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Julian West, un joven pudiente y acomodado, conforme con las normas y convenciones que corresponden a la ideología de su época, los años finales del siglo XIX, despierta un día, mediante un extraño viaje en el tiempo, en el Boston del año 2000. Ante él, se presentan un futuro y una ciudad, su ciudad natal, absultamente sorprendentes e impactantes; nada es como lo espera: la sociedad que encuentra es radicalmente opuesta a la que deja en su propio tiempo; una utopía socialista en la que todos los seres humanos gozan de derechos universales, en la que el trabajo y el esfuerzo se ven recompelsados en la medida que se merecen y en la que el estado del bienestar cobra, por entero, su real y más digno significado.
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Akal / Básica de Bolsillo / 285
Edward Bellamy
Mirando atrás
Traducción: Alicia Cotarelo
Diseño de portada
Sergio Ramírez
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Título original
Looking Backward
© Ediciones Akal, S. A., 2014
para lengua española
Sector Foresta, 1
28760 Tres Cantos
Madrid - España
Tel.: 918 061 996
Fax: 918 044 028
www.akal.com
ISBN: 978-84-460-3820-7
Introducción
I
Leer y sumergirse en una narración utópica tiene un significado genérico para la mayoría de las personas. La primera idea que ronda la cabeza es que se trata de alguna trama literaria que nos va a hacer viajar a un lugar ignoto e inexistente casi por definición. Pero si se repasan sus múltiples acepciones, resulta que nos encontramos casi en un laberinto semántico, que en realidad demuestra varias cosas: una, la dificultad de identificar algo que es un no lugar (u-topos), la gama de interpretaciones que facilita esa dificultad, lo estimulante que llegan a ser la curiosidad y la imaginación humanas como formas de expresión y, cómo no, la propia relevancia que tienen tanto el debate sobre los estudios como esta ingeniosa creación humana.
R. Levitas (2007) plantea cómo la utopía ha sido tratada con la sospecha previa de que lo que plantea es imposible y, por tanto, potencialmente peligrosa por totalitaria en la práctica. Si, por ejemplo en Mannheim, es contemplada como la fuerza motriz para el cambio, para Marx y Engels se convierte justo en el obstáculo para realizarlo.
Es de sobra conocido que el nombre de «utopía» surge en 1516 con la publicación de la obra homónima de Tomás Moro1. Pero además de ese notorio inicio, la palabra «utopía» encierra otros sentidos. Es un género literario de ideas sociopolíticas; es una quimera, una especie de proyección imposible; también es todo intento de trascender a la realidad modificando el statu quo, así como una forma de pensar, una mentalidad o una función del espíritu (Cioranescu, 1972).
Esta diversidad de miradas coincide con una amplitud de enfoques a la hora de estudiar el fenómeno utópico. Siguiendo a Baczko (2005), hay que contar con el enfoque literario, el histórico, el sociológico y/o el simbólico. Misseri (2011) completa esta visión poliédrica sosteniendo que el actual concepto polisémico parte de la contribución de los pensadores socialistas y anarquistas de fines del siglo xix y del siglo xx. En definitiva, volviendo a Baczko, la utopía en un sentido amplio es una disposición humana a proyectar ideales para transformar la realidad, y en un sentido más estricto, se trata de un género literario de corte filosófico-político.
II
Edward Bellamy publicó su novela Looking Backward (Life in theYear 2000), conocida en castellano con el título: El año 2000, en 1888, convirtiéndose en un brevísimo plazo de tiempo en un libro muy vendido, muy leído, que ejerció una enorme influencia, no solo en los Estados Unidos, sino allende sus fronteras.
Su paradójico título en inglés causó un enorme revuelo, constituyendo, a juicio de muchos y distintos autores, la obra literaria utópica más influyente de las publicadas en el siglo xix (Claeys, 2011: 155). Fue la obra más vendida después de la notoria novela de Harriet Beecher Stowe, Uncle Tom’s Cabin (La cabaña del tío Tom), publicada en 1852, llegándose incluso a traducir a veinte idiomas, entre ellos al chino, solo cinco años después de su publicación.
La influencia del libro de Bellamy no solo se manifestó al conseguir una legión de lectores, sino que también fue la base de la formación de un movimiento político propagador de una ideología llamada nacionalismo que no tiene nada que ver con la ideología contemporánea llamada de la misma manera, así como de la aparición de un sinnúmero de clubes Bellamy; incluso se llegaron a fundar sociedades y comunidades basadas en sus principios, no solo en el país natal del autor, sino también en Europa, Sudáfrica, Indonesia y Nueva Zelanda (Claeys, 2011: 156). Claeys, responsable de la obra Utopía, concluye que, sin embargo, «hoy casi nadie lee el libro», paradoja que no deja de ser llamativa.
Edward Bellamy nace en Chicoppee Falls, en el estado de Massachusetts, en 1850, y muere en 1898 en el mismo lugar a los cuarenta y ocho años. Fue hijo de padre baptista y madre calvinista, y su influencia fue clara en su educación. Estudió leyes en Nueva York, pero no ejerció como abogado, sino que se decidió por el periodismo y la literatura como vehículos de expansión de un ideario que fue alimentando sobre todo tras un viaje a Europa (Fromm, 2011: 12). Sus principios socialistas y solidarios le movieron a ejercitarse como un propagandista de aquellos y, en definitiva, como un reformador social.
Su primera etapa fue el periodismo, y en realidad no lo abandonó nunca. Comenzó en el staff editorial del New York Evening Post, para más tarde volver más cerca de casa, colaborando con artículos y editoriales en el Springfield Daily Union, llegando ya incluso a publicar pequeñas narraciones en distintas revistas. Después hizo patente su inclinación por la literatura, sobre todo a partir de 1881. Además ya en los años ochenta, casado y padre de familia, hubo de recurrir a la literatura con el fin de lograr el sustento de la casa.
No obstante, mantuvo su tarea propagandística a través de sus propias publicaciones periódicas: The Nationalist (1889-1891) y más tarde con su continuadora The New Nation entre 1891 y 1894. De entre todas sus pequeñas piezas narrativas y sus novelas, destaca, sin duda, la que es objeto de esta reflexión, Looking Backward, por su enorme repercusión tanto en el campo de las alabanzas como en el de las críticas.
