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El millonario español Alejandro Santiago era moreno, seductor y siempre conseguía lo que deseaba. Entonces descubrió que tenía un hijo, y el dinero y el poder le sirvieron para arrebatarle la custodia del niño a su tía, Brynne Sullivan. Pero no imaginaba que Brynne sería una mujer tan bella y apasionada… Cuando Alejandro le ofreció que pasara un mes con él y con su hijo, Brynne aceptó por el niño. Sólo había un pequeño problema: el millonario español además de arrogante… era guapísimo, lo cual resultaba exasperante. Una vez en su lujosa mansión, Brynne acabó dejándose llevar por el deseo, pero… ¿podría Alejandro verla alguna vez como algo más que una breve aventura?
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Seitenzahl: 157
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2007 Carole Mortimer.
Todos los derechos reservados. PASIÓN EN EL MEDITERRÁNEO, N.° 1840 - junio 2011
Título original: The Mediterranean Millionaire’s Reluctant Mistress
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2008
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-9000-401-2
Editor responsable: Luis Pugni
ePub: Publidisa
Capitulo 1
Capitulo 2
Capitulo 3
Capitulo 4
Capitulo 5
Capitulo 6
Capitulo 7
Capitulo 8
Capitulo 9
Capitulo 10
Capitulo 11
Capitulo 12
Capitulo 13
Capitulo 14
Capitulo 15
Capitulo 16
Promocion
SEÑOR Symmonds, ¿sería tan amable de informar a su cliente de que cuando ayer fui a recoger a Miguel a su casa el comportamiento de ella fue irracional...?
-Señor Shaw, ¿podría informar a su cliente de que yo considero el comportamiento de ayer de él peor que irracional? ¡Fue inhumano! -los ojos de
Brynne brillaron con su azul profundo y sus mejillas se pusieron rojas de acaloramiento cuando miró al hombre alto que estaba allí, remoto, frente a la ventana de la oficina de su abogado.
El atractivo rostro de Alejandro Santiago estaba medio en sombras cuando éste le devolvió la mirada.
Paul Symmonds, el abogado de ella, le habló serenamente mientras se sentaba a su lado.
-Me temo, señorita Sullivan, que el señor Santiago realmente tiene la ley de su parte...
-Quizá sea así...
-No hay «quizá» sobre este tema, señorita Sullivan. El juez decretó hace tres semanas que, como soy el padre de Miguel, el niño debe estar conmigo -la informó Alejandro con frialdad-.
Pero cuando fui a su casa ayer, como había sido acordado, usted se negó a darme a Miguel.
-Michael es un niño de seis años -dijo ella deliberadamente, usando la versión inglesa del nombre de su sobrino-. Acaba de perder a los únicos padres que ha conocido en un accidente de coche. ¡No es un paquete que han dejado en Objetos Perdidos para usted, por ser su padre natural, a quien puede recoger y seguir su vida como si nada! -exclamó ella con la respiración agitada y las manos apretados.
Lo que realmente quería hacer era gritar, y decirle a aquel hombre que aunque se hubiera comprobado que él era el padre natural de Michael, y que ella era sólo su tía política, el niño se iba a quedar con ella.
Sólo que sabía que eso no iba a suceder. La batalla legal con aquel hombre ya había terminado. Había sido una batalla legal privada, una batalla que Brynne había perdido y que había recibido mucha atención por parte de la prensa.
Pero ella tenía ganas de gritar de todos modos. Alejandro la miró fríamente, sus duras facciones de origen español totalmente imperturbables.
Era alto, con el pelo moreno un poco largo, y los ojos grises más fríos que Brynne había visto en su vida. Tenía un rostro duro, y su traje de negocios aumentaba su aire de fría distancia.
Durante aquellas semanas Brynne había acabado odiándolo y temiéndolo.
-Sé muy bien la edad que tiene Michael, señorita Sullivan -respondió Alejandro-. También sé, al igual que usted, que, como es hijo mío, debe estar conmigo -agregó con determinación.
