Luna de miel en Marbella - Carol Marinelli - E-Book
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Luna de miel en Marbella E-Book

Carol Marinelli

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Beschreibung

Cuando aceptó ayudar a una amiga, Estelle Connolly no esperaba terminar como acompañante en una boda de la alta sociedad, y menos aún llamando la atención del hombre más poderoso de la recepción. La poco experimentada Estelle tuvo que hacer un enorme esfuerzo para mantener aquella fachada de sofisticación, sobre todo cuando Raúl Sánchez le hizo una oferta escandalosa: le ofrecía una cantidad de dinero que podría aliviar los problemas de su familia a cambio de convertirse durante unos meses… en la señora Sánchez.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2013 Carol Marinelli

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Luna de miel en Marbella, n.º 4 - abril 2019

Título original: The Playboy of Puerto Banús

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Este título fue publicado originalmente en español en 2014

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited y Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-802-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

–ESTELLE, te lo prometo, no tendrás que hacer nada más que darle la mano a Gordon y bailar.

–¿Y? –presionó Estelle.

Dobló la esquina de la página del libro que estaba leyendo y lo cerró sin poder creer apenas que estuviera considerando la posibilidad de aceptar el plan de Ginny.

–A lo mejor, también un beso en la mejilla, o en los labios. Lo único que tendrás que hacer es fingir que estás locamente enamorada.

–¿De un hombre de sesenta años?

–Sí –Ginny suspiró, pero, antes de que Estelle pudiera protestar, continuó diciendo–: Todo el mundo pensará que eres una cazafortunas y que estás con Gordon por su dinero. Cosa que será… –Ginny dejó de hablar, interrumpida por un ataque de tos.

Ginny y Estelle eran compañeras de piso, dos jóvenes que estaban intentando sacar adelante sus estudios universitarios. Estelle, de veinticinco años, era unos años mayor que Ginny. Tiempo atrás, se había preguntado cómo era posible que Ginny pudiera tener coche y vestir tan bien. Al final lo había averiguado: Ginny trabajaba para una agencia de acompañantes y tenía un cliente fijo, Gordon Edwards, un político que ocultaba un secreto que, precisamente, era la razón por la que no esperaría nada de Estelle si ocupaba su lugar como pareja en la boda que iba a celebrarse aquella tarde.

–Tendré que compartir habitación con él.

Estelle no había compartido habitación con un hombre en su vida. No era una mujer tímida ni retraída, pero no tenía el interés de Ginny por la vida social. Ginny pensaba que los fines de semana estaban destinados a las fiestas, mientras que la idea que Estelle tenía de un fin de semana perfecto consistía en ir a visitar edificios antiguos y acurrucarse con un libro en el sofá.

–Gordon siempre duerme en el sofá cuando compartimos habitación.

–No.

Estelle se colocó bien las gafas y volvió al libro. Intentaba concentrarse en aquel libro sobre el mausoleo del primer emperador Qin, pero le resultaba muy difícil. Estaba preocupada por su hermano, que todavía no había llamado para decirle si había conseguido trabajo. Y no podía negar que el dinero que Ginny le ofrecía le serviría de ayuda.

Pero estaba en Londres y la boda se celebraba aquella misma tarde en un castillo de Escocia. Si de verdad pensaba ir, debería comenzar a prepararse porque tendrían que volar a Edimburgo y desde allí trasladarse en el helicóptero al castillo.

–Por favor –le suplicó Ginny–. En la agencia están aterrorizados porque no encuentran a ninguna sustituta en tan poco tiempo. Y Gordon va a venir a buscarme dentro de una hora…

–¿Y qué pensará la gente? –preguntó Estelle– Si están acostumbrados a verle contigo…

–Gordon se ocupará de eso. Contará que hemos roto. En cualquier caso, íbamos a tener que terminar pronto la relación ahora que estoy a punto de acabar la universidad. Sinceramente, Estelle, Gordon es un hombre adorable. Sufre constantemente la presión de fingir que es heterosexual y no irá solo a esa boda. ¡Y piensa en el dinero!