Se crearon alrededor de unos quinientos clubes nacionalistas, señal inequívoca de que muchos ciudadanos, no solo norteamericanos sino también del resto del mundo, compartían el anhelo de reformas que plantea Bellamy (Roemer, 1972). El fenómeno está mucho más estudiado en los Estados Unidos, donde se vio florecer un mapa plagado de clubes Bellamy desde Maine a California, siendo su influencia un semillero especial para los populistas y agraristas norteamericanos, uno de los grupos más castigados por la crisis económica de aquel entonces.
En 1891 se crea el Partido Populista o del Pueblo con amplia base agraria, y van a ser principalmente sus líderes, sin hacer de menos sus bases, los principales partidarios del ideario de Bellamy. Aquellos animaron a la lectura de la novela, llegándose incluso a regalar si mediaba una suscripción y/o inscripción al partido. Aunque, en algunos casos, ni siquiera hizo falta la lectura del libro. También el boca a boca funcionó para propagar las ideas nacionalistas, incluso formando parte del ideario de la organización en un intento de plantar cara a los dos grandes partidos. El devenir del Partido Populista no fue muy exitoso, ya que a principios del siglo xx y con la subida de los precios agrarios su combatividad disminuyó significativamente (McHugh, 1978).
III
Las utopías del siglo xix presentan unas características específicas con respecto a las publicadas en otros momentos históricos que pueden resumirse fundamentalmente en tres: a) la insatisfacción por la cuestión social; b) la descripción de una sociedad «socialista», y c) la actitud progresista entre el trabajo y la vida (R. de Toro, 1981). También hay que recordar en este punto que, una vez ya descubierto el planeta tierra y, por lo tanto, sin lugares ignotos donde llegar o sobre los que idear, la utopía del siglo xix presenta elementos científicos (no en vano, el despegue de la ciencia a partir del siglo xviii va a prestigiar su capacidad transformadora) y la ambientación futurista (C. Abraham, 2004).
Looking Backward resulta ser una utopía genuina del siglo xix, además de ser la que más impacto tuvo en su momento. Los efectos de la Revolución industrial a la altura de los últimos años de aquella centuria van fraguándose y motivando una amplia red de respuestas, desde los representantes del socialismo utópico –bautizado así por los cultivadores de otro tipo de socialismo: el científico2–, en el campo de la reflexión e incluso por la delgada línea que los separa, así como en el de activismo político. De forma más rotunda en esa área, se asiste a la concienciación y movilización del llamado movimiento obrero, el único colectivo hasta ese momento con vocación internacionalista, que será capaz de generar una doble estrategia de combate: la sindical y la política. Así se comprueba el nacimiento y crecimiento tanto de sindicatos como de partidos obreros.
El choque entre patronos y proletariado en las sociedades más industrializadas además planteará el enfrentamiento social. Huelgas muy significativas se abren paso en el estado de Massachusetts, en el entorno habitacional de E. Bellamy, ese clima afecta al escritor como demuestran sus obras, y sobre todo Looking Backward.
Aunque en aquel entonces los Estados Unidos iban por detrás de Europa, es cierto también que se trataba de un país joven y prometedor para soñadores (la parábola del american dream) donde el dinero fluctuaba, ocasionando épocas de bonanza que enriquecían a algunos, combinadas con otras que empobrecían a más. M. Dorao (1997) recuerda esos vaivenes con los apelativos casi familiares de «pánicos» y «depresiones» como pasos consecutivos. El primero de ellos acaeció en 1819 cuando la inestabilidad política de la recién conseguida independencia fomentó una crisis económica, la de 1820. En 1837 tuvo lugar otro nuevo pánico, al que sucedió una profunda depresión. Y aún otro más a partir de 1880, que va a afectar sobre todo a los estados del medio oeste (que se van incorporando a la Unión) y en el sur; el marco económico de una nueva depresión en 1883 y los disturbios –especialmente el Haymarket Riot (Chicago)– alientan a Bellamy a escribir la obra así como explica su buena acogida por parte de los apesadumbrados ciudadanos estadounidenses en 1888. El apartamiento desde el individualismo hacia el colectivismo, según narran Milton y Rose Friedman (1989), se fragua en Europa con el nacimiento de la Sociedad Fabiana, y en los Estados Unidos, en el año 1885, cuando surge la Asociación Norteamericana de Economía, fundada por jóvenes economistas educados en Alemania y en el socialismo, y en esta corriente, estos autores apoyan el éxito de la novela de Bellamy. Siempre hay distintas respuestas a los retos que plantea la obstinada realidad. L. Mumford (1922) explica muy bien las dos posibilidades antagónicas: la utopía de fuga, como será la obra de W. Morris News from Nowhere, o bien la utopía de reconstrucción, poniendo como ejemplo la novela de E. Bellamy.
También, y con el ánimo de centrar Mirando atrás en su lugar dentro de la historia de las utopías, hay que señalar cómo resulta ser una de las primeras obras en que el no lugar deja de ser un sitio inventado3, o bien situado en los más remotos confines de la tierra, y es planteado como un lugar en otro tiempo. El viaje en el tiempo se convierte así en un vehículo propicio (M. Dorao, 1997). De los primeros ensayos de plasmación de una utopía en otro tiempo, en vez de en otro lugar hay ejemplos dignos de mención, y que sin duda influirían en Bellamy por su notoriedad y significado. Washington Irving escribió en 1819 uno de sus cuentos más famosos, Rip Van Winkle, donde un campesino pasa dormido veinte años, y lógicamente al despertar y al volver a su aldea todo es muy distinto, incluso las viejas colonias se han convertido en los Estados Unidos; este formato es parecido al que luego utilizará Bellamy, y de hecho esta famosa narración ha quedado como referente en los Estados Unidos para denominar a alguien que sin explicación no está al tanto de lo que ha sucedido.
