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En astrofísica, se llama "materia oscura" a una materia que los instrumentos no pueden detectar, y cuya existencia se deduce de sus efectos gravitatorios. La composición de la materia oscura nos resulta desconocida, pero no así su propiedad más notable, que es la de aglutinar la materia visible. De un modo análogo, el lenguaje está habitado por un elemento que le es extraño "la pulsión inconsciente", y que le proporciona una cohesión tensa, dinámica, donde el sentido y el sinsentido, lejos de excluirse, se mezclan para producir el efecto de la significación. En la tradición del surrealismo, este libro de Ángel Zapata propone un modo de escritura que se concibe como inscripción de lo pulsional. Una escritura fragmentaria, exploratoria, múltiple, en la que los géneros y la narratividad misma se disuelven. Y que atestigua así la conmoción de una época donde la posibilidad del significado está siendo anulada por la destrucción de toda forma de normatividad y límite a manos del capitalismo, y la vuelta a la ley del más fuerte como expresión (abyecta) del vínculo social.
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Ángel Zapata
Ángel Zapata, Materia oscura
Primera edición digital: mayo de 2016
ISBN epub: 978-84-8393-501-9
© Ángel Zapata, 2015
© De la ilustración de cubierta: Roberto Carrillo, 2015
© De esta portada, maqueta y edición: Editorial Páginas de Espuma, S. L., 2016
Voces / Literatura 219
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Editorial Páginas de Espuma
Madera 3, 1.º izquierda
28004 Madrid
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Para Eugenio Castro, del Grupo Surrealista de Madrid
Para Rodrigo López, Ana Sigüenza y José Manuel Rubín,
de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT)
En el lenguaje auténtico la palabra tiene una función que consiste no en representar sino en destruir. Hace que las cosas se desvanezcan. Produce la ausencia del objeto: lo anula.
PaulValéry
Cosmogonía
En el momento de crear el mundo Dios era una liebre, no todo tiene explicación, era una liebre, punto; de manera que cuando Dios dijo «hágase la luz» lo dijo con una boca pequeñísima, una boca ridícula, de liebre, y la luz se hizo, es verdad, pero se hizo igual que la vemos ahora: una luz triste y medio paralítica, una birria de luz, y yo (que de algún modo estaba allí con Dios, estaba en parte, si no recuerdo mal) le dije en confianza:
–¿A ti te parece que esto es una luz: una luz de las buenas?
No medí las palabras, lo reconozco. Pude ser mucho más diplomático. Porque el caso es que Dios se me quedó mirando con aire de condescendencia. Y entonces yo, en vez de plegar velas, me crecí:
–Te voy a ser sincero –le dije–: una luz como la que has creado puedes metértela donde te quepa. No te ofendas. Pero puedes metértela donde te quepa, de verdad.
Las liebres no tienen aguante, ahora lo sé. A una liebretú no le puedes decir las cosas a la cara, y si esa liebre encima es Dios, ni hablemos. ¿Hay un solo Dios? Sí, hay un solo Dios, pero en el momento de crear el mundo era una liebre. La idea misma de crear el mundo solo pudo ocurrírsele a una liebre, apesta a idea de liebre; y por eso cuando yo le dije que aquella luz color mierda de liebre que había creado podía metérsela en mal sitio, no es solo ya que no me hiciera caso literalmente (con eso no contaba), sino que se agarró un rebote de tres pares. ¿Qué hizo entonces?
Pues crear todo lo demás. De golpe. Nada de «ensietedías».Eso es mentira. Dios creó el mundo en un pispásporqueno es capaz de encajar una crítica. Y lo hizocabreadísimo, ya digo. Creó las estrellas, separó las aguas, creó a mala leche a José Feliciano, creó el nadir, el orto, creó un diccionario de bolsillo para buscar «Nadir» y «Orto», creó los animales que pueblan el mar, los mejillones y toda esa inmundicia, y en medio de aquella catástrofe yo seguía allí, de pie junto a la liebre, y sin dar crédito a lo que estaba viendo:
–¡Joder, joder, joder…! –decía yo desesperado, a cada nuevo acto de creación.
Y Dios venga a crear, como un poseso, no sé siconvencido de lo que hacía, o por el gusto de humillarme. Porque lo cierto es que se despachó. Creó hasta hartarse. Lo último que creó fueron los santos (los creó directamente sobre sus peanas y sus hornacinas), y ya al final-final, por este orden: el queso de tetilla, el ñu azul, los protones y los antiprotones.
Cuando hubo terminado –dice la Biblia–, Dios se volvióhacia su creación y vio que era buena. Eso dice la Biblia. Queera buena. ¡No te jode! Y supongo que lo dice en serio, pero yo me pregunto todavía para quién era buena la creación de Dios. ¿Para unos pocos? ¿Para los de siempre? ¿Quizá para las liebres como Él? Una liebre no tiene aspiraciones, eso está claro. Una liebre es feliz con que no la preparen al ajillo. «Liebre» y «feliz» son palabras sinónimas o casi. Un día sales al campo con un amigo –a buscar setas, por ejemplo–, y muy mal tienen que ir las cosas para que en un momento de la excursión el amigo no diga de pronto:
–¡Ahí va una liebre! ¿La has visto? ¡Qué feliz iba, la muy ladina!
–¡Lástima no tener una escopeta! –le dices tú al amigo para seguirle la corriente.
Y lo mismo sería aplicable a Dios, en el momento decrear el mundo. Me da igual lo que diga la Biblia. Lacreación es monstruosa. El mundo es lúgubre. El mundo es triste de cojones. Yo seguía aún al lado de la liebre –ya lo he dicho–, todavía inmóviles los dos, aunque la situación no era la misma. No era ni parecida. En absoluto. Hasta un momento antes, la liebre creaba con el pensamiento, creaba con el logos espermático y con el ojo pineal; encima denosotros crecían colonias de madréporas y por debajo –unpoco apiñadas– jugaban a las cartas las doce tribus deIsrael, imagino que por matar el rato. En cambio ahora, una vez creado todo o casi todo, arriba y abajo se habían vuelto conceptos muy relativos, y esta idea de relatividad se extendía a la aguja de los metrónomos, a la cal viva, a la pelusa del melocotón, a la deriva del continente antártico... Y se extendía, además, a una velocidad vertiginosa:
–¡La relatividad de todo es pan comido! –dijeron losprimeros gilipollas, que desde hacía unos minutos yapululaban por allí.
Yo les di la razón como a los locos («que sí, que vale»). Y como a esas alturas empezaba a aburrirme, dije adiós a la liebre con la mano («sin rencores», pensé para mí), paré un taxi, y me volví a mi casa.
Me fui sin más, acabo de decirlo.
Y me fui porque sí. Porque la fiesta estaba decayendo, y a mí ese punto me deprime siempre. ¿Me dejo algo en el tintero? No lo sé: cabos sueltos si acaso. Hay una extraña variedad de junco, en el lago Ontario, que al envolverle la raíz en fieltro es capaz de imitar la voz humana. Esto no dice nada (ni a favor ni en contra) de lo que acabo de contar. Pero me deja pensativo. Y muy especialmente en lo que se refiere a la expresión «la voz humana».
Pensativo. Eso es todo.