Marcados por el amor - Entre dos fuegos - Annette Broadrick - E-Book

Marcados por el amor - Entre dos fuegos E-Book

Annette Broadrick

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Beschreibung

Marcados por el amor En otro tiempo había sido la sombra de Jake Creenshaw… hasta la noche en que había querido demostrarle que ya era toda una mujer y él la había rechazado. Ahora Jake necesitaba su ayuda. Y, cuando se dio cuenta del modo en que la miraba, Ashley descubrió que no la había rechazado porque no la deseara, sino porque la deseaba demasiado. Y seguía deseándola. Entre dos fuegos Aunque sufría amnesia, Jared Crenshaw estaba seguro de que entre Lindsey Russell y él y no había pasado nada. Sabía que, si hubiera saboreado la pasión con aquella mujer, lo recordaría. Aun así se había armado un terrible escándalo, y Jared se casó con Lindsey porque era lo que debía hacer. Y cuando estuvieron juntos en la cama, Jared confirmó sus sospechas: nunca había estado con aquella mujer porque ella nunca había estado con ningún hombre. Era evidente que le habían tendido una trampa… aunque era una trampa maravillosa.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 496 - julio 2022

 

© 2004 Annette Broaderick

Marcados por el amor

Título original: Branded

 

© 2004 Annette Broaderick

Entre dos fuegos

Título original: Caught in the Crossfire

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2006

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-958-9

 

Índice

 

Créditos

Índice

Marcados por el amor

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Epílogo

Entre dos fuegos

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

Los Crenshaw habían organizado una barbacoa y todo el mundo en kilómetros a la redonda había sido invitado. Había luces iluminando los enormes robles que rodeaban la hacienda y docenas de lámparas eléctricas ahuyentaban a los mosquitos. El patio había sido despejado para bailar al compás de la música de una banda local de country. Joe terminó de servir las costillas, chuletas y salchichas que había preparado a los últimos invitados, contento de ver que todo el mundo estaba pasándolo bien. Gail y él siempre disfrutaban dando fiestas.

–Sírvete un plato y ven aquí a sentarte, Joe –le dijo Randy, uno de sus amigos–. Estábamos hablando de la familia Crenshaw y mi nieto no deja de hacer preguntas.

Joe se rió, se sirvió un plato y regresó a la larga mesa de picnic donde se sentó con algunos de los invitados a comerse unas costillas.

–¿Qué quieres saber, Teddy?

El chico de doce años se sonrojó.

–¿Cuánto tiempo hace que los Crenshaw viven aquí?

–Desde 1845.

Teddy abrió mucho los ojos.

–¡Guau!

–Sí, ha pasado mucho tiempo desde que Jeremiah Crenshaw llegó a Texas. Por aquel entonces, todavía era una república.

–¿Por qué vino a Hill Country?

–Oyó hablar de este lugar y cuando lo conoció, supo que éste era el sitio donde quería establecerse. Por suerte para él, la República no pasaba por un buen momento económico y compró el terreno a buen precio.

–¿Cuánto terreno?

–No es de buena educación preguntarle a alguien cuánto terreno posee, hijo –dijo Randy antes de que Joe pudiera contestar a la pregunta de Teddy–. Es como preguntar cuánto dinero tiene en el banco.

Joe sonrió.

–No creo que Jeremiah se hubiera ofendido por esa pregunta. Estaba muy orgulloso de sus posesiones. No me sé los datos exactos, pero sé que eran varios miles de acres.

–Apuesto a que tuvo que contratar a mucha gente para que trabajara para él, ¿verdad?

–Es cierto y, una vez más, J.C. tuvo suerte. Cuando Texas entró a formar parte de los Estados Unidos al año siguiente, la gente del Este se dirigió a Texas, donde la tierra era abundante y barata. Jeremiah vendió pequeñas parcelas de terreno a aquéllos que quisieron trabajar para él. Construyó casas para los que no quisieron comprar.

–¿Cómo pudo dar de comer a tanta gente? –preguntó Teddy.

Joe sonrió.

–Era un chanchullero, eso está claro. Convenció a los propietarios del ferrocarril para que instalaran vías aquí. Así, podía enviar la lana y el cuero de su ganado y recibir suministros cuando lo necesitaba.

–¿New Eden era ya una ciudad?

–Por entonces, era una colonia. Algunos no querían criar ganado, así que había almacenes de provisiones, establos y…

–¿Y tabernas?

–Y tabernas. También había un hotel, construido al final de la línea de ferrocarril. El nombre del pueblo era Trail's End.

–No sabía eso. Desde luego que conoces bien tu historia, Joe.

–Con el paso de los años, las esposas de los Crenshaw fueron llevando una especie de diario en el que recogían los acontecimientos que formaban parte de la historia de la familia y de la zona. Mi padre lo publicó hace algunos años. Si queréis saber más, seguro que podréis encontrar un ejemplar en la biblioteca.

Continuaron conversando sobre otros temas, pero Joe siguió pensando en la historia de la familia Crenshaw. Cuando los demás decidieron escuchar la orquesta e incluso algunos de ellos bailar, Joe deambuló entre la multitud y acabó sentándose en una de las sillas que se hallaban colocadas bajo los árboles.

La fiesta era una de las muchas tradiciones heredadas de la familia. Con el paso del tiempo, se construyeron escuelas e iglesias, lo que atrajo a más personas. La familia ayudó a los recién llegados a instalarse y acostumbrarse al Oeste. La amenaza continua de los asaltos de los indios, de los ladrones y de la sequía, así como la soledad que formaba parte de la vida en Texas en aquel momento, unió a las personas y forjó el carácter de aquéllos que tenían que luchar para defender sus propiedades. Los herederos de los Crenshaw siempre se habían considerado guardianes de la tierra. Todos habían heredado la energía de Jeremiah, su determinación y fortaleza, pensó Joe sonriendo.