Estelle no podía dejar de pensar en el dinero. Si asistía a aquella boda, podría pagar un mes de la hipoteca de su hermano. Sabía que aquello no resolvería del todo su problema, pero les daría a Andrew y a su familia algo más de tiempo y, teniendo en cuenta todo lo que habían tenido que soportar durante el año anterior y lo que todavía estaba por llegar, les iría muy bien aquella prórroga.

Andrew había hecho mucho por ella. Cuando sus padres habían muerto, a los diecisiete años de Estelle, había dejado de lado su propia vida para asegurarse de que su hermana disfrutara de una vida lo más normal posible. Ya era hora de que ella hiciera algo por él.

–Muy bien –Estelle tomó aire. Había tomado una decisión–. Llama y di que iré.

–Ya les dije que habías aceptado –admitió Ginny–. Estelle, no me mires así. Sé lo mucho que necesitas el dinero y, sencillamente, no soportaba decirle a Gordon que no había conseguido a nadie.

Ginny miró atentamente a Estelle. Llevaba su larga melena negra recogida en una cola de caballo, su cutis pálido no tenía una sola mancha y no quedaban restos de maquillaje en sus ojos verdes porque rara vez se maquillaba. Estaba intentando disimularlo, pero, en realidad, estaba preocupada por el aspecto de Estelle y por su capacidad para llevar adelante aquella actuación.

–Tienes que arreglarte. Te ayudaré con el pelo y con todo lo demás.

–Con esa tos, ni se te ocurra acercarte a mí. Ya me las arreglaré sola –vio la expresión dubitativa de su amiga y añadió–: Todas podemos vestirnos como mujerzuelas, si es necesario –sonrió–. Aunque la verdad es que creo que no tengo nada que ponerme. ¿Crees que alguien se dará cuenta si me pongo algo tuyo?

–Compré un vestido nuevo para la boda.

Ginny se dirigió al armario que tenía en el dormitorio y Estelle la siguió. Cuando vio el ligerísimo vestido dorado que sostenía entre las manos, se quedó boquiabierta.

–¿Eso es lo que va debajo del vestido?

–Es despampanante.

–Cuando te lo pones tú, a lo mejor –respondió Estelle. Ginny era mucho más delgada y tenía poco pecho, mientras que ella, aunque delgada, era una mujer de curvas–. Yo voy a parecer una…

–Y esa es precisamente la cuestión. Sinceramente, Estelle, si te relajas, hasta podrás divertirte.

–Lo dudo –respondió Estelle.

Se sentó en el tocador de Ginny y comenzó a ponerse rulos calientes en el pelo y a maquillarse bajo el ojo vigilante de su compañera de piso. Gordon tenía que parecer un mujeriego y ella tenía que fingir que le adoraba, a pesar de ser infinitamente joven para él.

–Tienes que maquillarte más.

–¿Más? –Estelle tenía la sensación de llevar encima más de tres centímetros de maquillaje.

–Y ponerte máscara en las pestañas.

Observó a Estelle mientras esta se quitaba los rulos y su oscura melena caía en una cascada de rizos.

–Y también una buena cantidad de laca. ¡Ah, por cierto! Gordon me llama Virginia, te lo digo por si alguien me menciona.

Ginny parpadeó varias veces cuando Estelle se volvió. La sombra de ojos de color gris y las capas de máscara realzaban el verde esmeralda de sus ojos. El lápiz de labios acentuaba sus labios llenos. Al ver los rizos negros enmarcando el bello rostro de su amiga, por fin comenzó a creer que podría llevar a buen puerto su plan.

–¡Estás increíble! Ahora veremos cómo te queda el vestido.

–¿No me cambiaré allí?

–Gordon tiene un horario muy apretado. Supongo que, en cuanto aterricéis, iréis directamente a la boda.

