Nefal - El Guardián de la Justicia - Benjamín Paredes - E-Book

Nefal - El Guardián de la Justicia E-Book

Benjamín Paredes

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Beschreibung

En un mundo que ha extraviado sus cimientos, que se ha rendido ante el mal, Oliver se verá obligado a enfrentar su destino. Esta es la historia de un joven que se sentía insignificante y derrotado, siempre perseguido por matones en la escuela. Un ángel caído le revelará que por debajo de la realidad se lleva a cabo una guerra celestial. Ese caos podría cambiarlo todo, con seres poderosísimos y armas legendarias. Descubre la naturaleza de la justicia, el misterio de los Nefal. Esa eterna lucha entre la luz y la oscuridad.

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© Nefal - El guardián de la justicia

Sello: Tricéfalo

Primera edición digital: Julio 2024

© Benjamín Paredes

Director editorial: Aldo Berríos

Ilustración de portada: Camilo Palma

Corrección de textos: Felipe Reyes

Diagramación digital: Marcela Bruna

Diseño de portada: Marcela Bruna

_________________________________

© Áurea Ediciones

Errázuriz 1178 of #75, Valparaíso, Chile

www.aureaediciones.cl

[email protected]

ISBN impreso: 978-956-6386-00-1

ISBN digital: 978-956-6386-33-9

__________________________________

Este libro no podrá ser reproducido, ni total

ni parcialmente, sin permiso escrito del editor.

Todos los derechos reservados.

“Gracias a mis ángeles y demonios que estuvieron presentes en este libro, que eclipsaron mi alma y la iluminaron a la vez. Pero, por sobre todo, a la mujer que ha robado mi corazón y mi alma. A mi ángel, mi amada, mi Maki.”

“La humildad nos ayuda a no cerrar los ojos”

Capítulo 1 - Triste realidad

Cada despertar trae una avalancha de decisiones, problemas y angustias que hacen el día interminable. Siento que cada día es la repetición del anterior. No. No puedo afirmar eso. Creo, en realidad, que cada día es peor que el anterior. Salvo excepciones. Como la vez que fuimos de paseo con mi familia, estuvo genial. Pero solo fue un día, de ahí jamás volví a estar con mi familia así. Familia… ¿Son realmente familia, si ahora que estoy cansado, aproblemado y ellos no están? Problemas… ¿Son problemas asuntos que no tienen solución, o al menos yo no la encuentro? Desvarío… y es que mi vida se refleja en estas ideas. Inestabilidad, desazón, malestar, soledad.

Me levanto sin esperar nada nuevo, nada positivo. Suena el celular con una canción de Bruno Mars que al menos me hace bailar. Y mientras me entretengo con la canción no alcanzo a contestar. Número desconocido. Como si necesitara que me recuerden que estoy solo, que para el mundo soy un completo desconocido, un simple “SPST” (Simple Persona Sin Talento). Espero que me vuelva a llamar. No sucede. Dejo el teléfono. Cuando estoy listo para ducharme, suena nuevamente. Cuando llego a contestar, no alcanzo. Esto me está frustrando más de lo que pensé. Vuelvo al baño, me ducho, me visto y me preparo para salir. Cuando estoy cerrando la puerta del jardín, siento mi celular sonar otra vez, se me ha quedado en casa. Corro rápidamente, me cuesta acertarle a la llave y cuando logro tomar mi celular… ¡qué novedad! Ha terminado la llamada. Cuando por fin salgo, pienso en estos detalles. Para algunos sería gracioso, otros se molestarían, otros devolverían la llamada, y para otros pasan inadvertidos. Para mí, son un mundo, un muro, una barrera, un recordatorio de ser un perdedor. ¡Qué estupidez!

