Pájaro que tiembla - Elder Silva - E-Book

Pájaro que tiembla E-Book

Elder Silva

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La crítica no pone laureles a quien no escribe desde la belleza consensuada. Los protagonistas de la poética de Elder son las vidas de cualquiera y las voces inaudibles. Su modernidad contempla y sostiene el derrumbe del mundo.

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Pájaro que tiembla

Elder Silva

colección ojo de rueda / 13

Elder Silva, Uruguay:Poética de la resistencia

Helena Corbellini

A nuestros hijos: Ileana, Joaquín, Julia, Maite y Marcos.

Para que un día sepan quiénes fuimos.

I

Avemaría purísima, escribiré mañana.

La literatura es veneno, escribiré.

Escribo,

antes de admitir todo el fracaso […]1

Verso a verso, Elder Silva fusionó la vida y los golpes de sus circunstancias. Así construyó un mundo escrito que tiene las sonoridades del zumbido de los insectos, del mugir de las vacas, de las voces prójimas; donde las palabras tiemblan como una granada a punto de reventar o un pájaro posado en un cable del alumbrado. Estos poemas son esos ómnibus en que el autor viajaba por las carreteras del norte, o que veía pasar sentado en la puerta del almacén. Ruralidad y modernidad confluyen en esta poética criolla y beat; política y lírica, con melodía de milonga, ritmo del rock y escalas del blues.

Tras mucho reflexionar, llegué a la conclusión de que la hermenéutica indicada para ingresar y recorrer la obra de Elder Silva habría de vincular la biografía de este autor con su poesía. Desde esta postura teórica, he realizado el presente estudio sobre el maravilloso poeta que nos dejó definitivamente el 29 de agosto del año 2019. Prorrogo uno de sus poemas, para decir que agosto es un mes malo para la literatura uruguaya.2

Recuerdo que anochecía y yo iba conduciendo por una autopista de Francia, cuando al celular entró un mensaje de texto con la fúnebre noticia. Detuve el auto en un pueblo mal iluminado. Perdida en la noche y entre callejuelas de piedra, lloré un dolor incontenible, mientras mi marido buscaba la puerta de un hotel que nunca se abrió. Nada sería igual después de Elder, el poeta, el amigo. Recuerdo, en lo alto, una luna entre borrones, y abajo, mi corazón hecho pedazos. Y el de tantos. Porque Elder Silva fue querido por toda persona de bien que tuvo ocasión de tratarlo.3

Pasados tres años he sido convocada por Luis Pereira Severo —poeta extraordinario de nuestra generación de la resistencia—, quien además promovió nuevos escritores desde la editorial de civiles iletrados, y trabaja y enseña gestión cultural. «Mi hermano» lo llamaba Elder. Bien, Pereira me llamó para proponerme realizar un estudio que acompañase este último y nuevo libro de nuestro común amigo: Pájaro que tiembla.

Entonces releí y leí con avidez toda la obra de Elder, desde el primer verso inédito hasta el último, inédito también. Entre medio, hay cientos y cientos de páginas —¿mil?— que como sus arroyos salteños atraviesan los campos de la literatura y forman cascadas de vida y belleza. Pero también las aguas se enturbian en la crueldad o en la desdicha y se estacan en la muerte.

La poesía de Elder representa su historia personal, y esta se inserta en la historia política convulsiva de un país y de un continente. Desde muy joven, Elder aprendió a resistir la opresión escribiendo poesía. Resistir a la pobreza, al sometimiento, a la represión dictatorial y luego, a los desengaños amorosos y políticos que se entremezclan en su vida a fines del siglo XX y empapan su voz de escepticismo en el transcurso del siglo actual.

La totalidad de su obra construye una poética de la resistencia. Sus virtudes son singulares. Encontró la retórica justa para que sus versos expresados en palabras sencillas no fuesen las de la enunciación simple de la canción de protesta ni las del folclore comprometido. Como no era músico, tampoco se inscribió en el género insurgente posterior: el canto popular. No doblegó sus versos ni al octosílabo, ni a la décima, ni a la rima, ni a los estribillos. Entrecortó, interrumpió con frecuencia dodecasílabos y alejandrinos.

La enunciación de Elder está en tensión entre estos géneros musicales populares que han expresado una tradición rural y otra urbana, y la poesía culta en referencias, paralogismos y rupturas. Elder provoca una hendidura que es tanto formal, como semántica, por la cual logra innovación y complejidad. La poética de la resistencia produce poesía crítica.

