Las caricias del jeque - Susan Stephens - E-Book

Las caricias del jeque E-Book

Susan Stephens

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Beschreibung

Sola y embarazada, Lucy Gillingham estaba decidida a proteger a su futuro hijo de su peculiar familia. Pero Tadj, el atractivo desconocido con el que había pasado una noche inolvidable, había vuelto para revelarle un secreto sorprendente. ¡Estaba esperando un hijo de un rey del desierto! Tadj daría seguridad a su heredero, pero ¿estaría Lucy dispuesta a aceptar aquella propuesta escandalosa y compartir el lecho real?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 Susan Stephens

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Las caricias del jeque, n.º 2691 - marzo 2019

Título original: Pregnant by the Desert King

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-820-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

NUNCA antes un café en la cafetería de al lado de la lavandería en la que trabajaba le había provocado tal subidón de energía. Durante el descanso para comer, mientras guardaba fila detrás de un imponente Goliat de hombros anchos, el pulso se le aceleró. Era imposible no fijarse en aquel hombre. Estaba muy bronceado, y no pudo evitar imaginarse revolviéndole el pelo, negro y rizado. Llevaba una chaqueta corta y arrugada que parecía diseñada para dejar ver su trasero y sus largas y fornidas piernas. Era tan atractivo que por primera vez en su vida se sintió aturdida. Ella era blanco de las revistas femeninas, siempre pensando en perder peso, algo que conseguiría en cuanto superara su adicción al chocolate.

–¿Quiere pasar delante de mí?

A punto estuvo de desmayarse cuando se dio la vuelta.

–¿Me lo dice a mí? –preguntó en cuanto su cerebro volvió a ponerse en marcha.

Era una pregunta absurda, teniendo en cuenta que aquellos devastadores ojos negros estaban clavados en los suyos. Era la mirada más penetrante que le habían dirigido nunca. Había muchas clases de ojos, algunos muy bonitos, pero aquellos eran impresionantes.

–Sigan avanzando, por favor, hay gente esperando a que le sirvan.

Aturdida por el bramido de la mujer del otro lado del mostrador, Lucy avanzó en la fila y, al hacerlo, fue a darse con Goliat.

–Creo que debería sentarse antes de que provoque un accidente en cadena –le advirtió divertido.

La fuerza de sus grandes manos sujetándola unida a su voz profunda, grave y con un misterioso acento, nublaron su mente.

–Venga –añadió mientras ella lo miraba paralizada–, yo me ocuparé de las bebidas mientras usted busca mesa.

–¿Lo conozco?

–Creo que no –contestó él–. ¿Café, té, chocolate? ¿Quiere también algo de comer?

La gente se había girado para mirar. Un par de conocidas de Lucy, asintieron con la cabeza y le hicieron el gesto del pulgar hacia arriba. No quería provocar un caos. Aquella era una cafetería de mala muerte. Tampoco quería salir corriendo y darle a aquel hombre la impresión de que se sentía intimidada. ¿Quién era? Solo había una manera de averiguarlo.

–Un café estaría bien, gracias. Con leche desnatada, por favor.

Cuando el hombre se volvió para pedir las bebidas, ella se dio cuenta de que mucha gente miraba en su dirección. ¿Sería alguien famoso? ¿Debería conocerlo? Si leyera más la prensa… Tal vez había pasado por la lavandería cuando ella estaba en la trastienda. Nadie olvidaría una cara así. Podía pasar por un marinero a la vista de su bronceado y su fortaleza física, pero por la seguridad con la que se desenvolvía y por su atuendo informal a la vez que elegante, no se lo imaginaba como miembro de una tripulación.

–Cuando quiera –le dijo mientras esperaba a que preparasen sus cafés–. La mesa –le recordó–. Apenas hay libres. Será mejor que vaya a buscar una.

–Sí, señor –dijo haciendo un saludo militar después de percibir su olor a jabón.

Se fue a buscar una mesa, a pesar de que no le agradaban los tipos autoritarios. Pero a aquel hombre lo salvaba aquella sonrisa que asomaba en sus ojos oscuros. Sospechaba que la empleaba a menudo, pero estaban en una cafetería concurrida y poco podía pasar mientras tomaban un café. Podía concederle cinco minutos para ver cómo era. Sus compañeras de la lavandería siempre decían que nunca ocurría nada emocionante, así que al menos tendría algo que contarles cuando volviera al trabajo.

Llevaba mucho tiempo escondiéndose.