El día va transcurriendo como siempre. La verdad, no… peor, cada día es peor al anterior. Nuevamente desvarío. Sin darme cuenta, ya me encuentro en el liceo, perdido en la clase de Lenguaje, más encima la profesora me reta por no responder qué es una comparación. Y sé lo que es. O al menos lo deduzco. Comparación: que compara. Para comparar hay dos cosas como mínimo. No lo digo por encontrarlo demasiado obvio y sencillo, y en esta vida nada es sencillo o fácil. Pero resulta que eso es. La profesora nos hace escribir 10 veces la misma respuesta. Soy un perdedor. Un acomplejado. Matemáticas, un suplicio. El profesor está llenando de ejercicios la pizarra, y como mi suerte es de maravilla, me hace pasar a mí. Ni idea de cómo se resuelve. Suponía que las matemáticas son de números... veo letras, x, y, z; de reojo reviso el horario de la sala para ver si es que seguimos en Lenguaje, pero no, dice Matemáticas, el profesor me está recordando que soy flojo, un perdedor, un mediocre. Me voy a sentar, humillado. En Historia, el profesor Benjamín habla sobre civilizaciones antiguas: Egipto, Grecia, y otras ya olvidadas. Mientras lo miro atento, voy garabateando algunos dibujos de él en mi cuaderno, me parece simpático, entre una mezcla de un adulto joven y una persona mayor con experiencia. Nos dice:

—Estas civilizaciones empezaron de la nada, sin tener nada, sin ser nada más que simples desconocidos; por su lucha, inteligencia y habilidades llegaron a ser recordadas muchos siglos después.

—¿Cómo es posible que alguien insignificante llegue a destacarse de esa forma, aun superando cientos de años?

Para mi horror, me veo haciendo esa pregunta en voz alta. Como era de esperar, todos se burlan de mí. Pero el profesor me responde.

—Va en cada uno creer que podemos llegar a ser mejores de lo que hoy somos. Durante nuestra vida seremos perdedores, ganadores, simples observadores de la vida de otros, activos participantes de la sociedad, etc. Nuestra vida está cargada de matices, de momentos agradables y momentos horribles. Es nuestra voluntad la que debe predominar, el deseo de seguir intentándolo, para acertar, pero también para equivocarnos, para reír, pero también para llorar. Es la humildad, cualidad importante, la que nos ayuda a no derrumbarnos cuando nos equivocamos, porque la humildad nos recuerda que no somos perfectos, que tenemos limitaciones. La humildad nos ayuda a no cerrar los ojos.

Creo que tiene sentido, pero ¿se aplicará en mí? No creo que haya existido un perdedor como yo. Eso que él dijo debe ser para otros, pero definitivamente no para mí. Y mientras pienso en esto, una cuarta llamada perdida del mismo número desconocido me despierta de mis reflexiones. Esto ya empezó a preocuparme. Debe ser urgente.

Mientras estoy en el comedor del liceo, solo como siempre, veo a todos en grupos, cada uno en sus celulares, viendo videos en TikTok o jugando juegos de guerra. Un par de matones pasan botando las bandejas de los más ingenuos de primer año, o de cualquiera que los mire demasiado. Aparto rápidamente la vista cuando veo que se acercan dónde estoy.

—¿Tienes algún problema, imbécil? —vocifera el más gordo de los dos.

—Ninguno, no quiero problemas —respondo dirigiéndome a los baños. El otro más alto, me empuja, pero logro equilibrarme para no caer. No miro hacia atrás, y me dirijo al baño. Cierro la puerta tras de mí y doy la llave para mojar mi cara. Siento la puerta abrirse, y cuando volteo a ver, dos manos gordas me toman del cuello y otras manos me toman de las piernas.

—Esto te enseñará a no meter las narices donde no corresponde, estúpido.

Los dos matones me meten al inodoro, quedando mis zapatillas empapadas y con mal olor. Brillante, día perfecto.

—No sabía que tenía más de una nariz, pero lo tendré presente —digo sin ganas, deleitándome en la cara de estúpido que pone el tipo más alto, sin siquiera entender a qué me refiero. Cuando siento que ya se van del baño, salgo tratando de quitarme las zapatillas y los calcetines, y tan propio del perdedor que soy, salgo al patio a secar mis pertenencias. Todos se burlan de mí, señalándome con el dedo. Desde atrás alguien me golpea la espalda. Ya no quiero más. Me doy vuelta esperando un golpe.