-¡Si ni siquiera lo conoce! -protestó ella.
-De eso también me doy cuenta -contestó el español bruscamente-. Lamentablemente, no puedo hacer nada para recuperar los seis años de mi hijo que me he perdido...
-¡Podría haber intentado casarse con su madre hace siete años! -exclamó Brynne.
Alejandro respondió furioso:
-¡Usted no tiene ni idea de cuáles han sido las circunstancias de aquel momento! ¡No se atreva a decirme lo que podría haber hecho o no haber hecho hace siete años!
-¡Maldita sea! -explotó Brynne.
Si él no podía hacerse responsable de una situación de hacía siete años, al menos podría rendir cuentas de algo que no había hecho recientemente.
-Durante las últimas tres semanas, en que el juez falló a su favor, he estado esperando en vano que usted aprovechase el tiempo para ir conociendo a Michael. Pero ni siquiera intentó verlo. De hecho, ¡ni siquiera estoy seguro de que estuviera en el mismo país!
Alejandro la miró achicando los ojos.
-Lo que yo haya hecho en las últimas semanas no es... -se calló de repente, impaciente-. Señor Symmonds, ¿no puede explicarle a su dienta que ella no tiene derecho legal a quedarse con mi hijo? El único motivo por el que he aceptado hoy este encuentro en presencia de nuestros respectivos abogados ha sido por cortesía hacia ella...
-Habrá sido para no tener que volver a los tribunales... -respondió Brynne con disgusto.
-No me da miedo volver a verla en los tribunales, señorita Sullivan -le aseguró Alejandro Santiago-. Ambos sabemos que usted perdería. Otra vez -torció la boca-. Pero entiendo que sienta cariño por el niño...
-¿Cariño? -repitió ella, furiosa-. Lo amo. Michael es mi sobrino...
-No tiene parentesco de sangre con usted -le dijo el español-. Miguel ya tenía cuatro años cuando su madre se casó con su hermano...
-¡Su nombre es Michael! -exclamó ella.
-Oiga, señorita Sullivan -interrumpió Paul Symmonds con tacto-. Le he advertido antes de esta reunión que usted no tiene elección, sino...
-Michael aún está muy afectado por la pérdida de sus padres -siguió protestando Brynne, aún afectada ella misma por la muerte de su hermano mayor y su esposa en un accidente de coche, lo que había dejado huérfano a Michael-. Estoy segura de que, cuando eljuez decretó la medida, esperaba que el señor Santiago utilizara este periodo de tres semanas para ir conociendo al niño, ¡no que únicamente viniera a mi casa con la idea de quitármelo!
Alejandro levantó sus oscuras cejas con impaciencia, preguntándose por qué aquella mujer continuaba oponiéndose a él. Lo había hecho durante las últimas seis semanas, desde que había salido a la luz que su sobrino político, por la boda de su hermano con la madre del niño, era en realidad un hijo de Alejandro habido de una breve relación que él había tenido con Joanna, la cuñada de ella, hacía siete años.
Y si Brynne Sullivan pensaba que aquella revelación lo había dejado frío, se equivocaba, pensó él.
Había sido horrible leer los periódicos y enterarse del terrible accidente en la carretera en el que habían muerto ocho personas, incluida Joanna y su esposo, Tom.
Pero la foto del hijo de Joanna en el periódico, el pequeño que había sobrevivido milagrosamente al choque, y que tenía un asombroso parecido con Alejandro a esa edad, había sido suficiente para despertar la sospecha de la paternidad del niño.
Él había seguido aquellas sospechas con discretas preguntas sobre Joanna y Michael, y pronto había sabido que el pequeño había tenido cuatro años cuando Joanna se había casado con Tom Sullivan, y que hasta entonces no había habido un padre.
Aquella información había demostrado que la época y las circunstancias coincidían con la época en que él había conocido a Joanna, y que el enorme parecido del niño con él hacía muy probable que Miguel fuera su hijo.