En los años inmediatos a la publicación de Looking Backward, la modalidad del viaje en la dimensión temporal para fomentar la comparación implícita, e incluso explícita, se pone de moda. El viaje en el tiempo puede ser hacia atrás (el pasado) o hacia adelante (el futuro) con el fin de formular una crítica social bien a través de la comparación implícita o explícita. Mark Twain prefiere en 1889 un viaje al pasado en su famosa novela A Connecticut Yankee in King Arthur’s Court para criticar el estilo de vida sureño que él comparaba con la época medieval, o más tarde la novela de H. G. Wells, quien imagina The Time Machine, en 1895, para viajar a un futuro peor que el pasado conocido.
El vehículo que se utiliza en ese viaje en el tiempo que plantea Bellamy es el sueño. Curiosamente, uno de los episodios más cotidianos para el ser humano; no se trata de construir y hacer funcionar una sofisticada máquina del tiempo, sino de entrar en la somnolencia que repara diariamente la vida de los seres humanos. En el caso que nos ocupa, existe un doble sueño, ya que West despierta de un sueño de ciento trece años y conoce el Boston del año 2000, y luego regresa a 1887 para volver a soñar y regresar al futuro. Como señala bien Davis (2010), con este juego malabar Bellamy arrincona al lector: ¿Qué es sueño?, ¿qué es realidad?: ¿el aquí o el allí?, ¿el pasado o el futuro?
Como lo importante resulta ser el proyecto de bienestar que se expone, por lo general las narraciones utópicas son flojas como novelas; Martín Rodríguez (2011) apunta en este sentido que la obra de Bellamy incorpora una intriga menor, hasta el punto de comentar la extrañeza de los críticos en la repercusión que pueden tener siendo tan deficientes desde el punto de vista literario. Pero el autor apuntala que, como el atractivo descansa en la riqueza y en la coherencia de su descripción de un espacio social imaginario, el impacto de lectura implícito es similar al de un libro de viajes.
Cuando se buscan hoy en día referencias sobre la obra Looking Backward, resulta curioso constatar que una de las fuentes más caudalosas de información es la polémica surgida tras la publicación del libro en 1888, por un crítico feroz para con ella: William Morris4; su conocida obra News from Nowhere resulta estar escrita en contestación a la obra de Bellamy. Es curioso, pero en todos los estudios sobre la obra de Morris, siempre hay un párrafo o al menos unas líneas para Mirando atrás. Tanto es así que todos los escritos consultados dan por hecho que Morris escribió su novela en contestación a la de Bellamy, y la publicó tan solo dos años después, en 1890.
Por ejemplo, la objeción de Morris al utilitarismo, el control disciplinario y la mecanización, cuando, a su juicio, el trabajo debía de ser un placer en sí mismo (Levitas, 2007) que se conseguiría a través del logro de la verdadera igualdad. La crítica de Morris a Looking Backward puede resumirse también en que la consideraba una utopía de realización para las clases medias urbanas y, por tanto, sin aspiración posible para la clase obrera, que era, a su juicio, la verdadera sufridora de la situación lamentable que se vivía. Es más, Morris califica el trabajo de Bellamy con el despreciativo adjetivo de cockney (De la Cuadra, 2010).
Pero no solo tuvo una crítica acogida por parte de sus lectores más renombrados. Mark Twain puede señalarse como un ejemplo de todo lo contrario. Su entusiasmo por Bellamy le llevó incluso a visitar al autor, y por la propia novela, a la que calificó de «la última y la mejor de las biblias» (Winters, 1980), siendo este un buen comentario por parte de uno de los escritores más famosos y con una clara vocación de crítico y reformador social.
A pesar del avance que se observa no solo en la disposición de medios técnicos y organizativos en la novela de Bellamy, hay que recordar que, sin embargo, los roles sexuales no han variado demasiado durante los ciento trece años que dura el sueño de Julian West. Como recuerda K. Roemer (1972), los roles sexuales son los propios de todos los utópicos de la clase media alta, y por eso aparecen definidos como «naturales» y, por tanto, inamovibles.
Esta calificación de la novela de Bellamy es compartida por más autores, al recordar que Bellamy proyecta una utopía de abundancia material, seguridad psíquica y armonía social. Precisamente su enfoque evolutivo, es decir, de cambio social gradual y no violento, y sin ningún análisis de clase, confirmaría su pertenencia al imaginario burgués que patrocina (McClugh, 19785).
IV
Una sinopsis rápida de la trama de esta obra muestra a su protagonista, Julian West, hombre acomodado en la ciudad de Boston en 1887, quien se queda dormido para despertar tras lo que él piensa que es una noche de descanso; más tarde, comprueba que han transcurrido ciento trece años, tres meses y once días; situándose, por tanto, en el último año del siglo xx, el siempre profético año 2000. De la incredulidad pasa a la sorpresa, y luego al ávido conocimiento del cambio operado en su ciudad, y en su modo civilizatorio, dando pábulo al ideario colectivista que defendió Bellamy y que sirvió de base a los clubes que llevaron su nombre junto al de «nacionalismo».
Un rápido repaso de los personajes que pueblan la novela lleva a comenzar por el protagonista. Julian West, un rentista acomodado de Boston, acostumbrado gracias a los recursos familiares a llevar una apacible vida burguesa y a ser un espectador cómodo, e intermitentemente irritado –solo cuando le afecta personalmente–, de la convulsa realidad que le rodea. Según él mismo confiesa, la fórmula de su familia para lograr y mantener su estatus fue «echar la carga de la propia subsistencia sobre los hombros de otros».
Es el protagonista de los dos tiempos en los que se desarrolla la trama de la novela: 1887 y 2000. Nace en 1857, es decir, es solo siete años menor que el propio escritor, lo que le convierte en su alma gemela y contemporánea, por lo que resulta fácil deducir que habla con la voz de Bellamy.