Como un artista del espectáculo, Elder subía a los escenarios con un atril. Allí colocaba las páginas, como si fuese un músico dispuesto a ejecutar una partitura, pero en cambio, recitaba como un rapsoda. La presentación de La cajera del Oxford y otros poemas de amor4 acompañado por el músico Enrique Rodríguez Viera (quien musicalizó «La poesía ya no es la misma») tal vez haya sido la mayor expresión de acercamiento entre el canto popular y la poesía rapsódica de Elder.5

Esta presentación la repitió en la Casa de la Cultura de San José (Uruguay, 1998), y disfruté ver a Elder bailar entre sus versos, con movimientos de tico-tico, girando sobre sí mismo y los rasgueos de la guitarra de Enrique como una cortina musical. Nos había acompañado Wilson Cardozo, editor de abrelabios y otro de los músicos que actuaba en el espectáculo. Más personas no cabían en mi coche. Luego dimos un paseo por la plaza de la Iglesia y entre los leones monumentales caminaba El Hombre Araña con una máquina polaroid en la mano. Elder se acercó a él, lo saludó y cuando El Hombre Araña le correspondió, Elder le dijo:

—Vos sos del Cerro.

—Sí.

—Te reconocí por la voz.

Después, todos juntos y alegres, nos sacamos una instantánea colorida abrazados por El Hombre Araña. Perdí la foto, guardo el recuerdo.6

Una segunda tensión existe entre la representación del paisaje y la interioridad del autor, su sí mismo. El paisaje es predominantemente rural en sus primeros libros y los rastros de campos no bucólicos persistirán en su obra. Aquí asistimos a una primera operación de transgresión y modernidad. Porque el poeta a la vez que busca una representación de la tierra natal, rechaza la bucólica tradicional fundada en las églogas que protagonizaran «Nemoroso el huevón» y «Salicio el pelotudo».7 En este epígrafe iconoclasta de su segundo libro publicado, Elder Silva proclama su desvinculación con la tradición idílica renacentista y declara su afiliación a la irreverencia dramática y realista del peruano Antonio Cisneros.8

Un rasgo propio del género autobiográfico es su intención manifiesta de ceñirse a la verdad. Será la verdad subjetiva de quien habla, claro está. Se funda en su propia percepción de las cosas y en su memoria. Con esa intención, Elder Silva apela con harta frecuencia a los recuerdos. Cuando abre los ojos a lo que ha sido su vida, hay siempre un «mamboretá aplastado en la retina».9 El poeta escandirá versos con ese insecto sudamericano10 incrustado en su visión. Esta metáfora funciona como un engranaje de su poética y la instala en el extremo opuesto —otra tensión radical— con la tradición del arte por el arte, la lujuria vana de la palabra, el torremarfilismo.

Dos menciones a Rubén Darío habrá en toda la obra de Elder y están en el mismo libro: Mal de ausencias. En el poema «Santa Catalina», Rubén Darío es una calle de piedra que el poeta pisa al deambular por el barrio suburbano y pobre. La segunda vez, «Darío en Salto», es un poema entero. Elder se detiene en pensar un chisme que suscitó el progenitor del Modernismo hispánico tras su aparición en el Teatro Larrañaga de la ciudad de Salto: «lo que le reprocharon/ es que haya subido borracho al/ escenario […]». A continuación, el poeta conjetura otra hipótesis para ese desacomodo:

O tal vez extrañaban que entre sus ropas

ya no sufrieran cisnes,

ni el shopping de Versalles o de alondras,

sino apenas el olor del buey que

vio una vez en Nicaragua

siendo niño.

Y que aún le pesaba entre los ojos

como una furiosa sombra de la fama.

El público se disgusta y la crítica no pone laureles a quien no escribe desde la belleza consensuada. Este es uno de los motivos por los cuales este poeta que se ocupa de vidas «no estelares»11 queda enfrentado al elitismo y ajeno a la fama. Los protagonistas de la poética de Elder son las vidas de cualquiera y las voces inaudibles:

[…] están allí/ girando sin apuros/ cumpliendo con su ciclo/ como quien paga impuestos/ al cajero automático./ Vidas que no es escuchan […]

Sus escenarios tampoco son espectaculares al modo que lo entienden los medios de comunicación, ni bellos al estilo de la academia. En la naturaleza, duelen la sequía y los rancheríos del campo criollo. En la ciudad, vuelve a doler la miseria, pero además hay basura, contaminación, ruido, olores que dan náuseas. La modernidad de Elder contempla y sostiene el derrumbe del mundo.

Preocupado por la comunicación directa, pero producida desde la ambigüedad propia del discurso poético, interesado por las vidas corrientes o desgraciadas, Elder Silva quedó enfrentado a los problemas del lenguaje, a los de la vida política y personal y a los de la propia ubicación de su poesía en el territorio de la literatura.