Con el tiempo, el rancho y otros terrenos se anexionaron. Incluso ahora, había suficiente terreno como para que cada Crenshaw tuviera una gran porción para construirse una casa. No todos ellos habían elegido dedicarse a la tierra, pero no había duda alguna de que todos pertenecían a Hill Country.

El segundo encargado del rancho, Kenneth Sullivan, se acercó hasta donde Joe estaba sentado, con dos botellines de cerveza.

–Espero que no te importe que te acompañe, Joe –dijo.

–En absoluto, me alegro de tener compañía. Me gusta separarme de los demás de vez en cuando para observar cómo se divierten.

Ken se sentó en una silla junto a Joe y le dio una de las cervezas.

–Sí, lo están pasando bien, sobre todo Ashley. No sé cómo darte las gracias por organizar esta fiesta de cumpleaños para ella. Cumplir dieciséis años es un hito muy importante en la vida de una muchacha.

–Mis cuatro chicos llevaron la cuenta de los días, ¿recuerdas? Estaban deseando tener su permiso de conducir.

–Me resulta difícil acostumbrarme a la idea de que mi Ashley haya crecido tan deprisa, pero podría jurar que esos chicos tuyos crecen por días.

Joe sonrió.

–Por no hablar de las facturas. Cuando Jake regresó a casa de la Universidad hace un par de años, se notó un aumento de la cantidad de comida que se consumía en casa.

–Tienes que admitir que está dedicando muchas horas al rancho, ahora que está oficialmente al mando del ganado.

–Siempre lo ha hecho, Ken. La otra noche le dije a Gail que él era la reencarnación del viejo Jeremiah. Adora este lugar. Me alegra mucho que lleve tan bien las riendas.

Observó a sus hijos, todos ellos altos, anchos de hombros, estrechos de cintura y bronceados, cada uno guapo a su manera.

El mayor, Jake, tenía veinticuatro años.

Jared, quien recientemente se había licenciado en la Universidad a los veintidós años, mostraba ya su destreza en la búsqueda de petróleo. Amaba la tierra y ya estaba haciendo planes para buscar petróleo en la propiedad de los Crenshaw.

A sus veinte años, Jude estaba a la altura de la reputación de los hombres Crenshaw al ser igual de temerario y arriesgado.

El más joven, Jason, tenía dieciocho años y continuaba en el instituto. Por desgracia, consideraba a Jude el modelo a seguir y comenzaba a tener fama de conflictivo.

–Hola –dijo Gail acercándose a Joe y Ken–. La fiesta es todo un éxito, ¿no creéis? –añadió.

Había estado bailando y le faltaba el aliento.

La orquesta tocaba en aquel momento una canción lenta y romántica.

–Eso parece –convino Joe–. ¿Lo estás pasando bien?

Ella se rió.

–Siempre lo paso bien dando fiestas. ¿Por qué no bailas conmigo?

–¿Alguna vez he desperdiciado la ocasión de rodearte con mis brazos? –preguntó él, guiñando un ojo a Ken. Se puso de pie y la rodeó por los hombros–. Vamos, Ken. Es hora de que encuentres una pareja para bailar.

 

Los chicos Crenshaw observaban la fiesta a una prudente distancia. A ninguno de ellos les gustaba bailar y preferían pasar desapercibidos.

Jake llevaba casi toda la noche observando a Ashley, contento de verla disfrutar de la fiesta.

Ashley se había comportado como un chico toda su vida. Prefería llevar vaqueros y camisas a vestidos. Había sido toda una sorpresa verla tan elegante esa noche. Su falda corta dejaba ver sus contorneadas piernas. Además, el peinado que lucía, en vez de la trenza que solía llevar, y su rostro maquillado, le produjeron una sensación extraña e incómoda.

Aquella joven había nacido en el rancho y había sido parte de su vida desde que había tenido edad suficiente para seguirlo. Había montado a caballo con él desde los tres o cuatro años hasta que había sido capaz de hacerlo ella sola. La había vigilado mientras lo seguía a ver cómo reparaban las vallas eléctricas. Habitualmente había habido dos o tres perros siguiéndola, animales que habían encontrado un hogar una vez descubrían su gran corazón.

Ya no quedaba rastro de aquella niña. Esa noche, tenía el aspecto de una mujer, provocativa y seductora, y por alguna razón, eso le molestaba.

–Parece que tu pequeña sombra ha crecido, Jake.

Jake miró a Jude con una media sonrisa.

–Y así es –respondió pensativo.

–Cuesta creer que haya cumplido dieciséis años–dijo Jared, viendo a Ashley bailar con su padre–. Todavía recuerdo cómo seguía tus pasos cuando éramos pequeños. Nunca supe de dónde sacabas la paciencia.

Jake sonrió.

–Nunca me importó.

–¿Ni siquiera cuando le contó a todo el mundo que pensaba casarse contigo cuando fuera mayor?

–Venga, hombre. ¿Cuántos años tenía? ¿Seis, siete? Eran cosas de críos, Jared.

–Me pregunto si ahora querrá salir conmigo –dijo Jason, que era dos años mayor que Ashley–. Cada vez que se lo he preguntado, siempre se ha reído. Quizá debiera intentarlo ahora que es mayor.

Jake frunció el ceño.

