Nyxia - Scott Reintgen - E-Book

Nyxia E-Book

Scott Reintgen

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Beschreibung

Emmett Atwater emprende un viaje en el cuál no sólo dejará su hogar, sino que también abandonará la Tierra. Él y otros nueve adolescentes son reclutados por Babel, una poderosa corporación que los conduce hasta un planeta llamado EDÉN. Allí, deberán extraer una volátil y extraña sustancia de un valor incalculable, conocida como NYXIA. La recompensa es una cifra millonaria con la que Emmett pretende cuidar de su familia el resto de su vida. Sin embargo, el dificultoso viaje hasta ese planeta demorará un año y durante ese tiempo, los elegidos tendrán que someterse a un durísimo entrenamiento del que sólo serán elegidos ocho, y la competencia será despiadada. Pero la nave de BABEL está llena de secretos y a medida que Emmett va descubriendo la verdad, se dará cuenta de que no está luchando por riqueza ni por gloria, como pensaba, sino para salvar su vida. La primera parte de La Tríada de Nyxia es un desbordante viaje espacial con un ritmo que dejará al lector sin aliento.

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Seitenzahl: 494

Veröffentlichungsjahr: 2017

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Para mi esposa, Katie. Espero que todas las secuelas que escribamos incluyan tu sonrisa.

PRIMERA PARTE

ROTO

DÍA 1, 8:47 HORASA BORDO DELGÉNESIS 11

—Saben por qué están aquí.

Somos diez a la mesa. Como si tuviéramos la más remota idea, todos asentimos.

Ocho de los hombres y mujeres más ricos del mundo están en pie al otro lado de la sala de conferencias. Anoche usé el teléfono de PJ para investigarlos. Comunicaciones Babel. Se tragó completo a Google por allá de 2036. Dice algún bloguero que son la sombra oscura de la NASA, y que lo han sido desde hace décadas. Quién sabe qué hagan, pero vaya que les aprovecha. Todos portan el mismo traje color carbón. Es como si alguien hubiera hilvanado sus atuendos con humo. Las luces del techo danzan como reflejos en los hombros y zapatos pulidos.

Pero las luces y la habitación y el mundo se están inclinando hacia adelante para escuchar al hombre que habla: Marcus Defoe. Es negro, pero no como yo. Llevo la mitad de la vida sintiéndome como una ausencia, como una noche sin luna. No puedo imaginar que este tipo pueda ir a alguna parte sin voltear cabezas. Todo en él susurra realeza. Se ve por el porte de sus hombros, el sonido de su voz y el acecho de su andar. Se desliza hacia nosotros y la imagen de una pantera atraviesa mi mente. Hay tanto lustre y brillo que casi no percibo las garras.

Retrocedo y saco uno de los audífonos de mi oreja. Tengo la música a muy bajo volumen, pero el chico asiático junto a mí me mira con reproche, como si fuera la cosa más ruidosa que hubiera escuchado jamás. Ni hablar. No altero el volumen sólo para fastidiarlo. Cuando Babel me reclutó dijeron que todo esto sería un juego. Me gusta jugar, pero ganar me motiva aún más. El sujeto a mi lado sacude la cabeza, molesto, y siento como si ya lo aventajara en la partida.

El audífono vibra con medios tiempos y voces de viejas canciones de soul. En la escuela piensan que me gusta el hip-hop clásico porque es vintage, pero lo cierto es que nunca tuve suficiente dinero para comprar lo nuevo. Cuando el sujeto que está a mi lado lanza por milésima vez esa mirada, asiento y sonrío como si fuéramos a ser los mejores amigos.

—Fueron elegidos para liderar la exploración espacial más ambiciosa que la humanidad haya conocido jamás. Los resultados de su misión cambiarán el futuro de nuestra especie —Defoe comienza a hablar sobre la humanidad, el destino manifiesto y las fronteras finales. Tiene la cabeza afeitada y perfectamente redonda. Su sonrisa encandila. Sus ojos son de un azul tan deslumbrante que las chicas de la escuela dirían que son del color del boom, como la canción. El rey de Babel tiene una sola imperfección: tiene la mano derecha marchita, como si un gigante se hubiera tomado todo el tiempo del mundo para romperle cada uno de los huesos. Es el tipo de lesión que, en teoría, no hay que mirar demasiado, pero que uno siempre termina observando—. La recompensa por sus esfuerzos superará su imaginación. Hemos abierto un fideicomiso para cada uno de ustedes. Recibirán un cheque por cincuenta mil dólares en sus cuentas cada mes por el resto de sus vidas.

Todos los que están en la mesa se espabilan. Los hombros rectos, los ojos abiertos, menos movimientos nerviosos. Todos reaccionamos al número porque seguramente nadie tiene donde caerse muerto. Nadie, excepto uno.

Él parece aburrido. El rey Salomón acaba de lanzarnos las llaves de su reino, ¿y está reprimiendo un bostezo? Lo miro. Es blanco. Repaso la mesa y observo que es el único chico blanco aquí. ¿Estadunidense? Quizá. Podría ser europeo. Viste una camisa sencilla de tres botones. Distraído, tamborilea los dedos sobre la mesa. Detecto una etiqueta bajo la axila, la camisa es una compra reciente. Su cabello luce deliberadamente imperfecto, como si quisiera parecer alguien con los pies en la tierra. Cuando lanza una mirada en mi dirección, regreso la vista a Defoe.

—Además de estabilidad económica, también les ofrecemos planes médicos para sus familias. Ahora tienen acceso gratuito a cuidados de salud, orientación, cirugía y a los tratamientos más avanzados para cáncer y otras enfermedades terminales. Esos servicios se incluyen en sus contratos sin costo y son efectivos a perpetuidad.

No sé lo que signifique perpetuidad, pero algunos de los chicos alrededor de la mesa asienten complacidos. Dos de ellos se encogieron al escuchar la palabra cáncer: una chica de cabello rubio, ojos azules y suficiente maquillaje como para inscribirse en un concurso de belleza —alcanzo a ver un mechón de cabello teñido de rosa que oculta detrás de una oreja—; el otro chico está muy bronceado y posee radiantes ojos tinte avellana. Supongo que es de Oriente Medio. Me pregunto si los padres de estos chicos sufren cáncer. Me pregunto si es así como Babel los engatusó para esta rutina de mono-en-el-espacio. Me pregunto si notaron que me encogí junto a ellos.

Es difícil escuchar las palabras que siguen, porque una imagen de mamá se quedó con mi atención. Esas muñecas flacas como espigas, rodeadas de pulseras médicas. Pasamos el tiempo suficiente en la unidad de cuidados intensivos como para que el hospital comenzara a sentirse como una prisión. La única diferencia es que algunas enfermedades no te conceden libertad bajo palabra.

—… ofrecemos acciones de nuestra empresa, contactos internos con cualquier empresario en el mundo y la oportunidad de grabar sus nombres con letras de oro en la historia de la humanidad. Desmond está distribuyendo un acuerdo de confidencialidad. Si siguen interesados, simplemente firmen sobre la raya punteada.

Uno de los sujetos trajeados hace la ronda. Coloca formularios recién salidos de la imprenta frente a cada uno de nosotros. No puedo quitar los ojos del enorme reloj de oro que lleva en la muñeca. En circunstancias menos prometedoras, me levantaría de la silla con un ¡ups!, lo quitaría de su muñeca y saldría de la habitación como si no los conociera, todo en un abrir y cerrar de ojos. Pero la vida es buena, así que reviso con cuidado una sección que contiene palabras como privatización y extrajudicial. A mi izquierda, el chico asiático evalúa un extraño conjunto de símbolos. La chica a mi derecha repasa algo que parece estar un poco más allá del alcance de mi clase de lengua extranjera en secundaria. Casi río, pensando que somos la versión políticamente correcta del Escuadrón de la Justicia. Pero si Babel está en busca de héroes, eligieron al sujeto equivocado.

Firmo sobre la línea punteada e intento fingir que no he salido premiado en la lotería.

