Los relatos de Robbie Darko - Robbie Darko - E-Book

Los relatos de Robbie Darko E-Book

Robbie Darko

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4 terroríficas historias en un solo volumen: -Nunca muerdas a tu ex -El lago sagrado y los chicos de oro -Teenage Zombie vs. La Planta -Oficina Sangrienta -Con una nota especial del editor oscuro

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Dimensiones Ocultas

Los relatos de Robbie Darko

Título: Dimensiones Ocultas. Los relatos de Robbie Darko

©del texto: Robbie Darko

©de esta edición: Roberto Carrasco Calvente

Edición: Roberto Carrasco Calvente

Ilustración de cubierta: Suspirialand

Publicado por Dimensiones Ocultas Digital

ISBN: 978-84-125423-7-0

ÍNDICE

¡Nunca muerdas a tu ex!

El Lago Sagrado y los chicos de oro

Teenage zombie Vs. la Planta

Oficina sangrienta

Nota del editor

¡Nunca muerdas a tu ex!

Por Robbie Darko

 

PARTE UNO

 

▼ 1 ▼

Como venía siendo costumbre, desde hacía varios meses, la noche de los viernes era el momento para escribir su blog, tomarse una copa de vino tinto y darse un relajante baño de espuma. Sara Evans lo tenía claro, aquella ruptura no iba a poder con ella, valía mucho para eso —algunos decían que era clavadita a una actriz famosa de los años cincuenta, aunque ella no la conocía ni le sonaba de nada—. Muchas se encerraban en casa a llorar desconsoladamente, otras preferían superar el bache saliendo a beber hasta perder la consciencia entre las piernas de algún desconocido. Ella siempre había sido una chica con bastante lógica. No iba a perder las riendas de su vida por un hombre, ni siquiera por uno como Mathew, aunque Mathew hubiera sido el amor de su vida. Mientras llenaba la bañera, recordó sus ojos color avellana, cómo la penetraban mientras hacían el amor, cómo con solo una mirada era capaz de decirle tantas cosas, de provocarle tantas sensaciones y esa infinita felicidad… Pero no eran los ojos lo mejor de Mathew; había recorrido con la yema de sus dedos aquel cuerpo, definido como el mapa de un tesoro, el suficiente número de veces como para conocerlo de memoria.

Sara se desnudó lentamente, doblando con mimo sus braguitas rosadas y dejando escapar un leve suspiro. Cerró los ojos durante el tiempo que tarda en pasar el agua de caliente a tibia. Cuando sintió que los pezones se le endurecían, no supo exactamente si era debido a la bajada de temperatura o a una ligera excitación que comenzaba a asaltarle la entrepierna. Le pareció oler su aroma, aquel sudor que Mathew desprendía tras una noche de pasión. Acarició su vientre y bajó hacia el epicentro en el que se acumulaban sus anhelos. Como una intrusa en su propio cuerpo, allanó la estrecha morada sin ni siquiera llamar a la puerta. No pudo evitar sentirse un tanto sucia y vulgar al gemir mucho más alto de lo habitual, además, quizás debido al poso de la culpabilidad —lastre de la educación católica—, se sintió observada. Abrió los ojos para comprobar que no, que aquella sensación no había sido una imaginación suya, efectivamente, estaba siendo observada y no por cualquier persona, de pie ante ella, Mathew la observaba. Mathew, su exnovio, aquel al que tanto había odiado y al que tanto echaba de menos en noches como las de los viernes.

Al principio pensó que era una alucinación debida al vino, a una bajada de tensión o a las ganas de volver a verlo, pero no, era demasiado real como para estar tan solo en su cabeza.

—¿Mathew? —preguntó Sara.

Mathew cogió el suave albornoz rosa que colgaba del toallero y se lo ofreció.

—He regresado a por ti —fue lo único que dijo.

Su voz era algo más ronca de lo normal y su piel mucho más pálida. Tenía los ojos muy rojos y rodeados de una intensa aureola púrpura, como si hubiera estado llorando durante horas. «Qué desdichado ha debido ser sin mi compañía», pensó Sara poniéndose en pie y mostrándole, como otras tantas veces había hecho en el pasado, su desnudez.