Se estremeció ante aquel pensamiento repentino. Los recuerdos de su padrastro cruel y abusivo la asaltaron. El segundo esposo de su madre era el líder de una banda criminal formada por matones despiadados. Por suerte, estaba en la cárcel. Lucy había dejado su casa ante la insistencia de su madre para ocultarse de la desagradable y continua atención de los esbirros de su padrastro. Había sido muy afortunada al encontrar buenos amigos en King’s Dock.

Mientras se paraba a saludar a unos conocidos, miró hacia el hombre y lo vio pagando sus bebidas y las de una pareja de ancianos. Lo siguiente sería encaramarse a un árbol para salvar a un gato, pensó Lucy sonriendo mientras atravesaba la cafetería hacia ella. Tenía que dejar de pensar mal de los hombres. No todos eran malos.

–¿Le pasa algo? –preguntó su nuevo amigo, frunciendo el ceño.

–Nada –contestó, consciente de toda la atención que estaba recibiendo.

Tanto él como su padrastro eran hombres corpulentos y fuertes, pero ahí acababa todo parecido. Su padrastro era un tipo despiadado, una cualidad que no se apreciaba en aquel hombre. Si los ojos eran el espejo del alma, estaba a salvo; no había maldad en ellos.

Solo calidez, pensó Lucy entre emocionada y divertida mientras la invitaba a sentarse.

–¿O va a quedarse ahí todo el día, bloqueando el pasillo?

Viéndolo arquear la ceja a la vez que le sonreía, le resultó imposible no contestar.

–¿Quiere quedarse conmigo? –lo dijo invitándolo, una vez se hubo sentado.

Tuvo que mover la mesa para dejarlo pasar. Se le podía describir como un tipo grande y ella no era precisamente menuda. Aunque fuera un seductor y ella su último objetivo, no tenía ningún inconveniente en tomar una taza de café con él. La gente la conocía allí y podría irse en el momento en el que quisiera.

 

 

El día estaba resultando mejor de lo esperado, pensó Tadj mientras estudiaba a aquella exuberante mujer que tenía sentada frente a él. Tenía unos pechos magníficos que ni siquiera la ropa de invierno podía ocultar. Pero no era eso lo que más le llamaba la atención, sino su elegancia natural y su sencillez. Era un agradable cambio respecto a las mujeres que solían merodear a su alrededor con la esperanza de llegar a ocupar el puesto de esposa o, al menos, de amante.

Había estado paseando por el muelle, haciendo tiempo para la fiesta que aquella noche daba su amigo el jeque Khalid en su yate, el Sapphire. Estaba disfrutando de la agradable sensación de mezclarse con la gente del muelle como si fuera un visitante más de aquel lujoso puerto y olvidarse del revuelo que se formaba a su paso por ser el emir de Qalala. Era una novedad pasar un rato con una mujer que no parecía saber quién era y que, incluso aunque lo supiera, probablemente le daría igual. Tenía pensado quedarse a pasar la noche en el Sapphire, y una cama desconocida siempre resultaba más acogedora con una agradable compañía al lado.

O debajo.

–¿Seguro que va todo bien? –preguntó ella, mirando a su alrededor–. Parece que todo el mundo está pendiente de usted. ¿Debería conocerlo?

–Ahora me conoce. Y, contestando a su pregunta, sí, todo va bien.

–No ha contestado a mi pregunta.

–Tiene razón –convino él.

Un silencio tenso se hizo entre ellos. Había sentido su presencia antes de verla en la cafetería. Tenía un sentido muy desarrollado en lo que a mujeres se refería y desde el primer momento se había sentido intrigado con su aspecto delicado y su bonita y voluptuosa figura. No se sentía intimidada por él, lo que aumentaba su encanto. Abultaba la mitad que él y era un poco más joven, aunque su personalidad compensaba su falta de experiencia.

–¿Está bueno el café? –preguntó ella, rompiendo el silencio.

–Excelente –murmuró, sosteniéndole la mirada hasta hacerla sonrojarse.

En el ejercicio de sus funciones como gobernante de uno de los más países más ricos del mundo, conocía a muchas mujeres, pero apenas reparaba en ellas. Ninguna tenía aquel encanto innato. Estudió su ropa y el cuerpo que ocultaba. Llevaba un abrigo sencillo desabrochado sobre un jersey de algodón ceñido que incitaba a cubrirla con mejores tejidos. Otra tentación era aceptar el reto de aquella mirada desafiante antes de llevarla a lo más alto de la cumbre del placer.

–De veras que no hacía falta –dijo ella, mientras le pedía a la camarera que les rellenara la taza.

–Quería hacerlo –replicó, sosteniéndole la mirada.

–¿Siempre consigue lo que se propone?

–La mayoría de las veces –admitió.

Solo tuvo que levantar la ceja para adivinar lo que estaba pensando.

