racional de su cerebro reconoció que ella estaba esquivando una respuesta, pero la irracional se sentía feliz de que hablara todo lo que quisiera porque eso significaba que seguiría escuchando esa preciosa voz.
—Casi cinco años. Empecé en producción, pero después me di cuenta de que se me daba mejor el tema de los negocios. Siempre estaba tropezándome con los cables y pasando por delante de las cámaras sin darme cuenta.
Ella volvió a sonreír; fue una sonrisa algo más cálida.
—¿Te gusta lo que haces?
—Sí —«antes sí. Ahora no estoy seguro»—. Me gusta hacer que una persona que se lo merece consiga la atención de un público que la adorará. Como tú, por ejemplo —hábilmente, recondujo la conversación hasta el tema que le interesaba—. Si llevas tu programa a nuestra cadena y firmas con nosotros, estamos dispuestos a ofrecerte seis millones el primer año, ocho el segundo y diez el tercero.
La única reacción de Eve fue un lento parpadeo. Para ser una mujer cuya franqueza era su marca de identidad, sin duda sabía cómo ser tan reservada como un jugador de póquer.
—Es una oferta muy generosa.
—No encontrarás una mejor, ni siquiera con la NBC o la SBN. ¿Han contactado contigo?
—Si lo hubieran hecho, no te lo diría, ¿no crees?
Por supuesto que no. de todos modos, la CWB tenía sus espías y le habrían informado de antemano. Pero eso no significaba que las mayores cadenas no se hubieran puesto manos a la obra una vez se hubieran enterado de que la CWB andaba detrás de Eve. Después de todo, así funcionaba la televisión.
—Tal vez no, pero ya sabes cómo es esto. Todo el mundo conoce a todo el mundo, y uno se entera de todo.
—Bueno, pues se van a enterar de que mi respuesta es «no» —miró el reloj y se levantó. Mitch se puso de pie cuando ella volvió a rodear el escritorio y le estrechó la mano—. Gracias por tomarte las molestias de venir y hacerme la oferta, Mitch. Resulta muy halagador, pero la respuesta sigue siendo «no».
Él le tomó la mano y notó dos cosas: primero, que sus dedos eran finos y cálidos. Y segundo, que era más alta de lo que había pensado. Él medía un metro noventa y ella, con sus sandalias de tacón, le llegaba casi a la altura de los ojos.
Pero se fijó en una tercera cosa: olía deliciosamente. Una combinación de vainilla, pimienta y el limpio aroma de una piel cálida. Involuntariamente, inspiró hondo y ella lo miró a los ojos.
—¿Mitch?
Se quedó en blanco. Murmuró unas palabras apenas imperceptibles con las que le dio las gracias por su tiempo, salió del despacho y se vio en el asiento de su coche de alquiler antes de saber cómo había llegado hasta allí.
Algo bueno, a decir verdad. Porque si se hubiera quedado un segundo más, habría llevado a Eve Best contra la pared de su despacho y habría inhalado ese aroma de su cuello antes de besarla desesperadamente.
No podía más que imaginarse qué posibilidades le habría dado eso de que le dijera que sí.
Sacudió la cabeza como para aclararse la cabeza. A la CWB, no a él. Que dijera «sí» a la CWB y a la oferta que le habían hecho.
Sí, eso era lo que quería decir.
—¿Era él?
Jane Kurtz se apoyó contra el marco de la puerta del despacho de Eve y, al ver que estaba sola, entró y cerró la puerta.
—Sí, era él —Eve dejó de ordenar su mesa y se recostó sobre la silla mientras Jane se sentaba en el asiento reservado para los invitados.
El mismo que él había dejado libre.
—Se llama Mitchell Hayes y trabaja para la CWB.
—Me gustan. Veo una serie que ponen todas las semanas.
—Jane, no vamos a firmar con ellos; se lo he dicho y se ha esfumado, pero volverá.
—¿Cómo lo sabes?
—Tengo ese presentimiento —eso sin mencionar las sensaciones que experimentaba en su interior y que no tenían nada que ver con el trabajo.
—¿Y cómo de fiables son tus presentimientos? —Jane colocó unos recortes de periódico que Eve tenía en una esquina de la mesa. «¿Cuándo ha sido la última vez que has estado con alguien?», era el título del artículo que estaba en lo alto de la pila de papeles.