—¿Dónde has estado durante todo este tiempo? Seis meses sin saber nada de ti es mucho, Mathew… Ni una sola llamada, ni un solo mensaje en Facebook… Pensaba que habíamos acabado bien, no esperaba algo así de ti.

—Calla —le ordenó Mathew poniéndole un huesudo dedo sobre los labios.

Aquello hizo que Sara se excitara y no pudo evitar chuparlo. Sabía a tierra y a humedad, pero, a pesar de ello, le pareció el mejor sabor del mundo. A continuación, apretó sus pechos contra él y, empapando el suelo de mármol, salió de la bañera. Él la vistió con el albornoz y la secó como el fiel criado que viste a su señora y, cogiéndola en brazos, la besó. Sara quiso recriminarle muchas cosas, la falta de consideración, las noches en vela, el dolor que ciertamente le había causado de vez en cuando pensar que nunca más lo volvería a ver…; pero no pudo, se dejó llevar por sus carnosos labios, por su fuerte abrazo, su olor a otoño y sus firmes manos. Se dejó llevar por el sabor tibio y salado de su lengua. Se retiró un poco, sorprendida, intentando deshacerse de aquel beso.

—Mathew, ¿dónde has estado durante todo este tiempo?

Mathew abrió la boca y dejó entrever sus largos y puntiagudos colmillos, brillantes bajo el tubo fluorescente del cuarto de baño.

—Muerto, Sara. He estado muerto.

 

▼ 2 ▼

—Anoche Mathew vino a casa —murmuró Sara antes de dar un trago a su botellín.

Margot la miraba boquiabierta, frunciendo el ceño cubierto de pecas.

—¿No habréis… vuelto? ¡No se te habrá ocurrido volver con ese desgraciado después de todo lo que te ha hecho! ¿Verdad que no?

Sara guardó silencio durante unos segundos. ¿Cómo explicarle a Margot lo ocurrido sin que la tomara por loca? Vaciló antes de continuar.

—Bueno, volver, lo que se dice volver, no hemos vuelto. Pero…

—Pero, ¿lo habéis hecho? ¿Verdad? —Margot comenzó a hacerse rizos compulsivamente en su rojizo flequillo, síntoma de que se estaba poniendo realmente nerviosa.

—Solo un poco.

—¿Solo un poco?

—Sí, él… está muy raro.

—¿Raro? Seguro que ha venido con el rabo entre las piernas diciéndote que lo siente, que necesitaba vivir nuevas experiencias y que, después de estar meses sin ti, se ha dado cuenta de que lo que quiere es estar a tu lado… ¿No es eso lo que te ha dicho?

Margot era muy sabia. Había adivinado palabra por palabra lo que Mathew le había dicho la noche anterior, tras hacer el amor apasionadamente hasta poco antes del amanecer.

—Tengo que irme, la luz del sol me mataría —le había dicho él.

—Sí, vete mi amor. ¿Sabes?, estoy muy contenta de que hayas regresado.

—Sí, yo también. Ahora tengo que irme. —Mathew dio un salto por la ventana y se perdió, correteando de nube en nube, desapareciendo en la oscuridad que protegía a todos los que, como él, habían encontrado una nueva vida tras morir.

—No se te ocurra volver con él, te aviso. Que ahora estarás confundida, que ni te acordarás de por qué rompisteis… Pero, vamos, que si quieres yo te lo recuerdo.

Sara arrancó con una uña la etiqueta del botellín verde.

—No, no hace falta que me lo recuerdes.

—Ah, ¿sí? Pues te apuesto lo que sea a que anoche, mientras te acostabas con él, se te olvidó por completo la de veces que tuviste que limpiar el piso tú solita porque él no te ayudaba, y la de veces que te quedaste con ganas de follar porque él prefería quedarse con el ordenador: jugando o programando o chateando o lo que hiciera durante tantas horas mientras tú lo esperabas… ¿Y quieres que te recuerde cuando empezó a tontear con aquella zorra de Twitter? ¿Eso no se te habrá olvidado?