–Me llamo Lucy, Lucy Gillingham.

Aquel nombre no le decía nada, pero tomó nota mental para pedirle a su equipo de seguridad que la investigara.

–Cuidado –le advirtió al ver que iba a dar otro sorbo al café–. Está caliente.

–Siempre soy cuidadosa –dijo con una expresión burlona que no le dejó ninguna duda de que no iba a ser una presa fácil.

Unos bonitos ojos verdes perforaron los suyos. Unas densas pestañas negras enmarcaban su expresiva mirada, añadiendo un toque felino a lo que ya era una hermosa envoltura.

–Lo siento –dijo ella apartándose y se sonrojó cuando sus rodillas se rozaron.

–No pasa nada –murmuró él, estirando sus largas piernas entre las de ella.

Aunque no la tocó, su rubor se intensificó al reparar en la cercanía a la que les obligaba aquella mesa estrecha.

–Tiene un pelo muy bonito –dijo para distraerla.

–Y usted tiene los pies muy grandes –comentó, cambiando de postura para evitar que se tocaran.

Lucy llevaba el pelo muy corto, en consonancia con su fuerte personalidad. Era castaño rojizo, un color que le recordó al otoño en su casa de campo inglesa cuando las hojas tomaban el color del las llamas del fuego. Era una mujer ardiente. Seguramente sería increíble en la cama.

–Bueno, ya me siento mejor –afirmó después de dar cuenta de su café–. No puedo hacer nada sin antes haber tomado un café. ¿Y usted?

–Hay cosas que se me dan muy bien.

Ella se sonrojó. Hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto.

¿Cómo podía resultar tan peligroso hablar de café? Lucy solía pasar mucho tiempo soñando despierta, pero nunca había imaginado una situación así. Si prestara más atención a los cotilleos, tal vez sabría quién era aquel hombre tan misterioso.

–Es nuevo por aquí, ¿verdad? –terció, en un intento por sonsacarle información.

–¿Otro café?

–Sí, por favor.

Mientras lo observaba volverse para hablar con la camarera, su mente se llenó de imágenes en una playa de arena blanca tomando una refrescante bebida exótica junto a aquel hombre misterioso como preludio de buen sexo.

–¿Pasa algo? –preguntó al verla fruncir el ceño.

–Sí, claro que pasa algo. No sé cómo se llama y yo ya le he dicho mi nombre. ¿Acaso tiene algo que ocultar?

Él rio y su rostro se iluminó. Aquellas finas líneas alrededor de sus ojos y sus impecables dientes blancos le conferían un aire muy atractivo. Los pezones se le endurecieron sin que ni siquiera se los hubiera rozado.

Estaba lo suficientemente cerca como para percibir su aliento y su barba incipiente. Era un tipo muy guapo, con aquellos increíbles ojos negros clavados en ella.

–Me llamo Tadj, y tutéame.

–Ah, como el Taj Mahal –dijo ella, relajándose.

–Tadj con d –puntualizó.

–Supongo que te lo habrán dicho muchas veces –comentó, ruborizándose de nuevo.

–Algunas.

Aquella sonrisa arrebatadora había vuelto a sus labios, pero se limitó a mirarlo indiferente. Con sus rizos oscuros cayéndole alrededor del rostro, suponía que debía de estar acostumbrado a ser el centro de atención. No quería mostrarse interesada, aunque no pudo evitar preguntarse cómo se sentiría aquella incipiente barba oscura sobre su piel. Se imaginó sus generosas curvas acoplándose contra su cuerpo musculoso y tuvo que cambiar de postura en el asiento.

–Tadj –repitió ella para distraerse–. Estupendo.

Seguía observándola con aquella expresión divertida, lo que le trajo a la cabeza una fantasía. Su cuerpo desnudo, cubierto de caliente chocolate fundido y dispuesto para que él se lo lamiera.

–De acuerdo, Tadj con d, ahora ya sé cómo te llamas, pero no sé a qué te dedicas.

–Cierto, no lo sabes.

–Qué reservado eres –comentó entornando los ojos–. Te advierto que soy muy curiosa.

–Y yo muy reservado –replicó con mirada ardiente.

Ambos rieron y el ambiente se relajó.

–¿Y…? –preguntó ella, la taza a medio camino de sus labios.

–¿Y qué? ¿Qué quieres saber?

–¿Todo?

–No tenemos tiempo.

–¿Debería preocuparme de que seas tan evasivo?

–¿Aquí? –dijo él mirando a su alrededor–. Probablemente no.

Quizá más tarde, pensó ella, pero enseguida apartó aquella idea de su cabeza y decidió buscar otra vía para sonsacarle información.