Los sujetos trajeados susurran secretos de millones de dólares. Defoe acecha en un círculo casual y depredador para asegurarse de que todos seamos niños buenos. Oprimo siguiente a la reproducción aleatoria y un lindo ritmo sin filtros suena en mis oídos. Dos voces cantan a dueto hasta desembocar en un coro minimalista. Toman turnos con la letra hasta que me siento de vuelta en la jungla de concreto, traficando con ritmos y riendo con mis Excelentísimos Hermanos.

Ya extraño a los chicos, en especial a PJ. Sin embargo, nuestro barrio está repleto de callejones sin salida y Babel ofrece una escapatoria. No sé lo que su ofrecimiento signifique para los otros chicos sentados alrededor de la mesa, pero para mí significa que el nombre de mamá encabece la lista de trasplantes. Que papá no trabaje también los turnos de noche, que puedan permitirse tres comidas al día y tener más de unos jeans en el armario.

Para mí, lo es todo.

Una de las chicas es la última en firmar. Como diría PJ, está más que linda. Más alta que yo, la cabeza a rape. Está tan delgada que puedo ver las clavículas en sus clavículas. Su piel oscura hace que los hilos tejidos apiñados alrededor de una de sus muñecas parezcan las plumas brillantes de un pájaro. De su pulsera cuelgan y bailan monedas de metal que atrapan la luz antes de rebotarla. Parece algo ancestral, algún tipo de talismán africano. Todos observamos mientras ella corrige algo en su formulario. Defoe lo sopesa. Su sonrisa es falsa. Él asiente, ella firma, y hemos terminado.

—Muy bien. Ahora, aunque tienen plena libertad de abandonar en cualquier momento, mientras describimos su misión, para nosotros el acuerdo de confidencialidad que han firmado es un asunto de vida o muerte.

Defoe hace una pausa para enfatizar la frase que eligió. Vida o muerte. Los soplones no son nada nuevo, ni tampoco las consecuencias de serlo. Pero una mirada veloz muestra que no todos los chicos sentados a la mesa logran comprender la advertencia: desertar no es opción.

Prosigue:

—Si hablan de esto con quien sea, se encontrarán con las manos atadas, legalmente hablando, por el resto de sus vidas. ¿Está claro?

Todos asienten. Por primera vez, me doy cuenta de que el discurso de Defoe fue en inglés, mi lengua madre. Sin duda así lo prefiero, pero ¿cómo lo entienden los demás chicos? ¿Todos hablan inglés también? Un segundo vistazo por la habitación confirma mi sospecha: los integrantes de este grupo provienen de cada rincón del mundo. Puede ser que hoy día se enseñe inglés en escuelas de casi todas partes del mundo, pero la idea de que todos ellos lo dominen me parece una locura.

Una pantalla de cristal negro se desliza hacia arriba detrás de Defoe. Los demás sujetos trajeados se dispersan y las imágenes digitales se encienden con un titileo. Lo más disparatado es que no escucho nada. Ningún ventilador de enfriamiento, ningún crujido de engranajes, ningún silbido de paneles. Una pantalla de setenta pulgadas despliega imágenes de resolución impecable.

Defoe está mostrando sus dientes otra vez. El resto de sujetos trajeados parecen embelesados.

Anhelaban el momento de la revelación.

—Hace sesenta y tres años Comunicaciones Babel descubrió un planeta habitable —detrás de él, aparece una roca idéntica a la Tierra—. Edén. Nuestra relación con el planeta ha sido constante. Suponíamos que era posible la vida en Edén. Ahora lo sabemos con certeza. El planeta sustenta vida humana —la pantalla muestra distancias, navegación astronómica y lecturas planetarias. Pero para mí, todo resulta indescifrable—. Incluso con nuestros vastos avances tecnológicos, el primer viaje a Edén tomó veintisiete años en ser concretado.

Defoe deja que asimilemos la información. Veintisiete años. Hacemos los cálculos, todos parecemos un poco molestos cuando hacemos los cálculos. Nosotros no firmamos para volvernos viejos en el espacio. Al menos, yo no.

—Claro, ahora ese viaje demora menos de un año.

Todos dejamos escapar el aire que habíamos contenido. Menos de un año. Queda claro que Defoe se divierte con nosotros. Los sujetos trajeados sueltan destellos de sonrisas de miles de dólares con su broma tan astuta. Comienzo a entender quiénes son, cómo nos observan. Lo archivo bajo la R de Rabia.

—La Torre Espacial ya está en órbita alrededor de Edén. Llegaremos ahí antes de enviarlos a la superficie. El planeta está poblado por una especie llamada adamitas.

Planetas habitables. Alienígenas. Ahora. Está pasando. Nuestra generación vio cómo descendieron en Marte. Hemos visto los carteles de reclutamiento de la NASA en todas nuestras escuelas preparatorias. Pero nunca escuchamos ni un murmullo sobre otras formas de vida. Es difícil imaginar que un secreto de este tamaño pase tres décadas en la oscuridad. Hasta donde sé, hace tres décadas saltábamos de charco en charco alrededor de la Luna. Babel nos está pidiendo que rellenemos la brecha entre los libros de historia y sus revelaciones, lo que parece imposible.

Observamos mientras la pantalla se divide en una serie de imágenes. Miramos humanoides en un paisaje vasto y primitivo. Son más bajos y fornidos que el humano promedio. Sus ojos parecen más amplios y redondos. Defoe sonríe triunfal, pero he visto mejores montajes de video en línea.

—Naturalmente, hemos tenido algunos encuentros con la especie.

Defoe toca una tecla invisible y el video se despliega en pantalla panorámica. Vemos una toma alejada de unos sujetos con aire militar, y algunos con pinta de científicos. Portan equipo de alta tecnología, incluyendo rifles de asalto al estilo KillCall. Al parecer no prosperan las negociaciones. Unas sombras se extienden y oscurecen a los llamados adamitas. Hay disparos, pero en el caos y el humo, cada uno de los soldados termina muerto o desmembrado. Los adamitas sólo perdonan a uno de los intrusos. Una niña, de quizá siete u ocho años.

Defoe pausa el video.

—Jacquelyn Requin. Nació durante el primer vuelo a Edén. Nuestros satélites indican que todavía vive. ¿Por qué? Los adamitas veneran a los niños y jóvenes. La mantuvieron con vida porque ella representa algo perdido para ellos. En la actualidad, el miembro más joven de su sociedad tiene cincuenta y siete años. Aunque son una especie longeva, parece que ahora son incapaces de reproducirse. Por eso atesoran a los niños. Esa adoración es lo que nos ha concedido la oportunidad de llevar a cabo esta empresa.

Alcanza su bolsillo y extrae una canica. Es color negro azabache, de varias tonalidades más oscuras que el pulgar y dedo índice que la sujetan.

—Les presento la nyxia.

Con un movimiento veloz, la sustancia se estira. Las manos de Defoe bailan. Después de un momento, la levanta. Una daga de filo negro. Nos concede mirarla con detenimiento, voltea la empuñadura y la lanza contra un blanco a su derecha. Se clava en el fondo. No es un mal truco, pero aún no termina. Con otro movimiento de mano, atrae la sustancia de vuelta hasta la palma de su mano. Levanta la canica para que todos la veamos. Para nada es un mal truco.

—Comunicaciones Babel encontró una variedad de aplicaciones para la sustancia. Se ha vuelto, en secreto, el recurso más valioso. Nuestra misión es recolectar todo el material que nos sea posible. ¿Alguien podría adivinar dónde se encuentran vastos yacimientos de nyxia?

Edén, pensamos todos. De acuerdo, Defoe, tienes nuestra atención. Un roce de su pulgar remplaza el video con el escaneo digital de un mapa del planeta. Vemos áreas marcadas en rojo. Puntos negros se anidan en el filo de las crestas y junto a las cuencas de los ríos en patrones impredecibles. Defoe explica:

—Cada punto negro representa una veta subterránea de nyxia. En términos logísticos, cada uno de esos puntos negros vale algo así como cincuenta mil millones de dólares.

