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Una novia siciliana Carol Marinelli Cuando el millonario Matteo Santini compró una noche con Bella Gatti lo hizo para proteger su inocencia del peligroso juego en el que estaba atrapada. Nunca esperó quedarse tan enganchado de la poderosa atracción que sentía por ella o tan sorprendido por su desaparición al día siguiente. Bella, camarera de hotel en Roma, había escapado de un bochornoso pasado, pero los recuerdos de esa noche con Matteo aún la perseguían. Estaban obligados a acudir juntos a una exclusiva boda en Sicilia y Bella sabía que el implacable magnate querría ajustar cuentas. Pero cuando volvieron a verse quedó claro que la única forma de escapar sería pasando por la cama de Matteo. Una tentación no deseada Anne Mather Tras la reciente muerte de su esposa, Jack Connolly estaba muerto por dentro. No fue en busca de otra mujer hasta que conoció a la recatada y bella Grace Spencer, quien provocó que sus sentidos recobraran la vida. Sin embargo, Jack no podía dejarse llevar por sus sentimientos, ya que Grace pertenecía a otro hombre. Atrapada en una falsa relación para proteger a su familia, Grace sabía que si traspasaba el límite con Jack pondría en riesgo todo lo que apreciaba. Tras el deseo que había visto en la mirada de Jack, se escondía la promesa de algo más, pero ¿merecía la pena rendirse solo para probar una parte de lo prohibido? Amante sin alma Abby Green Sería suya... hasta que él quisiese. Aunque habían pasado ya diez años desde que Tiarnan Quinn la rechazara de un modo humillante, las heridas de la famosa modelo Kate Lancaster aún no se habían cerrado. Podía tener a cualquier otro hombre, pero aquel millonario con el corazón de hielo tenía algo que hacía que le flaquearan las piernas, y cuando la invitó a pasar unos días en su lujosa villa de la Martinica no fue capaz de negarse. Sabía que Tiarnan no podía darle lo que quería, amor verdadero y una familia, pero, durante esos días de relax con sus noches de pasión en aquel paraíso tropical, empezaría a descubrir que tras la pétrea fachada se escondía un hombre muy diferente. Encadenada al jeque Trish Morey Quiso decir que no, pero su boca pronunció la única palabra que le impediría echarse atrás: "sí". Rashid Al Kharim debía viajar a Qajaran para convertirse en emir; y debía viajar en compañía de su hermanastra, un bebé de pocas semanas. Pero, antes de entrar en aquel mundo de peligros y traiciones, buscó un poco de sosiego en el cuerpo de una preciosa desconocida, tan atormentada como él. Tora Burgess, que trabajaba como acompañante de niños, ardía en deseos de conocer a su nuevo jefe; pero se quedó horrorizada cuando vio que era nada más y nada menos que su tórrido amante de una sola noche. Un amante que ahora se comportaba con frialdad, y que tenía una propuesta absolutamente increíble…
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Seitenzahl: 727
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Pack Bianca, n.º 98 - junio 2016
I.S.B.N.: 978-84-687-8421-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Índice
Una novia siciliana
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Epílogo
Una tentación no deseada
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Epílogo
Amante sin alma
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Epílogo
Encadenada al jeque
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Epílogo
IRÁS conmigo? –preguntó Matteo–. ¿Te reunirás con Luka y conmigo en el aeropuerto?
No podía mirar a Bella a los ojos, y no solo porque tuviera una marca en la mejilla que él había provocado con su mano, sino porque la noche anterior lo había dejado sintiéndose inseguro y emotivo, algo a lo que no estaba acostumbrado.
Y, sin embargo, no tenía remordimientos.
Bella levantó la cabeza para mirar al hombre que le había robado el corazón a los dieciséis años.
El primer día como camarera en el hotel Brezza Oceanahabía empezado sintiéndose incómoda y echando de menos a sus compañeras del colegio, pero por suerte su mejor amiga, Sophie, también había empezado a trabajar ese día en el hotel.
Estaban barriendo un pasillo cuando vieron acercarse a varios hombres de Malvolio, incluyendo a Matteo Santini y su hermanastro, Dino.
Se apartaron para dejarlos pasar, pero mientras lo hacían Bella se preparó para lo que iba a pasar.
A Sophie no le dirían nada. Era la prometida de Luka, el hijo de Malvolio, desde siempre y pronto celebrarían el compromiso.
Los comentarios lascivos iban dirigidos a ella porque era la hija de María Gatti y todos sabían cuál había sido la profesión de su madre.
Bella estaba más que acostumbrada.
–Parad ya –Matteo se dirigía al grupo, incluido su hermanastro, con tono de reproche–. Dejadla en paz.
Cuando Dino protestó, Matteo lo empujó contra la pared y, mientras lo sujetaba, se volvió hacia Bella.
–Vete, vete.
Era la primera vez que se dirigía a ella, pero le había robado el corazón mucho antes. Si su madre tenía dinero para Malvolio, era a Matteo a quien llamaba para que fuese a buscarlo.
–Al menos él solo se lleva el dinero –decía su madre.
Sí, en esos años se había ido llevando pedazos de su corazón hasta que, por fin, se lo había llevado todo.
La noche anterior Matteo la había convertido en su amante y había sido el primer hombre para ella.
La noche había empezado en las más crueles circunstancias; circunstancias forzadas para los dos.
El pueblo costero en el salvaje oeste de Sicilia era controlado por Malvolio Cavaliere, el propietario del hotel y la mayoría de los negocios y las casas del pueblo, a quien temía todo el mundo. A pesar del aspecto idílico de Bordo del Cielo había delitos y corrupción por todas partes y era peligroso no obedecer las órdenes del jefe.
Sin embargo, había sido una noche maravillosa y por la mañana Matteo le había pedido que se fuera a Londres con él.
–Intentaré ir contigo –dijo Bella.
–Solo tenemos esta oportunidad –le advirtió él–. Si te quedas, nadie debe saber que te ofrecí que fueras conmigo. Si supieran que yo… –Matteo vaciló– si Malvolio descubre que me importas, tendrás serios problemas.
–Haré lo que pueda, de verdad.
Bella lo miraba mientras se hacía el nudo de la corbata frente al espejo. Matteo siempre vestía bien, mejor que el resto. Sus trajes de chaqueta eran de Milán y los zapatos hechos a mano. Y la noche anterior había descubierto por qué siempre vestía de modo tan elegante.
Las cosas que le había contado por la noche podrían hacer que los dos perdiesen la vida.
Matteo se puso la chaqueta del traje, de un tono gris oscuro, casi negro, y la camisa de algodón, que no estaba arrugada porque la había colgado en el respaldo de una silla durante un burlón strip tease.
–Me encanta la tela –Bella pasó los dedos por la solapa y metió la mano para acariciar el forro de seda. Era una buena modista y tenía buen ojo para el diseño, aunque no podía practicar demasiado en el pueblo–. Yo podría hacer algo así.
–Traigo al mejor sastre de Milán una vez al año y… –Matteo no terminó la frase porque Bella había deslizado los dedos para tocar las diminutas pinzas bajo la cinturilla del pantalón y el roce de sus dedos lo dejaba sin aliento–. Seguramente podrías hacerlo, es verdad.
–Vuelve a la cama.
–No hay tiempo.
Lo miró mientras se atusaba el pelo negro. Pronto estarían tras unas caras gafas de sol, pero ella había visto la belleza de esos ojos grises mientras le hacía el amor.
Los trajes, el corte de pelo, la barba de diseño… la imagen que Matteo había creado para sobrevivir.
Le había pedido que se fuera a Londres con él y su amigo Luka y estaba segura de que Luka también se lo habría pedido a Sophie.
Pero su amiga le había dicho que había roto con él y que pensaba irse a Roma esa noche. Sophie le había suplicado que fuese con ella, pero Bella no podía dejar a su madre.
Aunque solo tenía treinta y cuatro años, María era una mujer frágil y estaba enferma, aunque intentaba disimular. Pero Matteo le había dicho que podría llevar a su madre, que él cuidaría de las dos.
