Mía dolce Gina - Giselle Amorós - E-Book

Mía dolce Gina E-Book

Giselle Amorós

0,0

Beschreibung

Giuseppe es un italiano adulador y tremendamente irresistible, con más matrimonios fracasados que dedos tiene en la mano. El día que pone su mirada sobre Georgina, una mujer perfeccionista y poderosa, tras un pequeño desconcierto inicial, decide que será la definitiva, sin embargo, nada es fácil como uno quiere, y mucho menos como él desearía, pues Gina es de armas tomar y no podrá controlarla. Una empresa que rescatar, una manifestación loca y la bella Italia son el fondo perfecto de esta romántica, divertida y excitante historia. ¿Quieres saber qué ocurrirá? Déjame que te lo cuente en la tercera parte de Siempre es amor.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 393

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Mía dolce Gina

Los personajes, eventos y sucesos que aparecen en esta obra son ficticios, cualquier semejanza con personas vivas o desaparecidas es pura coincidencia.

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación, u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art.270 y siguientes del código penal).

Diríjase a CEDRO (Centro Español De Derechos Reprográficos) Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.

© de la fotografía del autor: Archivo de la autora

© Giselle Amorós 2021

© Editorial LxL 2021

www.editoriallxl.com

04240, Almería (España)

Primera edición: marzo 2021

Composición: Editorial LxL

ISBN: 978-84-18390-17-3

Mía

dolce

Gina

Giselle Amorós

Siempre es amor

Vol.3

Dedicar esta novela, teniendo un abanico tan amplio de personas a las que no quiero olvidar, es un tema muy difícil. Pero este año, por desgracia, me lo han puesto fácil.

Mi dedicatoria va directamente a todos y cada uno de esos profesionales que, con su generosidad e incluso con su vida, han cooperado para cuidar del prójimo. Gracias a todas esas profesiones que se han expuesto y nos han ayudado a llevar una vida mejor dentro de las posibilidades del momento.

Este maldito virus nos ha puesto la vida patas arriba, pero lograremos salir adelante, porque somos más fuertes de lo que jamás hubiésemos imaginado.

Golfo, siempre en mi corazón.

Índice

Índice

1

2

3

4

5

6

7

8

9

10

11

12

13

14

15

16

17

18

19

Epílogo

Fin

Agradecimientos

Biografía de la autora

1

Finales de agosto

En una soleada mañana de septiembre, a las puertas de un hotel céntrico de Barcelona, paseo mi mirada por el medio centenar de personas que hay tumbadas a mi alrededor. Están desnudas y salpicadas de pintura roja simulando sangre, participando así en una manifestación en contra del uso de pieles de animal.

Estamos aquí porque sabemos que en este hotel se han congregado varios empresarios que utilizan pieles en sus líneas de ropa, y como protesta, toda esta gente se muestra de esta índole. Yo solo acompaño a mi amiga Elena; aunque, sobre mi vestido de tirantes, también voy manchada de pintura, igual que ellos. Al final, no he podido escaquearme.

Voy haciendo fotos con mi móvil hasta que veo cómo un policía se nos acerca. Nos informa de que van a desalojar este espacio y necesita que cooperemos. Como nadie se mueve durante la siguiente media hora, el agente nos advierte de que lo harán a la fuerza. En cuestión de minutos y como salidos de la nada, aparecen policías preparados para todo. Empiezan a separar uno a uno los cuerpos, que se vuelven inertes ante la intención de la Policía de sacarlos de aquí.

Paso como puedo entre varios de los manifestantes hasta llegar a mi amiga.

—Vamos, Elena, que la cosa está poniéndose fea.

—Aún no, espera.

Al ver que sin ningún escrúpulo están sacándolos, empiezan a gritar llamando asesinos a las personas que llevan, utilizan y comercian con las pieles, originando con ello que maten animales.

El asunto está caldeándose por momentos, así que, sin miramientos, cojo a Elena del brazo y la arrastro hacia mí.

—Elena, vámonos, o al final nos atizarán con la porra.

Y como si yo misma hubiera dado la orden, esto se convierte en una batalla campal. Algunas de las personas que están a nuestro alrededor intentan ayudar a los manifestantes y se enfrentan a la Policía, pero también hay detractores que se lanzan hacia nosotros. Digo «nosotros» porque, con mi pinta, yo también formo parte de ellos, y aunque estoy a favor del motivo de esta protesta, no me apetece mucho que me apaleen.

Por fin, Elena se levanta y avanza detrás de mí. Un gran revuelo, junto con algún que otro empujón, se monta a nuestro alrededor, hasta que logramos encontrar un hueco entre la gente que nos lleva justo a la entrada del hotel, donde estaba hace unos minutos.

Un policía que está repartiendo a diestro y siniestro se acerca a nosotras y le da con la porra a las piernas a Elena, quien grita de dolor y cae de rodillas frente a mí. Me encaro y le grito al policía, insultándolo con rabia por lo que ha hecho, pero hace caso omiso y se gira hacia otros manifestantes. Mientras intento levantarla del suelo, veo de nuevo acercarse al mismo policía. Me mira fijamente parapetado tras su casco. Yo lo desafío con la mirada; algo absurdo en este momento, pero es lo único que puedo hacer. No hace uso de la porra, solo se limita a empujarme. Sin embargo, lo hace tan fuerte que me desplazo hacia atrás sin control sobre mi cuerpo, lo que provoca que pierda totalmente el equilibrio.

Cuando creo que irremediablemente voy a caer de espaldas al suelo, alguien me sujeta. Ese alguien me levanta sin esfuerzo y me gira hasta tenerme frente a él.

Unos ojos oscuros me atraviesan.

Con su mano en mi espalda aprisionándome contra su cuerpo, logra que, solo con su tacto, su olor y esa forma de mirarme, mi cuerpo arda en décimas de segundo. De pronto, parece que a mi alrededor solo esté él. Estoy tan embobada mirándolo que no escucho nada. Es como si el tiempo se hubiese detenido.

—Este no es lugar para una signorina1 —dice con voz autoritaria, acompañando su orden con un gesto serio.