Alejandro había volado a Inglaterra inmediatamente para hacer más averiguaciones, y luego reclamarlo legalmente si procedía, una reclamación que había tenido como resultado la orden del juez de pruebas de ADN para confirmar la paternidad.
¡Y había sido demostrado sin duda alguna!
Pero aquella mujer, Brynne Sullivan, la hermana menor del marido de Joanna, seguía luchando contra aquella decisión.
¡Llamándolo inhumano entre otras cosas!
Alejandro se apartó de la ventana impacientemente.
-Como he dicho, este encuentro de hoy ha sido sólo por cortesía, y ha terminado.
-No, no ha terminado -protestó Brynne firmemente.
-Sí, ha concluido -insistió Alejandro con tono medido para controlarse-. Prepare las cosas de Miguel y téngalo listo para que el niño pueda irse conmigo a esta hora mañana...
-No, no lo haré
-Brynne agitó la cabeza-. No puedo dejar que se lo lleve así, simplemente...
-Me temo que no tiene elección, señorita Sullivan -dijo el abogado de Alejandro amablemente-. La ley está del lado del señor Santiago...
Brynne le clavó sus ojos azules.
En otras circunstancias, Alejandro habría pensado que la mujer era atractiva, con aquella figura delgada, el pelo largo pelirrojo, su piel blanca, aquellos ojos azules brillantes y aquel aire de seguridadjuvenil. Pero como era lo único que se interponía entre su recién reconocido hijo y él, la encontraba totalmente irritante.
-¡Entonces, la ley es una basura! -soltó ella, enfadada, como respuesta al abogado.
En otras circunstancias, Alejandro también habría encontrado divertida su determinación, puesto que reconocía en ella una fuerza de voluntad tan indomable como la suya propia.
Pero las circunstancias eran diferentes, ¡y quería quitársela de en medio cuanto antes!
El abogado de Alejandro la miró con pena.
-Sea una basura o no, señorita Sullivan, la paternidad del señor Santiago ha sido demostrada.
-¡No quiere a Michael como nosotros! -dijo Brynne mirando a Alejandro sin disimular su desagrado hacia él.
-Michael sólo tenía cuatro años cuando Joanna y Tom se casaron, y ahora que están muertos, mis padres y yo somos la única familia que le queda...
-Tiene abuelos, un tío, una tía, y dos primos en España -la interrumpió Alejandro. -¡Los conoce tan poco como a usted! -respondió ella, obstinadamente.
-Señorita Sullivan, lleva seis semanas repitiendo ese argumento -la interrumpió Alejandro-. Pero como le he dicho, ni usted ni sus padres tienen parentesco de sangre con Miguel...
-Realmente es un monstruo, ¿no?
-Brynne se puso de pie para acusarlo acaloradamente-. Michael aún tiene pesadillas por la muerte de su madre y el único padre que ha conocido. ¿Cómo puede apartarlo de ese modo de la gente que hasta ahora han sido sus abuelos y su tía?
-Sólo me llevo lo que es mío -contestó Alejandro.
Todavía él no sabía lo que sentía en relación a Joanna por haberle ocultado la existencia de su hijo todos aquellos años.
Su relación con ella había sido corta, apenas una aventura de vacaciones, pero eso no era excusa para que Joanna no lo hubiera informado de su existencia. Ella seguramente sabía quién era el padre.
Brynne lo miró, frustrada. Ella sabía que había sido probado científicamente que Michael era el hijo natural de aquel hombre. También sabía que él ahora tenía el derecho legal de llevarse a Michael a donde quisiera.
Ella nunca había tenido posibilidad alguna de quedarse con Michael después de que Alejandro Santiago hubiera probado su paternidad.
¿Cómo iba a competir una maestra soltera de veinticinco años con un hombre que tenía millones de libras, casas por todo el mundo y un avión particular para sus viajes de negocios?
La respuesta era que no podía. ¡Pero eso no le había impedido intentarlo!
