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Dieciséis intelectuales de origen palestinos y judío de diversas latitudes han sido convocados en este libro para analizar uno de los hechos más brutales cometidos contra población civil en este siglo XXI: el genocidio del pueblo palestino.
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Los derechos que se obtengan de la venta de esta ediciónserán destinados a la MEDIA LUNA ROJA PALESTINA© LOM ediciones Primera edición, mayo de 2024 Impreso en 1000 ejemplares ISBN: 978-956-00-1820-5 Primera reimpresión, mayo de 2024 Segunda reimpresión, agosto de 2024 Fotografía de portada: Daños de la guerra de Gaza 2023 (Tasnim News Agency)https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Gaza_war_damage_2023.jpg Licencia Creative Commons Attribution-Share Alike 4.0 International,(CC BY-SA 4.0 DEED) Todas las publicaciones del área de Ciencias Sociales y Humanas de LOM ediciones han sido sometidas a referato externo. Edición, diseño y diagramación LOM ediciones. Concha y Toro 23, Santiago Teléfono: (56–2) 2860 6800 [email protected] | www.lom.cl Diseño de Colección Estudio Navaja Tipografía: Karmina registro n°: 204.024 Impreso en los talleres de gráfica LOM Miguel de Atero 2888, Quinta Normal Santiago de Chile
Faride Zerán, Rodrigo Karmy, Paulo Slachevsky
Podríamos decir que este libro surge desde la impotencia y luego la convicción de que mientras las fuerzas de ocupación israelí bombardeaban de manera criminal a la población civil palestina de Gaza, debíamos contribuir a impedir, a lo menos, el crimen del silencio.
Por ello quienes convocamos a las diferentes voces a participar en esta reflexión coral en torno a un genocidio, intelectuales y académicos chilenos de origen palestino (Zerán y Karmy) y de origen judío (Slachevsky), quienes a lo largo de estos años nos hemos encontrado en otros momentos políticos y sociales en la defensa de derechos fundamentales como la libertad, la justicia o los derechos humanos, concluimos que era posible abrir esta invitación a otros intelectuales de ambos orígenes, no solo chilenos , sino también argentinos, colombianos, mexicanos, así como de EEUU y del Medio Oriente, para analizar uno de los hechos más brutales cometidos contra población civil en lo que va de este siglo.
Fue en enero de este año cuando enviamos la carta de invitación a quienes aceptaron este desafío de reflexionar en torno no solo al horror, sino a los orígenes y proyecciones del conflicto palestinos-israelí para dar cuerpo a un libro que denominamos en ese momento «Palestina: anatomía de un genocidio», sin sospechar que dos meses después, a fines de marzo, sería la propia relatora especial de Naciones Unidas, Francesca Albanesa, quien corroboraría con pruebas concretas un concepto que sintetiza el horror:
Después de casi seis meses de implacable ataque israelí a los territorios ocupados de Gaza, es mi deber solemne informar sobre lo peor de lo que la humanidad es capaz de hacer y presentar mi conclusión: «la anatomía de un genocidio».
En este sentido, si bien es cierto que la colonización sionista sobre Palestina no se ha detenido desde la fundación del Estado de Israel en 1948, desde el 7 de octubre asistimos a un momento de inflexión en que la reacción israelí ha sido intensificar la Nakba, orientando todos los esfuerzos militares hacia el exterminio y/o expulsión definitiva de todo el pueblo palestino de sus territorios. Un asedio y bombardeo israelí sobre la Franja de Gaza que ha destruido universidades, escuelas, hospitales, refugios, lugares de culto, viviendas civiles, ONGs de todo tipo y no ha discriminado la matanza ni de mujeres ni de niñes, que si no mueren por bombardeos mueren de hambre y despojo.
Y como ha sido costumbre, las grandes corporaciones mediáticas y sus cadenas informativas –al cubrir el acontecimiento– representan la guerra en el sentido que lo comprendía Edward Said: por un lado, abordando con imágenes la catástrofe acontecida; por otro, desplegando un fino léxico que permite si no invertir la relación asimétrica entre colono y colonizado, al menos mostrarlos como fuerzas equivalentes que, por razones de «seguridad», justifica la «defensa» de Israel. El silencio es cómplice de la masacre, vieja táctica que hoy se ha articulado al interior de los campus universitarios, proveyendo de la censura y la autocensura entre académicos y personas de la sociedad civil, institucionalizando el borramiento del «vocabulario palestino» (intifada, Hamás, resistencia, colonialismo, devinieron palabras prohibidas). Por su parte, los gobiernos europeos (Francia, Alemania, Gran Bretaña) no escatimaron vergüenzas en llamar a prohibir y sancionar cualquier manifestación a favor de Palestina. Frente al intento por silenciar todo lo que acontece en Palestina por parte de Israel, con el asesinato de las y los periodistas, con el corte de las comunicaciones, la prohibición de ingreso a Gaza para los medios; frente a los mecanismos de desinformación, censura y deshumanización desplegada por la concentración mediática; frente a las prohibiciones y silencios de los gobiernos, los poderes fácticos y sus capitales, los pueblos han irrumpido como nunca antes contra el genocidio en curso, solidarizando con el pueblo palestino por todo el orbe: en los países árabes, en el continente asiático, Europa y Norteamérica, así como en Sudamérica y Oceanía. El conjunto de formas de desobediencia civil desplegadas en las marchas en solidaridad con el pueblo palestino no deja de crecer, potenciando a su vez la firme condena al genocidio en curso por parte de algunos gobiernos, en particular de África y de América Latina.
El presente libro, escrito por judíos y palestinos de diferentes partes del mundo, y cuyos derechos de autor se entregarán a la Medialuna Roja Palestina, se inscribe al interior de ese movimiento de resistencia en solidaridad con la causa palestina. Si bien, por un lado, surge de la impotencia frente al exterminio diario que lleva a cabo Israel en Gaza y también Cisjordania, por otro nace con la convicción de aportar a impedir que dicho crimen se conjugue con el silencio, la censura y la clausura de toda forma de pensamiento disidente.