–Considerando la reputación que tanto trabajo te ha costado crearte, dudo mucho que Ken te deje ir a parte alguna con su hija.

Las mejillas de Jason se sonrojaron.

–Venga ya, Jake. Sabes que no intentaría nada con ella. Ken me haría pedazos.

–Y cuando acabara contigo, sería mi turno –replicó Jake.

–¿Por qué no sales con ella? –le preguntó Jude a Jake.

Jake se lo quedó mirando, preguntándose si su hermano habría perdido la cabeza.

–Estás de broma, ¿verdad? Soy demasiado mayor para ella. Además, siempre ha sido como una hermana pequeña para mí –dijo observando como cambiaba de pareja de baile–. Aunque tengo que admitir que con ese vestido no parece la hermana pequeña de nadie.

–Como ya he dicho, se ha hecho mayor. ¿Cuándo vas a invitarla a bailar?

–No creo que quiera bailar conmigo –dijo Jake esbozando lentamente una sonrisa–. Parece que no le hago falta. Mira la fila de chicos que hay esperando a bailar con ella.

–Jake, ¿qué te parece que papá vaya a retirarse ahora que has vuelto a casa? –preguntó Jared.

–Creo que mamá y él se merecen llevar una vida más tranquila –contestó Jake–. Mamá ya ha encargado los planos de una casa más pequeña que quiere construir al final del camino. Hacía mucho tiempo que no la veía tan ilusionada. Dice que espera que puedan viajar más. Los estoy animando para que lo hagan –hizo una pausa para dar un sorbo a su cerveza y después continuó, dirigiéndose a Jared–. Me gustará compartir el peso del trabajo contigo, si es que decides quedarte.

–Cuidar animales las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, no es mi idea de la diversión, hermano. Soy feliz haciendo lo que hago.

–¿Y qué me dices de ti, Jude? –preguntó Jake.

–No me importa ayudar cuando me necesites, Jake, lo sabes, pero no quiero dedicarme al rancho. ¿Quién sabe lo que acabaré haciendo? Ahora mismo, sólo quiero disfrutar de la vida.

Jake enarcó las cejas.

–Según el sheriff Boynton, has estado disfrutando de la vida mucho últimamente. Deberías procurar mantenerte alejado de los líos. Podrías tener más responsabilidades aquí.

–Es lo que dice papá –contestó poniéndose a la defensiva–. Tengo que escuchar sus sermones, pero no estoy dispuesto a escuchar los tuyos.

Alguien tiró de la manga a Jake, que se giró y se encontró con Ashley junto a él, sonriéndole. Sobre los hombros, caían los rizos naturales de su pelo oscuro, que llevaba retirado del rostro.

–¿Puedo hablar contigo, Jake? –dijo con un intenso brillo en sus ojos verdes.

–Claro –respondió y se sorprendió al ver que Ashley se apartaba de sus hermanos.

Ella esperó hasta que se hubieron apartado unos metros.

–Baila conmigo –dijo–. He bailado prácticamente con todo el mundo, menos contigo.

Antes de que acabara de hablar, él ya estaba negando con la cabeza.

–Yo no, cariño. Hay un montón de chicos ahí deseándolo. Baila con uno de ellos. No quieras bailar con un viejo como yo.

–¡Viejo! Veinticuatro anos no es ser viejo.

–Lo es por lo que a ti respecta –respondió él sin sonreír.

Ella bajó la mirada y la desvió hacia la fiesta.

–Es una fiesta estupenda, ¿verdad? –dijo sin mirarlo–. Tus padres han sido maravillosos al preparar todo esto.

–Me alegro de que lo estés disfrutando. Ya sabes cuánto les gustan las fiestas y mamá lo ha pasado bien preparando ésta.

–Bueno, creo que volveré y… –su voz se entrecortó. Se giró hacia Jake y continuó–: Si no vas a bailar conmigo, al menos dame un beso de cumpleaños.

Jake asintió. La había besado en la nariz cuando era una chiquilla, haciéndola reír. Ahora que había crecido, decidió besarla en la mejilla. Al menos, ése era su plan, pero no resultó así.

Ashley lo rodeó por el cuello y se puso de puntillas estrechándolo contra ella. Él la tomó por la cintura y cuando se inclinó para besarla, ella giró rápidamente la cabeza y sus bocas se encontraron.

Jake se enderezó e hizo amago de separarse, pero ella se aferró tanto a él que temió hacerle daño. Sus suaves y húmedos labios apretaron los suyos. Jake había sido pillado con la guardia baja y cuando trató de decir algo y abrió la boca, su lengua rozó la suya.

El beso fue erótico e intencionado y Jake sintió un brote de deseo que lo sacudió con intensidad.

Aquélla era Ashley, se dijo preguntándose quién la habría enseñado a besar así. La tomó por las muñecas y la apartó de él, enfadado consigo mismo por no haber detenido aquel beso antes.

–¿Qué demonios crees que estás haciendo?

Ella parpadeó lentamente, como si acabara de percatarse de dónde estaban. Su boca estaba húmeda y sus ojos, cuando los abrió, mostraron que ella también había sentido algo con aquel beso.

Estaba furioso con ambos. No debía besar a ningún hombre, especialmente a él, de aquella manera. Era indecente, era…

–Maldita sea, Ashley. No emplees tus juegos adolescentes conmigo. Ve y busca a alguien de tu edad con quien flirtear.

Vio las lágrimas aflorar a sus ojos mientras se daba media vuelta. ¿Cómo demonios se suponía que debía reaccionar? Había empleado sus artimañas con él, eso era todo.