—Vale, calla. Tampoco hace falta que me hundas de esa manera. Me acuerdo, me acuerdo. Tampoco he dicho que vaya a volver con él, ¿no? Ha sido un desliz. Estaba muy sola, medio borracha y un poco cachonda. Solo eso.

Margot la miró con severidad, se preocupaba por su amiga, no quería verla sufrir de nuevo.

—Sara, sabes que puedes contar conmigo para lo que sea, ¿verdad?

Sara sonrió y le cogió la mano, pálida y pecosa como toda ella.

—Eres la mejor amiga del mundo, Pequitas.

 

▼ 3 ▼

Los trenes de la Línea 6 eran los más viejos, los que más ruido hacían al moverse y los que más vacíos iban los sábados, pasadas las once. Sara había tenido un día duro en la tienda y tan solo había tenido tiempo de desconectar a la hora del almuerzo. Se le habían juntado las rebajas, y la gente que acudía a comprar ropa como si tuvieran vacíos los armarios de su casa, con el regreso de Mathew. ¿Y si volvía? ¿Cómo se le decía a un vampiro que no quería verlo más? ¿Se pondría agresivo? Le daba miedo, no sabía mucho sobre ellos, tan solo lo que había visto en las películas y en cada una te decían algo diferente. En algunas morían con el sol, en otras solo brillaban, en otras eran malos y feos, en otras guapos y solo comían ardillas… No le había dado tiempo a preguntarle mucho a Mathew sobre el tipo de vampiro que era él, la verdad. Había sido un reencuentro tan intenso y fogoso como parco en palabras. Quizás, no estaría mal verlo de nuevo, tener una segunda cita. Que se explicara un poco más y eso. Después, sí, le pediría que no volviera a acosarla, que necesitaba comenzar desde cero y que, para comenzar desde cero, era necesario no tener rondando a un exnovio. Aunque estuviese muerto no dejaba de ser un ex, al fin y al cabo.

 

▼ 4 ▼

Tenía la intención de hablar con él y solo hablar, pero no pudo evitar el revolcón. Mathew era aún más atractivo si cabe desde que la había palmado, quizás fuera porque a ella siempre le habían gustado los góticos, con la piel tan blanca y ojeras.

Mirando al techo, exhausta tras tantos besos tan intensos, tras una penetración tan profunda, se atrevió a preguntarle.

—¿Cómo fue?

Mathew no le contestó, tenía la mirada perdida, como si su alma estuviese muy lejos de aquella cama impregnada del olor de los amantes.

—¿Cómo te moriste, Mathew?

Él le acarició el rostro con suavidad.

—¿Quieres saberlo, Sara? ¿Quieres saber cómo ocurrió?

—Sí… Y cómo te convertiste en vampiro.

—Está bien, escucha…

 

▼ 5 ▼

—Salí en busca de aventuras a pesar de saber que romper contigo era el peor de mis errores. Necesitaba viajar, conocer mundo, encontrarme a mí mismo… Me colgué la mochila al hombro y viajé en Interrail a Ucrania. Conocí a gente maravillosa por el camino, a un grupo de excursionistas que, como yo, estaban viajando por Europa con muy poco dinero. Fue durante nuestra primera noche en Kiev cuando ocurrió… Fuimos atacados por una bestia, por un ser de otro mundo, sediento de sangre, por un vampiro. Era fuerte y poderoso, tan antiguo que había visto cambiar la posición de las estrellas, la evolución del hombre y la destrucción del mismo en sucesivas guerras.

—Mathew, mi amor. Deberías haber sido escritor… Qué pena lo bien que hablas y el poco provecho que le has sacado —interrumpió Sara.