–El avión sale a las nueve –Matteo se sentó en la cama y colocó un mechón de pelo detrás de su oreja–. Te espero en el aeropuerto –murmuró, mirando los ojos verdes. Eran claros y brillantes, pero si se quedaba en Bordo del Cielo pronto se nublarían para siempre.
–Si no vienes, Malvolio te hará trabajar en el bar esta noche y yo no estaré ahí para…
«Salvarte».
No lo dijo en voz alta, pero la palabra quedó colgada en el aire.
–Si te quedas –siguió Matteo– tendrás que trabajar y yo no quiero salir con una fulana. No quiero que haya ningún otro hombre.
–Doble vara de medir –señaló Bella, sabiendo cómo habían llegado a ese momento.
–Quiero empezar de nuevo. Estoy harto de esta vida. Malvolio quiere usarme para vengarse de todos los que hablaron en su contra durante el juicio…
Bella sintió un escalofrío.
Malvolio, Luka y el padre de Sophie, Paulo, habían estado en prisión durante los últimos seis meses a la espera de juicio y se habían dicho muchas cosas contra Malvolio. La gente creía que había suficientes pruebas para meterlo en la cárcel de por vida, pero estaba en la calle y dispuesto a vengarse.
–Tengo que irme porque no estoy dispuesto a hacer lo que quiere –insistió Matteo–. Mata una vez y para siempre serás un asesino. Yo no quiero ser eso, Bella, quiero un trabajo honrado y ser alguien en la vida. No quiero verme arrastrado por mi pasado… ni por el tuyo.
Duras palabras tal vez, pero eran las más sinceras. Estaba ofreciéndole una salida y tenía que dejar claro que era su única oportunidad.
–Una vez una fulana y siempre serás…
–Lo entiendo –lo interrumpió ella.
–Y no tengo una doble vara de medir. Yo nunca he pagado por acostarme con una mujer. Lo de anoche no tenía nada que ver con el dinero –siguió Matteo mientras vaciaba su cartera. Sacó todos los billetes que tenía, y esa mañana eran muchos, y los dejó sobre la mesilla–. Este dinero es para que escapes de aquí, no por lo de anoche. Si tu madre se niega a acompañarnos, puedes dárselo para que pueda vivir durante unos meses.
Bella solo tenía dieciocho años, pero Matteo había sido su amor desde siempre. Y estaba sentado a su lado en la cama en la que habían hecho el amor, ofreciéndole una nueva vida…
¿Era absurdo soñar con un futuro a su lado? ¿Era tonto pensar que lo que habían encontrado en esa habitación pudiera extenderse al resto de sus vidas?
No se lo parecía. Cuando el reloj daba la seis, mientras abrazaba su cuerpo desnudo, el futuro le parecía maravillosamente claro.
–Yo cuidaré de ti –susurró Matteo. Y sus besos prometían que lo haría.
Perdida en el sabor de sus labios, la lana del traje y el aroma de su colonia la envolvían.
Era un beso lento que confirmaba lo que ambos sentían y si el tiempo no estuviera en su contra Matteo se habría quitado la ropa para reunirse con ella en la cama que había sido su refugio la noche anterior.
La apretó contra su torso, subyugada, relajada y suave y sonrió cuando dejó de besarla.
–No se te ocurra quedarte dormida cuando me vaya.
–No lo haré –Bella sonrió–. Pero no te vayas aún. Tenemos tiempo.
Estaba nerviosa por su partida, temiendo que cambiase de opinión en cuanto saliera de la habitación.
–Tengo que irme.
–¿Qué dirá Luka? Imagino que intentará convencerte para que no me lleves contigo.
–No le diré nada hasta que estés a mi lado. Es mi decisión y si dice que no, peor para él. Nos olvidaremos de Londres e iremos a Roma. Me voy de aquí para no tener que obedecer a nadie… –Matteo la miraba a los ojos–. Si tu madre no quiere venir, entonces al menos le habrás dado esa posibilidad.
Sellaron el acuerdo con los labios y Matteo la empujó contra la almohada. Bella enredó los dedos en su pelo mojado, intentando acostumbrarse a la deliciosa posesión de su lengua.
Matteo no se cansaba de aquella noche tan hermosa y se tragó sus suspiros mientras metía la mano bajo las sábanas, entre sus piernas.
–Te debo una por esta mañana –susurró, porque Bella había hecho magia con su boca.
Luego volvió a besarla apasionadamente mientras deslizaba dos dedos en su interior. Estaba caliente, hinchada de la noche anterior, y sus dedos no eran un bálsamo sino todo lo contrario, provocando una deliciosa excitación. Y ella sabía cómo terminaría; sabía que la presión dentro de ella haría que cayese a ese delicioso vacío en cualquier momento.
A Matteo le encantaban sus gemidos y cómo apretaba su mano, no para detenerlo sino para sentirlo, para rozarlo mientras él le daba placer.
–Te deseo otra vez –susurró Bella mientras él acariciaba su húmedo sexo con una mano y con la otra abría sus piernas para tener mejor acceso.
–No hay tiempo –Matteo intentó encontrar aliento. Su intención había sido dejarla hambrienta de él para que lo siguiera. Y también porque quería conservar su aroma en los dedos.
No había pretendido llegar hasta el final y cuando Bella buscó la cremallera de su pantalón la detuvo introduciendo otro dedo para ensanchar su íntima carne y asegurarse de que el placer fuese todo para ella.
Bella cerró los muslos, atrapando su mano, y él capturó sus labios abiertos para chupar su lengua. Sentía sus espasmos, pero siguió acariciándola hasta que notó que apretaba sus dedos con fuerza, jadeando. La sensación estuvo a punto de hacerle perder la cabeza al recordar cómo por la noche apretaba otra parte de su cuerpo.
Se apartó, haciendo un esfuerzo, y cuando ella abrió los ojos, con esa sonrisa perezosa en los labios…
Lo tenía enganchado.
Aunque acabase de hacerla suya, de algún modo esa sonrisa lo enganchaba y durante un segundo, porque era desconfiado por naturaleza, se preguntó si estaría jugando con él.
No confiaba en nadie, así había sido siempre. Ni siquiera confiaba del todo en Luka, su mejor amigo, de modo que le advirtió:
–No me defraudes, Bella.
–No lo haré.
–¿Entonces nos vemos en el aeropuerto?
Ella vaciló durante una décima de segundo antes de asentir con la cabeza.
–No habrá una segunda oportunidad. O vienes conmigo o…
Quería decir que si no lo hacía se olvidaría de ella, pero Bella lo conocía mejor de lo que imaginaba.
Malvolio quería convertirlo en su mano derecha, en su matón principal, pero ella sabía que bajo ese duro exterior había un corazón generoso. Daba igual lo que los demás pensaran de él.
Habían hecho el amor durante toda la noche, pero cuando salió de la habitación estaba más excitado que cuando entró.
Bella se quedó en la cama. Cuánto le habría gustado quedarse un rato descansando, dormir en las sábanas que aún olían a él, despertar más tarde y recordar en detalle la felicidad de esa noche…
Pronto haría eso, se dijo a sí misma. Por el momento debía olvidar, dejar los recuerdos guardados en su corazón y guardar la llave para examinarlos más tarde.
No había tiempo, de modo que se duchó a toda prisa y se puso el vestido negro que olía al perfume barato que Matteo tanto odiaba. Las medias y el liguero estaban guardados en el bolso.
Sabiendo lo que debía parecer, hizo lo que se esperaba de ella: después de sacar del mini-bar todas las botellitas de licor tomó el dinero que Matteo había dejado sobre la mesilla y guardó un par de billetes en el bolso, algunos más en el sujetador y el resto…
Bella quitó las tapas de las sandalias, dobló cuidadosamente los billetes y los guardó en los tacones huecos, un truco de su madre.
