Más que un romance - Katherine Garbera - E-Book
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Más que un romance E-Book

Katherine Garbera

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Beschreibung

El deseo no se había extinguido Habían pasado dos años desde la tórrida aventura de Cam Stern con Becca Tuntenstall, pero al encontrársela de nuevo comprobó que el deseo seguía ardiendo entre ellos. Decidido a reconquistarla, Cam se propuso llevar la relación más allá del sexo. Pero muy pronto descubrió que Becca le había estado ocultando un secreto todo ese tiempo. De aquella relación pasajera había nacido un hijo y Cam quería formar parte de su vida. Sin embargo, ¿estaba preparado para forjar una relación con la mujer que lo había engañado?

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Katherine Garbera. Todos los derechos reservados.

MÁS QUE UN ROMANCE, N.º 1863 - julio 2012

Título original: Reunited... with Child

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0664-1

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo Uno

¿En qué habría estado pensando al aceptar aquella invitación?

Becca Tuntenstall no tenía tiempo para asistir a una función benéfica en mitad de la semana, pero la invitación de su exjefe era la oportunidad que necesitaba para volver al mundo real tras pasarse dos años apartada de todo y de todos.

Se examinó una vez más el pintalabios en el espejo de los aseos del Manhattan Kiwi Klub. Ella misma había diseñado el interior y había conseguido capturar el glamour de la ciudad de Nueva York.

Salió de los aseos para volver al salón de baile. Su exjefe, Russell Holloway, le sonrió al verla y ella le devolvió la sonrisa mientras caminaba hacia él como la mujer segura y desenvuelta que había sido dos años atrás.

–¿Becca?

Se detuvo en seco al oír una voz que no esperaba volver a oír jamás.

–¿Cam? –dijo, sin necesidad de fingir asombro.

El tiempo pareció detenerse mientras lo miraba y la asaltaban un millón de recuerdos. Sobre todo recordaba lo difícil que fue alejarse de él.

–¿Qué haces aquí?

–Russell me ha invitado.

–Pero ¿no vivías en Miami?

–Sí, pero viajo de vez en cuando –respondió él en tono irónico, y Becca se puso colorada por la pregunta tan tonta que había hecho.

–Lo siento. Es que eres… la última persona que esperaba encontrarme aquí esta noche.

–¿Solo esta noche?

–Nunca, más bien –admitió ella, de nuevo sobrecogida ante su imponente presencia.

Cam medía casi dos metros, tenía un abundante mata de cabello castaño oscuro, una mandíbula recia y cuadrada y unos ojos tan azules que no se podía apartar la vista de ellos. Iba impecablemente afeitado y lucía su esmoquin con una naturalidad a la que pocos hombres podrían aspirar. Hijo de una famosa y de un golfista profesional, se había criado entre algodones y su fortuna no había dejado de crecer, hasta el punto de que no había nada que no pudiera comprar. Becca lo sabía por propia experiencia.

–Tengo que irme –le dijo, decidida a alejarse de él definitivamente.

–Esa excusa no te va a valer, Becca.

–¿Por qué no? Creo que lo último que me dijiste hace dos años fue que si no quería ser tu amante no teníamos nada más que hablar –le recordó ella. No había superado el rechazo de Cam cuando ella le declaró su amor. Aún quería verlo sufrir, igual que sufrió ella cuando le escupió aquellas dolorosas palabras.

–Te debo una disculpa por la forma en que me comporté contigo –concedió él–. Pero me sorprendió tu confesión y en aquellos momentos me debía por entero a mi trabajo.

–Ya lo sé –repuso ella–. Todo eso quedó atrás, así que podemos empezar de nuevo.

–¿Empezar de nuevo?

–Sí, finge que acabas de tropezarte conmigo y seré más educada.

Cam se rio.

–Te he echado de menos, Becca.

–¿Es que no hay nadie más que te haga reír?

–No como tú.

Ella le sonrió, pero no iba a volver a caer rendida ante su atractivo y su encanto. Con una vez que le rompiera el corazón y le hiciera rehacer toda su vida ya era suficiente.

–Qué lástima.

–Sí que lo es. ¿Qué has hecho todo este tiempo?

–He montado mi propia empresa de diseño.