El vestido era precioso, transparente y dorado, y se pegaba a todas sus curvas. Era excesivamente revelador, pero era maravilloso.

–Creo que Gordon podría dejarme por ti –le dijo Ginny con admiración.

–Esta será la primera y la última vez.

–Eso es lo que dije yo cuando comencé a trabajar en la agencia. Pero si las cosas van bien…

–¡Ni lo sueñes! –respondió Estelle justo en el momento en el que un coche tocaba el claxon en la acera.

–Todo saldrá bien –le aseguró Ginny al ver que Estelle se sobresaltaba–. Estoy segura de que lo harás perfectamente.

Estelle se aferró a aquellas palabras mientras abandonaba su piso de estudiante. Tambaleándose sobre los tacones, salió a la calle y caminó hacia el coche que la estaba esperando, asustada ante la perspectiva de conocer a aquel político.

–¡Tengo un gusto increíble!

Gordon la recibió con una sonrisa mientras el chófer le abría la puerta. El político era un hombre rechoncho, iba vestido con el traje de gala escocés e hizo sonreír a Estelle incluso antes de que se hubiera sentado en el coche.

–Y tienes unas piernas mucho más bonitas que las mías. Me siento ridículo con la falda escocesa.

Estelle se relajó inmediatamente. Mientras el coche se dirigía hacia el aeropuerto, Gordon le explicó rápidamente lo que debía saber sobre su relación.

–Nos conocimos hace dos semanas…

–¿Dónde? –preguntó Estelle.

–En Dario’s…

–¿Qué Darío? –le interrumpió Estelle antes de que hubiera terminado.

Gordon se echó a reír.

–Realmente, no estás al tanto de nada, ¿verdad? Es un bar del Soho… frecuentado por hombres ricos que buscan la compañía de mujeres más jóvenes.

–¡Dios mío…! –gimió Estelle.

–¿Trabajas?

–En la biblioteca, a tiempo parcial.

–Quizá sea mejor no mencionarlo. Limítate a decir que trabajas ocasionalmente como modelo. O, mejor aún, di que ahora mismo dedicas todo tu tiempo a hacerme feliz –Estelle se sonrojó y Gordon lo notó–. Lo sé, es terrible, ¿verdad?

–Me preocupa no ser capaz de representar bien mi papel.

–Lo harás perfectamente –la tranquilizó Gordon, y continuó repasando toda la información con ella.

Durante el vuelo a Edimburgo, repasaron la historia una y otra vez. Gordon le preguntó incluso por su hermano y su sobrina, y a Estelle le sorprendió que estuviera al tanto de las dificultades que atravesaban.

–Virginia y yo hemos llegado a ser buenos amigos a lo largo de este año –le explicó Gordon–. Estuvo muy preocupada por ti cuando tu hermano sufrió el accidente y al saber que tu sobrina había nacido con una enfermedad. ¿Cómo está ahora?

–Esperando una operación.

–Tú intenta recordar que les están ayudando –le recomendó Gordon mientras se dirigían al helicóptero.

Minutos después, mientras cruzaban el patio del castillo, Gordon le dio la mano y Estelle agradeció que lo hiciera. Era un hombre encantador y, si se hubieran conocido en otras circunstancias, habría estado deseando disfrutar de aquella velada.

–Estoy deseando ver el interior del castillo –admitió Estelle.

Ya le había contado a Gordon lo mucho que le interesaba la arquitectura antigua.

–No creo que tengamos tiempo de explorarlo –respondió Gordon–. Nos enseñarán nuestra habitación y después solo tendrás tiempo de refrescarte un poco antes de bajar a la boda. Y recuerda –añadió–, dentro de veinticuatro horas, todo habrá terminado y no tendrás que volver a ver a ninguno de los invitados en toda tu vida.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

NI EL sonido de las gaviotas en la distancia ni el latido de la música sacaron a Raúl de su sueño; al contrario, fueron precisamente esos sonidos los que le tranquilizaron cuando se despertó sobresaltado. Permaneció tumbado con el corazón palpitante durante unos segundos, diciéndose que solo había sido una pesadilla, aunque sabía que, en realidad, había sido un recuerdo lo que le había despertado tan bruscamente.