Miró alrededor una última vez antes de cerrar la puerta de la habitación en la que había tenido tanto miedo de entrar. Tenía lágrimas en los ojos, pero sonrió al ver las sillas que habían apartado para bailar…
Su primera noche de «trabajo» había sido un placer en lugar del infierno que había anticipado.
Tomó el ascensor para bajar al vestíbulo y apretó los labios cuando pasó frente al bar, que aún olía al alcohol rancio de la fiesta en la que todo el pueblo había celebrado la puesta en libertad de Malvolio.
–¿Qué tal ha ido todo? –le preguntó Gina–. Espero que te haya pagado bien ya que ha estado contigo toda la noche.
–Creí que esta noche corría a cuenta de Malvolio –replicó Bella. Pero cuando iba a alejarse, Gina la tomó del brazo.
–¿Estás diciendo que Matteo no te ha dado una propina?
–Pensé que podíamos quedarnos las propinas.
–La mitad es para Malvolio, el resto las repartimos entre nosotras –Gina chascó los dedos y Bella le dio el dinero que había guardado en el bolso.
–¿Y?
Bella sacó las botellitas de licor. De nuevo iba a darse la vuelta, pero Gina la empujó contra la pared.
–No juegues conmigo –le advirtió mientras registraba su vestido, localizando enseguida los billetes que había guardado en el sujetador–. No vuelvas a intentar engañarme, Gatti. Conozco trucos que a ti aún no se te han ocurrido.
Cómo odiaba Bella el mundo en el que había estado a punto de entrar.
–Toma –como si no hubiera pasado nada, Gina le ofreció un par de billetes–. Nos vemos esta noche.
Bella quería correr, pero se obligó a caminar como si tuviera todo el tiempo del mundo.
Una vez fuera del hotel, tomó el camino que llevaba al muelle, donde algunos pescadores la recibieron con silbidos de admiración a los que no hizo caso.
Pasó por una zona boscosa frente al camino que llevaba a su playa pequeña. Le habría encantado ir una vez más, recorrer el camino secreto que solo conocían los vecinos del pueblo y disfrutar de la vista que tanto amaba antes de irse de Bordo del Cielo para siempre. Pero no había tiempo y, además, Sophie no estaría allí para hablar con ella.
Su mejor amiga se había ido la noche anterior y Malvolio había vuelto al pueblo; ya nada podría ser lo mismo. Bella sabía que no debía llamar la atención. Nadie debía adivinar que su madre y ella se irían del pueblo esa misma mañana.
Se dirigió hacia su casa por una calle estrecha, donde se encontró con un grupo de turistas borrachos. Su reacción fue más o menos la misma que la de los hombres del pueblo, pero Bella no se ruborizó.
Su madre, María, siempre había caminado con la cabeza bien alta y esa mañana ella hizo lo mismo.
Subió por la colina y aunque se le torció el tobillo más de una vez por culpa de los tacones sonrió para sí misma al pensar en el dinero que había guardado allí.
Sí, Gina podía conocer muchos trucos, pero su madre le había enseñado muchos más. Soltó una carcajada al recordar a María vaciando sus zapatos en más de una ocasión.
A su madre se le había roto el corazón esa noche, mientras se vestía para ir a trabajar, y Bella imaginó su alegría cuando le dijese que Matteo se había ofrecido a cuidar de ella lejos de Bordo del Cielo.
Se iban aquel mismo día.
La felicidad hacía que le diese vueltas la cabeza mientras entraba en casa, pero entonces, en un segundo, todo cambió.
Como si hubiera bajado de un carrusel en marcha, todo se detuvo de golpe y tuvo que contener un grito al ver la mesita del pasillo volcada, el jarrón roto en el suelo, las flores del jardín tiradas por todas partes. Y allí, en el centro, estaba María.
–¡Mamá!
Bella se arrodilló al lado de su madre y comprobó que tenía una herida abierta en la cabeza. Por un momento, pensó que era cosa de Malvolio y se preguntó si se habría enterado de que pensaban marcharse… pero no, era imposible.
–Me he caído –murmuró su madre.
–¿Habías bebido? –le preguntó, aunque le había prometido no volver a hacerlo.
–No…
Al ver que tenía paralizado un lado de la cara, Bella se dio cuenta de que su preciosa y joven madre había sufrido un infarto.
–Voy a llamar al médico.
Mientras esperaban, colocó una manta bajo su cabeza para que estuviera lo más cómoda posible. Eran las nueve y cinco cuando la ambulancia se alejó de la casa, tomando la carretera que iba en dirección opuesta al aeropuerto.
Bella sabía que ya no podría escapar de allí y apretó la mano de su madre mientras intentaba contener las lágrimas. Había perdido su última oportunidad y pensó en Matteo en el aeropuerto, esperándolas.
Y así era.
Matteo estaba con Luka en la pequeña terminal, mirando alrededor, esperando que las puertas se abrieran y Bella apareciese.
–Deberíamos irnos –dijo Luka.
–No, espera un momento.
–Pero tenemos que embarcar.
–Solo tengo que hacer una llamada… –Matteo tenía el número de María porque solía llamarla cuando Malvolio lo enviaba a recaudar dinero. No respondía, de modo que debían estar en camino, pensó, esperanzado.
–El último aviso –insistió Luka.
Una azafata les avisó de que debían embarcar inmediatamente.
–¿Te pone nervioso viajar en avión? –le preguntó Luka al ver su tensa expresión.
–No –respondió Matteo mientras el avión empezaba a despegar.
No estaba nervioso por viajar en avión o por irse de Bordo del Cielo.
Era quedarse y convertirse en lo que hasta ese momento había podido evitar: un asesino. O dejarlo todo atrás.
Y había elegido esto último.
Cinco años después
Bella Gatti.
Matteo no quería escuchar ese nombre y, sin embargo, esa noche había aparecido a menudo en la conversación.
No quería recordar un amor que lo había puesto en ridículo, de modo que soportó la fiesta de compromiso de su amigo, en el lujoso ático de Luka en Roma, evitando en lo posible las referencias a un pasado complicado.
Había ido a Roma con Shandy, con la que llevaba tres meses saliendo, un récord para él, pero sabiendo que el compromiso de Luka y Sophie era una extravagante farsa, solo quería que la noche terminase de una vez.
Sophie Durante había ido a la oficina de Luka en Londres unos días antes para exigirle que cumpliese con su compromiso durante el tiempo que su padre viviera tras salir de prisión.
Si le hubiera pedido consejo, no estarían sentados allí en ese momento.
Paulo hablaba sobre Sicilia, o más bien del pueblo y de la gente de Bordo del Cielo. Matteo, haciendo lo posible por no recordar, intentaba guiar la conversación hacia su auténtica pasión: el trabajo.
No, su pasión no era Shandy, la mujer que estaba sentada a su lado, aunque a ella le gustaría que así fuera.
Su reputación profesional era su más preciada posesión. Había trabajado sin descanso partiendo de cero y se había hecho un nombre en el mundo de los negocios. Y nada ni nadie lo llevaría de vuelta al pasado.
–¿Cuándo te vas a Dubái? –le preguntó Luka.
–El domingo –respondió Matteo–. A menos que tú necesites el avión.
Luka entendió la ironía. Matteo estaba convencido de que Sophie quería algo más que un anillo de compromiso. No había creído su triste historia ni por un momento.
Matteo no creía en nadie.
–¿El domingo? –repitió Shandy–. Pero pensé que aún no tenías una fecha exacta.
–Acabo de enterarme.
Shandy creía que iba a llevarla a Dubái y también que estaba a punto de pedirle en matrimonio. Sin duda, pensaba que aquel repentino viaje a Roma tenía un significado más profundo, pero no era así.
–¿Dónde te alojas? –le preguntó Paulo.
–En el hotel Fiscella.
–Es muy romántico –comentó Shandy.
–Luka y yo estamos pensando comprarlo –le explicó Matteo–. Es un buen hotel, pero necesita reformas y quiero comprobar un par de cosas personalmente antes de comprarlo.