—La estupidez juvenil alcanza límites indescriptibles. Acompáñame a mi oficina, te ayudo con tus zapatillas.

El profesor Benjamín me lleva por el pasillo al otro lado del baño. Lo sigo solo porque ya no aguantaba más la humillación de las carcajadas de todos.

—No se moleste, profesor, no malgaste su tiempo en mí, estoy bien.

—No eres molestia, Oliver, siempre será un placer ayudar a quien lo merece.

Nos sentamos fuera de su oficina. Después de haber entrado por unos segundos, sale con un par de calcetines y zapatos de colegio nuevos. Le hago señas que no los necesito.

—Por favor, Oliver, no puedes enfermarte. Permíteme ayudarte con esto. No dejes que esos tontos afecten tu ánimo. No saben lo que hacen, y nunca serán valiosos como tú.

Lo miro sorprendido.

—Valioso es mucho decir, profesor. Si ve mis notas o mi historial académico, se dará cuenta que no soy brillante en nada —respondo algo confundido por el halago del profesor.

—En algún momento te darás cuenta, Oliver, falta muy poco. Hasta entonces, cuídate —y entró a su oficina.

Me quedo mirando la puerta, desconcertado por la amabilidad y preocupación del profesor. Nunca nadie, absolutamente nadie, se había preocupado por mí, y menos destacar algo positivo, que claro, no tengo.

Voy a mis siguientes clases, en las que estuve sin prestar atención, y volví a la normalidad de pasar desapercibido. Al escuchar el timbre, todos salen corriendo, mientras yo espero que salga la avalancha para salir tranquilo.

Llego a casa, con la luz tenue de los últimos rayos del sol. Veo que mamá aun no llega de su trabajo, una oficina contable no sé muy bien de qué. La verdad, es muy poco lo que hablamos, por no decir nada.

La noche pasa muy rápido, cuando suena el despertador anunciando un nuevo día, no espero nada, se repite la misma rutina de siempre.

Capítulo 2 - Encuentro con Sabiduría

Mientras camino hacia el liceo, mi mano vibra, nuevamente es el celular. Al fin puedo contestar… no escucho nada. Para colmo debe ser una broma de algún chistosito de mi clase. Voy a cortar, escucho algo. Es un llanto. Sollozos de alguien que ha estado llorando por mucho tiempo. Pero no reconozco quien es.

—¿Quién eres? ¿Qué necesitas? ¿Cómo tienes mi número? —preguntas frías, pero que debía hacer. No hay respuesta.

—Cortaré si no respondes —digo sin pensar.

—Necesito tu ayuda… Sálvame —esas cuatro palabras me congelan entero, me hacen estremecer de horror. Alguien está en problemas, muy serios imagino, logra comunicarse con una persona, cómo, no sé, y justo ese alguien soy yo… el que menos puede serle de ayuda.

—L… Lo… Lo siento, pero no sé cómo puedo ayudarle. Digamos que no soy un héroe ni mucho menos, y mi vida es un desastre. Tengo una mente débil... cada detalle o problema lo convierto en un gran gigante que siempre resulta vencedor. Soy pésimo como estudiante, como deportista, como artista, en fin, soy un SPST.

Todo se vino como un torbellino a mi boca, necesitaba contárselo a alguien, aunque ese alguien fuese un completo desconocido, y más encima, estuviese pidiendo ayuda.

—¿Qué es un SPST? —me respondió luego de un largo silencio.

Esto ya me está volviendo loco. Alguien está llorando, no tengo idea quién es, es una mujer, no me ha dicho lo que realmente quiere, pide que la salven, y solo se fija en mi sigla… es extraño.

—Simple persona sin talento.

—Ingenioso, ¿a tí se te ocurrió?

—Pues claro que se me ocurrió a mí, pero ¿quién demonios eres? Esto es realmente una locura.

—Creo que no eres un SPST.

—Dime quién eres, si no cuelgo. Esta vez lo estoy diciendo en serio.

—Relájate TOSD, no te desesperes. Soy Morin.