La tomó por la muñeca para impedir que se fuera y ella se detuvo sin girarse.

–Lo siento, cariño, es sólo que…

Ella se soltó y continuó su camino.

–No necesitas explicarme nada más, Jake. Has sido lo suficientemente claro –dijo mientras se iba.

Jake se giró y regresó junto a sus hermanos. Era evidente que habían oído y escuchado lo que había pasado.

Los cuatro se quedaron en silencio mientras Jake luchaba contra su libido.

–¿Por qué estás tan sorprendido, Jake? –preguntó por fin Jared–. Ya sabes lo que siente por ti. Has sido su ídolo toda la vida. Deberías haberlo visto venir.

–Eso son tonterías y lo sabes. Puede que de niña creyera que estaba enamorada de mí, pero…

–¡Pero nada! –lo detuvo Jude–. Esa niña ha crecido, Jake. No deberías haberla tratado como si fuera a contagiarte algo.

Jake se frotó la frente.

–Está bien, está bien. Entiendo a lo que te refieres. Podía haber sido más amable, pero me ha pillado con la guardia baja –dijo mirándola volver a la pista de baile–. Tengo que disculparme.

Jake fue tras ella, buscando una explicación de su comportamiento que no impresionara a una muchacha inocente.

La buscó en la pista de baile, pero no la vio. Se encontró con su madre y le preguntó si había visto a Ashley.

–Es difícil saber dónde está, especialmente esta noche –dijo Gail y miró a su alrededor–. Quizá haya entrado en casa.

Se abrió paso entre los invitados hasta que llegó a la casa. Una vez dentro, frunció el ceño al ver la cantidad de gente que había allí y lo difícil que iba a ser encontrarla. Debido al tamaño de la hacienda, le llevó un buen rato descubrir que no estaba en la casa. No pudo encontrarla por ningún sitio.

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Nueve años más tarde

 

–Acepto la apuesta y la subo a veinticinco –dijo Jake a Tom McCain, presidente del mayor banco de la ciudad, y miró a los demás, los ganaderos Kent y Lew y Curtis, el abogado.

Estaban en una habitación de la parte trasera del bar restaurante Mustang, a las afueras de New Eden, jugando su partida semanal de póquer. Jake estaba sentado de espaldas a la pared, balanceándose sobre dos patas de la silla y llevaba un sombrero vaquero calado hasta las cejas. A través de las paredes se oía el ruido del local. El humo de los puros se arremolinaba alrededor de ellos y la cantidad de botellas de cerveza sobre la mesa atestiguaba que llevaban un buen rato jugando.

Elevó la apuesta para que los demás creyeran que iba en serio. Jake conocía los trucos de cada jugador ya que llevaban años jugando juntos. Kent solía jugar con su alianza de casado cada vez que tenía buenas cartas. Curtis silbaba cuando iba de farol.

Lew era incapaz de sentarse derecho y tenía la costumbre de agitarse en la silla cuando tenía posibilidades de ganar. Jake observó atentamente a Tom, el banquero, en busca de alguna pista. Tom siempre se mantenía inexpresivo, lo que le convertía en un duro adversario como jugador de póquer. Probablemente, por eso era también un buen banquero.

Cuando ganaba a Tom, Jake consideraba que había tenido una buena noche y ésa, parecía ser una de ellas. Tom tenía dos jotas, un diez de picas y un tres de diamantes. Por las apuestas que había hecho su amigo en aquella mano, Jake dudaba si tendría doble pareja o tan sólo iba de farol. No había manera de saberlo por su comportamiento, pero trataba de averiguarlo.

–Demasiado para mí –dijo Kent.

Tom era el siguiente y miró a Jake a través de sus gafas.

–Igualo tus veinticinco y subo a cincuenta.

Los otros dos se retiraron también.

Había un montón de dinero sobre la mesa y los tres espectadores observaban atentamente.

–Acepto tus cincuenta.

Tom estudió sus cartas, pero, antes de que pudiera contestar, la puerta que daba al bar se abrió y un intenso ruido entró en la habitación.

Ni Jake ni Tom repararon en la interrupción. Jake mantuvo la mirada en Tom, preguntándose si tendría las cartas para ganarle.

La concentración de Jake desapareció cuando su primo Jordan se acercó a él y le habló.

–Siento interrumpirte, Jake, pero te necesitan en el rancho inmediatamente.

Jake sacudió la cabeza sin girarse.

–Ahora no, Jordan. Sea lo que sea, sabrás ocuparte de ello.

–Me gustaría poder hacerlo, pero no puedo. Tienes que irte de aquí ahora mismo.

Tom sonrió a Jake.

–Vete, Crenshaw, yo me quedaré vigilando –dijo Tom provocando las risas de los otros.

–Sí, seguro. Acepta la apuesta y déjame ver lo que llevas.

Tom dejó el dinero y después puso las cartas boca arriba sobre la mesa: tres jotas y un par de dieces, un ful.

–Espero que esto te enseñe algo, Crenshaw –dijo comenzando a recoger el dinero.

–Sí, Tom, creo que debería haber subido la apuesta hasta cien –contestó Jake y mostró sus cartas. Tenía una escalera de color. Se puso en pie y tomó el dinero–. Siento poner fin a esto, pero como veis, me necesitan en otro sitio.

Los demás bromearon porque tuviera que irse, acusándolo de tenerlo planeado.

–Lo menos que podías hacer, Crenshaw, es darme la oportunidad de recuperar parte de mi dinero –dijo Tom echándose hacia atrás en la silla.

–La próxima semana, Tommy, tendrás tu oportunidad –dijo con una maliciosa sonrisa en los labios.

