Nada más que tú - Brenda Novak - E-Book
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Nada más que tú E-Book

Brenda Novak

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Beschreibung

Agobiada tras un complicado divorcio, Sadie Harris había llegado al límite. Su empleo de camarera no bastaba para pagar las facturas, mucho menos asegurarle la custodia de su hijo, una batalla que se negaba a perder. Desesperada, había aceptado trabajar de asistenta para Dawson Reed, el hombre que había sido juzgado por el asesinato de sus padres adoptivos. Estar a solas con él en la aislada granja parecía muy arriesgado, pero a Sadie no le quedaban más opciones. Dawson le había proporcionado a la pequeña ciudad de Silver Springs numerosos motivos para que desconfiaran de él, sin embargo, en el caso del asesinato de sus padres era inocente. Y tenía la esperanza de dejar atrás el doloroso pasado arreglando la granja para poder llevarse a su hermana dependiente a vivir con él. A medida que la relación profesional de Sadie y Dawson se iba convirtiendo en algo personal, Sadie comprendió que Dawson no tenía casi nada que ver con ese chico malo que todos los demás veían en él. Poseía un gran corazón, un corazón por el que, quizás, incluso merecería la pena luchar.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2017 Brenda Novak, Inc.

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Nada más que tú, n.º 164 - julio 2018

Título original: No One but You

Publicada originalmente por Mira Books, Ontario, Canadá

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQN y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-688-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

 

 

 

 

Querido lector,

 

¡Qué ilusión presentarte mi última serie! Silver Springs es una ciudad ficticia de cinco mil habitantes, que guarda cierta semejanza con la ciudad verdadera de Ojai, en California, y que tiene unos siete mil quinientos habitantes. Al igual que Ojai, presume de su arquitectura de estilo español colonial y está encajonada en un pintoresco valle a unos noventa minutos al noroeste de Los Ángeles. Con el fin de conservar su originalidad, en la ciudad no están permitidas las grandes cadenas comerciales. En su lugar se fomenta el desarrollo de los negocios locales, y toda la zona respira un aire bohemio, casi espiritual. En el límite con Silver Springs se encuentra un rancho para chicos llamado New Horizons, donde una bondadosa mujer, Aiyana Turner, acoge a chicos conflictivos y los convierte en hombres admirables.

 

La idea para este libro surgió tras ver un programa sobre crímenes reales en el que el hijo de una pareja mayor regresaba una noche a la granja familiar donde vivía con sus padres y los encontraba asesinados, siendo finalmente acusado de sus muertes. Varios años después, la policía demostró que él no los había matado, pero yo no dejaba de pensar en cómo podría cambiarte la vida un suceso como ese. Y dado que estaba pensando en escribir algo acerca de hombres que habían asistido a ese mismo internado, algunos debido a un complicado pasado que incluía orfanatos o abandonos, pensé que sería muy interesante explorar esa idea, sobre todo porque era más probable que la policía sospechara de un hijo adoptado con fama de problemático. En cuanto la idea surgió en mi mente, mi héroe, Dawson Reed, saltó de mi imaginación a la hoja de papel, y como pronto verás, no es como la mayoría de la gente cree que es. Me encanta escribir relatos como este, donde los personajes superan tremendas dificultades y acaban demostrando, a los demás y a sí mismos, que son mucho mejores de lo que la gente espera que sean. Espero que disfrutes de tu visita a Silver Springs.

 

Me encanta saber de mis lectores. Por favor, no dudes en contactar conmigo a través de Facebook en Facebook.com/BrendaNovakAuthor, o darte de alta en mi boletín mensual en brendanovak.com/newsletter-sign-up. Me encantará mantener el contacto contigo.

 

¡Feliz lectura!

Brenda Novak

Dedicado al grupo de lectura online de Brenda Novak, por recordarme constantemente el valor y la fuerza de una historia.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

La centenaria granja parecía embrujada.

Sadie Harris no era especialmente supersticiosa, pero saber que dos personas habían sido asesinadas en uno de los dormitorios de la planta superior de esa casa aislada de fachada de listones blancos no hacía crecer su entusiasmo por trabajar allí. Aparcó frente a la verja de entrada y permaneció sentada en el coche, con el motor apagado, inclinando la cabeza para mirar por la ventanilla del copiloto.

Dawson Reed, que había puesto el anuncio en el periódico, al que ella había respondido, había salido de la cárcel, cierto. La camioneta aparcada frente a la casa no parecía en mucho mejor estado que el desvencijado Chevy El Camino que el hermano de su madre le había dejado en herencia tras su muerte tres meses antes. Los tablones que habían tapiado las puertas y ventanas de la casa durante los últimos doce meses habían sido arrancados, algunas malas hierbas de la entrada eliminadas, y el buzón había sido enderezado y reforzado. Pero Dawson no llevaba en su casa el tiempo suficiente para haberse ocupado de todo lo que necesitaba ser arreglado. Sumando el vandalismo que se había producido en su ausencia, y la falta de mantenimiento propia de una casa largo tiempo deshabitada, no le iba a faltar trabajo.

Sadie se preguntó qué estaría pasando por su mente desde su regreso a Silver Springs. Tras un año dedicado a luchar por obtener la libertad, había evitado por los pelos un veredicto que le habría llevado al corredor de la muerte. Pero no debía de estar demasiado emocionado por su regreso a la pequeña comunidad. Independientemente de la decisión del jurado, para todos los que vivían en aquel lugar era culpable.

Frunció el ceño al leer el grafiti que seguía pintado en la casa. Sobre la madera que cubría el porche alguien había escrito la palabra «asesino», con un spray, en letras de tamaño lo suficientemente grande como para verlas desde la autopista que pasaba a medio kilómetro de allí. El hecho de que no hubiera sido lo primero que había limpiado Dawson tras regresar a su casa ya indicaba algo sobre él, ¿no? Pero ¿qué? ¿Se sentía demasiado atormentado tras su larga batalla como para importarle lo que pensara la gente? ¿Estaba demasiado ocupado con asuntos que consideraba de mayor prioridad? ¿O lo había dejado ahí a propósito para molestar a los preocupados ciudadanos de Silver Springs?

Podría estar mofándose de sus detractores por haber heredado finalmente la propiedad a pesar de lo que ellos pensaban que…

La alarma del móvil la sobresaltó tanto que se golpeó la mano contra el volante.

–¡Ay! –se quejó mientras apagaba el estridente sonido.

Si quería llegar puntual a la entrevista solo le quedaban tres minutos para acercarse caminando por el camino que conducía a la puerta principal. Aun así, seguía sin estar convencida del todo sobre la conveniencia de mantener la cita. Ni siquiera sabía de qué iba el trabajo. Aunque Dawson había publicado un anuncio según el cual buscaba una asistenta/cuidadora, vivía solo. ¿No era capaz de cuidar de sí mismo?

En Silver Springs no era frecuente que un adulto sano tuviera asistenta, y eso le asustaba, incluso antes de pensar en el hecho de que era peligroso reunirse allí sola, con un hombre, un hombre que quizás había descuartizado con un hacha a sus padres adoptivos.

Sadie se estremeció ante la sangrienta imagen que se abrió paso en su mente. Los escabrosos detalles del asesinato de los Reed habían sido publicados en los periódicos y contados en las noticias de la noche con bastante asiduidad. Cualquier asesinato cometido en esa zona era algo espantoso. Los Ángeles estaba a tan solo noventa minutos al sur de allí y un crimen como el cometido pasaría desapercibido en la gran ciudad. Pero aquella era una pacífica comunidad de artistas y granjeros, repleta de edificaciones estilo misión y hermosos murales. Lo peor que había ocurrido allí, antes del asesinato de los Reed, al menos que se recordara, había sido cuando la hija de los Mueller se había escapado y luego había sido secuestrada. Y eso había sucedido veinte años atrás. Además, la chica se había marchado a Hollywood y allí era donde había sido secuestrada.