—¿TOSD? ¿Es eso un nombre? Lo que me faltaba. No soy TOSD o lo que sea, soy Oliver. No conozco a ninguna Morin, te has equivocado de número.

—No me he equivocado. TOSD no es un nombre, ingenuo. Significa Talento Oculto Sin Descubrir. ¿Crees que solo tú puedes inventar siglas? Sé que te llamas Oliver, y no conoces a ninguna Morin.

—Esto me está volviendo loco… ¿qué quieres? ¿Cómo es que tienes mi número y de donde me conoces? Y tu sigla me ha gustado, pero no aplica a mi caso, te lo aseguro. O es una broma de muy mal gusto de los estúpidos de mi clase, o es que definitivamente me estoy volviendo loco.

—Necesito que me salves… solo tú puedes hacerlo. Es algo complicado decirte cómo tengo tu número, o cómo te conozco, digamos que… estoy algo atascada en este mundo por culpa de algunos tipos malos, y no puedo regresar a mi hogar.

—¿Consumes drogas o algo así? ¿O eres una periodista tratando de comprobar qué tan estúpido puedo llegar a ser? O tal vez, ¿quieres dinero, y pensaste que yo podría entregarte mucho por tu llamada de auxilio?

—Es verdad, necesito tu ayuda. Solo alguien como tu puede ayudarme.

Con esto termina de herirme completamente, y sin saber quién diablos es, la odio por recordarme lo patético que soy.

—¿Alguien como yo? ¿Un perdedor insignificante sin ningún valor? ¿Estas restregándolo?

—No, Oliver, no me refiero a eso. Tú tienes un talento, no sabes que lo tienes, en este mundo y en otros eres diferente, especial… único.

—¿Un talento oculto? Ja, ja, ja, niña, debes dejar las drogas… Espera, ¿dijiste en este mundo y en otros? Estas más loca que una cabra. Adiós ECDA.

Le corto, lo debería haber hecho hace un siglo. Hay gente realmente estúpida, usa su mente solo para molestar, definitivamente están locos.

Ya voy saliendo del liceo. Todos se van en grupos, contando sus historias fantásticas del fin de semana, mostrando sus celulares nuevos o cualquier otra cosa nueva. Mientras camino, solo como siempre, se acerca alguien por detrás. Esto me está incomodando. Me volteo y no hay nadie. Debe ser el cansancio o el hambre o la extraña conversación con Morin. ¿Cómo será ella? ¿Estará realmente loca o en serio creerá todo lo que dijo? En ambos casos está loca. Nuevamente siento a alguien detrás. Apuro el paso. Creo que ya pasó. Alguien me agarra el brazo.

—¿Qué significa ECDA?

—¿ECDA? —de que está hablando esta chica, todos se han vuelto locos… Espera. Eso fue lo que le dije a Morin, la chica del teléfono. Me doy vuelta, y veo a una chica de cabello castaño claro, corto, que no llega más allá de sus hombros, con labios muy rojos. Tiene ojos miel intensos, intimidantes y enormes, parecen atravesar mis pensamientos. Lleva unos jeans celestes gastados y una blusa blanca, todo su rostro irradia luz. Es bajita, pero radiante como yo jamás soñaría lucir. Me quedo aturdido que alguien tan hermosa esté hablando conmigo.

—¿Eres Morin?

—Exacto TOSD, y te recomiendo cerrar la boca cuando me mires, pareces bobo. Y dime, ¿qué era ECDA?

—Ehhh… —estoy balbuceando, debo verme estúpido, no puedo unir palabras sin pensar en sus ojos o sus labios—. Ehh… D…Dis…Disculpa, dije eso molesto, pero… disculpa.

—Dime qué es —me dice ella.

—Estúpida Chica Drogadicta Anormal. De verdad lo siento. Estoy tan avergonzado.

—Eres realmente bueno en esto de las siglas, me ha gustado. No soy drogadicta, podrías reemplazarlo por Desesperada, ¿te gusta?

—¿Qué quieres? ¿Quién eres? —trato de parecer algo más cuerdo, al menos dejar de mirarla como tonto.

