La verdad de su pasado - Louise Fuller - E-Book

La verdad de su pasado E-Book

Louise Fuller

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Bianca 3010 Él había vuelto… para terminar lo que habían empezado. Cuando Gabriel Silva, un multimillonario hecho a sí mismo, contrató a la abogada Dove Cavendish para que supervisara una importante adquisición, lo hizo solo por negocios… y por el pasado que los dos compartían, un pasado muy doloroso. Años atrás, Dove le rompió el corazón y él había vuelto para cobrarse su venganza. Después de su traumática separación, Dove nunca había querido volver a ver a Gabriel. Sin embargo, la supervivencia de su bufete dependía de él. Muy a su pesar, no le quedó más remedio que aceptar, pero se juró que mantendría su profesionalidad hasta el final. Sin embargo, la química entre ellos era innegable. Desgraciadamente, los fogosos besos de Gabriel no podían quemar para siempre los secretos que había entre ambos. Solo podrían conseguirlo enfrentándose a la verdad de su pasado…

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 198

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Louise Fuller

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La verdad de su pasado, n.º 3010 - 31.5.23

Título original: Returning for his Ruthless Revenge

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales , utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411801089

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

BUENOS días, señorita Cavendish. ¿Ha disfrutado de sus vacaciones?

Sin interrumpir el paso, Dove Cavendish se giró a mirar al joven asistente que había interrumpido sus pensamientos y su progreso a través del vestíbulo de Cavendish & Cox. Se obligó a esbozar una pequeña y despreocupada sonrisa.

–Sí, por supuesto. Muchas gracias, Mollie.

–Escogió una buena semana para marcharse de vacaciones. El miércoles hubo otra huelga de metro y muchos no pudimos llegar a trabajar hasta media mañana –comentó Mollie–. Ah, y tenemos un nuevo cliente. ¿Se ha enterado ya usted? Me refiero al señor…

Antes de que Mollie pudiera pronunciar el apellido, Dove la interrumpió con un rápido y enérgico movimiento de cabeza.

–Sí, por supuesto –repitió. Su cabeza no daba para más.

Sintió que un escalofrío le recorría la espalda y que las mejillas se le sonrojaban. Sin embargo, sabía que la expresión de su rostro nunca la traicionaría. Durante su infancia, había sido la esperanza a la que se habían aferrado sus padres para salvar su matrimonio, por lo que había aprendido desde una edad muy temprana a guardarse sus pensamientos y a esforzarse por evitar conflictos. Era una de las razones por las que se le daba tan bien su trabajo como abogada corporativa. Incluso en aquellos momentos, cuando el mundo que había construido con tanto esfuerzo parecía estar perdiendo el rumbo, nadie podría adivinar lo que estaba pensando. En realidad, en lo que había estado pensando desde que su jefe, Alistair Cox, la llamó la noche anterior.

Acababa de regresar de una semana de vacaciones, que se merecía y necesitaba desde hacía mucho tiempo, y estaba deshaciendo su equipaje. No había sido una conversación muy larga y, en realidad, Dove prácticamente no había escuchado la mitad de lo que Alistair le había dicho, pero, después de colgar, no había tenido ánimo para seguir deshaciendo la maleta. Aquella mañana, esta seguía sobre el suelo de su dormitorio, abierta, como si ella también siguiera atónita por la bomba que había supuesto la revelación de Alistair.

Gabriel Silva había contratado a Cavendish & Cox para que se ocuparan de su última adquisición.

Se detuvo en seco frente a los ascensores.

Gabriel Silva.

El nombre le retumbaba en la cabeza al mismo ritmo que los latidos de su corazón. A sus treinta años, Gabriel Silva era una leyenda en el mundo empresarial, un superdepredador en un océano lleno de cazadores, de tiburones. Implacable, cruel, incansable, perseguía a su presa sin remordimiento alguno. Así, había logrado construir desde la nada una de las empresas de más éxito en el mundo entero.