De esta forma, despierto y vuelvo a la realidad. Despacio, me aparto de él y lo miro de arriba abajo. Es guapo, muy guapo, pero al hablar me da la sensación de que va un poco de sobrado, quizá hasta prepotente. Tiene el pelo negro, rapado por los lados y más largo por arriba, echado hacia atrás. Eso hace que las facciones de su rostro se vean más marcadas. Lleva un traje azul oscuro que le queda perfecto y una camisa blanca que hace destacar su piel morena. Es delgado y, por lo que he podido tocar al agarrarme, puro músculo.

Se gira hacia un hombre que está a su izquierda y hablan entre ellos, pero no entiendo nada; primero, porque hablan bajito y, segundo, porque lo hacen en italiano. Tras cruzar esas palabras, el otro hombre coge con delicadeza en brazos a mi amiga como si fuera una pluma. La pobre aún estaba intentando levantarse del suelo. El que está frente a mí, sujeta mi mano y, caminando a paso rápido, me arrastra hasta una calle paralela al hotel. Una vez que nos detenemos, el hombre que tiene a mi amiga en brazos la baja muy despacio, preguntándole a

su vez algo que ella contesta. Yo, sin perder de vista sus ojos, aprecio cómo le sonríe, cosa que me hace sonreír a mí también.

Me quito la pequeña mochila que llevo a la espalda para sacar la ropa de Elena. Mi amiga no tiene ningún pudor en ir desnuda. Su cuerpo delgado y casi perfecto es una alegría para la vista; aun así, prefiero que se cubra. Y ella, con una lentitud pasmosa, va vistiéndose mientras le explica al hombre el porqué de la sentada.

Cuando me giro, veo que el que me ha rescatado de una buena caída está de espaldas a nosotros. Me río. Creo que no soy la única a quien le incomoda el hecho de que Elena vaya desnuda.

—Perdona... —comienzo.

—Prego2.

Va girándose lentamente hacia mí. Ahora que lo tengo a un metro, me doy cuenta de lo intimidatorio que puede llegar a ser. Con esa mirada podría doblegar al más duro. Pero ¿de dónde ha salido este hombre? De Italia, eso está claro.

Con una sonrisa, le digo:

—Muchas gracias por sacarnos de allí.

Sin dejar de mirarme, se acerca muy despacio y se agacha levemente hasta estar a escasos centímetros de mi rostro. Contengo la respiración; no me muevo, no puedo hacerlo. Cuando creo que va a besarme, sonríe y redirige su boca hasta dejarla cerca de mi cuello para decirme en un susurro:

—Un vero piacere3.

Y, ahora, cuando todo el vello de mi cuerpo está erizado, suelto el aire que sin darme cuenta tenía retenido. Se aparta sin dejar de mirarme a los ojos, mostrando una sobrada sonrisa. Se ha dado cuenta de que me afecta su cercanía, pero ¿a quién no le afectaría este hombre?

Intento recomponer mi mente y, todo lo seria que puedo, le digo:

—Espero que no seáis personal de la empresa en contra de la que nos hemos manifestado.

Parece que no me entiende, así que le enseño en mi móvil el logo de los indeseables.

—Oh, no, para nada. Estamos aquí para otro asunto. Que, por cierto, ya vamos justos de tiempo. —Mira su reloj y parece intranquilo.

Como si telepáticamente le hubiera hablado al otro hombre, este se acerca.

—Tenemos el coche aquí. Si queréis, podemos dejaros...

—No, gracias —lo corto—. ¿Nos vamos, Elena? —la insto seria, intentando disimular mis nervios.

Ella asiente y nos despedimos.

No llevamos ni dos metros alejadas de ellos cuando, de sopetón, Elena se gira rápidamente y, a gritos, los increpa:

—¡Eeeh! Mi amiga no es ninguna perroflauta, ¡par de gilipollas!

Los dos se quedan sorprendidos al ver que Elena los ha entendido. El más alto, el que me ha salvado de la caída, me mira. Puedo atisbar una disculpa en sus ojos, pero mi reacción no es otra que coger a mi amiga de la mano para salir del lugar a la vez que les dedico con mi otra mano un gesto sacando mi dedo corazón; eso sí, con una de mis mejores sonrisas. La verdad es que no es algo que me ofenda, ya que he lidiado con cosas peores. Por suerte, tengo bastante sangre fría.

—¿En serio me han llamado perroflauta esos dos?

A mi amiga le entra la risa y asiente.

—Lo último que he escuchado era como mi salvador buenorro...

—¡¿Tu salvador buenorro?! —exclamo, no sin antes soltar una carcajada.

—Gina, ¿no me negarás que no estaba para hacerle hijos?

—Qué bruta eres.

—Pues le decía algo de Cupido y de salvar a una dama. El otro ha contestado que, más que una dama, parecías una perroflauta.

Joder, vaya diferencia de impresiones. A mí casi me da un espasmo cuando lo he tenido cerca, sin embargo, a él parece no haberle afectado de la misma forma que a mí.

—Supongo que es por el tatuaje. —La miro sorprendida y ella continúa—: Cuando estuve en Roma en casa de mis tíos, la gente me miraba como si fuera un bicho raro por el simple hecho de tener al descubierto mi precioso león. Para la mayoría de los italianos, esto no está bien visto, y tu buenorro empotrador parecía un finolis de cojones.

—¡¿Mi buenorro empo...?!

—Que sí, no lo niegues. Si no te conociera, no me habría dado cuenta. Pero, amiga, babeabas un poco. Y no es para menos.

Me río ante sus comentarios, ya que tiene toda la razón. Miro su brazo y ojeo el enorme felino tatuado a todo color que le cubre hasta llegar al codo.

—A ver, tú llevas más tatuajes que yo, ¿y solo yo soy la perroflauta?

—Tú eres la bella dama de la que hablaban, no yo. Además, mis tatuajes casi no se aprecian por la pintura. El tuyo, por el contrario, se ve a leguas.