Los personajes que le acompañan en el escenario decimonónico son su fiel criado Sawyer, persona entregada al servicio personal de West y, como solía ocurrir en estos casos, tan cercano a su señor que era el principal guardés de sus secretos; y también hay que contar con la breve aparición del Dr. Pillsbury, nombre con reminiscencias funcionales, ya que era su médico de confianza y quien suministraba a West los sedantes típicos que precisaba el burgués para conciliar el sosiego y el sueño cuando el entorno social le desbarataba sus planes. El doctor era profesor de magnetismo animal, lo cual le sitúa a medio camino entre la medicina convencional –de la que el propio West señala que sabía muy poco– y la práctica de posibilidades más abiertas a sentir sensaciones y situaciones menos habituales pero más proclives al sueño viajero. De hecho, el autor cita expresamente a Pillsbury como un «mesmerizador», lo que supone la referencia concreta al médico austriaco Franz Anton Mesmer, quién vivió entre los siglos xviii y xix, y que es una figura clave en esa zona oscura del sueño hipnótico que, gracias a sus luces y sus sombras, siempre es capaz de abrir la puerta al mundo de lo desconocido.
Por tanto el Dr. Pillsbury y Sawyer son los dos personajes únicos que West necesita para dar el salto al año 2000; queda por mencionar solo a Edith Bartlett, la prometida de West, con quien se ha de casar en breve, y cuya boda parece depender únicamente de que terminen la mansión que West se está haciendo construir. Pero el ritmo de edificación no resulta ser el deseado dadas las huelgas y los conflictos sociales de aquel entonces. Se trata, obviamente, de un matrimonio entre iguales; de alguna manera es lo único que le apesadumbra perder a West, y de hecho marca una línea de continuidad con el año 2000 a través de la trama amorosa de la novela.
Cuando West abre los ojos ciento trece años después, en un Boston a las puertas del siglo xxi, aparecen otros pocos personajes: el Dr. Leete, su esposa y su hija. Esta familia bostoniana del año 2000 se convierte en su protectora y conductora en ese despertar prodigioso que vive West. Los personajes son mínimos, igual que ocurre en el siglo xix; es lo poco que se precisa en una obra como esta, cuya principal misión es transmitir un ideario. Este entorno familiar poco numeroso contiene los elementos indispensables: un padre, médico, el Dr. Leete, quien asume las funciones de cabeza de familia así como de instructor y profesor de West ante todos los asombros que ve; su esposa, quien es la persona más indefinida del trío, y en realidad resulta ser una pieza de atrezo, y, por último, la hija, Edith Leete, que juega un papel más activo: por una parte sirve de conductora y acompañante en temas menores, ya que el peso de esa función descansa sobre el Dr. Leete, y por otra es una pieza de continuidad en la trama de la novela.
Por último, en este repaso de personajes individuales con alguna relevancia en el año 2000, hay que mencionar al reverendo Barton, quien a través de un espectacular sermón dominical despide la obra de forma apoteósica. Es el verdadero Bellamy quien está detrás del disfraz de Barton, y a quien utiliza, se puede decir, como actor con la última palabra.
El entorno en el que se desarrolla la trama, tanto en el siglo xix como en el xx, es la ciudad de Boston. Además de ser un lugar bien conocido por Bellamy, resulta ser una ciudad avanzada –ahora sin chimeneas ni humo– en cuanto a la Revolución industrial y sus efectos tanto positivos como negativos, y por descontado que el entorno urbano es el más significativo como escenario de las utopías, sobre todo a partir del siglo xix, por ser un lugar de mayor permeabilidad al cambio social. Siguiendo a Mumford (1965) en esta disquisición, «la primera utopía fue la ciudad como tal», incluso con el aditamento del aislamiento, de la autarquía de ser un núcleo de habitantes distinto de su entorno rural. Y, por tanto, presenta una mayor independencia para su manejabilidad. El cambio físico que se opera en la ciudad, tal como su preparación para la climatología, o su embellecimiento a través de los recursos sobrantes, hacen que Boston cobre un protagonismo extra en la novela. A pesar de esta argumentación, sobre todo genérica, no deja de llamar la atención el trabajo de J. Mullin (2000) que concluye que Bellamy pasó de ser un partidario de la gran ciudad, como demuestra Looking Backward, a ser su crítico solo 9 años más tarde, cuando publicó otra obra utópica titulada Equality (1897).
La fórmula escogida por Bellamy para explicar su mensaje es muy sencilla: el diálogo entre West y Leete mediante preguntas y respuestas. Resulta un útil plan pedagógico, aunque se resienta el ritmo de la novela, pero entender esta como pieza literaria no es la principal preocupación del autor. El tono en que está escrita es rotundamente optimista, llegando incluso a producir cierta irritación en un lector mínimamente exigente, pero los objetivos son los que son. Solo aparecen nuevas preguntas sobre las repuestas del Dr. Leete para ahondar más en los asuntos, nunca para contradecir, criticar o negar como posibilidad todo lo que le dice a West, o lo que ve con sus propios ojos.
El esquema de la nueva civilización, testigo del año 2000, es de una sociedad centralizada y casi mecánicamente regulada. La propiedad de los medios de producción pertenece al Estado (término en todo momento equivalente al que luego se popularizaría como «Nación»); no es de extrañar el eco que tuvo esta publicación en las revistas y libros marxistas –Aquel individualismo del sigloxiximpedía el desenvolvimiento del espíritu público–. Con el tiempo, quedó demostrado que las relaciones trabajo/capital eran malas.
Como el trabajo es necesario para el sostenimiento de la sociedad, su gestión y distribución están controlados. El Dr. Leete lo cuenta con una afable sonrisa, pero la sociedad está estratificada gracias a la división del trabajo de corte militar: la existencia de un ejército industrial que opera según categorías y grupos de trabajo, se supone que en función de los intereses y gustos de los ciudadanos. Pocos se quejan o se inhiben de esta formación, ya que lleva aparejado su castigo. Todos los ciudadanos se convirtieron en empleados del Estado.
La pertenencia al ejercito industrial es obligatoria y dura, por norma general, veinticuatro años de la vida de las personas. Comienzan a los veintiún años y se retiran a los cuarenta y cinco. A partir de ese momento, se jubilan, aunque pueden ser llamados al servicio durante algún tiempo si fuese necesario para el Estado.