Mi vecino, contrariado, deja escapar un silbido. Finalmente coincidimos en algo: es mucho dinero. Y hay muchos puntos. Sin embargo, no he olvidado a los marines espaciales muertos, ni sus extremidades amputadas.

Un chico de ojos marrón a mi derecha hace una pregunta en otro idioma.

Defoe asiente.

—Las áreas rojas indican ubicaciones establecidas por los adamitas como prohibidas para nosotros. Nadie de Comunicaciones Babel ha puesto un pie en alguna de esas regiones.

Por más extensos que estén los puntos negros, éstos son eclipsados por las áreas en rojo. De hecho, hay un solo círculo de terreno accesible en la parte inferior del mapa, y no veo un solo punto negro en varios kilómetros a la redonda. Defoe nos hace la pregunta del billón de dólares:

—Entonces, ¿cómo retiramos nyxia de los yacimientos protegidos por una especie con tecnología militar superior y una agresiva política fronteriza?

Exacto, pienso. ¿Cómo podríamos ayudar? ¿Y por qué arriesgaríamos nuestras vidas para hacerlo?

Defoe responde a su pregunta crípticamente.

—En verdad os digo, a menos que cambien y sean como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos.

La chica del maquillaje agrega su acento sureño a la conversación.

—La Biblia, ¿cierto?

Defoe asiente.

—Así es. Su edad los protegerá. Nuestro viaje nos dará amplia oportunidad para entrenarlos en la extracción segura de nyxia de las vetas en las que trabajen. Fijaremos cuotas para cada uno de ustedes. Al cumplir esas cuotas, conseguirán la recompensa monetaria que prometimos antes.

El chico asiático a mi lado objeta. Defoe escucha con paciencia antes de responder.

—Longwei pregunta sobre los riesgos. Le preocupa morir durante la extracción y no recibir su recompensa. No sólo tenemos un incidente confirmado que demostró un claro precedente de protección de los jóvenes, sino que hace dos meses hicimos un acuerdo con los adamitas. Los que pongan pie en Edén tendrán permiso de entrar y salir cuando lo deseen. Ustedes serán bienvenidos como sus huéspedes.

—¿Así que sólo recolectamos esa cosa, nyxia? —pregunta la chica sureña.

—Precisamente, Jasmine. Cuanto más, mejor —una mirada veloz a sus compañeros nos muestra que tienen algo más que revelar. Defoe yergue los hombros de por sí firmes—. Habrán notado que hay diez de ustedes aquí. Para Comunicaciones Babel es muy valiosa la competencia. El hierro con hierro se afila, y todo eso. Ahora son diez, pero sólo llegarán ocho a Edén.

El miedo verdadero siempre es mudo. De repente, todos nos volvemos estatuas. Ni un respiro se escucha, excepto del chico blanco. Se truena un nudillo y se reclina en su silla. No es como nosotros. No sé cómo, pero lo sé. El resto del grupo espera a que Defoe diga que está bromeando, pero por supuesto no lo está. Un corpulento chico asiático al final de la mesa hace un comentario mordaz. Quién sabe cuál fuera la broma, pero a Defoe no le hace gracia.

—Katsu quiere saber qué sucederá con los otros dos —explica Defoe—. Nuestro vuelo de un año será una especie de competencia. Se medirá cada prueba que lleven a cabo. Se analizará cada tarea que les sea asignada. Desde el momento en el que entremos al espacio, estarán bajo la lupa. Se publicarán las evaluaciones por toda la nave. Sólo se les permitirá a ocho de ustedes descender en Edén al llegar. Esos ocho recibirán los paquetes de beneficios que discutimos.

Más silencio. Se están rompiendo corazones.

—Aun así, los otros dos serán recompensados, pero con una suma monetaria menor. El salario promedio anual de un empleado de Comunicaciones Babel está justo alrededor de los ciento cincuenta mil dólares. Les pagaremos dos años de servicio y los despacharemos de vuelta a casa. Los demás beneficios no estarán disponibles para ellos.

En mi barrio, ese tipo de premio de consolación bastaría y alcanzaría. Estoy seguro de que es más dinero del que cualquiera en esta mesa pudiera haberse imaginado antes de hoy. Pero ahora sabemos que hay algo mejor. Sabemos que hay una promesa de riquezas que se extiende para siempre. La mesa está llena de rostros codiciosos. La bola curva que nos lanzó Babel está funcionando.

Competencia. Oferta y demanda. Estilo jaula.

—¿Comenzamos? —pregunta Defoe.

Su pregunta suena y resuena, y resuena…

DÍA 1, 9:13 HORASA BORDO DELGÉNESIS 11

Un empleado de Babel me lleva a una de las cápsulas de confort de la nave y me dice que disfrute de la vista. La plataforma de embarque es un caos. Las capas de vidrio silencian todo. Es como ver una película muda, sin subtítulos. Lo más probable es que este lanzamiento se haya preparado desde hace una década, pero las abejas obreras siempre tienen más por hacer. Los técnicos con audífonos iluminados escanean contenedores, ladran órdenes y miran cómo los operarios los empujan fuera de su vista. Suspiro, selecciono canciones al azar, y espero.

Detrás de mí hay una puerta que parece un modelo de compuerta inspirado directamente en el set de uno de los refritos de Star Wars. Las baldosas tienen control de temperaturas. Una abundancia de cojines brota de cada esquina como si fueran hongos. La llaman cápsula de confort, pero estoy hecho un manojo de nervios. La iluminación es tenue, los muros de color lavanda y hay una máquina de expreso de autoservicio. Tanto lujo sólo logra hacerme sentir aún más fuera de lugar.

La función aleatoria de mi reproductor de música cae en una infusión de reggae que mi primo Taylor produjo el año pasado. PJ y los Excelentísimos Hermanos idolatran a Taylor porque creen que se codea con los raperos con actitud de ganadores de nuestra generación. Pero en realidad no logra pagar sus préstamos y trabaja haciendo turnos nocturnos con mi papá. Así son las cosas en Detroit. Pienso en mi familia, en mis chicos, en todos. Allá en mi pueblo, tener bajas expectativas es algo generacional.

Entonces debo preguntar, ¿por qué yo? No hay respuestas sencillas.

Los números son muy claros:

Ocho de diez.

Cincuenta mil dólares al mes. Para siempre.

Miro a las abejas obreras y respiro hondo hasta que la compuerta se abre con un siseo. No estaba seguro de a quién traería Comunicaciones Babel para despedirse, pero debí haberlo sabido. Mamá nunca se ha subido a un avión. Y de todos modos, a los médicos no les gusta que viaje distancias largas. Así que es papá quien entra a la habitación después de dar un par de pasos. Lleva puesta una chaqueta de cuero y jeans desgastados. Porta en la cabeza la boina siciliana que sabe que me encanta. No sonríe, porque ya está llorando.

Tiende la mano hacia mí como si me hubiera graduado de la universidad o me hubiera alistado en el ejército o algo así. Cuando estrechamos las manos, la suya cubre la mía por completo. Nos sentamos juntos, y no se molesta en enjugarse las lágrimas de los ojos enrojecidos. Babel me reclutó apenas un mes atrás. Es una locura la velocidad con la que ha ocurrido todo esto, lo poco que nos queda de tiempo.

—El señor Defoe dijo que serán tres años —su voz es un motor ahogado—. Emmett, sé que es una gran oportunidad. Dios sabe que yo nunca tuve alguna parecida. Pero, ¿estás seguro? —mira los extraños asientos y las baldosas brillantes que nos rodean—. ¿Sientes que es lo correcto?

Me hace la pregunta que me he repetido toda la mañana. ¿Qué dice la letra pequeña? ¿Quién es el mago detrás de la cortina? Babel tiene sus secretos, pero yo también, y todos.

—No puedo negarme, papá.

—Siempre puedes.

—Están ofreciendo cincuenta mil dólares…

Me interrumpe.

