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Estar fuera de la circulación no era el fin del mundo... pero era un gran problema si aspiraba a escribir una columna sobre sexo. Beth Samuels no solía dejarse llevar por sus instintos, así que iba a necesitar mucha práctica si quería que sus artículos vibraran de pasión. Y no pudo empezar mejor, pues conoció a AJ, un hombre increíblemente guapo que despertó en ella sus más ocultos anhelos.
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Seitenzahl: 269
Veröffentlichungsjahr: 2023
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos 8B
Planta 18
28036 Madrid
© 2004 Daphne Atkeson
© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Mentiras y sexo, ELIT 370 - febrero 2023
Título original: Very Truly Sexy
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788411416061
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Si te ha gustado este libro…
—Muy bien, Sara, descríbeme la primera vez que intimaste con Rick, detalladamente, por favor. Hasta el último gemido es importante.
Beth Samuels se colocó la libreta en el regazo, presionó el botón de la grabadora y se reclinó en su asiento dispuesta a escuchar. Uno de sus perros, Spud, tan relajado como Beth nerviosa, se movió a su lado, intentando acomodarse para echar una cabezada.
—¿Has dicho la primera vez que intimamos? —bromeó Sara—. Supongo que te refieres a la primera vez que nos acostamos. Beth, si piensas escribir sobre sexo, tendrás que decirlo así —Sara hundió una galleta en la crema que Beth había añadido a la fuente de galletas.
—Me estoy acostumbrando, ¿vale? He dicho gemido, ¿qué más quieres?
—Algo más, cariño.
Beth apagó la grabadora, desconcertada por el desafío al que se estaba enfrentando. Había pasado de escribir una columna sobre la vida nocturna en la ciudad a convertirse en la responsable de una columna de sexo prácticamente de la noche a la mañana. Bueno, de un número a otro, mejor dicho. Beth no tenía demasiada experiencia en el sexo y, mucho menos, en escribir sobre él. Y allí era donde su hipersexual amiga Sara podía intervenir; en el caso de que realmente se decidiera a colaborar.
—Saldrá bien, no te preocupes —dijo Beth con firmeza.
No iba a decepcionar a sus lectoras. Ella cuidaba su columna, a la que titulaba En la ciudad. En ella, firmando como Em Samuels, informaba sobre todo tipo de acontecimientos sociales, analizando cada detalle con toda la frescura y el ingenio de los que era capaz. Aquella columna era su ventana al mundo y la hacía sentirse valiosa y viva. El dinero le importaba también, pero no tanto como disfrutar de su trabajo.
—Entonces, háblame de Rick y de esa primera vez —dijo, cambiando de postura y haciendo gemir a Spud en medio de su sueño—. ¿Ocurrió en vuestra primera cita? ¿Lo sugirió él o lo sugeriste tú? ¿Tuvisteis que forzar de alguna forma la situación o, sencillamente, sucedió?
—¿Quieres decir que si de pronto la ropa desapareció, aparecieron los preservativos y nuestros cuerpos se fundieron como por arte de magia? —Sara sonrió. Le había dicho a Beth en más de una ocasión que era demasiado soñadora—. El sexo no tiene por qué ser forzosamente bonito y delicado. La gente se mueve, tiembla, se tambalea. Las cremalleras suenan —continuó—, los preservativos vuelan sobre la cama. Los cuerpos sudan… Pero si tienes una buena predisposición, todo el mundo acaba pasándolo bien.
—A mí no me gustan esos aspectos tan sórdidos del sexo.
—Lo que a ti no te gustaba era el sexo con Blaine.
—Nuestras relaciones sexuales eran de lo más correctas.
—«Correcto» y «sexo» son dos palabras que no pueden aparecer en la misma frase.
Sara nunca había ocultado lo poco que le gustaba Blaine, aunque no había salido de su boca un solo «te lo advertí». Sara podía ser una mujer de ideas firmes, pero era también una amiga leal.
