No soy uno de los vuestros - Jeosm - E-Book

No soy uno de los vuestros E-Book

Jeosm

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Beschreibung

No soy uno de los vuestros recoge una parte de la obra del fotógrafo conocido como JEOSM.  Detrás de él y de su cámara, hay años captando un instante de muchos delos nombres más importantes de las letras hispanas.  Una mirada que guarda la distancia suficiente, que deja a sus personajes expuestos, sin velos, sin protección, con toda su humanidad al descubierto.  Imágenes con vida propia, retratadas por unos ojos que hablan. Cada uno de estos retratos encierran en sí mismos una historia que se completa con textos literarios, en los que descubrimos a esos OTROS que no son él: los que describen con palabras lo que calle el blanco y negro de la cámara. Si JEOSM te dispara, déjate atravesar

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Título: No soy uno de los vuestros

De esta colección © Círculo de Tiza

© de los textos: los autores para un proyecto de Jeosm

© de los textos de Zenda Libros: sus autores para un proyecto de Jeosm

© de las imágenes: Jeosm

© de la fotografía del autor: Carmelo Jordá

Primera edición: noviembre 2023

Diseño de cubierta: Rodrigo Sánchez

Maquetación: Sara Santana

De la corrección: Alberto Honrado

Impreso en españa por Gómez Aparicio Grupo Gráfico

ISBN: 978-84-127090-6-3

E-ISBN: 978-84-127906-2-7

Depósito Legal: M-30429-2023

A mi madre Carmen, por demostrarme que con trabajo, sacrifico y constancia se consiguen las metas y enseñarme que el respeto, la educación y la humildad son la llave maestra que abre las puertas a los que siempre nos negaron la entrada.

Jeosm

Déjate Atravesar

Jeosm es un tipo hecho en las estribaciones del barrio de Villaverde Bajo, en el extremo sur de la ciudad de Madrid. En el pecho lleva, relampagueando, un colgante de plata con tres exvotos del mismo metal que da cuenta de los tres ejes de su vida: una boquilla de aerosol, una cámara y un hueso (por sus dos perros). A cualquier hora en que lo pilles estará con una cámara de fotos apoyada en el esternón y una gorra de béisbol muy ‘okey’ con la visera hacia atrás dando sombra a la nuca. Da igual que sean las nueve de la mañana o las cuatro de la madrugada. La tentación de retratar puede atacarle en el momento que sea. Además, no entiende de relojes.

De niño jugaba al fútbol. De joven comenzó a hacer pintadas. Es un superviviente de la calle. Conoce como nadie las penumbras del graffiti en Madrid. Ha hecho miles de fotos a los pintores en acción. Sus retratos son feroces y aun así no rehúyen la ternura, que es otra forma de la verdad. Acumula una autenticidad brava y se acerca a la fotografía con el dictamen inteligente de retratar lo que ve sin adulterar lo que mira. Antes fue mecánico de maquinaria industrial, mozo de carga de almacén de carne en Mercamadrid, educador de menores con problemas tremendos, dependiente en una tienda de Hip Hop y encargado en otra de graffiti... Ha aprendido de todas las fuentes que dan agua, por eso nunca sermonea. Su vida es lo que ves, y enseña por igual cicatrices y sonrisas.

Al poco de conocerlo quise quedarme hablando más con él. Le falta la primera falange de un índice, en eso también me fijé. La atención saltó después a los tatuajes. Y al rato, el interés ya estaba en el manejo de las palabras al hablar de lo suyo sin pedantería, sin condimento de más, sin pudor, sin daño. Arturo Pérez-Reverte lo conoció no sé cómo, un día lo presentó en una cena, Jeosm pidió un solomillo grueso, escuchó, dijo lo que quiso, no tocó la cámara que llevaba en la mochila y los que allí estábamos salimos hablando de él como se habla de los amigos.