—El dinero es sólo dinero, Emmett. Yo podría haberlos tenido a todos ustedes muy cómodos si me hubiera ganado la vida haciendo lo incorrecto. ¿Sientes que esto es lo correcto?

—Al mes, papá. Cincuenta mil al mes —evado su mirada, fingiendo observar a los trabajadores. Sé cuánto gana él cada año. Sé lo poco que es comparado con lo que me están ofreciendo. Sé que la vida no es justa—. De por vida… Atención médica gratuita, también. Pueden atender a mamá desde mañana mismo. Tratamiento sin cargos en cualquier clínica de Detroit. He visto las facturas, papá. Sé que la lista de espera para un trasplante es larguísima. Babel es el tipo de empresa que puede ponerla a la cabeza de la lista. Es el tipo de gente que tira de los hilos que nosotros no podemos alcanzar. Sé que lo necesitamos. Ella lo necesita.

Papa ignora mis argumentos.

—Te hice una pregunta.

Suspiro, pero sus ojos me taladran contra la pared. ¿Sientes que esto es lo correcto?

—En realidad no lo sé —le digo—. Cuesta trabajo ver la diferencia entre dinero e incorrecto.

Estoy bastante seguro de que es la letra de una canción, pero así me siento exactamente. Comunicaciones Babel me toca una extraña fibra sensible, pero todo multimillonario toca extrañas fibras sensibles. Viven en otros mundos, se mueven en otras multitudes y respiran otros aires. Siempre ha sido así, y siempre lo será.

Papá mira afuera, hacia las abejas obreras.

—Nunca había visto algo así.

—Yo tampoco.

Observamos mientras un montacargas casi perfora a un hombre.

—¿Sientes temor? —pregunta.

—Sí.

—Eso sólo quiere decir que eres listo.

—Sí.

—Y si te piden que hagas algo que no es lo correcto, ¿qué dirás?

—No.

—Y si te llevan al límite, ¿qué harás?

—Volar.

—¿Cuál es tu nombre?

Solía preguntarme todo esto antes de los juegos de futbol. Es una tradición, una rutina, un recordatorio.

—Emmett Ethan Atwater —le digo.

—¿Qué quiere decir Ethan?

—Constante.

—¿Qué quiere decir Emmett?

—Buen trabajador.

—¿Qué quiere decir Atwater?

Dudo.

—Eso nunca me lo dijiste…

Sonríe.

—Tampoco yo lo sé.

El hecho de que pueda hacer una broma en este momento relaja la maraña de nudos que siento en el estómago.

—Entonces se van a encargar de ti, ¿eh?

—No sólo de mí. De ti y de mamá también —desvío la mirada, una vez más—. Eso es lo que deseo, y mucho, papá.

—Primero desea un futuro para ti. Cuando estés allá arriba —mira hacia el techo como si no estuviera ahí, como si las galaxias se extendieran en toda su infinidad—, quiérelo para ti. Yo trabajo duro, pero te mereces mucho más que lo que te hemos podido dar. Toma primero lo que es tuyo. ¿Entendiste?

De repente me siento débil. Un manojo de huesos sin corazón.

—Sólo irán ocho hasta Edén.

Él asiente, como si esperara que hubiera una vuelta de tuerca.

—¿De cuántos?

—Diez.

—Bastantes posibilidades.

Parece difícil encontrar oxígeno. Expulso las palabras desgarradas.

—¿Y si no lo consigo?

—¿Y si sí? —pregunta.

Un segundo después está en pie. Ya no llora.

—Tienes que entrar y luchar, Emmett. Sé noble. No desde su perspectiva, sino desde la tuya. Rompe las reglas que tengas que romper, pero nunca olvides quién eres y de dónde provienes. Cuando te abatan, y lo harán, aun así, no renuncies.

Sacudo la cabeza como promesa.

—Jamás —puntualiza.

Nos abrazamos. Después, nos sentamos y miramos la bahía de carga hasta que todos los contenedores están llenos. Papá extiende una llave de latón, y mi corazón deja de latir. Sólo la he visto en un estuche de cristal en la habitación de mis padres. Es ancestral. Raspada y como del tamaño de la palma de mi mano. La observo y la giro y pienso en todos los Atwater que han sostenido esta llave en sus manos. No se molesta en explicarme por qué me la da, porque lo sé. Rompe las cadenas, grita la llave. Toma lo que es tuyo.

DÍA 1, 9:33 HORASA BORDO DELGÉNESIS 11

Y así, sin más, estoy dejando la Tierra detrás.

No para siempre, pero no es lo mismo que subirse al autobús que viaja al campamento de verano. Siento que es un error esto de tener que abandonar a mamá sólo para asegurarme de que consiga el tratamiento que necesita. No podré estar ahí para ella durante las etapas más duras del tratamiento, pero dejarla a ella y a papá significa que tendrá una oportunidad de vencer los pronósticos. Tengo que creer que los dos estarán aquí cuando vuelva, vivos y bien y en camino a jubilarse y ser ricos. Todavía siento como si algo se me hubiera escurrido entre los dedos mientras uno de los técnicos me conduce por la nave.

Es enorme. Los túneles espaciales llevan por un vientre tecnológico. Intento memorizar nuestra ruta, pero subimos tres niveles y descendemos por dos pasillos y atravesamos demasiadas puertas. En mis audífonos el redoble de un tambor está sembrando el caos, así que me pierdo la primera ronda de instrucciones.

—¿Qué? —digo, mientras bajo el volumen.

—Su habitación, señor Atwater.

El técnico presiona dígitos en un tablero y desliza una tarjeta, entonces la puerta se abre con un suspiro. Por un segundo olvido que estamos en una nave espacial. Los pisos están alfombrados, los sillones son de piel y la biblioteca está repleta. Más allá de la sala detecto dos puertas y me imagino que son la habitación y el baño. El técnico está introduciendo otro código en el dispositivo de datos. Todo en este lugar es azul, de una elegancia robótica.

—¿Me darán una de esas tarjetas? —pregunto—. En Detroit todavía usamos llaves metálicas.

—Sus trajes portan el código de sus habitaciones.

—¿Y un traje?

Asiente.

—Y una pistola.

—Bromea, ¿cierto?

—Sí.

Por primera vez, el tipo tiene rostro. Algo de eso lo vuelve más que simplemente otra pieza en el engranaje de alta precisión de Babel. Es todo ángulos rectos, piel clara y ojos oscuros. Parece casi como el tío de alguien. Le sonrío y le ofrezco un puño. Lanza un vistazo por el pasillo, sonríe para sí, y golpea su puño contra el mío.

—¿Cuál es tu nombre? —pregunto.

—Donovan Vandemeer.

—No eres estadunidense, ¿verdad?

El señor Vandemeer niega con la cabeza.

—Neerlandés.

—Uy, me encanta Noruega.

Vandemeer inclina la cabeza, con la corrección lista para brotarle de los labios. Entonces se percata de que estoy bromeando.

—Muy buena, señor Atwater.

Me queda claro que Vandemeer tiene que estar en otro lado. Veo que su dispositivo de datos parpadea con una nueva tarea, y aunque está completamente inmóvil, puedo percibir en qué dirección desea caminar. Los eslabones bien aceitados de la cadena del Génesis 11 están esperando por mi culpa. Creo que me agrada.

—¿Cuánto tiempo tengo para prepararme?, antes del despegue.

La sonrisa de Vandemeer se expande.

—El lanzamiento está ocurriendo mientras hablamos, señor Atwater.

Sonrío al escuchar eso. He visto demasiadas películas de Los creadores de Marte como para creerle. En esa serie, los lanzamientos siempre estaban repletos de caos y sudor. Vandemeer simplemente sonríe mientras comienzo a cruzar la habitación.

—Por supuesto, el error es mío. Yo me encargo a partir de ahora, Vandemeer.

—Su habitación está tras la puerta de la izquierda. Asintiendo, le pregunto:

—¿Y el baño es el de la derecha?