Acabó de recoger el dinero y se lo guardó en el bolsillo de la camisa. Por vez primera desde que Jordan entrara en la habitación, Jake se giró y lo miró.

A sus veintiséis años, Jordan solía mostrarse despreocupado y Jake nunca antes lo había visto tan inquieto.

Jake se despidió y salió de la habitación, con Jordan pegado a sus talones. Atravesó la multitud contestando a los saludos sin detenerse, hasta que llegaron al aparcamiento. Entonces, se giró hacia su primo, irritado.

–Está bien, Jordan. ¿Qué demonios es tan importante como para interrumpir la partida? Éste es el único momento de la semana que tengo para relajarme y disfrutar. ¿Qué ha pasado para que no hayas podido esperar a que yo llegara a casa?

–Tiffany.

Jake se enderezó.

–¿De qué estás hablando? –preguntó levantando el tono de voz.

–Está en el rancho.

Jake se quedó mirando a Jordan, confundido. ¿Por qué habría de volver su ex esposa después de tanto tiempo?

–¿Ha dicho qué quiere?

Jordan se metió en su camioneta y cerró la puerta.

–Eso te lo contará ella. Le dije que vendría a buscarte y lo he hecho. Ahora, me voy a casa. Si no hubiera estado preocupado por una de las yeguas, no habría estado allí cuando apareció –dijo y despidiéndose con la mano, se fue.

Jake se quedó allí parado, con las manos en las caderas, mirando fijamente las luces traseras hasta que las perdió de vista. Tiffany Rogers había regresado al rancho después de que jurara que nunca más volvería a poner un pie allí. Había confiado en no volver a verla y no podía imaginar qué querría de él ahora.

Sacudió la cabeza, frustrado, antes de subirse a su camioneta en dirección al rancho, que estaba a cincuenta kilómetros de la ciudad.

¿Qué la habría llevado hasta allí un viernes a medianoche? ¿Acaso no le había causado ya suficientes problemas?

Recordó la noche en la que se fue. Ella había estado durmiendo en la habitación de invitados, lo que solía hacer cada vez que no se salía con la suya. A aquellas alturas de su matrimonio, él sentía que había hecho todo lo posible por hacerla feliz y había aprendido a ignorar sus pataletas. A pesar de su forma de ser, la había amado. Había confiado en que, con el tiempo, madurara.

Cuando se despertó aquella noche y la sintió en la cama junto a él, pensó que se le había pasado el enfado y que estaba dispuesta a hacer las paces. A veces, se había preguntado si provocaba aquellas peleas con él sólo porque le gustaban las reconciliaciones. Fuera cual fuese la razón, no había opuesto mucha resistencia, recordó arrepentido.

Al despertarse a la mañana siguiente, pensó que todo había vuelto a la normalidad entre ellos. Pero cuando volvió a casa ese mismo día, descubrió que se había ido con todas sus cosas y algunas de él también. Al cabo de unas horas, recibió los papeles del divorcio. Fue entonces cuando supo que no había hecho las paces con él sino que había sido su particular forma de despedirse.

Debería haber imaginado que una persona acostumbrada a vivir en una gran ciudad como Dallas, no sería feliz en el campo, pero ella había insistido antes de la boda en que no le importaba dónde viviesen, siempre y cuando estuvieran juntos. Había estado demasiado embelesado para darse cuenta de que su matrimonio no funcionaría. Cualquiera con dos dedos de frente habría adivinado al ver a Tiffany Rogers, de los Rogers de Dallas, que nunca se conformaría con ser su esposa. Pero él no se había dado cuenta en aquel momento, probablemente porque no era su cerebro el que tomaba las decisiones por aquel entonces. Más adelante, durante una de sus discusiones, le había dicho que la única razón para casarse con él había sido que era un Crenshaw, miembro de una de las familias más ricas y poderosas del estado.

Su divorcio, después de cuatro años de matrimonio, había sido todo menos amistoso, tal y como solían decir los abogados cuando el marido se quedaba sin nada y era ella la que se iba con todo.

El día que salió del juzgado como un hombre libre, se prometió a sí mismo no volver a casarse. Había aprendido bien la lección. El matrimonio podía estar bien para algunas personas, pero no para él. Se conformaba con permanecer soltero el resto de su vida.

Ahora, ella había regresado por alguna razón que sólo Dios sabría y, una vez más, se veía obligado a confrontarla.

La carretera de camino al rancho tenía poco tráfico a aquella hora de la noche. Siguió el camino a través de las colinas y llegó al arco de piedra de la entrada. Cuando llegó ante la casa y aparcó, Jake reparó en una limusina negra que esperaba oculta entre los árboles. Sería de Tiffany, que siempre viajaba con estilo.

Suspiró irritado y salió de la camioneta, dando un portazo antes de dirigirse a la entrada lateral. El sonido de sus botas retumbaba en el patio. Impaciente, entró por la puerta que daba a la cocina y se detuvo nada más cruzar el umbral.

Tiffany estaba sentada tomando un vaso de té helado. Llevaba el pelo más corto, unos pantalones anchos y una camisa sin cuello. Su peinado y maquillaje eran impecables, lo que le hacía parecer una modelo esperando durante una sesión fotográfica. Tan pronto como lo vio, Tiffany se puso de pie y lo miró sonriendo abiertamente.

Enseguida se dio cuenta de que estaba nerviosa. Había sido una osadía por su parte entrar en la casa y comportarse como si fuera su hogar. Él se apoyó contra el quicio de la puerta y se cruzó de brazos, ocultando su mirada bajo el sombrero.

