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Sexy y soltero… El millonario Russell Holloway estaba decidido a seguir soltero a pesar de participar en un programa televisivo de búsqueda de pareja. De la mujer con la que le habían emparejado solo quería que lo ayudara a limpiar su reputación para conseguir la empresa que le interesaba. Nada más… excepto algunas noches de placentera diversión. Gail Little pasó de ser reservada a deslumbrante cuando la prepararon para su primera cita. Aunque la cámara hubiera captado la química que surgió entre ellos, ¿permitiría que el eterno playboy la convirtiera en su mujer… para siempre?
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Seitenzahl: 221
Editado por Harlequin Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2012 Katherine Garbera
© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.
Lista para él, n.º 110 - octubre 2014
Título original: Ready for Her Close-Up
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-4896-2
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Epílogo
¿Cómo se le habría ocurrido meterse en semejante lío?
Gail Little respiró hondo y entró en la zona de peluquería y maquillaje del plató en el que se rodaba el programa de televisión Sexy and Single. Jamás se había considerado sexy, pero de que acabaría soltera… de eso estaba totalmente convencida. Siempre se había imaginado que conocería a algún chico en la universidad y después, tras tres años de salir juntos, se casarían. Pero se acercaba a la treintena y seguía sola.
–Soy Kat Humphries, asistente personal de Sexy and Single. Voy a ser la responsable de los programas en que aparezca usted.
Gail le estrechó la mano. Esperaba encontrarse con Willow Stead, productora del programa y una de sus mejores amigas, y no con una mera asistente. De ella había sido la idea de que participase en el programa tras firmar el contrato con Matchmakers Inc., y aunque les había dicho a sus amigas que quería encontrar marido, y que en el trabajo no conocía al tipo de hombre adecuado, lo cierto era que lo que más deseaba era tener su propia familia: su reloj biológico no dejaba de recordarle que el tiempo pasaba deprisa. Por eso había decidido firmar con aquel servicio de búsqueda de pareja, sin sospechar que su experiencia fuera a seguirse bajo el foco de la televisión.
Kat debía de tener veintitantos años y vestía vaqueros ajustados y la camiseta de un bar de México. Tenía una melena larga y castaña que llevaba recogida en una cola de caballo, y un auricular metido en la oreja conectado a un receptor que le colgaba del cinturón.
–Sígame –le dijo.
Gail asintió y fueron hasta una zona de espejos iluminados que colgaban de una pared.
–Siéntese, por favor. Peluquería y maquillaje están a punto de llegar. Se ha adelantado usted unos minutos.
–Lo siento, pero es que no quería llegar tarde.
Kat asintió, pero levantó un dedo como si estuviera escuchando algo que le decían por el auricular.
–Por favor, espéreme aquí hasta que vuelva a buscarla. Queremos captar el momento en que su pareja y usted se vean por primera vez.
Gail hubiera querido gemir, pero sabía que, si seguía por el camino que llevaba, su vida no sería más que trabajo y más trabajo, y su sueño de tener una familia nunca se materializaría.
Se miró en el espejo mientras esperaba. Su pelo denso y ondulado, al más puro estilo desordenado, le rodeaba la cara. Se lo apartó y tiró de él hacia atrás. Así era como normalmente lo llevaba al trabajo. Tenía que admitirlo: un pelo como el suyo no cuadraba con la imagen de Sexy and Single.
Un hombre y una mujer se le acercaron.
–Hola, Gail. Yo soy Mona y él es Pete. Vamos a ocuparnos de tu pelo y del maquillaje. Tú siéntate y relájate.
Y eso fue lo que hizo, aunque sin dejar de preguntarse dónde se había metido. Lo que quería era pasar sus vacaciones con un hombre, en lugar de quedarse sola en casa; eso no estaba mal para Kevin en las películas de Solo en casa, pero para ella, una mujer ya crecidita, resultaba desolador. Anhelaba poder pasar una Navidad perfecta y en su cabeza se materializaban las imágenes de cómo sería en forma de vídeo casero. Trabajaba en el negocio de la imagen y la realidad. ¿Por qué no era capaz de crear la imagen y la realidad perfectas para ella?
Había desarrollado todo un plan de relaciones públicas para pasar del éxito profesional al personal. Era muy buena poniéndolos en práctica, de modo que no tenía duda de que lo que había previsto funcionaría. Lo que no se esperaba era que a Willow le gustase tanto la idea que decidiera hacer de ella un reality show para la tele.