En este escenario, el presente libro, que será publicado también por editorial Txalaparta en el Estado español y coeditado por las editoriales LOM y Tinta Limón en Argentina, se presenta como una contribución a potenciar la causa palestina en la forma de un conjunto de ensayos escritos sobre la marcha de los mismos acontecimientos. En tal sentido, el conocimiento que en ellos se despliega está situado y no pretenden constituir un diagnóstico completo de la cuestión, sino ofrecer aristas de un drama que no deja de impugnar el devenir de nuestro presente y los derroteros de la humanidad.
Así, a través de dieciséis voces entrelazadas de palestinas/os y judías/os, los textos nos interpelan por «un mínimo de humanidad… ¿Cuántos muertos son demasiados? ¿Cuántas muertes hacen un genocidio?» como se pregunta y nos pregunta Lina Meruane.
Anhelando «una teología política descolonizada por la vena profética del Libro: este es el anhelo de justicia social para todos los habitantes de aquel hermoso vergel que hoy es tierra arrasada. Ellos, todos, saben que Dios tiene infinitos nombres» nos recuerda Silvana Rabinovich.
Destacando la resistencia, como reafirma Rodrigo Karmy, «el pueblo palestino no se presenta bajo la forma de la víctima, sino como un pueblo que asume una ética de la resistencia, un pueblo mártir que, como tal, sobrevive –porque resta, se sustrae, resiste– al avasallamiento total de la Nakba.
Buscando a su vez los desafíos de distinguir y liberar el judaísmo del sionismo como señala Nicolás Slachevsky: «imaginar lo que podría ser hoy una vida judía liberada del destino mortal en el que el proyecto sionista ha buscado encerrarla. Esta posibilidad, sin embargo, permanecerá para siempre cerrada si, contemplando en silencio el genocidio palestino y obliterando su fuerza de interpelación, aquellos que se reconocen en el judaísmo, tanto fuera como dentro de Israel, se obstinan en ignorar que su propia libertad nunca podrá estar completa sin la libertad del pueblo palestino».
Develando el «proyecto colonial sionista» que ha perpetrado un «genocidio cultural contra el pueblo palestino, como las leyes para limitar el acceso, la expresión y producción cultural propia; la expropiación y recontextualización de museos; los intentos de judaización y hebraización del territorio; la eliminación de cualquier pasado religioso o cultural diverso; y más recientemente, la destrucción deliberada y sistemática de la infraestructura cultural y sus creativos», como destaca Odette Yidi.
«¿Qué podemos esperar del ser humano que somos, así, arrojado a la historia, si una comunidad que sufrió un genocidio hace un puñado de años, termina encarnando las lógicas, el vocabulario, la estrategia y los valores de quien fuera su verdugo para, ahora en posición dominante, poder destruir un pueblo, porque lo considera necesario y, sobre todo, porque puede?», nos interpela Ariel Feldman. Tras la Segunda Guerra Mundial se instauraron los conceptos de crímenes contra la humanidad y genocidio en el derecho internacional, para que nunca más los horrores de los nazis se repitan para nadie, para ningún pueblo.
El sistema de justicia internacional, como dice Varsen Aghabekian, «debe responsabilizar a los funcionarios israelíes por sus crímenes, incluidos los discursos oficiales israelíes de incitación al odio y las declaraciones instigadoras llamando al genocidio, al traslado forzoso y a la limpieza étnica contra el pueblo de Palestina».
Y junto a detener el horror y hacer justicia, es necesario también repensar el uso de las imágenes, el trabajo de los medios y cómo estos contribuyen en estigmatizar al otro; es necesario que nuevamente podamos vernos unos a otros como anhela Fred Ritchin: «Es posible que, a través de tales reflexiones, podamos imaginar con mayor claridad la vida de los demás, incluido nuestro enemigo “sin rostro”».
Así, desde las más diversas manifestaciones y reflexiones, es la humanidad la que se juega hoy en Palestina: «Para el mundo, Palestina es un contratiempo. Es la espina que está en la historia, pero contra la historia. Pero también es un contra-tiempo, un tiempo en contra. Es esa demora permanente al desenlace del vendaval colonial», subraya Pablo Abufom.
Y en todo ello le corresponde una responsabilidad central al sionismo: «No hay responsabilidades compartidas, el responsable último de la violencia es el opresor. Entendemos que la dominación opresiva que sufre el pueblo palestino nace en la esencia misma de nacionalismo racial en la que surge el sionismo», como expresa Patricio Brodsky.
Los hechos muestran claramente que los crímenes de «la Ocupación israelí no tiene como objetivo la base militar de Hamás, sino destruir al pueblo palestino y eliminar el derecho palestino a la autodeterminación», como muestra Dalal Iriqat.
Y lamentablemente no se trata de una historia de dolor y opresión que se inicia el 7 de octubre. «Las prácticas genocidas que está llevando a cabo Israel en Gaza y que comienza a replicar también cada vez con mayor asiduidad en Cisjordania, no tienen su origen en una reacción intempestiva de un gobierno de ultraderecha empujado por los sectores más extremistas de la coalición», advierte Federico Donner. Son décadas de exclusión y ocupación.
Por ello mismo, se hace urgente romper con el statu quo del horror, se hace necesaria «una radicalidad en donde nos atrevamos a mirarnos como iguales y donde construyamos los cimientos de la nueva sociedad en donde seamos capaces de entendernos como un solo cuerpo. Una radicalidad positiva en donde todos los seres humanos, en todas partes del mundo, tengan los mismos derechos, deberes y oportunidades, sin importar su etnia, su color de piel, su religión o su lugar de procedencia», como expresa Daniel Jadue.
Como apunta Yakov Rabkin: «El Estado de Israel se ha convertido en un gólem que sus creadores ya no pueden controlar… Cegado por la autocompasión y la arrogancia, el gólem, este precursor de la IA, está decidido a destruir sin piedad ni escrúpulos morales».
Y por ello mismo es imperioso, como señala Faride Zerán: «Renombrar, reescribir, desnudar la palabra cómplice, buscar esos nuevos relatos, revisitar esos antiguos dolores es no solo una demanda ética, sino por sobre todo un gesto de resistencia al crimen del silencio y del olvido que por cien años ha condenado al pueblo palestino a ser uno de los últimos enclaves del colonialismo».