Muy pronto compartimos varias entrevistas de encargo. Alguna tiene rastro en estas páginas. Fuimos a casa de Javier Marías para reportajear un diálogo de éste con Pérez-Reverte. Iba a ser el estreno de ‘Zenda’, el 1 de abril de 2016. Y lo fue. Y las fotos de Jeosm dieron más sentido al encuentro, más lectura, más precisión. Y las fotos de Jeosm demostraban una complicidad encantadora entre los protagonistas. Y las fotos de Jeosm alcanzan en algún momento de aquella tarde una calidez de asombro. Ese día tiene un ramalazo ya de historia, pero casi sin hacerlo notar. Todos sabemos por qué.

Cuando trabaja anda de un lado a otro hasta que asienta los pies en el suelo, enclavijado al mundo, y entonces mueve sólo el tronco hacia delante o hacia atrás, según necesite la escena. Arquea la espalda, da instrucciones suaves, no pierde los minutos. Si decide disparar es porque tiene la foto. Y sólo después de esta certeza improvisa.

Como sucede con quienes se toman en serio sus pasiones, la obra de Jeosm es una larga

autobiografía fijándose en los otros para decirse a sí mismo. No retrata de esa manera por cálculo estético, sino por vocación y por destino, casi invisible y dueño de tantísima calidad.

El tiempo lo ha macerado bien. Por fuera gasta la misma carcasa de muchacho de extrarradio cuidadoso de no perder el temperamento de barrio. Por dentro, su mirada está siempre donde está su mente: ansiosa por entrar más adentro de aquel o aquella que sitúa frente al objetivo de la cámara. Incisivo y alerta, no es de los que hablan mucho al modelo, sencillamente desmitifica con autenticidad espontánea la impostura que también se acumula en su oficio. El resultado de sus sesiones está lejos de la ambigüedad y cerca de la alegría de compartir sonrisas, silencios, miradas. Porque para Jeosm la gente es un mapa, cada cual a distinta escala, y él actúa delante como una brújula confiable, como un fuego que se pone a pensar.

En este libro despliega un trabajo de madurez, una prosa fotográfica recia, brava, donde además afina con la reunión de gente y alcanza un ardor vibrante, una narración por adivinación más que por evidencia. Ama lo que ve y se le nota. Pero le tira aún más del ojo lo que no ve. En sus fotografías asoma honestidad. El repertorio de blanco, negro y grises de Jeosm es algo más que sobriedad. No le importa si a veces ‘suena’ convencionalmente elegante. En alguna ocasión lo he escuchado hablar del oficio y sus desengaños en la terraza del Bar Santos -donde siempre- y mientras hilvana ideas, fatigas, aspiraciones y metas --fíjate-- traza líneas rectas con los ojos para no perderse ni un haz de luz, ni el rastro de una sombra. Dispone a conciencia el momento de cada fotografía.

Maneja una fauna vasta con un vago ademán ‘hamelinesco’. Pero lo que más junta en su zoo de papel son grafiteros, grafiteras, ‘break dancers’, tatuadores, banda de la literatura y periodistas. Demasiada gente de códigos distintos (opuestos, a veces) en la que él se va gastando sin importarle. Es un tipo duro, leal, y y bajo el efecto de esas dos ventajas (dureza y lealtad) maneja la cámara. Mueve seguro con el medio dedo la ruleta de la cámara, y con el dedo corazón dispara. Repite unas cuantas veces, nunca hasta delatar inseguridad. El resultado es un golpe seco que intriga o emociona. Sin difuminados, sin esmerilados, sin evanescencias. No añade florituras ni desmiente imperfecciones. Somos tal y como ves en sus retratos. A menudo ásperos, desabridos, genuinos. Salir edulcorado en una de Jeosm no es lo que se espera de él. Prefiere no disimular y acepta el riesgo. Todo el mundo no puede ser delicado y enérgico por igual. Él busca extraer de cada cual ese rasgo invisible, el instante imprevisto, lo disimulado, lo inédito, lo distintivo que no consiente que seamos como los demás.