–Bueno, ya estamos –anunció Mona.
Le dieron la vuelta para que se viera en el espejo. Su indomable cabellera se había transformado en una melena lisa que le rozaba los hombros, tenía los ojos más grandes que nunca y la boca bien perfilada y perfecta. No se reconocía.
–¿Qué piensas? –quiso saber Pete.
–Pues que no parezco yo.
–Por supuesto que pareces tú, pero no la imagen que sueles encontrarte en el espejo –intervino Mona.
Y eso era exactamente lo que quería.
–¿Qué hago ahora?
–A vestuario –dijo Pete–. Está allí –señaló.
Era un pequeño camerino que había en un rincón. Dentro, aguardaba una mujer sentada leyendo un libro en rústica, precisamente uno que ella acababa de leerse. Aquella era la vida a la que sí estaba acostumbrada y sintió deseos de sentarse allí y pasar unos minutos. La mujer dejó el libro y sonrió.
–Está muy guapa.
–Gracias.
Tenía la impresión de que estaba sintiendo algo parecido a lo que Alicia experimentó al caer en la madriguera del conejo, porque veinte minutos después se encontró delante de un espejo de cuerpo entero luciendo un modelo de Jil Sander. La parte de arriba tenía un sugerente escote en forma de uve, mientras que la falda, que le llegaba hasta la mitad del muslo, le prestaba un poco de volumen. Estaba sexy y glamurosa, dos cosas que nunca había experimentado antes en sí misma.
Kat volvió y le indicó que había llegado el momento. Gail advirtió que le sudaban las manos e iba a secárselas en la falda cuando se dio cuenta de que aquella prenda debía de costar más que todo su vestuario junto, y no lo hizo. A pesar de la magia que los estilistas habían obrado con su aspecto exterior, por dentro seguía siendo la misma mujer que se pasaba todo el tiempo trabajando. No sabía cómo charlar de cosas insustanciales. Aquello era un error.
–Faltan dos minutos para que entre en el «confesionario»; luego pasará al salón de baile y allí se reunirá con su pareja, señorita Little.
Estaba nerviosa, y eso no era propio de ella. Nunca permitía que algo se le interpusiera en el camino cuando había tomado una decisión.
El técnico de sonido, un tipo vestido con pantalones negros y camisa polo, se acercó a colocarle el micrófono. Debería enfrentarse a aquella situación del mismo modo que se enfrentaba en su negocio a un cliente que necesitaba más publicidad: sonriendo y fingiendo ser la mujer sobrada de glamour que le devolvía el espejo.
Se levantó y caminó hasta la entrada de la pequeña estancia, hecha a base de paredes móviles y telas. Sin intimidad ninguna. Pero esa era la realidad de la televisión.
–Basta con que pulse el botón y empiece a hablar. No se preocupe, que, si no sale bien, puede volver a empezar. Vamos a editarlo –le dijo Kat.
–¿Y qué se supone que tengo que decir?
–Cuéntenos lo que está pensando antes de conocer a su pareja.
Entró, se sentó frente a la cámara y presionó el botón de grabar. Había un pequeño monitor en el que podía verse, lo cual le hizo sentirse todavía más incómoda, así que se centró en la lente de la cámara.
–Veamos… soy Gail Little, propietaria de una empresa de relaciones públicas, y estoy muy nerviosa. En fin… que he elegido a Matchmakers Inc. porque no quiero dejar pasar otro año sin conocer a alguien especial. Trabajo mucho, y no me encuentro con muchos hombres solteros en mi ámbito de trabajo.
Respiró hondo. Estaba desvariando.
–Estoy ansiosa por conocer al hombre que han elegido para mí.
Pulsó el botón de apagado y salió del habitáculo.
Lo había hecho lo mejor que había podido y se volvió con decisión a la zona de maquillaje.
–¿Ya está? –preguntó Kat.
–Sí.
–Pues entonces, por aquí. Le espera su cita.
Salieron al pasillo y el técnico de sonido revisó su micrófono.
–Bob es el cámara que la estará grabando. Se lo encontrará de frente a usted cuando entre al salón de baile. No lo mire a él, sino hacia la mesa en la que le estará esperando su pareja.
–De acuerdo –contestó Gail, y Bob la saludó desde el final del pasillo.