Posibilitando, como propone Judith Butler, «superar las estructuras implícitas y explícitas del poder colonial. Quién dé esa lucha, y qué forma adopte, depende de quién pueda comprometerse sin concesiones con la igualdad en medio de diferentes historias de pérdida y violencia, diferentes necesidades de resguardo y reparación».
Desde diversas perspectivas, desde diversos lugares, las voces de este libro, de origen palestino y judío, nos interpelan para poner fin al horror, impulsándonos a romper el silencio cómplice y las falsas equivalencias, liberándonos de prejuicios y contextualizando el drama.
Los crímenes contra la humanidad y el genocidio que se perpetran hoy en Gaza y toda Palestina marcan un antes y un después que nos obligan a impulsar un acción mancomunada y global que ponga fin a la infamia, a la crueldad y el exterminio, que haga justicia e instale un horizonte de esperanzas para todas y todos los habitantes de la región.
Lina Meruane1
You know what else died in Gaza?The myth of Western humanity.
Mohamad Safa (1990) 18 de noviembre de 2023, en X
*
«¿Van a matarlos a todos?».
Esa fue la pregunta que dio vueltas por las redes el 23 de enero del 2024. Era la urgente pregunta que el Alto Representante de la Unión Europea para Política Exterior levantaba, como un dedo acusatorio, al Primer Ministro israelí. Esa frase conminatoria se repitió unos días o acaso solo unas horas antes de hundirse bajo la sucesión de atrocidades que acaparan las noticias provenientes de Gaza, cada informe, cada cifra estremecida de violencia derrumbando a las anteriores.
«Las noticias de los ataques retumbaron en la radio». (…) «Los aviones de guerra resuenan en los cielos», escribió el poeta gazatí Mosab Abu Toha, en el 2022. «Qué fácil resulta reconocer qué tipo de avión es: un F-16, un helicóptero o un dron. Qué tipo de bala ha sido: de una pistola, de un barco, de un M-16, de un tanque o de un Apache. Todo gira en torno al sonido».
Habían pasado tres terribles meses desde el inicio de esa guerra, que no es solo una guerra presente sino una guerra permanente en un tiempo, el palestino,
«que pasa y no pasa», escribió la poeta Manal Miqdad.
Porque esta guerra, la quinta o la sexta de las guerras gazatíes de los últimos veinte años, no es sino la intensificación de una violencia ya histórica, por más que en esas tierras
observó el poeta Mahmud Omar durante otro bombardeo desalmado, el del 2014, allí «ya nadie usa la palabra histórica».
Esta guerra pertenece a la trama del castigo colectivo que Israel ha aplicado contra los palestinos sin distinción, porque ellos, entorpeciendo el pronóstico del padre de la patria israelí, no han permitido que los viejos simplemente mueran y los jóvenes simplemente olviden quienes fueron y siguen siendo. El llamado «problema palestino», que es el problema de Israel, sigue en pie: los antiguos dueños de la tierra siguen resistiendo ante la ocupación y la desposesión y la demolición de sus hogares; ante la confiscación de sus tierras para la construcción de asentamientos. Ante la construcción de un muro que no solo los cerca sino que divide sus pueblos. Ante el desplazamiento forzado y reiterado sin derecho a retorno. Ante la expropiación de sus recursos. Ante el control del agua potable. Ante el control militar. Ante la permanente represión. Ante el eternizado secuestro político, a menudo sin causa ni juicio, a menudo de niños, en cárceles israelíes. Ante el control de su libertad de movimiento y de expresión. Ante la constante humillación. Y aunque la restitución de sus derechos civiles y humanos se vislumbra siempre improbable, los vivos no han cejado en una resistencia que Netanyahu y sus aliados prefieren reducir a terrorismo sin considerar la sistemática política de terror que se ejerce contra esa nación ocupada desde hace décadas.
(Por eso no sorprende que el 9 de octubre del 2023, poco después de la masacre hamasiana de Reim, poco antes de ser aplastada por el deliberado derrumbe de su edificio, la poeta Hiba Abu Nada se preguntara: «–Cada docena de cohetes, ¿de dónde los están lanzando?
–De nuestros corazones. Cada docena nace de la rabia de algún gazatí».)
El cruento asalto de Hamás (del que Netanhayu, según el New York Times, fue informado con un año de antelación), esa masacre y el sucesivo secuestro que pudo prevenirse, recibió en respuesta despiadados bombardeos diurnos e igualmente demoledores ataques aéreos y nocturnos sobre una gente desarmada y desamparada mientras los militantes de Hamás se escondían en su kilométrica red de túneles subterráneos.
(Eran los túneles por los que interrogaron al poeta Mosab Abu Toha cuando salió del enclave, en octubre del 2023. Dijo que él pasaba su «tiempo enseñando, leyendo, escribiendo y jugando al fútbol». Que «no sabía de esas cosas». Que «no estaba involucrado con Hamás»).
Aquellos bombardeos destinados a asesinar a los militantes eran (siguen siendo) realizados a plena luz del día así como en medio de la noche, en medio de apagones absolutos que obstaculizaban el trabajo informativo de arriesgados periodistas locales (tantos muertos ya, como tantos escritores). Se quedaban sin luz, sin internet, sin teléfono desde donde transmitir en vivo la violencia que recibían los cientos que luego serían los miles de civiles situados sobre la Franja.
(«Toqué los cables de luz cortados: no son más que horcas, testigos de la destrucción», escribió en X el dramaturgo Nur Al-Din Hayyay.)
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Matarlos a todos.
En represalia por los muertos israelíes.
Pero muy pronto lo que Israel vindicaba como legítima defensa, tan legítima que, de acuerdo a ellos mismos, «lo permite todo» contra una guerrilla oculta y dispersa, la de Hamás, que pese al bloqueo y para agravio de los israelíes, había construido «muchos de sus cohetes y armamento antitanque a partir de las miles de municiones que no detonaron» en ofensivas anteriores.
Acabar con ellos.
Para no tener que volver a matarlos.