Toco por inercia la rosa roja que llevo tatuada en mi hombro izquierdo. Reconozco que cuando me lo hice, fue más por rebeldía. Mi madre siempre se metía con mi amiga. Bueno, con mis amistades en general. Nunca le ha gustado con quién me junto, y menos los tatuajes. Solo acepta a aquellos que superan nuestro nivel adquisitivo, y es que ella solo se mueve por el interés. Es duro pensar así, pero me lo demuestra desde que tengo uso de razón. Así que lo primero que hice cuando me lo tatué fue ir a enseñárselo. Desde aquel momento, creo que soy la oveja negra de mi familia materna.

Llegamos al parquin donde he dejado el coche a primera hora de la mañana, pero antes de entrar en el vehículo, me suena el móvil. Lo encuentro con rapidez en la pequeña mochila. Es mi padre.

—Hija, ¿se puede saber dónde estás? En menos de media hora empieza la reunión. Ya sabes que las empresas que se presentan son muy importantes y no debemos dar mala imagen.

—Papá, lo siento... —Pienso rápidamente—. Intentaré estar lo antes posible, aunque llego tarde.

—De acuerdo, los entretendré todo lo que pueda, pero procura no demorarte mucho.

—Te quiero, papi.

Escucho cómo se ríe.

—Yo también, pero date prisa.

Sonrío al colgar. Mi padre es la persona que más quiero en el mundo. Es paciente, bueno y cree en mí, siempre lo ha hecho, y seguro que ahora mismo piensa que si no llego a tiempo es por algo muy importante; que, en cierto modo, es así. No le he contado dónde he estado porque sé que no le gustan estas movidas, pero se lo diré en su momento.

Por suerte, mi apartamento está cerca de la avenida Diagonal, donde se sitúan nuestras oficinas. Subimos desde el parquin en el ascensor hasta la octava y última planta, que es en la que vivo. Me ducho todo lo rápido que puedo, teniendo en cuenta que las manchas de la supuesta sangre cuestan bastante en irse, y me visto en un tiempo récord. Mi atuendo consiste en un traje de chaqueta negro con camisa de color crema, zapatos de tacón y una coleta alta y bien tirante. Mi cabello negro me da un aspecto aún más serio. Máscara de pestañas negra y carmín chocolate.

La chica que estaba hace apenas media hora frente al hotel no tiene nada que ver con la mujer que ahora mismo se refleja en el espejo. Aunque en mi vida privada no lo sea, mi trabajo consiste en ser implacable, y por eso valgo mi peso en oro, o de eso está convencido mi padre, pero yo creo que simplemente se me da bien lo que hago. Me considero la persona más optimista que conozco, siempre intento ver el lado bueno de las cosas, procurando sacar lo máximo, por eso me dedico a salvar empresas que están al borde de la quiebra.

—Me voy, Elena. ¿Nos vemos para cenar?

—Lo siento, Gina, he quedado con la gente de hoy para evaluar cómo ha ido todo y no sé si estaré libre para la cena.

—¡Ya! —le digo burlona—. No estarás porque seguro que ese tal Hugo, que hace que se te mojen las bragas con solo mirarte, estará allí —dilucido.

—Bueno, eso también.

Nos reímos.

—Tengo que irme, pero quédate lo que quieras hasta que te encuentres mejor.

La miro con pena mientras veo cómo se masajea la parte posterior de los muslos con la pomada que le he dado. No obstante, ya le han salido unos moratones de miedo.

—Vale, en cuanto se me pase un poco el dolor, me voy.

—Hasta mañana.

Cuando entro por la gran puerta acristalada que da paso a nuestras oficinas, me encuentro de frente con Nerea, nuestra recepcionista.

—Georgina, tienes a tu padre bastante nervioso. Ha salido tres veces a preguntar por ti.

—Tranquila, ya voy.

Acelero mis pasos, directa al despacho de mi padre. Llamo a la puerta y, seguidamente, accedo. Al entrar, lo primero que veo es la cara de alivio de mi padre, que se gira hacia las personas que están de pie junto a él.

—Señores, les presento a Georgina. Ella es quien ha evaluado sus empresas y quien decidirá la que puede afrontar el cometido por el que están aquí. Les hemos citado porque ella quiere conocerles personalmente.

Delante de nuestros clientes, jamás nos dirigimos entre nosotros como padre e hija. Es algo que tuvimos claro desde el principio.

Mientras mi padre habla, mis ojos van directos a alguien que hace que mi corazón se acelere. Y es que tengo frente a mí a ese hombre que hace menos de una hora me ha salvado e, inmediatamente después, insultado de forma despectiva. Me río para mis adentros al acordarme del apodo que le ha puesto Elena, pero no expreso nada; simplemente, mantengo mi fachada de persona seria y responsable.

—Te presento a Aida, Raymond, Javier y Giuseppe.

Me acerco uno a uno y los saludo cordialmente con un apretón de manos. Todo normal, hasta que llego al tal Giuseppe, quien, por lo que veo, está tan sorprendido como yo, pero él no lo disimula ni cierra la boca por la sorpresa.

—Si me acompañan, por favor.

Con ellos detrás de mí, los guío por el pasillo mientras mis tacones suenan seguros sobre el parqué. Abro la puerta y los invito a pasar, parándome a un lado. La cara de confusión del italiano al pasar junto a mí no tiene desperdicio. Les indico que se sienten mientras les explico en qué orden irán las presentaciones. En ese momento, noto la penetrante mirada del italiano, sentado a mi derecha. Me pone nerviosa, pero soy experta en ocultar mis sentimientos bajo una gran capa de serenidad.

De las más de cincuenta empresas que se presentaron, he escogido a estas cuatro porque son las que tienen más potencial. Las he estudiado concienzudamente y me he decantado por una, pero quiero darle la oportunidad al resto. Uno a uno, van haciendo lo que mejor se les da: venderme su empresa como una de las mejores. Pero los tres primeros cometen el error de repetir lo mismo: «Solo es necesaria una pequeña inversión para volver a estar al frente de una solvente y beneficiosa compañía». Odio que digan eso. Me dedico a esto, y tras analizarlas, sé perfectamente la inversión que hay que hacer para salvarlas.