–Hola, Jake –dijo con su voz sensual.

Había habido un tiempo en que aquella voz le había producido toda clase de reacciones.

–¿Qué estás haciendo aquí?

–¿Es ésa manera de darme la bienvenida? –dijo ella frunciendo el ceño y simulando sorpresa. Luego, curvó los labios en un gesto provocativo–. Ed me trajo hasta aquí sólo para verte. Al menos podrías ser más amable.

–No me siento demasiado amable en este momento. ¿Quién es Ed?

–Edward James Littlefield.

–Nunca he oído hablar de él.

–Su familia y él son muy conocidos en Dallas. Se dedican a la banca.

–No has contestado a mi pregunta.

Ella entrelazó las manos y trató de esbozar otra sonrisa. Su nerviosismo se hizo más evidente al agitarse las pulseras que llevaba.

–Te he traído algo.

Él se enderezó y se acercó a ella.

–Déjate de juegos, Tiffany, ya no funcionan. No quiero nada de ti. Así que si es por eso por lo que estás aquí…

Ella se giró y atravesó rápidamente la habitación en dirección al vestíbulo.

–Pero si todavía no has visto lo que te he traído –dijo por encima del hombro.

Él la siguió.

–¿Dónde demonios crees que vas? –le preguntó siguiéndola al vestíbulo.

–Enseguida lo verás –respondió ella mientras comenzaba a subir la amplia escalera curva en dirección al segundo piso sin mirar hacia atrás.

Aquella mujer era irritante, siempre ocultando sus intenciones. Molesto, él sacudió la cabeza y la siguió. Cuando llegaron arriba, ella se dirigió veloz hacia el ala de la casa que él ocupaba como si creyera que iba a detenerla si la alcanzaba. De pronto, entró en uno de los dormitorios. ¿No estaría pensando en meterse en la cama con él, no? Él llegó hasta la habitación y se asomó. Ella estaba de pie, junto a la cama y se llevó el dedo a los labios. Una lámpara que no estaba allí antes, iluminaba suavemente la habitación.

Caminó hasta donde estaba ella y miró hacia la cama. Al ver lo que había allí, se quedó de piedra. O más bien, quién estaba allí. Era una niña pequeña, dormida bajo las sábanas y abrazada a un conejo de peluche rosa al que le faltaba una oreja.

Miró a Tiffany preguntándose de qué iba todo aquello.

La niña tenía el pelo rubio y rizado y rasgos delicados. No tenía ni idea de por qué estaba allí.

Él sacudió la cabeza y salió de la habitación sin detenerse hasta que llegó a la cocina. Una vez allí, abrió la nevera y sacó una cerveza. Cuando Tiffany llegó, se giró hacia ella.

–¿Qué demonios ocurre, Tiffany?

–Es tu hija. Se llama Heather y voy a dejarla aquí contigo.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Jake la observó unos minutos antes de sacudir la cabeza, disgustado.

–Muy divertido, Tiffany. ¿Acaso necesitas que te diga que no tuvimos hijos? Si no recuerdo mal, cuando nos casamos me dijiste que no querías tener hijos porque estropearían tu figura –dijo y dio un trago a su cerveza, tratando de controlar su temperamento–. ¿A qué te crees que estás jugando? Hace años que no te veo. ¿O es que has decidido que sería más fácil conmigo que con el padre de esa niña? Lo siento, pero no voy a pagar la manutención de esa niña, Tiffany. Quiero que subas, tomes a tu hija y salgas de mi casa.

No era culpa de aquella criatura que su madre no tuviera integridad, se dijo. No podía evitar sentir lástima por la niña, dadas las circunstancias.

Se llevó la botella a la frente para sentir frescor. Lo que necesitaba en aquel momento era salir de allí. Si se quedaba más tiempo en la misma habitación que Tiffany, se olvidaría de que su madre le había enseñado a comportarse como un caballero.

Sin decir palabra, salió al patio y se sentó en una de las mesas a contemplar la oscuridad de la noche. La luna estaba alta e iluminaba las colinas que rodeaban la casa. La contemplación del paisaje solía tener un efecto tranquilizador en él y esperaba que esa vez también fuera así.

No había razón para dejar que lo irritara tanto. Seguramente, su plan había sido molestarlo, a la espera de ver cómo reaccionaría. Bien, pues ya lo había visto.

La puerta se abrió tras él. Giró la cabeza y vio salir a Tiffany con las manos vacías. Tensó la mandíbula al verla acercarse hasta la mesa donde estaba. Se sentó frente a él y su cara quedó iluminada por la luz de la cocina.

Esperó a que ella hablara, pero al ver que no lo hacía, decidió tomar la palabra.

–¿No te olvidas algo? Quiero que tu hija y tú os vayáis de aquí. Ahora.

Tiffany levantó la barbilla y se quedó mirándolo fijamente. Parecía dispuesta a discutir con él si no se salía con la suya. Podía patalear todo lo que quisiera, pero no funcionaría. No estaba dispuesto a hacerse cargo de la niña como si fuera suya.

–¿Recuerdas la noche antes de que me fuera?

–¿Te refieres a la noche que te metiste en mi cama después de que me durmiera? –preguntó él.

Ella sonrió y asintió.

–Quería demostrarte que aunque me negaras otras cosas, nunca me negarías el sexo.

–Lo dejaste claro. Hacer el amor era lo único que te parecía bien. ¿Y qué?

–Yo estaba demasiado enfadada aquella noche y tú estabas medio dormido y no usamos protección. Imagínate mi sorpresa cuando descubrí que estaba embarazada –dijo bajando la mirada a sus manos cruzadas sobre la mesa–. La Madre Naturaleza me gastó una broma –su voz se entrecortó antes de acabar de hablar.