Antes de que Vandemeer pueda responder, se abre la puerta. Es una chica asiática, viste un elegante overol color plomizo. Es de piel, ceñido al cuerpo, acolchado con un relleno acanalado alrededor de los órganos vitales. Una máscara metálica negra sigue el contorno de su mandíbula. Sobre ésta, destacan sus ojos oscuros y el cabello recogido en una ordenada coleta de caballo atada con una fresa de plástico. Camina frente a mí, y mi hola en voz baja pasa desapercibido. Saluda a Vandemeer con la mano y desaparece por el pasillo.

Pillo al holandés sonriendo de oreja a oreja y pregunto:

—¿Qué está haciendo aquí?

—Ella duerme en una habitación, y tú en la otra.

—Pero —hago un gesto inútil—. ¡Es una chica!

Vandemeer sonríe.

—Tengo escasos conocimientos de Estados Unidos. ¿No hay chicas ahí?

—Sí, pero es distinto. Nosotros no… ellas no… Cada quien tiene su baño, ¿verdad?

Por alguna razón, la idea de usar el mismo baño que ella me aterra. ¿Y si piensa que huelo mal? ¿Y si ella huele mal? ¿Y si olvido asegurar la puerta?

—Dormitorios separados, baños separados. Sólo comparten un área común.

—Bien —le digo. Aún me parece extraño—. ¿Tengo que hablar con ella?

—Serían buenos modales —indica Vandemeer.

—Pero ella no es, ya sabes, ¿extranjera?

—Me parece que es japonesa.

—Correcto, japonesa. ¿Cómo se supone que debo aprender japonés?

—Quizá notó el aparato que llevaba en su rostro. La máscara.

Asiento.

—Parecía salido de una historieta.

Vandemeer ríe.

—Es un traductor nyxiano. Encontrará uno en su habitación —su dispositivo de datos vibra, y desaparece la sonrisa juguetona—. ¿Alguna otra pregunta, señor Atwater?

—Es bonita —digo sin querer en voz alta.

Vandemeer ríe de nuevo y parte. La compuerta se cierra con un siseo y me quedo solo.

DÍA 1, 10:30 HORASA BORDO DELGÉNESIS 11

Después de cambiarme, me miro en el espejo espacial. Estoy que ardo. El traje me hace lucir mucho más musculoso de lo que estoy. Me alisa el vientre y me ensancha los hombros. El relleno sugiere unos tonificados músculos abdominales que no poseo. Sin contar la ausencia de una pistola, el traje me hace sentir como un James Bond galáctico.

Qué lástima que sólo haya habido un James Bond negro, y que fuera un sujeto mucho menos oscuro que yo. Doy otro paso hacia el espejo. Cada día me parezco más a papá. Mamá siempre bromea con que lo único que heredé de ella fueron los codos. De papá tengo la forma de la nariz, los ojos cafés y las mejillas redondas. Hasta tengo la ligerísima huella de su bigote sobre mi labio superior. Me doy cuenta de que nunca me enseñó a afeitarme. Con el calendario de Babel, cumpliré los dieciocho antes de volver a la Tierra. Una cosa más que tendré que descifrar solo.

A la izquierda de mi reflejo aparecen números, como una lectura médica digital. Temperatura corporal, presión arterial, ritmo cardiaco y oxigenación. Los miro por un segundo, pero no tengo la menor idea si son buenos o malos. Levanto el último trozo de mi arsenal: el traductor nyxiano. Estoy completamente perdido. La cosa no tiene ganchos ni broches ni nada que pueda usar para ajustarla contra mi rostro. Si ésta es la primera prueba de Babel, la chica japonesa ya está dándome una tunda.

Lo pongo contra la boca, sólo para imaginar cómo se supone que debe ajustar, entonces la cosa se activa con un pitido. Me sorprendo cuando el metal aprieta contra mi piel y el relleno de cuero desciende de golpe hacia mi mandíbula. Se detiene casi al llegar a mis orejas, sujetado por completo y sorprendentemente ligero sobre mi piel. Suelto la máscara que permanece en mi rostro como por arte de magia. Vuelvo a revisar mi reflejo.

Genial. Es la única palabra para ello. Parezco un extraño semidiós del futuro. Tengo los ojos enormes y amenazadores sobre el negro metálico. Agreguen el traje color plomizo y me siento listo para cualquier cosa que Babel tenga planeada para nosotros. Me agacho para salir de la habitación, doy dos pasos hacia el pasillo y me percato de que no tengo la menor idea de dónde estoy. El Génesis 11, recuerdo, es enorme.

Avanzo por el pasillo junto a muros transparentes que exhiben el intrincado alambrado que hay debajo. Por otra compuerta encuentro un nuevo camino que conduce a un espacio amplio y abierto con armazones de metal que traquetean y escalinatas entrecruzadas. Todos dirigen hacia abajo. Me inclino sobre el barandal y veo a un puñado de contendientes más que están pasando el rato en el nivel inferior. Así es como pienso ya en ellos. Contendientes. Cada uno de ellos desea lo que es mío.

Finjo admirar la extraña iluminación superior mientras formulo estrategias. Repaso datos:

Cuatro chicas.Seis chicos.Vivo con la chica japonesa.Hasta donde puedo ver, es un esfuerzo global. Puro amor y paz y cooperación.Pero elegirán a ocho de nosotros, así que también es competencia.Babel tiene recursos. Vaya que los tiene.

Hay muchas maneras de apostar al juego. Puedo mantener la boca cerrada y los oídos abiertos. Aprendería mucho, pero podrían tacharme de espía. O podría alinearme con los mejores competidores y tratar de sacar provecho de ellos. Quizá formar una alianza o dos. El problema es que desconozco completamente cómo será la competencia.

Antes de que pueda decidir, alguien me da un golpecito en el brazo, y me sorprendo tanto que casi me caigo por el barandal. Recuerdo haber visto al chico en la reunión. Uno de los dos que se encogieron al escuchar la palabra cáncer. Quizás esté aquí por las mismas razones que yo. Quizá tenga a alguien como mamá en casa, alguien que necesita toda la ayuda que el contrato de Babel les pueda dar. Parece del Oriente Medio. Sus ojos son una galaxia de tonos castaños, distintas sombras ensambladas en un intrincado rompecabezas. La piel arriba y debajo de su máscara está profundamente bronceada. Ni siquiera el voluminoso traductor puede esconder la sonrisa del chico.

—Hola —dice, vacilante. Acompaña la palabra con un gesto amable de mano, como si estuviera preocupado de que el dispositivo no funcione—. Mi nombre es —se pica el pecho— Bilal.

Asiento con la cabeza y le tiendo la mano.

—Emmett.

Nos saludamos. Mira sobre el barandal.

—Vaya, sería una gran caída. La nave es enorme, ¿no?

—Sin duda. No tenemos nada así en Detroit —le digo, echándole un ojo a la caída.

—¿De ahí eres? ¿De Detroit?

Está haciendo ese rollo que hacen los adultos para conocerse, pero todavía no estoy seguro de si estoy dispuesto a soltarme. Así que me encojo de hombros y le devuelvo la pregunta.

—¿Y tú? ¿De dónde eres?

—De Palestina —me quedo en blanco, así que vuelve a intentarlo—. La Ribera Occidental.

Al ver mi confusión, agrega:

—Las tierras bíblicas.

No estoy tan familiarizado con nuestro Señor y Salvador, pero asiento como si ahora supiera a qué se refiere. Como no estoy seguro de qué más decir, agrego:

—Es bueno, tu inglés.

Suelta una carcajada de deleite. Con un tirón y un clic, la máscara se desmolda en la palma de su mano. Esboza una amplia sonrisa y habla en su propio estilo de árabe. Apenas puedo distinguir una palabra de otra. Con otra veloz manipulación, la máscara se vuelve a cerrar sobre su rostro.

—Es bueno, tu árabe —me dice.

—Ayuda a romper el hielo.

Con mímica, Bilal comunica que siente frío.

—En mi habitación también. Quizás así sea el espacio.

Río.