II

En este estudio afirmo que la producción poética de Elder Silva es de naturaleza autobiográfica. Paso a una sencilla explicación de orden teórico. Como su literatura se inscribe en el llamado género lírico, no es necesario revocar un pacto de ficción propio del género narrativo. La naturaleza autobiográfica parte del reconocimiento de la triple identidad autor-narrador-texto. En este caso —enfrentados a una obra poética—, el narrador es el sujeto lírico (la voz que habla), el texto es el cuerpo del poema y el autor debería identificarse con su nombre propio o por las señales de identidad que de su existencia manifieste.

Solo en uno de sus poemas Elder incluyó su nombre propio.12 Pero, en cambio, hay un registro cuidadoso de los nombres propios de sus familiares: su esposa Cecilia, madre de su hija mayor, Ileana; Malí, su segunda pareja, madre de Maite y Marcos; sus dos hijas son nombradas por el vínculo filial y, en el último libro, Marcos por su nombre propio. Otros miembros de su familia primigenia figuran por el vínculo y también bajo el nombre propio. El padre reaparece, una y otra vez; en «Apuntes para un western» es retratado como un gaucho, como el héroe del propio filme de la infancia del poeta. En otros textos también están presentes su hermano Roberto13, la abuela Palmira, el abuelo Sabino, el tío Jesús14, el tío Mariano escuchando chamamés.15 Él fue, al parecer y tal vez en forma involuntaria, el referente político en la infancia: «pidió empleo a la compañía,/ porque te-/nía que ayudar a formar el sindicato».16

También son nombrados algunos vecinos, gente del pueblo en sus memorias norteñas: «[…] Y el mono García,/ que era el disc-jockey: está bien mi amigo,/ está bien mi amigo».17 Algunas visitas: «Mientras avanzamos nerviosos hasta la casa/ de Graciela, […]»18; «[…] (allá en Sequeira)/ en casa de Amancio».19

Afectuoso en extremo, Elder nombra a los amigos, en su mayoría, también poetas. Aparecen en paratextos o dentro de los textos. La primera poeta mencionada es Patricia Severín, a quien le dedica «Más allá de los algarrobos están quemando campos» (Mal de ausencias). En el mismo libro están los autores de la «uruguain poetry» conversando sobre las tierras de la frontera. Nombra a Aldo (Mazzuchelli). Hubo una época en que Aldo participó de las actividades del grupo Fabla, uno de los modos que usaron los poetas de la resistencia para vehiculizar la poesía. Yo recuerdo un reencuentro entre ambos poetas:

Estábamos en Salto, en el primer Festival de poesía Naranja en Llamas a fines de invierno del año 2001. Aldo, de pronto, le dijo: «¿Sabés que vos y yo nos llamamos igual? Elder quiere decir lo mismo que Aldo: el mayor». «Mirá vos», contestó Elder, levantando las cejas, como diciendo não sé si acredito.20

En la «uruguain poetry» la lista continúa con Washington Benavides, Ricardo Scagliola y Juan Carlos Macedo. Benavides y Macedo también eran oriundos del norte del país y en el poema, juntos se condolecen de la sequía o migran en el vuelo de las aves.

En la vida real, Elder Silva y Luis Pereira dialogaban a diario. Esta relación es representada por Elder, cuando cita un poema de su amigo en «Alberto Spencer, héroe de una tarde» (Mal de ausencias), para sentar su discrepancia de pensamiento y actitud y, por encima de todo, sellar la complicidad. También aquí, en este último libro, Pereira reaparece para discrepar con Elder, ya que «Con Luis discutimos todo el tiempo/ sobre todas las cosas que ocurren en el sistema solar […]».21

Los poemas de Elder son el resultado de indagar su sí mismo en el mundo. Dispuesto a escribir, el poeta realiza dos operaciones que son de orden autobiográfico: una es la representación de recuerdos. Un recuerdo lo asalta y él se demora en la rememoración y un poco más todavía: en escribirlo con las palabras que le hagan justicia. Esta operación de rememorar es propia del subgénero «memorias». El poema «Álbum de fotos» (Mal de ausencias) es paradigmático en este sentido:

Lo escrito en el polvo de las carreteras,

entre el escape de gas de un camión de cargas

que iba para Isla Cabellos;

los chilcales ardiendo bajo el sol en Toro Negro,

cardenales que veíamos en Sopas, en los atardeceres

o aquel vaso de vino que nos sirvió

un almacenero en Tala,

vienen ahora al ordenador de textos

como fotografías encontradas de pronto en

una caja de zapatos. […]