A veces, después de alguna aventura compartida, nos quedamos charlando un rato largo. Jeosm habla como camina: deprisa y soltando señales eléctricas a su paso. Desprende una garantía que da calma y abriga. Le saqueo la pitillera donde lleva los cigarrillos ordenadísimos, liados a mano, para regular el vicio. Nunca se enfada por los asaltos. Cuando nos despedimos él va hacia cualquier parte con su vaivén rápido de entrebarrios, los bártulos en la mochila, el cigarro prendido entre el medio índice y el corazón entero. Va observando algo. Siempre así. Ahora soy yo el que lo mira con fijeza. Es un especímen fabuloso. Si Jeosm te dispara, déjate atravesar.

Antonio Lucas

Déjate Atravesar

Jeosm es un tipo hecho en las estribaciones del barrio de Villaverde Bajo, en el extremo sur de la ciudad de Madrid. En el pecho lleva, relampagueando, un colgante de plata con tres exvotos del mismo metal que da cuenta de los tres ejes de su vida: una boquilla de aerosol, una cámara y un hueso (por sus dos perros). A cualquier hora en que lo pilles estará con una cámara de fotos apoyada en el esternón y una gorra de béisbol muy ‘okey’ con la visera hacia atrás dando sombra a la nuca. Da igual que sean las nueve de la mañana o las cuatro de la madrugada. La tentación de retratar puede atacarle en el momento que sea. Además, no entiende de relojes.

De niño jugaba al fútbol. De joven comenzó a hacer pintadas. Es un superviviente de la calle. Conoce como nadie las penumbras del graffiti en Madrid. Ha hecho miles de fotos a los pintores en acción. Sus retratos son feroces y aun así no rehúyen la ternura, que es otra forma de la verdad. Acumula una autenticidad brava y se acerca a la fotografía con el dictamen inteligente de retratar lo que ve sin adulterar lo que mira. Antes fue mecánico de maquinaria industrial, mozo de carga de almacén de carne en Mercamadrid, educador de menores con problemas tremendos, dependiente en una tienda de Hip Hop y encargado en otra de graffiti... Ha aprendido de todas las fuentes que dan agua, por eso nunca sermonea. Su vida es lo que ves, y enseña por igual cicatrices y sonrisas.

Al poco de conocerlo quise quedarme hablando más con él. Le falta la primera falange de un índice, en eso también me fijé. La atención saltó después a los tatuajes. Y al rato, el interés ya estaba en el manejo de las palabras al hablar de lo suyo sin pedantería, sin condimento de más, sin pudor, sin daño. Arturo Pérez-Reverte lo conoció no sé cómo, un día lo presentó en una cena, Jeosm pidió un solomillo grueso, escuchó, dijo lo que quiso, no tocó la cámara que llevaba en la mochila y los que allí estábamos salimos hablando de él como se habla de los amigos.

Muy pronto compartimos varias entrevistas de encargo. Alguna tiene rastro en estas páginas. Fuimos a casa de Javier Marías para reportajear un diálogo de éste con Pérez-Reverte. Iba a ser el estreno de ‘Zenda’, el 1 de abril de 2016. Y lo fue. Y las fotos de Jeosm dieron más sentido al encuentro, más lectura, más precisión. Y las fotos de Jeosm demostraban una complicidad encantadora entre los protagonistas. Y las fotos de Jeosm alcanzan en algún momento de aquella tarde una calidez de asombro. Ese día tiene un ramalazo ya de historia, pero casi sin hacerlo notar. Todos sabemos por qué.

Cuando trabaja anda de un lado a otro hasta que asienta los pies en el suelo, enclavijado al mundo, y entonces mueve sólo el tronco hacia delante o hacia atrás, según necesite la escena. Arquea la espalda, da instrucciones suaves, no pierde los minutos. Si decide disparar es porque tiene la foto. Y sólo después de esta certeza improvisa.

Como sucede con quienes se toman en serio sus pasiones, la obra de Jeosm es una larga

autobiografía fijándose en los otros para decirse a sí mismo. No retrata de esa manera por cálculo estético, sino por vocación y por destino, casi invisible y dueño de tantísima calidad.