Pulsando la tecla para encender la pantalla, Sadie comprobó la hora, pues el reloj del coche estaba estropeado, junto con todo aquello que no resultaba imprescindible para la conducción del vehículo. Dos minutos. ¿Se atrevería a ir? ¿Sería mejor largarse de allí mientras pudiera?

Sly, su autoritario y pronto exmarido, le advertiría que debería mantenerse lejos de Dawson. Ya había aportado su granito de arena. La noche anterior habían discutido sobre ello durante una hora.

–No deberías trabajar para ese bastardo. ¿Qué clase de tipo mata a dos personas mayores mientras duermen, dos personas que lo habían acogido cuando nadie más estaba dispuesto a hacerlo? Lo alimentaron. Lo vistieron. Lo trataron como si fuera su hijo biológico. ¡Y qué orgullosos estaban de él! Y él va y les hace eso. Lo que se dice la máxima traición.

Cuando Sadie había señalado que no se sabía con seguridad si había sido Dawson el asesino de su padres adoptivos, que no había habido suficientes pruebas para una condena, él había aludido a una información privilegiada que apuntaba al hecho de que Dawson era tan culpable como lo había sido el infame O.J.

–Créeme. Tú no sabes nada –había concluido.

Sin embargo él sí lo sabía todo, como siempre. Sadie estaba harta de todo aquello, harta de él. Llevaba jugando con ella desde mucho antes de los asesinatos, configurando los detalles del divorcio, ocultando cualquier ingreso extra en su trabajo de seguridad para que no fuera incluido a la hora de calcular la pensión de manutención de su hijo, amenazando con pelear por la custodia del niño de cinco años si ella no se conformaba con la miseria que le ofrecía. Dado que había sido ella la que se había marchado de casa, él seguía viviendo, solo, en la casa de tres dormitorios mientras que Jayden y ella se apretujaban en una diminuta casita de alquiler. Pero haberse quedado con la vivienda no le bastaba. Sly estaba empeñado en dejarla sin nada para que no le quedara más remedio que regresar con él si quería poder alimentar y vestir a su hijo, y a ella misma.

Recorrió con la mirada la granja y los campos que se extendían a ambos lados. El lugar no resultaba acogedor. Había varias ventanas rotas, un edificio anejo había sucumbido a las llamas y en el patio había un montón de muebles desechados y basura de a saber cuándo. Y lo peor de todo era que el vecino más cercano debía vivir a casi dos kilómetros de allí.

–Está loco –había dicho Sly antes de colgarle el teléfono.

Como agente de policía de Silver Springs hablaba con no poca arrogancia y autoridad. Pero en los últimos años había contado muchas historias que le habían erizado el vello de la nuca. Historias sobre reventar una fiesta de instituto, pero no denunciar a los chicos a cambio de que le entregaran la cerveza. O detener a una prostituta, pero no arrestarla a cambio de que preparara galletas para los oficiales. Aunque Sadie sospechaba que les había preparado algo más que galletas, pues había oído en una ocasión a Sly hacer un chiste grosero al respecto, cada vez que ella le cuestionaba por ello, él negaba haber cometido ninguna infracción. Aseguraba que no había sido más que una broma. Pero, si creía que enseñando la placa podía conseguir lo que quisiera y sacar ventaja de una situación, aunque solo se tratara de asustar a la gente o apartar a alguien de su camino, a ella no le cabía la menor duda de que lo haría. Y sobre todo al final de su matrimonio había empezado a atacarla a ella también. Si bien nunca le había hecho daño en serio, había estado a punto.

En su opinión, él también estaba loco. ¿Por qué iba a permitirle decidir por ella? No confiaba en él. En cuanto a Dawson, al menos en cuestiones de confianza, todavía era una incógnita.

Cuando solo le faltaba un minuto para la cita, se bajó del coche. Dawson le estaba ofreciendo un empleo a tiempo completo por hacer… algo que esperaba ser capaz de hacer, y la paga prometida era muy superior a lo que ganaba en esos momentos sirviendo mesas en Lolita’s Country Kitchen. Era su oportunidad para escapar definitivamente de su exmarido. Y con Sly ejerciendo su influencia para sabotearla de todas las maneras posibles, tampoco tenía más alternativa. Nadie se atrevía a enemistarse con él porque era un hombre capaz de hacer que la vida fuera muy difícil. De modo que cada vez que había solicitado un empleo le decían que no estaba cualificada, o que habían elegido a otro candidato mejor. Si tenía el trabajo en Lolita’s era únicamente porque ya trabajaba allí antes de abandonar a su marido.

Dawson no tenía ningún motivo para hacerle daño a ella, y no debía olvidarlo. Si había matado al señor y la señora Reed, lo había hecho por quedarse con la granja, que ya era bastante.

A medida que se aproximaba a la casa pudo ver los daños provocados en el tejado por las tormentas, la pintura resquebrajada y las heces de aves en la barandilla del porche. Los detalles se sumaron a su aprensión generalizada, pero no sintió verdadero pavor hasta que vio moverse una cortina de la ventana. La idea de que Dawson la estaba vigilando, observándola mientras se acercaba, casi le hizo darse media vuelta. Se detuvo, pero antes de poder realizar el siguiente movimiento la puerta principal se abrió y su potencial jefe salió de la casa.

–Usted debe ser Sadie Harris.

En Silver Springs solo había cinco mil habitantes. La ciudad no era grande, ni de lejos, y aun así nunca se habían visto. Dawson no solo tenía dos años más que ella, lo cual sabía por los numerosos artículos publicados sobre él y el juicio que había desvelado tantos detalles sobre su vida. Además habían acudido a institutos diferentes. Ella a uno público, él a New Horizons, un internado solo para chicos. Para chicos conflictivos.

¿Hasta qué punto era conflictivo? ¿Lo bastante como para matar a las personas que lo habían acogido? ¿Lo bastante como para atraer a una mujer hasta su granja con la falsa promesa de un empleo?

Esperaba que no fuera así.

–Sí. Yo… –Sadie se aclaró la garganta para terminar la frase–. Soy Sadie.

–Y yo soy Dawson.

Como si necesitara presentarse. Medía algo más de metro ochenta y ya había pasado fuera de la cárcel el tiempo suficiente para disfrutar del sol, con lo que el color arena de sus cabellos se fundía a la perfección con el dorado tono de su piel, que contrastaba con el color de sus ojos, de un tono azul hielo. A ella no le pilló por sorpresa su atractivo. Todo el mundo había hablado de cómo su «cara de ángel» no encajaba con sus actos «endemoniados». Además, había visto tantas fotos suyas que lo habría reconocido aunque no lo hubiera visto allí de pie en el porche de su casa.

–Lo sé.

–Ha seguido la información.

–Hasta cierto punto. Era la comidilla del pueblo, resultaba bastante difícil permanecer ajena.

Él asintió como si la respuesta hubiera sido justo la esperada.

–Claro. Por supuesto, es algo desafortunado. Pero… gracias por venir.

–No hay de qué –Sadie se secó las sudorosas manos sobre la vaporosa falda negra que constituía la mitad de su mejor vestuario.