Sin embargo, no era esta reputación la que provocaba que el pánico se apoderara de Dove. Hacía seis años, Gabriel Silva terminó la relación que ambos tenían y le destrozó el corazón. Se lo rompió en mil pedazos. De hecho, no era solo que hubiera roto con ella. Oscar, el padre de Dove, le ofreció dinero para que desapareciera de la vida de su hija y Gabriel aceptó la oferta. Se guardó el dinero y se alejó de ella sin ni siquiera una explicación o una palabra de disculpa.

Y había vuelto.

Dove sintió que se le hacía un nudo en la garganta. Se decía que el tiempo lo curaba todo, pero no era cierto. La noche anterior, cuando Alistair pronunció el nombre de Gabriel, Dove sintió como si un afilado cuchillo le rasgara la piel. El dolor de su rechazo seguía aún atormentándola, como si todo hubiera ocurrido hacía muy poco tiempo.

–Es muy emocionante, ¿no le parece? –le dijo Mollie–. Esta mañana lo busqué en Google y parece un hombre muy auténtico.

«No, no lo es», pensó Dove. Gabriel Silva no tenía ni un solo gramo de autenticidad. Todo en él era falso. Todo estaba cuidadosamente presentado para que pareciera auténtico y ella mordiera el anzuelo. Y lo había hecho. Se había dejado llevar.

Como cualquiera otra mujer que se hubiera enamorado perdidamente de un par de ojos azules y una arrebatadora sonrisa, había terminado pagando el precio. Más bien su padre. Eso era lo que más le dolía, no solo que Gabriel nunca la hubiera amado, sino que el amor que ella le tenía se hubiera transformado en dinero por medio de una horrible y despiadada alquimia.

Solo había algo positivo en todo aquel desgraciado asunto. Sabiendo cómo reaccionaría todo el mundo cuando supiera que estaba saliendo con un hombre cuyo padre era electricista, Gabriel y ella habían decidido mantener su relación en secreto. Nadie más que el padre de Dove había sabido la verdad y, desgraciadamente, Oscar falleció un mes después de que Gabriel se marchara. Por lo tanto, la humillación de Dove era totalmente íntima.

Aunque le habría gustado confiar en su madre, no lo había hecho. Sabía perfectamente lo destrozada que se sentiría Olivia.

Conocía perfectamente todos los detalles del matrimonio de sus padres. Oficialmente, había sido la historia de amor de su generación. Olivia Morgan, hermosa y acaudalada heredera, y Oscar Cavendish, un inglés de clase alta.

Sin embargo, pocas semanas después de intercambiar sus votos, el matrimonio comenzó a hacer aguas. Oscar era un hombre de gustos muy caros y las facturas, entre las que se encontraba la del anillo de compromiso de Olivia, empezaron a acumularse. Desgraciadamente, Oscar no tenía dinero para pagarlas. Había despilfarrado por completo su herencia y, por supuesto, no tenía la intención de hacer algo tan servil como ponerse a trabajar.

Aquello fue el inicio de un largo y decepcionante matrimonio. Desde que Dove tenía memoria, su madre no había hecho más que prevenir a sus hijas, en especial a la más joven, para que no cometieran el mismo error. Tal vez a Dove se lo parecía así porque fue la última en abandonar el hogar familiar y, por lo tanto, la única con la que Olivia podía compartir sus temores.

Fuera como fuera, dada la actitud de su madre hacia los hombres sin dinero, pero con motivos ocultos, Dove nunca había podido decirle la verdad.

Apartó sus pensamientos de un camino que no le llevaba a ninguna parte y se reclinó contra la pared del ascensor mientras este empezaba a subir a trompicones. Como todo lo que había en el edificio que albergaba las oficinas centrales de su empresa en Lincoln Fields, necesitaba una profunda reforma, algo que no podía acometerse al tratarse de un inmueble protegido por su interés histórico. No obstante, los clientes no acudían a Cavendish & Cox para admirar una decoración moderna: lo hacían por Alistair Cox.

El pulso se le aceleró. Al menos, él era, normalmente, la razón por la que los clientes recurrían a Cavendish & Cox. ¿Sería también el caso de Gabriel Silva?

Al sentir que Mollie la estaba mirando muy fijamente, decidió apartar de su pensamiento todas las inquietantes posibles respuestas a aquella pregunta.