En último lugar, le toca a Giuseppe. Me mira con respeto antes de levantarse. Su mirada, junto con lo que parece el inicio de una sonrisa, hace que mi cuerpo reaccione, y no precisamente para mal. Nos explica los puntos fuertes de su compañía y por qué es merecedora de nuestros servicios, pero hay un momento en el que ya no estoy para nada pendiente de las imágenes que están detrás de él. Me sorprendo a mí misma fijándome en sus manos al moverse para indicar los gráficos, en su cuerpo, al que se le ciñe perfectamente al traje que lleva, y sobre todo me tiene absorta la pasión con la que habla y ese acento que, sin querer, lo hace el más sensual de los hombres.

Debo decir que no soy una persona enamoradiza; de hecho, tan solo he tenido oficialmente una pareja de la que prefiero olvidarme. Pero este personaje, por algún motivo, me llama la atención.

Al terminar, vuelve a su asiento sin apartar sus ojos de mí.

—Bien —comienzo contundente, cerrando el dosier que tengo sobre la mesa—, quiero agradecerles a todos su presencia. Mañana sabrán cuál ha sido la compañía elegida y la próxima semana empezaremos a trabajar en el proyecto.

Tras unas sonrisas, se levantan de su asiento, ya todos más relajados. Todos menos yo, claro.

El último en salir delante de mí es Giuseppe. Lo detengo cogiéndolo del brazo con decisión y se gira hacia mí. Me pongo frente a él, y en su mirada veo algo parecido al respeto. Lo miro con descaro a los ojos y, muy despacio, me acerco a su rostro, tal y como ha hecho él conmigo esta mañana. Casi tocando su mejilla, le digo al oído:

—Parece que tu empresa está en manos de una perroflauta —le suelto, muy chula yo.

Sin embargo, cuando voy a apartarme, su mano en mi espalda me lo impide.

—Siento el malentendido. Scusami, bella donna4.

Su voz arrastrando las palabras me hace estremecer, sin contar con el aroma que desprende. Este hombre es pura tentación.

Me aparto como puedo y, con una sonrisa autosuficiente, le digo:

—Así vas bien.

Lo acompaño a la salida y me despido de todos.

Voy directa a mi despacho con las carpetas en la mano. Tras ponerlas sobre la mesa, caigo a plomo en el sillón de mi escritorio, me giro y dejo escapar un suspiro mientras admiro las vistas del mar que tengo frente a mí. Me sorprendo pensando en él y con una sonrisa en la cara.

Después de una tarde en la que no he podido concentrarme porque he tenido esa mirada penetrante en mi pensamiento, recojo mis cosas y voy al despacho de mi padre.

—Papá, te dejo el sobre con las estadísticas y mi decisión final.

Mi padre coge el sobre y, antes de abrirlo, me dice:

—¿Has cambiado de opinión o, por el contrario, sigues pensando igual que antes de tenerlos aquí?

—No, solo me ha valido para confirmar lo que ya había decidido.

—Perfecto. Acuérdate de que esta noche tú y tu hermana cenáis en casa. —Mierda, no lo recordaba. Mi gesto se tuerce y mi padre lo pilla al vuelo—. Hija, ya sabes que me gusta de vez en cuando estar con vosotras.

—Bueno, a mí me ves todos los días. Es a Lara a quien no ves.

—Pero me gusta teneros a las dos juntas.

Suspiro y le beso la mejilla.

—Vale, nos vemos en un rato.

Mi hermana es algo así como mi antítesis. Somos la noche y el día. No es solo porque nuestro aspecto físico sea totalmente diferente; es que incluso nuestro carácter es opuesto en todos los sentidos. De pequeñas, ella era la princesita rubia y delicada; yo, la que la manchaba de barro en nuestros juegos y prefería unos tejanos a un vestido. Ella es mayor que yo dos años, y esta corta diferencia de edad solo ha hecho que nuestra rivalidad crezca a la par que nosotras. Bueno, en realidad, siempre ha sido ella la que ha tenido ese sentimiento. Supongo que eso la hacía sentirse mejor, cosa que a mí siempre me ha dado igual, pero a veces tenía que pararle los pies. Si algo la define a la perfección, es «manipuladora». Después de una vida juntas, creía haberme hecho inmune a ella, anticipándome siempre a su siguiente jugada, pero la última fue tan colosal que desencadenó que, hace justamente un año y seis meses, no nos dirigiéramos la palabra si no era estrictamente necesario. Y eso solo ocurre en ocasiones contadas, como esta noche.

Meto el coche en el garaje de mi padre, que vive en una gran casa en el barrio de Pedralbes, una de las mejores zonas de Barcelona. Sí, siempre hemos vivido en la abundancia, pero eso no me ha hecho ignorante del resto de la humanidad. Elena, mi amiga, trabaja como asistenta social en un centro para niños necesitados por familias desestructuradas o por abandono. Mi curiosidad hacia este tema me ha hecho involucrarme de lleno.

Cuando entro, saludo a Gracia con un beso. Ella fue quien nos crio mientras mi madre tenía obligaciones en el club de golf, con las amigas haciendo fiestas o simplemente con jaquecas. Gracia nos dio el cariño y amor que nos faltó de mi madre. Tras el divorcio de mis padres, ella siempre le fue fiel a mi padre, y aunque mi madre lo intentó de muchas maneras, no logró que Gracia aceptase ir con ella. Por eso y por muchas cosas más, la quiero hasta el infinito.

—Pasa, mi niña. Están en el salón esperándote.

—Gracias, Tata.

Camino con decisión sobre el mármol blanco hasta llegar al salón, no sin antes respirar hondo varias veces para relajarme. Estar con mi hermana suele ponerme de los nervios. Pero todos mis esfuerzos son inútiles, ya que me quedo sin respiración al entrar y ver, ver...

¡Verlo a él! ¡¿Que hace aquí?!

—Hola, hija, pasa, no te quedes ahí.