Al llegar a casa y ver que lo estaba abandonando, Sly había tirado la mayor parte de su ropa, todo lo que ella no se había podido llevar en la primera remesa. Lo primero que se había llevado eran las cosas de Jayden, de ahí que sus opciones de vestimenta hubieran quedado muy mermadas. Sin duda debía ofrecer una imagen bastante simple tambaleándose por el camino lleno de baches, vestida con una blusa negra, una falda vaporosa y tacones altos, pero no le había parecido correcto aparecer en una entrevista de trabajo vestida con vaqueros.

–¿Prefiere hablar aquí fuera, en el porche? –preguntó Dawson–. He preparado café. Puedo sacar una taza y algunas sillas.

Era evidente que se le notaba que no tenía muchas ganas de quedarse allí. Era un intento de engatusarla. Sin embargo, Sadie no podía marcharse, a no ser que quisiera regresar a los brazos de Sly. Necesitaba el trabajo, necesitaba el dinero.

–Eh…

Estuvo a punto de contestar que no sería necesario que se molestara. Había sido programada para contestar esa clase de cosas, para mostrarse amable, desde su nacimiento. Y, si bien allí no solía hacer nunca frío, el clima era muy parecido al de Santa Barbara, a unos veinte minutos de distancia, la mañana era bastante fresca. Unos negros nubarrones tapaban el sol y amenazaban con lluvia. Pero Sadie estaba lo bastante asustada como para que la idea de quedarse fuera le hiciera sentir mejor. Debía tener cuidado. Su hijo la necesitaba, y no le gustaba cómo lo trataba su padre. Ese era en parte el motivo por el que al fin había reunido el valor suficiente para abandonar a Sly, a pesar de que sabía muy bien lo que le iba a hacer sufrir. Su exmarido no se mostraba todo lo orgulloso de Jayden como debería. La mayor parte del tiempo se sentía avergonzado de ese dulce y delicado niño.

–No hace muy mal tiempo –Sadie respiró hondo–. Sentarse aquí fuera es una idea estupenda, si no le importa –concluyó sin demasiada convicción.

–En absoluto. Enseguida vuelvo.

En cuanto Dawson desapareció, ella se volvió hacia el coche e intentó calcular la distancia en caso de que tuviera que descalzarse apresuradamente y salir corriendo en su dirección. El Chevy El Camino no estaba muy lejos y, dado que había aparcado frente a la verja de entrada, donde no había ningún peligro de que se quedara encerrada, en caso necesario podría emprender una rápida huida.

Sintiendo cierto alivio al saber a Dawson ocupado de momento en otras cosas, corrió hasta el porche todo lo deprisa que le permitían los tacones sin torcerse un tobillo y, mientras se decía a sí misma que debería calmarse, contempló los listones de madera, carcomidos y deformados, que necesitaban ser sustituidos por otros nuevos.

Cuando él regresó con una mesa pequeña y una bandeja que contenía dos tazas de café, además de crema y azúcar, ella deseó haber declinado el ofrecimiento de tomar café.

Había estado tan preocupada que ni siquiera había caído en que podría haberle echado algo a la bebida.

–Siéntese –la invitó él tras volver a la casa y regresar con unas sillas.

La suya, Sadie no pudo evitar fijarse en el detalle, la colocó estratégicamente, o eso le pareció, cerca de las escaleras y alejada de él.

–Encantado de conocerla. Le agradezco que haya venido a pesar de… a pesar de todo.

–Claro –ella no se sentía merecedora de ninguna gratitud. De haber tenido una mejor opción no habría respondido al anuncio–. No pasa nada.

–¿Lo toma con crema? ¿Azúcar?

Sadie cumplió con el ritual de añadirle crema y azúcar al café a pesar de que sería incapaz de tomárselo.

–Y bien… ¿vive en Silver Springs? –preguntó él cuando el ritual hubo concluido.

Ella lo miró a los ojos e intentó decidir si les faltaba vida. Había oído decir que los asesinos en serie poseían una mirada vacía, desprovista de emoción, como la de un tiburón. Por otra parte, no estaba segura de que alguien que matara a sus padres por un beneficio económico pudiera ser considerado un asesino en serie. Seguramente, no. Tampoco parecía haber nada desagradable en los ojos de Dawson, más bien todo lo contrario. Tenían un color extraño y llamativo, bordeados por unas larguísimas y espesísimas pestañas con un toque dorado en la punta.

–Sí, vivo aquí –contestó al fin.

–¿Cuánto tiempo lleva por aquí?

–Desde que tenía diez años. Mis padres se mudaron aquí, querían salir de ese mundo de locos de Los Ángeles.

–¿Sus padres viven aquí, entonces?

Se levantó una ráfaga de viento, pero, aparte de sujetarse el pelo con una mano y la taza con la otra, Sadie se resistió a la tentación de mostrar alguna reacción al frío. Tras obligarle a sacarlo todo al porche, no iba a sugerir que entraran en la casa.

–No, ya no –dejó la taza sobre la mesita–. Mi madre sufría una rara enfermedad renal. Ese fue uno de los motivos para mudarnos aquí, aunque por aquel entonces yo no lo sabía. La perdimos cuando yo tenía catorce años. Mi padre me crio desde entonces, pero murió de un infarto mientras corría, cuando yo llevaba un año casada.

–Siento que perdiera a sus padres siendo tan joven.

–Supongo que todos tenemos nuestros problemas –nada más pronunciar las palabras, Sadie se sintió estúpida.

Sin duda los problemas de él habían sido infinitamente peores. Al menos a ella nunca la habían acusado de matar a sus padres.

–¿Hermanos? –Dawson tomó un sorbo de café.

–No. Fui hija única.

Cuando él alzó la mano que tenía libre, Sadie se encogió, hasta que se dio cuenta de que su anfitrión no pretendía otra cosa que espantar a una mosca. Las mejillas se le colorearon de la vergüenza que sintió cuando Dawson apartó su silla un poco más de ella. Era evidente que se había dado cuenta de que no se sentía cómoda con él. Esperaba que al menos no se hubiera dado cuenta de que ni siquiera había probado el café.

–De modo que está casada.

Ella tomó la taza y la acunó entre las manos en un intento de robarle un poco de calor.

–Ya no. Bueno, el divorcio aún no es efectivo, pero es una mera formalidad. Llevamos separados más de un año –Sadie elaboró lo que esperaba fuera una sonrisa agradable, sorprendida ante su propia capacidad para condensar en una frase tan moderada el infierno al que Sly la había sometido, al que todavía la sometía–. Aún estamos perfilando los detalles, ya me entiende.

Él la observó detenidamente, al parecer concentrado en intentar averiguar lo que pensaba y sentía. ¿Eso hacían los asesinos?

–Eso puede llevar tiempo.

–¿Lo dice por experiencia o…? –Sadie no recordaba haber leído nada acerca de una esposa.

–No.

–¿Niños tampoco?

–Yo no. ¿Y usted?

–Un chico. Se llama Jayden. Tiene cinco años –ella no pudo contener una tímida sonrisa al pensar en su hijo.

–¿Vive con usted?

La sonrisa palideció ligeramente.

–Sí, está conmigo. Su padre tiene derechos de visita cada dos fines de semana, pero… Sly es agente de policía y tiene jornadas de trabajo muy largas –cuando no estaba en el gimnasio–. Jayden está conmigo la mayor parte del tiempo.

Y por eso no tenía demasiado sentido que Sly la llevara a juicio para reclamar la custodia. En realidad no quería esa custodia. Estaba utilizando a Jayden, junto con cualquier otra cosa que le sirviera, como arma contra ella.

–De modo que ahí está la conexión –Dawson frunció los labios.

–¿A qué se refiere? –ella lo miró sorprendida.

–Pensé que quizás fuera la hermana del agente Harris, o algo así. Pero no, está casada con él.

Sadie se tensó ante la mención del apellido de su exmarido.