El delicado movimiento del yate le invitaba a volver a dormir, pero recordó de pronto que se suponía que debía reunirse con su padre. Se obligó a abrir los ojos y fijó la mirada en la melena rubia que cubría su almohada.

–Buenos días –ronroneó su propietaria.

–Buenos días –contestó Raúl, pero, en vez de acercarse a ella, le dio la espalda.

–¿A qué hora tenemos que salir para la boda?

Raúl cerró los ojos ante aquella presunción. Él jamás le había pedido a Kelly que fuera con él a la boda, pero ese era el problema de salir con su asistente personal: Kelly conocía su agenda. La boda iba a celebrarse aquella tarde en las Tierras Altas de Escocia y era evidente que Kelly pensaba que estaba invitada.

–Hablaremos de eso más tarde –respondió Raúl, mirando el reloj–. Ahora tengo que reunirme con mi padre.

–Raúl… –Kelly se volvió hacia él con un movimiento que pretendía ser seductor.

–Hablaremos después –repitió Raúl, y se levantó de la cama–. Se supone que tengo que estar en el despacho dentro de diez minutos.

–Eso no te habría detenido antes.

Raúl subió por las escaleras a cubierta y se abrió camino a través de los restos de otra de las fiestas salvajes de Raúl Sánchez de la Fuente. Se puso las gafas de sol y caminó a lo largo de la marina de Puerto Banús, donde tenía atracado el yate. Aquel era el lugar al que pertenecía Raúl. Encajaba en aquel ambiente porque, a pesar de su vida de excesos, él nunca era el más salvaje. Oyó el sonido de una fiesta, el retumbar de la música y las risas, y aquello le recordó los motivos por los que adoraba aquel lugar. Rara vez había silencio. El puerto estaba lleno de lujosos yates y olía a dinero. Allí podían encontrarse todos los frutos de las grandes fortunas y Raúl, sin afeitar, desaliñado y terriblemente atractivo, se fundía perfectamente con aquel paisaje.

Enrique, su chófer, le estaba esperando en el puerto. Raúl se montó en el coche, le saludó y permaneció en silencio mientras recorrían la corta distancia que los separaba de la filial marbellí de De la Fuente Holdings. No tenía ninguna duda sobre el asunto del que quería hablarle su padre, pero su mente volvió a lo que Kelly acababa de decirle. «Eso no te habría detenido antes». ¿Antes de qué?, se preguntó Raúl. ¿Antes de haber perdido el interés? ¿Antes de que Kelly hubiera dado por sentado que la noche del sábado tenía que ser una noche compartida?

Raúl era una isla. Una isla con visitas frecuentes y fiestas famosas en el mundo entero, una isla de lujos infinitos que solo se permitía relaciones superficiales y había decidido no dejar que ninguna persona se acercara demasiado a él. No quería volver a sentirse responsable del corazón de nadie.

–No tardaré mucho –le dijo a Enrique cuando el coche se detuvo.

A Raúl no le apetecía aquel encuentro, pero su padre había insistido en que se vieran aquella mañana y quería terminar cuanto antes.

–Buenos días –saludó a Ángela, la asistente personal de su padre–. ¿Qué estás haciendo aquí un sábado por la mañana?

Normalmente, Ángela se marchaba todos los fines de semana con su familia, que vivía en el norte.

–Estoy intentando localizar a cierto individuo que dijo que estaría aquí a las ocho –Ángela frunció el ceño.

Ángela era la única mujer que podía hablarle abiertamente a Raúl. Cercana ya a los sesenta años, llevaba trabajando para la empresa desde que Raúl podía recordar.

–He estado llamándote. ¿Es que nunca tienes el teléfono encendido?

–Me he quedado sin batería.