—No, lo decía con otro sentido. Romper el hielo es algo bueno, significa empezar a conocernos.

Bilal me mira incómodamente.

—¿Te gusta el frío?

—No importa —digo. Gesticulo hacia abajo—. ¿Los alcanzamos?

Bilal baja la mirada, respira profundamente y asiente. Comenzamos a caminar, y observo que le tiemblan las manos. Es casi agradable ver que alguien está más nervioso que yo. Emprendemos juntos el ruidoso y trepidante descenso. Cuatro tramos de escalones después, llegamos a una habitación que parece parte cafetería parte gimnasio. Bilal apunta con emoción hacia todo, pero mis ojos están fijos en los contendientes ya sentados. Cinco de ellos esperan en la bien iluminada cafetería. Las máscaras los hacen parecer una pandilla de superhéroes desadaptados. Uno de ellos, el chico asiático corpulento tan alto como yo, se levanta y sorprende a Bilal con un enorme abrazo.

—Mi nombre es Katsu —dice—. Soy de Japón.

Ofrezco la mano antes de que pueda aprisionarme en su abrazo de oso. Cuando nos saludamos, me hace ese gesto con el que te raspan la palma de la mano con uno de los dedos. Retiro la mano y él ríe con suficiente fuerza como para hacer temblar los suelos.

—¡Así es!, el mejor truco de Japón. ¿Cuál es tu nombre?

—Emmett. Vengo de Detroit. Éste es Bilal… de las tierras bíblicas.

Bilal se carcajea.

—De Palestina. La Ribera Occidental.

Katsu apunta en direcciones arbitrarias.

—¡En el espacio no existe tal cosa como Oriental u Occidental! Así que desde ahora sólo provienes de la Ribera. ¡Hey, todos! —grita con entusiasmo—. Este chico es un jeque árabe, si necesitan dinero, ¡acudan a Bilal!

Todos reímos y asentimos unos a otros a modo de saludo. Es extraño que se retiren nuestras barreras lingüísticas tan fácilmente. No sé mucho de la Biblia, pero sí recuerdo la historia de Babel. Siempre fue extraña para mí. Dios dispersa a la gente y los castiga con distintos idiomas. Comunicaciones Babel ha reunido a los pueblos de la Tierra, revirtió eso. Hay algo sagrado en nuestra conversación tan relajada y sin fronteras. O algo prohibido.

Del otro lado de la mesa, la chica rubia de acento sureño oculta un mechón de cabello teñido de rosa detrás de la oreja y nos saluda con la mano, como haría una reina de concurso de belleza. Recuerdo que Defoe la llamó Jasmine.

—¿Detroit? ¡Yo conozco Detroit! Mi nombre es Jasmine, pero pueden llamarme Jazzy. Soy de Memphis, Tennessee. En Estados Unidos.

Junto a ella, la chica africana nos saluda con la mano. Todavía lleva la pulsera de cuentas coloridas alrededor de la muñeca. Un puñado de adornos plateados del tamaño de pequeñas monedas bailan mientras tiende su mano hacia mí. Sus ojos son pozas oscuras en un rostro aún más oscuro. Tengo que decir su nombre dos veces para pronunciarlo adecuadamente. Las sílabas suenan como el comienzo de una canción.

—Azima —dice—. A-zi-ma. Soy de Kenia.

Los últimos dos se sientan al extremo de la mesa, ignorándonos e ignorándose el uno al otro. Katsu golpea la mesa con sus puños carnosos hasta que los dos levantan la mirada.

—¡Amigos! ¡Hagan amigos! ¡No sean aguafiestas!

Uno es el chico blanco al que estuve mirando durante la primera reunión. Con el overol, se ve como cualquiera de nosotros. Su cabello luce más ordenado y tiene un rostro que encontrarías en los retratos que decoran el pasillo de una mansión. Sus ojos son color verde opaco, su tez de piedra pálida. Nos ofrece la mano como si esgrimiera una tarjeta de presentación.

—Jaime —dice—. Suiza.

Katsu ríe.

—¡Qué dolorosamente neutral!

El chico se encoge de hombros y se estudia las uñas. Frente a él está el chico asiático al que molesté durante la primera reunión. Nos observa a todos, le parecemos aburridos y opta por cerrar los ojos. Debo admitir que luce genial. Su cabeza está completamente afeitada excepto por un mechón de fleco que peina hacia la izquierda. Recuerdo que Defoe lo llamó Longwei. Me pregunto de dónde viene; me pregunto cuál es su estrategia. Todos tomamos asiento y Katsu empieza a contar una broma larga y tortuosa sobre un cura, un zombi y un cactus que entran a un bar. Pero antes de terminar olvida el remate, después carcajea bulliciosamente y gesticula hacia un puñado de contendientes más que descienden las escaleras.

Mi compañera de habitación japonesa llega revoloteando y le da un golpecito amable a Bilal en el hombro. Él levanta la mirada, confundido, hasta que le queda claro que ella quiere que se mueva un espacio. Él se desliza a un lado y ella se sienta junto a mí, como si siempre nos sentáramos juntos o algo por el estilo. De una manera extraña, me recuerda a PJ. Nunca tuvimos un momento en el que decidiéramos ser amigos. Simplemente se sentó junto a mí en la escuela y desde entonces decidió que era el lugar en el que quería estar. Ella no dice una sola palabra, pero es claro que está absorbiendo todo, con ojos brillantes y conocedores. Creo que ya me agrada.

Los otros dos toman asiento en lados opuestos de la mesa. Reconozco a la chica de la primera junta. Mientras atraviesa la sala no puedo evitar notar el tatuaje en su nuca. Un grabado oscuro del número ocho, o quizás un símbolo del infinito en posición inusual, con una corona inclinada sobre la cabeza redonda. Ella ofrece un saludo con la mano a la mesa y se presenta como Isadora.

—Brasil —dice—. El mejor país del mundo.

Katsu levanta los ojos al cielo al escuchar esto. Todos viramos nuestra atención hacia el otro chico. Tiene la piel oscura y el cabello castaño claro. Su rostro se frunce hasta unos labios delgados, y la manera en que yergue los hombros hace que parezca preparado para el impacto. Casi como si esperara que uno de nosotros lanzara un golpe. Dice llamarse Roathy. Esperamos a que diga de dónde proviene, pero se pellizca un bulto en la palma de la mano y nos ignora.

Al darse cuenta de que los demás estamos ahí, mi compañera de habitación japonesa se reanima en un abrir y cerrar de ojos, y se presenta como Kaya. Cuando estamos todos sentados, impulsándonos hacia el territorio del silencio incómodo, Defoe entra por una maldita puerta de mago que ni siquiera había notado. Su cabeza calva brilla en la fluorescencia mientras nos ofrece esa sonrisa depredadora.

—Nuestra intrépida tripulación, bienvenida. ¿Sabían que son oficialmente la tripulación más joven en abandonar la atmósfera terrestre? Tan poco, y ya están rompiendo marcas.

El muro a sus espaldas se abre como cortina de teatro. Los paneles negros se deslizan a un lado y revelan… la Tierra. Nos toma a todos por sorpresa. Pensaba que Vandemeer sólo bromeaba. No hubo cuenta atrás, nada de Houston, nada. Estamos en el espacio. Puedo ver océanos, atmósferas, todo. Pero ¿dónde está la falta de gravedad que siempre se observa en las películas? ¿No deberíamos estar flotando por ahí, riendo mientras las monedas que llevamos en el bolsillo flotan en nuestras narices? Defoe espera a que apreciemos la situación por completo antes de volver a sonreír.

—Bienvenidos a la última frontera —hace un movimiento circular con su mano sana, un gesto magnífico y dramático—. Permítanme presentarles al comandante Crocker.

De las sombras a nuestra derecha, emerge marchando un verdadero astronauta. Lleva puesto un traje voluminoso, como de película. No luce tan elegante como nosotros, pero todas las florituras parecen lo suficientemente profesionales. Tiene el rostro bien afeitado y el pelo con corte militar. El único parecido entre nosotros y él es el traductor nyxiano que se aprieta contra su mandíbula. Me sorprende cuando habla con un profundo acento sureño.