El tiempo lo ha macerado bien. Por fuera gasta la misma carcasa de muchacho de extrarradio cuidadoso de no perder el temperamento de barrio. Por dentro, su mirada está siempre donde está su mente: ansiosa por entrar más adentro de aquel o aquella que sitúa frente al objetivo de la cámara. Incisivo y alerta, no es de los que hablan mucho al modelo, sencillamente desmitifica con autenticidad espontánea la impostura que también se acumula en su oficio. El resultado de sus sesiones está lejos de la ambigüedad y cerca de la alegría de compartir sonrisas, silencios, miradas. Porque para Jeosm la gente es un mapa, cada cual a distinta escala, y él actúa delante como una brújula confiable, como un fuego que se pone a pensar.

En este libro despliega un trabajo de madurez, una prosa fotográfica recia, brava, donde además afina con la reunión de gente y alcanza un ardor vibrante, una narración por adivinación más que por evidencia. Ama lo que ve y se le nota. Pero le tira aún más del ojo lo que no ve. En sus fotografías asoma honestidad. El repertorio de blanco, negro y grises de Jeosm es algo más que sobriedad. No le importa si a veces ‘suena’ convencionalmente elegante. En alguna ocasión lo he escuchado hablar del oficio y sus desengaños en la terraza del Bar Santos -donde siempre- y mientras hilvana ideas, fatigas, aspiraciones y metas --fíjate-- traza líneas rectas con los ojos para no perderse ni un haz de luz, ni el rastro de una sombra. Dispone a conciencia el momento de cada fotografía.

Maneja una fauna vasta con un vago ademán ‘hamelinesco’. Pero lo que más junta en su zoo de papel son grafiteros, grafiteras, ‘break dancers’, tatuadores, banda de la literatura y periodistas. Demasiada gente de códigos distintos (opuestos, a veces) en la que él se va gastando sin importarle. Es un tipo duro, leal, y y bajo el efecto de esas dos ventajas (dureza y lealtad) maneja la cámara. Mueve seguro con el medio dedo la ruleta de la cámara, y con el dedo corazón dispara. Repite unas cuantas veces, nunca hasta delatar inseguridad. El resultado es un golpe seco que intriga o emociona. Sin difuminados, sin esmerilados, sin evanescencias. No añade florituras ni desmiente imperfecciones. Somos tal y como ves en sus retratos. A menudo ásperos, desabridos, genuinos. Salir edulcorado en una de Jeosm no es lo que se espera de él. Prefiere no disimular y acepta el riesgo. Todo el mundo no puede ser delicado y enérgico por igual. Él busca extraer de cada cual ese rasgo invisible, el instante imprevisto, lo disimulado, lo inédito, lo distintivo que no consiente que seamos como los demás.

A veces, después de alguna aventura compartida, nos quedamos charlando un rato largo. Jeosm habla como camina: deprisa y soltando señales eléctricas a su paso. Desprende una garantía que da calma y abriga. Le saqueo la pitillera donde lleva los cigarrillos ordenadísimos, liados a mano, para regular el vicio. Nunca se enfada por los asaltos. Cuando nos despedimos él va hacia cualquier parte con su vaivén rápido de entrebarrios, los bártulos en la mochila, el cigarro prendido entre el medio índice y el corazón entero. Va observando algo. Siempre así. Ahora soy yo el que lo mira con fijeza. Es un especímen fabuloso. Si Jeosm te dispara, déjate atravesar.

Antonio Lucas

Javier Marías y Arturo Pérez-Reverte | 13-3-2016

No soy uno de los vuestros

El mediodía del 24 de diciembre de 2013 me encontraba en casa de Ray Loriga retratándole para la promoción de su libro Za Za, emperador de Ibiza(Alfaguara, 2014). No sabia nada de él ni de su obra; fue un encargo de Yolanda Cortés, del departamento de comunicación de Alfaguara. Conocerle y pasar un rato con él fue una experiencia maravillosa. También hacer unas primeras fotos que, sin saberlo, me acercarían a un nuevo territorio por descubrir.