Pero muy pronto, en cuestión de días, la legítima defensa israelí se fue revelando como ilegítimo abuso de fuerza de un estado ocupante sobre una nación ocupada a la que la ley internacional obliga a proteger. No a disparar a mansalva, no a saturar de humo o del intoxicante fósforo blanco que circuló por las calles gazatíes. No a bombardear sin discriminar. En pocas semanas de la asimétrica ofensiva eran miles los cuerpos destrozados y desaparecidos bajo los escombros o desplegados sobre la tierra ya baldía, eran miles los hombres exterminados (tantos padres de familia) y las mujeres asesinadas (dos madres al día) y niños y niñas (uno de cada tres muertos que no llegarán a ser ni padres ni madres ni tías o abuelos de otros pequeños palestinos).
(Sus sonrisas no fueron capaces de «cambiar la ruta de los cohetes antes de que se estrellaran», como rogaba la poeta-madre Hiba Abu Nada, víctima de esos misiles en octubre de 2023).
No había de qué sorprenderse: Israel lleva décadas enarbolando el discurso del descuido absoluto e implementando la disuasiva doctrina de Dahiya (o Al-Dahieh, por el suburbio beirutí controlado por Hezbolá, abatido en la guerra libanesa del 2007): la doctrina de la total destrucción, la política de tierra quemada. La estrategia aplicada a todas las ofensivas contra Gaza y sobre todo a la del 2014, que según un documento de las Naciones Unidas, había rendido cifras escandalosas: un 94% de víctimas palestinas contra un 6% israelí. La doctrina estaba destinada a castigar y aterrorizar a la gente que quedara viva, e incluso ponerla en contra de sus representantes por más que estaba comprobado que producía el efecto contrario, porque la doctrina mandaba a acabar no solo con el cuerpo de los palestinos, sino con los hospitales que pudieran (pero ya no pueden, no puede ni uno) atender a los miles de heridos, amputados, infectados y enfermos ni enterrar a sus miles de muertos. Porque, aunque la ley internacional prohíbe destruir los centros de salud, los escasos hospitales que quedan en pie están desprovistos de anestésicos y desinfectantes, de suero y medicinas, de oxígeno, de electricidad o combustible para los generadores. Están desprovistos incluso de comida. Entonces la destrucción total no va dirigida a la supervivencia biológica, únicamente, sino a cada una de las estructuras de la vivencia: casas y edificios, escuelas, universidades y templos, puentes, calles y carreteras, redes de distribución de agua potable y plantas de tratamiento de aguas servidas, centrales eléctricas. Todo derruido para producir un daño tan duradero que,
Mosab Abu Toha anotó que su ciudad «ya no existe, salvo en los cráteres».
***
¿Exterminarlos?
El durísimo ataque de Hamás y la decisiva implementación de la destructiva doctrinase volvió, en 2023, una política de exterminio por parte de la potencia que, además de contar con el apoyo inquebrantable de los Estados Unidos, Alemania y gran parte de los países europeos, cuenta con un sofisticado aparato de inteligencia y una reserva casi ilimitada de fusiles y soldados, tanques, aviones, drones, bombas y cohetes con capacidad nuclear.
Acabar con todo, sin reparo.
Ante las quejas por la falta de precisión en los ataques contra Hamás, el ejército israelí comunicó a través de su portavoz oficial, Daniel Hagari, que no era que las armas no fueran suficientemente precisas, era que «el foco está en la destrucción, no en la precisión».
Dejarles caer encima una bomba atómica por prescripción genocida.
«¡Misil Jericó!» exclamó, a fines de enero del 2024, la parlamentaria Tali Goltiv haciendo referencia a un proyectil de nombre cisjordano capaz de portar una cabeza nuclear.
«¡Armas de destrucción masiva!», agregó por si no había quedado claro.
Ante esa idea se produjo un silencio.
«Que Gaza sea aplastada y arrasada sin piedad».
No era una voz solitaria, se sumaba a las peticiones atómicas del ministro Amihai Eliyahu, quien, ante la condena internacional (que duró horas o acaso minutos), matizó en su cuenta de X que se trataba de una «afirmación metafórica» aunque «definitivamente necesitamos una respuesta (…) desproporcionada al terrorismo».
Esos llamados inescrupulosos e impunes emitidos por los descendientes de un exterminio estaba sacando chispas entre quienes sabían hacer las necesarias distinciones y salían a las calles, masivamente, a protestar. A protestar aun cuando la protesta fuera calificada de antisemita, impedida e ilegalizada en muchas ciudades europeas y estadounidenses; aun cuando hubiera castigos personales, renuncias forzadas y alarmantes despidos contra personas que se pronunciaban imperiosamente contra el genocidio. Y acaso por sumarse a esas voces valerosas y disidentes o acaso por su propio espanto fuera que, con su distintiva franqueza, Borrell exhortó a Netanyahu no a la paz, sino a algo menos arduo y más urgente: el cese definitivo del fuego.
Para impedir más muertes.
Para evitar que todos mueran.
Porque iba a ser imposible que dieran muerte a los militantes sin antes matar a todos los gazatíes y a todos los demás palestinos. El Alto Representante de las Naciones Unidas le advirtió al Primer Ministro que podía hacer arder todo Medio Oriente, pero que jamás acabaría con Hamás (milicia que, dicho sea por el New York Times, su propio gobierno había financiado por décadas para debilitar a la Autoridad Palestina). Menos acabaría con la resistencia civil, que solo se había fortalecido ante el abandono de las potencias occidentales mientras observaba, si sobrevivía, la destrucción indiscriminada de absolutamente todo.
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Aparte de matarlos a todos, «¿qué otras soluciones tiene usted en mente?». Israel no declaraba un plan de salida y entonces Borrel le pidió a Netanyahu que, junto a sus ministros sionistas, junto a sus fuerzas de defensa, junto a su ciudadanía militarmente entrenada y adoctrinada por años, se comprometiera a reconstruir la demolida franja y a fortalecer la desmejorada Autoridad Palestina de los territorios cisjordanos y a retomar la solución de los dos estados que se les prometió (que todavía se les debe) a los palestinos en la arbitraria partición de 1947, los tratados de 1948 y 1967, los malogrados acuerdos gradualistas de Madrid (1991) y de Oslo (1993), esa solución que, como bien sabía Borrell, el propio Primer Ministro se encargó de obstaculizar: desde 1996 había apuntalado la multiplicación de los asentamientos ilegales en el territorio legalmente palestino.