—Bethie, si de verdad quieres hacer este trabajo, tienes que buscar otra forma de acercarte. Menos encajes, menos limusinas y más «diez maneras de pasárselo bien en la cama»
—No voy a escribir para Cosmo —contestó desazonada—. Sigo escribiendo para la revista Phoenix Rising. Lo único que tengo que hacer es sazonar mi columna con un poco de sexo.
Aunque no era tan fácil como parecía. O tan fácil como el director, Will Connell, lo hacía parecer. Lo único que tenía que hacer era llevarse la libreta para apuntar lo que ocurría después de las fiestas a las que asistía, le había dicho para tranquilizarla, ¿cuál era el problema?
El problema era que, en el caso de Beth, no ocurría nada después de las fiestas, aunque eso no podía decírselo a Will. Probablemente tendría que llevarse a Sara con ella para descubrir nuevos bares, nuevos restaurantes e incluso algún hombre. Beth no había vuelto a salir con nadie desde que Blaine la había dejado, cerca de una año atrás. Quizá porque todavía estaba recuperándose. O, quizá, porque le parecía demasiado problemático salir con nadie.
Sara intentaba animarla a salir de vez en cuando, pero Beth prefería quedarse en casa con sus mascotas, viendo cualquier película de Doris Day y Rock Hudson.
Pero Phoenix Rising estaba a punto de ser absorbida por un grupo editorial y Will estaba intentando salvar todas las secciones, columnas y puestos de trabajo que podía, incluido el de Beth.
—Así que elige a un tipo y escribe sobre vuestra primera vez —le recomendó Sara, dividiendo una galleta en dos para arrastrar su cremoso contenido con los dientes.
—Yo no soy así —contestó Beth con aire ausente mientras acariciaba un cojín de seda con la mano.
—Quizá no lo sea la dulce y tímida Beth, pero estoy segura de que podría serlo Em, la gran cosmopolita.
—Creo que tengo más que suficiente con mi experta en sexo, que eres tú. Así que ayúdame a pasar esta mala racha, Sara.
—¿De verdad crees que en algún momento las cosas van a mejorar?
—Por lo menos lo espero.
«Estamos en el mundo de la telerrealidad, Em», le había dicho Will, «los lectores están aburridos de sus propias vidas, así que cualquier otra cosa los fascina». Y al parecer, no había nada más fascinante que el sexo. Beth suspiró.
—De acuerdo —concedió Sara, obviamente consciente de su pesimismo—. Sigo pensando que necesitas tener una aventura, pero, si eso puede ayudarte, te hablaré de cómo fue la primera vez con Rick.
—Empezando por los momentos más interesantes, por favor —Boomer, su san bernardo, alzó la barbilla del suelo, como si estuviera interesado en la conversación, y Ditzy, un caniche, saltó al regazo de Sara.
—¿Qué pasa? ¿Esta es la hora en la que les cuentas el cuento a tus mascotas? —preguntó Sara. Miró hacia la puerta de la cocina—. Hasta tus gatos están escuchando.
Beth miró hacia sus gatos, Frick y Frack, que miraban atentos a Sara desde la cocina.
—Por lo menos tápale las orejas a Ditzy, creo que todavía es virgen.
—Escucha y aprende —le dijo Sara a la perrita que se acurrucaba en su regazo; después, desvió su atención hacia Beth—. De acuerdo, lo más importante. En primer lugar, Rick tiene una lengua sorprendente. Comenzó a acariciarme la oreja y después fue descendiendo hasta llegar a donde realmente importa y, créeme, la sensación fue tan intensa que pensé que estaba saliéndome de mi propio cuerpo.
Beth tragó saliva.
—Vaya, es realmente impresionante —las orejas le ardían y se sentía extraña escuchando algo tan íntimo, pero tenía que hacerlo.
—¿Impresionante? Fue enloquecedor, grandioso. Después, en cuanto dejé de hiperventilar, le devolví el favor, haciéndole uno de mis mejores trabajos.
Beth continuaba tomando notas mientras Sara describía en qué consistía su mejor trabajo. Se sentía incómoda por la forma en la que estaba comenzando a sentirse. Se sentía como si fuera un merengue bajo una llama tenue, tostándose por fuera y derritiéndose por dentro.