Las ocasiones que sucedieron a este encuentro han hecho posible este libro. Son las que me han permitido desarrollar y evolucionar mi mirada fotográfica. Me tengo que remontar a primeros de marzo de 2016, cuando me llamó Arturo Pérez-Reverte –en realidad, ya nos conocíamos de antes–:

–¿Qué pasa colega? Oye, la tarde del 13 de marzo nos vemos en la Plaza de la Villa. Empezaremos con el primer reportaje de la revista cultural que te comenté –Zenda– y tendrás que hacer fotos de una conversación que tendremos Javier Marías, Antonio Lucas y yo.

–¡Hola amigo! Perfecto, no tengo ni idea de quiénes son los otros dos... Pero venga, vamos p’alante. Allí nos vemos.

El 1 de abril de 2016 vio la luz el primer reportaje publicado en Zenda. Aquel texto llevaba de titular una frase de Javier Marías: “A Cervantes lo consideraban un viejo idiota”. Hoy, pasados los años, me encuentro con que Antonio Lucas ha escrito el prólogo de este libro, Javier Marías ha fallecido y Arturo y yo seguimos siendo muy amigos.

El título, No soy uno de los vuestros, es una declaración de intenciones, que surge desde el respeto. No soy uno de los suyos, nunca lo he pretendido, y sólo por eso ha sido posible elaborar este libro en el que los puntos de vista, egos, vanidades, ideologías, generaciones, las amistades y enemistades, méritos y discursos están en un segundo plano.

Nunca fui uno de los suyos porque mi metodología de trabajo y herramientas son muy diferentes. En mis fotos no utilizo ni busco la épica, no puedo servirme de la ficción, no necesito que vayan ligadas a ninguna actualidad y, por supuesto, no soy ningún juez, líder de opinión o ejemplo a seguir.

Entre estas páginas se encuentran personas con las apenas he compartido dos minutos y otras que son como mis hermanas. A todas ellas les estoy muy agradecido, por la implicación –totalmente desinteresada– en este proyecto y por apoyar mi trabajo.

Para mi esto quizás es lo más importante de mi trabajo, ver las muestras de respeto y cariño recibidas para poder realizar este proyecto, en el que el prejuicio no esta presente, conseguir este respaldo y apoyo de grandes firmas del panorama literario y de una editora valiente, para un chaval de barrio del extrarradio de Madrid es todo un orgullo.

No soy uno de los vuestroses sólo una muestra de parte de mi trabajo en el mundo literario, donde la premisa es la persona, no el personaje.

Gracias a todo el equipo de Zenda, que desde el minuto uno me dieron la oportunidad de poder contar lo que veía en las personas que entrevistaban, apoyarme siempre, sin condiciones y poner en valor la importancia de la fotografía en un medio.

Gracias también a Sara Santana y Luis Hedo, por poner lo mejor de vosotros en este proyecto.

A Patri por ser la compañera infatigable.

Nunca me gustaron las fotos que tiene que explicarse. Con los libros me sucede lo mismo.No soy uno de los vuestros, pero alguien tenía que mostrarlo.

Jeosm, Madrid, septiembre de 2023

Eva Serrano | 13-5-2020

Los ojos que hablan

Hay imágenes que contienen un relato, otras un misterio o una interrogación. Imágenes que te interpelan o te conmueven, que se abren a otras, que te llevan lejos o te acercan a lo que siempre estuvo allí pero no fuiste capaz de ver.

Detrás de ese descubrimiento siempre hay alguien que mira, unos ojos que han captado el instante que se escapa y lo atrapa en un clic. Alguien que ha aprendido a ver lo invisible, el alma de las cosas, la luz o la sombra que convierte al personaje en humano.