—Está bien, veo que no me ayudarás si no te cuento todo, pero necesitamos tiempo, que te sientes, me creas y no me creas loca como una cabra. ¿Puedes?

Mirándola, le creería lo que me dijera, y la ayudaría en lo que fuera, pero detrás de sus palabras, percibo algo muy difícil e inverosímil, me limito a decir:

—Ya veremos. Vamos a la cafetería.

Mientras camino junto a ella, descubro que su belleza despampanante tiene ciertos quiebres; su cabello claro es perfecto, pero en algunas partes hay algunos manchones negros que, la verdad, resulta atractivo de ver, pero es raro. Sus inmensos ojos color miel parecen agotados, con algo de sombra o con pena en ellos. A sus mejillas perfectas parece que les falta algo de rubor. Sin duda es hermosa, pero sea lo que le está pasando, la está consumiendo tanto que en su rostro se refleja su pena. Esto debe ser serio.

Llegamos a la cafetería. Pido mi tradicional cappuccino, ella no desea ordenar nada, sino más bien se dedica a mirar por la ventana. Saco mi cuaderno de dibujo y trato de dibujarla sin que se dé cuenta, grabándome cada parte de su rostro. Mientras esperamos a la mesera, comienza a hablarme.

—Lo que te contaré es muy serio, no me creerás y quizá necesites horas o días para creer, pero me urge tu ayuda, así que debo contártelo… Soy el Ángel Morin, guardiana de la sabiduría y la humildad. He venido a la Tierra para resguardar estas cualidades. Seres malignos me han quitado mis alas y mis poderes. Ellos controlan la sabiduría y solo la dan a personas prepotentes, soberbias. Han exterminado de la faz de la Tierra la humildad.

—Para ahí, de verdad tienes problemas serios, Morin, si te llamas así. ¿Pretendes que te compre todo eso? ¿Eres un ángel? ¿Tan estúpido me veo para creer algo así? —le interrumpo sintiendo fuego en mi interior. Me siento ridiculizado, pero a la vez, algo en mí le cree. Tomo mi café, y me levanto.

—Disculpa, Morin, pero mis días son lo bastante miserables como para que venga una desconocida y se burle de mí —le digo, pero ella me toma del brazo.

—Oliver, por favor, necesito que me creas. No me estoy burlando de ti. Te necesito.

Me suelto y salgo de la cafetería. Me voy a casa, solo con una imagen en mi mente: Morin y sus hermosos ojos miel. Un Ángel.

Paso una noche horrible pensando en la fantástica historia de Morin. Un ángel. ¿Qué sentido tiene que una extraña se burle de mí? Será que realmente esta chica se cree su historia y delira con ser algo que no es.

Todo vuelve a la rutina. Casa, escuela, clases, soledad, casa y más soledad.

Ya han pasado tres días del encuentro con Morin y no la he vuelto a ver. Reviso mi teléfono y veo el registro de sus llamadas. Sacudo la cabeza y salgo de la escuela para volver a casa.

En la reja del liceo están los dos matones del otro día. Rápidamente doblo y cambio de dirección. Demasiado tarde. Los veo seguirme a toda prisa. Dando la vuelta en la esquina, me toman por la mochila y me tiran al piso. Me tapo la cabeza esperando lo peor, cuando escucho una voz dulce y familiar.

—Tranquilo, no te pasará nada.

La miro y quedo cautivado por sus ojos miel. Se plantó frente a mí, mientras hacía tropezar a uno de ellos. El otro, mirando confundido y asustado, se acerca para pegarme cuando ella, como en cámara lenta, esquiva el golpe y empujando el puño del idiota, hace que se golpee y caiga al lado de su amigo regordete. Ambos corren despavoridos. Morin se acerca y me levanta.

—Creo me debes ese cappuccino —me dice tiernamente, mientras recoge mi mochila.

—¿Cómo… que acaba de pasar? —estoy sin palabras.

—Vamos a la cafetería y déjame que te explique nuevamente.