Una compleja secuencia que el lector descubrirá en las páginas de la novela regula la elección del empleo para cada cual en función de sus aptitudes. Y, más o menos, todo cuadra: la oferta y la demanda. El Estado no sacrifica ni esclaviza a nadie, y además la salud y la seguridad son las prioridades del gobierno industrial. La complejidad de las situaciones parece resolverse con una facilidad pasmosa.
Más o menos todo el planeta tierra ha adoptado en el año 2000 el mismo modo de organización social. Los Estados Unidos fueron los promotores de esta evolución, premonición de un liderazgo internacional que aún no estaba indiscutido, pero seguramente pesó en el ánimo de Bellamy un germen de patriotismo. En el ancho mundo se va imponiendo una estructura de tipo federal que ordena las relaciones entre los distintos países. Existe un Consejo Internacional regulador de las relaciones entre los miembros de la Unión, siendo su temática fundamental la relativa al comercio, ya que no existen graves inconvenientes de coexistencia en términos de beligerancia. Aun así, sigue subsistiendo el modelo de soberanía estatal, definido desde la Paz de Westfalia, aunque está prevista una unificación completa del mundo en una sola nación.
Un curioso protocolo, similar a lo que hoy se llamaría edición bajo demanda, impera en el ámbito publicístico, ocasionando un florecimiento intelectual sin precedentes. Una visión llamativa del cuarto poder: los medios de comunicación. Están en manos de sus lectores, quienes no solo sufragan el coste y la distribución de la edición, sino que eligen a su director.
La distancia física deja de ser un problema debido a la utilización generalizada del teléfono. Se puede utilizar tanto para escuchar música en conciertos celebrados a lo largo y ancho de la ciudad como también para escuchar el sermón del domingo, y es de imaginar que también la santa misa, pagando una pequeña cuota.
Ya no existe la cuestión obrera. Se ha resuelto sola a través de la evolución industrial. Se pasó de la época del individualismo a la época de la cooperación. Se detectó que el problema de aquellos turbulentos años del pasado fue la concentración de capital, el despotismo de las corporaciones. Dicha evolución desembocó en una situación en la que el Estado quedó como la única y gran corporación comercial. Se convirtió en el único patrono. Y además no hubo violencia alguna en toda esta metamorfosis.
El Estado se dedica a dirigir la industria, frente al papel clásico que tenía hasta ese momento, como era vigilar el orden público y la seguridad exterior. Ahora esas dos cuestiones son tan superfluas que, en realidad, solo se protege a la ciudadanía de la miseria, el frío y la desnudez. El presidente de los Estados Unidos es quien dirige el ejército industrial, y resulta elegido a través de un complicado sistema jerárquico de corte militar, y además mediante sufragio censitario. El sufragio pasivo estipula que el presidente ya no esté en activo dentro del ejército y, por ello, más o menos el más alto dignatario de la Nación viene a ser una persona quincuagenaria. El mandato dura cinco años, aunque la ausencia de asuntos polémicos viene a reducirle a una especie de general-gerente.
Existe un único y gran partido: el nacional. No hacía falta ninguno más. Como no hay tensiones sociales, no hay ya líneas de fracturas o cleavages; en pura lógica, no se precisan más organizaciones partidistas. Su nombre proviene del objetivo de nacionalizar los medios de producción y distribución. Se trata asimismo de un partido donde el patriotismo cobra un carácter racional, no instintivo.
A pesar de la amplia quietud social, existen jueces. Están cortados por un patrón determinado: son hombres maduros más extensamente informados, sensatos y prudentes.
La educación es uno de los activos de la sociedad bostoniana del año 2000. Está universalizada. El sistema educacional se basa en tres principios: 1) el derecho de todo ciudadano a la educación más completa para favorecer su autoestima; 2) el derecho de los ciudadanos a educarse bien para el usufructo de la sociedad, y 3) el derecho del hombre que va a nacer y crecer en una familia inteligente y distinguida.
Curiosamente, West observa que la moda no ha variado mucho, aseveración que no deja de llamar la atención, debido simplemente a la idea que uno se forma al ver un cuadro costumbrista de un siglo junto con otro pintado cien años después.
Frente a la uniformidad casi mecánica que representa la rutina diaria en el año 2000, casi resultan más sorprendentes, y por tanto más propias del ámbito de la utopía, las no existencias, en definitiva, las ausencias; es más en estas descripciones y en su justificación donde se encuentra la clave de lo que quiere transmitir Bellamy.
Hay que pensar, según el relato, que en el año 2000 no hay ni rastro de políticos, abogados –no nos parecería razonable, en un caso donde el único interés de la Nación es averiguar la verdad, que las personas que tuvieran motivo conocido para empañarla tomaran parte en los procedimientos– ni banqueros. No hay ni compras ni ventas, porque no hay dinero. Existe un crédito que se inicia al comenzar el año en los libros contables públicos correspondientes a cada ciudadano por el producto que anualmente supone su trabajo para el resto de la nación. Ese apunte se traslada a una tarjeta de crédito, quizá uno de los objetos más ciertos de todos los que ideó Bellamy hace más de cien años, aunque su aspecto físico no coincidiera con el apodado «dinero de plástico» que hoy circula por el mundo, ya que era de cartón. El consumismo al que da lugar la utilización de crédito es parecido a lo que hoy se ve, quizás antes de la crisis, aunque algo más vestido racionalmente, más que nada por el almacenaje centralizado que evita la pérdida de tiempo del ocioso callejeo. No resulta difícil encontrar entre economistas cultivados (Pérez Velasco, 2002) la referencia a este objeto para comprar, que señala Bellamy como tarjeta de crédito, como un hito profético sin ningún lugar a dudas. Resulta especialmente curioso que el propio Ernesto Che Guevara recordase esta cuestión concreta de la anticipación que supuso, junto con su reconocimiento a la influencia que el libro en conjunto tuvo sobre él.