Eve resistió las ganas de taparlo. No quería pensar en eso. Pasaba dieciséis horas al día pensando en relaciones, en hombres y mujeres, y escuchándolos hablar sobre ello en el programa. Y eso no servía más que para recalcar el hecho de que ella, la experta en relaciones sentimentales de Atlanta, no tenía ninguna.
Estaba segura de que Mitchell Hayes sí que tenía. Dos. Más. De hecho, hasta podría tener a las mejores modelos y aspirantes a actrices de Nueva York haciendo cola en su puerta. Bueno, pues les deseaba suerte. Mitchell Hayes no se quedaría con su programa… ni con ninguna otra cosa suya.
—¿Eve?
Parpadeó y se centró en Jane.
—¿Qué?
—Te he preguntado que cómo de fiables son tus presentimientos. ¿Este tal Hayes va a respetar tu decisión o vamos a tener que acabar pidiéndole a Jenna que solicite otra orden de alejamiento?
Jenna Hamilton era la abogada de la cadena y tras los treinta y ocho millones que habían ganado en la lotería, ya había tenido que solicitar dos órdenes de alejamiento porque las cosas se habían ido de las manos con un fan descontrolado y con un camionero furioso por no haber sido él el que tenía el boleto ganador. Una vez se había conocido la noticia de las dos órdenes judiciales, el número de cartas desagradables que llegaban a la cadena había disminuido. Gracias a Dios.
Incluso así, dos meses después del sorteo y de la rueda de prensa, a Eve aún le costaba creer que pudiera llegar a tener más de seis millones de dólares. Con ese dinero, podría comprarse una casa fuera de la ciudad, viajar y hacer importantes donaciones a obras benéficas. El único problema era que tenían una demanda interpuesta contra los cinco. Liza Skinner, la que una vez fuera la mejor amiga de Jane y suya, les había reclamado su parte del premio y ese asunto le había causado tanto daño que prefería no pensar en ello.
De modo que se centró en responder a Jane.
—La cadena le ha pedido que me engatuse para marcharme de aquí y va a hacer todo lo que pueda para lograrlo. No aceptará un «no» por respuesta, eso te lo aseguro. Se le ve muy testarudo y en su mirada se nota que va en serio. La cadena está hablando de mucho dinero.
—¿Y quién lo necesita? Vamos a tener la vida resuelta. Y por cierto, ¿qué haces tú mirándole a los ojos?
En ese instante, Eve se dio cuenta del error que había cometido.
—Bueno, ya me conoces. Siempre estoy fijándome en la gente, intentando ver si descubro cómo son.
Pero eso no era lo mismo que mirarles a la boca e imaginarse cómo serían sus besos. No era lo mismo que fijarse en sus manos de dedos largos y preguntarse cómo le acariciarían la piel. No, no. No tenía nada que ver.
Por una vez, Jane se quedó conforme con su explicación y se levantó. Tal vez fuera mejor actriz de lo que pensaba.
—Entonces me alegra saber que no voy a tener que hablar con él. Siempre puedes decir que no puedes atenderle y, si eso no funciona, entonces recurre a Jenna.
—Ya lo he hecho. Me refiero a lo de decir que no podía atenderle. Esta noche tengo que asistir a la gala de «Atlanta lee», ¿no te acuerdas? Espero que nadie se acuerde de que también llevé el vestido verde a la recaudación de fondos de las Mujeres de Poder.
—Ponte encima unas plumas de pavo real como Nicole Kidman —le sugirió Jane cuando salía por la puerta en dirección a su despacho—. Oh, vamos, vete al centro y cómprate uno nuevo. Para cuando te llegue la factura, ya habremos solucionado lo de la demanda y podrás comprarte un vestido diferente para cada noche del año.
Eve se rió y sacudió la cabeza al empujar la puerta del edificio y salir en dirección a su coche.
Ganadora o no de la lotería, no podía seguir viviendo con los hábitos de alguien que había crecido con poco más de lo justo. Isabel Calvert, su abuela materna, que se había ocupado de una niña de once años traumatizada tras la muerte de sus padres en un accidente de coche, era agente inmobiliario, y aunque vivieron en Coral Gables en una bonita casa de estuco con un naranjo, siempre habían estado muy justas de dinero y ella había aprendido a ser práctica.