–¿No trabaja allí Bella? –Paulo se volvió hacia su hija y Matteo tomó un largo trago.
Bella.
A Matteo se le hizo un nudo en la garganta, tanto que tuvo que hacer un esfuerzo para relajarse y poder tragar el limoncello.
Odiaba el sabor, le recordaba demasiado a Bordo del Cielo, el sitio que llevaba cinco años intentando olvidar.
No quería pensar en el pasado y, desde luego, no quería pensar en lo que haría Bella Gatti.
Aunque ya se lo habían dicho.
Un par de meses después de irse del pueblo, su hermanastro, Dino, le había dicho que Bella trabajaba en el bar del hotel y, sabiendo lo que eso significaba, Matteo intentó disimular su angustia. Porque si Dino veía que le importaba, Bella sería castigada por su abrupta partida, solo para que él lo supiera.
–Así es –respondió Sophie.
Y, a pesar de sus intenciones, Matteo se sintió obligado a preguntar:
–¿Haciendo qué?
–Es camarera –respondió Paulo por su hija–. ¿No es así, Sophie?
–Bueno, supongo que así tiene acceso a los clientes ricos –dijo Matteo, sarcástico, mientras tomaba la mano de Shandy para bailar.
En realidad no quería bailar, solo cortar la conversación.
Roma brillaba frente a ellos. Podía sentir el pulso de las calles y, de repente, quería escapar de su propia piel. Quería explorar la antigua y bella ciudad, admirar los antiguos edificios y las ruinas romanas, beber vino barato y no tener treinta años, pero quería hacer todo eso con Bella.
Estaba bailando con la mujer equivocada esa noche.
Y cada noche desde… Matteo interrumpió sus pensamientos porque no quería recordar ese momento.
Pero ya no podía escapar de la verdad. Durante cinco largos años antes de Shandy, cada noche había bailado con la mujer equivocada y aunque su integridad profesional nunca había sido cuestionada, su reputación con las mujeres lo precedía.
No, no podía escapar de esos recuerdos.
Recordaba la voz profunda, ligeramente ronca de Bella mientras le hablaba de su sitio favorito en el mundo, una joya que él nunca se había molestado en explorar, los antiguos baños que habían construido los árabes. Le había dicho que iba allí a veces y soñaba que había vivido en esa época, que imaginaba las aguas cristalinas y el libertinaje que habrían tenido lugar allí muchos siglos atrás.
Bella había jugado con su cabeza entonces y de alguna forma seguía haciéndolo.
–Me encanta el vestido de Sophie…
Matteo parpadeó cuando la voz de Shandy interrumpió sus pensamientos.
–Yo quiero algo parecido. Le he preguntado a Sophie quién se lo ha hecho y me ha dicho que es Gatti, una nueva diseñadora, así que mañana voy a su estudio…
–¿Estudio?
Matteo apretó los dientes. Más bien un burdel.
–Vámonos.
–Pero es demasiado temprano –protestó Shandy–. No me habías dicho que Luka estaba comprometido con la hija de un delincuente tan conocido. Es emocionante… muy excitante –le dijo bajando la voz.
–Porque tú no lo has vivido.
Matteo decidió no contarle que Paulo solo había sido la marioneta de Malvolio y quien había pagado por él con la cárcel.
Y la razón por la que estaban allí esa noche era que Malvolio era el padre de Luka y su amigo sentía que estaba en deuda con Sophie.
–Gracias por todo –dijo Luka mientras lo acompañaba a la puerta, aprovechando que Shandy había ido un momento al lavabo.
Ninguno de los dos quería recordar el pasado. Habían conseguido abrirse camino en Londres y resultaba extraño estar de vuelta en Italia. Roma estaba demasiado cerca de Bordo del Cielo.
–¿Me dirás cuándo es la boda? –le preguntó, sarcástico.
–No habrá boda –respondió Luka–. Solo he aceptado fingir que estamos comprometidos, ya lo sabes. Habrás visto lo enfermo que está Paulo, así que es cuestión de días hasta que pueda volver a mi vida normal.
–¿Por qué lo haces? No le debes nada.
–Se lo debo a Paulo.
–No le debes nada a ese viejo tonto –insistió Matteo; las venenosas palabras iban en realidad dirigidas a sí mismo porque había estado a punto de ser el segundo matón de Malvolio–. Sophie es como Bella, no se puede esperar nada bueno de ninguna de las dos. Te digo que miente. No le va bien y ese vestido que lleva…
–Eso me da igual –lo interrumpió Luka–. Yo no soy como tú, que siempre has sido un desconfiado.
–Pero guapo –intervino Shandy.
Matteo se puso la chaqueta mirándose al espejo y Luka soltó una carcajada.
–Estás muy bien –dijo, sarcástico–. No te mires más.
–Me gusta que vistas bien –comentó Shandy cuando salieron a la calle.
Y esas palabras lo irritaron. Sí, siempre llevaba trajes caros, el pelo bien arreglado, una barbita recortada que era puro diseño.
Y el porqué solo lo conocía Bella Gatti.
El conductor les abrió la puerta del coche, pero Matteo negó con la cabeza.
–Me apetece dar un paseo.
–¿Pasear, con estos tacones? –protestó Shandy.
–No, me gustaría ir solo. Hacía mucho tiempo que no volvía a Italia.
–Matteo, vamos a la cama…
–Iré más tarde.
Sin disculpas, sin excusas, se alejó calle abajo.
Compró una botella de vino y, aunque las uvas no eran de Bordo del Cielo, al menos eran sicilianas. Alquiló una Vespa y subió hasta la Colina Capitolina para admirar la ciudad iluminada. Era una ciudad antigua y hermosa, pero Bella no estaba a su lado.
Empezó a recordar su pelo negro, sus ojos verdes y esa sonrisa tan inesperadamente dulce…
Sophie era todo fuego mientras Bella era como un camaleón, la actriz, la superviviente que una vez había enamorado a su negro corazón.
Pero ya no, pensó, tomando un trago directamente de la botella. Pero el vino barato tampoco lo ayudaba.
Bella estaba allí, en Roma. ¿Estaría durmiendo o pasando la noche en vela al saber que estaba cerca, ardiendo como él ardía por ella?
¿Qué más daba? pensó entonces, tirando la botella a una papelera antes de volver al hotel.
Ya no podía ser.
–¿Dónde has estado? –preguntó Shandy cuando entró en la lujosa suite.
–Paseando. Duérmete…
–He pedido champán. Pensé que me habías traído aquí para…
Matteo sabía lo que pensaba y también que debía sacarla de su error. El jeque con el que iba a reunirse en Dubái le había dicho que sus socios querían que el salvaje Matteo Santini sentase la cabeza. Y, aunque le había dicho a Shandy desde el principio que no había futuro para su relación, llevaba más tiempo saliendo con ella que con las demás.
Sabía que era hora de madurar y sentar la cabeza. Y lo haría, pensó mientras se desnudaba. Pero aún no.
Miró la suite con vago interés, ya que el hotel Fiscella era una posible adquisición que Luka y él estaban tomando en cuenta. La suite tenía un aspecto inmaculado y el servicio de habitaciones había hecho su trabajo. Las cortinas estaban cerradas, había flores sobre la mesilla, chocolatinas sobre las almohadas y un agradable aroma en el aire.
Una nota sobre la mesilla decía que el tiempo del día siguiente sería tormentoso y que si necesitaban algo no dudasen en llamar a recepción.
La nota estaba firmada por…
Bella.
¿Era su aroma el que flotaba en la habitación? No podía ser ella, pensó. Aunque sabía que era camarera en el hotel, Bella era un nombre muy común.
¿Eran sus manos las que habían ahuecado las almohadas?, se preguntó mientras se metía en la cama.
–¿Cuándo? –preguntó Shandy–. Quiero un compromiso, Matteo.
Él se volvió para mirarla.
–Me temo que estás con el hombre equivocado.