–Camine hacia Bob y entre en el salón. Se ha preparado una cena íntima para dos. En cuanto hayamos salido del encuadre, le haré una seña. No se preocupe de nada y empiece a andar.
Kat y el técnico de sonido se unieron a Bob al final del pasillo, y le pareció que pasaba toda una eternidad antes de que le hiciera la seña prometida. Empezó a andar pensando que era una estupidez que la grabaran caminando, pero se olvidó de ello al entrar en el salón.
Había allí unas cuantas personas de producción, además de un hombre que estaba de espaldas a ella, pero se distrajo al ver acercarse a Jack Crown.
–Hola, Gail –la saludó.
Jack Crown estaba a punto de batir el récord de Ryan Seacrest en cuanto a número de programas presentados en televisión, y obviamente era el presentador de aquel. Había sido un deportista de ámbito nacional en el instituto, y ganó el trofeo Heisman en la universidad. Luego estuvo entre los primeros en ser elegidos para jugar en la liga profesional de fútbol, pero tuvo la fatalidad de lesionarse en su primer partido. Ya entonces se limitó a sonreír, encogerse de hombros y decir que América no iba a deshacerse de él así sin más, y tuvo razón. Al poco, empezó a aparecer en la televisión con regularidad presentando reality shows para el Discovery Channel.
–Hola, Jack –lo saludó–. ¿Qué haces aquí?
–Soy el presentador del programa. Charlaré con vosotros dos después de la cita.
–Ah, bien. ¿Ahora?
–No. Ahora queremos ver cómo reaccionáis al conoceros –contestó él, haciéndose a un lado. El hombre que la aguardaba tenía los hombros anchos y fuertes, y la cintura estrecha. Podía apreciarlo porque llevaba un traje muy entallado.
–¡Basta!
Willow, la productora, había hablado. Era gracioso porque Gail nunca había estado con ella en su ámbito profesional, y aquella voz autoritaria no parecía pertenecer a su amiga.
–Ahora vais a veros el uno al otro por primera vez. Quiero que os miréis entre vosotros, y no a la cámara. Kat, colócala en posición.
Kat le indicó que se colocara sobre una marca que había en el suelo hecha con cinta adhesiva, tan cerca de su pareja que podía percibir el aroma a maderas de su colonia, y ver que su cabello, aunque castaño, tenía hebras rubias.
–Estamos listos para grabar. Por favor, date la vuelta y mira a tu pareja.
El hombre se dio la vuelta y Gail se quedó sin respiración. Se le cayó el alma a los pies. Era el millonario neozelandés Russell Holloway, dueño de hoteles y clubs nocturnos. Lo reconocía porque aparecía constantemente en revistas y televisión. Aquel hombre no podía ser su pareja. ¡Tenía que ser una broma! Era un tipo con reputación de playboy, para quien las mujeres eran solo de usar y tirar. ¿Por qué iba a acudir a un servicio de búsqueda de pareja?
Sintió casi como un impacto su mirada gris. Tenía unos ojos brillantes y de mirada intensa que se habían clavado en ella, y su aspecto no era tan depravado como cabría esperar. Parecía estar en forma, sano, saludable, bronceado… en resumen, demasiado bien para alguien con semejante reputación.
–Gail Little –se presentó, ofreciéndole la mano–. He oído hablar mucho de ti.
«Mierda». ¿Es que no se le ocurría otra cosa que decir?
Russell se rio y se acercó el dorso de su mano a los labios.
–Huy, eso no resulta prometedor. Yo sé muy poco de ti, pero estoy deseando conocer tu historia de tus propios labios.
Gail se los humedeció inconscientemente y lo miró con atención, desde los ojos, pasando por el plano recto de su nariz, hasta la boca de labios carnosos y sensuales. Tenía que despertar. No iba a ser la última mujer que se prendara de aquel playboy encantador. El problema era que iba a echar a perder sus planes, y eso no tenía ninguna gracia.
Russell Holloway no estaba seguro de con qué clase de mujer iban a emparejarlo, pero desde luego no se había esperado una Gail Little. Era guapa, con una melena espesa que le rozaba los hombros y unos grandes ojos castaños que invitaban a perderse en ellos. Tenía una figura generosa con las curvas. Físicamente era lo que buscaba, y eso debía reconocerlo. Además, tenía clase. No recordaba cuándo había conocido a una mujer así.