–Sí, lo es –afirmó–. Pero no deberías emocionarte mucho, Mollie. Será con sus empleados con los que trataremos, no con el señor Silva en persona.

Dove estaba segura de eso. Evidentemente, estaría al tanto de todo y sería su firma la que aparecería en los documentos, pero él no formaría parte del agotador proceso de negociación ni de las diligencias que hubiera que realizar.

–Sin embargo, supongo que él tiene la última palabra –dijo Mollie con una tímida sonrisa–, lo que significa que debemos de ser los mejores. ¿Por qué si no nos ha contratado?

Aquella pregunta una vez más. Sintió que se le revolvía el estómago. ¿Eran Cavendish & Cox los mejores? Históricamente, sí. En aquellos momentos, tenían algunos rivales para reclamar el primer puesto, pero el nombre de su bufete aún tenía mucho peso. Por otro lado, eran una pequeña empresa familiar. Demasiado pequeña y tradicional para ser el acoplamiento natural de alguien tan carnívoro y depredador como el Grupo Silva.

Acoplamiento natural.

Sintió que el estómago le daba un vuelco cuando su pensamiento, sin que ella lo requiriera, le ofreció una imagen el cuerpo de Gabriel, bañado por el sol, moviéndose contra el de ella. Efectivamente, los dos habían encajado a la perfección, como las piezas de un rompecabezas. La piel de ambos, cálida y húmeda, se pegaba. La mano de Gabriel, sobre su espalda. El aliento de Dove rasgándole la garganta mientras los cuerpos de ambos se arqueaban uno frente al otro…

–Me temo que eso es algo que ni tú ni yo podemos contestar –dijo Dove. Sintió un profundo alivio cuando el ascensor se detuvo por fin–. Que tengas un buen día, Mollie.

–Ah, bien, buenos días. No te preocupes, él acaba de llegar.

Dove parpadeó. Alistair estaba a la izquierda del ascensor. Las gafas se le sostenían precariamente sobre su cabello grisáceo. Tenía un montón de expedientes en la mano derecha.

–¿Quién acaba de llegar?

–Gabriel Silva, por supuesto –respondió Alistair frunciendo el ceño.

Por alguna razón, aunque Dove sentía que el estómago parecía estar en caída libre, no le resultó difícil sonreír con aparente sinceridad.

–Maravilloso.

Alistair le devolvió la sonrisa.

–Annabel lo está preparando todo. Voy a bajar a recibirlo.

Dove asintió sin dejar de sonreír. Se sentía como si su alma hubiera abandonado su cuerpo y estuviera observando sus propias reacciones. O más bien, el hieratismo con el que afrontaba la situación.

–Te veo en la sala de juntas.

Dove sintió que la sonrisa se le helaba en los labios al tiempo que un escalofrío le recorría la espalda.

–¿A mí? ¿Por qué tengo que estar yo presente?

–Porque el señor Silva ha requerido específicamente que tú estés presente en la reunión. Te lo dije anoche, ¿te acuerdas? Parece que coincidió con tu padre en una ocasión, hace ya varios años, y nunca ha podido olvidar el encuentro. Aparentemente, estuvieron charlando sobre las opciones que él tenía para el futuro –añadió Alistair–. No sé lo que le dijo tu padre, pero parece que causó gran impresión en el señor Silva. De hecho, él mismo me dijo que las palabras de Oscar le cambiaron la vida.

Dove sentía que el corazón le latía en la garganta. Aquella charla no solo había cambiado también su propia vida, sino que se la había destruido. En aquellos momentos, Silva estaba amenazando con destruir también la frágil existencia que ella había conseguido sacar adelante.

«Cuéntaselo. Dile a Alistair que no puedes estar en la misma sala que ese hombre. Eres como una hija para él. No te obligará a hacerlo».

Demasiado tarde. Alistair se había marchado ya. Dove observó cómo se cerraban las puertas del ascensor y sintió náuseas. ¿Cómo podía estar ocurriéndole algo así? Desgraciadamente, así era. Gabriel Silva estaba en el edificio y, en cualquier momento, emergería por aquellas mismas puertas.

