Los primitivos italianos - Ernesto Ballesteros Arranz - E-Book

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Ernesto Ballesteros Arranz

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Beschreibung

eBook Interactivo. Hemos querido presentar en esta serie las primeras obras que van a sentar las bases del Renacimiento y que, como es bien sabido, se produjeron en Italia a finales de la Baja Edad Media. Se trata de un pequeño grupo de genios que comprenden la profundidad de la transformación socioeconómica que está sufriendo el mundo por esta época. Y sobre todo que anuncian una verdadera revolución artística que se producirá unos años más tarde. Italia, fragmentada en un mosaico de ciudades independientes, va a coger las riendas de la economía y la cultura europea y, como era natural, se va a poner en cabeza del arte.

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ÍNDICE

Los primitivos italianos

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Hemos dicho en temas anteriores que Italia no sobresalió en el románico ni el gótico, pero que esperaba su oportunidad para colocarse a la cabeza de Europa. En la Baja Edad Media, cuando Francia y el resto de Europa vivían aún en pleno gótico, brotan en Italia los chispazos de un arte nuevo, inusitado, revolucionario. El arte, como el pensamiento, va por delante de la acción política y social. Aquel brote italiano de los siglos XIII y XIV tiene una respuesta política adecuada muchos siglos después. Por eso, es a veces más fértil estudiar arte que política para averiguar los profundos senderos de la Historia.

Tampoco es una casualidad que fuera en Italia donde comenzara aquel estilo, porque no es el arte el principio autónomo de todo lo demás, sino que, a su vez, depende de otro valor radical. El arte, como todas las demás manifestaciones humanas, es un fenómeno vital, es decir, que se da dentro de la vida, en función de ella misma y dependiendo enteramente de sus alteraciones. Lo que ocurrió en Italia a partir del siglo XIII no fue sólo un cambio de estilos artístico sino un cambio en la estructura de la vida, esto es, en los usos y en las creencias.

Italia presentaba notables diferencias con los demás pueblos europeos de esta época. Continuaba viviendo en núcleos separados e independientes, mientras que en todos los demás pueblos se habían hecho ya intentos de unificación con mejor o peor suerte. Se hallaba situada en un lugar esencial del Mediterráneo y conservaba una tradición y un prestigio comercial indudable. Por todo ello, las pequeñas repúblicas italianas se convirtieron en emporios comerciales que acumularon toda la moneda de Europa. Fueron sin duda los puntos más ricos y activos de Europa desde el siglo XII. En este aspecto debemos destacar algunos lugares, como Venecia y Génova, que fueron centros internacionales de cambio y comercio, pues con sus naves ponían en contacto Oriente con Occidente y eran las únicas vías de paso de las mercancías orientales. A partir de las Cruzadas estos pequeños puertos italianos tomaron gran auge, pues hicieron enormes negocios a costa de los caballeros feudales europeos. Esta superabundancia de medios les permitió vivir de otra forma.

Ya dijimos en un tema anterior que las Cruzadas fueron un acontecimiento muy importante para la historia occidental, no sólo porque dieron fabulosas riquezas a las pequeñas repúblicas mediterráneas que alquilaban sus navíos para el transporte de los cruzados, sino porque abrieron una gran vía de influencias entre Oriente y Occidente. Los feudales occidentales, que no habían salido del terruño, se vieron sorprendidos y desbordados por otros sistemas de vida mucho más abiertos y urbanos que el suyo. Descubrieron lujos y refinamientos que antes no podían ni imaginar y se aficionaron hasta el punto de que ya no quisieron prescindir de ellos. Y no solamente estamos hablando de refinamientos materiales, sino de perspectivas puramente intelectuales. En una palabra: cambiaron los puntos de vista, los conocimientos y creencias del mundo euro-peo, y se produjo una crisis o cambio fundamental en sus estructuras. Uno de los aspectos más notables del cambio fue el arte italiano del siglo XIV, que significó una auténtica revolución del estilo europeo.

Hablaremos con un poco de detalle de las distintas repúblicas italianas que formaban el mosaico de pueblos de la península mediterránea. En el Occidente destacan los dos puertos de Pisa y Génova, tradicionales rivales en toda empresa. A partir del siglo XII, Génova fue oscureciendo a Pisa, que quedó relegada a segundo plano.