Jeosm sabe mirar, su objetivo se enfoca en la gente, a la que entiende sin hablar. No requiere explicaciones para contar lo complejo, todo aquello que se esconde detrás de la máscara que cada mañana nos ponemos todos para salir al mundo.

No soy uno de los vuestrosrecoge ese segundo huidizo tras años de ponerse detrás, de ser invisible para que otros brillen. En sus páginas nos asomamos a un paisaje en el que habitan autores y autoras que él observa con la distancia suficiente como para dejarlos expuestos, sin velos, sin protección. Hombres y mujeres a los que hemos leído y de los que apenas sabemos más que lo que ellos enseñan en sus obras, aparecen aquí con toda su humanidad al descubierto.

A pesar de la proclama de su título —No soy uno de los vuestros—, que ya marca una frontera entre él y sus retratados, Jeosm es también un autor, lo quiera él o no. Suya es la selección y suyo es el protagonismo. Mi intervención se ha limitado a acompañarle en su inagotable capacidad de trabajo y de entusiasmo. Una selección en la que no están todos los que son, pero sí son todos los que están en esta panorámica heterodoxa de quienes conforman las letras hispanas.

Sus fotografías, que son en sí mismas una historia, se completan con textos literarios, en los que descubrimos a esos otros que no son él: los que describen con palabras lo que calla el blanco y negro de su cámara.

Como editora, solo puedo estar agradecida a la inmensa generosidad de todos ellos, que han participado desinteresadamente y de corazón en este fresco de voces corales que buscan desentrañar lo que Jeosm no dice.

Gracias también a Zenda y a todos sus profesionales, que con su trabajo de años han creado un mapa literario que es ya un tesoro irrepetible.

Jeosm sigue siendo hoy el niño irreverente, el hombre silencioso que se asoma sin juzgar a la cultura de las bibliotecas y a la de las calles, a los creadores de historias y a los grafiteros del extrarradio. Todos ellos, con él a la cabeza, están del mismo lado: el de guardianes de la memoria, testigos de una era.

Eva Serrano

Editora Círculo de Tiza.

El disparo verdadero

La mirada de Jeosm es la mirada de Zenda.

Dicho esto, no debería añadir nada más: basta con pasar las páginas de esta magnífica edición para admirar el trabajo de Jeosm, pero como en Zenda se trenzan otras miradas, otras voces y otros ámbitos, quizá tenga que reconocer que esa frase inicial solo es una aspiración: ojalá la mirada de Zenda fuera como la mirada de Jeosm, ojalá la mirada de Zenda fuera tan verdadera como la de Jeosm.

Verdadera, sí. La verdad nos impulsa. Aunque Zenda sea, desde que la inauguró Arturo Pérez-Reverte en abril de  2016 —ese mes, por cierto, Jeosm ya empezó a disparar a escritores, cineastas y otras aves rapaces—, una revista literaria, internetera y cultural que orbita sobre todo alrededor de las ficciones y las invenciones de los autores, la verdad nos mueve, aunque a menudo sea la verdad de las mentiras.

El fotógrafo que se muestra y nos muestra en este libro firma sus correos como Jeosm, su nombre de guerra, su nombre grafitero y “villaverdesco”, y luego añade su nombre real, Jose —sin tilde—, la inicial J. —que no despejaremos—, un apellido, Clemente, y el lema almohadillado #thetrueshoot, que podríamos traducir como el disparo verdadero. Y con ese lema ya está todo dicho, como cuando Henri Cartier-Bresson explicó que con sus disparos buscaba atrapar el instante decisivo.

Jeosm no lucha contra el tiempo. Aunque recurre al blanco y negro, como Cartier-Bresson y tantos otros grandes de la fotografía, dispara sin prisas ni urgencias porque quiere retratar algo más decisivo que un instante: la verdad.

Con sus ráfagas, Jeosm quiere buscar, como Cernuda en su célebre poema, la verdad de uno mismo, que no se llama gloria, fortuna o ambición. Una verdad ignorada. Una verdad que no necesita palabras, y que al mismo tiempo en Zenda se completa con las respuestas de los autores entrevistados y fotografiados, y en este libro se funde con los textos que enmarcan cada disparo 

La mirada de Jeosm, que ojalá fuera nuestra mirada, ahora también pertenece, gracias a Círculo de Tiza, a los lectores de este libro.