Sintió que los músculos se le tensaban. Miró hacia las escaleras. Podría marcharse, desaparecer. Salir del edificio sin que nadie se diera cuenta, tal y como había hecho él. Sin embargo, algo en su interior se rebeló contra aquel impulso. No sería desaparecer, sino esconderse.

¿Y por qué debería esconderse? No había hecho nada malo. Además, si no se presentaba, parecería que aún sentía algo por él. No podría soportar que Gabriel Silva pensara algo así.

Por otro lado, no sería justo para Alistair. Cuando se imaginó la cara de confusión de su jefe al descubrir que ella no estaba presente, cuadró los hombros. Todo saldría bien. Si Gabriel hubiera querido reunirse con ella solamente, lo habría podido organizar muy fácilmente. El hecho de que sintiera curiosidad por la mujer en la que ella se había convertido, no significaba que buscara algún tipo de reconciliación. Era una reunión de negocios. Nada más.

Cinco minutos más tarde, con las mejillas ligeramente arreboladas y el cabello recogido en una pulcra coleta baja, atravesó la puerta. El pulso le latía al mismo ritmo que los tacones de sus zapatos iban marcando al andar.

–Aquí está –dijo Alistair, anunciando afectuosamente su llegada.

El rostro de Alistair resultaba reconfortante y familiar y, por un momento, Dove se quedó mirándolo, como si de ese modo pudiera ignorar al hombre que estaba de pie a su derecha. Sin embargo, a pesar de que lo odiaba con cada fibra de su ser, no podía tolerar que el pasado marcara las exigencias de su presente. Levantó la barbilla y se giró para saludar a Gabriel Silva.

El corazón le latía a toda velocidad. Durante un instante, no pudo moverse ni sentir nada. Su cuerpo estaba rígido y frío, como si estuviera congelado. De repente, el dolor le recorrió todos los rincones de su ser, arañando las cicatrices que deberían haber sanado hacía tiempo, pero que seguían aún en carne viva. Aquel dolor amenazaba con derribar las barreras de protección que había erigido entre ella y el mundo. Quería darse la vuelta y salir corriendo, sin detenerse hasta que pudiera encontrar un lugar en el que poder esconderse.

Después de seis años de desolación, le supuso un fuerte shock encontrarse con él cara a cara. Había esperado que el tiempo lo hubiera castigado por lo que había hecho, pero, mientras recorría con la mirada los rasgos de su hermoso rostro, se vio obligada a admitir que seguía siendo el hombre más guapo que había conocido en toda su vida. Y también el más masculino. El oscuro y espeso cabello era tan negro como la media noche. Su boca, gruesa y sensual y los ojos de un intenso color azul y profundamente hipnóticos.

Levantó una mano para tocar el collar de perlas que le adornaba la garganta y contuvo la respiración.

Además, estaba su cuerpo….

Sintió que la garganta se le secaba. No lo había visto nunca ataviado con un traje y deseó no haberlo hecho en aquellos momentos. No creía que pudiera olvidar aquella imagen.

La desesperación y la frustración se apoderaron de ella. No quería sentirse así. No debería estar sintiéndose así. Gabriel Silva era un aprovechado, un hombre de sangre fría. La única razón por la que ella se había dignado a reunirse con él era Alistair, el hombre al que tanto debía.

Gabriel dio un paso al frente con la mano extendida. Ella permaneció inmóvil. El corazón le latía con fuerza contra las costillas. Le dolía hasta mirarlo, pero no podía negarle el saludo.

–Señorita Cavendish…

Gabriel sonreía. De repente, Dove no pudo ni siquiera respirar. El Gabriel que ella había conocido no solía sonreír. Cuando lo hacía, era algo milagroso, como el arcoíris de fuego que habían visto sobre Dorset en una de sus escapadas secretas de fin de semana. Sin embargo, su sonrisa era algo completamente diferente. Calculada, de usar y tirar, solo para impresionar a Alistair.

–Señor Silva…

Extendió la mano. Tenía la intención de estrecharla brevemente. Sin embargo, cuando sus palmas se rozaron, sintió una especie de descarga eléctrica, breve y dolorosa. Él la miraba fijamente y, durante un instante, apretó un poco más la mano.