Poco tiempo después, Sara terminó de describir su segundo orgasmo y se interrumpió para tomar aire. Ambas bebieron grandes sorbos de refresco de naranja.
—Magníficos detalles, Sara —le dijo Beth—. Pero ahora, déjame hacerte algunas preguntas más generales. ¿Siempre llevas preservativos en el bolso por si acaso el hombre con el que vas a salir no va preparado?
—Desde luego, todos somos responsables de disfrutar de un sexo seguro.
—¿Pero no te parece demasiado calculador? Si llevas preservativos, es que estás calculando de antemano que terminarás acostándote con alguien. ¿Eso no le resta un poco de emoción?
—No. El hecho de tener un extintor no significa que estés planeando incendiar la cocina. Es solo una medida de precaución. Hay que estar siempre preparada.
—Supongo que tiene sentido, sí. La próxima pregunta es: ¿qué te hace decidirte a acostarte con un hombre?
—Un montón de cosas. Que me haga reír, que baile bien, que sea guapo, o que parezca dulce. Con Rick fue su temperatura corporal. Era un hombre tan caliente que sabía que tenía que ser muy sensual en la cama.
—¿Te acostaste con él por su temperatura corporal?
Sara se encogió de hombros.
—Estamos hablando de sexo, Beth, no estamos buscando el sentido de la vida.
—Para mí nunca ha sido tan fácil.
—Eso es porque te dejas dominar por la angustia y no dejas que las cosas, sencillamente, sucedan.
—Conmigo los hombres no reaccionan de la misma forma que contigo.
—Si te pusieras algo más sensual que una sudadera, te soltaras el pelo y no parecieras siempre tan seria, tendrías más suerte.
—O sea, si fuera una persona diferente. Intentaré ser cómo tú durante algún tiempo. Además, he estado leyendo algunos libros.
—¿Has estado leyendo libros sobre sexo? Caramba, Beth.
—¿Qué quieres que te diga? Así soy yo.
—Te subestimas. Tú eres una persona muy sensual, Beth. Mírate con ese pijama de seda.
Beth acarició la tela sedosa que cubría sus piernas.
—¿Y?
—Mira a tu alrededor, observa la riqueza de los colores y las texturas con los que has decorado tu salón —Sara señaló a su alrededor—. Además, basta con ver esas paredes cubiertas de CDs para saber que te encanta la música. Tienes velas aromáticas por toda la casa y flores frescas en cada habitación. Y mira la merienda que has preparado, no solo has preparado un refresco maravilloso, en vez de ofrecerme algún refresco artificial bajo en calorías, sino que además les has añadido crema a las galletas, dándoles un sabor cercano al nirvana. Tienes todos los sentidos alerta: la vista, el tacto, el olor, el sabor, el oído. Por supuesto, con el sexo se agudizan todavía más. Y tu problema es que últimamente lo has estado descuidando.
—Sí, supongo que sí.
—Lo único que necesitas es un hombre que abra la espita de toda esa sensualidad y ¡zas!, estarás tan caliente como tu propia columna.
—Créeme, si aparece en algún momento ese hombre mítico, tú serás la primera en saberlo. De momento, volvamos a la lengua mágica de Rick. ¿Tú dirías que el secreto reside en el calor y la humedad de su lengua o en la intensidad de la presión?
—Dios mío, Beth, realmente, necesitas un hombre.
A la mañana siguiente, Beth regresaba corriendo a casa con los perros, ansiosa por comenzar a escribir su columna. Sara tenía razón al decir que su columna sería más fuerte si estuviera basada en sus propias experiencias, y sería agradable conocer a alguien que conociera técnicas tan sabrosas con las de Rick, ¿pero qué oportunidades tenía de que eso ocurriera en un corto espacio de tiempo? Con Blaine no había ido mucho más allá de los besos… Pero se habían divertido juntos, se recordó a sí misma. No quería estropear sus buenos recuerdos. Blaine la había llevado a conocer nuevos restaurantes, bares y discotecas. Habían mantenido conversaciones entretenidas y Blaine apreciaba las caricias que compartían cuando estaban juntos. Parecían dos personas perfectamente compatibles.