–Bueno, antes de que hables con tu padre, tengo que recordarte tu agenda.

–Déjalo para más tarde.

–No, Raúl. Yo ya estoy yéndome a mi casa más tarde de lo habitual, así que esto hay que arreglarlo ahora. También tenemos que encontrarte otra asistente personal y, preferiblemente, una que no te guste demasiado –Ángela no se dejó impresionar por la forma en la que Raúl entornó la mirada–. Raúl, tienes que recordar que dentro de varias semanas voy a disfrutar de un largo permiso. Si tengo que preparar a alguien, necesito empezar cuanto antes.

–Entonces, elige tú a alguien –contestó Raúl–. Y tienes razón. A lo mejor es preferible que sea alguien que no me guste.

–¡Por fin! –exclamó Ángela con un suspiro.

Sí, Raúl había aceptado por fin que mezclar los negocios con el placer tenía consecuencias y que acostarse con su asistente personal a lo mejor no era una buena idea. ¿Qué demonios les pasaba a las mujeres?, se preguntó. ¿Por qué en cuanto conseguían meterse en su cama decidían que ya no podían continuar trabajando para él? Al cabo de varias semanas, exigían exclusividad, compromiso, algo a lo que Raúl, sencillamente, se negaba.

–Ya he arreglado todos tus vuelos para esta tarde –le dijo Ángela–. No me puedo creer que vayas a ponerte una falda escocesa.

–Estoy guapísimo con falda escocesa –Raúl sonrió–. Donald les ha pedido a todos los invitados que la lleven y ya sabes que yo soy escocés honorario.

Era cierto. Había estudiado en Escocia durante cuatro años, quizá los mejores años de su vida, y conservaba las amistades que había hecho entonces. Excepto una.

Endureció la expresión al pensar en su exnovia, que estaría aquella tarde en la boda. A lo mejor debería llevar a Kelly, o llegar solo y enrollarse con alguna de sus antiguas amantes, aunque solo fuera para irritar a Araminta.

–Bueno, acabemos con esto cuanto antes.

Comenzó a caminar hacia el despacho de su padre, pero Ángela le llamó.

–Deberías tomarte un café antes de ir a verle.

–No hace falta. En cuanto acabe con esto, me iré a desayunar al Café del Sol.

Le encantaba desayunar en el Café del Sol, un café situado frente al mar en el que, si uno no era suficientemente atractivo, rápidamente le echaban. A la gente como él, ni siquiera la molestaban con las cuentas. Querían ese tipo de clientes, querían la energía que llevaban a un lugar como aquel. Pero Ángela insistió.

–Ve a refrescarte y te llevaré un café y una camisa limpia.

Sí, Ángela era la única mujer a la que le permitía hablarle de aquella manera.

Raúl entró en su enorme despacho, en el que además de la zona de oficina, había un elegante dormitorio. Mientras se dirigía hacia el baño, miró la cama y sintió la tentación de tumbarse. Solo había dormido dos o tres horas la noche anterior. Pero se obligó a ir al baño y esbozó una mueca al mirarse en el espejo. Entonces, entendió que Ángela hubiera insistido en que se refrescara antes de reunirse con su padre.

Tenía los ojos inyectados en sangre y la mandíbula cubierta por una barba de dos días. El pelo, negro azabache, le caía sobre la frente y tenía restos de lápiz de labios en el cuello.

Sí, tenía el aspecto del playboy depravado que su padre le acusaba de ser.

Raúl se quitó la chaqueta y la camisa, se lavó la cara, comenzó a afeitarse y le dio las gracias a Ángela cuando le dijo que le había dejado un café en el escritorio.

–¡Gracias! –repitió, y salió del baño a medio afeitar.

Posiblemente, Ángela era la única mujer que no se ruborizaba al verle sin camisa. Al fin y al cabo, le había visto con pañales.

–Y gracias también por hacer que me arregle antes de ir a ver a mi padre.