En ese mismo libro, también declara la importancia de los recuerdos de su pasado rural en el presente urbano en el cual queda inserto: «Cosas sin importancia que asolan mi memoria/ aquí en Montevideo,/ a fines de un siglo triturado».22

La memoria enfrenta su sí mismo del presente con quien él fue en el pasado, esa dialéctica mismidad/ipseidad que conceptualizó el filósofo Paul Ricoeur23. En ese transcurso el poeta comprueba el paso del tiempo. Elder Silva se reconoce cuando rememora su origen. En verso deja constancia de quién fue y de quién es, aunque el triturado siglo XX lo haya dejado tan exhausto como «cansado» a Quevedo.24

Elder Silva, si bien no puede dejar de recordar, no quiere refugiarse en el pasado. Su rememoración no es melancolía. El poeta vive el presente y se sabe lanzado al futuro. Así le aconseja a su amante: «Solo te pediré una cosa:/ No hagas nada/ por vivir de los recuerdos».25 El poeta apunta el presente e inscribe el próximo verso en el día por venir. Está atento a lo que sucede hoy y a lo que podrá suceder/escribir mañana. Se entrega al cambio, aunque el futuro sea desconsolador o incomprensible.

Esto, en su vida real, lo despojó de bienes materiales, ya que significó mudanzas, rupturas amorosas, cambios de empleo, traslados. En su obra, dejó constancia sobre la necesidad de partir.

[…] Anoche me decías que para ser feliz

hay que cruzar el puente.

Hay que ir más allá del Arapey Grande,

a la hora en que se van los pájaros

sin mirar nunca para atrás,

porque los huesos de los parientes

pueden pedirte que regreses. […]26

Esa decisión de no aferrarse al pasado, hizo de Elder un hombre eternamente joven. De complexión menuda y estatura baja, gustaba vestirse con tropicales y amplias camisas coloridas. Su pelo negro largo, sin canas y la mirada de asombro tras los lentecillos redondos, completaban la imagen de aquel que siendo siempre el mismo, era otro en sucesivas versiones actualizadas.

Tal vez porque su interés fundamental estaba en el presente, la forma autobiográfica del diario es la que subyace en la mayoría de sus textos. No se trata de diarios íntimos en su forma genuina. Continúo hablando de la naturaleza autobiográfica de la poesía de Elder Silva como producto de una lectura que implica un deslizamiento de los límites entre géneros discursivos de distinto orden. Pero el registro propio del diario está y el autor lo usa en extremo y con espontaneidad en la última etapa. Es el caso de Bar Bukowski27, que puede ser leído como un diario de su viaje a Tenerife, España.

En su mayoría, estos poemas que interpreto como partes de un gran diario de vida, carecen de las características propias del subgénero, como la datación inicial. El propósito de Elder Silva no fue escribir y publicar diarios íntimos, sino hacer poesía. Sin embargo, las fechas aparecerán en ocasiones al pie del poema. En Bar Bukowski consigna el período de escritura en el inicio del libro: «Estos poemas fueron escritos entre el 17 de noviembre de 2007 y el 21 de enero de 2008 […]».

También interpreto sus poemas como partes de un diario personal cada vez que dan cuenta de su jornada, de su trajín cotidiano. Son esos días que transcurren en las vacaciones en familia de la sección «Canciones del Litoral»: «En Carmelo»28, «[…] Mientras caminamos con mi mujer y mis hijas/ por una calle de plátanos […]»; o al observar a un hombre cualquiera en «Bar “Zapucay”», «[…] que destapa la cerveza/ extiende sus ojos tras el Arroyo de las Vacas […]». En más de una ocasión el poeta asienta fechas: «Había leído poemas tuyos/ en el verano del 90,/ en Carmelo […]».29

Ya desde su primer libro (1982), como en un diario, Elder registra los movimientos mínimos dentro de la casa: «Cuando comienzo el poema sales de/ la casa/ […] tu regreso desde el “patiecito”/ pone en movimiento el molino de Van Gogh/ ruidos de platos […]».30 El tema del hogar será un motivo recurrente en su poética. En 1998, «Zoom» asienta el erotismo en la contemplación de un acto doméstico: «Estás en la cocina abriendo la lata de arvejas:/ de espaldas, los jeans ajustados, son fácil tentación/ para mis ojos de animal aturdidos […]».31

Los emplazamientos también funcionan como engranajes de un diario. Suele decirnos el lugar adonde lo lleva la memoria o donde la enunciación del poema se produce, como en «Escrito en un 125 al Cerro».32 Lo mismo ocurre cuando ubica al protagonista de su historia poemática: «La muchacha que está detrás de la/ caja registradora/ piensa en cosméticos/ […]».33

Un momento culminante lo produce el llanto del cantautor Eduardo Darnauchans en un taxi, donde viajan juntos y escucha que ha muerto Lev Yashin: «Era el mejor golero del mundo». Ya en su casa, el poeta vomita el alcohol y el padecimiento ingeridos en aquella larga noche:

[…] como si con el alcohol que se iba

por la pileta, pudieran irse los doce años,

cuando uno también cuidaba el área chica.