–¿Se supone que tengo que creerme eso?

Ella levantó la mirada y se encontró con la suya.

–No me importa lo que creas. Nació nueve meses después de aquella noche. Haz el cálculo.

–Dudo mucho que fuera el único hombre con el que te acostabas por aquella época.

–A pesar de lo que quieras creer, tu nombre figura en el certificado de nacimiento de Heather. Si tienes alguna duda, hazte las pruebas.

Jake tragó saliva, recordando aquella noche. Le había hecho el amor hasta que los dos acabaron agotados. Tenía razón, no habían usado protección. La sorpresa habría sido que no se quedara embarazada.

–Si sabías que estabas embarazada el día del juicio, ¿por qué no lo dijiste en el juzgado?

Ella parecía irritada e impaciente.

–Porque no prestaba atención a mis ciclos durante aquella época horrible. Estaba tan disgustada que pensé que se debía a la tensión. Antes de descubrir la verdad, ya estábamos divorciados.

Aquello seguía sin justificar por qué no se lo había dicho. Conociendo a Tiffany, tan pronto como lo hubiera averiguado, habría puesto el grito en el cielo.

–¿Por qué no me lo dijiste cuando lo supiste?

–Porque no quería tener nada más que ver contigo. Decidí criar a la niña yo sola. Habías sido tan odioso durante el divorcio que decidí que no te merecías saber que ibas a ser padre.

–Así que decidiste ocultarlo para castigarme, ¿no es así?

–¡Sí!

Si lo que decía era cierto, entonces él era el padre de aquella niña. Se le hizo un nudo en el estómago y comenzó a tener un sudor frío. Hacía más de tres años que tenía una hija a la que no conocía.

–¿Por qué me lo dices ahora? ¿Acaso piensas que ya he sufrido bastante castigo? Me has ocultado su existencia durante todos estos años, Tiffany, incluyendo el embarazo. ¿Te importaría explicarme por qué después de tanto tiempo, la has traído aquí esta noche?

Parecía no saber qué contestar. Era divertido verla tan incómoda. Ella apartó la mirada y se mordió el labio inferior.

–Al poco de nacer Heather, mi agenda estaba tan llena que mi abuela se ofreció a cuidarla, lo que era perfecto para todos. Así ella estaba entretenida y yo podía estar con Heather siempre que me fuera posible sin alterar sus horarios –hizo una pausa y se frotó la frente, como si le doliera la cabeza–. El caso es que mi abuela tuvo un infarto hace dos semanas y ahora está postrada en la cama. No podrá seguir cuidando de Heather.

–Ya estás cansada de criar a una hija tú sola, ¿no? –dijo Jake arqueando una ceja–. ¿O acaso me equivoco? Sin alguien que se ocupe de cuidarla, no sabes qué hacer con ella, ¿verdad?

–No, no es así. Algunas cosas han cambiado en mi vida, para que lo sepas. Ed me quiere y me respeta, algo que tú nunca hiciste. Quiere casarse conmigo. Habíamos hecho planes: íbamos a casarnos en Las Vegas e ir de luna de miel a Hawai. Luego visitaríamos Japón y Australia. Todo habría salido a la perfección si mi abuela no hubiera sufrido un infarto. No podía haber elegido un momento peor.

Jake se quedó mirándola asombrado. A aquella mujer sólo le preocupaba ella misma. La enfermedad de su abuela no era para ella más que un inconveniente.

–Aclárame una cosa. ¿Pensabas estar fuera meses y dejar a Heather a cargo de tu abuela?

–Habría estado en buenas manos. Se llevan muy bien. Además, ya he hecho otros viajes antes.

–Has tenido que verte desesperada para romper tu silencio y acudir a mí.

Tiffany se pasó la mano por su pelo impecablemente peinado. Otra señal de que aquel encuentro no estaba saliendo como ella había planeado. ¿Qué habría pensado que haría al verla? ¿Recibirla a ella y a la niña con los brazos abiertos? ¿Mostrarse emocionado al descubrir que era padre después de que ella se lo hubiera ocultado? Si así era, entonces era más superficial de lo que parecía.

–Creí que lo tenía todo organizado –dijo bajando la voz–. Le dije a Ed que tendríamos que llevarnos a Heather con nosotros.

Jake bajó la cabeza para ocultar su sonrisa.

–No sé por qué, pero me imagino que no le entusiasmó la idea –dijo mirándola–. La mayoría de los hombres confían en estar a solas con su esposa nada más casarse.

–Pensé que se había hecho a la idea, aunque desde luego ir de luna de miel con una niña de tres años no es algo normal.

–¿No puede tu madre ocuparse de ella?

–Ése es otro problema. Heather no soporta a mamá.

Otra prueba de que la niña era suya. Admiraba el gusto de Heather. La madre de Tiffany era una versión de su hija, pero con más edad. Era una pena que no se hubiera dado cuenta antes. Si lo hubiera hecho, nada de aquello estaría pasando.

Por otro lado, si la señora Rogers y su nieta se hubieran llevado bien, él nunca habría sabido nada de Heather. Era curioso lo divertida que podía resultar la vida.

–Salimos de Dallas esta mañana –continuó Tiffany–. Pensé que todo iba bien. Ed nunca dijo nada hasta que salimos a la carretera. Entonces, me dijo que no quería criar a la hija de otro. Cuando me propuso matrimonio, no esperaba convertirse en un padre. Me aseguró que la niña podría venir a visitarnos de vez en cuando, pero que no la quería tener siempre cerca.