-Lo siento, pero no voy a perder más tiempo en este tema -les dijo el arrogante español a los abogados-. Tengo compromisos de negocios en Mallorca que atender...
-¡Dios no permita que la futura felicidad de Michael interrumpa su agenda de trabajo! -exclamó Brynne.
Alejandro la miró con sus ojos grises fríos y luego dirigió la mirada a Paul Symmonds.
-Este sería un buen momento para aconsejarle a su cliente que prepare a Miguel para irse a Mallorca conmigo, para que yo lo vaya a recoger a su apartamento a las diez de la mañana de mañana -comentó bruscamente-. Si no, tendré que tomar medidas legales contra la señorita Sullivan -agregó Alejandro.
Y Brynne pensó que efectivamente, él lo haría.
Todavía le resultaba increíble que su bella, cariñosa y divertida cuñada, Joanna, hubiera podido tener una relación con un hombre como Santiago. Debía de tener unos treinta y tantos años, y era arrogante y frío. Aunque admitía que su altura, su pelo largo y sus facciones hacían de él un hombre apuesto.
Un hecho que Brynne, a pesar de su enfado y frustración, había notado en aquellas semanas.
¿Habría sido tan frío hacía siete años? ¿O algo había ocurrido durante aquel tiempo que lo había transformado?
Daba igual. Los tribunales habían decidido otorgarle su derecho sobre Michael, y ella no podía hacer nada.
Brynne miró a Alejandro desafiándolo y le dijo:
-¿No se olvida de algo, señor Santiago?
Alejandro levantó las cejas.
-¿Me he olvidado de algo?
-Oh, sí -respondió ella, triunfante-. El juez acordó otras reglas, y una de ellas es que lo mejor para Michael es que se quede conmigo tres semanas más para terminar el trimestre de verano del colegio.
-Acaba de terminar...
-Pero también acordó que, teniendo en cuenta que mi curso escolar ha terminado, si yo lo deseaba, se me permitiría acompañar a Michael durante el primer mes que él estuviera con usted. Para facilitar el tránsito a su nueva vida -dijo ella, incapaz de disimular el desagrado en su voz.
Alejandro sabía que el juez había hecho aquella concesión por la delicada situación del caso, pero él nunca había imaginado que aquella mujer que lo odiaba tanto y era tan hostil con él aceptaría.
Brynne Sullivan, estaba seguro, no sería más que una molestia si iba a Mallorca con Miguel y con él. Seguramente no estaría de acuerdo en ninguna de las decisiones que tomase él en relación al futuro de su hijo.
-Ésa me parece la solución ideal para Michael, ¿no lo cree así, señor Santiago? -dijo Paul Simmonds.
Alejandro miró a su propio abogado frunciendo el ceño. Su abogado se encogió de hombros.
¿Y él?, se preguntó Alejandro.
Estaba seguro de que si aceptaba aquello la rebelde Brynne Sullivan disfrutaría haciéndole la vida imposible durante unas semanas.
Brynne tampoco estaba contenta con la perspectiva de ir a Mallorca con Alejandro. Por empezar, porque a pesar de todo, el hombre le resultaba muy atractivo.
Pero ella sabía que su presencia ayudaría a Michael a aceptar el cambio. A ella no le sería fácil separarse del niño cuando acabase ese plazo, pero al menos podía marcharse sabiendo que Michael se estaba adaptando a vivir con su padre.
Ella se lo había explicado a Michael, por supuesto, pero con seis años, él no había sido capaz de comprender la complejidad de la situación.
-Señor Santiago... -ella lo miró.
La hostilidad era mutua, pensó.
Alejandro se encogió de hombros.
-M e da igual que acompañe o no a Miguel a
Mallorca, señorita Sullivan -respondió.
-Estoy segura de ello -contestó ella, irritada.
-Pero si ésa es su decisión, le aconsejo que también usted esté lista para marcharse conmigo mañana a las diez -concluyó él. ¡Eratanfrío! ¡Tanintransigente! ¡Tanarrogante! Iría a Mallorca por Michael y por ella, para pasar un tiempo más con el niño, porque la idea de estar un mes con aquel hombre le daba náuseas, pensó.