–Te confieso que ya lo sabía. Russell lleva tiempo poniéndote por las nubes.

–¿Ah, sí? Me pregunto por qué…

–Porque al proyecto de Cam le vendría muy bien tu ayuda –dijo Russell, acercándose a ellos.

Russell era un neozelandés que, al igual que Cam, había nacido en una cuna de oro. Tenía cuarenta y un años, dos más que Cam, y siempre estaba de una gran ciudad a otra, alternando sus conquistas amorosas con sus responsabilidades como director de la cadena de locales Kiwi Klub.

Becca jamás rechazaba una oferta de trabajo, aunque procediera de Cam. Muy rara vez tenía que reunirse en persona con sus clientes.

–¿Qué proyecto?

–Había pensado que lo hablásemos en otro momento –dijo Cam.

–¿Por qué? –quiso saber Russell–. ¿De qué más tenéis que hablar vosotros dos?

–¿De qué más? –preguntó Becca. Su breve y apasionada aventura con Cam era un secreto celosamente guardado. Cada noche se encontraban en el hotel de Becca para pasar unas horas de sexo salvaje, y si Cam lo había mantenido en secreto era porque no quería más que eso de ella.

–Tienes razón –afirmó Cam–. No sé si has oído por la radio los anuncios para el décimo aniversario de Luna Azul.

–Sí, los he oído –respondió Beca–. Una idea genial, anunciar un fin de semana en Miami coincidiendo con el Día de los Caídos y codearse con los famosos en un entorno paradisiaco.

–Gracias –dijo él–. Fue idea mía. El caso es que acabamos de adquirir un centro comercial y estoy buscando a un diseñador para convertirlo en el Mercado Luna Azul.

–Y ahí es donde entras tú –añadió Russell.

Becca sacó una tarjeta de visita del bolso y se la entregó a Cam.

–Estaré encantada.

Cam aceptó la tarjeta y la examinó unos segundos antes de guardársela en el bolsillo.

–¿Y ahora qué tal si nos olvidamos de los negocios y nos dedicamos a disfrutar de la velada? ¿Te apetece una copa?

–Gin-tonic.

Cam se alejó y Becca pensó fugazmente en escabullirse, pero había pagado mucho dinero por asistir a aquella cena benéfica y conocer a los amigos de Russell para impulsar su carrera profesional.

Las probabilidades de disfrutar de la velada, sin embargo, eran bastante escasas. Por no decir inexistentes. Pocas situaciones podrían ser menos divertidas que estar sentada junto a dos hombres a los que les ocultaba importantes secretos. Russell no sabía que Cam y ella habían sido amantes, y Cam no sabía que la aventura había acabado en un embarazo no deseado.

Cam estaba preparado para volver a encontrarse con Becca, pero había olvidado cómo reaccionaba su cuerpo al tocarla. Había bastado un breve roce de su mano para que un intenso hormigueo lo recorriera de arriba abajo.

Becca tenía un bonito rostro, una nariz pequeña y delicada y una espesa melena negra que llevaba recogida en lo alto de la cabeza, dejando unos cuantos mechones sueltos. Sus labios eran carnosos y sensuales, y él recordaba muy bien su sabor.

Su fragancia lo había embriagado de tal modo que a punto estuvo de estrecharla entre sus brazos, pegar la boca a la suya y mandar los dos últimos años al diablo.

Pero sabía que no sería fácil reconquistarla después de haberla echado tan dolorosamente de su vida. Nunca se lo confesaría a nadie, pero Becca lo había asustado tanto que no le quedó más remedio que abandonarla antes de cometer una estupidez imperdonable, como enamorarse de ella.

Volvió con las bebidas al salón, donde Becca estaba hablando con una mujer elegantemente vestida. Era evidente que había pasado página y que no necesitaba a un antiguo amante en su vida. Pero él no era un hombre que renunciara fácilmente a sus deseos, y su mayor deseo era precisamente Becca.

–Tu copa –le dijo, ofreciéndosela.

–Gracias, Cam. ¿Conoces a Dani McNeil?

–Creo que no –respondió él mientras estrechaba la mano de la otra mujer. Su piel no era tan suave como la de Becca pero Cam no sintió absolutamente nada al tocarla.

–Dani trabaja para la fundación de Russell. Es ella la que ha organizado este evento.

