Los apostólicos - Benito Pérez Galdós - E-Book

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Benito Pérez Galdòs

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Beschreibung

Un voluntario realista personifica en “Tilín” el solsonés, Pepet Armengol, un movimiento producido en la España fernandina, el levantamiento de los que consideraban a Fernando VII y su régimen como blandos y moderados. Tilín es otro de esos personajes que a Pérez Galdós le gustaba seguir en su paso de niño a hombre, en una existencia trabajosa y difícil: nieto de un sacristán de monjas, recogido por ellas en su orfandad, y al fin voluntario realista en la agitada Cataluña de aquellos días.

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BENITO PÉREZ GALDÓS

EPISODIOS NACIONALES 19

Los Apostólicos

- I -

Tradiciones fielmente conservadas y ciertos documentos comerciales, que podrían llamarse el Archi-vo Histórico de la familia de Cordero, convienen en que Doña Robustiana de los Toros de Guisando, esposa del héroe de Boteros, falleció el 11 de Diciembre de 1826. ¿Fue peritonitis, pulmonía matri-tense o tabardillo pintado lo que arrancó del seno de su amante familia y de las delicias de este valle de lágrimas a tan digna y ejemplar señora? Este es un terreno oscuro en el cual no ha podido penetrar nuestra investigación ni aun acompañada de todas las luces de la crítica.

Esa pícara Historia, que en tratándose de los reyes y príncipes, no hay cosa trivial ni hecho insignificante que no saque a relucir, no ha tenido una palabra sola para la estupenda hazaña de Boteros, ni tampoco para la ocasión lastimosa en que el héroe se quedó [6] viudo con cinco hijos, de los cuales los dos más pequeñuelos vinieron al mundo después que el giro de los acontecimientos nos obligó a perder de vista a la familia Cordero.

Cuando murió la señora, Juanito Jacobo (a quien se dio este nombre en memoria de cierto filósofo que no es necesario nombrar) tenía dos meses no bien cumplidos, y por su insaciable apetito así como su berrear constante declaraba la raza y poderoso abolengo de Toros de Guisando. Sus bruscas manotadas y la fiereza con que se llevaba los puños a la boca, ávido de mamarse a sí mismo por no poder secar un par de amas cada mes, señales eran de vigor e independencia, por lo que D. Benigno, sin dejar de agradecer a Dios las buenas dotes vitales que había dado a su criatura, pasaba la pena negra en su triste papel de viudo, y ora valiéndose de cabras y biberones, cuando faltaban las nodrizas, ora buscando por Puerta Cerrada y ambas Cavas lo mejor que viniera de Asturias y la Alcarria en el maleado género de amas para casa de los padres; ya desechando a esta por enferma y a aquella por desabrida, taimada y ladrona, ya suplicando a tal cual señora de su conocimiento que diera una mamada al muchacho cuando le faltaba el pecho mercenario, era un infeliz esclavo de los deberes paternales y perdía el seso, el humor, la [7] salud, el sueño, si bien jamás perdía la paciencia.

En las frías y largas noches ¿quién sino él habría podido echarse en brazos la infantil carga y acallar los berridos con paseos, arrullos, halagos y canto-rrios? ¿Quién sino él habría soportado las largas vigilias y el cuneo incesante y otros muchos menesteres que no son para contados? Pero D. Benigno tenía un axioma que en todas estas ocasiones penosas le servía (1) de grandísimo consuelo, y recordándolo en los momentos de mayor sofoco, decía:

-El cumplimiento estricto del deber en las diferentes circunstancias de la existencia es lo que hace al hombre buen cristiano, buen ciudadano, buen padre de familia. El rodar de la vida nos pone en situaciones muy diversas exigiéndonos ahora esta virtud, más tarde aquella. Es preciso que nos adaptemos hasta donde sea posible a esas situaciones y casos distintos, respondiendo según podamos a lo que la Sociedad y el Autor de todas las cosas exigen de nosotros. A veces nos piden heroísmo que es la virtud reconcentrada en un punto y momento; a veces paciencia que es el heroísmo diluido en larga serie de instantes.

Después solía recordar que Catón el Censor abandonaba los negocios más arduos del gobierno [8] de Roma para presenciar y dirigir la lactancia, el lava-torio y los cambios de vestido de su hijo, y que el mismo Augusto, señor y amo del mundo, hacía otro tanto con sus nietecillos. Con esto recibía D. Benigno gran alivio, y después de leer de cabo a rabo el libro del que trata de las nodrizas, de la buena leche, de los gorritos y de todo lo concerniente a la primera crianza, contemplaba lleno de orgullo a su querido retoño, repitiendo las palabras del gran ginebrino: «así como hay hombres que no salen jamás de la infancia, hay otros de quienes se puede decir que nunca han entrado en ella y son hombres desde que nacen».

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