–Estuve casada con él, ya no lo estoy. ¿Por qué? ¿Lo conoce?

–Personalmente no –él se inclinó hacia delante y echó un poco de crema en el café, añadió un terrón de azúcar, al igual que había hecho ella, y le pasó la taza–. Ya me ha visto beber de esta taza, aparte del riesgo de tragarse unos cuántos gérmenes, debería poder fiarse.

Sorprendida ante su franqueza, ella rebuscó en su mente algo que contestar.

–No es por eso. Es que yo… ya estoy bastante nerviosa sin haber tomado cafeína.

Dawson no contestó, pero era evidente que no se había tragado la mentira.

–¿Y cómo es que ha oído hablar de mi exmarido? –preguntó Sadie cambiando rápidamente de tema–. Él no tuvo nada que ver con… con la investigación.

–No. A mí me detuvo un detective de homicidios. El agente Harris no participó en el caso. Pero anoche se dejó caer por aquí.

La sorpresa de Sadie superó a su aprensión, incluso le hizo olvidar el aire frío que parecía traspasar su blusa como si la tela fuera un colador.

–¿Vino aquí? ¿Por qué?

–Para dejarme claro que me iba a estar vigilando –contestó él mientras la lluvia comenzaba a repiquetear sobre el tejadillo.

–Por…

–Por si hago algo que a él no le parezca bien, supongo. Parecía encantado ante el reto de mantenerme vigilado.

Sadie no debería haberse sorprendido de que Sly hubiera intentado acosar a Dawson. Él era el policía grande y duro, y era muy capaz de acosar a cualquiera. Y por supuesto se iba a crecer ante el paria del pueblo.

–¿Iba de uniforme?

–Su aspecto no habría ejercido el mismo impacto sin él –una sonrisa cargada de amargura tiró de los labios de Dawson hacia arriba.

Sadie se clavó las uñas en las palmas de las manos mientras la ira y la amargura con la que había tenido que convivir tanto tiempo surgió de nuevo en su interior, quemándole la garganta como si fuera bilis.

–Por favor, dígame que no habló de mí.

–Desde luego no la nombró. Pero sí me advirtió de que iba a venir una mujer para entrevistarse conmigo por la mañana. Y que no era la persona que yo buscaba.

–¿Lo amenazó? –ella lo miró boquiabierta.

–Si considera una amenaza la frase «Ya has tenido bastantes problemas, no sería muy inteligente crearte más», entonces sí.

Era la primera vez que alguien tenía el valor de admitir que Sly había intentado acabar con sus posibilidades de conseguir un empleo.

Demasiado alterada para quedarse sentada, Sadie se levantó de la silla.

–Eso… eso… –no estaba segura de si quería decir que aquello no era justo, o que aquello la cabreaba seriamente, porque ambas frases surgieron simultáneamente en su cabeza.

Cuando Sadie se enfadaba no era raro que se echara a llorar, sobre todo si estaba implicado su exmarido. Ese hombre le hacía sentirse desvalida, fácilmente dominada, y además estaba decidido a recuperarla o hacerle pagar por no volver, siempre confiado en que al final iba a salir vencedor.

¿No iba a poder librarse de él jamás?

Optó por mantenerse callada, por miedo a que se le rompiera la voz, y se volvió para contemplar la lluvia, para que Dawson Reed no le viera la cara.

Por suerte él no insistió en que terminara la frase. Permaneció en silencio detrás de ella, dándole tiempo para recomponerse.

–Lo siento –se disculpó Sadie cuando por fin fue capaz de hablar sin que en su voz se notaran las lágrimas–. Sé que ha sufrido mucho y yo… yo me quitaré de en medio.

Ya había empezado a bajar los escalones del porche cuando Dawson habló por fin.

–Señora Harris…

–Por favor, llámeme cualquier cosa menos eso –ojalá pudiera utilizar su apellido de soltera, pero sabía que Sly lo tomaría como una provocación, que se sentiría humillado.

Algún día lo haría. Era una promesa hecha a sí misma. Pero en ese momento había batallas más importantes en las que luchar, y que ganar.

–Sadie.

La lluvia había empezado a caer con más fuerza, empapándole la blusa y la falda, pero a Sadie le daba igual mojarse. Cerró los ojos y volvió el rostro hacia el cielo, permitiendo que el agua le arrancara el maquillaje e hiciera correr el rímel. De todos modos, ¿qué más daba ya?

–No te marches –Dawson la había seguido.

Por su voz, debía estar justo detrás de ella, pero no la tocó. Sadie deseó que, si era ese asesino perturbado decidido a matar de nuevo, se diera prisa y acabara con ello, porque ya no le quedaba más energía. Sly le hacía sentirse así de acorralada, así de desesperada.

Pero al pensar en Jayden, atrapado con Sly como única persona para guiarlo en la vida, la verdad se impuso de nuevo: no podía rendirse. Si aquello no funcionaba tendría que pensar en otro modo de construirse una nueva vida.

Sadie abandonó a Dawson en el patio y casi había llegado a su vehículo cuando él la alcanzó y la agarró del brazo. El viento y la lluvia le habían impedido oírle llegar. Estuvo a punto de gritar, pero él la soltó en cuanto se dio la vuelta y alzó las manos como si solo hubiese intentado llamar su atención y no tuviera ninguna intención de hacerle daño.

–Quédate un poco más, por favor –insistió–. Aún no hemos hablado del empleo.

Y porque era incapaz de reprimir el llanto, ella dejó que las lágrimas rodaran por las mejillas, mezclándose con la lluvia.

–No puedes contratarme –le explicó Sadie, tuteándole también–. No tienes ni idea de lo que él es capaz de hacer. Hará que tu vida sea tan miserable que desearás estar de vuelta en la cárcel.

Dawson se secó la lluvia de su propio rostro con una mano.

–Estoy dispuesto a correr el riesgo.

–¿Por qué?

–Porque te necesito.

–¿Para prepararte la comida? ¿Para limpiar la casa? Eres muy capaz de hacerlo tú mismo, y de paso te ahorrarías un montón de dinero.

–No se trata de eso. No me dejarán sacar a mi hermana de la institución en la que se encuentra recluida si no tengo a nadie que la vigile mientras yo trabajo en la granja. Tiene una discapacidad mental y podría intentar cocinar y quemar la casa. O salir fuera y perderse. En la parte trasera hay un estanque. Sería un peligro que se acercara al borde.

¡Se había olvidado por completo de Angela Reed! Los medios de comunicación no habían vuelto a mencionarla desde el hallazgo de los cadáveres de Lonnie y Larry. Pero tras salir su nombre nuevamente a relucir, Sadie recordó haber leído, al principio, que la hija de los Reed había tenido que ser internada en una institución tras la muerte de sus padres y la detención de Dawson. También recordó haber leído que Angela se encontraba en la casa mientras sus padres eran asesinados, pero que no había sufrido ningún daño, lo cual no era precisamente un punto a favor de Dawson. La policía había insistido en que era una prueba de que su hermano estaba detrás de las muertes, ya que únicamente habían sufrido daño las personas que debían ser eliminadas para que él heredara la propiedad.

–¿Quieres traértela aquí? –preguntó ella mientras señalaba la granja invadida por las malas hierbas.

–Voy a traerla aquí –la corrigió Dawson como si nada en el mundo pudiera impedírselo–. Este es su hogar. Aquí es donde prefiere estar. Y ya ha esperado bastante para regresar. Los dos hemos esperado bastante.