Miro a mi padre, a mi hermana y, por último, a él. Me observa con una sonrisa que me parte en dos, haciéndome saber que le encanta mi cara de sorpresa y que está disfrutando.

—Ya conoces a Giuseppe, ¿verdad? —dice mi hermana, cogiéndolo del brazo e insinuando en silencio con ese gesto que es suyo.

—Sí, lo he conocido esta mañana. Hola de nuevo.

Muy formalmente, le doy la mano. Él la acepta y no la suelta hasta que la acaricia con el pulgar, cosa que me sorprende y hace que mi pulso se acelere. ¿Le habrá dicho mi padre cuál ha sido mi decisión respecto a su empresa?

—Señor Bayona, tiene usted unas hijas bellísimas.

Ahí, el italiano ha dado en el clavo. Decirle eso a mi padre le ha hecho ganar muchos puntos a su favor.

—Lo sé —secunda mi padre, dándole una afectuosa palmada en la espalda mientras nos dirigimos al comedor—. Son los mayores logros de mi vida.

Entre mi hermana y yo solo existe el silencio, ni siquiera la he saludado, pero sé que en esta cena tendré que hacer el esfuerzo de hablarle, aunque solo sea por mi padre.

Nos sentamos a la mesa, yo a la derecha de mi padre y Giuseppe frente a mí, junto a mi hermana. Tras servirnos el primer plato, mi padre habla, explicando directamente lo que en mi mente no para de dar vueltas:

—Gina, te preguntarás qué hace aquí Giuseppe. —Asiento tras darle un largo trago a mi copa de vino—. Hace algún tiempo que nos conocemos. No te dije nada porque no quería que interfiriera en tu decisión, así que, por mi confianza con él, me gustaría que tú misma le dijeras a Giuseppe lo que has decidido.

—Papá, esto es una cena familiar —le reprocho muy seria, mirando al italiano con fastidio.

—Vamos, no te hagas de rogar —me pide mi padre a la vez que pone su mano sobre la mía.

Suspiro y allá voy, mirando a Giuseppe:

—Creo que tu empresa es la que más fiabilidad me ha demostrado, tanto a nivel nacional como para la exportación. Así que trabajaremos con vosotros.

Sus ojos negros mirándome con intensidad y su sonrisa ya en todo su esplendor me hacen sentir vulnerable, y eso no me gusta. Con cuatro palabras, se la quitaría de golpe, pero no puedo o, más bien, no debo. Y más después de ver a mi hermana, que vuelve a cogerlo del brazo, felicitándolo. Pero va más allá y le suelta un besazo en la cara.

Me da la sensación de que él está igual de sorprendido que yo, aunque ya es tarde para él. Mi hermana lo ha escogido y, cueste lo que cueste, será para ella. Siempre ha sido así en todo, incluyendo lo relacionado con el sexo masculino. Aunque tuviera que pasar por encima de quien fuera, lo conseguía. Su ahora exmarido fue un capricho. Era el novio de su mejor amiga, y a escasos días de su boda, él dejó a su novia para casarse con mi hermana. A los pocos meses se divorciaron. Él se dio cuenta de que lo único que ella quería era sentirse victoriosa en el absurdo juego que se había inventado.

—Gracias, Georgina. —Pronunciar mi nombre con su acento y de una forma tan sensual hace que me remueva en la silla—. No te arrepentirás de la decisión.

Asiento sin decir nada y vuelvo a beber de mi copa. A este paso, acabaré la cena con una cogorza importante.

—Giuseppe, yo también soy empresaria. —Mi hermana intenta acaparar la atención, como hace siempre.

—Ah, ¿sí?

—Sí, tengo varias boutiques en Barcelona.

—Qué interesante —dice él, dedicándole una sonrisa.

Me río para mis adentros. Todo su negocio lo llevamos en el despacho, y ella solo se limita a hablar con mi padre y comentarle lo que quiere. Pero eso no voy a decírselo a Giuseppe.

Una vez que terminamos el postre, esos ojos negros vuelven a centrarse en mí, si es que en algún momento han dejado de hacerlo.

—¿Cuándo vendrás a Livorno?

—Había pensado a mediados de la semana que viene.

—Yo salgo el domingo por la noche. Puedo hacer una reserva en mi vuelo.

Su mirada logra que lo que ha expuesto como una sugerencia, parezca más una orden.

—No, gracias, llegaré el miércoles —rechazo tajante.

—Mi hermana siempre tan simpática. —Mi rostro de mala leche se gira hacia Lara, pero parece no hacerle efecto y vuelve a dirigirse a él—: ¿Sabes, Giuseppe? Este sábado celebro mi cumpleaños.

Él asiente mostrando una sonrisa, y yo, sin darme cuenta, suelto un «Uf» y pongo los ojos en blanco. Miro a mi padre y veo en su mirada una pequeña reprimenda acompañada de una sonrisa.

Mi hermana y sus cumpleaños. Es un día en el que ella brilla, siendo la protagonista absoluta. En los últimos años, hasta se ha encargado de indicarle a cada uno de los invitados de qué tienen que ir disfrazados y cómo. Por supuesto, a mí me da un papel muy lejos de ser llamativo. Hace dos años, la temática era The Walking Dead. Me pareció bastante interesante y divertido, hasta que llegué y vi que el caminante más horroroso era yo. Solo algunos tenían vestuario de protagonistas, y todos los demás íbamos de zombis. El año pasado, por suerte, no me hablaba con ella y ni siquiera me invitó, cosa que agradecí.

—Si quieres venir, estás invitado. De hecho, me haría mucha ilusión que vinieras. —Giuseppe parece no saber dónde meterse, pero ella insiste—: Mis fiestas son muy divertidas, y cada año va de un tema diferente. Este año va a ser brutal. Será de Juego de Tronos. ¿Qué te parece?

Giuseppe, por fin, contesta con un escueto:

—Muy original.

—Lara, no lo pongas en ese aprieto, que a lo mejor tiene planes —intervengo, intentando echarle un cable a Giuseppe.

—¿Tu irás? —me pregunta él.