Llegamos a la cafetería y pido un cappuccino. Miro a Morin por si va a pedir algo, pero me hace el gesto que no quiere nada.

—Como te comentaba la vez pasada, Oliver, necesito de tu ayuda.

—Dijiste que eras un Ángel… o ya recapacitaste y me dirás la verdad —le respondo aún aturdido por lo que acaba de pasar.

—Oliver, soy un ángel y estoy en peligro. Caí en una trampa, seres poderosos me quitaron mis alas. Nadie puede verme ni ver a los ángeles, porque al no reconocer sus limitaciones como seres humanos serán incapaces de ver criaturas superiores como nosotros. En cambio, tú… eres especial. Eres modesto y humilde, eso te permite verme. Eres mi salvación para recuperar mis poderes y al mundo entero.

Esto es una bomba, es ridículo. Aunque algo dentro de mi dice que esta “chica” dice la verdad. De hecho, siento mis ideas ordenándose sabiamente, como nunca. Ángeles, Seres malignos, cualidades, humildad… humildad… El profesor Benjamín mencionó algo en su clase de Historia hace algunos días. ¿Cómo era?

Sí, “es la humildad, cualidad importante que nos ayuda a no derrumbarnos cuando nos equivocamos, porque la humildad nos recuerda que no somos perfectos, que tenemos limitaciones. La humildad nos ayuda a no cerrar los ojos”. A no cerrar los ojos, ¿se referirá a esto?

Estoy asumiendo demasiado rápido su historia. Capaz que solo me está tomando el pelo, o como pensé en un principio, está muy loca.

—Mientras procesas todo, tomaré algo de esto, se ve bueno. —Y comenzó a tomar de mi cappuccino.

—¿Eres un ángel? —pregunto con mi boca seca, aun digiriendo toda esta información.

—Exacto.

—Uno bueno o malo, suponiendo que te creo y lo seas.

—Por cómo me miras, ¿crees que puedo ser mala? —Ambos nos sonrojamos y sus mejillas recobran algo más de vida en su piel pálida.

—Los ángeles somos buenos, o al menos ese era nuestro origen. Algunos se han rebelado, y ahora son Caídos, o como ustedes le llaman, demonios.

—¿Me estás mintiendo, o burlándote de mí? —casi parezco niñito de seis años al hacer esta pregunta.

—No, es la verdad. Y de verdad necesito tu ayuda. Eres mi héroe, Oliver. Siento mis mejillas volar, pero increíblemente, con esa personalidad con la que ella habla, también se sonroja.

—Tú me acabas de ayudar con esos dos idiotas. ¿Significa que ellos no te vieron?

—Por eso sus caras de espanto, pelearon contra ellos mismos, sin entender qué pasaba. —Se ríe suavemente, mientras se termina mi cappuccino.

—¿Cómo puedo ayudarte?

—Aún no lo descubro. Solo sé que eres el único que puede verme y el único que aún tiene Humildad. Me debilito. Pero desde que pasé cerca de ti hace unos días atrás, he ido revitalizándome, aunque no he recuperado mis poderes. Al menos mi cabello está retomando su color. Si lo hubieras visto hace unas semanas, estaba más negro que la noche o el mismísimo arcángel Mebael. No sé cómo, pero estar contigo me devuelve la vida.

Esta vez fue ella la que se sonrojó.

—¿Quién es Mebael?

—Gracias por cambiar de tema, soy muy impulsiva sin mi Sabiduría. Mebael es uno de los cuatro Arcángeles principales de nuestros reinos. Es el guardián de la Justicia. Solo digamos que en estos últimos siglos no ha sido muy justo, pero es muy poderoso.

—¿Y los otros tres guardianes?

—Lezalel, guardián del Poder. Jeliel, guardián del Amor. Estos dos no consideran a la Tierra, porque los seres humanos se han olvidado de ellos, y el poder solo lo han usado para causar mal. No intervienen de ninguna manera sobre la Tierra. Mebael, en cambio, ha intervenido más de una vez, y en muchas ocasiones para perjudicar a la raza humana.