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¡Matarlos!
Antes de llegar a esa parte de la pregunta Borrell había mencionado una alternativa no menos problemática: «obligar a todos los palestinos a partir». Una vez más obligarlos a dejar para siempre sus casas, sus tierras, sus historias, sus vidas. Como si esa no fuera una forma de la muerte que los palestinos tantas veces asumieron como una catástrofe, como una desgracia,
como «un momento de ruptura total entre la vida en Palestina y la vida en el exilio», comentó la inglesa Rosemary Sayigh en su historia de las mujeres en la Nakba.
Esa ruptura de sus vidas había ocurrido tantas veces desde 1948.
Muchos de los palestinos que estaban huyendo, que continúan huyendo, eran descendientes de refugiados de la Nakba o de los refugiados de la guerra de 1967 o…
Habían sido forzados a desplazarse a la reducida franja de tierra durante ofensivas anteriores en la zona cisjordana. Ahora iban de norte a sur por el interior de esa zona cercada de un largo cercano al de Manhattan; buscaban escapar de la muerte por esa delgada cárcel a cielo abierto. Pero habían dejado o estaban dejando sus hogares en circunstancias completamente inciertas: no había rutas seguras por donde circular porque por los caminos caían bombas, ni había lugar seguro adonde llegar porque hasta los refugios internacionales estaban siendo bombardeados y por todas partes se sumaban
«montañas de cadáveres llevados en un carro hacia el único y último lugar seguro sobre la tierra», la tumba, observó Nur Al-Din Hayyay un 29 de octubre, poco antes de ser asesinado.
Se marcharon con miedo y regresaron por angustia, y otra vez se fueron de Beit Lahia, donde los bombardearon; a Jabaliya, donde los bombardearon; a la ciudad de Gaza, donde los bombardearon; a Jan Yunis, donde los bombardearon. Y ya solo iba quedando Rafah en el horizonte, Rafah como la última frontera donde los iban a acorralar como si fueran, como decían algunos políticos israelíes, «animales humanos» hacinados en Rafah, que
como anotó el poeta rafahtí Uthman Hussein en su cuenta de Facebook, ya en octubre empezaba a «abrazar» a los desplazados como una madre, «sus brazos no dejan de extenderse».
Nadie preguntó qué pasaría cuando Rafah estuviera, como ahora está, con los brazos y las manos y los dedos ensangrentados de palestinos que además no tienen muros, techo, camas ni paz para dormir, ropa para enfrentar el invierno ni más fuego que el de los árboles que han ido talando, ni más comida que la carne de los animales a los que se han tenido que comer y luego la comida de los animales y las hojas crudas de los cactus antes reservadas para el ganado.
(«Dentro de una semana ya no habrá cactus y viviremos de nada. Moriremos. (…) No hay comida. Todo ha desaparecido. No queda nada», declaró a Reuters Marwan al-Awadeya a fines de febrero.)
No hizo falta preguntar por el destino de los hacinados en Rafah ni por los gazatíes todavía dispersos que iban quedándose sin comida debido a los obstáculos puestos por Israel tanto a la entrada de camiones y como a la distribución de la ayuda humanitaria. No fue necesario: ya dos abogados israelíes habían aportado al Times of Israel una propuesta popularizada por algunos sionistas de que «repartirlos entre los países europeos» sería la «única solución humanitaria». Pero ese no tan disimulado llamado a la deportación, esa tergiversación de lo «humanitario», no solo molestó a los países vecinos (Egipto y Jordania, ya llenos de palestinos) sino que provocó que los aliados de Israel se opusieran terminantemente: llamados a hacerse cargo de miles de migrantes musulmanes expresaron inmediata indignación y aseguraron que no tolerarían semejante estrategia de destierro definitivo destinado a la «reconquista» de una Gaza ya sin gazatíes.
(«A Israel le interesa la geografía, no la demografía palestina», aclaró una rimada línea anónima en las redes.)
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¿Cuántos muertos son demasiados?
¿Cuántas muertes hacen un genocidio?
¿Serían esas las preguntas ocultas en la intervención de Borrell? ¿Que su pregunta se disparaba contra la hipocresía de tanto líder occidental que prefirió privilegiar sus intereses políticos y geopolíticos contra los acuerdos que sus antecesores habían firmado después del holocausto para impedir futuros genocidios? ¿Que Borrell estaba dejando por dicho y por escrito que esas naciones estaban ignorando de manera voluntaria un genocidio que debían impedir, un genocidio (palabra compuesta por un judío) que, a diferencia del holocausto, estaba siendo grabado y reproducido por las víctimas y hasta por sus victimarios?
Esas ya no eran palabras de Borrell, sino un desborde de desesperadas palabras que iban siendo retransmitidas por las redes.
¿Por qué se estaba permitiendo que un solo país, los Estados Unidos, vetara las resoluciones internacionales que exigían el desesperado y definitivo cese al fuego? ¿Que esa misma potencia siguiera entregándole armas a Israel aun en contra de su propio congreso?
¿Por qué se le estaba confiriendo un trato excepcional a Israel mientras que estaba siendo acusado del imprescriptible crimen de genocidio en la Corte Internacional de Justicia?
¿Y cómo era posible que se dieran por ciertas las acusaciones indocumentadas de Israel de que la masacre de Reim había contado con 12 de un total de 13 mil trabajadores de la Unrwa? ¿Que eso permitiera impedir el temerario trabajo de la única agencia internacional que auxilia a los palestinos desde 1949 con abierta oposición de Israel? ¿Y precisamente cuando más se la necesita?
¿No era sospechoso que Israel incriminara a la Unrwa el mismo día en que la Corte Internacional de Justicia le ordenaba prevenir un genocidio?