Hasta que Blaine se había marchado, llevándose con él toda su confianza.
Ah, y sus ahorros. Pero Beth intentaba no pensar en ello. Le resultaba demasiado humillante.
En el interior de la casa, los perros fueron a sacar sus juguetes favoritos de un cesto en el que Beth les guardaba todas sus cosas. Beth les tiró unos cuantos juguetes y miró a su alrededor, pensando en lo que Sara había dicho sobre el cuarto de estar.
Ella solo pretendía crear un lugar agradable para sí misma y para sus mascotas, pero, si pensaba en ello, tenía que reconocer que aquel lugar era un festín para los sentidos. Y además, había conseguido hacerlo con poquísimo dinero.
Respiró profundamente, disfrutando de la fragancia de las gardenias, los hibiscos y las madreselvas que había distribuido en diferentes jarrones por el cuarto de estar y la cocina. Todas aquellas flores procedían de su jardín y tanto su fragancia como su aroma la hacían sentirse bien. Sacó una de las flores y acarició sus pétalos con la mejilla, estremeciéndose ante aquel delicioso cosquilleo. Sí, quizá fuera una mujer sensual, después de todo.
De lo que estaba segura era de que ninguno de los hombres con los que había salido había despertado aquella faceta en ella. No se había acostado con muchos hombres en sus veintisiete años de vida; solo con tres, contando a Blaine. Eran intelectualmente compatibles con ella, algo que siempre le había parecido más importante que el sexo. Aunque quizá estuviera equivocada.
Quizá tuviera que explorar la diferencia entre sensualidad y sexualidad en su columna. Columna en la que tenía que empezar a trabajar. Inmediatamente.
Encendió la lámpara que tenía sobre el escritorio, conectó una cascada en miniatura que caía sobre tres capas de cantos rodados metidos en un recipiente de cristal glaseado, encendió dos velas con olor a menta y, tras hacer algunos estiramientos de yoga, se sentó.
Después de tres respiraciones lentas, inclinó la lámpara para asegurarse de que la luz no le cansara los ojos y encendió el ordenador.
Las mascotas ocuparon inmediatamente sus puestos. Spud se colocó a sus pies, Boomer se tumbó a su izquierda y Ditzy se acurrucó en su regazo mientras mordisqueaba uno de sus juguetes.
Beth tomó aire, lo soltó, posó los dedos sobre el teclado y comenzó su aventura.
Vuestra reportera de En la ciudad, que os ha transmitido fielmente todo lo ocurrido en los últimos bailes, cenas y fiestas de la ciudad, a partir de ahora tendrá que prestar atención a lo que ocurre tras dichas veladas. Al fin y al cabo, mientras mi cita de esta noche y yo estamos saboreando un delicioso cabernet, nos preguntamos qué haremos después de la sesión de jazz en The Phoenician y de la crême brûlée. ¿Llegaremos a intimar?
No era un mal principio, decidió, tras leerlo otra vez. ¿Podría convertirse en Sara mientras escribía el resto de la columna? ¿Sería capaz de acostarse con su amante imaginario en el caso de que el tipo en cuestión la hiciera reír, supiera bailar, oliera bien o, diablos, llevara una corbata que le gustara?
Esa no era la forma de actuar de Beth. Ella no disfrutaba del sexo hasta que la relación le parecía suficientemente sólida y se sentía lo bastante cómoda con la otra persona como para minimizar la torpeza de la primera vez.
Y hacía todo lo posible para que aquella primera vez fuera algo especial: una iluminación perfecta, música seductora, velas aromáticas de fragancias eróticas, una indumentaria sexy, vino al lado de la cama y un aperitivo esperando en la nevera para después del sexo.
En su anterior columna, hablaba a menudo de cómo un cambio de ambiente podía convertir cualquier cosa, hasta el tomar una simple taza de café, en una celebración. Su columna elevaba lo ordinario a las alturas de lo extraordinario. Y quería hacer algo parecido con el sexo.