—El castillo del vampiro era el único refugio en el que protegernos de la tormenta que asolaba la zona. Por supuesto que no sabíamos quién era su dueño. Nos cobijamos, tiritando de frío, bajo la fachada, esculpida con toda clase de seres satánicos y siniestros, hasta que la puerta se abrió y una voz, amable a pesar de cierto tono condescendiente, nos invitó a pasar. A medida que el grupo se fue internando en la oscuridad, sus miembros comenzaron a volar por los aires: cabezas, brazos, piernas, corazón… Mis compañeros acabaron despedazados a mis pies en cuestión de segundos. La bestia respiraba con grandes ronquidos y me miraba fijamente con ojos amarillos y grandes. Me quedé paralizado. La misma voz de antes me dijo que me tranquilizara, que yo no iba a morir. La bestia lamía la sangre esparcida por el suelo; no era un hombre, tampoco un animal. Vestía una túnica antigua, podía ser de sacerdote o quizás de mago. El pelo enmarañado le caía pegajoso sobre los hombros. Yo seguía sin poder moverme, atado por un invisible hilo que provenía de su mirada. Entonces, se acercó a mí, pude oler su aroma a muerte, a descomposición, a queso fétido. Y a medida que sus colmillos se hincaban en mi cuello, supe que a mí no quería matarme pues, al morderme, intentaba no hacerme daño. Intentaba provocarme placer.

—Mathew… ¿Te excitaste cuando ese tío te mordió? ¿Es verdad entonces lo que dice Ann Rice sobre los vampiros, que sois todos un poco maricas?

Mathew continuó su historia como si no hubiese escuchado la insinuación de su exnovia.

—Sacó hasta la última gota de sangre de mi cuerpo y me dejó morir entre sus brazos. Cuando mi corazón había lanzado el último de sus latidos, me dio de beber vino. Y ese vino fue el que me hizo resucitar.

—Vale, entonces Ann Rice tenía razón: te conviertes bebiendo vino, no te puede dar el sol y os hacéis gays. Menudo engaño que ha montado la de Crepúsculo.

—¿Stephanie? Es una vampiresa. Con sus historias solo quiere que los humanos no sepan la verdad sobre nosotros. Cuanto menos sepáis, más a salvo estamos de aprendices de héroe, que cada día hay más chalado que se cree que, por haber jugado un par de veces a Castlevania, pueden hacerse una estaca con el palo de una escoba y salir a matar vampiros. ¿Me dejas continuar ahora?

—Sí, claro que sí. Solo pretendía aportar mi punto de vista a la conversación. Que todo lo que hablas es sobre ti y nunca sobre nosotros.

—A ver, ¿pero no has sido tú la que me ha pedido que te cuente mi historia?

—Sí…

—Pues eso… Continúo mi historia. Desperté la tercera noche con regusto a vino en el paladar y un hambre terrible. Sabía lo que tenía que hacer para saciarla y mi amo me llevó al lugar donde podría alimentarme por primera vez. Ocultos en la oscuridad de la noche, nos arrastramos hasta la calle más concurrida en la ciudad durante las altas horas de la madrugada: la calle de la prostitución. Nos acercamos a una rubia de buenas carnes, quizás la más gorda del barrio, para proponerle un trío sexual. Ella nos miró. Quizás pensó que éramos padre e hijo y le excitó la idea. La subimos a un motel no muy lejos de allí. Y una vez estando en la habitación…

—Vale, no te creas que porque estemos de buen rollito con esto de que hayas vuelto me tienes que contar con pelos y señales cómo os follasteis a esa rubia. A ver, que yo me entere, ¿te alimentas de personas entonces? ¿No te parece mejor matar animales del bosque, más ético? No sé… ¿Más de ser buena gente?

—No, necesitamos sangre humana. Y ni siquiera de bancos de donantes es válida. Tiene que ser sangre viva, la que aún corre por las venas. Al fin y al cabo, no puedo pensar si soy buena o mala persona porque yo ya no soy persona.

A Sara, que siempre había presumido por su capacidad para encajar los golpes de la vida, no le pareció del todo mal aquella explicación y le pidió que continuara. Estaba emocionante la historia que había traído Mathew desde Europa, a pesar del incidente con la prostituta gorda.