–Buen trabajo –dijo Cam–. He asistido a muchas fiestas y esta se cuenta entre las mejores.

Dani se puso colorada.

–Gracias. Tengo que ir a la cocina para asegurarme de que todo marcha a la perfección.

–No conozco a mucha gente aquí –confesó Becca cuando Dani se alejó.

–Yo sí.

–¿Te importaría presentarme a algunos? Estoy intentando expandir mi negocio.

–¿A qué te dedicas exactamente?

–Diseño interiores de hoteles y clubes nocturnos. Acabo de terminar un hotel nuevo en Maui.

–No parece que necesites expandir tu negocio –observó él.

–El día tiene muchas horas, y temo quedarme sin trabajo.

–¿Te ha pasado ya?

–Todavía no, pero es una posibilidad que no quiero que ocurra.

Cam sonrió.

–Me recuerdas a mí cuando inauguré el club.

–Al menos tú contabas con el dinero de tu herencia.

–Cierto, pero eso no hacía que el trabajo fuera más fácil. En todo momento era consciente de que tanto mi futuro como el de mis hermanos estaba en juego.

Becca torció levemente el gesto.

–No fue eso lo que pensé.

–Es lógico –dijo Cam. Conocía muy bien la imagen de vividores que daban sus hermanos y él.

–No me gusta sacar conclusiones sobre nadie, igual que no me gusta que lo hagan conmigo.

–A nadie le gusta. Bueno, dime, ¿a quién te gustaría conocer?

–La verdad es que no lo sé. He oído que Tristan Sabina estaba aquí. Es el copropietario de los clubes Seconds.

–¿Quieres que te presente a la competencia? –preguntó él en tono jocoso. Los clubes Seconds eran los principales rivales de los Kiwi Klub de Russell. Sus locales se repartían por los destinos turísticos más selectos, mientras que el Luna Azul se limitaba a un único local en Miami. A Cam le gustaría tener otro club algún día, pero de momento se conformaba con lo que estaban consiguiendo.

–¿Te importa? –le preguntó ella.

–No, no, claro que no. De hecho, conozco muy bien a Tristan –agarró a Becca por el brazo y tomó un sorbo de su Martini–. ¿Te apetece otra copa?

–No, gracias. Y gracias también por esto.

–¿Por qué?

–Por presentarme a Tristan. No tienes por qué hacerlo.

–Lo sé, pero quiero hacerlo –afirmó él, arrepentido por la oportunidad que había perdido con Becca dos años atrás. Aún no sabía si estaba preparado para tener algo serio con ella, pero al menos quería intentarlo.

Llevó a Becca hasta Tristan y su esposa, Sheri, e hizo las presentaciones pertinentes.

–Becca es diseñadora de interiores –explicó.

–Enchanté, mademoiselle –dijo Tristan.

–Es un placer conocerlo –respondió Becca–. Espero que no le importe, pero le pedí a Cam que nos presentara para poder darle mi tarjeta. He diseñado muchos clubes y hoteles.

–Claro que no me importa –respondió Tristan con un ligero acento francés, casi imperceptible–. Pero no puedo hablar de trabajo esta noche o Sheri me matará.

–Desde luego que lo haré –le aseguró su mujer–. Me prometió que esta noche me sacaría a divertirme y no voy a dejar que falte a su palabra. Trabajamos juntos y apenas tengo ocasión de estar con él sin hablar de trabajo o de familia.

–Lamento haber sacado el tema –se disculpó Becca.

–Oh, no te preocupes. ¿Cómo empezaste a montar tu propio negocio? Mi jefe es un ogro y estoy pensando en hacer lo mismo…

–No vas a dejarme solo en la oficina, Sheri –le advirtió su marido.

–¿Por qué no?

Tristan le susurró algo al oído que la hizo ponerse colorada. Se besaron y él la rodeó con un brazo. Cam no oyó lo que le había dicho, pero podía hacerse una idea.

Era la clase de intimidad que él deseaba. Se había acostumbrado a estar solo, pero desde que sus hermanos se comprometieron había ocasiones en las que aspiraba a algo más.