No hay prisiones, los criminales confiesan sin dificultad para que se acabe pronto el proceso, y por tanto no tienen facultades de derecho, y apenas legislación. El Congreso se reúne cada cinco años, pero no examina leyes, sino que solo hace recomendaciones al Congreso sucesivo para que las trate cinco años después. No hay prisa, ni urgencia, ya que el 99 por 100 de las leyes que se elaboraban en el siglo xix reglaban la definición y la protección de la propiedad particular y las relaciones comerciales. Tampoco hay dementes ni suicidios, y ha desaparecido lo que hoy se llama violencia de género.
No hay ejército de tierra ni armada, ni departamento del Tesoro. El mantenimiento de un orden social organizado y centralizado, donde está erradicada la miseria, donde todos trabajan en lo que quieren, y no hay sueldos ni dinero, supone un nivel de riqueza global, que se basa más bien en que hay muchos menos gastos que ingresos. Por ejemplo, no hay deuda nacional, hoy tan controvertida, ni gastos militares, ni servicio de recaudación. Los funcionarios públicos como magistrados, policías o alguaciles son ahora menos en número de los que se necesitaban en el siglo xix.
Una fuente principal de despilfarro en aquel entonces, frente a la conducción estatal de la industria en 2000, fue el hecho de confiar la dirección de la industria a individuos irresponsables, sin entendimiento ni conformidad entre ellos. En definitiva, la gran extensión del sistema de crédito era una característica de finales del sigloxixy explica en gran medida las casi incesantes crisis mercantiles que marcaron ese periodo. Diagnóstico que hoy en día resulta familiar a cualquier lector atento de la actualidad del mundo. Bellamy cuenta cómo el crédito contribuyó a exagerar el principal peligro del sistema individualista, y de ahí al desastre, solo hubo un paso.
Más allá de la panorámica general mecanicista del nuevo orden, así como las sorprendentes ausencias que ya se han relatado, cabe abordar dos temas de principal relieve en esta novela utópica, escrita en el siglo xix sobre el siglo futuro. Se trata del papel de las mujeres y de la religión. Ambas cuestiones son relevantes dentro de los parámetros de las utopías futuribles, ya que se deduce que el avance que se supone al progreso evolutivo de los seres humanos se mide bien a través de estas dos cuestiones, circunstancia que no ocurre en Looking Backward.
La situación de las mujeres, aunque aparece como tratada y mejorada, no deja de tratarse dentro de un cauce estrecho, más propio de la mentalidad burguesa que de una verdadera revolución que las sitúe en un plano de igualdad real.
La liberación de los trabajos pesados y las penurias de la vida cotidiana de la mujer proletaria es, evidentemente, una toma de conciencia de aquella esclavitud; pero la mejora es equipararla a la vida más regalada de la mujer burguesa –no en vano, esta es una de las etiquetas críticas que sobrelleva la novela.
De hecho, los personajes femeninos de la obra pertenecen a este perfil: la dos Edith (Bartlett y Leete), y la madre de esta última. Las labores domésticas, y las compras que siguen siendo atribución femenina, se han facilitado a través del trabajo cooperativo, de los avances tecnológicos y de la distribución centralizada; es cierto que las mujeres también reciben una educación, pues esta está universalizada.
Las mujeres son miembros del ejército industrial como los hombres, y es un lugar que solo abandonan por la maternidad. Ahora bien, se trata de trabajos más propios de su naturaleza más débil. Sus jornadas de trabajo son más cortas, y se les conceden licencias de reposo para preservar su salud. Pareciera que las mujeres son personas enfermizas, y de todo punto muy alejadas de la fortaleza del varón.
La delicadeza con que se dibuja a la mujer en las páginas de la novela es realmente condescendiente y claramente propia de quien no comparte en absoluto, no solo la igualdad real de los sexos, sino que escribe que tienen profundas diferencias. «Nosotros les hemos dado un mundo propio, con sus modelos, ambiciones y carreras, y le aseguro que están muy contentas con él.»
Frases en otro tiempo galantes, y hoy, en el siglo xxi, cursis en el mejor de los casos y machistas en otros, jalonan el texto: «los hombres de hoy son tan conscientes de deber la sal de sus vidas a la belleza y virtud de las mujeres y su principal incentivo para el trabajo», dirá el Dr. Leete.
El matrimonio de conveniencia o forzado no existe porque solo se concierta por amor. Pero no son los sentimientos el verdadero motor de esta situación, sino que es el principio darwinista de la selección natural el verdadero motivo del nuevo y extendido modelo matrimonial. Además, la situación de casada ya no separa a la mujer de la vida activa; y la mujer ya no depende económicamente del marido –lo que desde luego es un avance–. Y no existe violencia en las relaciones de pareja; parece que la serenidad rige la vida conyugal. Aunque el objetivo fundamental de la vida femenina sigue siendo la maternidad. Las mejores posiciones en el ejército industrial pertenecen a las que son esposas y madres («ya que solo ellas representan plenamente a su sexo»).
En realidad, los sexos siguen separados, y por el bien del sexo «débil». Las mujeres siguen una disciplina distinta, y son más una fuerza aliada que auténtica del ejército industrial. En definitiva, queda patente que los roles sexuales de las utopías del siglo xix son muy tradicionales (Roemer, 1972). Llama, por tanto, la atención el derroche de una imaginación menor en la evolución de la situación de la mujer en las construcciones utópicas del futuro.
La otra gran cuestión a la que se debe prestar atención es a la religión. En el ámbito de las utopías «marxistas» o tomadas como tales, choca la presencia innegable y protagónica de la religión como ocurre en Looking Backward. Tiene que ver con el propio autor, que recibió una profunda educación religiosa; hijo de baptista y de calvinista, fue imbuido de los principios religiosos de forma intensa, y eso se percibe en el libro desde los primeros instantes de lectura. La figura del Creador aparece pronto, y en boca del Dr. Leete, personaje del año 2000, luego queda patente que frente a otras discontinuidades esta no lo es, y sigue cumpliendo el mismo papel demiúrgico de siempre.
Aunque durante toda la novela flota de forma bastante inapreciable a base de pequeñas apariciones, su importancia se puede constatar sin ningún problema en el capítulo 26, realmente casi el último, pues los dos restantes sirven: uno para concluir la trama sentimental (17) y el otro, el de cierre (18), para el viaje de ida y vuelta, una pirueta de desconcierto momentáneo para el lector.