–Soy Russell Holloway –declaró, aunque había dicho que había oído hablar de él.
–Lo sé –contestó Gail, y al momento movió la cabeza–. Y aunque parezca mentira, suelo ser capaz de decir algo más inteligente.
Él se rio.
–La primera cita puede poner los nervios de punta.
–Sí.
Lo miró una vez más y enrojeció.
–No sé qué decir.
–Pues no digas nada y déjame disfrutar de la vista. Eres una mujer muy guapa.
–No sé qué decirte. ¿Nos sentamos ya?
–Aún no –contestó él, y ofreciéndole el brazo, la sacó al pasillo.
Ya había dispuesto que la cámara lo siguiera. Hasta el último detalle tenía que ir bien. Russell había firmado con la empresa de búsqueda de pareja para mejorar su reputación.
Los Kiwi Klubs habían crecido espectacularmente en los dos últimos años. Habían empezado siendo un destino de vacaciones al estilo del Club Med. En cada hotel había un magnífico club nocturno al que la gente acudía para ver y ser vista. Russell estaba ganando dinero, pero quería probar algo nuevo, y donde más dinero se podía ganar con las vacaciones era trabajando para atraer a las familias. Quería abrir un complejo destinado especialmente a esa clase de turismo, pero conseguirlo con su reputación era harina de otro costal. Se le había presentado la oportunidad de comprar una empresa muy conocida de vacaciones en familia, pero el dueño no veía claro que venderle a alguien como Russell fuese buena idea, y no desde un punto de vista comercial, sino de reputación. Por eso él había decidido cambiar su imagen.
Ya había acordado con Willow y Conner MacAfee, el dueño de Matchmakers Inc., que iba a ofrecerle a Gail una visita privada de la exposición de Gustav Klimt que iba a inaugurarse en el Big Apple Kiwi Klub el miércoles. Como amigo personal de Russell, Conner había sugerido que participase en el programa para echarle una mano con su cambio.
–¿Adónde vamos? –le preguntó ella–. Yo creo que no deberíamos haber salido de donde estábamos.
–¿Tienes miedo de meterte en algún lío?
–No. Es que me gusta seguir las reglas.
–A mí no.
–Un fan de las sorpresas, ¿eh?
Él se rio. Parecía ser una mujer segura de sí misma y con confianza, rasgos que buscaba en la mujer con la que lo emparejaran.
–No temas, Gail, que esta salida está aprobada.
–Bien.
–Ya estamos –dijo, abriendo una puerta que conducía al atrio del entresuelo. Esa zona era muy moderna y tenía grandes espacios abiertos, con una cúpula de cristal inspirada en La noche estrellada, de Vincent Van Gogh. El suelo era de mármol–. Esta exposición se inaugura el miércoles, así que vamos a ser los primeros en verla.
Cuando sometieron a su aprobación el diseño del edificio, especificó que el atrio se utilizaría para exposiciones de pintura. Su pretensión era captar el ambiente del Metropolitan Museum of Art y reproducirlo allí. Si quería lograr que familias y parejas acudieran a sus hoteles, tenía que ofrecerles algo especial.
–Me encanta la obra de Klimt. Tengo una reproducción de El beso en mi dormitorio –le contó.
A Russell le resultó interesante que Gail hubiese elegido esa obra para su alcoba. En ella, el hombre aparecía envolviendo por completo a la mujer, sosteniéndole la cara entre las manos mientras le besaba el cuello. El estilo de Klimt era muy sensual.
–¿Alguna vez te han besado así?
–No, no creo. Pero seguro que a ti sí.
Él le devolvió la mirada alzando las cejas. No parecía gustarle demasiado.
–Un caballero no cuenta esas cosas.
–Pero tú nunca has sido un caballero.
–Eso es cierto. No soy, digamos, circunspecto en mis relaciones. Pero precisamente por eso estoy aquí.
–¿En serio?
–Sí. No he venido a este programa para jugar contigo, Gail. Busco pareja lo mismo que tú.
Si pretendía conseguir que cambiase su reputación, tendría que empezar por Gail. Si a ella no era capaz de convencerla de que quería abandonar su imagen de chico malo, los espectadores en sus casas tampoco se lo creerían.
–Lo siento si he sacado conclusiones precipitadas.
–Sí. Deberías –respondió él en tono burlón.