—Llevas tres —aunque deduzco cuál es la respuesta.

—La cuarta ya la conoces.

—Claro. Arcángel Morin, guardiana de la Sabiduría y la Humildad.

—En realidad mi nombre es Nith-Haiah. Pero Morin me gusta, y es mejor usar ese nombre aquí. Lo malo es que no sé por dónde empezar.

—Preguntémosle a mi profesor de Historia.

—Gracias por creerme, y por ayudarme. Eres mi héroe.

Nos dirigimos a la sala del profesor. Pienso en cómo plantear mis dudas, no parecer un loco y explicarle la situación de Morin, o de Nith-Haiah. Debo averiguar cuánto puedo confiar en mi profesor.

Capítulo 3 - Salomón vive

—Profesor, ¿puedo molestarle? —está afanado en lo que parece un dibujo, miro su sala, amueblada con lo más básico, repleta de libros, pero no de clases. Libros antiguos, algunos incluso escrito en rollos o algo parecido. Presiento que estamos en el lugar correcto.

—No eres ninguna molestia, Oliver. Pasen.

Su respuesta me deja aturdido. Recuerda mi nombre. Yo, que pensé que siempre pasaba desapercibido para todo el mundo, que siempre creí ser un perdedor, mi profesor recuerda mi nombre. Ya Morin me había hecho sentir… “especial” con todo eso de la Humildad y los Ángeles… un momento… El profesor acaba de decir “pasen”. ¿También puede verla?

—Disculpe, ¿acaba de decir “pasen”? ¿Ve a alguien más aquí?

—Claro, a tu Humildad.

Lo dice mirando a Morin. ¿Sabía de ángeles, cualidades y todo eso? Pienso en cómo preguntárselo.

—¿Usted puede verme, no es cierto? —Morin se adelanta y le pregunta directamente.

—Sí, te veo y oigo perfecto. Y sé quién eres, Nith-Haiah.

—¿Cómo es posible? —le pregunto casi sin entender—. ¿Es usted un ángel?

—No, soy humano, aunque no uno común y corriente… Soy Salomón, antiguo rey de Israel. ¿Puedes reconocerme ahora Nith-Haiah?

—No puede ser… eso quiere decir que el juicio de Mebael fue verdadero. En realidad, te maldijo.

—¿Mebael te maldijo? ¿En serio eres Salomón, el de la Biblia? ¿Cómo es que aún estas vivo, debes tener como mil años?

—En realidad, tengo 2.995 años. Y sí, Mebael me juzgó, y me maldijo viviendo para siempre sin poder alcanzar la sabiduría total, sintiéndome vacío e incompleto. Mebael consideró que sabía demasiado de este mundo y del angelical, don que por cierto usted me brindó, al ver mi corazón modesto y humilde.

—Creí que sería correcto otorgarle parte de la Sabiduría divina a un humano con tu corazón, pero Mebael no lo creyó así, y por lo que veo, sin consultar al resto de los Arcángeles, te maldijo, transgrediendo incluso sus justas normas, en las cuales estipula que no se maldecirá a un humano, a menos que los cuatro Arcángeles y Cielo lo aprueben.

—Me explota la cabeza. Necesito algo de agua.

—Necesitas tiempo para procesarlo, Oliver. Desde hace tiempo me di cuenta que eres especial, estas llamado a ser grande, por tu Modestia y Humildad, pero no sabía si estabas preparado aún. En ti noté la presencia de Sabiduría Angelical, y cuando hiciste la pregunta en mi clase hace unos días, me convencí de que ya habías tenido contacto con el Arcángel de la Sabiduría y la Humildad. Esta humanidad hace mucho dejó de tener esas cualidades.

Trato de ordenar mis ideas. Yo, un perdedor, un pesimista implacable, resulta que soy el salvador de un Arcángel, por mi Humildad. Mi profesor de historia resulta ser Salomón, un rey antiguo, maldecido por un Arcángel que está tomando decisiones solo. Existen demonios, o Caídos, que le han quitado los poderes a Morin, o Nith-Haiah, quien es extremadamente hermosa.