Miró a Becca y vio que también ella estaba observando a la pareja felizmente casada. Cam lo había echado todo a perder con ella cuando… ¿cuando qué? Solo habían tenido una aventura, y de las aventuras no nacía el amor de la noche a la mañana. Sabía cómo seducir y darle placer a una mujer, pero una vida en común era algo más que sexo.

Lo había aprendido por las malas.

La conversación durante la cena estuvo muy animada. Se habló de todo, desde política y economía hasta la última moda. Becca había temido no encajar entre aquellos multimillonarios y famosos, pero hasta el momento se las estaba arreglando muy bien.

Estaba sentada junto a Cam en una mesa para ocho. El resto de sillas las ocupaban Russell y la supermodelo que lo acompañaba aquella noche, Geoff Devonshire, un miembro de la familia real británica, y su nueva esposa, Amelia Munroe-Devonshire; junto a ellos se sentaban el director financiero de Russell, Marcus Willby, y su hija Penny.

Sorprendentemente, Cam no se había desentendido de ella, sino que se sentó a su lado y le presentó a tantos clientes potenciales como le fue posible. Becca se preguntó si estaría intentando compensarla por haberle roto el corazón.

Estaba sentada entre Russell y Cam, y la amistad entre los dos hombres resultaba evidente por las bromas y burlas que compartían. El ambiente era tan distendido que Becca llegó a bajar inconscientemente la guardia, al menos hasta que la conversación derivó al décimo aniversario de Luna Azul.

–¿Has invitado a Becca? –preguntó Russell.

–No –confesó Cam, girándose hacia ella–. ¿Te gustaría venir a la fiesta?

–Siempre sacas tiempo para divertirte –comentó Amelia con una sonrisa.

Cualquiera podría ver que Becca y Amelia vivían en mundos diferentes. Para alguien de la alta sociedad no suponía gran cosa asistir a una fiesta en Miami, pero para una madre soltera y trabajadora no resultaba tan fácil.

–Soy la dueña de mi propio negocio. Si me tomo muchos días libres no cobro –no iba permitir que la presionaran para hacer algo que no estaba segura de querer hacer. Pero sentía curiosidad–. Cuéntame más sobre esos planes para la fiesta.

Cam sonrió.

–Nate está ocupándose de los famosos, por lo que vamos a tener una sala llena de celebridades. Justin ha conseguido aliviar la tensión que existía con el vecindario, y vamos a combinar la fiesta con la colocación de la primera piedra de nuestro nuevo mercado. Ese es el proyecto del que quería hablar contigo.

–Será mejor que lo dejemos para luego –dijo ella. No quería hablar de trabajo en aquellos momentos.

–Por supuesto.

–Podemos darte algunos consejos para tu negocio, Becca –dijo Russell–. Así evitarías cometer los mismos fallos que tuve yo al comienzo.

–¿Russell cometiendo errores? Me cuesta creerlo –comentó Amelia Munroe-Devonshire. Hubo un tiempo en el que la precedía su mala fama como heredera de la cadena hotelera Munroe. Pero entonces se casó con Geoff Devonshire y pasó a estar en el candelero por sus obras humanitarias en vez de por sus escándalos amorosos.

–He cometido más errores de los que me gustaría, Amelia. Pero, a diferencia de ti, conseguí que no ocuparan todos los titulares.

–Touché! La verdad es que hoy en día es mucho más fácil que antes pasar desapercibido.

Becca le sonrió a la rica heredera. Era una mujer elegante y estilosa, pero también muy divertida y natural.

–Eso es porque controlo la situación –dijo Geoff, quien también pertenecía a la familia real.

–Te creo –aseveró Cam–. Y, naturalmente, los dos estáis invitados a la celebración del aniversario en Miami.

–Tenemos que ir a Berna para la entrega de un premio a la madre del hermano de Geoff –respondió Amelia.

–Seguro que estáis muy orgullosos de ella –dijo Becca. Todo el mundo sabía que Geoff y sus dos hermanos eran hijos del mismo padre pero de madres distintas. El escándalo que sacudió la sociedad de los setenta los había perseguido toda su vida, hasta que el asunto pareció olvidarse con la muerte de Malcolm Devonshire, acaecida el año anterior.

–Lo estamos –corroboró Geoff–. Steven nos pidió que asistiéramos al acto, y no podemos decirle que no a la familia.