A Sara, por su parte, no le preocupaba en absoluto la elegancia. Ella disfrutaba del sexo tal como llegaba, por así decirlo. ¿Pero el sexo no podía ser algo poético y ardiente?
Beth miró hacia el calendario. Tenía solamente una semana para escribir, revisar y terminar aquella columna. Muy poco tiempo. A ella le gustaba dejar reposar sus artículos algunos días antes de pulirlos y enviárselos a Will. Su mirada voló desde el calendario hacia las cartas que le habían enviado sus admiradoras y que tenía clavadas sobre un tablero de corcho. Sonriendo, las tomó y leyó las frases que había subrayado en cada una de ellas.
Señorita Em: sus palabras me permiten visualizar todo lo que describe, decía la primera. Gracias por la recomendación, Em, nuestro aniversario ha sido más romántico que nunca, continuaba diciendo la segunda. Y la tercera, realmente la conmovía: Oh, Em. Samuels, ¿qué haríamos sin ti?
Sus lectoras contaban con ella. No podía defraudarlas.
Pero cuando sonó el teléfono, agradeció la interrupción.
—¿Diga? —preguntó alegremente, y su madre le contestó con idéntica alegría.
Beth se reclinó en la silla, sabiendo que la conversación se alargaría. Su madre siempre la llamaba en busca de apoyo y consejo, un hábito que había comenzado cuando, veinte años atrás, el padre de Beth los había abandonado.
Tardó algunos minutos en comprenderlo, pero al final Beth llegó a la conclusión de que el aparato de aire acondicionado de su madre se había roto. En Phoenix, el aire acondicionado era algo fundamental incluso en abril. Su hermano Timmy, que vivía con su madre, lo había arreglado antes de ir al trabajo, pero poco después, había dejado de funcionar.
El casero, George Nichols, insistía en sustituirlo por uno que tenía en otro de sus pisos, pero su madre no quería. El alquiler era bajo porque dejaba estipulado que ellos se harían cargo de las reparaciones, y a Timmy se le daban bien. El ofrecerles otro aparato se parecía demasiado a un favor, dijo su madre, y, evidentemente lo era. A George parecía gustarle su madre.
Algo que su madre prefería ignorar. Había salido con muy pocos hombres durante los veinte años que habían pasado desde que el padre de Beth los había dejado. George era un buen hombre, atractivo, inteligente, amable. Se había retirado de la empresa especializada en alta tecnología en la que trabajaba y se ocupaba de sus propiedades para mantenerse ocupado.
Aquel día, Beth deseó que su madre aceptara el aparato de aire acondicionado que le ofrecía aquel hombre, fuera un favor o no. Necesitaban reducir sus gastos todo lo posible. El trabajo de Beth como especialista en escritura técnica le servía para cubrir sus propios gastos, pero con la columna, sufragaba los de su madre y los de su hermano. Razón de más para escribir una columna sobre sexo.
Convenció a su madre de que aceptara el aparato que George le ofrecía, sin comentarle nada sobre la columna porque no quería preocuparla y, antes de colgar el teléfono, aceptó ir a cenar a su casa.
Mientras clavaba la mirada en la pantalla del ordenador, pensó en algo que su madre había mencionado: el último invento de Timmy. «Necesita un inversor, Bethie, si se te ocurre algo…». A Beth se le tensó el estómago al pensar en ello. En el pasado, le habría ofrecido sus propios ahorros, pero ya no tenía ningún dinero ahorrado. Blaine se lo había quitado. ¿Cómo podía haberse equivocado tanto con aquel hombre?
Habían estado saliendo durante casi un año, pasaban la mayor parte del tiempo juntos y Blaine se había comportado en todo momento como si estuviera dispuesto a hacer cualquier cosa por ella. La verdad era que Beth se encontraba un poco incómoda en aquella relación, porque ella no estaba tan enamorada de él como él parecía estarlo de ella.