–¿Y cuál se supone que sería mi cometido exactamente? –preguntó Sadie mientras se ajustaba la correa del bolso–. Nunca he cuidado de alguien incapaz de manejarse en los aspectos más elementales. Quizás deberías poner un anuncio buscando una enfermera o…

–Angela no está medicada. Y se maneja a un nivel muy básico. Es como una niña de unos cinco años. Como tu hijo. Solo necesita que la orienten un poco, que le den seguridad y que la supervisen.

–¿Y no puedes hacerlo tú?

–¿Qué pasaría si se aturdiera en el cuarto de baño y no fuera capaz de salir sola? ¿Y si necesitara ayuda en la ducha? Yo no podría entrar, pero tú sí.

–Lo dices como si buscaras… una señorita de compañía. Una niñera.

–Eso es. Tú te asegurarías de que se bañara cada mañana. Que se pusiera ropa limpia, se cambiara de ropa interior. Que tomara un desayuno sano y que pudiera ver sus programas de televisión preferidos. Le leerías, jugarías con ella, la sacarías de paseo. Y le prepararías la comida y la cena, puesto que yo no habré terminado de trabajar hasta la puesta de sol, o más tarde. También harías la colada y limpiarías la casa para que yo no tuviera que hacerlo por la noche. Más o menos lo mismo que haces por tu hijo. Y, si quieres, podrías traértelo contigo y cuidar de los dos al mismo tiempo. Eso te ahorraría a la canguro, suponiendo que estés pagando a una en estos momentos. Y a Angela le encantaría que hubiera un niño pequeño por aquí. Siempre le han gustado los críos. Es buena y dulce. No hay razón para que te preocupes por si ella fuera a hacerle daño.

A Sadie le encantó la idea de poder pasar más tiempo con su hijo. Y el hecho de que, en efecto, se ahorraría a la canguro, que se llevaba una gran parte de su presupuesto mensual, aumentaba el atractivo de la oferta, por no mencionar lo mucho que iba a echar de menos a Jayden si tenía que trabajar más horas.

Pero lo que le preocupaba no era que Angela lastimara a su hijo…

Además, Sly jamás le permitiría llevar a Jayden a esa granja. Aseguraría que estaba poniendo a su hijo en peligro y utilizaría ese comportamiento tan «descuidado» en su contra si alguna vez la demandaba por la custodia.

–Ya está en buenas manos.

Pagaba a Petra Smart, madre de tres hijos, y que vivía en su misma calle, para que lo cuidara. De modo que consideraba que estaba en buenas manos. Pero el dinero… nunca había bastante dinero.

–Eso, por supuesto, depende de ti.

–De modo que –Sadie se frotó los brazos helados mientras abordaba el tema–, mientras yo me ocupo de tu hermana, tú… ¿qué harás? ¿Vas a volver a poner la granja en marcha?

–Sí. Tengo que volver a ponerla en pie y en funcionamiento, que vuelva a ser productiva. Te seré sincero, es la única manera de mantenernos a mi hermana y a mí, y de poder pagarte, una vez pasado el verano.

Ella suspiró y se retorció las manos. Iba a correr un gran riesgo pasando tanto tiempo a solas con alguien como Dawson. Iba a abandonar un trabajo para apostarlo todo a la posibilidad de que le fuera bien como cuidadora de su hermana. Nunca había hecho nada parecido, y no tenía ni idea de si iba a llevarse bien con Angela.

Pero necesitaba un cambio. No podía continuar así. Cada vez se iba quedando más atrás y eso no la beneficiaba a la hora de conseguir que confiaran en ella.

–¿No vas a investigarme antes de darme el empleo?

–Soy bastante bueno juzgando la personalidad de la gente.

–¿En serio?

–Tardé unos cinco segundos en darme cuenta de que tu exmarido es un gilipollas.

Sadie no pudo reprimir una carcajada.

–Estoy convencido de que no me voy a equivocar –añadió él–. ¿Tengo razón?

–Sí, pero no deberías confiar en mi palabra.

–Los mendigos no pueden elegir, Sadie. ¿Cuántas personas habrá en Silver Springs dispuestas a trabajar para mí?

Ahí tenía razón. Toda la ciudad estaba resentida. Los Reed habían sido muy queridos y los que los habían conocido querían que alguien pagara por sus muertes. Y la mayoría deseaba que fuera él quien pagara.

–¿Has recibido alguna otra llamada por el anuncio? –preguntó ella.

–Unas cuantas. Todos colgaron en cuanto supieron que era yo quien buscaba ayuda –Dawson hundió las manos en los bolsillos de unos vaqueros desgastados, que se le ajustaban tan bien que Sadie no pudo evitar fijarse en ello–. ¿Y bien, qué dices? ¿Lo vas a intentar? Te prometo que te pagaré, al menos durante los próximos seis meses. Aunque no tengo gran cosa, bastará para mantenernos hasta agosto.

¿Y luego qué? Tenía un niño del que ocuparse. Si Dawson no la pagaba, su única posibilidad sería regresar con Sly. Pero, si no se arriesgaba, tendría que volver con él incluso antes.

–¿Cuándo quieres que empiece?

–¿Mañana te parece demasiado pronto? –los finos rasgos de Dawson se suavizaron ante el alivio que sintió.

Sadie estaba empapada y tenía tanto frío que empezaba a temblar.

–Soy camarera en Lolita’s Country Kitchen. No tenía ni idea de que iba a conseguir este trabajo, y tengo que dar un preaviso de dos semanas.

–De acuerdo, pero… ¿podrías venir aquí cuando no estés allí? Tenía la esperanza de que me ayudaras a preparar la casa para demostrar que dispongo de un lugar limpio y seguro para Angela. Lo van a comprobar antes de permitirme traerla conmigo.

Aquello iba mucho más deprisa de lo que ella había esperado.

–Claro. De acuerdo. Mañana termino a mediodía. Vendré aquí directamente.

–Gracias.

Tras asentir con la cabeza y agitar la mano en el aire, Sadie se encaminó hasta el coche. Iba a ganar tres mil dólares al mes, casi el doble de lo que estaba ganando en esos momentos, y eso le permitiría llegar a fin de mes, mantenerse por sí misma.

La perspectiva de conservar su libertad le generaba una profunda sensación de alivio y regocijo. Por fin tenía un motivo de alegría. Había llegado a un acuerdo con Dawson a pesar de Sly, y ese sencillo acto de desafío le hacía sentir bien, como si estuviera dando otro paso hacia la recuperación del control de su vida.

Al mismo tiempo sabía que su exmarido no estaría contento. No tenía ni idea de lo mal que Sly podría reaccionar. Y, sobre todo, iba a trabajar, casi aislada, para un hombre que acababa de ser absuelto de un brutal doble homicidio.

Sadie rezó para que la desesperación no la hubiera empujado a cometer un terrible error.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

–Has vuelto temprano. No debía haber mucha gente en Lolita’s esta mañana.

Con la llave en la cerradura Sadie se volvió hacia su dinámica, aunque anciana, casera, que la miraba desde la zona cubierta de su patio privado. Maude vivía con Vern, su marido, también jubilado, en la elegantemente restaurada parte delantera de la casa de huéspedes en la que Sadie vivía alquilada. Sin embargo, Maude pasaba mucho tiempo arreglando el jardín, formando estatuas con piedras o añadiendo un ocasional gnomo, rana de cerámica o cualquier otro ornamento al patio. Le encantaba enseñarle a Jayden su último descubrimiento o tesoro.

–Hoy no he ido a Lolita’s –le explicó ella–. No me tocaba.

–Siento oír eso. Sé lo bien que te vendrían esas horas.

Maude estaba al tanto de su situación financiera porque, en los últimos meses, Sadie le había tenido que pedir que le dejara pagar el alquiler en dos plazos.