Florencia alcanzó su importancia más tarde, cuando la fuerte burguesía toscana adquirió preponderancia sobre Pisa y salió al mar por el puerto de Livorno.

Los fabulosos Médicis atesoraron una gran fortuna; no fueron los únicos, ni mucho menos, aunque sí los que con más seguridad y ganancias invertían su numerario. Los Médicis se apoderaron del gobierno florentino y administraron la ciudad durante varias generaciones, al mando de una burguesía rebelde y descontenta que después de eliminar a los nobles combatía dentro de su propio elemento, unos burgueses contra otros. Cosme de Médicis, además de llevar a Florencia a un periodo de apogeo económico y material nunca conocido hasta entonces, engalanó la ciudad y protegió las artes y letras de tal modo que consiguió memoria perpetua para Florencia. Sus hijos y nietos, sobre todo el famoso Lorenzo, conservaron duramente lo que el gran Cosme había levantado pero prefirieron participar en la vida intelectual, abandonando un poco los asuntos de gobierno.

El sur de Italia, con centro en Nápoles, cayó en manos del rey de Aragón, después de estar durante mucho tiempo bajo el poder de los Anjou franceses.

En torno a Roma había una serie de territorios que se conocen con el nombre de Estados Pontificios y continuaron perteneciendo al Papa hasta el siglo XIX. Sin embargo, no siempre desplegaron los Papas una auténtica autoridad sobre sus territorios. Durante el llamado Cisma de Occidente, los nobles romanos se adueñaron de la ciudad y establecieron una especie de república autónoma a ejemplo de los otros territorios italianos. Las disputas internas de la nobleza romana, crueles y sangrientas, alteraron continuamente la vida del centro de Italia. La llegada al Pontificado de algunos Papas de gran relieve personal, colocaba de nuevo a la Iglesia a la cabeza de los Estados Pontificios.

Venecia fue, como antes dijimos, la ciudad clave en este desarrollo económico. La ciudad más progresista y la más afortunada al mismo tiempo, porque no en vano se dice que la fortuna ayuda a los audaces. Los venecianos, además de audaces, fueron excelentes marineros y siniguales comerciantes. Tienen en su haber gran número de técnicas bancarias, todavía en uso (pagarés, letras de cambio, balances, etc...). El gran prestigio de sus instituciones bancarias, solventes y serias, unido al enorme radio de acción de sus barcos, les convirtió en dueños del Mediterráneo durante mucho tiempo. Génova siempre mantuvo dura pugna con Venecia, pero fue vencida una y otra vez, tanto en las lides mercantiles como en las intrigas diplomáticas. Llegando a este punto hemos de decir que la mejor diplomacia de Europa de esta época, por no decir la única en su fecha, fue la veneciana, que logró incontables éxitos sobre la base de negociaciones con países lejanos y hostiles. Los venecianos no se limitaban a Venecia, sino que tuvieron todo un «hinterland» de dominio en el valle del Po, formado por ciudades progresistas que estaban en manos de los nobles y, que, para librarse de ellos, se ponían bajo los auspicios de la ciudad de las lagunas. Venecia era una República que nombraba un duque o «dux», de carácter vitalicio. Como todos los gobernantes italianos de esta época, no eran cargos puramente democráticos, pues de hecho, siempre se escogían dentro de la misma familia o de las familias más significadas. Estas familias solían pertenecer a la alta burguesía veneciana. Había varios órganos de gobierno, pero entre todos sobresalía el Gran Consejo, formado por todos los representantes ricos y activos de la burguesía veneciana. El «dux» fue perdiendo importancia poco a poco y quedó convertido en un cargo de rancio abolengo, pero de escasísimas funciones, a partir del siglo XIV.

En casi todas las ciudades italianas reinaba un régimen de república independiente, pero la realidad era que el gobierno, de una u otra forma, caía en manos de los burgueses más audaces y acaudalados, los cuales, a su vez, procuraban fomentar el comercio y ganancias de la república. En ellas surge un tipo de hombre muy peculiar: los «condotieri», caudillos guerreros, procedentes de la clase baja, que llegaron a ser jefes mercenarios a sueldo de las florecientes ciudades. Los «condotieros» defendían a la ciudad contra las ambiciones de las ciudades vecinas, del Emperador alemán o del Papa romano, pero al final acababan desterrados o ejecutados por los ciudadanos. Su figura recuerda, salvando las distancias, la del Cid Campeador.