—Bienvenidos al final del mundo, subalternos. Soy el comandante Crocker, pero pueden llamarme Crock. Seré su comandante de operaciones de vuelo. Si todo sale bien, no verán mi linda cara hasta que lleguemos a la Torre Espacial.

Unas imágenes de holopantalla remplazan la vista de la empequeñecida Tierra. Todos miramos un plano arquitectónico de la nave. Crock usa un apuntador para indicar zonas grises en el diagrama.

—Aquí es donde llevamos a cabo nuestras operaciones sin gravedad. Mi tripulación trabaja duro para cerciorarse de que esta nave haga todo lo que se espera de ella. Así que lo mejor que ustedes pueden hacer para mantenernos a todos a salvo es no aventurarse en donde no deben.

Miro de soslayo a Kaya. Crock está usando un traductor, ¿pero se estará traduciendo bien toda la jerga sureña? Mi nueva amiga parece estar siguiendo la conversación, pero ¿quién sabe? Me sobresalta un poco la idea de tener amigos. Kaya y Bilal parecen bastante agradables. Hasta Katsu es divertido. Pero ésta es una competencia, simple y llana. Primero los puntos, y después los amigos. Ésa debe ser mi mentalidad si quiero volver a casa con la recompensa.

—Este contorno negro indica los pasillos sellados con nyxia. Todo lo que está dentro de ese perímetro está disponible para ustedes —explica Crock—. Sólo unos cuantos recordatorios. Están en el espacio. La gente experimenta cambios en el espacio. Reporten cualquier cosa inusual a sus médicos. Si padecen pesadillas recurrentes, si sienten punzadas en el estómago, si la melancolía los invade por las noches. Lo que sea. Nuestro personal es increíble, pero no podrán ayudarlos si no están dispuestos a hablar. ¿Alguna pregunta?

Azima levanta la mano.

—En las películas no hay gravedad en el espacio. Todo el mundo lo sabe. ¿Por qué no estamos flotando? —frunce ligeramente el ceño—. Yo quería flotar.

Crock sonríe.

—¿Recuerdas cómo los troyanos robaron a Helena y entonces la flota completa de griegos fue tras ella? Pues ni Helena es tan deseada como nyxia. ¿Cómo logramos recortar el viaje interestelar muchos años? Combustible potenciado con nyxia. ¿Cómo cerramos secciones de la nave y mantenemos la gravedad? Selladores y filtros de nyxia. ¿Cómo defecamos en el espacio? Con nyxia.

Eso le arranca una carcajada a todos, menos a Jazzy, quien hace un gesto de asco.

—En realidad, eso último ya lo teníamos resuelto desde hace tiempo. Pero la palabra mágica es nyxia. Babel invirtió la mayoría de sus yacimientos mineros iniciales en el programa espacial. En esta sección de la nave, ni siquiera van a sentir que están en el espacio. La nyxia ayuda a conservar este ambiente. Como resultado, sus cuerpos ni siquiera experimentarán los efectos usuales. Para cuando lleguemos a la Torre Espacial, mi tripulación y yo seremos un poco más altos, pero todos ustedes estarán demasiado ocupados compitiendo como para tener que lidiar con eso. Francamente, esta nave, la estación y las operaciones de Babel en la Tierra están cientos de años más avanzadas que lo que ustedes están acostumbrados a usar. Todo gracias al nuevo oro negro.

Y nosotros somos los únicos que pueden conseguir más de ese oro. Lo que significa que tenemos cierta importancia. Babel podrá habernos reclutado por nuestra juventud, pero ocultan nuestro poder en la competencia. Archivo esa idea bajo P de Poder.

Sin nosotros, no consiguen más nyxia. Sin nosotros, toda esta operación es un desperdicio. Pero ese poder es insignificante si no quedamos entre los primeros ocho. Chicos listos, éstos de Babel. Sin embargo, una vez que se decida cuáles son los ocho campeones, parte de ese poder caerá en nuestras manos.

—¿Alguna otra duda? —pregunta Crock.

Roathy levanta una mano, sus ojos agudos se aprecian entrecerrados.

—¿Qué sucederá si uno de nosotros muere?

La sala se tensa. Hasta el comandante Crocker palidece un poco.

—Bueno, tenemos protocolos al respecto, pero la historia de la exploración espacial cuenta muy pocas víctimas. El historial de Babel es impecable, así que no deben preocuparse por eso.

Roathy asiente, pero puedo ver la desconfianza en su mirada. Crock cambia rápidamente de tema. Debería escuchar lo que está diciendo, pero mis ojos se mueven de vuelta hacia Roathy. Luce tan tenso. Sus ojos son afilados como navajas, a tal grado que puedo imaginarlos perforando todo lo que observan, cavando por debajo de las brillantes capas externas. Me toma alrededor de treinta segundos descifrar qué lo hace tan extraño. Está viendo el mundo como lo veo yo. Cuanto más brillantes los colores, más probabilidad hay de que algo oscuro esté escondido debajo. Los dos preferimos la verdad sobre el espectáculo.

Cuando vuelvo a levantar la mirada, Crock se está retirando hacia las entrañas de la nave y Defoe toma otra vez su lugar.

—Mi nombre, como todos ustedes saben, es Marcus Defoe. Estoy a cargo de su preparación. Diseñamos la competencia como un sistema basado en los méritos. Queremos que lo mejor de lo mejor baje a Edén y trabaje para nosotros. Ya conocen los premios que esperan para quienes seleccionemos. Mi trabajo es afilar sus habilidades e impartir los conocimientos que necesitarán antes de llegar al planeta de los adamitas. Este proceso será muy duro.

Chasquea los dedos y los asistentes de Babel acuden como espectros a la sala. Sus suaves pisadas son el único sonido. Noto que Vandemeer es uno de ellos. Lo saludo con la cabeza y me sonríe de vuelta. Los trabajadores colocan un anillo negro frente a cada uno de nosotros. Son simples y sin decoraciones. Como niños curiosos, levantamos los anillos entre los dedos y comenzamos a examinarlos. El mío se siente frío al tacto. También puedo percibir algo. Algo que me atrae mientras le doy vueltas en la palma de mi mano. La sustancia se siente activa, frenética de energía. Desea algo. Lo deslizo en mi dedo anular, y no me sorprende que ajuste a la perfección. Babel parece ser el tipo de empresa que cuida cada detalle.

—Aprenderán a usar la nyxia por medio de una serie de tareas —explica Defoe—. Y la primera comenzará ahora mismo.

Otra sensación de conmoción reverbera por la mesa. ¿Ya? Hace dos minutos ni siquiera sabíamos que estábamos en el espacio. Bilal nos lanza una mirada a Kaya y a mí. Sus manos todavía tiemblan nerviosamente, pero susurra:

—Buena suerte, ¿sí?

—También para ti —respondo. Y lo digo en serio. Me da gusto haberme encontrado con él. Es un chico agradable.

Un chico agradable al que de todos modos venceré. Debo hacerlo. Cuando todo esto haya terminado, Bilal volverá a Palestina y yo a Detroit, y quiero hacerlo como ganador, como uno de los ocho que tuvieron éxito. Desvío la mirada, con la esperanza de que él no quede entre los dos de abajo, pero con más esperanza aún de poder derrotarlo. Defoe levanta la daga que lanzó esta mañana, hace casi una eternidad. La luz resplandece a lo largo del filo.

—Una de las funciones cruciales de su entrenamiento será la manipulación creativa de la nyxia. Queremos que sean capaces de usar el recurso que están minando para nosotros. Eso requiere concentración —con un giro rápido, la daga se encoge hasta adoptar el tamaño de una esfera perfectamente redonda. Defoe la levanta para que todos la veamos—. Primer paso: transformen su anillo en una esfera. Comiencen.