¿No era raro que los Estados Unidos le suspendiera de inmediato sus aportes e impulsara a otros dieciséis países a hacer lo mismo? ¿Que de ese modo se obstaculizara el valioso trabajo de la Unrwa y se dejara a los gazatíes aún más desprotegidos?
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¿Puede llamarse genocidio «planificado» el de las muertes masivas a las que ahora se les suman las muertes por inanición? ¿O es solo «intención» genocida el obstaculizar la entrada de los camiones apostados ante el cruce de Rafah? ¿Camiones que a inicios de octubre eran 500 al día, que en enero promediaban 150 diarios pero que en febrero habían disminuido a 90, aun después de que la Corte Internacional de Justicia ordenara a Israel garantizar el ingreso de ayuda humanitaria? ¿Es genocidio dispararles a cientos de hombres hambrientos por pedir un kilo de harina para sus familias? ¿El que haya 60 mil mujeres embarazadas que no tienen qué comer? ¿El de dejar que a las madres se les seque la leche que pudo amamantar a sus hijos? ¿El de permitir que uno de cada seis menores de dos años sufra de extrema desnutrición? ¿Califica como genocidio posibilitar la inanición de tantos menores? ¿Su daño cognitivo? ¿Su lenta agonía de hambre? ¿Y la fotografía de esquelético Yazan Kafarneh, que tan ampliamente circula por las redes en estos días de marzo del 2023, no nos recuerdan las estremecedoras fotografías del genocidio judío, sus miles de cuerpos sufrientes secándose en los campos de exterminio? No hace falta preguntarle esto a Netanhayu ni a sus ministros ni a sus militares ni a aquellos líderes cómplices que consienten este horror. No hace falta consultar con aquellos jueces en sus cortes bien intencionadas pero tristemente inoperantes. Basta con pedirle un verso a cualquier poeta, una frase a cualquier palestino, una respuesta a cualquiera que cuente con un mínimo de humanidad.
No prestaré mi alma y mis huesosa su tambor de guerra.
Suheir Hammad
La información utilizada para este escrito proviene fundamentalmente de los diarios The Guardian, TheNew York Times, Democracy Now y la revista New Yorker, y las actualizaciones de cifras de la Comunidad Palestina de Chile. Las citas literarias, salvo por las de Mosab Abu Toha , tomadas de su libro Things you find hidden in my ear, provienen de las redes: gran parte de ellas fueron recogidas, seleccionadas y traducidas del árabe por Shadi Rohana en el libro Contra el apagón: Voces de Gaza durante la guerra en curso, editado en Puerto Rico a inicios del 2024.
1 Lina Meruane(chilena) es escritora y doctora en Literatura. Su obra de ficción y no ficción ha sido premiada internacionalmente: premios Iberoamericano de Letras José Donoso (Chile), Metrópolis Azul (Canadá), Cálamo (España), Sor Juana Inés de la Cruz (México), Anna Seghers (Alemania). Ha escrito sobre la cuestión palestina en libros como el ensayo lírico Palestina por ejemplo y el ensayo personal Palestina en pedazos (versión ampliada de su anterior Volverse Palestina).
Silvana Rabinovich2
El hombre que reprendido endurece la cerviz, de repenteserá quebrantado, y no habrá para él medicina.Cuando los justos dominan, el pueblo se alegra;mas cuando domina el impío, el pueblo gime.
Conoce el justo la causa de los pobres; mas el impío no entiende sabiduría.Los hombres escarnecedores ponen la ciudad en llamas;mas los sabios apartan la ira.
Cuando los impíos son muchos, mucha es la transgresión;mas los justos verán la ruina de ellos.
(Proverbios 29: 1, 2, 7, 8 y 16)
El lenguaje metafórico de la Biblia hebrea guarda un capítulo especial para la anatomía. Sea para describir atributos del Dios incorpóreo (como la mano fuerte y el brazo extendido) o para referir a características del pueblo, incluso a su organización política, las partes del cuerpo tienen un significado moral y religioso. Hay uno en especial que siempre llamó mi atención. Quisiera detenerme en aquel que remite a la relación con la autoridad y se refiere a la escena del becerro de oro. La parte del cuerpo invocada es la cerviz, es decir, la nuca. El epíteto «dura cerviz» o «endurecer la cerviz» indica desobediencia proveniente de la falta de humildad, de la arrogancia y, en la relación con Dios, significa un acto de rebeldía. El exégeta medieval Rashi (francés del siglo XI) lo interpreta como dar la espalda a quien le reprende y negarse a escuchar la reprimenda. Otro exégeta, Ibn Ezra (andalusí del siglo XII), lo entiende como si fuera una persona desatenta, alguien que pasa corriendo y no se detiene ni dirige su mirada ante el llamado que se le hace.
La expresión «duro de cerviz», en la Torá y también en los discursos de los profetas, remite casi siempre a la escena, al pie del monte Sinaí, cuando los esclavos hebreos liberados desesperaron ante la demora de Moisés, quien había subido a recibir la ley que garantizaría su libertad (Éxodo 32). Por impaciencia, pidieron a Aarón (hermano de Moisés) que, ante la duda de que la ausencia de su hermano fuera definitiva, les fabricara un dios sustituto. Aarón reunió las joyas de oro que traían todos y las fundió, dando origen a una estatua en forma de becerro que montó sobre un altar. Entonces, los impacientes empezaron inmediatamente a adorarlo atribuyéndole –retroactivamente– el poder de haberlos liberado de la esclavitud que padecieron en Egipto. Enterado de este acto, Dios envió a Moisés de regreso al pie del monte diciéndole (Éxodo 32: 9):
Yo he visto a este pueblo, que por cierto es pueblo de dura cerviz.
Moisés logró paliar la ira de Dios (Éxodo 29: 10-14) pero, al descender, abominó lo que vio y quebró las tablas al pie del monte (v. 19). Después, tras obtener la lealtad de los levitas, que aceptaron la fidelidad exclusiva a Jehovah, organizó una matanza de los tres mil que, por adorar al becerro de oro, habían renegado de Aquél que los había sacado de la esclavitud de Egipto (v. 28).