Leandro Pérez

Director de Zenda Libros.

Leandro Pérez | 10-10-2021

La apertura Pérez Miguel

Leandro es un jugador de ajedrez. Eso es algo que tuve claro cuando lo conocí con catorce años. Desde entonces, le he visto trazar numerosos movimientos ganadores, desechar enroques espurios y abrir solo diagonales definitivas. Leandro diseñó su etapa universitaria cuando estaba en el colegio, su carrera periodística mientras estudiaba en Pamplona y todo lo que ha venido después en los autobuses de Alsa, que conectaban su amado Burgos con la redacción de El Mundo. Siempre desde un tablero de sesenta y cuatro casillas escondido dentro de su cabeza.

La gran mayoría de los grandes maestros tienen tics y manías. Boris Spassky ponía a sus caballos siempre mirando al frente, Magnus Carlsen toca cada pieza antes de empezar la partida y Garry Kasparov repetía el proceso del noruego, pero siempre con su mano izquierda. Leandro antes de iniciar un gambito —en el trabajo, en la literatura, en la vida—, pone la mano derecha en el mentón y lo frota mientras frunce el ceño. Solo lo hace durante unos segundos, suficientes para acabar con el bloqueo, reforzar los flancos y reformular las fortalezas que le llevarán a conseguir el jaque mate. Bajo esta premisa, creó a Juan Torca, un héroe terco y turbio —un antiguo soldado y mercenario— que ha protagonizado sus dos primeras novelas, Las cuatro torres y La sirena de Gibraltar. Y mientras escribía esos libros, su imaginación ya estaba en una de las más célebres partidas de ajedrez que se jugaron en nuestra democracia, el 23-F. Leandro se preguntó: ¿qué hubiera pasado de triunfar el golpe de Estado? Y elaboró un nuevo tablero, en el que la reina se llamaba Libertad Guerra, una joven periodista que se negaba a jugar con las piezas que le habían tocado y quería poner el reloj al principio del torneo. Pero para Leandro la literatura no es solo ficción. Aunque él no es de los que se cuenta a sí mismo durante cuatrocientas páginas, sí que le gusta dar a sus personajes nombres de amigos y colegas, y utilizar la escritura para demostrar su cariño a su bien más preciado, su familia. Como cuando se inventó a Kolia, una prometedora estrella del baloncesto, para hacerle un gran regalo a su hijo mayor. Seguro que el menor también tendrá el suyo en breve.

Todas las batallas, las que se pierden y las que se ganan, deben llevar a algún lado para cobrar sentido. A Leandro, todos esos combates de peones le han servido para dirigir Zenda. Y al frente del timón de ese barco, que el patrón Pérez-Reverte le ha confiado, ha conseguido llevar a buen puerto uno de los proyectos culturales digitales más importantes en idioma español. Esto lo ha logrado sin conocer de vientos, ni de nudos y sin ni siquiera saber dónde está babor y dónde estribor; lo ha hecho aplicando la máxima del autor de La tabla de Flandes, la lealtad. Ya ven, el ajedrez no es solo un juego: es la vida. Y para conseguir derribar al rey negro, además de astucia es necesario corazón. Por ese motivo, la apertura Pérez Miguel es una jugada maestra, invencible.

Miguel Santamarina

Almudena Grandes | 9-9-2016

Almudena

Como el cuerpo de un hombre derrotado en la nieve,

con ese mismo invierno que hiela las canciones

cuando la tarde cae en la radio de un coche,

como los telegramas, como la voz herida

que cruza los teléfonos nocturnos

igual que un faro cruza

por la melancolía de las barcas en tierra,

como las dudas y las certidumbres,

como mi silueta en la ventana,

así duele una noche,

con ese mismo invierno de cuando