–No, no podéis –dijo Cam–. A la familia siempre hay que apoyarla. Por eso he venido a ver a mi hermano Justin. Está ayudando a su novia a preparar el traslado a Miami, donde tenemos el club.

Geoff se echó a reír.

–Haces lo que sea cuando se trata de la familia.

La familia… Becca rara vez pensaba en la suya. Su padre se marchó cuando ella tenía dos años y su madre murió de cáncer de mama cuando Becca estaba en la universidad. Llevaba sola tanto tiempo que hasta ese momento no se le ocurrió que le estaba arrebatando algo muy preciado a Ty, su hijo de dieciocho meses.

Ty tenía más familia aparte de ella. Tenía un padre y muchos tíos que seguramente quisieran conocerlo.

O quizá no. Si de algo estaba segura era de que Cam nunca había querido que ella fuese la madre de su hijo.

Tampoco había sido la intención de Becca.

La conversación derivó a temas más personales y finalmente Russell se levantó para presentar a Amelia. Becca no se veía capaz de permanecer sentada ni un minuto más. Ansiaba escapar de allí y volver a su casa en Garden City para abrazar a su pequeño.

Esperó a que las luces se atenuaran para agarrar el bolso, pero se le cayó al suelo y llamó la atención de Cam.

–¿Estás bien?

–Sí. Pero necesito salir un momento.

Cam recogió el bolso del suelo y se lo ofreció. Ella sacó el móvil y vio que tenía una llamada perdida de Jasper, la canguro.

–Tengo que irme –dijo. Se levantó y sorteó las mesas hasta llegar al vestíbulo del club. Estaba abarrotado de gente y le costó un poco encontrar un rincón tranquilo para llamar a Jasper.

–Siento molestarte –se disculpó la canguro al responder al teléfono–. Burt se ha puesto enfermo y he tenido que traerme a Ty a casa. Quería que lo supieras antes de que volvieras.

Burt era el perro de Jasper. Un bulldog inglés de doce años.

–No pasa nada. Gracias por avisarme. Me pasaré a recogerlo dentro de un rato.

–Puedo llevártelo a casa si me avisas quince minutos antes.

–Lo haré.

Se dispuso a volver al comedor, pero al girarse se encontró con Cam.

–¿Todo bien? –le preguntó él.

–No hay ningún problema –respondió ella.

–Estupendo. Han abierto el salón de baile.

–¿Y?

–Me gustaría bailar contigo, Becca. Nunca lo hicimos, y ha pasado mucho tiempo desde que te tuve entre mis brazos.

Capítulo Dos

Poco después Becca se encontraba apretada contra Cam en la pista de baile. Olía extraordinariamente bien y ella tuvo que refrenarse para no apoyar la cabeza en su pecho. Hacía mucho que nadie la abrazaba, y la soledad en que había vivido los dos últimos años la había convencido de que no necesitaba a ningún hombre. Pero estar allí con Cam, meciéndose al ritmo de Love Is a Losing Game, de Amy Winehouse…

–Bailas muy bien –le dijo a Cam.

–Mi madre insistió en que aprendiera a bailar. No se metía mucho en las vidas de sus hijos, pero se aseguró de que nos hiciéramos unos auténticos caballeros.

–¿Qué es lo que hace un auténtico caballero?

–Sabe cómo hablarle a una mujer y cómo cortejarla.

–¿Cortejar? ¿Eso es lo que estás haciendo conmigo? –no había tenido ocasión de conocer al verdadero Cam Stern cuando tuvieron su aventura, pero sabía que no era amor verdadero lo que había sentido por él. Tan solo había sido una intimidad basada en el sexo y en la oscuridad de la noche. Nunca había bailado con él ni lo había visto fuera del hotel.

–Sí –le confirmó él mientras la giraba consigo. La pista de baile estaba llena, pero Becca se sentía como si fueran las dos únicas personas en la sala. Los ojos de Cam eran tan penetrantes que parecían traspasarla hasta el secreto que guardaba en lo más profundo de su alma.

Debería marcharse. Por muy romántica que fuera la noche no podía olvidar la clase de hombre que era Cam. No estaba interesado en comprometerse con nadie ni en formar una familia. Y ella ya tenía un hijo…