–No pasa nada. He tenido una entrevista de trabajo en otro lugar –añadió–. He vuelto a casa para cambiarme porque le prometí a Jayden que le llevaría al parque.

–¿Dónde está Jayden? –la mujer miró a su alrededor como si le sorprendiera no verlo.

–Con Petra Smart, calle abajo. Voy a buscarlo ahora.

–Pensé que quizás se lo había llevado su padre…

Maude sentía una evidente curiosidad por su relación con Sly, y a menudo hacía preguntas destinadas a animarla a hablar, preguntas que Sadie contestaba lo mejor que podía sin revelar demasiado.

–No.

–¿Está trabajando?

–No sabría decirlo. Cuando hablé con él anoche no me mencionó su horario de trabajo –¿y para qué iba a quererlo saber?

Aunque hubiera estado libre no iba a ayudarla. Sly nunca cumplía con su parte como padre, pero Sadie debía tener cuidado con no quejarse demasiado. No podía arriesgarse a que su exmarido oyera por ahí que hablaba mal de él. Era una persona muy orgullosa y reservada, y ya era bastante difícil tratar con él cuando no tenía ningún motivo legítimo para estar enfadado con ella.

Las joyas que lucía Maude en las manos lanzaron destellos cuando el sol logró abrirse paso entre las nubes.

–¿Y bien? ¿Qué tal la entrevista?

Sadie tenía las llaves del coche preparadas en la mano. Aunque estaba ansiosa por marcharse, se detuvo para terminar la conversación. De vez en cuando Maude se aburría y le entraban ganas de cotillear. Pero en el fondo era una buena persona y el que le hubiera permitido a Sadie instalarse allí sin pagar una fianza había sido fundamental para poder marcharse de la casa que había compartido con Sly. Siempre le estaría agradecida por ello.

–Bien. Conseguí el trabajo.

–¡Qué bien! –la mujer palmoteó entusiasmada–. Pero me sorprende que no mencionaras antes que tenías la posibilidad de…

¿Y para qué iba a mencionarlo? Ni siquiera había estado convencida de ir a la entrevista. Y era muy consciente de que todo el mundo habría intentado disuadirla, como había hecho Sly. De no haber insistido tanto en que no podía permitirse vivir sola y que debería regresar a su casa, ni siquiera se lo habría mencionado. Sly incluso le había propuesto vivir con él como compañera de piso una temporada, hasta que aclararan las cosas. Pero Sadie no quería ni pensar en cuánto tiempo podría ser eso.

–No se lo dije a nadie, por si acaso… por si acaso no salía bien –explicó.

–Pues al parecer no tenías motivo para estar preocupada. ¡Te dieron el empleo!

–Sí.

Sadie iba a poder cubrir gastos sin tener que ceder a las exigencias de Sly. Y eso la animaba mucho, le hacía sentir más esperanzas de las que había sentido en mucho tiempo.

Las pulseras que llevaba Maude entrechocaron cuando alzó el colorido caftán para evitar que arrastrara por el suelo mientras se acercaba a ella. Ya no llovía, pero el suelo seguía mojado.

–¿Y dónde vas a trabajar?

Explicar esa parte no iba a resultar tan emocionante como lo anterior. Pero en el mundo de Sadie hacía mucho tiempo que nada era perfecto. Decidió que lo mejor sería mantener la cabeza alta y aceptar la desaprobación con la que iba a encontrarse por estar dispuesta a trabajar para Dawson Reed. Al final iba a saberse de todos modos, resultaba imposible mantenerlo en secreto. La ciudad era demasiado pequeña para eso.

–En la granja Reed.

Maude abrió la boca y la cerró dos veces antes de conseguir elaborar una frase.

–¿Te refieres al lugar en que Lonnie y Larry fueron… asesinados?

–Eso es. Su hijo tiene idea de volver a poner la granja en funcionamiento. Ha regresado a casa.

–¿El hijo adoptado que podría ser quien los mató?

Sadie sintió que su sonrisa empezaba a tensarse.

–Dawson fue absuelto, por si no lo sabe.

–Eso he oído. Salió en las noticias. Pero tú nunca has trabajado en una granja, ¿verdad? ¿Qué harás allí?

–Voy a cuidar de su hermana.

–Angela.

–¿La conoces?

–Personalmente no. Los Reed pertenecían a la iglesia de mi hermana. Chelsea los veía cada domingo y trabajaba con Lonnie en varios proyectos de caridad. Me contó que Angela estaba allí la noche de los asesinatos.

Por lo que se había dicho en las noticias, Angela dormía profundamente y no había podido proporcionar ningún detalle de lo sucedido. Primero dijo que había sido su hermano. Luego que no.

–La va a sacar del centro en el que la internaron cuando… cuando lo arrestaron.

–¿Por qué?

La llave del coche de Sadie se le clavaba en la palma de la mano, urgiéndola a aflojar un poco.

–Porque es su hogar.

–¿Y no resultará traumático para ella regresar al lugar en el que mataron a sus padres?

–Según él, ella quiere volver.

Maude empezó a juguetear con el colgante de ámbar que llevaba al cuello, algo que siempre hacía cuando se ponía nerviosa.

–Supongo que serás consciente de que, aunque lo absolvieran, quizás sea de todos modos… Quiero decir que, ¿seguro que allí estarás a salvo?

–Eso espero –temerosa de que Maude empezara a hablar sobre Jayden y su deber como madre, ella basculó el peso del cuerpo de un pie al otro.

Por su hijo tenía la obligación de actuar con inteligencia y responsabilidad. Cierto. Pero también debía cubrir sus necesidades, sobre todo porque Sly ofrecía muy poca ayuda. Si una de las responsabilidades chocaba frontalmente con la otra, ¿qué podía hacer? No iba a regresar con su ex.

–Dawson me pareció bastante agradable.

–La mayoría de los asesinos no muestran sus intenciones a la primera ocasión, Sadie.

Parte de la ilusión que había sentido hasta entonces se disipó, como siempre supo que sucedería en cuanto empezara a explicar a todo el mundo lo que iba a hacer.

–Lo sé, pero una tiene que hacer lo que tiene que hacer.

–Te sientes un poco… desesperada. Pero has tomado una decisión muy drástica, cielo.

Demasiado drástica, ese era el problema. ¿Se estaba comportando alocadamente?

–Era la única opción que tenía, Maude.

La otra mujer continuó acariciando el colgante de ámbar.

–¿Sabe Sly que has aceptado trabajar para Dawson Reed?

–Todavía no –Sadie ni se molestó en explicarle que solo con mencionarle que había contestado al anuncio, él ya había intentado anular sus posibilidades.

–Supongo que no se mostrará precisamente encantado.

Desde luego que no, porque el trabajo le iba a asegurar autonomía, al menos durante un tiempo. Iba a poder terminar con los trámites del divorcio, aunque él no le pasara la pensión de manutención. Si quería alargar el proceso, iba a tener que demandarla por la custodia de Jayden. Ya le había amenazado con hacerlo, pero le iba a salir muy caro en abogados, y en realidad no quería la custodia, de lo contrario habría sido más estricto en lo que a sus derechos de visita se refería.

–No.

–Pasa por aquí con el coche casi todas las noches –observó Maude.

–Lo sé –Sadie no necesitaba que se lo recordara. Ella misma lo había visto.

–Sigue enamorado de ti, y muy preocupado por tu seguridad.

En realidad, lo que ese hombre sentía tenía más que ver con posesión y control que con amor. Su seguridad no le importaba tanto como le preocupaba que pudiera estar saliendo con alguien. La vigilaba constantemente, en el trabajo y en casa, en el colegio de Jayden, y todo bajo el disfraz de amante esposo y padre, de eficiente policía. Pero todo era mentira. Por lo que a ella respectaba, ese hombre la estaba acosando.