Por tanto, volviendo al argumento, West escucha un domingo sin salir de casa, gracias a la conexión telefónica, un sermón, concretamente el del señor Barton. La figura de los telepredicadores, con tanto calado en cierto público norteamericano, va a encontrar en este episodio quizá un pionero. No se trata lógicamente de un sermón cualquiera de un domingo cualquiera, sino de una prédica dedicada al «visitante» de otro tiempo. De ese modo, Barton lleva a cabo un balance de lo ocurrido, cómo ha evolucionado la sociedad, siendo todo elogioso para el momento que viven. Este momento estelar cierra el sermón y el capítulo con final apoteósico, sembrado de autocomplacencia: el largo y fatigoso invierno de la especie terminó. El verano ha empezado. La humanidad ha roto la crisálida. Los cielos se abren ante ella.
Esta posición estratégica del reverendo Barton y su discurso justifica sobradamente el papel preeminente que para Bellamy tenía la religión –protestante– en un mundo utópico. Incluso la frase final supone una imbricación casi de igual a igual entre el Creador y la sociedad civilizada del siglo xx.
Como se ha mencionado más arriba, la narración acaba con la pirueta del doble sueño: vuelta al pasado donde visualiza un periódico con fecha del 31 de mayo de 1887 repleto de un sinfín de las malas noticias habituales; visita y reconoce la ciudad de Boston de ese entonces y vuelve a recorrerla viendo con ojos horrorizados lo que siempre había visto con normalidad. Su angustia desaparece con su segundo sueño, que le vuelve a depositar en la realidad que más aprecia, el año 2000. Suspira aliviado. A partir de ahora, será un ciudadano del siglo xx, y obtendrá su crédito a costa del esfuerzo que hará por la Nación, gracias a una cátedra de Historia en un colegio, puesto al que accede sin tener una especial cualificación, quizá la de viajero del tiempo, y eso que Julian West confiesa que «nunca gané un dólar en mi vida, ni trabajé una hora».
V
Bellamy escribió su utopía dando un salto al futuro; se situó en ese mágico año 2000 que fue la frontera del tiempo para pasar al nuevo milenio; desde luego, no fue un año más acabado en cero. Pero como el transcurso de los años, no solo llegó el tercer milenio, sino que, por lo menos cuando esto se escribe, a poco más de un mes, también otra gran profecía, el fin del mundo para los mayas.
Por ello, no deja de ser interesante preguntarse qué tenía Bellamy de visionario más allá de utópico. La perspectiva que hoy (2013) se tiene, permite valorar la cuestión, aunque desde luego no fuera la que más le preocupara.
Su afán colectivista-racionalista le conduce a una centralización de mercados, que hoy está patente en una sociedad consumista –no alejada de su patrón– como la de 2013. Desde luego no coincide con su filosofía, más bien todo lo contrario, pero hoy existen los grandes almacenes, las grandes superficies, los centros comerciales y otros santuarios del consumo.
La retirada de la vida laboral a los cuarenta y cinco años por término general para dedicar el resto de su vida a una especie de jubilación dorada sí tiene bastante que ver con los progresos obtenidos (al menos hasta a la actualidad) en la línea de procurar una retirada de la vida activa que no suponga necesariamente el fin de la misma. Prejubilaciones o jubilaciones en buen estado de salud es lo que evoca esta idea anclada en el futuro por Bellamy.
Una de las ideas adelantadas de la novela, y esa sí que aún sigue en el limbo de las ideas, es el pago del salario a las amas de casa. Es cierto que en el año 2000 no había sueldos para los trabajadores, pero sí su parte correspondiente de crédito por trabajar para el Estado. Para Bellamy, las amas de casa eran unas trabajadoras como el resto, mientras que para la sociedad actual su tiempo sigue siendo el de los demás, y su trabajo, el que deben hacer «naturalmente».
La utopía tecnológica siempre cuenta con una gran desventaja literaria: «las predicciones siempre se quedan cortas» (M. Dorao, 1997: 3). Eso es exactamente lo que aquí ha ocurrido. En los cambios técnicos y tecnológicos, Bellamy se ha quedado corto. La imaginación del autor no llegó muy lejos, aunque tampoco era su intención primera; y por supuesto que pertenece a la moda literaria de Jules Verne, quien sí era muy capaz de diseñar y poner en marcha artilugios deslumbrantes para su época.
Llama también la atención escuchar una letanía que resulta algo coincidente. La crisis y el desastre del viejo sistema decimonónico: la excesiva extensión del sistema de crédito; tal fue así que desaparecieron el mundo financiero y sus protagonistas: los banqueros; viene a ser una curiosa repetición histórica, de la que no se aprendió. En este orden de cosas, resulta llamativa la ausencia de deuda pública, habida cuenta de los dolores de cabeza que acarrea hoy día la prima de riesgo a según quiénes. Y quizá su máxima diana sea la formulación de la tarjeta de crédito como modo de pago, que sí se ha convertido en un artículo familiar en las carteras de hoy en día.
En términos geoestratégicos, Bellamy sitúa ya a los Estados Unidos como líder del mundo. Sin conocer ni la Primera ni la Segunda Guerra Mundial, ni la Guerra Fría, ni la caída del Muro de Berlín, es cierto que el año 2000 supuso un momento de consagración de un liderazgo único en el mundo. Bellamy confió demasiado en la bondad del espíritu en general y de los dirigentes de su país en particular, cuando previó la erradicación de las guerras. Los Estados Unidos sí son líderes, pero la guerra ha sido una constante, como ha ocurrido con el auge y con la caída de los imperios –parafraseando la obra de Paul Kennedy–. E incluso solo un año después de 2000, en el primero del siglo xxi, un 11 de septiembre los propios ciudadanos norteamericanos sienten el golpe en casa, sesenta años después de la visita japonesa a Pearl Harbor.
También en el tiempo en que estuvo West soñando, se perfiló y se materializó el proyecto colectivista de los Estados comunistas. Y que, en definitiva, no tenía tanto que ver con el modelo ideal de Bellamy. Su desmoronamiento implicó su desnudez tanto desde el punto de vista de falta de democracia como de eficacia económica, así como de la infelicidad de sus individuos.