Si lo hubiese abofeteado, si se hubiera levantado de la cama para irse la habría admirado. Pero se quedó allí, agarrándose con uñas y dientes a la imagen de ellos que los paparazzi habían creado, al hombre que había esperado que fuese algún día.
Matteo Santini, el chico malo que había triunfado en la vida.
No, aún no había triunfado del todo.
Había hecho bien al no pedirle a Shandy que fuera su esposa porque si tuviera su número de teléfono, si supiera dónde vivía Bella, habría ido a buscarla. Habría ido a buscar a la mujer que, estaba seguro, se había ganado la vida vendiéndose por dinero.
Antes de apagar la lamparita volvió a mirar la nota, añorando a Bella como no había añorado a nadie.
Se quedó dormido intentando no pensar en ella, pero entonces empezaron los sueños.
En muchas ocasiones durante esos años Bella había intentado aparecer en sus sueños, pero su subconsciente estaba en guardia permanente. Incluso en sueños hacía lo imposible para alejar cualquier imagen de ella.
Pero incluso los guardias tenían que dormir alguna vez y en alguna ocasión Bella se había colado en su mente durante toda la noche.
Algunos de sus sueños eran locas fantasías, bailes de máscaras donde hacían el amor, mientras otros consistían en situaciones donde él miraba a distancia mientras Bella se alejaba sin que él pudiese hacer nada. Y luego estaban los recuerdos de esa noche… esos eran los sueños que prefería.
Esa noche tuvo los tres. Tal vez porque su nombre había sido mencionado durante la cena. ¿O era saber que trabajaba en Roma, en el hotel en el que estaba durmiendo?
Fuera cual fuera la razón por la que habían empezado los sueños, esa noche eran diferentes.
El circo había llegado a Bordo del Cielo. Era un sueño extraño, nuevo. En el circo no había payasos y los animales eran las bestias entre las que había crecido.
Estaba su hermanastro, Dino, que había revelado sus planes a Malvolio la primera vez que intentó escapar. Y también estaba su cruel padrastro, que odiaba que su madre prestase atención a alguien que no fuera él.
Matteo miró alrededor y allí estaba Luka con su uniforme de la cárcel. Y Sophie, llevando la camisa de Luka, como la noche que los detuvieron. Luka y Sophie estaban en la cama cuando apareció la policía y la habían sacado de la casa solo con la camisa, delante de todo el pueblo.
También estaba Talia, una mujer a la que Matteo había ayudado una vez. Lo saludó, pero él no le devolvió el saludo. Nadie debía saber quién había salvado a su familia.
No le importaba nadie, nadie lo conmovía, pero no porque careciese de corazón; sencillamente había aprendido a que no le importase.
¿Entonces por qué miraba alrededor, buscando un rostro y solo uno, el de Bella?
Y allí estaba, caminando sobre el alambre mientras todo el pueblo aplaudía, con su brillante pelo negro cayendo por la espalda. Llevaba un diminuto vestido plateado que no la tapaba del todo, dejando al descubierto sus pequeños y altos pechos cubiertos de aceite, brillantes.
Parecía aterrorizada, pero intentaba sonreír mientras Malvolio, el jefe de pista, la empujaba a seguir. Y entonces, para alborozo de todos, levantó una pierna, dejando al descubierto su desnudez mientras Malvolio la obligaba a hacer piruetas para el público.
No había red.
Y no tenía alternativa.
Veía cómo se movía con gracia sobre el alambre, apartándose para evitar el trapecio y a la gente que iba en él, intentando tocarla. Hacían turnos para subir al trapecio y Bella no tenía más remedio que seguir actuando.
Entonces vio a Dino subiendo por la escalerilla.
–¡Salta! –gritó Matteo, pero su voz quedó ahogada por los gritos del público.
El sueño era interminable, angustioso. Estaba acostumbrado a las pesadillas, pero aquella era peor que las demás.
–¡Salta, Bella! –la apremió, pero ella no parecía oírlo.
Su frente brillaba de sudor, el diminuto vestido estaba rasgado y le sangraban los pies sobre el alambre. Estaba agotada, pero Malvolio seguía presionándola para que siguiera.
Cuando estaba a punto de amanecer, poco antes de que sonase el despertador, por fin Bella lo oyó y miró hacia abajo, donde él la esperaba con los brazos abiertos.
–Ti prenderó quando cadi!–le gritó.
«Yo te sujetaré cuando caigas».
Bella vaciló durante un segundo al verlo entre la gente, pero cuando corrió para colocarse justo debajo de ella esbozó una sonrisa de reconocimiento mientras se dejaba caer…
Su cuerpo era cálido y familiar; por fin estaba de vuelta en sus brazos. Aunque jadeando, le quedaba aliento suficiente para besarlo y mientras sus bocas se encontraban rodaron por la arena de la pista, y cayeron sin dejar de besarse en una cama suave y limpia.
Casi al amanecer consiguió revivir su sueño favorito: esa noche, bailando en la habitación mientras recreaban un momento que nunca había tenido lugar, la fiesta de Natalia. Entonces, a los dieciséis años, ella le había dicho que lo esperaría… aunque Matteo ya planeaba alejarse de Bordo del Cielo y de la infernal existencia a la que se veía forzado.
Bella tenía dieciocho años cuando sus labios se encontraron por primera vez y, a pesar del penoso comienzo, había sido una noche de romance, sexo e intensa emoción; una noche en la que se había llevado su inocencia.
Había sido una noche como ninguna otra.
No quería pensar en el dinero que le había dado esa mañana, ni en Bella esa noche, detrás de la barra. Entonces llevaba una gruesa capa de maquillaje, su pequeño busto apretado bajo un vestido demasiado ajustado y apestando a colonia barata.
No, prefería lo que había ocurrido después, en la habitación.
Habían hecho el amor con apasionada ternura, ahogándose en besos… y recordaba sus sollozos mientras la convertía en su amante. El cardenal en la mejilla, del que él era culpable, perdonado, porque Bella había entendido la razón.
Era él o Malvolio.
La noche casi había terminado y ya estaba duchado y vestido, pero en lugar de irse había vuelto a la cama para tumbarse a su lado, intentando decidir si debía pedirle que se fuese con él de Bordo del Cielo.
Y entonces había sentido la suavidad de su pelo y el calor de su mejilla rozando su estómago…
Estaba perdido en el recuerdo de sus labios cuando una húmeda lengua rozó la punta del glande.
¿Había alguna forma mejor de despertar? Matteo dejó escapar un gemido de placer al sentir que lo introducía en su boca y bajó la mano para acariciar su pelo…pero entonces la realidad se abrió paso.
Los labios de Bella no eran sabios sino curiosos y tentativos. Tan ligeros, tan suaves… ah, pero qué delicia.
Entonces empezó a despertar del sueño.
Porque no eran aquellos los labios que deseaba.
No era Bella.
Cuando iba a apartarse sintió algo frío y húmedo entre las piernas y escuchó un grito de Shandy, que se levantó de un salto, con el pelo rubio empapado.
Y, de repente Matteo despertó del todo.
–Mi scusi… –se disculpaba una camarera mientras él encendía la luz, explicando que había tropezado y había tirado sin querer el cubo de hielo que estaba sobre la mesilla.
–Imbecile! –gritó Shandy.
–Tranquila –dijo Matteo, pero ella no estaba dispuesta a calmarse.
–¡Voy a hacer que te despidan! –siguió Shandy–. ¿Cómo te atreves a entrar sin llamar? ¿Cómo te atreves a interrumpir cuando mi prometido y yo…?
–Ha sido un accidente –insistía la camarera mientras intentaba solucionar el desastre. Había vertido el café y los bollos y la mermelada estaban dejando una mancha en la alfombra…
Shandy, que había saltado de la cama para ponerse un albornoz, le advertía a gritos que estaba a punto de ser despedida mientras levantaba el teléfono para hablar con Recepción.
Matteo se envolvió en la sábana mientras Shandy exigía la cabeza de la camarera en bandeja de plata y luego entraba en el baño, cerrando de un portazo.
–Mi scusi –repitió la joven.