–Así que esta es una empresa familiar –dijo suavemente, soltándole por fin la mano–, aunque, según me ha dicho Alistair, su padre no trabajó aquí.

–No –replicó ella. Trató de parecer tranquila. Trató de olvidar aquel fuerte calor. Trató de no permitir que el cerebro le hiciera sentir tan nerviosa y expuesta–. Pensaba que carecía de talento para los negocios.

En realidad, Oscar Cavendish había sido un hombre inteligente e implacable. Podría haber llegado a lo más alto en cualquier profesión que hubiera escogido. Sin embargo, había sido perezoso y, al contrario de Alistair, en vez de trabajar para el bufete que fundaron juntos sus tatarabuelos –o de trabajar en algo en realidad– había preferido vivir de los dividendos de las acciones que tenía en el negocio.

–Sin embargo, su empuje fue primordial para que yo empezara mi carrera. Sin su intervención, yo jamás hubiera podido realizar mi primera inversión.

Intervención.

La palabra le sabía a ceniza entre los labios. Era una manera de describirlo. En realidad, resultaba opaca, imprecisa… e incluso conducía a error. La mayoría de la gente, como por ejemplo Alistair y ella, lo considerarían un chantaje, pero sin duda Oscar lo llamaría algo menos vulgar. Estímulo, tal vez. Fuera como fuera, Gabriel había aceptado el dinero. Le habían pagado para que le rompiera a Dove el corazón.

«¿Te sientes orgullo de ti mismo? ¿De lo que hiciste?».

Una parte de ella quería golpearlo con los puños sobre el pecho y lanzarle preguntas amargas, acusatorias. Pero eso los transportaría de nuevo al pasado, un lugar que Dove no quería volver a visitar. No quería abrir la herida. Solo quería que aquella reunión terminara para poder alejarse de él todo lo que pudiera.

–Vaya, gracias por compartir ese dato conmigo.

A Dove no le gustaba el modo en el que él la estaba mirando. Le hacía sentirse como un conejo deslumbrado por los faros de un coche. Sin embargo, en aquella ocasión, no iba a permitir que él la avasallara.

Cuadró de nuevo los hombros y levantó la barbilla.

–Os dejaré para que los dos os pongáis con lo que nos ha traído hasta aquí.

–Por supuesto, por supuesto –dijo Alistair, completamente ajeno a la tensión que reinaba en la sala–. Por eso estamos todos aquí.

 

 

En realidad, no era así. Gabriel se sentó en su butaca sin apartar los ojos del delicado perfil de Dove. Él estaba allí por una razón. Por una única razón: la venganza. La adquisición de Fairlight Holdings era necesaria solo para alcanzar aquel objetivo.

Dove también tenía un papel en todo aquello, aunque aún no lo sabía. No importaba. La venganza era un plato que se consumía mejor frío, así que, ¿por qué no alargar la situación un poco más? Un par de minutos no supondría ninguna diferencia. De hecho, iba a disfrutar cada instante viendo cómo ella sufría. Era lo menos que se merecía después del modo en el que Dove lo había tratado.

Mientras recordaba la expresión del rostro de Oscar cuando se disculpó por «el cambio de parecer en el corazón de su hija», sintió que la espalda se le tensaba contra la butaca.

¿Qué corazón? Dove Cavendish carecía de ese órgano. Era una Reina de Hielo, con nieve en las venas. Incluso en aquellos momentos, los recuerdos de la conversación que mantuvo con su padre lo hacían arder de ira, casi tanto como la belleza de Dove lo deslumbraba.

Seguía siendo muy hermosa. Más que hermosa, de hecho. Podría ser una diosa mítica con su cabello rubio platino y sus etéreos ojos grises. Gabriel se había estado mirando en aquellos ojos cuando ella le dijo que lo amaba.

¿Era de extrañar que hubiera estado totalmente enamorado de ella?