Me apresuro a quitarme el anillo del dedo. Todo el grupo adopta un concentrado silencio. Esa conexión que sentí antes se aviva de golpe. Me empeño en aferrarme a ese vínculo e imagino una esfera. La idea abandona mi cerebro físicamente. Por un segundo clavo la vista en mis manos, sin comprender. ¿Qué estaba tratando de hacer? Y luego mi pensamiento aparece en la superficie del metal negro azabache. Mi anillo se estremece en la palma de mi mano y se moldea en una piedrecilla redonda. Sonrío aliviado y miro alrededor de la mesa. La mayoría también completó la tarea.

Sólo Bilal y la chica brasileña, Isadora, no lo han conseguido. Mi primer instinto es ayudar a Bilal, pero no sé cómo podría hacerlo, y no sé por qué lo haría. Si es una prueba, que la cumpla. Es un pensamiento estricto, y siento un pequeño escalofrío cuando la pantalla detrás de Defoe produce una imagen. Un par de guantes de piel.

—Paso dos: manipulen la sustancia para obtener este par de guantes.

Ésta es más difícil. Mi primer pensamiento tiembla dentro de la piedra antes de que pueda acomodar el color de la imagen en mi cerebro. Cierro y abro los ojos, miro en mis manos unos guantes a los que les faltan unos cuantos dedos. Me asombra lo suaves que se sienten al tacto, cuánto se parecen a unos guantes reales. Me quedo mirando la imagen, me concentro y vuelvo a conjurar el pensamiento. Igual que antes, se desliza de mi cerebro y me deja medio perdido. Luego la nyxia reacciona y tengo mis guantes.

En las paredes que nos rodean aparece una lista con nuestras marcas.

Soy el séptimo. La idea hace que me suden las manos. Sólo Bilal, Jazzy e Isadora están debajo de mí. Longwei, el chico asiático calvo con el flequillo barrido hacia un lado, tiene la mejor puntuación. Por mucho, además. El mensaje de Babel es fuerte y claro: ganar importa. Defoe ojea los resultados, y toda la sala espera mientras Isadora sigue tratando de crear sus guantes. Está sudando, y me siento mal por ella, pero estoy contento de no ser yo quien se encuentra en tal situación. Bilal alcanzó el octavo puesto. Me lanza una mirada nerviosa.

—Mejorará —susurra. Le asiento rápidamente con la cabeza, pero estoy demasiado concentrado como para ofrecerle más que eso. No tengo tiempo para dar palmaditas en la espalda y además pedalear.

Defoe toca un botón y la imagen desaparece.

—Por último, necesito que produzcan una flor de tallo púrpura y diez pétalos.

Espero que muestre una imagen, pero sólo atraviesa la habitación y comienza a revisar entre sus papeles. Esta vez no nos ofrecen una imagen de referencia. Intento imaginar la extraña flor, pero me distraigo cuando el nombre de Longwei aparece en el tablero de marcación. Se agregan un montón de puntos a su total. Lanzo una mirada al otro lado de la mesa y lo veo metiendo la flor en el bolsillo de su traje. Entrecierra los ojos con una sonrisa satisfecha. Él sabe que a todos nos gustaría ver cómo luce la suya para hacer más fácil nuestra tarea. Me obligo a concentrarme.

Tallo púrpura, tallo púrpura. Diez pétalos, diez pétalos.

Mis guantes nyxianos se funden y se encojen hasta obtener un tallo color lavanda. Sin embargo, faltan los pétalos. Unos cuantos nombres más aparecen en el tablero de marcación, y estoy sudando mientras formo otro pensamiento y lo libero. La flor aparece, pero tiene demasiados pétalos. Empiezo a sentir pánico, y lo vuelvo a intentar. Y fallo de nuevo.

Para cuando creo la flor correcta, otros siete ya han terminado. Incluyendo a Bilal. Sólo derroté a Isadora y a Roathy. Si hicieran los cortes hoy, evitaría irme con las manos vacías por exactamente 4.3 segundos. Me quedo mirando mi estúpida flor púrpura e intento no sufrir un ataque de pánico. Lento y constante para ganar la carrera. Éste es sólo un evento. Sólo uno.

Defoe se gira hacia nosotros cuando se suman los puntajes.

—A medida que progresemos, les pediré que hagan imágenes y artículos más grandes y más complejos. Están en libertad de consultarse los unos a los otros para obtener consejos sobre una manipulación exitosa, pero yo no querría intercambiar secretos si supiera algo que el resto ignora. Por favor, vuelvan a transformar sus sustancias en un anillo y síganme.

Levanto los ojos y veo que Longwei ya está deslizando el suyo sobre su dedo. Poco después lo siguen Kaya, mi compañera de habitación, y Azima. Los cinco primeros forman filas mientras que los rezagados, entre ellos yo, damos tumbos detrás. Trato de mantener los ánimos en alto, pero ya siento que estoy quedándome atrás. ¿Qué hace que sean mejores para esto? ¿Cómo es que Longwei es tan innaturalmente veloz?

Durante las siguientes tres horas, Defoe nos guía por una multitud de tareas. Cada uno de nosotros debe nadar durante diez minutos en un tanque de turbinas que simula vientos con fuerza de vendaval. Katsu hace una broma sobre ballenas y los asistentes lo sacan después de apenas un minuto de natación. Él permanece recostado en el suelo con las manos en la barriga y ríe. Esto no parece divertir a Defoe.

No soy el nadador más veloz del grupo, pero logro quedar entre los primeros tres, lo que me impulsa hacia un lugar más seguro en el tablero de marcación. Después de secarnos, pasamos una hora en un verdadero salón de clases aprendiendo sobre la vida vegetal de Edén y algunas especies endémicas. Nos sorprenden con un examen al final, que fallo en responder. Estaba poniendo atención, pero los nuevos nombres por aprender eran demasiados. Me siento mortificado por el descalabro. Cada punto importa, cada maldito punto.

Longwei domina el examen y mantiene su distancia en la cima del tablero de marcación. Por suerte, la nota de Roathy es peor que la mía, y sus números se siguen hundiendo con cada nueva tarea. Nuestras miradas se mueven siempre hacia los tableros de marcación. Es adictivo ver dónde estamos parados, qué podríamos haber mejorado. Longwei es el único que nunca mira, pues ¿dónde más estaría sino en primer lugar?

Cada tanto, Defoe nos concede una pausa y pide que manipulemos nuestros anillos nyxianos para revelar alguna forma nueva. Lo hago mejor a medida que avanzamos, pero lo mismo sucede con todos. En especial Bilal, cuyo nombre alcanza los lugares en donde debería estar el mío. En algún momento hace un comentario sobre su progreso. Y finjo ignorarlo.

Llevamos a cabo ejercicios simulados de evasión, así como una serie de pruebas de situación diseñadas para ayudarnos a entender cómo piensan los adamitas.

Cuando finalmente tomamos un receso para el almuerzo, mis ojos se arrastran por el tablero de marcación:

1. LONGWEI7,324 puntos2. JAIME4,874 puntos3. AZIMA4,454 puntos4. KAYA4,200 puntos5. KATSU4,124 puntos6. BILAL4,100 puntos7. EMMETT3,843 puntos8. JASMINE3,650 puntos9. ROATHY3,324 puntos10. ISADORA2,980 puntos

Toda la emoción del inicio del día desapareció. Estamos cansados de nadar y correr y pensar. Cansados de ver los demás nombres arriba del nuestro en el tablero de marcación y de tratar de conversar de cualquier cosa entre una tarea y otra. Defoe y algunos de los técnicos miran desde un rincón de la cafetería mientras nos desplomamos en nuestros asientos y miramos nuestra comida. Sé que están contentos. La competencia está en marcha. Están forjando y endureciendo a sus guerreros. El hierro con hierro se afila, dijo Defoe. Tenía razón. Al final de esto, seré mucho más duro, afilado y frío de lo que pudiera haber imaginado. Comienzo a comer y recuerdo que vale la pena. El sudor y la competencia y el sufrimiento. Lo único que tengo que hacer es ganar el juego de Babel y volveré a casa como rey.