Con respecto a la religión, falló al situar su preeminencia en un mundo secularizado como el que sustentó el año 2000 y sus aledaños. Cierto es que en algunos colectivos, y quizás aquellos que siguen recibiendo una educación religiosa intensa como confesiones protestantes similares a las que Bellamy perteneció, puede ser que aún tenga un papel relevante, pero desde luego no tuvo ninguno oficial en las sociedades comunistas.
Y por último, aunque ya fue señalado, Bellamy no fue capaz de imaginar la revolución que se operaría afortunadamente tanto en la mujer como en la familia. Se vuelve a insistir en que ver el futuro no era el objetivo del escritor, pero estando sumergido en una utopía donde la fraternidad y la solidaridad eran valores primordiales, la mujer seguía siendo un objeto decorativo. Si Bellamy levantase la cabeza, como dice el refrán popular, esta cuestión le asombraría enormemente.
VI
Una vez leída la novela, es fácil catalogarla como una utopía dinámica (Abraham, 2004) donde lo importante es lo que se va contando, frente al estatismo de otras narraciones utópicas. La imaginación del futuro supuso ser un camino de exploración de sueños que se ve casi siempre en las utopías dinámicas, donde se narra un progreso y un proceso, como ocurre en el utopismo del siglo xix, donde la novela de Bellamy es un claro exponente. Se trata ya de un progreso tecnologizado contra el que los escritores escribían desde su proximidad a las corrientes socialistas utópicas de la sociedad liberal (Pantoja Chaves, 2012). Este autor menciona los casos de La máquina del tiempo de H. G. Wells, de 1895, y Looking Backward.
Las alabanzas y las críticas que generó esta narración suponen además de una acogida caliente e influyente, otra cuestión valorativa esencial del mundo utópico. Se puede formular de la siguiente manera. La historia que cuenta Bellamy, ¿es una utopía o es una distopía?; Mumford (1965) plantea que el aislamiento, la estratificación, la fijación, la regimentación, la estandarización y la militarización son atributos propios de la ciudad utópica que se expresa en Looking Backward, una de las utopías más supuestamente democráticas del sigloxix, existe pues, poca distancia entre el ideal positivo y el negativo: utopía y distopía se dan la mano. En definitiva, al leer literatura utópica, tal como claramente expone M. Martín Rodríguez (2011), aunque una persona se deje aconsejar, o incluso influir por el consejo de otra que merezca su crédito, es el lector en última instancia quien decide, según sus valores y criterios, si se trata de una lectura utópica o distópica, refiriéndose precisamente a Mirando atrás.
Por otro lado, otra reflexión que viene a la mente tiene que ver con que la construcción imaginaria del futuro en forma de utopía de estos años y con estos resultados dibuja una línea fronteriza muy tenue entre utopía/distopía y ciencia ficción. La mezcla de elementos de alta tecnificación y sociedades cuadriculadas pergeñan una suerte de nuevos escenarios donde un futuro prometedor y un futuro desgraciado se entrelazan y se funden, como en ese género literario. En el caso de la novela de Bellamy no llega a tener ese alcance, debido a que los progresos tecnológicos que pone sobre la mesa son pacatos, pero no así en otros títulos como el ya mencionado de Wells y, más tarde, 1984 de G. Orwell, o Un mundo feliz de A. Huxley. Aun así, los expertos señalan como la primera obra de ciencia ficción a una que ve la luz mucho antes, el Frankenstein o Prometeo moderno, escrita por Mary Shelley en 1818, ya que su contenido responde a la visión de la nueva humanidad que está creando la Revolución industrial decimonónica (Pantoja Chaves, 2012).
En un balance final, cumple dar la palabra al propio autor, que comprobó en sus propias carnes las críticas y diatribas que generó la novela, amén de las alabanzas. Al final de la novela, en el epílogo, Bellamy responde a esas críticas, clarificando que su intención al escribir la narración fue ser una premonición de «la siguiente fase en el desarrollo industrial y social de la humanidad». Comenta que se avecinan grandes cambios, y ante esa eventualidad se puede ser optimista –creyendo en la nobleza esencial del ser humano– y pesimista –no hacerlo–. «En cuanto a mí, me adhiero a lo primero.»
En definitiva, cada cual es muy dueño de su criterio a la hora de sentenciar una lectura; lo que está claro es que por mucho que nos prometa el futuro, siempre se deben repasar los frutos del pasado, y queda patente que el final del siglo xix fue prolífico en dejar resultados en el acervo utópico-literario de nuestra cultura que aún hoy sirven para seguir dándole vueltas a bastantes asuntos.
1 T. Moro, Utopía, Madrid, Akal, 2011.
2 La opinión de Marx y Engels con respecto a autores como Fourier, Owen y Saint-Simon era condescendiente. Los tres eran solidarios con la clase obrera, no iban hasta el fondo, al no tratar de fomentar su movilización revolucionaria, la crítica social sola no era suficiente para producir el cambio necesario. Véase Fernando de la Cuadra (2010): «Utopía y ecosocialismo en William Morris», Persona y Sociedad, vol. XXIV, n.º 3, Universidad Alberto Hurtado, 2010, pp. 31-51.
3 En este punto cabe recordar algunos de los destinos que a lo largo de la historia de la invención humana han aparecido para concebir una sociedad ideal: Cucaña, Arcadia, la República Moral Perfecta o Millenium, más Utopía. Para un recorrido breve pero esclarecedor por estos mapas mentales, veáse J. C. Davis (2010): «El pensamiento utópico y el discurso de los derechos humanos: ¿una conexión útil?», en P. Cuenca Gómez y M. A. Ramiro Avilés (eds.), Los derechos humanos y la utopía de los excluidos, Madrid, Dykinson.
4 W. Morris escribió una crítica de Looking Backward en Commonweal, el periódico de la Socialist League, en junio de 1889.
5 Palabras de Howard Quint referidas en MChugh, 1978.
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Pérez Velasco Pavón,