Matteo no creía que lo sintiera, aunque su tono no era seco cuando se dirigió a ella sino más bien reservado:
–Levántate, Bella.
SU LARGO pelo negro escapaba de la coleta, cubriendo su cara, pero nada hubiera impedido que la reconociese y Matteo vio que se quedaba inmóvil cuando pronunció su nombre.
Se mordía las uñas, notó cuando levantó una mano para apartar el pelo de su cara. Pero antes no lo hacía. Aquella noche, cinco años atrás, tenía las uñas cortas, pero bien cuidadas.
–Levántate –repitió con tono seco porque eso era mejor que ponerse de rodillas y tomarla entre sus brazos.
Esperaba que volviera a disculparse, pero en lugar de eso lo miró a los ojos y, bajo la sábana, la reacción de Matteo no se hizo esperar. Cómo le gustaría que esos ojos verdes lo dejasen frío.
Pero era imposible.
–Mi scusi…
–Deja de disculparte, Bella. Los dos sabemos que no ha sido un accidente.
–Pero lo ha sido –insistió ella–. He llamado a la puerta y me ha parecido escuchar que entrase. Me asusté al ver que la sábana se movía y tropecé… –miró la botella vacía de champán en el suelo–. Siento mucho haber disgustado a tu prometida. ¿El agua estaba muy fría?
–Has conseguido lo que querías –Matteo estaba empezando a perder la paciencia y tiró de su brazo para levantarla.
El agua fría no había servido de nada porque su piel era cálida y su aroma, incluso después de cinco años, le resultaba tan familiar. ¿Pero cómo podía ser si esa noche llevaba un perfume barato?
La había bañado para borrar ese olor, recordó, aunque intentaba no hacerlo.
Posiblemente Bella era la única mujer que podía llevar un uniforme de color verde pálido con un delantal blanco y seguir teniendo un aspecto sexy. Ni siquiera los zapatos planos lograban restarle belleza a sus largas piernas. No debería estar sonriendo después del caos que había creado, pero sus labios seguían haciendo que se derritiera.
Incluso con Shandy en el baño, el deseo, la necesidad de besarla era imperiosa…
–¿Te ha sorprendido verme?
–No, la verdad es que no –Matteo se encogió de hombros como si encontrarse con ella no lo afectase, como si no hubiera pasado gran parte de la noche soñando con ella–. Anoche me dijeron que trabajabas aquí…
Y entonces recordó por qué nunca podría ser.
–¿Aquí tus clientes son más ricos?
–Lo son –Bella tuvo que hacer un esfuerzo para sonreír–. No sé si ahora podrías pagarme.
–Estoy pensando comprar este hotel, de modo que en un par de meses podría ser tu jefe.
–Nunca –dijo ella, apretando los dientes.
–¿Por qué te enfadas? Si no recuerdo mal, nos despedimos en términos muy amistosos.
Notó que contenía el aliento y cuando bajó la mirada y comprobó que sus pezones se marcaban bajo la tela del uniforme le dijo la verdad:
–Podría tomarte ahora mismo y no tendría que pagarte.
Ella esbozó una sonrisa.
–Claro que no tendrías que pagarme. Lo haría gratis, Matteo –dijo en voz baja–. ¿Quieres que lleve uniforme? Eso es muy soso. ¿Quieres un servicio personal? Tú decides.
Matteo apretó los puños.
–¿Vas a pegarme otra vez?
–No tergiverses lo que pasó esa noche.
–No lo hago –Bella sonrió, irónica–. Pero debes saber que si es considerado, una mujer siempre recuerda a su primer… –entonces sonó un golpecito en la puerta–. ¿Estabas pensando en mí mientras ella te la chupaba? –le preguntó y luego soltó una carcajada–. Claro que sí… imagino que viste la nota en la que te advertía que hoy habría tormenta.
–¿Celosa, Bella? –le preguntó Matteo–. ¿Esa es la razón por la que nos has tirado el cubo de agua?
–No estoy celosa en absoluto. Mi madre solía hacer lo mismo a los perros en la calle.
Matteo, que había soltado su brazo para ponerse un albornoz, se volvió, indignado.
–Shandy y yo no somos perros. Estaba en la cama con mi amante…
Sus palabras hicieron que palideciese. Le dolía en el alma saber eso y estaba empezando a entender el error que había cometido.
Entonces sonó un golpecito en la puerta y Matteo se libró de la sábana….
Enfrentada con la belleza masculina, Bella tuvo que apartar la mirada.
No era tímido; ¿para qué iba a serlo si había visto cada centímetro de su cuerpo esa noche, en Bordo del Cielo?
Pero mientras se ponía el albornoz se sintió tentada por el cuerpo desnudo de Matteo Santini.
Los bíceps marcados, las piernas fuertes, su orgulloso miembro sobresaliendo de entre los muslos.
Pero nunca volvería a ser suyo.
Matteo abrió la puerta de la suite mientras la rubia furiosa salía del baño con el pelo envuelto en una toalla.
–¡Su empleada me ha arruinado la mañana! –le espetó a Alfeo, el gerente.
Matteo miró a Bella. La bruja seductora que había entrado en la habitación de repente parecía contrita. Incluso había conseguido derramar un par de lágrimas.
No quería creer que fueran reales.
–Le he pedido disculpas.
–Demasiado tarde –le espetó Shandy, volviéndose hacia Alfeo, el gerente–. Despídala.
–No hay necesidad de eso –intervino Matteo–. Ha sido un accidente, no ha pasado nada.
–¡Me ha tirado un cubo de agua encima! –gritó Shandy–. No se ha tropezado, lo ha hecho a propósito. Esto va a salir en los periódicos. ¿Usted sabe quién soy?
Al gerente le daba igual que Charlotte Harvershand, o Shandy como era conocida, fuese la hija de un político británico. Lo que le preocupaba era la reacción de Matteo Santini. Alfeo sabía muy bien que él y su socio, Luka Cavaliere, estaban pensando comprar el hotel y tragó saliva mientras sopesaba sus opciones. Santini parecía un hombre razonable, pero no quería arriesgarse y tomó una rápida decisión.
–Estás despedida –le dijo a Bella.
–Alfeo… –empezó a decir ella, con lágrimas en los ojos–. Por favor…
–Ve a mi oficina, bajaré en un momento.
–Llevo cinco años trabajando aquí y nunca he cometido un error…
–¡Fuera! –gritó el gerente. Bella salió de la habitación sin mirar a Matteo.
Debería sentirse aliviado. Debería olvidarse de ella y seguir adelante con la vida que había creado para sí mismo, pero se quedó mirando la puerta mientras el gerente intentaba solucionar la situación.
–Nosotros nos ocuparemos de limpiar la suite, no se preocupen. Por favor, siéntense, les traerán el desayuno enseguida. No sé cómo pedirles disculpas…
–No había necesidad de despedirla –lo interrumpió Matteo, mirando a Shandy–. Le acabas de costar su puesto de trabajo a una persona. ¿Eso no te molesta?
–Lo que me molesta es que tengo que ir a la peluquería cuando pensaba ir de compras esta mañana –Shandy examinó sus perfectas uñas.
Matteo recordó entonces las uñas mordidas de Bella y, a pesar de sus esfuerzos, el pasado lo invadió del todo. No podía seguir viviendo una mentira.
Cuando llegó el nuevo desayuno le pidió a la camarera y Alfeo que salieran de la habitación. Sirvió el café con mano firme y, mientras lo hacía, ya estaba borrando de su vida a su última amante.
Shandy no se fue sin protestar, pero él estaba acostumbrado.
Rogó, gritó, pataleó y la habitación quedó ligeramente destrozada una vez más, pero por fin Shandy estaba en el jet de la empresa, de vuelta a Londres, y él en el hotel en el que Bella había trabajado durante cinco años.
Cinco años.
Eso significaba que se había ido de Bordo del Cielo casi al mismo tiempo que él.
No tenía sentido, pensó, mientras llamaba al gerente para discutir lo que había pasado esa mañana.