–¿Qué te trae a King’s Dock?

–Amigos y negocios.

–Qué intriga.

–No tanto –dijo, echándose hacia atrás en su asiento–. King’s Dock es un buen lugar para reunirse, eso es todo –añadió y arqueó una ceja, como si estuviera retándola para que le hiciera más preguntas.

–Entonces debo de estar reteniéndote –replicó y tomó su bolso.

–No –dijo relajado, manteniendo aquella mirada de depredador a punto de saltar sobre su presa.

Mientras se miraban el uno al otro, Lucy sintió un escalofrío recorriendo su espalda. Era evidente que aquel hombre se lo estaba pasando bien. Ella también, mucho más de lo que sería prudente.

–Me has obligado a sentarme y me has invitado a un café, así que ahora tienes que pagar el placer de mi compañía con información.

Pocas mujeres lo habían hecho reír tanto como Lucy. Su irreverencia y simpatía eran parte de su encanto.

–¿Eso piensas? No me vas a convencer –le advirtió al verla poner una mueca de decepción.

–¿Por qué no? –protestó siguiendo en su misma línea–. ¿Acaso tu ocupación es información clasificada? Tal vez eres un agente secreto –especuló arqueando una de sus finas cejas.

–También puedo ser un hombre tomándose un café en una cafetería, perdido en sus pensamientos.

–Qué aburrido. Prefiero mi versión.

–Me dedico a temas de seguridad –admitió por fin.

Era verdad. Una de sus empresas se dedicaba a velar por la seguridad de las personas más importantes del planeta. Como gobernante de un país, su mayor interés era contratar a los mejores.

–Ajá –exclamó Lucy y se echó hacia atrás en su asiento–. Ahora le veo el sentido.

–¿A qué?

–A tus evasivas. Supongo que te ocupas de la seguridad de uno de esos potentados grandes y gordos que van en yate –explicó, ladeando la cabeza hacia la ventana tras la que se veían una sucesión de imponentes barcos recortados contra el cielo plomizo–. ¿Qué tal es trabajar para ese millonario rico y misterioso?

Su ingenuidad era irresistible y su inocencia lo obligó a decir la verdad.

–Lo cierto es que soy uno de ellos.

–¿Un potentado grande y gordo?

–Pensé que los que te parecían grandes eran los yates –contestó Tadj, sonriendo.

–¿Hablas en serio, verdad? –dijo Lucy en un tono completamente diferente.

–Tu expresión no le hace ningún bien a mi ego –admitió.

–Bueno, eso cambia las cosas, no puedo evitar esta expresión.

–¿El que tenga dinero te hace cambiar tu opinión sobre mí?

Lucy volvió a fruncir el ceño.

–Todavía no me he formado una opinión de ti. No te conozco lo suficiente.

Él era el primero en admitir que el dinero le afectaba. Su difunto tío había saqueado las arcas de Qalala y se las había encontrado vacías al heredar el trono. Poco a poco había conseguido levantar un país en banca rota. Entonces, cuando todo había vuelto a una relativa calma, los padres de la chica a la que llevaba prometido desde su nacimiento le habían exigido que se casara con ella de inmediato. Le había costado un dineral resolver aquel asunto. Se había enfrentado a un matrimonio de conveniencia y aquella desagradable experiencia le había dejado la impresión de que era preferible tener una amante a una esposa. Algún día tendría que casarse para dar un heredero a Qalala tal y como la Constitución le exigía, pero aún no quería hacerlo. La idea de tener una amante en el ínterin acababa de tomar un fuerte y nuevo impulso.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

SI TANTO dinero tienes… ¿Podría pedirte un préstamo? –preguntó con aquella expresión suya burlona.

Sabía que aquello era una broma, pero no pudo evitar considerar la posibilidad de que fuera como el resto de mujeres.

–Solo serían diez libras, hasta que me paguen el sueldo –añadió, pero fue incapaz de contener la risa–. Deberías ver tu cara –dijo echándose hacia atrás en su asiento.

Él se puso serio.

–Por esta vez, voy a dejar que te salgas con la tuya.

–¿Quieres decir que habrá una próxima vez? Eso es asumir demasiado, ¿no? ¿Cómo sabes que querré volver a verte?

Tadj sintió tensión en la entrepierna.

–Buena pregunta.

Con la barbilla apoyada en la mano, Lucy se quedó mirándolo fijamente de tal manera, que deseó ir vestido con ropa más suelta en vez de con vaqueros ajustados.

–Estoy segura de que diez libras no te suponen nada –insistió Lucy.

Él sacó la cartera.