En el capítulo siguiente, nos encontramos con la otra cara del éxodo (la que frecuentemente olvida la teología de la liberación por su entusiasmo antiesclavista), esto es, la conquista de la tierra. Se trata de cumplir con aquel imperativo que nos dejó Edward Said: leer la Biblia con los ojos de los cananeos.3 Éxodo 33: 2,3:
yo enviaré delante de ti el ángel, y echaré fuera al cananeo y al amorreo, al heteo, al ferezeo, al heveo y al jebuseo
(a la tierra que fluye leche y miel); pero yo no subiré en medio de ti, porque eres pueblo de dura cerviz, no sea que te consuma en el camino.
La tierra de Canaán, promesa de «leche y miel» para el pueblo desobediente, estaba habitada por otros pueblos a los que debería despojar de sus tierras. Desde el punto de vista de la justicia del otro, esto es, de los pueblos que vivían en esa tierra, se trata de una conquista violenta e injustificada. Hay un detalle de esta escena en el desierto de Horeb que recuerda el nombre de la operación del ejército de Israel en 2012 en Gaza. El mundo la conoció como «pilar defensivo», pero en hebreo se llamaba igual que en Éxodo 33: 9-10: «columna de nube» (‘amud ‘anan):
Cuando Moisés entraba en el tabernáculo, la columna de nube descendía y se ponía a la puerta del tabernáculo, y Jehová hablaba con Moisés.Y viendo todo el pueblo la columna de nube que estaba a la puerta del tabernáculo, se levantaba cada uno a la puerta de su tienda y adoraba.
La columna de nube tenía por función proteger la privacidad de la conversación de Dios con Moisés y provocaba la adoración del pueblo. Que una operación militar (como la invasión a la Franja de Gaza en 2012) haya tomado ese nombre es un acto de arrogancia sin par: la teología política nacional colonial que sostiene la nomenclatura de esta masacre en particular se atribuye la protección de la intimidad con Dios… y busca ser adorada por las masas que la miran desde afuera, agradeciendo ser protegidas tras la opacidad de la nube mediática.
Es sabido que en Deuteronomio se repite la escena de la entrega de la Torá y se rememora en el capítulo 9 lo ocurrido en el Horeb, la ira de Dios y la de Moisés. En el versículo 6 se relaciona la posesión-desposesión de la tierra con la falta de justicia propia de la insolencia contra la ley divina:
sabe que no es por tu justicia que Jehová tu Dios te da esta buena tierra para tomarla; porque pueblo duro de cerviz eres tú.
Aquí se encuentra otra resonancia inquietante con la actualidad, esto es, una confesión de injusticia en la toma de la tierra y que se relaciona con la dureza de cerviz.
El profeta Jeremías, el más castigado por el poder monárquico debido a sus reclamos de justicia, aquel que siguió profetizando después de la destrucción, denunciaba la connivencia entre la monarquía y el clero, así como la corrupción de los lugares sagrados. El capítulo 7 profetiza la destrucción de Jerusalén y varios de sus versículos resuenan, también, en estos días. El profeta denuncia la falta de disposición para la escucha que se manifiesta como dureza de cerviz (Jeremías 7: 26), duro también el corazón (7: 24) y cuestiona con rigor la violencia del poder hegemónico. Se trata de un reclamo que hoy suena en los sitios sagrados –como Jebron-Aljalil– en donde yace el patriarca común Abraham/Ibrahim, sitio de culto dividido (y hoy blindado) donde el colono Baruj Goldstein en 1994 cometió el primer atentado suicida, matando a 29 feligreses musulmanes. Los colonos hoy usan a Dios como escudo para perpetrar despojo y muerte. El profeta pregunta (Jeremías 7:11):
¿Es cueva de ladrones delante de vuestros ojos esta casa sobre la cual es invocado mi nombre?
«La corrupción de lo mejor es lo peor» advertía otro pensador profético contemporáneo, Iván Illich4, aludiendo a la cristiandad. «Una jeremiada», denostarán algunos, en el sentido corriente, de una lamentación exagerada. Sin embargo, sería importante liberar de la denostación a esa voz que nada tiene de excesiva, sino que proviene de un avisador de fuego que da muestras de una sensibilidad superlativa hacia la injusticia. Tal vez «jeremiada» debería significar: expresión de una lucidez sensible, voz comprometida con el porvenir que asume la responsabilidad por la justicia del otro en todas las direcciones del tiempo. La profecía para el pueblo duro de cerviz es desoladora (Jeremías 7: 33, 34):
Y serán los cuerpos muertos de este pueblo para comida de las aves del cielo y de las bestias de la tierra; y no habrá quien las espante.Y haré cesar de las ciudades de Judá, y de las calles de Jerusalén, la voz de gozo y la voz de alegría, la voz del esposo y la voz de la esposa; porque la tierra será desolada.
El eco apocalíptico se percibe en nuestros días (y desde hace décadas). La aniquilación de la vida que está perpetrando el ejército de Israel en sus actos genocidas en Palestina (más visiblemente en Gaza, pero de manera menos ostensible en Cisjordania también) equivale al acto de suicidarse con el enemigo propio del juez bíblico Sansón5. En la desolación del suicidio con el enemigo (con el fin de vencerlo) como profetiza Jeremías: nadie quedará para espantar a las aves de rapiña en torno a los «vencedores».
Es claro que la arrogancia de Israel, retratada en la Biblia hebrea como dureza de cerviz, incapacidad para escuchar y obedecer los mandatos de la justicia, se amplifican a lo largo de la historia en la teología política colonial del Estado de Israel. La ebriedad de soberanía que produjo la contradictoria ocurrencia sionista de fundar un «Estado judío» produjo un anquilosamiento de la cerviz que se convirtió en una esclerosis crónica e irreversible.