La asistente les hizo un gesto para que avanzaran y Russell acompañó a Gail poniéndole suavemente la mano en la espalda para que pasara al siguiente cuadro. Era el retrato de una mujer de la alta sociedad. Estuvieron contemplándolo largo tiempo.
–Me recuerda a ti –dijo él. Era una imagen sensual en la que aparecía una mujer completamente vestida pero con el cuerpo del vestido desabrochado, como si pretendiera revelarse al espectador.
–Se me ha olvidado mencionarte que conmigo no funcionan las frases trilladas –respondió ella.
–¿Y qué te hace pensar que he dicho esa frase más de una vez?
–Que es una mujer muy sexy.
–Tú también lo eres.
Gail lo miró como diciendo «Sí, ya…», y por primera vez Russell cayó en la cuenta de que estaba alterando su futuro y el de Gail, y aunque había decidido hacer aquello por razones puramente comerciales, estaba resuelto a darle lo mejor de sí mismo, por poco que fuera.
Acercó una mano para rozarle la cara, pero Gail se echó hacia atrás. Superar su reputación iba a ser más duro de lo que esperaba. Hacía demasiado tiempo que no salía de los círculos habitados por sus decadentes amigos.
–También es misteriosa como tú. Hay en tu persona mucho más de lo que aparentas.
–¿Y tú eres solo fachada?
–Me gustaría pensar que no. Sería muy aburrido.
–Bueno, seguro que nadie te ha acusado nunca de ser aburrido –admitió ella.
Avanzaron hacia el final del pasillo. Se había olvidado de dónde estaban las cámaras. Pocas veces había permitido que alguien lo distrajera de su entorno, y le sorprendió que Gail lo hubiera conseguido.
–Bien, corten. Buen trabajo los dos. Jack, ven.
Jack se unió a ellos y Russell recordó entonces que aquello era un programa de televisión.
–Lo estáis haciendo fenomenal –les dijo a los dos, estrechándoles la mano.
–Gracias –contestó él.
–Bien. Estamos preparados para rodar –declaró Willow desde el otro lado de la sala.
–Bueno, ahora que ha concluido la primera cita, ¿qué piensas de Matchmakers Inc.?
–Pues que han sabido ver lo que quería, aunque Gail no es la clase de mujer con la que suelo salir. Creo que han sido muy intuitivos.
–¿Y tú, Gail?
–Desde luego Russell es el último hombre del mundo que me habría esperado encontrar aquí, así que, en ese sentido, me han buscado a un hombre que yo nunca habría podido buscarme sola.
Jack se echó a reír.
–¡Corten! –gritó Willow.
–Jack, necesitamos que termines de rodar la presentación. Russell y Gail, podéis volver cuando queráis al comedor, donde el equipo os grabará hablando y cenando.
Y el equipo salió disparado hacia allí.
–Muy interesante –comentó Gail, y echó a andar por el atrio.
–¿Por qué tanta prisa?
–Quiero hablar con Willow antes de que sigan grabando nada.
–¿Por qué?
–Necesito confirmar algunos detalles con ella.
–¿Te vas a echar atrás? –quiso saber Russell.
Ella se encogió de hombros.
–No te lo tomes como algo personal, pero es que no estoy segura de que seas la persona más adecuada para mí. Sería algo digno de verse… lo de los polos opuestos que se atraen, pero yo quiero algo más que un programa interesante.
Al ver que se volvía de nuevo, Russell se dio cuenta de lo difícil que iba a ser cambiar su reputación.
–Yo no hago esto por las audiencias.
Se detuvo y lo miró por encima del hombro.
–Entonces, ¿por qué lo haces?
–Todos tenemos que madurar alguna vez, y yo diría que me ha llegado la hora.
Russell vio que algo cambiaba en su mirada y supo que la había pillado. Quería ver si de verdad era solo un playboy, o si había algo más.
–Está bien. No le diré nada a Willow hasta después de esta cita, pero no voy a ponértelo fácil. Encontrar marido es mi objetivo de este año, y no quiero perder el tiempo con alguien que claramente no tiene madera de marido.
No iba a ser de ningún modo tan fácil como él se lo había imaginado.
Desde el momento en que Willow decidió apropiarse de la vida personal de su amiga y transformarla en un programa de televisión, Gail había sentido que las dudas la asaltaban. Pero había tenido que pagar a los de la agencia, y quería encontrar a un hombre con el que compartir su vida.