–Ni se te ocurra –dijo ella rápidamente.

–¿Puedo invitarte al segundo café?

–Touché, pero no se te olvide una cosa, don Encargado de Seguridad: no quiero tu dinero. No quiero el dinero de nadie. Estoy bien como estoy. A ver, déjame contribuir. Guárdate el dinero para tu próxima aventura de cafetería.

–Dudo que vuelva a haber otra.

–¿Demasiado arriesgado tratar con extraños?

–Algo así –contestó Tadj.

Se quedó mirándola fijamente. No veía ninguna señal de que lo hubiera reconocido.

–Supongo que en el asunto de la seguridad hay que ser prudente.

–Me encargo de la seguridad de un país –explicó.

–Eso suena importante.

–Sí, podría decirse que sí –dijo él sonriendo.

–Debes de ser alguien muy poderoso. Pero se te ve muy normal.

Tadj contuvo la risa.

–Vaya, gracias.

–Bueno, ha estado muy bien –dijo ella y suspiró mientras recogía sus cosas–. Tengo que irme. Algunos tenemos que trabajar.

–Déjame que te acompañe. ¿Dónde trabajas?

No le apetecía que se fuera.

–En la lavandería Miss Francine –dijo con una nota de desafío.

Tadj lo entendía. Algunos de los ricos propietarios de yates eran unos auténticos esnobs.

–¿La lavandería del puerto? –preguntó, recordando haber visto el establecimiento durante su paseo.

–Sí –dijo ella, esbozando otra de sus divertidas muecas–. Hemos superado lo de ir a lavar al río.

–Ya. ¿Y de qué te ocupas en la lavandería?

–Del planchado y del acabado.

–¿Se te da bien?

–Puedes apostar que sí.

Tadj frunció los labios y Lucy rio.

–Lo siento –añadió ella, agitando con elegancia sus bonitas manos–, no pretendía molestarte. Es solo que algunos turistas que visitan King’s Dock son unos auténticos idiotas y quería estar segura de que no fueras uno de ellos.

–Vaya.

–Mientras no seas uno de esos ricachones con nada mejor que hacer que malgastar su herencia, todo va bien.

–¿Te importa el dinero? –le preguntó mientras se habrían camino hacia la puerta de la cafetería abarrotada.

–A cualquier persona con cabeza le preocupa el dinero –contestó ella.

–Bueno, pues puedes estar tranquila. Todo el dinero que tengo lo he ganado yo. Lo único que he heredado han sido deudas.

–Tienes que tener algún fallo –dijo Lucy cuando alcanzaron la puerta–. Nadie es perfecto.

–Búscame defectos si eso es lo que quieres –la retó.

–¡En absoluto! ¿Y quién te dejó esas deudas? –le preguntó con la mano en la puerta–. ¿Algún familiar cercano?

–Mi tío.

Mientras hablaba y se hacía cargo de abrir la puerta, se dio cuenta de que nunca había sido tan franco con nadie y menos con alguien a quien acabara de conocer.

–Así que has saldado las deudas de tu tío como si de una cuestión de honor se tratara –aventuró Lucy al salir al ambiente gélido del exterior.

Tadj se encogió de hombros y recordó cuando el futuro de Qalala había dependido de un rescate financiero y la suerte que había tenido de haber hecho fortuna gracias a la tecnología. Eso le había permitido mejorar el destino de su gente y salvar las minas de zafiro que su tío había estado saqueando durante años.

–Digamos que mi tío estuvo a punto de arruinar el negocio familiar –dijo él mientras caminaban.

–Y tú lo evitaste.

–Tienes mucha fe en un hombre al que acabas de conocer.

Sus impresionantes ojos verdes le dirigieron una penetrante mirada.

–No me pasa con todo el mundo.

Por una extraña razón, a él le ocurría lo mismo y quería contarle más acerca de la historia de su país y de la pasión que sentía por Qalala. Conocer a Lucy había resultado ser un golpe de suerte. Era una cuestión de Estado que tomara una esposa y el consejo insistía en que lo hiciera, mientras que tener una amante como Lucy solo dependía de él.

–Bueno, y ahora que ya sabes algo sobre mí, ¿qué más quieres?

–Descubrir más de ti –respondió ella.

–En otro momento –le propuso al llegar al puerto.

–Otra vez sales con lo mismo. Eso supondría volver a vernos otra vez –dijo mirándolo de reojo– ¿De dónde eres? No se te ve pálido, así que supongo que de algún sitio cálido que…

–De un sitio lejano.

–Venga, don Encargado de Seguridad, cuéntame más.

–¿Para poder contárselo a tus amigas?

–¿Es que no puedo sentir interés?