—No entiendo cómo calzo en esta historia. ¿Qué demonios hago aquí? ¿Cómo soy útil?

—Eres la pieza clave de todo esto, Oliver. Sin ti es imposible darle equilibrio al mundo, y luchar sin ti esta pelea angelical, es ir a perder. Te necesitamos.

—Eres quien completa este puzle. Está el Ángel que ha perdido sus poderes, Caídos que luchan para dominar este mundo, un maldecido injustamente por un Arcángel. Quien da equilibrio a todo esto, es un humano que conozca del mundo celestial y de tinieblas, y que posea cualidades valiosas.

—¿Y si… no poseyera cualidades buenas y tuviese defectos o malas intenciones, que pasaría con el equilibrio?

—Se inclinaría a favor de los Caídos —responde secamente Morin.

Todo un mundo… no, al menos dos mundos dependen de mí. De mis decisiones, acciones, cualidades como la Humildad, pero habilidades ¿cuales?, ni idea. Esto es muy diferente al futuro que vislumbraba para mí, llano, gris, insignificante. No sé si pueda con todo esto.

—¿Por dónde empezamos? —palabras que brotan de mí, sin pensarlo. Me causa temor.

—¿Veo algo de Valentía en ti? Estás desarrollando cualidades muy rápido. Debe ser por estar en contacto directo con un Ángel muy poderoso. Pero es inquietante.

—Y eso por… —aterrado con la idea de Salomón, la persona más sabia de la Tierra tenga temores.

—Porque si desarrollas cualidades buenas tan rápido por estar en contacto con un ángel temo que, si estás en contacto directo con algún Caído muy poderoso, desarrolles con la misma facilidad antivalores o actitudes malas. Eso sería catastrófico.

—Por esa razón estaré contigo siempre. Estaré a tu lado, Oliver.

Nos sonrojamos de inmediato. Salomón, o Benjamín o el profesor, no sé cómo llamarle, solo sonrió.

—Bien. Debemos averiguar quién robó tus poderes, probablemente algún Caído Superior. Averiguaré cómo podemos recuperarlos. Lo que me recuerda… Oliver… Debes armarte, y prepararte para luchar. Matarás Demonios.

—¿Matar? ¿No hay otra forma?

—Podrías invitarlos a un cappuccino, pero dudo acepten —dice Morin riéndose.

—Pero no sé luchar, menos manejar armas bendecidas ni menos matar demonios.

—Tranquilo, no estás solo. Hay cuatro jóvenes que despertaron del dominio de Soberbia y Egoísmo, y llevan unos meses entrenando. Ellos nos ayudarán.

—¿Despertaron? ¿A qué te refieres con despertar? —pregunté confundido.

Capítulo 4 - El mundo de los cuatro

Mientras trato de sopesar lo que acabamos de conversar, nos bajamos de un vehículo descapotable, donde disfruté el aire fresco en mi cara y en mi mente. Salomón nos lleva a un lugar apartado de la ciudad, llegamos a una casa de muros gigantes con decoraciones de líneas doradas y plateadas. Al mirarlas rápidamente pareciera como si danzaran. Detenidamente, no son solo líneas. Es un signo que se repite una y otra vez.

—¿Qué significan esas dos líneas? —no me aguanto en preguntar. Desde la colina anterior, estaba pegado a esas dos franjas. Las grabo en mi mente para garabatear luego en mi cuaderno de dibujos.

—Lo cierto es, Oliver, que no son dos líneas, más bien cuatro reunidas en un mismo punto. Representan a los cuatro Arcángeles principales que dominan las cuatro cualidades más importantes… Amor, Poder, Sabiduría, Justicia. La armonía de estas cuatro es la perfección. Algo que lamentablemente estamos lejos de tener en estos siglos. Pero al menos permite darnos cobijo de los Caídos, e incluso de los Caídos Superiores.

—Si son cuatro Arcángeles… ¿Son cuatro Caídos Superiores?

—Exacto —responde Morin acercándose en demasía a mi rostro. Otra vez, no puedo evitar sonrojarme.