Las numerosas advertencias y reprimendas por parte de los organismos internacionales desde sus inicios han sido desoídas. Duro de cerviz es el Estado desde su nacimiento y la advertencia de Jeremías le incumbe. Señalemos algunos hitos6:
La resolución 194 III de la Asamblea General de las Naciones Unidas, de diciembre de 1948, que indica el derecho al retorno de los refugiados palestinos, ha sido no sólo ignorada sino contravenida sistemáticamente por el Estado de Israel. En el punto 11 «Resuelve que debe permitirse a los refugiados que deseen regresar a sus hogares y vivir en paz con sus vecinos, que lo hagan así lo antes posible, y que deberán pagarse indemnizaciones a título de compensación por los bienes de los que decidan no regresar a sus hogares (…) Encarga a la comisión de Conciliación que facilite la repatriación, reinstalación y rehabilitación económica y social de los refugiados, así como el pago de indemnizaciones (…)». En ninguna negociación «de paz» por parte de Israel estuvo presente el derecho al retorno de los palestinos (condición sine qua non para su contraparte). La promulgación en 1950 de la «ley del retorno» que otorga a los judíos la nacionalidad israelí se presenta como la garantía del cálculo demográfico que impedirá una mayoría palestina. Endurecimiento de la cerviz: la Ley del Retorno (para los judíos del mundo) se erige como la inversa del Derecho al Retorno (de los palestinos, habitantes originarios).La resolución 242 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, de noviembre de 1967, que exige el retiro de las fuerzas armadas israelíes de los territorios ocupados en junio de ese mismo año. Israel no sólo desobedeció esta resolución temprana, sino que 57 años después sigue haciendo todo (asentamientos, muro, etc.) para anexionar esos territorios.La resolución 446 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, de marzo de 1979, que exhorta «una vez más» al Estado de Israel, «en su condición de potencia ocupante, a que respete escrupulosamente el Convenio de Ginebra relativo a la protección de personas civiles en tiempo de guerra», a la vez que declara ilegales a «los territorios árabes ocupados por Israel desde 1967, incluso Jerusalén». El Estado ocupante, engrosando su esclerosis cervical, contraviene hasta hoy de diversas maneras el Convenio de Ginebra: hace alarde de impunidad y sin necesidad de usar eufemismos anuncia castigos colectivos.La resolución 478 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, de agosto de 1980, hace alusión al incumplimiento de la resolución 446 mencionada en el punto anterior. Hace énfasis en que la «ley básica» promulgada en julio de 1980 por el parlamento israelí, que pretende la unificación de Jerusalén como capital de Israel, constituye una violación al derecho internacional. La fantasía israelí de «judaizar» Jerusalén (que, lejos de la religión judía, se reduce a erradicar a su población palestina), se expresa de maneras diferentes, entre ellas demoliciones de casas, infiltración para el despojo (Silwan), expulsión de familias (como en Sheikh Jarrah), etc.En agosto de 1982, durante la guerra del Líbano, poco antes de la masacre de los campos de refugiados en Sabra y Chatila, se discutió en el Consejo de Seguridad de la ONU la propuesta de embargo en el abastecimiento de armas a Israel, que había desoído reiteradamente las exhortaciones de esta Organización sobre la situación crítica que había provocado en el Líbano. El asedio de Beirut estaba matando de hambre y sed a los habitantes. Aunque los votos a favor fueron mayoritarios, Estados Unidos vetó el embargo y contribuyó a anquilosar más la cerviz del Estado de Israel. En diciembre de 1992, la resolución 799 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas condenó a la potencia ocupante de Israel por la deportación de cientos de civiles palestinos al Líbano, por contravenir la Convención de Ginebra, y exigió que «Israel, la potencia ocupante, asegure el retorno inmediato y sin riesgo de todos los deportados a los territorios ocupados».En marzo de 2002, la resolución 1397 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, casi un año y medio después del inicio de la segunda Intifada, exhorta al cese a la violencia apoyado en «el concepto de una región en que dos Estados, Israel y Palestina, vivan uno junto al otro dentro de fronteras seguras y reconocidas». Al año siguiente, en la resolución 1515, la ONU insistió en la necesidad de que Israel obedezca. Pero la ocupación, acorde con la cerviz del Estado, no hacía más que endurecerse: ese año inició la construcción del muro de anexión en Cisjordania.En julio de 2004, la misma Corte Internacional de Justicia que hoy dirime la acusación de genocidio interpuesta por Sudáfrica, determinó la ilegalidad de la construcción del muro de separación en Cisjordania, que Israel desoyó y siguió construyendo. Un muro construido en territorio palestino que, serpenteando para aislar pozos de agua, mide el doble del perímetro que dice proteger, que sirve para anexar más territorio, dificultar la vida cotidiana, en fin: impedir a la población que viva con dignidad7. En 2016, la resolución 2334 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas reafirma la ilegalidad de los asentamientos de Israel en los territorios ocupados en 1967, incluyendo Jerusalén oriental, condena la creación de nuevos asentamientos ilegales, reitera la validez exclusiva de las fronteras anteriores al 4 de junio de 1967 e insta a que todas las naciones distingan entre territorios ocupados y estas fronteras legales. Pero los colonos apuestan todo al «Gran Israel» que no se conforma «desde el río (Jordán) hasta el mar (Mediterráneo)» sino que se sueña entre el Nilo y el Éufrates8.La «dureza de cerviz» fue agravándose en los sucesivos gobiernos de Israel (fueran de derecha o laboristas, los asentamientos ilegales en los territorios ocupados de Jerusalén y Cisjordania nunca disminuyeron y en algunas ocasiones aumentaban de manera exponencial). Se trató de hacer caso omiso a todas las resoluciones a las cuales fue exhortado por los organismos internacionales. Deliberadamente desoyó la reprimenda, dio la espalda a la autoridad internacional que otrora le había dado entidad para fundar el Estado. La arrogancia es inmensa y la injusticia se fue sedimentando hasta anquilosarse.
En 2005, la «desconexión de Gaza» (habiendo evacuado a la población judía del territorio y trasladándola a los territorios ocupados de Cisjordania y Jerusalén) había permitido disponer de la Franja como si fuese un campo de prueba. Periódicamente, en cada ataque, se exhibirían como un escaparate en vivo las armas «probadas» que ostenta la industria cívico-militar israelí. Los bombardeos sobre la población de refugiados fueron aumentando en intensidad y en octubre de 2023, desde un gobierno extremista que 75 años más tarde busca radicalizar la Nakba, asume el «plan decisivo» del ministro de finanzas Bezalel Smotrich (2017): «emigración o aniquilación»9.