–Sí. Bueno, seguro que estaré bien –insistió ella–. Me mantendré atenta a cualquier cosa que pueda resultar… preocupante.

–¿Acaso no es ya bastante preocupante lo que sucedió? –preguntó Maude.

Pero Sadie se negó a escuchar. Si Sly era la otra opción que tenía, estaba dispuesta a correr el riesgo, incluso uno tan grande como ese.

–Tengo que irme. Jayden me espera.

Le había prometido una celebración con helado y una o dos horas en el parque. Se moría de ganas de pasar un buen rato con el niño sin sentir todo el tiempo el peso de la presión a la que había estado sometida. El nuevo empleo le iba a obligar a trabajar más horas, y no iba a poder verlo tanto como le gustaría durante las siguientes dos semanas, y eso también tenía que tenerlo en cuenta.

Pero la reacción de Maude le había robado parte del entusiasmo. Su casera no aprobaba la decisión que había tomado. En realidad, Sadie dudaba que alguien lo hiciera. Y una vez confesados sus planes, pronto se extendería la noticia.

Antes de medianoche, Sly estaría aporreando su puerta.

 

 

Pero Sly contactó con ella antes de lo esperado. El corazón de Sadie falló un latido cuando, estando en el parque con Jayden, oyó sonar el móvil y vio un mensaje escrito en la pantalla.

 

¿Y bien? ¿Fuiste esta mañana?

 

Sadie contempló el mensaje, deseando que ese hombre simplemente desapareciera del planeta. Quizás fuera un pensamiento más bien egoísta, pero llevaba tanto tiempo sintiéndose asfixiada que había empezado a fantasear con la idea de un mundo en el que él no existiera.

–¡Mami! ¡Mira!

Sadie hizo visera con la mano para ver a su hijo bajar por el tobogán. Por suerte había salido el sol y la arena ya no estaba empapada por la lluvia caída. Llevaba dos horas jugando con Jayden. Deberían marcharse ya para que pudiera ocuparse de algunas facturas, compras y otras tareas. Pero Jayden se estaba divirtiendo tanto que decidió dejarle unos minutos más.

–¡Vaya! ¡Mírate! –exclamó ella–. Te estás convirtiendo en un chico muy mayor.

–¡Voy a bajar otra vez! –anunció el pequeño, aunque enseguida desvió su atención hacia un cubo y una pala que manejaba una pequeña, de unos seis años, junto a los columpios.

En cuanto Sadie comprobó que la nueva amiguita de su hijo estaba dispuesta a compartir sus juguetes, y que a la madre tampoco le importaba, devolvió su atención al mensaje de texto de Sly. Si no respondía solo conseguiría una llamada o una visita suya.

 

Sadie: Sí, he ido.

Sly: ¿Estás de coña?

 

Ella palideció ante la expresión empleada. Era muy capaz de imaginárselo gritándole esas palabras.

 

Sly: Por favor, dime que no aceptaste el puesto.

Sadie: Necesito el trabajo.

Sly: ¿Eso ha sido un «sí»?

 

El teléfono sonó. Por supuesto era Sly, ansioso por gritarle. Escribir palabras malsonantes no resultaba ni la mitad de satisfactorio, lo que a él le gustaba de verdad era el ataque verbal completo.

Sadie rechazó la llamada, pero casi al instante le llegó otro mensaje.

 

¡Contesta, maldita sea!

 

Ella no respondió y él empezó a llamar de nuevo.

Al fin soltó un suspiro y contestó la llamada. Lo mejor sería acabar con eso mientras Jayden estuviera distraído jugando. No había ninguna razón para someter a su sensible hijo a una nueva bronca entre mamá y papá si podía evitarlo.

–Sly, lo que haga con mi vida es cosa mía –le espetó ella a modo de saludo.

–Y una mierda. No permitas que Dawson Reed te engañe. Es peligroso. No consentiré que mi esposa se acerque a ese tipo, sobre todo en esa granja aislada. ¿Sabes en cuántos lugares podría esconder tu cuerpo?

Sadie agachó la cabeza para que nadie pudiera oírla.

–Ya no soy tu esposa.

–Sí, lo eres. La sentencia de divorcio todavía no es firme.

–Una pura formalidad.

–¿Y qué? Eres la madre de mi hijo. Y eso me da derecho a opinar al respecto.

–¡De eso nada! Jayden está bien atendido conmigo. Si lo que te preocupa es que pase demasiado tiempo en casa de Petra, puedes cuidar de él tú mismo cuando no estés trabajando. Sería una manera estupenda de asegurarte de que no sufra ningún daño.

Sin embargo, Sadie no estaba nada convencida de que pasar tanto tiempo con Sly fuera bueno para Jayden. No le apetecía nada someterlo a la desaprobación de su padre. Sly se sentía tan decepcionado con su hijo por no ser un tipo duro, el matoncillo que había esperado que fuera, que no podía evitar hacer comentarios maliciosos. «¿Qué quieres decir con que no quieres ver un partido de baloncesto conmigo? A todos los chicos, chicos de verdad, les encantan los deportes. ¿Por qué no le dejas que se pinte con tu carmín de labios? ¿Intentas convertirlo en un maricón?». Y así continuamente. En una ocasión en que Sly se había llevado a Jayden durante unas horas, al ir a recogerlo, lo había encontrado castigado por decirle a su padre que prefería las clases de danza a la liga infantil de béisbol.

–Lo que quieres es utilizarme de canguro, ¿verdad? –continuó él.

En realidad no era así, pero tenía que ofrecérselo. No había ni un solo juez que fuera a negarle a Sly sus derechos de visita. ¡A un agente de policía! Y ella no tenía ninguna base para acusarlo de maltratos físicos.

–Solo te digo que es una posibilidad.

–¿Y que así tú puedas ganar el dinero que necesitas para mantener a nuestra familia separada? ¡Y una mierda! ¿Por qué iba yo a ayudarte cuando no he hecho nada para merecerme lo que me estás haciendo?

–¿Insinúas que nunca has hecho nada para provocar el divorcio? –gritó ella, espantada ante la afirmación de Sly–. ¿Y qué me dices del día ese en que casi me atropellas con el coche patrulla?

–Por enésima vez, yo no estuve a punto de atropellarte. No te vi.

Eso había asegurado, pero ella estaba bastante segura de que sí la había visto.

–Además, ya te pedí disculpas por asustarte.

–¿Y eso lo arregla todo?

–¿Qué más puedo hacer? No sabía que estabas ahí, pero de todos modos me disculpé. Eso fue un detalle, ¿no? Haré lo que sea para compensarte. Te he dicho que lo haría, ¡pero no me das la oportunidad de hacerlo!

–Porque estoy harta, Sly. Ya no puedo más.

–Esta vez será diferente. Te lo prometo. Serás feliz. Yo te haré feliz. ¡No necesitas trabajar para un asesino!

Era imposible que ese hombre le hiciera feliz. Cualquier posibilidad de que eso sucediera se había extinguido hacía mucho tiempo.

–No sabemos si es un asesino.

–¿Y quién si no mató a esas personas? ¿El misterioso autoestopista que asegura haberse encontrado aquella noche? ¿Ese del que asegura que se comportaba de manera extraña?

–A lo mejor. ¿Alguien comprobó esa historia?

–¡Esa historia era ridícula! ¿Qué probabilidades hay de que un forastero, un drogadicto con el que tuvo un altercado, fuera capaz de localizar la granja Reed y matar a los Reed antes de que Dawson regresara a casa?

Lo cierto era que la historia parecía bastante rebuscada.