Pero cuando Blaine había desaparecido, se había quedado absolutamente desconcertada. Hasta entonces, pensaba que podía confiar en su intuición. Fundamentalmente optimista, esperaba lo mejor de todo el mundo y, normalmente, se lo ofrecían. Sí, hacia el final de su relación, Blaine se había mostrado más distante y estaba singularmente preocupado por sus negocios. Había mencionado algunas dificultades en su compañía y su entusiasmo por el durante mucho tiempo proyectado viaje al Caribe parecía haber decaído, pero Beth no había dudado en ningún momento de que la quería y deseaba estar a su lado.
Quizá sus propios sentimientos le habían impedido ver lo que realmente estaba ocurriendo. Porque, delante de sus propias narices, Blaine había falsificado su firma en un cheque y había sacado veinte mil dólares de su cuenta de ahorros, dejándole apenas doscientos.
Aquella experiencia había destrozado su confianza en los demás y, estaba segura, pasaría mucho tiempo antes de que fuera capaz de volver a confiar en un hombre.
No quería volver a arriesgarse.
Intentando concentrarse de nuevo en la columna, Beth se puso la cinta con las palabras de Sara, cerró los ojos e imaginó a su amiga, tan cómoda con su propio cuerpo y con su sexualidad.
Cuatro horas más tarde, tenía redactado un borrador con suficientes detalles como para resultar creíble y lo bastante refinado como para ser publicado. Complacida con el resultado, decidió enviarle una copia a Sara y, estaba a punto de enviarle otra a Will para asegurarse de que iba por el camino acertado, cuando sonó el teléfono.
—Dime que todavía no has presentado este artículo.
—Estoy a punto de hacerlo, ¿por qué?
—Lo siento, Beth, pero no puedes utilizarlo.
—¿Qué?
Sara bajó la voz.
—Sé que suena ridículo, pero Rick cree que es demasiado personal.
—Estás de broma. Es imposible que nadie sepa que estoy hablando de vosotros.
—Pero nosotros lo sabemos y eso es suficiente, o por lo menos eso es lo que dice él.
—Bromeas.
—Me encantaría. Personalmente, me parece que es bastante tórrido. Imagínate, Rick quiere que volvamos a salir.
—Pero tú no quieres relaciones exclusivas… —esa era la filosofía de Sara hacia los hombres.
—Lo sé, lo sé. Pero este es tan mono, tan sentimental…
—Me alegro por ti, Sara, y espero que la cosa funcione —suspiró, intentando no pensar en la columna que acababa de perder.
—Siento mucho hacerte esto, Beth —dijo Sara, como si le hubiera leído el pensamiento—. ¿No podrías cambiar un poco la columna? ¿Ahorrarte los detalles?
—La magia está en los detalles… Déjame ver —abrió el archivo y releyó la columna. Si quitaba los detalles, se quedaba con solo dos párrafos—. Si quito todo lo relativo a vosotros, me quedo prácticamente sin nada. Y solo tengo una semana para arreglarlo.
—Ya sabes cuál es la respuesta: búscate un hombre.
—No puedo creer que me estés haciendo esto.
—Puedes hacerlo, Beth. Ponte algo ceñido y muéstrate amable.
—Supongo que tendré que inventarme toda la columna —suspiró—. Quizá añada algunas estadísticas sobre los juegos eróticos que más le gustan a la gente o algo así.
—¿Estadísticas? Vamos, piensa en la magnífica columna que podrías llegar a hacer. Vamos, inténtalo.
—No, esas cosas no están hechas para mí —en lo que a hombres se refería, Beth estaba tan lejos de la fría y sofisticada Em como una virgen de una prostituta.
Colgó el teléfono y miró la pantalla del ordenador. El cursor palpitaba como su propio corazón. Se imaginó a sí misma poniéndose algo ceñido, metiéndose en un bar y conectando todas sus antenas. No, de ningún modo. Ni en un millón de años haría nada parecido.
—Esa no es una columna para mi revista, Beth —le dijo Will mientras revisaba su escrito. Le había pedido una reunión en su despacho, algo que nunca era buena señal—. Es demasiado inexpresiva, como una especie de libro de recetas. ¿Dónde está la energía? Diablos, tu descripción del vino es más ardiente que la que haces del dormitorio.