Willow había creído que el programa resultaría interesante porque eran muchos los hombres y mujeres de éxito profesional a los que cada vez les costaba más trabajo encontrar a alguien. Decía que, trabajando veinticuatro horas al día, era inevitable que la gente no tuviese tiempo para un cortejo.
Gail estaba de acuerdo, y esa era la única razón por la que había contratado los servicios de esa agencia, pero jamás se habría imaginado que un hombre como Russell Holloway fuera a necesitarla.
Desde luego, no era hombre para ella. Sí, era sexy, pero no era eso lo que buscaba. Quería a alguien que pudiera ofrecerle la fantasía de la vida perfecta con la que siempre había soñado.
Estaba dispuesta a relajarse y disfrutar del tiempo que pasara con Russell, pero se le estaba pasando el arroz. Tenía que averiguar si Russell iba a ser el hombre adecuado para ella cuanto antes.
Estaba sentada a la mesa, esperándolo. Había tenido que contestar una llamada antes de continuar con la grabación. Ella también había sacado su iPhone, pero le había dicho con anterioridad a su asistente, J.J., que se ocupase de lo que pudiera surgir aquella noche. Para distraer la espera, comenzó a pensar.
¿Qué habría bajo la fachada de aquel hombre? Gracias a los años que llevaba dedicada a la publicidad sabía que, normalmente, lo que había bajo una superficie brillante resultaba siempre mucho menos atractivo.
Russell llegó de nuevo a su lado, y hubo mucho movimiento a su alrededor cuando los técnicos de sonido y de maquillaje los preparaban para las cámaras.
–Si mis amigos me vieran con este maquillaje, no dejarían de tomarme el pelo en la vida –comentó él.
Gail tuvo que sonreír.
–Forma parte del paquete que te endosan por aparecer en la tele. Es algo que los famosos tienen que aguantar.
–Nunca pensé que llegaría a formar parte de esa vida.
–¿Por qué? Se te ve muy a gusto en la jet set.
Aquella mañana lo había visto en una foto sacada en un yate con dos miembros de la familia real española, en una página de cotilleos de Internet que visitaba por seguir las apariciones de sus clientes.
–Pero no es lo mío –respondió él–. Me gusta viajar, esquío, navego y voy a inauguraciones, pero mucho de cuanto hago es por mi negocio. Lo hago para que la gente me vea.
–Ya. Los medios cubren todas tus idas y venidas.
Les llevaron la comida y Gail descubrió que era incapaz de apartar la mirada de Russell. Había conocido a tantas personas que necesitaban lavar su imagen que era consciente de que tenía la capacidad de ver lo peor de cada cual. Pero quería darle una oportunidad, no solo por ser justa con él, sino por su propio bien.
–Te has quedado mirándome –dijo él.
–Eres un hombre precioso –respondió Gail, decantándose por una respuesta superficial.
–¿No se usa ese término solo para las chicas?
–No. Los chicos también pueden ser preciosos.
Y desde luego él lo era, con su mandíbula bien marcada y aquel pelo castaño claro tan denso. Aunque también caía un poco del lado de los chicos malos con aquella pequeña cicatriz que tenía en la mejilla. Tenía la complexión de un boxeador y se comportaba como un hombre que había exprimido bien la vida; una vida de clase alta, eso sí, pero había más en él, aparte del dinero.
–Bueno –continuó Russell con un gesto irónico–, pues gracias.
Gail sonrió. Era fácil hablar con él, y aunque le estaba sometiendo al tercer grado con la esperanza de pillarlo en un renuncio, le gustaba.
–Sigo buscando indicadores que me confirmen que estás siendo sincero conmigo.
–¿Y?
–Aún no estoy segura, pero creo que me estoy pasando al diseccionar todos tus actos –admitió.
La verdad era que lo hacía con todo el mundo. Pasaba mucho tiempo intentando discernir por qué la gente hacía las cosas que hacía.
–Entonces es que no estoy haciendo bien mi trabajo –contestó él, apoyando los antebrazos sobre la mesa–. ¿Te aburro?
–No, no, en absoluto. Dime por qué estás aquí.
Era una pregunta que tenía pensado hacerle al hombre de su cita antes de saber que era él. Lo mejor que podía hacer era tratarlo como si fuese un hombre anónimo. No tenía por qué cambiar de plan porque se tratara de Russell Holloway.