–Nunca nos había ocurrido –empezó a decir Alfeo–. En las plantas superiores trabajan nuestros mejores empleados…
–¿Y Bella es uno de los mejores?
–Hace bien su trabajo.
–¿Nunca había tenido ningún problema con ella?
–Ninguno –Alfeo apartó la mirada y Matteo se preguntó si su aparente preocupación tendría algo que ver con las actividades de Bella fuera del horario de trabajo–. Habíamos preparado su visita con sumo cuidado, pero hubo un problema con los turnos. Bella no suele trabajar en las plantas superiores.
–No quiero que la despida –dijo Matteo entonces–. Adviértale que no puede volver a ocurrir, pero dígale que tiene una segunda oportunidad… a partir del lunes.
–Sí, claro. Puede decirle a su prometida que no volverá a verla.
Matteo decidió no darle explicaciones. Shandy no era el problema. Con Bella tan cerca, el problema era si él podría apartarse.
Pero no sería fácil evitarla, pensó al recibir una llamada de Luka.
–Parece que tenías razón –su amigo suspiró–. Sophie le ha dicho a su padre que nos casaremos en Bordo del Cielo este fin de semana.
–¿Y tú has aceptado?
–No creo que su padre aguante hasta el domingo, la verdad. Todo será una farsa, no voy a casarme con ella solo para contentar a Paulo.
–Por fin dices algo sensato.
–¿Irás a Bordo del Cielo? –le preguntó Luka–. Podría ser un problema porque Bella será la dama de honor.
Matteo recordó aquella mañana en el aeropuerto, con Luka esperándolo para irse de Bordo del Cielo. Recordó la tensión mientras buscaba a Bella y a su madre, dispuesto a explicarle a su amigo la situación. Pero no habían aparecido, de modo que no le contó que había pensado llevarse a Bella con él a Londres.
Luka, sin embargo, había oído algo sobre su última noche loca en el hotel.
–Solo quería advertirte para que tu novia no se sienta incómoda.
–No creo que eso sea un problema –Matteo no quería contarle a su amigo que había roto con Shandy–. Iré solo, pero solo puedo quedarme hasta el domingo por la noche. Tengo que ir a Dubái.
–¿No puedes cambiar la reunión? La boda no se celebrará e imagino que se armará un buen jaleo. Me vendría bien tenerte a mi lado…
–Lo siento, no puedo.
Matteo cortó la comunicación unos minutos después. Podría haber cambiado la reunión, pero era mejor no hacerlo.
Mejor no ver a Bella más de lo estrictamente necesario. Antes de la boda estarían muy ocupados, pero el domingo por la noche…
Quería una vez más con Bella.
Aunque sabía que era un error.
BELLA estaba en la oficina de Alfeo, mordiéndose las uñas.
No podía quedarse sin trabajo. Se había gastado la mayor parte de sus ahorros intentando ayudar a Sophie…
Con lo que le quedaba tenía que comprar una lápida para la tumba de su madre porque Malvolio se había encargado que María tuviese un entierro de mendiga.
Pero no era solo estar a punto de perder su trabajo lo que la tenía tan angustiada.
Era haber visto a Matteo.
Verlo con su prometida había sido insoportable, pero que se refiriese a otra mujer como «su amante» le había roto el corazón.
Odiaba su belleza, su arrogancia y su pasión. Odiaba todo en Matteo si no iba dirigido a ella.
Sabía por las revistas de sus numerosas conquistas, pero había sido un infierno verlo con sus propios ojos.
No, tirar el cubo de agua sobre Matteo y su amante no había sido un accidente.
–Bella.
Se levantó cuando Alfeo entró en la oficina, pero él le hizo un gesto para que se sentase.
–Siento mucho lo que ha pasado –empezó a decir–. En cinco años nunca había tenido un accidente…
–¿Y el vestido que se encontró en tu taquilla?
Bella apretó los dientes.
–La cliente lo había tirado a la papelera.
–Y esa misma cliente llamó a Recepción unas horas después para decir que había cambiado de opinión y quería recuperarlo.
Bella hizo una mueca. Era típico de las clientes del hotel hacer que el personal se pusiera a rebuscar entre la basura.
–Entonces te otorgué el beneficio de la duda –siguió Alfeo, y Bella tuvo que hacer un esfuerzo para disimular porque sabía que muchas cosas que los clientes dejaban en las habitaciones acababan en la taquilla del gerente.
–¿Y el perfume que se esfumó la semana pasada?
–Lo derramé sin querer.
En realidad, había robado un poco porque lo necesitaba para Sophie, solo lo suficiente para llenar el frasquito de cristal que su padre le había regalado a su madre.
Bella era una superviviente y no se le caían los anillos por mirar en la basura si así podía mantener vivos sus sueños de convertirse en diseñadora. Además, necesitaba un vestido para Sophie. Y sí, también se había llevado un poco de perfume de un frasco enorme, pero solo para que su amiga se sintiera segura cuando viese a Luka.
–Me recuerdas a una urraca. Te gusta todo lo que brilla –dijo Alfeo–. Pero aparte de eso, lo que ha pasado esta mañana es incomprensible. El cubo de agua seguía sobre la mesilla, pero tú dices que tropezaste con él y lo tiraste.
–No sabía que estuviera recreando la escena de un crimen –Bella tenía que hacer un esfuerzo para morderse la lengua.
–Podría ser la escena de un crimen. ¿Cómo voy a explicar esto en mi informe? Matteo Santini está a punto de comprar este hotel y tú le das un baño de agua fría. ¿En qué estabas pensando?
Después de lo que había pasado, Bella sabía que iba a perder su puesto de trabajo.
–¿Podría darme al menos una buena referencia?
–¿Y qué voy a decir, que Bella Gatti no siempre dice la verdad y es una ladrona ocasional?
–Podría decir que Bella Gatti trabaja diez horas al día y a veces más, sin quejarse nunca.
–O que Bella Gatti está recibiendo una última advertencia –dijo Alfeo entonces–. Acabo de hablar con el señor Santini y no quiere que te despida, pero ha pedido que no vengas a trabajar hasta la semana que viene, cuando ya no estén aquí. Dudo que quiera contarle a su prometida que te ha perdonado, pero puedes volver el lunes.
Ella lo miró, perpleja.
–¿No estoy despedida?
–No, pero voy a vigilarte. Sigo sin creer que lo de esta mañana fuese un accidente.
–No sé cómo darle las gracias…
–Y yo no sé por qué un cliente tan importante como Santini se toma tanto interés por una camarera.
–Puede que solo sea por amabilidad –dijo Bella, pero notaba que le ardían las mejillas.
–Por lo que he leído sobre él, Matteo Santini no es un hombre amable y no hace favores. ¿Y tú?
–No sé… qué quiere decir.
–Si descubro que estás teniendo relaciones íntimas con algún cliente…
–Esa sugerencia me parece insultante –lo interrumpió Bella. Pero la realidad era que si Matteo hubiera estado solo…
–Te pido disculpas. No era mi intención ofenderte.
Tras su conversación con el gerente, Bella salió del hotel por la puerta del personal y allí se encontró a Matteo, apoyado en la pared, tan elegante como siempre y con una expresión indescifrable. Habría corrido a sus brazos si hubiera hecho el menor gesto… pero entonces recordó a su prometida.
Era demasiado hermoso para aquel sucio callejón. Y también ella, decidió Matteo mientras la veía acercarse.
–¿Qué ha pasado?
–Creo que tú lo sabes muy bien. No me han despedido, pero no puedo trabajar hasta que tu prometida y tú os vayáis del hotel –Bella intentó recordar que pronto podría ser su jefe–. Gracias.
Matteo sabía que estaba haciendo un esfuerzo para morderse la lengua y no pudo evitar una sonrisa.
–¿Por qué sonríes?
–¿Te apetece que vayamos a desayunar? –sugirió Matteo.