Esos hábitos le habían servido de mucho durante la universidad y al trasladarse desde Florida a la ciudad que había sido el hogar de la familia de sus padres durante generaciones. Y en los primeros años, cuando consiguió el trabajo como chica del tiempo en prácticas, esas pautas habían regido su vida; con ellas había descubierto que no sólo se le daba muy bien organizar cenas gastándose poco dinero, sino que también era buena a la hora de sonsacarle información a todo el mundo y retenerla.
Algo muy útil en su trabajo. Pero eso no la ayudaba con el vestido para la gala de esa noche.
Gracias a las inversiones acertadas, había logrado ahorrar dinero suficiente para la entrada de una pequeña casa en el distrito de los Vinings. Su abuela estaría orgullosa. No era muy grande, es más, antes había sido una cochera de una propiedad mucho más extensa, pero sin duda estaba muy bien ubicada, y en Atlanta eso ya tenía mucho valor. A pesar de los atascos, lograba llegar a casa en un tiempo récord. Y precisamente gracias a eso tuvo mucho tiempo para ducharse, peinarse y echarle un vistazo a su armario.
Tenía toda clase de prendas para ponerse: algunas, cortesía del presupuesto para guardarropa de Jane, y otras costeadas por ella misma. Tenía vaqueros y camisas de tirantes para los fines de semana, pero en lo que se refería a vestidos no tenía más que un par en color negro y el verde. Ahora que estaba empezando a aparecer en las páginas de sociedad, tal vez debía seguir el consejo de Jane y comprarse unos cuantos vestidos de noche con la tarjeta de crédito. Si lo que Cole había predicho se hacía realidad, iba a pasar más tiempo siendo el centro de atención. Menos mal que les había tocado la lotería… porque estaba segurísima de que la cadena no iba a correr con los gastos de su nuevo vestuario.
Se conformaría con el verde. Le sentaba como un guante; se cuidaba mucho, ya que su cuerpo de guitarra podía subir de peso en un abrir y cerrar de ojos, y además, todo el mundo sabía que la cámara engordaba muchos kilos.
Un retoque final en el pelo, los pendientes de diamantes de su abuela y ya estaba lista.
La gala benéfica iba a celebrarse en la mansión Ashmere, un lugar que aún conservaba su belleza del Viejo Sur.
Salió del taxi y el suave y cálido aire acarició sus hombros desnudos. Se echó el chal de seda verde por un brazo e inhaló el aroma de los helechos, del mantillo y del eucalipto de los jardines.
Tras ponerse derecha, subió los escalones y se abrió paso entre la multitud, girándose de vez en cuando para saludar a miembros de la alta sociedad con la gracia de una bailarina y la confianza que le otorgaban tres años frente a las cámaras.
—Eve. Me alegro de que hayas podido venir.
Al volverse vio a Dan Phillips, propietario de la cadena y de la productora que producían Entre nosotras.
—Hola, Dan. Tenía que venir. ¿Quién no querría colaborar para ayudar a que la gente aprenda a leer?
—La gente que trabaja en televisión —dijo el hombre, con un gesto tan serio que ni siquiera él pudo distinguir si estaba bromeando o no—. Mi mujer me ha metido en este esmoquin y me ha hecho salir por la puerta apuntándome con una lima de uñas.
—Maya es más lista que el hambre —le dijo Eve—. No te arrepentirás. He oído que el catering lo hacen los de Ambience.
—¿En serio? —se le iluminó la cara—. Entonces supongo que debería empezar a moverme. Me gusta oír a la gente hablar sobre ti a tus espaldas.
Eve alzó una mano.
—Pero si dicen algo malo, no me lo digas.
—No dirán nada malo. Todo el mundo en Atlanta te quiere —se detuvo—. Y por lo que he oído, también unos cuantos un poco más al norte.
—Supongo que hablas de Mitchell Hayes.
—Así es.
—¿Y? —le preguntó mientras él le daba un sorbo a su Martini.
—Y nada. No es mi decisión, es la tuya. Aunque dejé claro que el programa le pertenece a Producciones Driver y que, si lograban que firmaras con ellos, sería únicamente cuando tu contrato con nosotros hubiera llegado a su fin. El programa seguiría siendo nuestro, aunque el otro problema sería qué iba a ser de él sin su presentadora.