Y ella y yo teníamos tanto miedo

como Yashin ante el tiro penal.34

Datación y emplazamientos: dos constantes de la poética de Elder que conciernen al género autobiográfico. Que en el registro del suceso del presente surja la evocación del pasado, es un movimiento propio de la escritura del diario. Lev Yashin murió en 1990 y el poeta tenía entonces 34: recuerda su miedo al amor —¿al sexo?—, a los doce años. Las referencias a su edad son otro modo de datar su vida en la escritura:

[…] Las golondrinas en los alambrados/ iban y venían en mi memoria de siete años, […] Gente sin techo durmiendo bajo los puentes […]35

En su segundo libro, el niño que fue Elder aparece con frecuencia en la rememoración del pago: […]/ Las calandrias posadas/ —sosteniéndose apenas—/ cagan líricamente/ por las retinas del niño-lector-de-nueve-años. […]36

Debemos tener presente que cada observación sobre la pobreza es un ejercicio de razón crítica. Las referencias escatológicas exacerban la ruptura con la imagen lírica tradicional. Elder Silva persevera en una epistemología política vigilante en el discurso poético y en la vida. El resultado de este ejercicio perpetuo de la razón crítica es lo que he decidido llamar poesía crítica, que no es proclama, ni canción de protesta como he explicado antes. Es una paradoja en la realidad y una desavenencia en el poema.

[…] Frente al centro de salud, del Ministerio

de Salud Pública (MSP), con otros gurises

hacíamos fila en las mañanas.

A los pobres nos entregaban cajas de

leche en polvo.

En un pueblo distante 150 kms

de la capital del departamento, en medio del

latifundio, entre miles de cabezas de ganado,

nos entregaban leche en polvo. […]

Yo tenía nueve años, y había

nacido en 1955.37

Hay una tercera forma autobiográfica que resurge en los libros de Elder, ya sea en forma completa o fragmentaria: el autorretrato. Con el paso de los años y los libros, el autorretratismo, ausente en la primera etapa, se incrementa. Esto podremos entenderlo como un síntoma de un autobiografismo cada vez más acentuado por parte del poeta.

Un boceto de autorretrato concluye el libro Fotonovela. Canción de perdedores. En un poema en prosa38 (forma a la que Elder no acude nunca), narra acontecimientos de la vida del escritor estadounidense Raymond Carver que están en correspondencia directa con la propia vida de Elder: un camión mató a su perro; tuvo un padre alcohólico; en resumen, una vida dañada y azarosa de trabajos duros, pobreza y alcohol, pero empapada de poesía que renueva y embellece cada imagen rota, cada situación dolorosa. Y así como Elder mira la vida de Carver, al fin piensa que tal vez Carver lo esté mirando a él, y que observe a «un tipo sin aliento» que «escribe en un cuaderno escolar». Esa puesta en el abismo de su propio acto de escribir visto por un retratista que es otro, pero a la vez él mismo, es un afortunado hallazgo literario sobre el que sería deseable conversar con largueza.

En Sachet (2009) aparece el segundo esbozo de autorretrato. En plena vena lúdica continuadora del beat, el poeta asume la voz de cualquier ser ignorante y chismoso, y desde esa seudoidentidad enumera personas célebres. Es una lista diversa de quienes él, por un error ingenuo y aberrante, creía ser famosas por otra condición. Con ironía reconoce que «siempre» pensó que Bobby Moore era «un ministro inglés», Ezra Pound un corredor de Bolsa, Neruda «el más famoso gourmet de Chile», Alfonsina Storni una suicida de «toque romántico», Dustin Hoffman un rengo en una película, Michael Jackson una marca de cosméticos y Delmira «la prostituta más famosa del 900». Esta enumeración de errores de identidad acerca de celebridades de diversos oficios, culmina en un autorretrato. Se mira como: «[…] un miserable fugitivo./ Acaso un personaje inventado por John Urpdike en Corre, Conejo».39

La mirada modesta o acongojado sobre sí mismo, reaparece en Mal de ausencias: «porque estoy aquí de camisa blanca/ como un novio abandonado».40