–No lo sé. Pero su abogado asegura que el detective de homicidios se decidió de inmediato por Dawson, que ni se molestó en buscar a otro sospechoso.

–¿Eso te contó Dawson?

Jayden se reía con la niña que compartía el cubo. No parecía haberse dado cuenta de que Sadie hablaba por teléfono, mucho menos que mantenía una discusión, lo cual supuso un pequeño alivio a pesar de la frustración que sentía.

–No, lo vi en las noticias, como todo el mundo –contestó–. Pero a lo mejor tiene razón. A lo mejor se centraron en él demasiado pronto.

–¡No, no lo hicieron! Formo parte del cuerpo policial, Sadie. ¿Estás diciendo que no sabemos hacer nuestro trabajo?

–Tú no estuviste implicado en la investigación, Sly –Sadie sabía que su exmarido aspiraba a convertirse en detective, pero sus superiores aún no lo habían promocionado. Cada vez que otro agente era ascendido en su lugar, se ponía furioso–. De manera que mi comentario no iba destinado a ti.

–Pero estás hablando de mis amigos y mis compañeros de trabajo.

–Lo que estoy haciendo es decirte la verdad. ¡No lo sabemos!

–¿Y acaso importa eso? –gritó él–. ¿Hace falta saberlo con seguridad? ¿Por qué arriesgarnos?

¡Por la libertad! Sadie estaba dispuesta casi a cualquier cosa para escapar de él. Se había liado con Sly estando aún en el instituto. No era justo que una decisión tomada a tan temprana edad, siendo tan ingenua, tuviera unas consecuencias tan prolongadas.

–Estaré bien, Dawson parece agradable.

–¿Eres imbécil o qué? Ted Bundy, el famoso asesino en serie, también parecía agradable.

Sadie se puso tensa. Cada vez que se mostraba en desacuerdo con él, ese hombre la trataba como si fuera estúpida.

–No tiene ningún sentido discutir sobre esto. He aceptado el trabajo. Voy a trabajar allí y tú no tienes nada que decir al respecto –Sadie consideró la posibilidad de sacar a colación que sabía que había intentado sabotearla al acudir a la granja Reed y prácticamente amenazar a Dawson, pero eso solo conseguiría que la discusión se volviera más fuerte, más desagradable. Su intento de intimidar a Dawson no había tenido éxito. Era mejor dejarlo estar para proteger a Reed de cualquier venganza perpetrada contra él por habérselo contado.

–Prefieres trabajar para un asesino antes que volver conmigo –observó Sly.

–Lo que prefiero es aceptar un empleo que me permitirá ser independiente.

–¡Por Dios, qué zorra egoísta eres!

Pero nunca podría llegar a ser más egoísta que él. De eso estaba segura.

–No tengo por qué escuchar estas cosas, Sly.

–Alguien tiene que meterte un poco de sentido común en la cabeza.

–¿Quién? –Sadie cerró los ojos con fuerza y respiró hondo–. ¿Tú?

–Algún día recibirás tu merecido.

Reconoció el tono, asociándolo con aquella tarde en que casi la había atropellado. Su exmarido tenía tendencia a la violencia. Lo sentía, y le asustaba tanto o más como le asustaba trabajar para un hombre sospechoso de haber asesinado a sus padres, quizás incluso más porque esa violencia iba dirigida contra ella.

–Tengo que irme –anunció.

–¡No me cuelgues! Aún no hemos terminado.

–Ya no tengo por qué aguantar tu maltrato.

Vio a su hijo acercarse y pulsó la tecla roja para colgar la llamada. Sabía que lo que acababa de decir era mentira. Porque sí tenía que seguir aguantando su maltrato. No había manera de evitarlo. Llevaba años librando esa batalla.

Y era él quien tenía todo el poder de su parte.

 

 

Cuando terminó de trabajar en el campo, Dawson Reed estaba tan cansado que se saltó la cena. A pesar del hambre, la idea de preparar algo de comer lo superaba. Apenas era capaz de subir las escaleras que conducían al dormitorio. En conclusión, necesitaba dormir más que comer. Su cuerpo ya no estaba acostumbrado a largos días de trabajo físico, no tras pasar más de un año sentado en una celda. Intentar recuperar las plantas de alcachofa que había estado cultivando con sus padres antes de que fueran asesinados, y preparar una buena sección de tierra para plantas nuevas, que iban a tener que estar plantadas antes de la primavera, ya que las alcachofas necesitaban un período de vernalización para desarrollarse, era más de lo que un hombre solo era capaz de abarcar. Pero si quería llevarse a Angela a casa no podía permitirse contratar mano de obra. Todo el dinero que tenía, el que los abogados defensores no se habían llevado, y lo que quedaba del crédito que había pedido poniendo la granja como aval, lo iba a destinar a Sadie Harris, la cuidadora que había contratado esa misma mañana para cuidar de su hermana.

Esperaba haber hecho lo correcto. Tras la visita del agente Harris, casi había decidido esperar a poner la granja en marcha y obtener beneficios antes de llevarse a Angela a casa. Suponía que para entonces quizás la gente ya se habría calmado, no estaría tan enfadada y decidida a acosarlo. Pero Angela no era feliz en ese centro y no podía esperar más. Además, era demasiado testarudo para permitir que el arrogante gilipollas que lo había amenazado le dijera lo que tenía que hacer.

En cuanto terminó de subir las escaleras se detuvo, como hacía siempre, para contemplar la puerta cerrada que lo miraba amenazante desde el final del pasillo. Las dos personas a las que más había amado en el mundo habían sido asesinadas detrás de esa puerta. Cada vez que pensaba en sus padres, en lo que se había encontrado la noche en que los mataron, sentía tal ira y dolor que no sabía qué hacer. Intentaba canalizarlo todo en el trabajo, en las promesas que se había hecho a sí mismo sobre el futuro, sobre obtener finalmente justicia. Pero en ocasiones la pérdida aún lo golpeaba como una ola, le hacía desear pelearse con alguien, con cualquiera. Otras veces debía luchar contra una debilitante tristeza que lo inundaba como la niebla, dejándolo helado hasta los huesos.

Alargó la mano hacia el pomo de la puerta, solo para asegurarse de que siguiera cerrada, y la dejó caer. Aiyana Turner, la administradora de New Horizons, el internado masculino de la ciudad, donde había ido al instituto, había hecho todo lo que estaba en su mano para adecentar la casa en cuanto la policía le permitió entrar. También se había ofrecido a limpiar la sangre. Al parecer, era la única persona que seguía teniendo una palabra amable para él, que lo creía inocente. Pero él le había pedido que lo dejara todo tal y como estaba. Tenía la sensación de que allí aún podría encontrarse alguna pista, alguna prueba que la policía no había visto, y que él podría utilizar para encontrar al hombre que los había matado, y no descansaría hasta conseguirlo. Después de todo lo que había perdido, todo lo que había tenido que soportar, estaba decidido a obtener justicia.

El móvil sonó. La llamada era del Stanley DeWitt Assisted Living Center de Los Ángeles, el lugar al que habían llevado a su hermana. Desde su regreso a casa había hablado con algún empleado del centro casi todos los días.

Antes de poder acostarse necesitaba quitarse la ropa sucia y ducharse, de modo que siguió avanzando hasta el dormitorio y se dejó caer en la silla de madera situada junto al escritorio desde el que había solicitado el crédito para la granja, donde cumplimentaba el papeleo para asumir la tutela de Angela y elaboraba las hojas de cálculo en las que anotaba la extensión de la granja, tiempos de cultivo, ganancias estimadas y la liquidez.

–¿Hola?

–¿Señor Reed?