—No.

Mi «no» rotundo hace que mi hermana mire a mi padre en busca de ayuda.

—Gina, no le hagas eso a tu hermana —me reprende él—. Me consta que ya te ha preparado un disfraz.

Lo miro con cara de asesina y después a Lara. Tengo tres pares de ojos esperando que diga algo.

—Ya me imagino —suelto irónicamente—. ¿Qué seré, el caballo de Khal Drogo?

—Pues no. Este año te he guardado uno de los mejores —me contesta, haciéndose la ofendida.

—¡Ja!

—Pues ya está decidido, iréis los dos —sentencia mi padre antes de levantarse para dirigirse a la terraza, donde tomaremos el café.

Camino detrás de ellos con un cabreo monumental. Poco rato después de escuchar un monólogo de mi hermana explicándole a Giuseppe lo divertida que es su vida, le pregunta:

—Bueno, ¿nos vamos, Giuseppe? —Mi padre y yo nos miramos como si nos hubiéramos perdido algo—. Me llevo a Giuseppe a dar una vuelta por Barcelona. —Y, muy sobreactuada, me pregunta—: ¿Quieres venir, Gina?

La miro, pensando en aceptar, solo por joderle los planes que tiene con el italiano. Sé que me lo ha ofrecido solo por quedar bien con mi padre, pero prefiero mantenerme al margen. Además, seguro que irán a alguna discoteca, y no me gustan, soy así de rara. Prefiero ir al cine, leer un buen libro o, simplemente, una buena compañía.

—No, gracias, ha sido un día muy largo y estoy cansada. Me iré a casa.

—¡Perfecto! Pues vámonos.

La capulla de mi hermana ni siquiera disimula la alegría que le produce que no vaya con ellos.

Llego a mi piso con sensación de derrota, y es porque quizá este hombre ha despertado en mí algo que hacía tiempo que tenía enterrado. Tras una relación donde me di cuenta demasiado tarde de que querer estar conmigo se debía solo a mi estatus social, ya no puedo equivocarme. No me fío ni de mi sombra en lo que al amor se refiere.

Mientras me desnudo frente al espejo de mi habitación, observo con detenimiento mi tatuaje. Toco con suavidad mi preciosa rosa y unos ojos oscuros vienen a mi mente. Sonrío pensando en Giuseppe. Ese guapísimo italiano, sin duda alguna, estará pasándoselo divinamente con la odiosa de mi hermana; de eso ya se encargará ella. Estoy rabiosa y no entiendo por qué, ya que tan solo lo he visto dos veces. Bueno, tres, si contamos la cena, pero me atrae de una forma sorprendente.

2

Sin querer venir, aquí estoy, en la glamourosa fiesta de cumpleaños de mi hermana.

Por más que le insistí a Elena en que viniera conmigo, no pude convencerla, y es que odia a Lara. Siempre ha sabido de nuestra mala relación, y lo último que pasó con ella fue el detonante para que Elena estuviera a punto de lanzarse a su yugular, literalmente.

Estoy rodeada de mucha gente que no conozco, exceptuando a algunas amigas superficiales de mi hermana. Ella aún no ha hecho acto de presencia, y es que le gusta hacer una entrada triunfal cuando ya están todos los asistentes. Siempre lo hace de ese modo para asegurarse de que es la protagonista absoluta.

Toda la sala está decorada como si estuviéramos realmente dentro de uno de los palacios de los Lannister, incluyendo el famoso trono. Empieza a escucharse en la sala el tema principal de la serie. Y, como me temía, ahí está ella, apareciendo entre niebla artificial. Y también, como no podía ser de otra forma, disfrazada de Daenerys Targaryen, madre de dragones, la indiscutible protagonista de Juego de Tronos. La acompaña el que supongo que será Jon Nieve. Y me hace gracia, porque tiene cierto parecido. Me sorprende y a la vez me alegra que no sea Giuseppe quien comparta protagonismo con ella. Estoy segura de que lo habrá intentado de todas las formas posibles. Él no ha venido, y tengo que ser honesta conmigo misma y reconocer que, si estoy aquí, es única y exclusivamente por verlo a él. Así que me siento un poco decepcionada.

Tras los aplausos a mi alrededor por la puesta en escena de la fascinante entrada de mi hermana, decido ir a buscar algo de beber. La gente empieza a dispersarse mientras los camareros se esmeran en ir repartiendo bandejas de comida para los invitados. Ya suena música de actualidad para bailar, y está claro que Rosalía no podía faltar, junto con su Malamente.

Noto cómo me miran con admiración, y es que mi disfraz es el único que da color a esta fiesta. Llevo un vestido rojo largo, ceñido hasta la cintura, con escote de pico y a juego con un foulard con el que cubro mi cabeza. Soy Melissandre, la sacerdotisa roja. Es la primera vez que no me avergüenzo de mi aspecto en una de las fiestas de Lara.

Al coger mi copa y girarme, me topo con un muro. Casi vierto el margarita que acabo de pedir. Subo la mirada, algo molesta, y no es otro que Giuseppe, dedicándome una de sus mejores sonrisas. No habla, simplemente me mira, así que le digo algo nerviosa:

—Pensaba que no ibas a venir.

—¿Y perderme la fiesta del año? —dice, algo irónico. Eso hace que me ría. Pero su intensa mirada detiene mi carcajada de golpe—. Estás bellissima5, Georgina.

—Gracias. Tú también.

Decir que va guapo es quedarme corta. Lleva una túnica larga y cruzada de color ocre, atada por un cinturón marrón. Su cuerpo y altura lo hacen parecer un tremendo Oberyn Martell. Sin dejar de merecer al actor que lo interpreta, Giuseppe está mucho más bueno.

Espero junto a él mientras se pide algo de beber, y yo, con los nervios, acabo de un trago con mi copa, así que vuelvo a pedirme otro margarita. Nos vamos a un rincón donde la música no se escucha demasiado fuerte para poder hablar.

—Antes de nada, necesito aclararte algo. El día que te conocí, cometí el error de decir algo que no sentía.