—Tuve que cambiarlo todo en el último momento, pero puedo hacerlo mejor —aunque ella tenía experiencia en narrar situaciones reales, no era así en escribir ficción.
Will tomó una de las muchas revistas que tenía sobre el escritorio, Man’s Man, leyó Beth. La abrió en una página, la señaló y giró la revista hacia ella.
—Eso es lo que queremos, nuestra propia versión de lo que escribe Z. en Man’s Man.
—Esa es una revista para hombres —replicó Beth—, y Phoenix Rising es leída sobre todo por mujeres —intentó devolvérsela.
—Quédatela. A lo mejor te sirve de inspiración. Dame algo con lo que pueda trabajar, Em. Estamos perdiendo lectores por todas partes. Y a las mujeres también les gusta leer sobre sexo.
Beth se fijó en las profundas arrugas de preocupación que ensombrecían el ceño de Will y en el sudor que empapaba su camisa. Las cosas iban peor de lo que le estaba diciendo.
—¿Qué es lo que me estás ocultando?
Will suspiró.
—La cuestión es que el vicepresidente de Man’s Man vendrá la semana que viene para hablar de los cambios que tenemos que hacer en la revista. Quieren reorganizarlo todo. El lema de Man’s Man es «excitación, fuego y emoción». Yo quiero conservar tu columna, pero habrá que presentar algo. Tienes que deslumbrarme, y también a él.
—Haré todo lo que pueda —contestó Beth, sintiendo cómo se acumulaba la tensión en su estómago.
—Pues claro que lo harás. Puedes hacerlo. Sencillamente quiero algo, no sé… más vivo, más fresco, más real.
¿Vivo, fresco, real? Muy bien. Con el corazón en un puño, Beth leyó la columna de Man’s Man mientras salía del edificio. Allí solo había sexo, sexo y más sexo. Nada de calor. Ninguna sensibilidad.
Aquello era malísimo. Grosero. Un montón de tonterías falocéntricas. Y, por mucho que fuera eso lo que los lectores de Man’s Man buscaban, estaba muy lejos de ser lo que las lectoras de Phoenix Rising necesitaban.
Pero ella podía hacerlo mucho mejor. Tenía que hacerlo. Y no podía conformarse con un artículo de ficción. De esa forma no podría hacer algo vivo, fresco, real. Solo había una manera de hacer lo que necesitaba.
En la acera del edificio, se colocó la revista bajo el brazo y sacó el teléfono móvil.
—¿Diga? —contestó Sara.
—Dime todo lo que necesito saber para atrapar a un hombre.
—¿De verdad?
—No, espera. Mejor todavía, consígueme una cita con un hombre. Quiero hablar con él, coquetear, llegar a conocerlo… todo eso. Oh, diablos, lo que tienes que hacer es ayudarme, Sara.
Adam Rafael Jarvis, AJ para los amigos y Rafe para el resto del mundo, entró en el vestíbulo del hotel. Su trabajo había terminado por aquel día. Y gracias a Dios. Se pasó la mano por el pelo, completamente agotado. Había sido todo lo amable que había podido con los empleados de Phoenix Rising, pero les había dado el baño de realidad que necesitaban.
Había hecho todo lo que había estado en su mano para minimizar el dolor. Habría cambios, aumentaría el número de comerciales y disminuiría el de redactores. Pero si todo el mundo seguía sus indicaciones, nadie perdería su trabajo.
Le había gustado trabajar con el director de la revista, Will Connell, un tipo con sentido común y un editor con experiencia. Aun así, la tensión que se respiraba en el ambiente lo había dejado agotado. La edad lo estaba ablandando. Solo tenía treinta y cinco años, pero últimamente se sentía viejo.
Necesitaba una copa, de modo que se dirigió al bar con intención de tomar un whisky que lo ayudara a aliviar las tensiones del día.
Se sentó al final de la barra, desde donde podía observar al resto de la clientela, una antigua costumbre, y pidió un whisky con hielo.