Tiffany parecía haberse quedado sin fuerzas y estaba allí sentada, mirándolo.

–¿Y todavía piensas casarte con él? –preguntó Jake en tono neutral.

–Por favor, entiéndelo, Jake –dijo con lágrimas en los ojos–. Lo quiero, lo quiero de veras. Es un hombre maduro. Hace años que lo conocía, pero nunca pensé que pudiera interesarse por mí. Cuando lo hizo, creí que no sería ningún problema para él aceptar a Heather. La conocía y pensé que la quería tanto como yo –dijo sacando un pañuelo del bolso y secándose los ojos–. Cuando se enteró de que no pensaba dejarla en Dallas, lo preparó todo para que Heather se quedara con una niñera en Las Vegas mientras nosotros estábamos de viaje. Me quedé horrorizada. Me dejó claro que no quería que Heather viniera con nosotros, pero yo no quería que la niña se quedara con una extraña en Las Vegas. No sabía qué hacer.

Jake no sabía qué decir. Si todavía pretendía casarse con aquella comadreja, era que se merecían el uno al otro.

–Fue entonces cuando me acordé de ti –continuó ella y suspiró–. Me acordé de que siempre habías querido tener hijos, así que decidí perdonarte por haber sido tan cruel conmigo. Pensé que Heather estaría mejor con alguien de su misma sangre durante unos meses que con una extraña en Las Vegas.

Quizá fuera cierto que la niña estaría mejor con él si aquélla era la manera en que la trataban.

–Tienes que entender algo antes de que sigamos hablando –dijo él y se recostó en el asiento–. Si dejas a esta niña conmigo después de no haber tenido la decencia de hablarme de ella hasta esta noche, no voy a permitir que la uses como moneda de cambio entre nosotros sólo porque a ti te convenga.

Ella lo miró con el ceño fruncido.

–No sé lo que quieres decir, Jake. Es tu hija después de todo. Podemos llegar a un acuerdo para que pase temporadas con cada uno de nosotros. Así nos conocerá a ambos. Admito que he cometido un error ocultándote su existencia. La niña tiene derecho a conocer a su padre.

–La tratas como si fuera un juguete del que te hubieras cansado –dijo él cruzándose de brazos–. Así que deja que sea claro. Si esta noche te vas sin ella o si la dejas en Las Vegas, haré todo lo que haga falta para que pierdas su custodia. Sólo la verás cuando yo estime que la niña pueda entender la situación.

Ella se quedó mirándolo como si le acabara de dar una bofetada.

–¿La apartarías de mi lado? –preguntó horrorizada y comenzó a sollozar–. Debería habérmelo pensado dos veces antes de traerla. Tenía que haber seguido mi intuición y haberte dejado fuera de nuestras vidas. Sabía que serías odioso. ¡Lo sabía!

Él se puso de pie.

–Vamos, te acompañaré hasta el coche.

–¡No! No puedo llevarla con nosotros. Sólo quiero lo mejor para ella –dijo y las lágrimas continuaron derramándose por sus mejillas mientras retorcía el pañuelo entre sus manos–. Es todo tan duro, Jake. No sé cómo tratarla, no me hace caso. El otro día sacó mi estuche de maquillaje del bolso y se pintó toda la cara. ¡Lo hizo sólo para enojarme! He intentado hacerlo lo mejor posible, pero no sé cómo criarla.

–Y crees que yo sí.

–Al menos sabré que está con parte de su familia. No creo que te resulte difícil, siempre se te han dado bien los niños. Es lo mejor parta Heather. Encontrarás a alguien en el rancho que la cuide cuando tú no puedas hacerlo.

–¿A la una de la madrugada? –dijo Jake señalando su reloj–. Lo dudo.

Tiffany parecía haber retomado el control de sus emociones.

–Estoy segura de que estará bien durante un par de días, en lo que encuentras a alguien que se ocupe de ella –dijo Tiffany y miró a su alrededor como si deseara estar en cualquier otro lugar–. No me había dado cuenta de que fuera tan tarde. Ed y su chófer han sido muy pacientes al esperar durante horas a que llegaras a casa –añadió esbozando una media sonrisa.

–Hablo en serio, Tiffany. No voy a permitir que esta niña esté cada día en un sitio según a ti te convenga.

–Lo sé, Jake. La quiero mucho, pero no estoy preparada para todo esto de la maternidad. Cuando descubrí que estaba embarazada, me horroricé. No sabía qué hacer. Mi abuela me convenció para que la tuviera, me prometió que la cuidaría y no me arrepiento. Es sólo que… –se detuvo como si buscara las palabras–. Siempre he intentado tener paciencia, pero me ha resultado imposible. Mis nervios no pueden soportarlo un día más.

Bajó la mirada y lentamente se giró. Él no dijo nada más mientras ella se alejaba del patio. Estaba a punto de desaparecer tras la esquina, cuando se detuvo.

–Casi lo olvido, Jake. He traído todos los papeles que necesitas tener: el certificado de nacimiento, el listado de vacunas y ese tipo de cosas. Ya las tenía guardadas en el equipaje pensando en que lo necesitaría para viajar con nosotros al extranjero. También he traído su ropa y algunas otras cosas que le son familiares y que espero la ayuden a adaptarse. Adiós, Jake. Cuídala bien.

Jake se quedó allí plantado en el patio sin moverse. Estaba aturdido por todo lo que había pasado aquella noche. A los pocos minutos escuchó el sonido del motor de un coche y vio las luces alejarse por el camino.