Aunque, a la vez, cuando estaba con él sentía las piernas como si fueran gelatina.
HAS VISTO la piscina, tía Bry? ¿Y la playa, cuando estábamos llegando aquí? Tía Bry, ¿has visto la playa? -preguntó Michael, excitado, mientras abría una de las puertas de cristal que daban a la terraza de su dormitorio. Alejandro le había dicho a Brynne que podía usar la habitación de al lado.
-¡Se ve la playa desde aquí, Alej... mmm... padre!
-Michael se corrigió torpemente-. El mar es azul... Y la arena es casi blanca. Y...
-No te acerques tanto a la barandilla, Michael -le dijo Brynne instintivamente mientras seguía a su sobrino al balcón, aliviada de tener unos segundos de respiro sin la poderosa presencia de Alejandro.
Al salir recibió el impacto del calor del sol de julio. Brynne miró la extensión de naranjos.
Era comprensible que Michael estuviera excitado con todo aquello. Si ambos hubieran estado de vacaciones, ella habría estado excitada también con la vista y el entorno en el que estaba la mansión de Alejandro; pero como sabía que regresaría sola a su país, no sentía ningún entusiasmo por todo aquello.
Debería haberse imaginado que la casa del mallorquín sería así.
Después de volar en su jet particular, con doce asientos que parecían sillones, y un camarero que les había servido una comida de la que se habría sentido orgulloso cualquier restaurante exclusivo de Londres, Brynne pensó que nada volvería a sorprenderle...
Aquella mansión era increíble. Rodeada de terrazas en los distintos niveles. El interior de mármol estaba fresco cuando llegaron después de un viaje de una hora desde el aeropuerto, y el mobiliario blanco aumentaba la sensación de frescura. La piscina brillaba con el sol y era una tentadora alternativa a la playa del Mediterráneo.
A pesar de sus iniciales sentimientos de aprensión, Michael estaba fascinado con el lugar.
A ella le habría gustado compartir el entusiasmo con el niño. Pero había estado muy consciente de la presencia de Alejandro Santiago.
Ya no llevaba su traje de negocios, sino uno negro con una camisa de manga corta, un atuendo más adecuado para un clima más cálido.
Alejandro había tenido una actitud formalmente cortés cuando había llegado al apartamento de ella a buscarlos.
Ahora que los había visto juntos no dudaba de que Michael fuese su hijo. Ambos tenían el pelo oscuro, los ojos grises, e incluso la cara de niño de Michael empezaba a tener las facciones angulosas de su padre. El hecho de que Michael fuera alto para su edad hacía suponer que sería alto como su padre también.
Alejandro en cambio había ignorado su presencia. Todos los comentarios que había hecho los había dirigido a «Miguel», comentarios que Michael había ignorado por completo hasta que se había dado cuenta de que «Miguel» era él.
-No creo haberle dado motivo para pensar que seré... un padre estricto con Miguel -dijo Alejandro al ver que Brynne miraba con ojos llorosos a Miguel mientras éste corría de un lado a otro de la terraza para admirar las vistas sobre el valle y el brillante mar azul.
Brynne se giró para mirarlo. Sus ojos parecían más azules y grandes que nunca con aquellas lágrimas balanceándose precariamente en sus largas pestañas.
-Hasta ahora no me ha dado motivos para que piense que será padre alguno -respondió ella.
¡Tal vez porque a él todavía le resultaba difícil creer que era el padre de Miguel!, pensó Alejandro.
No era que lo dudase en absoluto. Sino que había pasado muy poco tiempo desde que había sospechado que el niño de la foto del periódico era hijo suyo y la confirmación de que lo era.
-He pedido que nos sirvan bebidas en la terraza que hay al lado de la piscina, una vez que se haya refrescado después del viaje
-Alejandro se dio la vuelta para abrir la puerta del dormitorio, y llamó-: ¿Miguel?