—Da igual, Giuseppe.

—Por supuesto que no da igual. Cuando dije lo de perroflauta, fue simplemente para quitarme de encima a Filippo. Vio en mi cara algo que era verdad, pero no quise confirmárselo.

—¿El que?

—Eso no voy a decírtelo, signorina.

Levanta su copa para chocarla suavemente con la mía, acompañando el gesto con una tremenda sonrisa. Seguimos hablando de una manera informal y me doy cuenta de que tiene un gran sentido del humor. Eso me gusta, me hace reír, y noto en sus ojos que está a gusto.

En uno de esos momentos que paramos de hablar y solo nos contemplamos, giro mi mirada hacia la pista de baile y observo que las luces han bajado su intensidad. Ahora suena la bonita canción de Luis Fonsi, Sola, una preciosa y romántica balada.

—Baila conmigo —me propone a la vez que coge mi mano y me sonríe.

Asiento y camino junto a él hasta situarnos con el resto de la gente. Lo tengo frente a mí, mirándome fijamente a los ojos. Levanta los brazos para desplazar hacia atrás el foulard que cubre mi cabeza.

—Así mejor.

Me rodea la cintura mientras coge mi mano y yo me dejo llevar. Al acercarme, aspiro su aroma, un olor tan apasionante como él. Sin querer, suelto un pequeño suspiro de satisfacción. ¡Dios! Espero que no me haya escuchado. Pensando en esto me pongo de todos los colores. Pero es tarde. Se aparta y me pregunta, entornando los ojos:

—¿Todo bien?

—Sí —le respondo algo nerviosa, girando la cara.

De repente, me acerca hasta pegarme a él y, aproximando su boca a mi oído, me dice en un susurro:

—Tú también hueles muy bien.

Mi respuesta no es otra que reírme, reacción que le certifica que ha acertado de pleno, y eso lo hace reír a él también.

Mientras bailamos lentamente, no hablamos. Parece que nuestros cuerpos pegados se entienden a la perfección. Al terminar la canción, escuchamos el inicio de Mujer Bruja, de Lola Índigo y la Mala Rodríguez. Nos miramos a los ojos unos segundos, y sé qué va a pasar.

Sus labios están casi rozando los míos cuando escuchamos:

—¡Giuseeepeee!

Al girarme, veo a mi hermana a un metro de nosotros. Contenta con interrumpir lo que iba a ocurrir, se acerca a él y, colgándose de su cuello, exclama:

—¡Has venido!

—Felicidades, Lara.

—Gracias —le contesta sonriente.

Está ebria, lo noto por su forma de actuar, pero a estas alturas de la noche habrá pocos que no lo estén.

Mi hermana tiene la cara tan cerca de la de Giuseppe como lo estaba la mía segundos antes. Sin querer, contengo la respiración ante la escena. Entonces, veo cómo él ladea el rostro para darle un beso en la mejilla, pero ella, rápidamente, coge su cara entre las manos y le planta un besazo en la boca. Doy un paso atrás y me giro para irme, ya que prefiero no seguir delante de ellos. Posiblemente, quieran continuar lo que empezaron la otra noche.

Mi mente se va durante unos segundos muy lejos de aquí, recordando una situación que quiero borrar de mi vida pero que a veces se cuela sin permiso. Tan solo llevo unos pasos cuando me agarran de la muñeca con fuerza y me hacer girarme. Es Giuseppe, que se deshace veloz de los brazos de mi hermana.

—Georgina, ¿adónde vas? ¿No irás a dejarme aquí solo? —me suplica, con cara de angustia.

—Me tienes a mí, Giuseppe —le reprocha Lara, molesta.

Al ver que ha metido la pata, coge su mano para besarla mientras le dice muy adulador:

—Tú hoy eres la anfitriona, la más bella Khaleesi. Te debes a tus invitados.

Mi hermana le sonríe y, haciéndose la importante, le dice:

—Tienes razón. Pero cuando la sosaina de mi hermana se vaya, me buscas, que seguiré por aquí. —Tras guiñarle un ojo y tirarle besos al aire, desaparece entre la gente.

Lo miro con descaro a esos profundos ojos negros. Estoy como un volcán a punto de estallar. No me ha gustado esa cercanía con mi hermana, y menos aún el beso. Cierro los ojos y respiro hondo. ¿Por qué siento la absurda sensación de que él es mío?

Cuando regresamos adonde estábamos, le digo con desprecio:

—Eres un encantador de serpientes.

Se sorprende. Mientras me sonríe, se acerca con parsimonia. Sabe perfectamente cómo me ha sentado ese beso.

—No entiendo qué quieres decir.

—Pues muy sencillo, que eres capaz de decir lo que una mujer quiere oír tan solo para conseguir un fin.

Avanza hasta estar demasiado cerca.

—¿Y qué se supone que he conseguido con tu hermana?

—Te la has quitado de encima con tu encantadora sonrisa y tus palabras. Lo has hecho tan bien que ella sigue creyendo que estás loco por ella.

—¿Y tú que crees?

Le doy un trago a mi bebida y, con desvergüenza, saco la lengua para saborear los restos del tequila en mis labios. Soy consciente de su mirada en mi boca.

—Creo que la dejas en la reserva por si esta noche no te sale bien conmigo. Eres de los típicos hombres que mientras se follan a una, están pensando en la siguiente.

Tras estas palabras le sonrío, pero de una forma cínica. Su gesto se vuelve serio y su mirada, fría y dura.

—Veo que tienes un mal concepto de mí. Siento escuchar eso de ti. —Se aparta con expresión de decepción, para decirme después—: Nos vemos en Livorno.

Da media vuelta y se va, haciéndome sentir la peor persona del mundo.

Me quedo pensando en que no le he dicho nada que no piense en este momento, pero ha hablado mi rabia, no la persona juiciosa y honesta que me considero. ¡¿Se puede saber que está pasándome?!

Tardo en reaccionar, pero lo hago, y camino rápido hacia la salida. Al salir a la calle, lo veo parando un taxi.