–No creo que a tu prometida…
Matteo no iba a contarle que había roto con Shandy o que nunca habían estado prometidos. Bella era demasiado peligrosa para él. Le había ofrecido un futuro y ella lo había rechazado, pero el deseo seguía allí y era más seguro mantener la imagen de la prometida.
–Podemos tomar algo mientras recordamos los viejos tiempos. Quiero saber cómo estás.
Bella miró el uniforme verde pálido y los zapatos planos, un atuendo que no era precisamente favorecedor.
–No voy vestida para…
–Solo es un desayuno –Matteo se encogió de hombros–. Pero sí, vamos a tu casa para que puedas cambiarte.
Matteo se puso unas gafas de sol cuando salieron del callejón y Bella hizo lo mismo. Claro que las suyas eran baratas y no servían de mucho, pero se las puso para que no viera las lágrimas en sus ojos.
Era tan difícil volver a verlo. Más difícil olvidar la imagen de él en la cama esa mañana, con una mujer que no era ella.
–¿Vives con Sophie?
–Así es –tras las gafas, Bella parpadeó nerviosamente.
Su amiga le había contado a Luka que las cosas le iban bien y no quería que Matteo viese dónde o cómo vivían.
–Sophie le contó a Luka que trabajabas en tu casa.
A juzgar por cómo le había hablado esa mañana, parecía pensar que sacaba un sobresueldo con la profesión más antigua del mundo.
«Una vez una fulana…».
Bella sabía lo que había hecho para llegar a Roma y que nunca la perdonaría por ello. No necesitaba conocer los detalles y ella no iba a contárselos.
En cierto modo era más fácil hacerle pensar que estaba en lo cierto, mostrarse frívola y resuelta, fingir que volver a verlo no era lo más difícil que había hecho en toda su vida.
–Espera aquí –dijo Bella unos minutos después.
–¿No vas a invitarme a entrar en tu casa?
–No.
–Eso no es muy siciliano –le recordó Matteo.
–Pero estamos en Roma y aquí la gente es de otra manera. No se entra en la casa de cualquiera.
–Sí, lo sé, pero…
–Lo siento, pero debes esperar aquí. No tardaré mucho.
Los edificios de esa zona eran antiguos, con apartamentos reformados, pero Matteo no debía saber que el suyo no lo estaba y ni siquiera tenía calefacción.
Se metió por un callejón y, después de atravesar una verja de seguridad, subió los muchos escalones que llevaban a un pequeño apartamento.
En el salón, relativamente espacioso, solo tenían un pequeño sofá y una mesita de café. Fue directamente a la nevera para beber agua, pero eso no la ayudaría a convertirse en una mujer fría y sofisticada en cinco minutos. Había tenido que gastar gran parte del dinero que tenía ahorrado para que Sophie pudiera presentarse ante Luka con una imagen elegante. Su amiga no quería parecer una campesina, como Luka la había llamado durante el juicio.
Si lo hubiera pensado bien habría sabido que si Luka estaba allí, Matteo aparecería tarde o temprano. Pero no había pensado a propósito.
Eso era lo que había hecho durante cinco años para alejar los recuerdos, pero Matteo estaba de vuelta y lo único que pudo hacer fue sacar un discreto vestido negro del armario y ponerse encima un top negro con tirantes finos.
Pasó un paño por sus bailarinas negras, se cepilló el pelo y salió, cerrando la verja tras ella.
–Qué rápida –dijo Matteo.
–¿Querías que hiciera un esfuerzo por ti?
–Quería decir que has sido muy rápida, nada más.
Había tensión entre ellos. Bella seguía furiosa por lo que había visto esa mañana y Matteo no se había mostrado muy impresionado por su crudo intento de seducción.
Pero aparte de eso había una tensión distinta, la de dos antiguos amantes intentando mostrarse amables e indiferentes cuando era todo lo contrario.
–¿Qué tal aquí? –sugirió Matteo, señalando la terraza de un restaurante en el que Bella había intentado pedir un puesto de camarera. El portero ni siquiera la había dejado entrar.
Sabía que no era lo bastante elegante y fina como para trabajar allí y menos para sentarse allí, pero Matteo ya estaba pidiendo una mesa.
Vio que las mujeres lo miraban sin disimulos. Allí, entre la élite de Roma, Matteo llamaba la atención. Los ceños fruncidos eran por ella. Entre la élite de Roma también ella llamaba la atención, pero no por el mismo motivo.
Mientras se sentaban el camarero colocó la sombrilla y por una vez Bella se sintió importante.
–¿Qué te parece Roma? –le preguntó él.
–Ruidosa.
–¿Echas de menos Bordo del Cielo?
–Esta es mi casa ahora. Y tú ¿lo echas de menos?
–No –Matteo negó con la cabeza–. No hay nada que añorar allí.
–¿Y tu madre?
–Se marchó del pueblo con mi padrastro cuando Malvolio murió. Vendieron la casa, pero ya se han gastado todo el dinero.
Y él estaba cansado de los dramas de su madre.
–¿Seguís en contacto?
–Me llama para pedir dinero. Nada más.
–¿No la ves?
–Nunca.
–¿Y no te preguntas cómo está? –Bella tenía un nudo en la garganta, más por sí misma que por la madre de Matteo.
–Si estuviera mal, me lo diría.
–¿Y tu hermano Dino?
Vio que Matteo apretaba los dientes. Sabía que Dino le había hablado de ella.
–Está en la cárcel. Cuando Malvolio murió nadie quiso saber nada de él.
–¿Vas a visitarlo?
–No, no voy a visitarlo. Hago lo posible para no pensar en él, pero seguro que está como siempre, la gente no cambia.
–No, es verdad –asintió Bella. Los pobres siempre eran pobres, los ricos se hacían más ricos y los bellos envejecían bien.
Y Matteo era la prueba viviente. Allí estaba, inmaculado y absolutamente tranquilo.
–¿Te gusta tu trabajo?
–Me encanta hacer camas –respondió ella, irónica–. Y a veces, cuando estoy limpiando un lavabo, me siento bendecida, pero eso no puede compararse a limpiar inodoros, claro.
–¿Y tus vestidos?
Bella se encogió de hombros.
–No soy tan buena como pensaba. He pedido plaza en varias escuelas de diseño, pero…
–No necesitas una escuela de diseño. Podrías empezar por tu cuenta.
Bella frunció el ceño. No parecía saber que era difícil comprar telas con su sueldo, o que trabajaba turnos de diez y doce horas en el hotel solo para mantenerse a flote. Alfeo se equivocaba, ella no era una urraca, no le gustaban las cosas bonitas porque sí; quería hacerlas, clavar las tijeras en la tela, crear, coser, pero ese era un sueño que empezaba a escapársele de las manos.
–Nunca has visto mi trabajo.
–Lo vi anoche –respondió Matteo–. Sophie llevaba un vestido que habías hecho tú. Ya sabes, para fingir que tiene dinero…
Bella se quedó sin aliento. Sophie y ella habían hecho lo posible para que pudiera sentirse orgullosa de sí misma cuando le pidiera a Luka ese último favor.
–Tú no sabes nada.
–Sé que está mintiendo.
Bella llevaba ese secreto sobre sus hombros, pero algo le decía que Matteo no se lo contaría a nadie más.
–¿Luka lo sabe?
–No tengo ni idea –admitió Matteo–. No hablamos del pasado. Solo sé que Sophie se puso en contacto con él y le pidió que se hiciera pasar por su prometido para contentar a su padre. Y ahora quiere casarse –hizo una mueca de desprecio–. Le he advertido que el divorcio le saldrá muy caro.
–Esto no tiene nada que ver con el dinero –replicó Bella–. Es solo para que Paulo pueda morir en paz.
–¿Por qué miente entonces y le hace creer que todo le va de fábula?
–Tal vez necesitaba sentirse orgullosa de sí misma para poder mirar a su examante a los ojos mientras le pedía ayuda –contestó Bella.
–No sé cuál es su juego, pero si el vestido que llevaba anoche lo has hecho tú, entonces tienes mucho talento.