Sintió algo parecido a la vergüenza al recordar. Más tarde, se había cuestionado su propia inteligencia y su cordura al creer lo que Dove le había dicho mientras estaba entre sus brazos. Pero, por aquel entonces, cegado y totalmente enamorado, no quería comprender la verdad. Gabriel no entendió lo ingenuo, por no decir estúpido, que había sido por pensar que Dove quería algo más que una aventura de verano hasta que Oscar Cavendish se presentó en el hotel con su «propuesta».

En aquellos momentos, sin embargo, era ella la ingenua.

Tragó saliva y se volvió hacia Alistair Cox.

–Y yo estoy deseando que Cavendish & Cox me ayude a conseguir mi objetivo.

–En ese caso, empecemos. Dove, muchas gracias…

–La señorita Cavendish no tiene por qué marcharse –replicó Gabriel mientras miraba a Dove, que había permanecido de pie, lista para marcharse–. Aquí todos somos amigos.

Vio que algo aparecía brevemente en los ojos de Dove, algo que había visto en sus mirada cuando hacían el amor. Se preguntó si aún sería así y, si se daba el caso, con quién. Apretó la mandíbula. Lo enfurecía pensar que otro hombre pudiera tenerla entre sus brazos por las noches, tocándola, apretando su cuerpo contra el de ella.

Trató de tranquilizarse. En el pasado, había pensado que eran amigos, amantes. Almas gemelas. Ya no. No se trataba de una especie de reconciliación. No quería ni necesitaba ser amigo de Dove. De hecho, los enemigos podían ser tan útiles y comprometidos como los amigos con un incentivo adecuado.

Por suerte, sabía exactamente qué botones debía apretar para asegurarse la colaboración de Dove Cavendish.

–Además, mi interés por adquirir Fairlight Holdings se hará público muy pronto –añadió suavemente.

–¿Fairlight Holdings? –preguntó Alistair frunciendo el ceño–. Conozco al viejo Angus Balfour. Hizo buenas inversiones en los noventa, pero, en mi opinión, cometieron un error cuando no ampliaron su interés más allá del mercado residencial.

Gabriel lo miró fijamente a los ojos. En los suaves ojos grises de Alistair había acero y, tras ellos, un cerebro de primera clase. A pesar de su actitud amable, Alistair no era un beneficiario ignorante jugando con la empresa familiar. Entonces, ¿cómo había podido meterse en un lío tan grande?

En realidad, no le importaba. No le importaba nada excepto vengarse de las dos mujeres que tan cruelmente habían puesto patas arriba su vida. Su madre, Fenella Ogilvy, y la mujer que estaba de pie frente a él. Dove estaba haciendo todo lo posible por fingir que no estaba allí. O, más bien, que era Gabriel quien no estaba. Sin embargo, no pensaba marcharse a ninguna parte. En aquella ocasión, él era quien tenía todos los ases en la mano y, más importante aún, el dinero.

Alistair Cox sonrió agradablemente.

–Por eso, le aconsejaría una empresa con una carpeta de inversiones mucho más amplia. Conozco un par de ellas que podrían resultarle de interés…

–Tal vez en otra ocasión –lo interrumpió Gabriel.

Alistair se quitó las gafas y se puso a limpiarlas.

–¿Le puedo preguntar por qué está tan interesado en Fairlight?

Gabriel miró a Alistair totalmente impasible. La ira que llevaba conteniendo tanto tiempo amenazaba con hacerle perder la compostura.

Su interés por aquella adquisición no tenía nada que ver con el mundo de los negocios. Su imperio se había creado hacía cinco años, empezando con Trill, una aplicación de redes sociales, y había empezado a crecer como una hidra, hasta diversificarse en múltiples empresas entre las que se incluían las relacionadas con la criptomonedas, una cadena de restaurantes, varias plataformas de medios de comunicación y, la más reciente, una inmobiliaria comercial en Nueva York.

Al contrario que Luis, su padre, Gabriel no tenía vocación. Sus negocios habían crecido orgánicamente, pero le gustaba hacerse con los de otras personas y perfeccionarlos. Se trataba de adquisiciones que tenían objetivos claros y que daban beneficios.

Sin embargo, esa no era la razón por la que quería Fairlight Holdings. El motivo era muy sencillo.