El bar estaba abarrotado por los asistentes a una convención; a los congresistas se los podía reconocer por la tarjeta plástica que llevaban en el pecho, y había también empleados de las oficinas de la zona, vestidos con traje y atraídos por los precios de la hora feliz, sin duda alguna. Había algunas mujeres sin pareja, advirtió, una cerca de la barra y otras en taburetes.
Hubo una mujer en particular que le llamó la atención. Vestida con un modelo azul ajustado, se movía hacia los asientos del bar con paso decidido, pero los tobillos ligeramente temblorosos, como si fuera una niña que le hubiera quitado los zapatos de tacón a su madre. Decidida, pero vacilante. Humm.
Unas curvas magníficas, senos firmes y el pelo peinado hacia atrás de una forma que parecía estar llamando a las caricias de un hombre, pero cuando pasó al lado de Rafe, este pudo ver que lo llevaba sujeto con un pasador con forma de gato.
¿Una mujer ardiente con corazón de niña? Interesante contradicción. Y magnífico trasero, advirtió mientras ella desaparecía de su vista.
Desvió su atención hacia un hombre que coqueteaba tímidamente con las tres mujeres que estaban en los taburetes. O bien estaba casado, o era su jefe. A Rafe le habría encantado estar suficientemente cerca como para escuchar y verificar su presentimiento. Sonrió para sí. Evidentemente, estaba aburrido.
Bebió la copa, agradeciendo el calor del alcohol. Le gustaba viajar, le gustaba visitar otras propiedades de Man’s Man, le gustaba dejar su propia huella en las revistas que compraban. Pero el resto de su trabajo estaba comenzando a ser demasiado previsible y estaba cansado de las fiestas benéficas, las reuniones y los informes sobre ingresos por publicidad.
Curiosamente, echaba de menos el verdadero periodismo. Había estado pensando mucho en los días pasados en el Miami Tribune, donde había dirigido una investigación sobre las empresas de servicios funerarios. Había revisado cientos de informes, interrogado a montones de burócratas reticentes a hablar y al final había ayudado a escribir una serie de artículos que habían derivado en un cambio en la legislación y a él le había valido una nominación al premio Pulitzer.
Su trabajo había sido recompensado, pero en aquella época no era consciente de lo mucho que eso significaba para él; entonces era un tipo inquieto. Un par de artículos más habían elevado su perfil y le habían ofrecido trabajar para Man’s Man escribiendo artículos de fondo. El salario era bueno y a él le gustaba la zona de Bahía. Poco tiempo después, había sido nombrado editor, un nuevo desafío, y, desde allí, había llegado a ser vicepresidente de la revista.
Y en aquel momento, se sentía atrapado. Había sido él el que había tomado sus propias decisiones, y el propietario de la revista contaba con él. Quizá fuera solo un período de inquietud que pronto pasaría.
Tendría que pasar un día más en Phoenix, durante el cual repasaría algunos detalles con Will y hablaría con otra de las periodistas, Em Samuels, columnista de la sección de ocio, que tenía que pasar ese mismo día por las oficinas.
No era una reunión que esperara con ganas. El trabajo de aquella mujer ejemplificaba lo que más le disgustaba a Rafe de aquella revista. Em Samuels escribía sobre comida, vinos y acontecimientos sociales, con un tono completamente pasado de moda, sobre todo teniendo en cuenta los lectores que buscaba la revista. Connell quería conservarla en la plantilla porque, según él, era una mujer de gran talento. Rafe estaba deseando ofrecerle una oportunidad, pero para ello tendría que olvidarse de su columna.
Esperaba que por lo menos no se le pusiera a llorar. Rafe odiaba hacer llorar a las mujeres. Y ese era el motivo por el que evitaba a cualquier mujer que insinuara interés en una relación seria.
Aunque la verdad era que últimamente las evitaba a todas. Bebió otro sorbo de whisky y, como no quería pensar en lo que eso podía significar, decidió concentrarse en los cambios que quería hacer en Phoenix Rising.
Hasta que Will encontrara a alguien que pudiera sustituir a Em Samuels, Rafe pondría a Zack Walker, uno de los redactores de Man’s Man, como columnista invitado.