—¡Giuseppe! —lo llamo a gritos mientras corro hacia él. Abre la puerta del taxi a la vez que se gira al escucharme. Me planto frente a él—. Perdona, no he debido hablarte así.

—No te preocupes, podré vivir con ello —me dice cortante, y se sube al coche. Cuando va a cerrar la puerta, se lo impido y entro, dejándolo descolocado—. Georgina, ¿qué haces? Me voy al hotel.

—Vale, pues te acompaño.

Pese a que se sorprende por mis palabras, le indica al taxista el hotel donde se aloja. Pasados unos minutos en silencio, durante los que no me ha mirado ni una sola vez, me dirijo a él:

—De verdad, siento mucho haberte hablado así.

Dirigiéndome esa mirada fría, me pregunta:

—¿Qué te ha molestado exactamente de mi comportamiento?

Esa respuesta no puedo contestársela con sinceridad, así que me quedo callada pensando en lo que puedo decirle. Tras unos instantes de morderme el labio inferior, lo miro y veo que, por fin, su expresión ha cambiado para mejor. Se le ve algo más relajado.

—Georgina, tu brillas con luz propia. Por mucho que tu hermana intente llamar la atención, no puede hacerte sombra.

—¿Crees que estoy celosa de mi hermana? —Ladea la cabeza en respuesta a mi pregunta. Me río con ganas, haciendo que Giuseppe vuelva a ponerse serio—. Perdona, es que es lo más absurdo que he escuchado en mi vida.

—Pues yo no lo veo así.

—No tienes ni idea. Si me comporto así con ella es porque se lo ha ganado a pulso. Giuseppe, nosotras tenemos un pasado, y no es precisamente bonito.

—No creo que haya hecho nada que entre hermanos no pueda perdonarse. —El taxi se detiene; parece que ya hemos llegado. Él me mira y, cogiendo mi mano, continúa—: Ahora vuelve a esa fiesta y disfruta con tu hermana de su cumpleaños. La familia es lo más importante.

Haciendo caso omiso de esa última frase, le pregunto alarmada:

—¿No vas a volver conmigo?

—No, cambié mi vuelo y el avión sale de madrugada. Es tarde, y la verdad es que me siento bastante ridículo vestido así.

A mí se me ocurren bastantes adjetivos, y precisamente «ridículo» no entra dentro de ninguno de ellos.

—Vale, como quieras —le digo desganada.

Nos miramos unos segundos. Antes de salir besa mi mano, lo que provoca que todas mis terminaciones nerviosas se alteren. Veo cómo le paga al taxista y le pide que me deje donde nos ha recogido. Se gira hacia mí y me dedica una leve sonrisa antes de darse la vuelta en dirección al hotel. Al incorporarse el taxi en el carril, le digo al conductor que me deje en mi casa. Para mí, la fiesta ha terminado. Una vez en mi cama, intento de todas las formas posibles sacarlo de mi mente, pero es imposible. Su forma de mirarme da a entender muchas cosas, y una de ellas es que quiere algo conmigo, pero no me cabe duda de que las mujeres deben ser meros trofeos en la gran vitrina de su vida.

A pesar de que siento una sorprendente atracción hacia este hombre, estoy segura de que si pasara algo entre nosotros me destrozaría. Por eso y porque tengo que trabajar con él los próximos meses, debo mantener la mente fría y ser todo lo profesional que pueda. Debo dejar de lado este absurdo sentimiento que siento por él. A partir de ahora, él es mi cliente, aunque sea bajo mis órdenes.

Vueltas y más vueltas en la cama. No logro conciliar el sueño, así que mi pensamiento intenta encontrar motivos para apartarlo de mi mente, pero fracasa estrepitosamente. Se va directo al beso con mi hermana, y me lleno de rabia porque eso me da pie a pensar que la otra noche sí que hubo algo entre ellos.

Y así, entre lucubraciones positivas y negativas, logro quedarme dormida justo al amanecer.

3

Amanece mientras aterriza el avión en Pisa. El vuelo ha sido magnífico, sobre todo los últimos minutos, en los que he podido apreciar el maravilloso paisaje de esta tierra. Sonrío al recordar la conversación que tuve anoche con Giuseppe por teléfono. Pude descubrir lo pronto que lo saco de quicio, y eso me parece de lo más divertido. Discutimos porque decidí alquilar un coche para moverme por la Toscana. Y, por lo visto, herí su orgullo de anfitrión. En este caso ganó él, pero solo porque yo quise que lo hiciera, aunque disfruté bastante oyendo su profunda voz con un cabreo monumental.

Salgo del pequeño aeropuerto y ya lo tengo frente a mí, con su impoluto traje negro, corbata y camisa gris oscuro. Eso, unido a sus facciones marcadas y su penetrante mirada, hace que el estómago me dé un vuelco. Esto va a ser más complicado de lo que imaginaba.

Cuando me acerco y le ofrezco mi mano a modo de saludo, él la coge suavemente para besarla sin dejar de mirarme. Uf, esto va de mal en peor; vuelvo a estremecerme.

—¿Has tenido un buen vuelo?

—Sí —le digo sonriendo, gesto que me devuelve dejándome ver su perfecta dentadura.

Girándose hacia el coche, le hace una señal al mismo hombre que estaba con él en Barcelona en la puerta del hotel, y este sale del automóvil.

—Te presento a Filippo. Él es, entre otras muchas cosas, mi chófer, y estará a tu disposición siempre que lo necesites.

Su mirada es distante y de respeto.

—Hola, Filippo, ¿te acuerdas de mí? —Como no dice nada, insisto—: Sí, hombre, la perroflauta.

Noto cómo Giuseppe se tensa y Filippo está en modo «Tierra, trágame». Estoy segura de que Giuseppe lo ha informado de quién soy. Sin embargo, por su cara, intuyo que no pensaba que iba a recordárselo de esa forma.

—Sí, le pido disculpas —dice en un correcto castellano.

—No hace falta que lo hagas. Soy yo la que te da las gracias por salvar a mi amiga. Por cierto, Elena te envía recuerdos.