—Mi amo me enseñó todo sobre los vampiros durante nuestros primeros meses juntos. Cómo había de comportarme para no ser cazado, dónde encontrar las presas más fáciles y cómo oler posibles enfermedades venéreas que debemos evitar. También me explicó que cada vampiro necesita un acompañante para que esté a su lado el resto de la eternidad. Si no lo tiene, se vuelve loco.

—La soledad, que es muy mala, ¿verdad? —preguntó Sara.

—Así es.

—¿Y qué pasó con tu amo, Mathew? ¿Por qué ya no estás con él?

—Lo maté. Una noche, desperté antes que él y le atravesé el corazón con un cuchillo de cocina. Pensé que, si me libraba de él, podría elegir a mi propia compañera de por vida. Pensé que quizás quisieras darme una segunda oportunidad, Sara, y que, en esta ocasión, no cometeríamos los mismos fallos, que en esta ocasión podríamos ser felices… para siempre. Sara, vuelve conmigo.

—Mathew… Yo…

—No, no me digas nada. Sé que es una decisión difícil. No solo te pido que seamos novios de nuevo, sino que te conviertas en vampiresa y pases el resto de tus días a mi lado.

—No, si suena romántico… No me parece mal, pero déjame que lo consulte con la almohada, ¿vale?

—Te entiendo. Volveré mañana por la noche, amor. Te quiero.

Y dichas esas palabras, que sí que se clavaron en el pecho de Sara como estacas, Mathew desapareció saltando por la ventana, con la capa al viento y canturreando el nombre de Sara una y otra vez.

 

▼ 6 ▼

Margot escribía, indignada, una carta para el editor de Dimensiones ocultas. Antes solía ser una revista seria, sobre los últimos avances científicos, sobre curiosidades de la naturaleza y del cuerpo humano, pero llevaba unos meses en los que solo publicaban basura sobre fenómenos paranormales. ¿En serio quedaba alguien en pleno siglo XXI que creyera en fantasmas y vampiros? Le parecía fatal que se subieran al carro de las modas, intentando vender más a través de aquellos reportajes tan zafios. Tu vecino puede ser un vampiro: Claves para detectarlos, había sido la gota que había colmado el vaso.

Por ello, había encendido el portátil, enfurecida, y había comenzado a teclear, casi aporreando el ordenador, una serie de quejas sobre aquella prostitución editorial de la que estaba siendo testigo: «Y no seré una testigo que se quede de brazos cruzados, como lectora de su revista desde 1994, tengo derecho a expresar mi opinión y a sugerirle que sus redactores regresen a la línea editorial que desde hace veinte años ha hecho que su publicación marque la diferencia». Punto final.

Al golpear la tecla del punto, algo golpeó la ventana de forma simultánea. Margot contuvo la respiración. ¿Habría chocado un murciélago contra el cristal? ¿Algún crío estaría tirando piedras como acto de rebeldía? Un segundo golpe hizo que se pusiera de pie, asustada, y se acercara a mirar qué estaba ocurriendo. No pudo evitar gritar aterrorizada cuando, al otro lado del cristal, descubrió el rostro de Mathew, mirándola fijamente, con los ojos inyectados en sangre.

—Buenas noches, Margot… Ábreme, Margot… Hace mucho frío aquí fuera.

Margot dio un paso atrás. ¿Estaba Mathew volando? Debía ser algún tipo de broma, alguna broma de la tele. Pero ¿por qué a ella, que ni siquiera tenía televisión en casa? A los diecinueve había optado por una vida libre de influencias mediáticas y una alimentación sana a base de una dieta ovolactovegetariana… ¿Por qué iban a hacerle una broma a ella, que nunca le había hecho mal a nadie?

—Mathew… —susurró, sonriendo levemente e intentando aparentar absoluta normalidad.

Su piel mortecina, sus ojos sanguinolentos, la mano huesuda apoyada en el cristal, el pelo enmarañado al viento… No, no podía darle la razón a Dimensiones ocultas