–De nada –sonrió–. Te he dejado una camisa limpia en el respaldo de la silla del despacho.

–¿Sabes por qué quiere verme? ¿Voy a recibir otro sermón sobre mi obligación de sentar la cabeza?

–No estoy segura –Ángela se ruborizó–. Raúl, por favor, haz caso de lo que te diga tu padre. Este no es momento para discusiones. Tu padre está enfermo y…

–El hecho de que esté enfermo no implica que tenga razón.

–No, pero se preocupa por ti, Raúl, aunque no le resulte fácil demostrártelo. Por favor, hazle caso… Le preocupa que te enfrentes solo a determinadas cosas –se interrumpió al ver que Raúl fruncía el ceño.

–Creo que sabes perfectamente a qué viene todo esto.

–Raúl, solo te estoy pidiendo que le escuches. No soporto oíros discutir.

–Deja de preocuparte –le pidió Raúl con cariño. Apreciaba a Ángela, era lo más parecido a una madre que tenía–. No tengo intención de discutir con él. Sencillamente, creo que a los treinta años nadie tiene que decirme a qué hora tengo que acostarme y menos aún con quién.

Raúl regresó al baño para continuar afeitándose. No pensaba permitir que le ordenaran lo que tenía que hacer, pero, de pronto, se detuvo. ¿Sería tan grave dejar que su padre pensara que tenía intenciones serias con alguien? ¿Qué daño podía hacerle fingir que estaba a punto de sentar la cabeza? Al fin y al cabo, su padre se estaba muriendo.

 

 

Recién afeitado y con la cabeza algo más despejada, pasó por delante de Ángela dispuesto a hablar con su padre.

–Deséame suerte –le pidió, pero al ver la tensión que reflejaban las facciones de Ángela, la tranquilizó–. Mira… –sabía que Ángela jamás le ocultaba nada a su padre–, estoy saliendo con alguien, pero no quiero que mi padre me presione.

–¿Con quién? –preguntó Ángela con los ojos abiertos como platos.

–Es una antigua novia. Nos vemos de vez en cuando. Vive en Inglaterra y voy a verla en la boda.

–¡Araminta!

–Dejémoslo ahí.

Raúl sonrió. Era todo lo que necesitaba. Sabía que había sembrado la semilla.

Llamó a la puerta del despacho de su padre y entró.

Debería haber habido fuego, pensaría después. Olor a azufre. Definitivamente, debería haber percibido el olor a gasolina y el sonido de un trueno seguido por un largo silencio. Algo debería haberle advertido que estaba regresando al infierno.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

ESTELLE se sentía como si todo el mundo supiera que era una farsante.

Cerró los ojos con fuerza y tomó aire. Estaban en uno de los jardines del castillo, disfrutando de unos aperitivos y unas copas antes de la ceremonia.

¿Por qué demonios habría aceptado hacer algo así? Sabía exactamente por qué, se dijo a sí misma, intentando reafirmarse en su decisión.

–¿Estás bien, cariño? –le preguntó Gordon–. La boda no tardará en empezar.

–Sí, estoy bien –contestó Estelle, y se aferró con fuerza a su brazo.

Gordon la presentó a una pareja que se acercó a ellos. Estelle advirtió que la mujer arqueaba ligeramente una ceja.

–Esta es Estelle –la presentó Gordon–. Estelle, estos son Verónica y James.

–Estelle –la saludó Verónica con una inclinación de cabeza, y se alejó con James.

–Lo estás haciendo maravillosamente –le aseguró Gordon.

Le apretó la mano y la apartó del resto de invitados para que pudieran hablar sin que les oyeran.

–Creo que deberías sonreír un poco más –le recomendó–. Y ya sé que para eso hace falta ser una gran actriz, pero ¿podrías fingir que estás locamente enamorada de mí?

–Por supuesto –contestó Estelle temblorosa.

–El gay y la virgen –le susurró Gordon al oído–. ¡Si ellos supieran!